Título OriginalDoctor Strange in the Multiverse of Madness(2022) DirecciónSam Raimi GuionMichael Waldron, basado en el cómic de Stan Lee y Steve Ditko RepartoBenedict Cumberbatch, Elizabeth Olsen, Chiwetel Ejiofor, Benedict Wong, Xochitl Gomez, Rachel McAdams, Michael Stuhlbarg, Sheila Atim, Adam Hugill, Ako Mitchell, Momo Yeung, Daniel Swain, Topo Wresniwiro
Cuando todavía no hemos podido digerir el clímax final de la miniserie protagonizada por el Marc Spector/Steven Grant de Óscar Isaac el Universo Cinematográfico Marvel nos invita a dar uno de esos saltos de las plataformas de streaming al cine y viceversa a los que tan acostumbrados nos tiene ya esta Fase 4 después de seis series (WandaVision, The Falcon and the Winter Soldier, Loki, What If…?, Hawkeye, Moon Knight) y cuatro largometrajes (Viuda Negra, Shang-Chi y la Leyenda de los Diez Anillos, Eternals y Spider-Man: No Way Home) a los que se suma esta Doctor Strange en el Multiverso de la Locura recién estrenada. Recordemos que después del buen recibimiento de la primera película en solitario del Hechicero Supremo protagonizada por Benedict Cumberbatch en Disney y Marvel Studios solicitaron nuevamente los servicios de su director, el estadounidense Scott Derrickson (Sinister, Líbranos del Mal), pero alegando las consabidas y bilaterales «diferencias creativas» este abandonó el proyecto durante su fase de pre producción. Sorprendiendo a propios y extraños, nunca mejor dicho, el elegido para sustituir al realizador de la inminente Black Phone fue el gran Sam Raimi, que volvia así al cine superheróico inspirado en el mundo de las viñetas en el que marcó un hito con los dos primeros Spider-Man de Tobey Maguire y del que salió por la puerta de atrás con la tercera entrega.
Al director de la saga Evil Dead se suma el guionista Michael Waldron que ya colaboró con Disney y Marvel Studios ejerciendo de creador y showrunner en Loki, mientras que Danny Elfman se ocupa de la banda sonora y John Mathieson de la fotografía. En el reparto repiten de la primera entrega Benedict Cumberbatch, Chiwetel Ejiofor, Benedict Wong o Rachel McAdams y se suman a ellos Elizabeth Olsen o Xochitl Gómez entre otras. En Transgresión Continua ya hemos podido ver la película de Sam Raimi con la que se dan continuidad a las aventuras mágicas de Stephen Strange y que estos días ha enconado el debate sobre cúanto de la personalidad del director veremos en la película teniendo en cuenta que la productora capitaneada por Kevin Feige es dada a no recibir con demasiado entusiasmo, por no decir que en ocasiones los corta de raíz, los intentos de acercar los largometrajes de Marvel Studios a la sensibilidad propia de los cineastas contratados para rodarlas siendo el caso de Scott Derrickson en esta misma producción el más reciente, pero no el único si recordamos los de Joss Whedon con LosVengadores: La Era de Ultrón o Edgar Wright en Ant-Man. Sea como fuere aquí va nuestra opinión de Doctor Strange en el Multiverso de la Locura.
Aunque se muestra continuista audiovisual y narrativamente con la primera entrega estrenada en 2016 heredando todo el lore planteado por Scott Derrickson Doctor Strange en el Multiverso de la Locura mantiene conexiones directas, más o menos explícitas, con WandaVision, Spider-Man: No Way Home, Loki y la serie What If…?, por lo que es recomendable tener recientes todas esas producciones. Habían dos temores principales relacionados con esta segunda aventura en solitario protagonizada por Stephen Strange que se convirtieron en la comidilla del fandom durante los últimos meses, uno de ellos potenciado por lo que pudimos ver en la última película del Hombre Araña interpretado por Tom Holland. El primero era que la confirmación del Multiverso convirtiera a este en el epicentro de las posteriores producciones de Marvel Studios con el peligro que ello supone a la hora de intentar epatar al espectador por medio de cameos estelares sin orden ni concierto. El segundo, que ya hemos apuntado previamente, se centraba en cuánto de la personalidad de Sam Raimi veríamos en pantalla sabiendo que todo apunta a que Scott Derickson abandonó el proyecto por querer acercarlo demasiado al terror ante la negativa de Kevin Feige y sus colaboradores.
Por un lado esta nueva aventura del Doctor Strange confirma que el Multiverso no va a convertirse, al menos por ahora, en el centro neurálgico del Universo Cinematográfico Marvel, sino en un añadido al que se podrá recurrir regularmente para, posiblemente, construir algo más grande que, por las pistas que nos van ofreciendo, podría tratarse de una adaptación de las Secret Wars del año 2015 ideadas por el guionista estadounidense Jonathan Hickman y el ilustrador croata Esad Ribic. El uso que se hace del Multiverso en este largometraje y las "apariciones especiales" son solo una parte más del entramado en el que se ve envuelto el personaje principal. Por otro no solo podemos asegurar que en Doctor Strange en el Multiverso de Locura se notan la personalidad y las señas de identidad de Sam Raimi como cineasta, sino que la vertiente más presente a lo largo del metraje no es precisamente las de su trilogía de Spider-Man, sino la de la franquicia Evil Dead, la de Darkman, la de Arrástrame al Infierno e incluso la de productos más alimenticos, impersonales y de encargo como Oz, Un Mundo de Fantasía.
Lo cierto es que los aficionados a los cómics del Doctor Strange no pudimos recibir con más entusiasmo que un director como Sam Raimi se encargara de esta secuela una vez el autor de El Exorcismo de Emily Rose se desvinculó del proyecto detrás de las cámaras. Más allá de las ingerencias que el estudio pudiera llevar a cabo con la labor del realizador solo pensar en el imaginario estilístico adherido al personaje después de cuatro películas en las que ha hecho acto de presencia con la especial sensibilidad del director de Un Plan Sencillo no podía ser más prometedor. Por suerta Raimi ha conseguido el doble logro de respetar todo lo planteado por su antecesor, pero en el proceso llevarse Doctor Strange en el Multiverso de la Locura a su terreno, el del fantástico y sobre todo el terror. Porque sí, esta nueva propuesta de Marvel Studios es la que más adentra en estos terrenos con apuntes incluso de cierto body horror y una violencia más explícita que en el resto de películas del Universo Cinematográfico Marvel.
Doctor Strange en el Multiverso de la Locura, que arranca siguiendo la regla de Cecil B. Demile de comenzar una película con un terremo y a partir de ahí ir subiendo en intensidad, mientras presenta al personaje de America Chavez (Xochitl Gomez), es una sinfonía de proporciones mastodónticas con un despliegue de medios y recursos audiovisuales de primer orden. Como era de esperar, y con la apariencia de haber disfrutado de una libertad creativa más que notable, Sam Raimi se siente como en casa a la hora de configurar esta historia protagonizada por el Hechicero Supremo viajendo entre universos haciendo gala de una puesta en escena mutante y moldeable que lleva a nuevas cotas de psicodelia a lo Steve Ditko lo que ya había extrapolado con bastante acierto a imagen real Scott Derrickson. Pero Sam Raimi va más allá interconectando géneros como el terror, las monster movies, la cienca ficción o la aventura clásica con algunos pasajes memorables como el viaje express por universos, la persecución subterranea o la "batalla musical" que seguramente se incluyera a petición de un Danny Elfman muy inspirado con un ecléctico score que mezcla sus inconfundibles coros con guitarrazos hasta de rock progresivo.
Pero lo importante de Doctor Strange en el Multiverso de la Locura, y era algo que era aplicable también a Spider-Man: No Way Home, es que debajo de la fanfarria, la hipérbole y el caos controlado nos encontramos una historia de personajes que, simepre adheridos al cine comercial en el que han sido diseñados, ofrecen un perfil psicológico sólido viéndose potenciado por la labor de los actores que les dan vida. En lo referido a los dos más importantes Benedict Cumberbatch se enfrenta al reto de tener que encarnar a varias versiones de un personaje que ya es indivisible de su impronta actoral de manera que su labor es excelente. El problema es que tanto él como el resto del reparto se ve arrasado por esa fuerza de la naturaleza llamada Elizabeth Olsen. Wanda Maximof vuelve al medio cinematográfico después de haberse convertido en el mejor y más complejo personaje de todo el UCM tras su paso por WandaVision. Aunque su rol incursiona en algunos tópicos su paso al lado oscuro está acertadamente justificado al estar bajo el influjo del Darkhold y sobre ella recae casi toda la carga dramática de la obra permitiéndole devorar cada encuadre mientras Sam Raimi materaliza sus lucha interna con algunas decisiones formales que poco tienen que envidiar a las mejores secuencias de la serie que compartió con la Visión de Paul Bettany y otras en las que se convierte practicamente en la villana de una película de terror.
El visionado de Doctor Strange en el Multiverso de la Locura, con su correspondientes dos escenas post créditos, confirma lo que ya pudimos vislumbrar en Spider-Man: No Way Home, la notable mejoría de lo que estaba siendo una irregular Fase 4 a la que le todavía le cuesta encontrar el equilibrio a la hora de interconectar largometrajes con series para su plataforma de streaming. Sam Raimi ha vuelto al mundo del cine superheróico de manera excelsa después de la decepción que supuso para él y gran parte del fandom lo que Sony Pictures hizo con Spider-Man 3. La mezcla de géneros, los personajes con alma y las sorpresas bien dosificadas son los materiales sobre los que Marvel Studios ha construido un nuevo éxito cinematográfico que solo en su primer día en cartel recaudó 90 millones de dólares en Estados Unidos y 229 en la taquilla internacional. Esta buena noticia tiene un sabor agridulce y es que si bien lo números que se manejan apuntan a asistencia en masa a unas salas necesitadas de espectadores, las presiones de Disney para que las multisalas programen más sesiones de su producto perjudicando así al resto de propuestas en cartel confirma muchas de las afirmaciones que Martin Scorsese lleva años compartiendo con respecto al cine de Marvel Studios en particular y el de superhéroes en general. Solo el tiempo nos dirá si tiene razón.
Título OriginalesExcalibur(1981) DirectorJohn Boorman
Guion Rospo Pallenberg, John Boorman RepartoNicol Williamson, Nigel Terry, Cherie Lunghi, Nicholas Clay, Helen Mirren, Paul Geoffrey, Gabriel Byrne, Robert Addie, Liam Neeson, Patrick Stewart, Clive Swift, Niall O’Brien, Corin Redgrave, Keith Buckley, Charley Boorman, Ciarán Hinds
Nada mejor que aprovechar este día que vamos a dedicar a la Leyenda Artúrica para hablar de la película que posiblemente mejor la ha llevado al medio cinematográfico. Curiosamente este año 2021 se cumplen 40 años de su estreno, por lo que dedicarle una reseña se antoja casi ineludible si queremos que esta jornada dedicada a Arturo, Camelot y los Caballeros de la Mesa Redonda abarque todos los medios posibles. A principios de los 80 John Boorman (1933, Surrey, Inglaterra) ya era un cineasta curtido en mil batallas desarrollando la mayor parte de su carrera en Estados Unidos. A Quemarropa (Point Blank, 1967), Infierno en el Pacífico (1968), Defensa (Deliverance, 1972), Zardoz (1974) o El Exorcista II: El Hereje (1977) engrosaban el currículum de un autor capaz de alternar proyectos muy personales con otros de naturaleza más comercial o alimenticia, aunque siempre con una profesionalidad y afán temerario dignos de elogio. Por eso en 1981 volvió a su Reino Unido natal y allí facturó uno de sus proyectos más ambiciosos, memorables y alabados.
Con guión del mismo John Boorman y su habitual colaborador a la escritura, Rospo Ballenberg, Excalibur se basa en la obra La Muerte del Rey Arturo, escrita por Thomas Malroy en 1485, aunque inspirándose también en otros textos, tomando las consabidas licencias con respecto al escrito del que se eluden, por poner un ejemplo, casi todos los elementos relacionados con el cristianismo. La película fue rodada en Irlanda, cerca del Condado de Wicklow, zona donde el director tiene su residencia, durante 26 semanas del año 1980 y utilizando como algunas de las localizaciones el Castillo de Cahir, el parque nacional de Montañas de Wicklow o la cascada de Powerscourt. Producida por Orion Pictures y distribuida por Warner Bros contó con un presupuesto de más de 11 millones de dólares, recaudando en la taquilla internacional 34 y convirtiéndose así en la decimoctava película más taquillera del año 1981. Su reparto está formado por Nicol Williamson, Nigel Terry, Cherie Lunghi, Nicholas Clay, Helen Mirren, Paul Geoffrey, Gabriel Byrne, Robert Addie, Liam Neeson, Patrick Stewart o Ciarán Hinds entre otros.
El de Excalibur es un caso de casi inexplicable alquimia cinematográfica que pudiera pasar por uno de los conjuros del mismísimo Merlín. Esta afirmación viene dada a que poseyendo poderosas virtudes, que más tarde pasaremos a mencionar y enumerar, tampoco son escasas las carencias o decisiones cuestionables tomadas por John Boorman y sus colaboradores. Los actores sobreactuados declamando más que dialogando sus líneas, que la película fuera doblada en su idioma original tampoco ayuda en este sentido; la exageración teatral de casi todas las situaciones vividas por personajes siempre al límite de la parodia, la condensación de hechos adscritos al mito artúrico resueltos de manera expeditiva o pasajes como el coito entre Uther e Igrayne mientras el primero sigue portando su aparatosa armadura ponen en solfa más de un aspecto del conjunto de la obra. Pero por una extraña alineación planetaria todos los actores exhalan carisma y rotundidad, mientras las intrigas en las que se implican adquieren una naturaleza hipnótica, esa economía en cuanto al desarrollo cronológico fluye de manera orgánica y nunca lastrando el buen discurrir del film y la escena de sexo es una de las más célebres del film.
John Boorman despoja de casi toda lectura romántica o melodramática los escritos de Thomas Malroy e incluso las relaciones pasionales o sentimentales como las de Uther e Igrayne primero y las de Lancelot y Ginebra más tarde destilan una pátina más de perversidad y fatalismo que de amor idealizado. Durante la primera mitad del metraje el tono tenebrista se apodera de la película con un retrato de las Eras Oscuras y el reinado de Uther Pendragon cercano incluso al género de terror gracias a los juegos de luces y sombras por parte de un Alex Thomson epatante con la dirección de fotografía. En la segunda parte, con Arturo portando la corona, la luminosidad, que irradian incluso las armaduras de los Caballeros de la Mesa Redonda, da al largometraje una conceptualidad casi capitular con resminiscencias propias de la literatura. La conjunción plena entre narración y apartado audiovisual desemboca en una propuesta genuina y casi única en su especie dentro del subgénero de la fantasía heróica aplicada al medio cinematográfico.
Posiblemente una obra audiovisual dedicada al Rey Arturo nunca ha alcanzado las cotas de épica que John Boorman imprimió a Excalibur. Pero se trata de una muy particular y nada ortodoxa, la que contextualiza una Edad Media moviéndose entre la ensoñación febril y una realidad áspera, violenta con secuencias de batallas campales salvajes y caóticas representadas por los mismos actores enfundados en las aparatosas armaduras diseñadas por Bob Ringwood. El choque entre el metal refulgente de las corazas con la naturaleza de parajes bucólicos alumbra una amalgama estilística y pictórica de acabado onírico en el que los personajes se mueven como arquetipos adheridos al mito y la leyenda. Todo un compendio de imágenes y sonidos capaces de construir una iconografía que trasciende la pura cinematografía para apelar a la confrontación entre cristianismo y paganismo, monoteismo y politeismo en una batalla de ribetes filosóficos y existencialistas cuya resonancia llega hasta nuestros días.
Ya hemos afirmado que el doblaje y las interpretaciones pretendidamente exageradas parecieran jugar en contra del reparto, pero el resultado, una vez más, no es negativo en manera alguna. Todos y cada uno de los intérpretes parecieran haber nacido para dar vida a sus papeles, desde los más importantes para la trama a los de presencia más testimonial cuya relevancia en el relato es más exigua. Incluso un Nigel Terry aparentemente falto de carisma, fuerza o presencia física como Arturo se gana el favor del espectador con la entrega a un rol cuyo arco dramático gana enteros a pasos agigantados con el paso de los minutos desembocando en el clímax aue supone la recuperación de su salud mediante el Santo Grial. Especial mención para Nicol Williamson ofreciendo una de las versiones más peculiares y tragicómicas de Merlín, una Helen Mirren inolvidable como la maquiavélica Morgana y Nicholas Clay como el íntegro y aguerrido Lancelot. A destacar unos jóvenes Patrick Stewart (Leondegrance), Liam Neeson (Gawain), Gabriel Byrne (Uther Pendragon) e incluso un Ciarán Hinds de 28 años de edad como secundario sin diálogo dando vida a Lot.
Excalibur es una megalómana sinfonía wagneriana de proporciones mastodónticas repleta de ruido y furia, así como un punto de inflexión dentro del subgénero de espada y brujería que la tomaría casi como su epítome más representativo. Tras ella la fantasía heróica conocería una nueva etapa de bonanza con proyectos tan estimulantes y variopintos como Conan el Bárbaro (John Millius, 1982), El Señor de las Bestias (Don Coscarelli, 1982), Lady Halcón (Richard Donner, 1985), Legend (Ridley Scott, 1985), Willow (Ron Howard, 1988) o las incontables variantes y exploits nacidas a rebufo de la versión que el director de Amanecer Rojo (1984) ofreció del cimmerio nacido de la pluma de Robert E. Howard. Aunque su carrera ha sido extensa y llena de altibajos John Boorman nunca volvió a conocer un éxito tan rotundo como el de su octava película detrás de las cámaras. Pero la estela de esta todavía se deja sentir en la actualidad, no sólo en las posteriores adaptaciones de los textos artúricos que languidecen a su lado, sino en otras producciones como la trilogía de El Señor de los Anillos (Peter Jackson, 2001-2003) muy en deuda con esta inabarcable versión del reino de Camelot.
Título OriginalPromising Young Woman(2020) DirectorEmerald Fennell GuiónEmerald Fennell RepartoCarey Mulligan, Bo Burnham, Alison Brie, Connie Britton, Jennifer Coolidge, Adam Brody, Laverne Cox, Clancy Brown, Angela Zhou, Christopher Mintz-Plasse, Alfred Molina, Molly Shannon, Sam Richardson, Steve Monroe, Casey Adams
Llegó, por fin, a las carteleras españolas Una Joven Prometedora o Promising Young Woman en su idioma original. La ópera prima detrás de las cámaras de la actriz inglesa Emerald Fennell a la que reconocemos, principalmente, por dar vida a Camilla Parker Bowles en The Crown, la serie de Netflix centrada en Isabel II y la familia real británica. Desde que tuviera su puesta de largo el 20 de enero de 2020 en el Festival de Sundance la polémica y un debate bastante enconado han acompañado al film allí dónde ha sido estrenado, consiguiendo también alabanzas de una prensa especializada que, en líneas generales, se ha rendido ante el debut como realizadora de la intérprete de Call the Midwife aspirando a cinco Oscars en la ceremonia que se celebrará esta misma noche.
Aunque conviene saber poco o nada de Una Joven Prometedora para disfrutar al máximo de su propuesta sí podemos afirmar que supone una elocuente reformulación de los códigos adscritos al subgénero rape and revenge que vivió su época de mayor esplendor durante las décadas de los 70 y 80. Obras como La Última Casa a la Izquierda (Wes Craven, 1972), Lady Snowblood (Shurayuki-hime, Toshiya Fujita, 1973), Thriller - En Grym Film (Bo Arne Vibenius, 1973), La Violencia del Sexo (I Spit On Your Grave, Meir Zarchi, 1978), Trampa Para Un Violador (La Casa Sperduta Nel Parco, Ruggero Deodato, 1980) o Ángel de Venganza (Ms .45, Abel Ferrara, 1981) entre muchas otrashicieron proliferar este tipo de producciones en distintos continentes ofreciendo variopintas perspectivas de su planteamiento primigenio.
Por medio de una puesta en escena sabiamente manierista, canciones pop insertadas maliciosamente en el metraje y unos colores pastel que parecieran parodiar las típicas comedias románticas estadounidenses Emerald Fennell va mostrando poco a poco sus cartas mediante el personaje de Cassie y su tan particular como personal cruzada. Pero como ya hemos mencionado el film se adscribe de manera nada ortodoxa al rape and revenge acometiendo sus señas de identidad en off, fuera de cámara y eludiendo en casi todo momento mostrar innecesaria violencia física en pantalla, siendo la psicológica la que se apodera de los momentos álgidos del metraje. Ahí es donde Promising Young Woman despliega su artillería sin hacer prisioneros, pero sobre todo componiendo un retrato tan elocuente como nada benévolo de nosotros, los hombres.
Es imposible ser hombre y no ver Una Joven Prometedora sumido en una continua sensación de incomodidad o desasosiego y aquel capaz de negarlo miente impunemente. Porque un servidor y cualquier espectador masculino que se enfrente en la película va a reconocer como propios o ajenos muchos de los comportamientos deleznables que llevan a cabo los roles de Adam Brody, Christopher Mintz-Plasse, Chris Lowell, Max Greenfield o Alfred Molina. Todos ellos configuran un mosaico en el que la cultura de la violación, la cosificación de las mujeres o la deshumanización de las relaciones sentimentales y sexuales golpean a un espectador viendo reflejados en todos ellos el conjunto de una sociedad profundamente patriarcal en la que practicar el coito con una mujer inconsciente por la ingesta masiva de alcohol no estaba mal visto y sí completamente normalizado hasta hace poco tiempo.
Pero Emerald Fennell quiere ir más allá y después de construir minuciosamente una zona de confort entre tanta perversidad explícita e implícita la pisotea para negarnos una vía de escape capaz de darnos la necesaria bocanada de oxígeno dentro de un relato que no por eludir la violencia gráfica en pantalla se hace menos duro de visionar y asimilar. Como hombre no quería admitir ese quiebro desalentador, viéndose venir de lejos, porque tenía la esperanza de que la guionista y directora dejara un haz de luz esperanzador al que aferrarnos, para que lo unido por Paris Hilton no lo separara la fatalidad. Pero su negativa a hacer esa concesión a la platea es bien recibida, porque como espectador el cine que más disfruto es el que me incomoda, el que me remueve la conciencia y me incita a cuestionar conceptos, teorías o valores que daba por sentados.
Para su primera incursión como directora en el terreno del largometraje Fennell muestra no poca soltura a la hora de utilizar la cámara como un arma capaz de pervertir una estética casi de postal, con leves apuntes estilísticos propios de la publicidad o el videoclip, inoculándole potente veneno en forma de cáustico humor negro remitente a autores como Todd Solondz o un lirismo melancólico que podría hacer suyo el mejor Gregg Araki. En cuanto a su labor con el guión este se muestra tan sólido estructuralmente como orgánico en lo referido al devenir de acontecimientos en el que se ve inmersa la protagonista, sumando al conjunto todos esos apuntes ya mencionados retratándonos como sociedad sin huir del cine de género y asimilando hasta cierta reformulación conceptual del subgénero slasher.
Que Emerald Fennell se dedique profesionalmente a la interpretación la convierte en una impecable directora de actores y esto queda patente en pantalla. Pero no es menos cierto que se rodea de un reparto en el que hasta los miembros del apartado artístico con roles más pequeños se muestran creíbles, completamente implicados y cómplices con la visión de la realizadora. De entre ellos es justo mencionar a una brillante Alison Brie representando a esas mujeres también instigadoras y cómplices de la invisibilidad a la que muchas víctimas de agresiones sexuales se ven avocadas y sobre todo un Bo Burnham pletórico, el único miembro del casting capaz de ponerse a la altura de su protagonista, con la que destila una enorme química en todos los pasajes de la película que comparten juntos.
Pero sí, es cierto aquello que todos proclaman. Es la británica Carey Mulligan como Cassie quien devora el encuadre cada vez que la cámara repara en su presencia. Ya hemos dedicado parabienes a Emerald Fennell como guionista y directora, pero es ineludible que su propuesta quedaría reducida al mínimo exponente si la actriz de Shame o Drive no ejecutara aquí el mejor papel de su nada desdeñable carrera. Mulligan es Promising Young Woman y sin una profesional tan versátil como ella o carente de su capacidad para llenar de matices un personaje basculante entre una determinación casi sobrehumana y la psicopatía pura esta ópera prima no alcanzaría las cotas de excelencia a las que llega sin apenas esfuerzo. Ojalá la veamos esta noche ganar el Oscar a mejor actriz, pero la Frances McDormand de la necesaria Nomadland va a ser un tótem difícil de derribar.
Podemos debatir sanamente sobre aspectos cinematográficos, como ese último acto moviéndose con cierta temeridad entre la tragedia forzada y la ingenuidad casi idealizada, e incluso de su tono o cómo está abordado el relato desde la escritura. Pero lo que nadie puede negar o eludir es que Promising Young Woman refleja una realidad dolorosamente cercana, actual, inmediata que apela a toda una sociedad, pero sobre todo a los hombres y nuestra relación con las mujeres. Lo hace desde la visión de una directora que ha sabido meter el dedo en una herida que tardará mucho tiempo en cicatrizar, porque hasta hace poco ni sabíamos o queríamos aceptar que lo era. Que una propuesta tan militantemente feminista como esta aspire a cinco Oscars es todo un logro. Que gane alguno más importante que el de mejor guión original o actriz principal una locura que no tendremos la suerte de ver materializada para disgusto de mucha masculinidad frágil, tóxica e hipócrita.
Título Original Zack Snyder's Justice League (2021)
DirectorZack Snyder
GuiónZack Snyder, Chris Terrio, Will Beall, basado en los personajes de DC Comics
RepartoBen Affleck, Gal Gadot, Ezra Miller, Jason Momoa, Ray Fisher, Henry Cavill, Amy Adams, Joe Morton, Amber Heard, Jared Leto, J.K. Simmons, Connie Nielsen, Ciarán Hinds, Robin Wright, Diane Lane, Jesse Eisenberg, Joe Manganiello, Jeremy Irons, Willem Dafoe, Ryan Zheng, Ray Porter, David Thewlis, Billy Crudup, Lisa Loven
Después de años de campaña en redes adentrándose en terrenos de la ilusión desbordada por un lado y la toxicidad más incomprensible por otro e incluso de una inusual filtración en HBO Max al reproducir Tom & Jerry (Tim Story, 2021) que, como era de esperar, volvió a servir como excusa para agitar el avispero de las conspiraciones en la sombra contra su visionario director La Liga de la Justicia de Zack Snyder llegaba a la plataforma propiedad de Warner Bros el pasado día 18 de marzo en olor de multitudes virtuales. Ha pasado más de medio mes del estreno del largometraje y todavía hoy se comenta en redes, pero lo que ahora nos ocupa no es el mucho tiempo libre que ciertas personas dedican a un director y un universo ficcional al que se ha otorgado una injustificada y desproporcionada dimensionalidad, sino reseñar la obra cinematográfica en concreto.
Como todos sabemos lo que llegó a los cines en 2017 fue una versión de Justice League de la que Zack Snyder tuvo que desvincularse debido a una tragedia familiar y Warner Bros, en su afán por seguir construyendo chapuceramente su DC Extended Universe, despidió a Snyder y contrató los servicios de un Joss Whedon que en principio iba a colaborar con algunos diálogos del guión viéndose posteriormente implicado en el proyecto para intentar parchearlo de mala manera asumiendo lo que la productora le solicitó y sin poder aportar su propia impronta, en las antípodas de la del autor de 300 o Watchmen, alumbrando un monstruo de frankenstein para salir al paso que redujo una obra de proporciones mastodónticas a una cinta entretenida, muy irregular y excesivamente liviana para salir del paso.
Lo que finalmente ha visto la luz ha sido lo más cercano a la visión que tenía Zack Snyder de lo que iba a ser su Liga de la Justicia, ya que su intención era la de construir una miniserie de cuatro o seis episodios que, ante la negativa de Warner Bros, ha quedado reducida, aunque usar esa expresión en este caso sea un eufemismo, a una película de casi cuatro horas dividida en seis partes. Recuperando el material rodado por el director de Amanecer de los Muertos (2004) que se vio en cines hace cuatro años, el desechado de su montaje inicial que nunca se oficializó, añadiendo un nuevo prólogo rodado para la ocasión y aportando una inyección presupuestaria de 70 millones de dólares lo que puede verse en Zack Snyder’s Justice League es la culminación de su particular mirada hacia personajes nacidos en DC Comics, con todo lo bueno y malo que ello conlleva, que se inició en 2013.
Algo que no se puede negar de ninguna manera es que esta nueva versión de La Liga de la Justicia es un producto 100% Zack Snyder. Desde que El Hombre de Acero llegó a los cines un servidor siempre ha defendido que la visión de los personajes de DC Comics en general y de Superman en general ofrecida por el cineasta estadounidense está muy alejada de lo que los lectores llevamos viendo en viñetas durante décadas. Snyder tiene la idea de que todos los superhéroes deben ser taciturnos, oscuros o de reminiscencias mesiánicas y si ese punto de vista puede funcionar con los personajes de 300, Watchmen e incluso el Batman de Ben Affleck, que hunde sus raíces en el ideado por Frank Miller en El Regreso del Caballero Oscuro, el alter ego extraterrestre de Clark Kent no debería ser pasado por ese tamiz, a menos que lo que quiera adaptar su ideólogo sea el videojuego Injustice o algún elseworld centrado en Hombre del Mañana.
Habiendo razonado esto y siendo consciente de que lo encapsulado en La Liga de la Justicia de Zack Snyder es “su versión” de dichos iconos a un servidor no le queda más remedio que admitir encontrarse con una producción notable en la que su máximo responsable ha depositado toda su profesionalidad y compromiso para ofrecer un espectáculo pirotécnico de primer nivel, siempre dentro de los parámetros establecidos dentro del universo del blockbuster comercial típicamente hollywoodiense. En ese sentido Snyder no hace prisioneros para hiperbolizar, y en ocasiones hasta hipertrofiar, lo que según él debería ser una película de superhéroes inspirada en el mundo del cómic. El resultado será una orgiástica homilía para sus fans más enfervorecidos, una ridiculez para sus detractores más furibundos y un simple entretenimiento, bien o mal rematado, para los que nos encontramos en un término medio.
Desde su magnífico prólogo Zack Snyder da rienda suelta a su pasión por la épica desmesurada siempre sustentada en un acabado visual que para unos es considerado de una belleza superlartiva y para otros de un mal gusto avasallador. Esta será la tónica a lo largo de las cuatro horas de metraje en las que pareciera como si el director quisiera que cada plano, cada encuadre, cada uno de sus famosos ralentís supusieran el momento culminante de la obra. Esta tendencia a epatar visualmente al espectador puede transformar el visionado del film en puro gozo para unos y una tortura para otros, pero ciertamente se adecúa a la historia sobre la que se construye la cinta. Un servidor mentiría si no admitiera que en más de una ocasión alucinó con la composición visual del realizador aprovechando al máximo ese polémico e innecesario formato 4:3 que ha hecho correr ríos de tinta real y digital.
Cada batalla, cada combate cuerpo a cuerpo, cada explosión o tiroteo tiene el sello estilístico de su director, una tendencia a la sobrexplotación que emparenta muchos de los planos más dinámicos a splash pages de dibujantes como Jim Lee, Marc Silvestri o el difunto Michael Turner. El problema es que en ocasiones Snyder se pasa de frenada y lo que comienza siendo grandilocuente y solemne acaba deviniendo en hortera y hasta involuntariamente cómico. Tomemos como ejemplo la famosa escena del rescate de Iris por parte de Barry que desemboca en la escena más sonrrojante de las dos versiones existentes de la película. Una secuencia en la que la reacción inexpresiva de la accidentada, el grimoso momento del pelo y el baile de salchichas al ritmo de Song to the Siren, versión de Rose Betts, convierten todo en un desfile de sinrazones y decisiones rocambolescas que sólo pueden dar pie a la carcajada.
Y aprovechando la escena de marras podemos meternos en lo que son las carencias de la película, que haberlas haylas y algunas menoscaban el buen resultado del conjunto de la obra. Aunque previamente he confirmado asumir y aceptar lo que Zack Snyder ofrece con su propuesta se me hace imposible no arquear la ceja con esa Wonder Woman valkiria salvaje capaz de volar por los aires a un atracador ante la mirada de un grupo de niños o decapitar a un enemigo ya vencido, además de a un Superman matón que se ceba con un Steppenwolf incapaz de defenderse mostrando una versión que poco o nada tiene que ver con el de los cómics siendo hasta la de Whedon de la anterior versión del film mucho más respetuosa a pesar de su penoso no bigote digital. Todo en concomitancia con esa innecesaria manía de asumir que lo violento y oscuro es más adulto añadiendo incluso pasajes ligeramente sangrientos a una película que no los necesita quedando tan impostados como los incluidos en Aves de Presa (Y la Fantabulosa Emancipación de Harley Quinn).
Mejor parados salen Cyborg y Flash. El primero se convierte en el alma de la película y viendo la gran cantidad de metraje y relevancia que se le quitó en la versión de 2017 en parte se comprende el enfado de Ray Fisher. De esa hora y media de metraje inédito muchos minutos están dedicados a dar un trasfondo y unas inquietudes a Victor Stone, que también ve más enriquecida la relación mantenida con su padre Silas Stone (Joe Morton) ofreciendo al espectador un personaje más interesante que el de la anterior Liga de la Justicia. Barry Allen también sale reforzado, ya que si Cyborg se revelaba como el alma del film, el rol de un entregadísimo Ezra Miller es el corazón. Si aceptamos que siga siendo la descarga cómica de la velada, algo que se achacó exclusivamente a Whedon, el héroe creado por Robert Kanigher y Carmine Infantino cobra una nueva dimensión en este montaje y protagoniza la mejor secuencia del mismo, la de su carrera final para manipular el tiempo con ecos al Superman de Richard Donner.
En el apartado técnico encontramos luces y sombras. Poco se puede achacar a la labor de Zack Snyder detrás de las cámaras ya que sigue fiel a sí mismo a su megalómana puesta en escena. Pero sí es cierto que los efectos digitales no siempre están a la altura. Mientras la batalla la alianza unificada, los combates submarinos en Atlantis, las apariciones de Darkseid o el clímax final lucen un meritorio CGI pasajes como el asalto a Temiscira, el rediseño de personajes como Steppenwolf o la armadura de Cyborg cuando la luz se ve reflejada en ella muestran unas carencias que rompen la homogeneidad de la obra. El colmo de esta debilidad asumida por el film llega con el controvertido epílogo en el que Snyder se ve en la obligación de tirar de primeros planos muy cerrados para que no se noten los cromas delatando el nulo diseño de producción y aún así cuando Cyborg se quita la capucha y muestra su cuerpo completo es inevitable sentir un escalofrío subiendo por la espalda.
A colación del epílogo un servidor no puede considerarlo más innecesario. Aunque trata de mantener cierta coherencia con la “kinghtmare” de Batman vs. Superman: El Amanecer de la Justicia el único fin de esta secuencia protagonizada por Batman, Mera, Deathstroke, el ya citado Cyborg, Superman y el insufrible Joker de Jared Leto es dejar una puerta abierta para que los fans más extremistas de Zack Snyder sigan exigiendo a Warner Bros que le dejen hacer más películas con los superhéroes de DC Comics, algo que ha quedado cristalino al convertir la campaña del ReleaseTheSnyderCut en una renovada RestoreTheSnyderverse con la que algunos usuarios de redes sociales, por suerte no todos, ya han protagonizado momentos de mal gusto y desvergüenza. Comportamientos que no benefician en absoluto a un posible regreso del director para seguir con su microcosmos ficcional.
Zack Snyder’s Justice League es un colosal divertimento, la muestra quintaesencial de lo que es el discurso de su director convertido en un elseworld compuesto por seis grapas o prestigios que ponen fin, al menos por ahora, a la trilogía con la que asentó las cuestionables y no muy sólidas bases de ese DCEU con el que Warner Bros sigue sin saber exactamente qué hacer. Sus cuatro horas de desenfreno wagneriano ofrecen los suficientes aciertos para que obviemos algunas carencias que llegan incluso a restar puntos al conjunto, pero nunca a ensombrecer en demasía la experiencia de ver a estas deidades cinematográficas repartir estopa en pantalla a ritmo de Junkie XL y la playlist del Spotify de su director. Aunque reniego de gran parte del movimiento al que ha dado forma e incluso de algunos comportamientos del mismo Snyder me alegra que su película haya salido a la luz y la haya culminado dedicándola a su hija Autumn. No es arte, no es gran cine, pero es entretenimiento puro y en ese sentido no puedo más que quitarme el sombrero.
"Las causas perdidas no lo son del todo si alguien lucha por ellas"
Aunque pasó bastante desapercibida, incluso dentro del tipo de ficción al que se adscribe, la primera temporada de Doom Patrol se convirtió en una de las mejores series del año 2019, no ya dentro de las producciones audiovisuales dedicadas a adaptar los personajes de cómics a imagen real, sino dentro de cualquier género que pudiera cultivarse dentro del medio televisivo o las plataformas digitales de pago por visión. Nacida como spin off derivado de la serie Titans,Doom Patrol llegó a DC Universe, para más tarde pasar a HBO, como una adaptación bastante fiel de la gloriosa y renovadora etapa de los personajes escrita por Grant Morrison y dibujada por Richard Case a finales de los 80. Como recordamos, por aquel entonces los personajes creados por los guionistas Bob Haney y Arnold Drake, acompañados del dibujante Bruno Preamini, en junio de 1963 dentro de las páginas de My Greatest Adventure #80 vivían las horas de popularidad más bajas de su vida editorial. Pero Morrison y Chase insuflaron nueva vida a base de imaginación desbordada, surrealismo y metalenguaje.
Esta época de la Patrulla Condenada que a día de hoy sigue siendo una de las mejores de la historia de DC Comics, y posteriormente el sello Vertigo, fue la elegida por Jeremy Carver, creador y showrunner de la serie, con el respaldo de los productores Greg Berlanti y Geoff Johns o Sarah Schechter. En el apartado artístico encontrábamos a Timothy Dalton (Niles Culder/el Jefe), Diane Guerrero (Crazy Jane y sus otras 64 personalidades) April Bowlby (Elasti-Girl/Rita Farr) Joivan Wade (Cyborg/Victor Stone) y dos casos curiosos como los de Brendan Fraser (Cliff Steele y voz de Robotman) y Matt Bomer (Larry Trainor y voz de Negative Man) que junto a Riley Shanahan y Matthew Suk, los actores que realmente los interpretan cuando llevan puestos sus atuendos, daban forma a dichos personajes. A ellos se sumaba Alan Tudyk (Mr. Nobody/Eric Morden), dando vida, no sólo al villano principal de la temporada, sino también al demiúrgico narrador de la historia planteada.
El resultado no sólo fue, como ya hemos apuntado previamente, una adaptación notablemente respetuosa con los cómics diseñados por Grant Morrison y Richard Case, sino una de las series más originales, atípicas, divertidas, alocadas y emotivas de la ficción reciente y la, con mucha diferencia, mejor producción adscrita a DC Entertainment, independientemente de si su origen es cinematográfico, televisivo o de pago por visión. El acabado visual de todos y cada uno de los episodios, la mezcla entre carisma, ternura, tragedia y humor negro de un reparto en estado de gracia interpretando a personajes tridimensionales con los que era imposible no empatizar; el divertidísimo uso del metalenguaje y la intertextualidad por parte del villano interpretado por Alan Tudyk o la aparición de míticos secundarios de las viñetas como Flex Mentallo, Danny, la Calle o el Cazador de Barbas convirtieron la primera temporada de Doom Patrol en un logro mayúsculo que mereció un mayor reconocimiento debido a su trascendente amalgama entre entretenimiento bizarro y emotividad perfectamente conjugada.
Por suerte esos primeros quince episodios funcionaron lo suficientemente bien como para que Warner Bros diera continuidad al show con una segunda temporada que debutaría paralelamente en DC Universe y una por aquel entonces recién nacida HBO Max. El 25 de julio de 2020 llegaba esta nueva entrega de Doom Patrol y lo hacía con una importante incorporación en su reparto, la de Abigail Shapiro como Dorothy Spinner, rol que sólo apareció, sin mostrar su rostro, en el último episodio de la primera temporada. Este personaje se convierte en el epicentro de la los diez episodios que configuran este nuevo gran arco de la serie creada por Jeremy Carver, ya que gran parte de la trama gira en torno a sus enormes poderes y las desastrosas consecuencias a las que puede dar lugar cada vez que “pide un deseo” y permite a sus amigos imaginarios tomar forma corpórea en nuestra realidad. Dicha situación es alumbrada por primera vez en el flashback de 1927 centrado en la pequeña niña con facciones simiescas en el que es adoptada por Niles Culder después de dar rienda suelta de manera involuntaria a una masacre en la carpa del circo en el que era brutalmente expuesta y maltratada por su dueño.
Pero afortunadamente el interesante perfil psicológico de los personajes en el que más que superhéroes son retratados como marginados con notables problemas psicológicos derivados de pasajes traumáticos pertenecientes su pasado, algo que ya estaba en la visión que de ellos dio Grant Morrison en su ya citada etapa, siguen imperando en las distintas tramas de esta temporada. Crazy Jane y la crisis relacionada con sus distintas personalidades, Robotman y Negative Man persiguiendo su pasado familiar, Elasti-Girl intentando controlar sus poderes y recuperar su vida como estrella cinematográfica, Cyborg comenzando una relación sentimental con su compañera de terapia y el Jefe intentando contener el peligroso don de su hija muestran un abanico de diferentes dilemas morales y afectivos con el que Doom Patrol se sigue confirmando como una de las series actuales con una mejor galería de protagonistas que a pesar de su naturaleza extraña y poco común consiguen empatizar con un espectador que lo tiene muy fácil para conectar con los problemas, muy humanos, de estos siete personajes a los que se suma Dorothy como nueva incorporación.
Precisamente es la incorporación al cast de Abigail Shapiro como Dorothy el mayor acierto de esta segunda temporada. La hermana de Milly Shapiro (Hereditary) captura de manera brillante la mezcla entre ternura, tragedia y terror que transmitía el personaje en los cómics de Doom Patrol en general y en la etapa de Morrison y Case en particular. Su lenguaje corporal, voz cándida y el buen hacer de los sencillos efectos de maquillaje conjuran un personaje del que es imposible no enamorarse y que la pequeña actriz acomete con una convicción y profesionalidad impropia de una niña de su edad con pocos trabajos interpretativos a sus espaldas. A Shapiro le acompaña un equipo artístico que ya en la primera temporada demostraron haber sido elegidos por la divina providencia para dar vida a sus papeles y que en esta nueva entrega consiguen desarrollar y llenar de matices haciéndolos sobresalir con respecto a cualquier otro personaje de DC Comics extrapolado al medio audiovisual. Lo único que se echa de menos es al Mr. Nobody de un inconmensurable Alan Tudyk que, esperemos, pueda volver como villano en alguna de las próximas, esperemos que muchas, temporadas de la serie, ya que la aparición puntual de villanos como Red Jack son agradables, pero saben a poco.
Aunque se pierde el factor sorpresa y el uso delirante y genuino del metalenguaje aportado por el villano interpretado por el Hoban “Wash” Washburne de Firefly y Serenity con respecto a la primera temporada, la segunda parte de Doom Patrol sigue siendo un producto que, como ya apuntamos al inicio de esta entrada, trasciende las adaptaciones de personajes de cómics a imagen real para consolidarse como una de las mejores series actuales, algo que sintetiza de manera impecable el maravilloso episodio Sex Patrol, una genuina oda a la diversidad y la inclusividad. Afortunadamente su paso a HBO Max resultó un gran éxito, convirtiéndose en una de las producciones propias más vistas de la plataforma de pago por visión, de manera que en el DC FanDome de septiembre de 2020 se confirmó su renovación por una tercera temporada que llegará a nuestras pantallas en algún momento, todavía sin especificar, del presente año. Aunque no tiene una vinculación directa con la serie es muy de agradecer que un proyecto tan remarcable como Doom Patrol haya sido construido por sus máximos responsables en base a los geniales e inteligentes planteamientos argumentales que Grant Morrison desplegó a lo largo de los tres años que permaneció en la colección con el respaldo de Richard Case a los lápices. Por suerte nos queda Grant Morrison para rato en la ficción audiovisual.
"Bly es como un pozo gravitatorio, es fácil que te atrape"
Todos los años Netflix estrena alguna serie de nuevo cuño que destaca notablemente sobre el resto de su catálogo. En 2018 fue el turno de La Maldición de Hill House, una nueva adaptación de la novela homónima de Shirley Jackson (San Francisco, 1916-1965) que ya fue trasladada a la pantalla grande en 1963 por Robert Wise y en 1999 por Jan De Bont. El encargado de escribir y dirigir el proyecto fue el cineasta estadounidense Mike Flanagan, viejo conocido del género de terror gracias a films como Hush, Oculus: El Espejo del Mal, Somnia: Dentro de tus Sueños o El Juego de Gerald, adaptación de la novela homónima de Stephen King y su primer trabajo al servicio de la famosa plataforma de streaming. Con una puesta en escena soberbia que llegaba a cotas de paroxismo técnico en el alabado sexto episodio, Two Storms, un guión fiel a la esencia de la novela, pero adaptado a la narrativa audiovisual contemporánea y acompañado de un reparto brillante en el que brillaban tanto adultos como menores de edad The Haunting of Hill House se convirtió en un éxito de crítica y público y en la opus magna de un cineasta al que convenía seguir de cerca.
Tras la calurosa bienvenida de esta primera temporada Mike Flanagan no tardó mucho en confirmar que Netflix había renovado para una nueva tanda de episodios que en esta ocasión seguiría la temática de casas encantadas para conformar una antología, pero trasladaría otra novela y no contaría, como es lógico, con los mismos personajes de La Maldición de Hill House, aunque sí con algunos de sus actores interpretando roles diferentes. La elección fue otro clásico de la literatura fantástica y de terror como Otra Vuelta de Tuerca, posiblemente la obra más reconocida del escritor estadounidense Henry James (New York 1843-1916) que ha conocido incontables adaptaciones audiovisuales para la gran y pequeña pantalla. De todas ellas destaca Suspense (The Innocents, Jack Clayton, 1963) una incontestable obra maestra protagonizada por Deborah Kerr que marcó a fuego su impronta dentro del género como podemos ver en cientos de sus herederas como Al Final de la Escalera (The Changeling, Peter Medak, 1980) o Los Otros (Alejandro Amenábar, 2001) o esta de Mike Flanagan que le rinde tributo de múltiples maneras, la más explícita recuperando la inquietante nana O Willow Wally que sonaba en aquella. Profesionales tan dispares como Dan Curtis, John Frankenheimer, Eloy de la Iglesia, Antoni Aloy o Floria Sigismondi dieron su visión, más o menos acertada, de aquella historia de fantasmas que supuestamente asediaban la mansión victoriana de Bly.
De esta manera nacía La Maldición de Bly Manor, abordada no sólo como una adaptación de Otra Vuelta de Tuerca, sino también de otros relatos fantasmales escritos por el autor de Retrato de Una Dama que no habían conocido hasta el momento traslación al medio cinematográfico y televisivo. Todo un reto para Mike Flanagan y sus colaboradores a los guiones que debían construir un argumento cohesionado conformada por diferentes historias que, más allá de compartir temática y autor, no tenían demasiado que ver las unas con las otras. El casting, encabezado por Victoria Pedretti, cuenta con Amelia Eve, Rahul Kohli, T’Nia Miller, Henry Thomas, Tahirah Sharif, Kate Siegel, Oliver Jackson-Cohen, Carla Gugino o los niños Benjamin Evan Ainsworth y Amelie Bea Smith entre otros. La mayor diferencia entre La Maldición de Bly Manor y su predecesora en lo referido al apartado técnico, algo de lo que hablaremos más adelante, es que en esta ocasión Mike Flanagan no es el director de todos los episodios debido a, suponemos, sus compromisos con Doctor Sueño (2019) o la futura serie Midnight Mass, de manera que después de rodar el primer episodio delega responsabilidades en realizadores como Ciarán Foi, Liam Gavin, Ben Howling, Yolanda Ramke, Axelle Carolyn o E.L. Katz.
Entre las muchas virtudes que poseía de La Maldición de Hill House destacaba notablemente la labor detrás de las cámaras de Mike Flanagan, que gracias a asumir la responsabilidad de la realización de toda la temporada no sólo daba una encomiable homogeneidad al acabado visual de la obra, también podía llevar sus capacidades como profesional del medio a límites que nunca había alcanzado en sus largometrajes previos debido a la lógica escasez de metraje de los mismos. En cambio La Maldición de Bly Manor encuentra su mayor fortaleza en su escritura y construcción narrativa. Los guiones planteados por Mike Flanagan y sus nueve colaboradores, entre ellos su hermano James Flanagan, no sólo consiguen construir un entramado sólido y complejo en el que conviven con Otra Vuelta de Turca otras obras de Henry James como La Esquina Alegre, La Bestia en la Selva o El Altar de los Muertos, algunas de ellas dando nombre a varios de los capítulos del proyecto, sino también perfilando una galería de personajes tridimensionales, con sus miedos y anhelos, que nos permiten a empatizar con las distintas historias en las que se ven implicados todos ellos y que en esta ocasión toman como epicentro el amor abordado desde distintas y poliédricas perspectivas.
Porque si hay un motivo por el que La Maldición de Bly Manor ha sido bastante más polémica de cara a los espectadores y la prensa especializada que su predecesora es que no se trata de una historia de terror, sino de un romance gótico contextualizado en un entorno sobrenatural. De esta manera la atmósfera inquietante, los sustos perfectamente medidos y nada gratuitos o las presencias fantasmales en segundo plano que ya son un clásico de la serie no copan tanto protagonismo como las relaciones interpersonales de las criaturas que pueblan o poblaron Bly Manor. La relación de Dani (Victoria Pedretti) y Jamie (Amelia Eve), la de Hannah (T’Nia Miller) y Owen (Rahul Kohli), la de Henry Wingrave (Henry Thomas) y Charlotte Wingrave (Alex Essoe) o la de Peter Quint (Oliver Jackson-Cohen) y Miss Jessel (Tahirah Sharif) se mueven a placer entre lo prohibido, el trauma, la toxicidad, la no consumación y la tragedia permitiendo a Mike Flanagan y su equipo de escritores desarrollar distinto tipo de perfiles psicológicos y como estas afrontan sus relaciones sentimentales de distinta manera. Con respecto a este tema es todo un acierto dar bagajey trasfondo a Quint y Jessel, abordados en la mayoría de adaptaciones de The Turn of The Screw como perversas presencias fantasmagóricas que aquí tienen un pasado y unas motivaciones que los humanizan con notable acierto.
En lo que si se asemejan La Maldición de Hill House y La Maldición de Bly Manor es que en ambas temporadas encontramos un par de episodios que destacan por encima del resto debido a que son acometidos por sus máximos responsables de manera diferente desde una perspectiva audiovisual o . Si en la adaptación de la novela de Shirley Jackson era, sobre todo, el ya citado Two Storms, rodado con virtuosos e interminables planos secuencia, el que suponía un punto de inflexión en la traslación de la obra de Henry James, aquí debemos mencionar el quinto, The Altar of The Dead, y el octavo, The Romance of Certain Old Clothes. El primero por utilizar el relato homónimo de James para facturar un soberbio ejercicio de deconstrucción narrativa en el que Mike Flanagan y su equipo de guionistas dan lo mejor de sí mismos con un episodio que tiene reminiscencias, intencionadas o no, al mítico episodio El Hijo del Relojero del cómic Watchmen, escrito por Alan Moore e ilustrado por Dave Gibbons. El segundo hace lo propio para diseñar un capítulo impresionante que conecta con los orígenes lo acontecido a lo largo de la temporada y que a su vez funciona como historia independiente, casi una película dentro de la misma temporada. Casi dos horas de ficción que están entre lo mejor visto este 2020.
Con un impecable reparto en el que todos los intérpretes hacen su trabajo de manera notable, aunque en el que destacan Victoria Pedretti, Henry Thomas, Oliver Jackson-Cohen, T’Nia Miller o la pequeña Amelie Bea Smith, y una puesta en escena minuciosa y elegante, pero en la que se echa en ocasiones de menos el talento de Mike Flanagan para tensar las situaciones de terror, La Maldición de Bly Manor se revela como una de las mejores series del 2020 por las virtudes aquí comentadas, no pocas ni de escasa relevancia. Ciertamente aquellos que vayan buscando algo muy similar a La Maldición de Hill House o una historia de miedo ortodoxa y al uso saldrán decepcionados de la experiencia, porque como ya hemos afirmado esta nueva entrega de la antología ideada por Mike Flangan es una historia de amor múltiple entre almas en pena, las vivas y las que, teóricamente, ya no comparten plano de existencia con nosotros. Antes de embarcarse en una supuesta tercera temporada de la antología “The Haunting”, que todavía no ha sido confirmada, Flanagan se sumergirá en la ya citada Midnight Mass, otra serie de terror para Netflix de la que sólo sabemos que contará con algunos de sus actores habituales y abordará el fanatismo religioso en una comunidad aislada de la civilización. Esperaremos con no pocas ganas estas dos producciones o cualquier otra relacionada con este interesante narrador que poco a poco va ganándose la posición que merece dentro de Hollywood.