Título Original The Hobbit: The Desolation of Smaug (2013)
Director Peter Jackson
Guión Philippa Boyens, Fran Walsh, Guillermo del Toro y Peter Jackson, basado en la novela de J.R.R. Tolkien
Actores Martin Freeman, Ian McKellen, Richard Armitage, James Nesbitt, Aidan Turner, Graham McTavish, Jed Brophy, Luke Evans, Benedict Cumberbatch, Stephen Hunter, Ken Stott, Evangeline Lilly, Orlando Bloom, John Callen, Adam Brown, Dean O'Gorman, William Kircher, Peter Hambleton, Mark Hadlow, Lee Pace, Sylvester McCoy, Cate Blanchett, Mikael Persbrandt, Stephen Fry, Ryan Gage
Nueva entrega de la segunda trilogía que el cineasta neozelandés Peter Jackson está realizando sobre la obra y personajes del escritor inglés de origen sudafricano J.R.R. Tolkien. Al igual que El Hobbit: Un Viaje Inesperado esta secuela está basada en el libro El Hobbit, el primero que el autor de El Silmarillion escribió sobre los personajes de la Tierra Media. El largometraje ha dejado muy satisfecho a un servidor, más que el anterior, pero bien es cierto que todos los aciertos y fallos de aquel se ven acentuados en este, dejando mejor sabor de boca en el espectador pero aumentando en el mismo esa sensación de que el director de Mal Gusto o Braindead nos está tomando el pelo y sacando los cuartos innecesariamente por culpa de su ambición, la de Warner Bros y la de New Line Cinema.
Bilbo Bolsón (Martin Freeman), Gandalf (Ian McKellen) y los trece enanos comandados por Thorin Escudo de Roble (Richard Armitage) siguen su travesía para reclamar el tesoro de Erebor propiedad de los antepasados de este último. En el trayecto atravesarán el Bosque Negro, serán capturados por los elfos comandados Thranduil (Lee Pace), su hijo Légolas (Orlando Bloom) y Thauriel (Evangelin Lily) y tendrán que enfrentarse a los orcos para finalmente llegar a Esgaroth (Ciudad del Lago) con la ayuda de Bardo: El Arquero. Allí el avispado hobbit y sus acompañantes subirán a la Montaña Solitaria para reclamar lo que pertenece a los enanos, no sin antes enfrentarse al gigantesco dragón Smaug que tiene en su poder las riquezas y que no se lo pondrá nada fácil a nuestros viajeros.
El Hobbit: La Desolación de Smaug es la confirmación de que Peter Jakcson es, por un lado, un sacacuartos de cuidado que parece haber hecho un curso intensivo con George Lucas para exprimir hasta el paroxismo sus grandes exitos detrás de las cámaras para enriquecerse monetariamente gracias a unos espectadores que nos tragamos lo que nos echen con tal de ver nuestros personajes favoritos saltar una vez más de las páginas al celuloide. Pero por otro también le oficializa como un amante de su trabajo, un avispado freak que sabe qué debe dar a sus seguidores y cuándo debe dárselo alargando innecesariamente (pero con inteligencia, sarna con gusto no pica) un libro de poco más de 300 páginas en una trilogía que si contamos los montajes extendidos de cada uno de los films que la componen se quedará, más o menos, en un enorme monstruo fílmico de unas nueve horas de metraje a todas luces excesivas.
Esta segunda entrega al igual que la anterior, pero potenciándolo todo exponencialmente, busca esa mezcla del tono de ligera aventura que tiene el libro original con la majestuosidad que poseía la anterior trilogía de El Señor de los Anillos que rodó el director de Criaturas Celestiales durante la pasa década. Por el camino se hiperbolizan los aciertos de esta nueva saga como la acción, el humor, la ya mencionada épica durante las batallas, huídas o persecuciones y secuencias en las que los personajes se lanzan amenazas lapidarias tan propias de las criaturas del imaginario tolkieniano. Pero también se alargan excesivamente pasajes que en el libro se mencionaban de pasada o se introducen subtramas nuevas que no existían en la mencionada novela con la excusa de añadir personajes famosos de la trilogía original (Légolas) o incluir algunos de nuevo cuño (Tauriel) que han sido creados por Jackson sólo para añadir una innecesaria y estereotipada subtrama romática en forma de posible futuro triángulo amoroso.
Porque si bien hay pasajes en The Hobbit: The Desolation of Smaug que podrían adscribirse a los mejores jamás rodados por Jackson dentro de sus adaptaciones de la obra de Tolkien que ha llevado a cabo hasta el momento (la recta final en el Monte Solitario con Smaug contiene momentos brillantes) también hay secuencias que se antojan alargadas y un tanto dispersas. Lo más curioso es que los momentos en los que Jackson más renquea a lo largo del metraje son los que ha inventado como morralla para abultar la duración del film y que en muchas ocasiones son innecesarios. La mayoría tienen que ver con el personaje de Tauriel, que por mucho esfuerzo que ponga Evangeline Lily en interpretarlo no deja de ser un rol añadido totalmente de relleno para el conjunto de la película. Sus alargadas conversaciones con Légolas (cuya presencia aquí está justificada sólo por ser parte de las dosis de fanservice con las que Jackson quiere agasajar a los fans, porque en el libro no aparece) o Kili se antojan pomposas e impropias de la prosa de Tolkien por mucho que el director de The Lovely Bones y sus guionistas quieran emularla.
Pero los fallos que pueda tener el largometraje (y que no lo neguemos, ya estaban en El Hobbit: Un Viaje Inesperado) son solapados con incontables escenas de acción magníficamente rodadas, batallas de notable acabado, persecuciones vertiginosas (la de los barriles funciona al 100% y los añadidos de humor le sientan como "un anillo") y unos efectos digitales que superan a los de la primera parte y que aunque dan la impresión de que el film está sobreproducido (¿qué películas de las de Jackson relacionadas con El Señor de los Anillos no lo están?) casi en todo momento están al servicio de la historia. Para acentuar ese tono épico que tan bien le queda al neozelandes (y que en El Hobbit como obra literaria aún no estaba, digan lo que digan) se permite licencias como incluir a Saurón como oscura amenaza en la sombra que en el primer libro de Tolkien sobre los personajes de la Tierra Media era inexistente pero que aquí le sirve para darle más minutos de metraje a Gandalf cuando comienza su aventura paralela en solitario al investigar las tumbas de Nazgûl.
Hay momentos muy logrados como el tono amenazante del pasaje con las arañas gigantes, el ya mencionado de los rápidos con los barriles y el ataque (metido con calzador en el guión pero muy conseguido) por parte de los elfos comandados por Légolas y Tauriel a los orcos, estos también amenazantes y muy conseguidos gracias a los efectos digitales algo que ya se dejaba notar en la primer parte. Peter Jackson inyecta vivacidad a la cámara (a veces demasiado) y su ya famosa puesta en escena logra que los 160 minutos del metraje no pesen en ningún momento porque la trama no da un respiro a la platea. Al guión sí le podríamos poner fallos con respecto a añadir relleno o alargar pasajes como ya he mencionado previamente pero lo más reprobable es que el mismo Bilbo es un personaje más secundario aún que en la primera parte, aunque dicha mácula se compensa con lo logrados que están los momentos en los que él es protagonista absoluto.
Pero sí, Smaug es el mayor acierto de la película. La presencia del dragón se antoja titánica, poderosa, inmensa, su diseño es excelente y posiblemente nunca se ha visto en pantalla a una de estas criaturas mitológicas lanzar lenguas de fuego tan brutales como las que podemos ver en esta película. Hasta la voz del personaje (en la versión original la imponente de Benedict Cumberbatch, en castellano la muy convincente de Iván Muelas y nadie lo diría pensando que puso voz a Will Smith en El Principe del Bel Air, Nicholas Brendon en Buffy Cazavampiros o Philip J. Fry en Futurama, voces juveniles y normalmente agudas) tiene fuerza, personalidad y carácter. Por descontando que en pantalla grande y 3D (buen uso del formato, mejor que en la primera parte. aunque no así los 48fps que por muy buena resolución que tengan aceleran en demasía los pasajes dinámicos y convierten en algo confusas las escenas de acción) la presencia de Smaug se disfruta mucho más tanto en imagen como en sonido.
El Hobbit: La Desolación de Smaug sigue la senda de la anterior entrega pero para el que suscribe la depura y supera. Por el camino como ya he comentado tenemos hallazgos y fallos, escenas memorables y pasajes olvidables, traslaciones fieles de las letras a imágenes y la inclusión de subtramas innecesarias y vacuas que lo único que hacen es entorpecer el desarrollo de la historia principal. Pero Jackson es perro viejo y nos sigue regalando a un Bilbo tan astuto como dubitativo, un Thorin carismático y con personalidad, un Gandalf sabio y entrañable, unos enanos bonachones y nobles y unos elfos orgullosos y guerreros, todos interpretados por unos actores que saben lo que hacen y localizando su historia en una Tierra Media vasta e infinita sustentada en un diseño de producción a la altura y un director al que podemos tildar tanto de genio como de tahúr. El caso es que el viaje sigue mereciendo la pena y un servidor ya tiene ganas de ver esa El Hobbit: Partida y Regreso que abarcará una enorme batalla final que esperemos esté a la altura.