Título OriginalWheelman(2017) DirectorJeremy Rush GuiónJeremy Rush RepartoFrank Grillo, Caitlin Carmichael, Garret Dillahunt, Wendy Moniz, John Cenatiempo, Slaine, William Xifaras, Precious White
Nueva producción cinematográfica distribuida por Netflix y estrenada el pasado 20 de octubre dentro del catálogo de la famosa plataforma de streaming. Wheelman es una producción impulsada por el actor Frank Grillo (Capitán América: El Soldado de Invierno) y el cineasta Joe Carnahan (Narc) ambos en labores de producción y el primero también como protagonista. Para escribir y dirigir el proyecto el elegido ha sido el cineasta estadounidense Jeremy Rush y la temática en la que se centra la película es la del conductor especializado en ayudar a criminales a fugarse tras perpetrar robos de distinta índole y que desde hace unos años hemos visto resurgir con piezas como Drive, de Nicolas Winding Refn, o variantes de este subgénero como Locke, de Steven Knight, entre otras. Al Crossbones de Marvel Studios le acompañan otros actores como Caitilin Carmichael (300: El Origen de Un Imperio), Wendy Moniz (House of Cards), Joe Cenatiempo (American Gangster), Shea Wigham (Boardwalk Empire) o Garret Dillahunt (Looper) que completan un interesante reparto en el que la obra puede sustentarse. Por desgracia el resultado es notablemente fallido, porque a una factura técnica muy interesante y las buenas intenciones del reparto debemos sumar un guión que a los pocos minutos de metraje comienza a mostrar las muchas costuras que le dan inconsistente forma abocando el largometraje al fracaso en no pocos aspectos que mencionaremos a continuación.
La primera secuencia de Wheelman deja claro desde bien pronto qué apartado es el que más va a destacar a lo largo del metraje del film. La puesta en escena de Jeremy Rush es intachable, a pesar de su bisoñez el cineasta debutante sabe posicionar adecuadamente la cámara, utilizar una amplia variedad de angulaciones y aprovechar el montaje para ofrecer un producto que en cuanto a su look visual deja muy satisfecho al espectador. El mérito es mayor todavía si tenemos en cuenta que el 95% del metraje de su ópera prima tiene lugar en el interior de un coche que se convertirá en el epicentro de la historia y el núcleo alrededor del que gravitarán todos los hechos internos y externos relacionados con la misma, así como los personajes secundarios que irán cruzándose en la carrera contrarreloj en la que se verá implicado el protagonista al que da vida Frank Grillo. De este modo Wheelman posee una carrocería brillante e impoluta que le da un aspecto inmejorable, pero el problema es que el motor que se esconde debajo de su capó no está a la altura de las circunstancias por ser un despropósito que cae en todos los fallos y lugares comunes de este tipo de films, sumándole otros extra que uno no esperaría en una pieza de esta naturaleza.
Para ejecutar una película que va a tener lugar casi por completo en una exigua localización como narrador hay que estar muy seguro de que el guión que tenemos entre manos es lo suficientemente bueno como para superar ese nada inane escollo. Posiblemente Jeremy Rush pensara que su trabajo de escritura para Wheelman era el adecuado y necesario para sacar adelante el proyecto, pero desde el punto de vista del espectador la realidad es otro totalmente opuesta. Con un punto de partida que recuerda en no pocos aspectos a Última Llamada (Phone Booth) la adrenalítica cinta de Joel Schumacher con un Colin Farrell encerrado en una cabina de teléfono asediada por un francotirador con la voz de Kiefer Sutherland Wheelman fagocita al cuarto de hora de metraje su propia impronta y explota antes de tiempo sus posibilidades narrativas. Una vez superado este periodo el libreto cae una redundancia alarmante y un subrayado agotador en el que la trama no avanza, o lo hace a trompicones, convirtiendo la única historia que vertebra el relato en un cúmulo de lugares comunes y caminos mil veces transitados que reducen el largometraje a lo que mencionábamos previamente, un producto llamativo desde el punto de vista de la realización, pero paupérrimo en cuanto a base argumental y desarrollo.
Para colmo en el último tercio del film, cuando el guión hace buen rato que ha demostrado no tener nada más que contar dando continuas vueltas sobre sí mismo, se incluye al personaje de la hija del protagonista que más allá de ser el catalizador de un par de secuencias de acción bien rodadas y que despiertan un poco a la producción del letargo sólo aporta una, hasta ese momento totalmente ausente, tonalidad sentimentaloide que sirve sólo como excusa para convertir lo que en principio parecía un protagonista con más de un secreto oculto y algunos interesantes claroscuros psicológicos en el manido héroe callado, recto, ex marido y padre ejemplar que lo hace todo por una hija por la que daría la vida. A estas alturas Wheelman se adentra en los terrenos del mundo del telefilm de sobremesa y ha perdido completamente al espectador mínimamente exigente que no dará crédito a cómo en tan poco metraje un proyecto como el de Jeremey Rush ha podido introducirse con tanta rapidez en la decadencia habiendo prometido en su arranque ser, como mínimo, una pieza de género más que estimable con bastantes hallazgos y virtudes a su favor que finalmente nunca son adecuadamente utilizados o explotados con sabiduría.
Con respecto al reparto por desgracia también tenemos que hablar de considerables carencias y no por la labor de los actores precisamente. Es digno de elogio que haya sido el mismo Frank Grillo el principal interesado en producir y protagonizar un largometraje como Wheelman, pero como actor es demasiado limitado e inexpresivo para acometer un rol que sustenta todo su peso en los diálogos en sesión continua que mantiene con sus interlocutores por medio del manos libres de su coche y en ese sentido a él, interprete de contrastada fisicidad curtido en otro tipo de celuloide de acción, se le notan las muchas carencias interpretativas de las que hace gala por mucho que se esfuerce a la hora de realizar su trabajo. En cuanto a los secundarios el despropósito es aún mayor porque los que previamente han demostrado ser buenos profesionales son despachados rápidamente (Shea Whigham) convirtiendo sus intervenciones en poco más que abultados cameos o dan vida a personajes profundamente estúpidos así como de una insustancialidad alarmante (Garret Dillahunt). El resto se reduce a mafiosos unidimensionales que no destacan más allá de ser una amenaza física para el protagonista y la hija interpretada por Caetlin Carmichael que no para de llorar y gritar al verse implicada en el peculiar y nada seguro oficio de su progenitor.
Wheelman es una oportunidad perdida para ofrecer una buena cinta de género con un planteamiento interesante y arriesgado. Jeremy Rush realiza un muy buen trabajo detrás de las cámaras y cuenta con un protagonista entregado que hace lo que puede para mantener a flote un personaje que poco a poco va convirtiéndose en un estereotipo rodante. Como previamente hemos apuntado esto se debe a un guión muy deficiente que comete algunos pecados mortales que ensamblados los unos con los otros se adentran hasta en el terreno de la paradoja si tenemos en cuenta que, por un lado, los escasos 82 minutos de metraje del film se hacen eternos por su inadecuado ritmo narrativo y por otro el final del mismo se antoja incompleto como si la historia hubiera sido abortada mucho antes de llegar a una conclusión satisfactoria, no sabemos si con la intención de buscar una secuela o por pura vagancia de sus responsables. Lo único que nos queda con Wheelman es el trabajo de su director, único aliciente que merece al 100% la pena dentro del proyecto, porque en el resto de apartados encontramos carencias, fallos, y una serie de decisiones desacertadas que convierten la cinta de Netflix en una de las propuestas cinematográficas más desaprovechadas de la plataforma de streaming, algo que no debería repetirse de cara aun futuro próximo si esperamos una adecuada evolución de la producción propia de la compañía estadounidense dirigida al mundo del largometraje.
El pasado día 28 de septiembre se estrenaba en cines y plataformas digitales de España Phantasma V: Desolación, quinta y última entrega de la saga creada por el cineasta estadounidense, de origen libio, Don Coscarelli en 1979 con aquella, ya de culto, cinta titulada Phantasma y que con un presupuesto irrisorio para la época supuso todo un inesperado éxito de taquilla a nivel mundial. El Hombre Alto, sus letales esferas voladoras y ejército de monstruosos enanos interdimensionales fueron un revulsivo de originalidad para el género una vez la década de los 70 exhaló sus últimos estertores de muerte y ante la llegada de los 80. Lo que en un principio iba a ser una sola entrega acabó convirtiéndose en una pentalogía que a pesar de no llegar a convertirse en el enorme éxito que se esperaba consiguió arrastrar una considerable horda de fans gracias al buen y hacer y el cariño con el que su autor la fue desarrollando a lo largo de los años, tomándose el tiempo necesario entre una y otra secuela y siempre manteniendo el espíritu de la obra primigenia aunque en ocasiones también dejándola evolucionar como propuesta cinematográfica.
Con motivo del ya mencionado estreno de la última entrega de la saga vamos a dedicar esta nueva entrada a hacer un repaso por la misma reseñando todas y cada una de las películas desde la primera de 1979 hasta la última con fecha de 2016. En el proceso incluiremos una breve biografía de Don Coscarelli, hablaremos de las virtudes y defectos de los largometrajes, su idiosincrasia y señas de identidad, evolución e involución en cuanto a solidez narrativa, personajes o presupuestos (Phantasma II: El Retorno fue la más cara de la saga, pero su fracaso de taquilla hizo que las siguientes entregas tuvieran muchos menos medios) y mencionaremos por el camino algunas de las trampas y trucos de trilero que utilizaba su creador con las idas y venidas de actores del reparto, continuidad, estructura, metareferencialidad y fanservice. Una vez hechas las presentaciones sólo quedar armarse a hasta los dientes con lanzallamas y escopetas recortadas de cuádruple cañón, tomar los mandos de nuestro Plymouth Barracuda y echarnos a la carretera, el Hombre Alto y sus huestes nos esperan y el funeral está a punto de comenzar.
Don Coscarelli, el maestro de ceremonias
Don Coscarelli Jr nació en Trípoli, Libia, el 17 de febrero de 1954, pero a muy temprana edad se trasladó con su familia al sur de California, en Estados Unidos. Desde niño mostró interés por el mundo audiovisual utilizando cámaras de todo tipo para realizar sus propias creaciones cinematográficas. Después de estudiar en una escuela de cine se dedicó a rodar cortometrajes en colaboración con amigos y vecinos consiguiendo algunos galardones por ellos. En 1976 con sólo 19 años su primer largometraje Jim the World’s Greatest, dirigido al alimón con Craig Mitchell, llamó la atención de Universal Pictures que decidió distribuirlo y ese mismo año también estrenó Kenny & Company, una tragicomedia familiar que tenía en su reparto a A. Michael Baldwin, el que sería el protagonista de su obra inmediatamente posterior y la que le dio fama mundial. Phantasma sorprendió a propios extraños por su atípica propuesta, supuso una pieza muy original dentro del género de terror porque también se alimentaba de la ciencia ficción o el drama y por el camino nos regaló uno de los villanos cinematográficos más recordados por los amantes de este tipo de celuloide, el Hombre Alto (“Tall Man” en su idioma original) al que daba vida un imponente Angus Scrimm.
Aunque el éxito de Phantasma fue más que notable la secuela tardó casi nueve años en llegar, y antes de eso en 1982 Don Coscarelli rodó otra pieza de culto, esta vez dentro del subgénero de espada y brujería adscrita a la Serie B, El Señor de las Bestias, competente cinta de aventuras protagonizada por Marc Singer y Tanya Roberts cuyo éxito dio pie a una trilogía y una serie de tv, producciones de las que Coscarelli se desentendió totalmente. No sería hasta 1988 que el cineasta estrenara Phantasma II: El Regreso, la secuela de su mayor éxito que a pesar del respaldo de Universal Pictures fue un fracaso de taquilla. Sólo un año después abordó Escuela de Supervivencia (Survival Quest) poco conocido thriller distribuido por Metro Goldwyn Mayer y protagonizado por Lance Henricksen, Catherine Keener y Dermot Mulroney. Después de seis años de silencio rescata su saga estrella con su tercera entrega Phantasma III: El Pasaje del Terror, con un presupuesto menor que el de su predecesora pero una respuesta favorable por parte del público, la misma que le permitiría abordar una cuarta titulada Phantasma IV: Apocalipsis con la que seguía evolucionando su creación, pero manteniendo su esencia original.
En 2002 llegaría uno de los éxitos más sonados de la última etapa de su filmografía, la alocada Buba Ho-Tep, una mezcla entre comedia y terror en la que Elvis Presley (Bruce Campbell) se une a un anciano negro que dice ser John F. Kennedy (Ossie Davis) para luchar contra un antiguo espíritu egipcio con propensión a absorber el alma de sus víctimas. Tres años después, en 2005, colaboró en la serie Masters of Horror, de la cadena de televisión por cable Showtime, con el episodio Esculturas Humanas, en el que volvería a colaborar con su actor fetiche Angus Scrimm. Su último producto detrás de las cámaras vio la luz en 2012 y se trataba de una mixtura entre comedia negra lisérgica y terror llamada John Muere al Final, que contaba en su reparto con nombres como Chase Williamson, Rob Mayes, Paul Giamatti, Clancy Brown o Doug Jones. Aunque después de esta última incursión en el mundo del largometraje Coscarelli no ha vuelto ha rodar nada como director en 2016 decidió dar carpetazo a su saga Phantasma con una quinta entrega llamada Phantasma V: Desolación en la que ejercía de productor y co guionista, pero en la que cedía la batuta de la realización a su colaborador David Hartman. Posiblemente Coscarelli nunca estará en la élite como autores de género con el nombre de John Carpenter, Tobe Hooper, Joe Dante, George A. Romero o Wes Carven, pero merece todo nuestro respeto por entregarse como un humilde artesano al terror y regalarnos en el proceso esta saga Phantasma que a continuación vamos a reseñar de principio a fin.
Phantasma (1979)
Título OriginalPhantasm(1979)
DirectorDon Coscarelli
GuiónDon Coscarelli
RepartoA. Michael Baldwin, Angus Scrimm, Bill Thornbury, Reggie Bannister, Kathy Lester, Terrie Kalbus
En el año 1979 un Don Coscarelli de 25 años consiguió sacar adelante Phantasma, su tercer trabajo como director. Se trataba de una pequeña película de terror con 300.000 dólares de presupuesto que se ocupó de dirigir, escribir, fotografíar, montar y co producir. El largometraje localizado en un pequeño pueblo de Oregon llamado Morningside sigue los pasos de Mike (A. Michael Baldwin) y Jody (Bill Thornbury) dos hermanos que acaban de perder a sus padres y que aunan fuerzas con Reggie (Reggie Bannister) un amigo y vendedor de helados local cuando descubren que hay algo peligroso detrás del misterioso sepulturero del pueblo. Este personaje se revela finalmente como el “Hombre Alto” un ser sobrenatural que roba los cadáveres de las tumbas para convertirlos en unos enanos monstruosos a los que mantiene como esclavos en otro plano dimensional y que siempre va escoltado por unas esferas plateadas voladoras que son capaces de perforar los cráneos de sus víctimas hasta vaciarles el cerebro. Aunque en un principio Jody y Reggie no creerán a Mike, él será el primero en conocer la identidad del Hombre Alto, finalmente los tres deberán enfrentarse a este para impedir que convierta Morningside en un desértico páramo de muerte y desolación. Con este planteamiento Coscarelli asentó las bases de lo que en un futuro sería la saga que le daría fama mundial y esta primera entrega, que recaudó once millones de dolares, marcaría el prematuro punto más alto de la misma y de su carrera como cineasta.
A finales de los 70 el filón del terror rural que nació con producciones como La Matanza de Texas, La Última Casa a la Izquierda o Las Colinas Tienen Ojos había sido sobreexplotado hasta lo enfermizo y posiblemente por eso una producción tan humilde como Phantasma llamó la atención, por la originalidad de su planteamiento. El tercer film de Don Coscarelli se adscribía indudablemente al terror, pero también se alimentaba de la ciencia ficción con todo lo relacionado a la naturaleza sobrenatural del Hombre Alto y sus secuaces o del drama en lo referente a la muerte de los padres de los hermanos protagonistas y que era muy bien utilizada en el guión para perfilar, sobre todo, la personalidad de Mike. Era una amalgama que tan pronto se alimentaba de Mario Bava o Dario Argento en su estética y puesta en escena como de series del tipo The Twilight Zone o The Outer Limits en su argumento y cuyos ingredientes una vez mezclados funcionaban casi al 100%.
Pero si hay algo que destacar en una producción como Phantasma es sin lugar a dudas el excelente trabajo de Don Coscarelli detrás de las cámaras impropio de un artesano con tan poco currículum como el que él tenía por aquel entonces. El estadounidense apela a un ritmo inusualmente cadencioso en el género de terror, con un in crescendo continuo de tensión en el que el montaje, los cuidados movimientos de cámara y la atmósfera sobrenatural cada vez más opresiva van tomando forma hasta que se desata el verdadero terror en la segunda mitad del largometraje. Una vez la acción se apodera de la pantalla el cineasta ejecuta no pocos pasajes memorables centrados sobre todo en las secuencias de los ataques de la esferas, las persecuciones automovilísticas, tan sencillas como bien coreografiadas, y jump scares magníficamente realizados como el de la cama de Mike en medio del cementerio o el cliffhanger final que con el paso del tiempo se convertiría en una de las señas de identidad más reconocibles de todas las entregas de la franquicia.
La primera entrega de Phantasma no sólo es la mejor de toda la saga, también supuso un espejismo que pronto desapareció ya que cuando la segunda entrega llegó años después Don Coscarelli la abordó con un tono muy diferente más inclinado por la comercialidad y el consumo rápido, pero de eso hablaremos a continuación. Con esta primera producción de 1979 nos quedan un buen puñado de escenas míticas (sólo sobra la insulsa escena de la mosca y por efecto dominó la estupidez de que cualquier parte amputada del personaje de Angus Scrimm se convierta en un monstruo) el nacimiento de un villano icónico como el Hombre Alto y los primeros pasos del personaje de Reggie, el Han Solo de la saga, que se convertiría con el paso de los años en el corazón de la creación de Don Coscarelli copando cada vez más protagonismo, y regalándonos pasajes memorables y otros que no lo serían tanto. Considerada a día de hoy una obra de culto por la que beben los vientos hasta cineastas como J.J. Abrams (su productora Bad Robot se ocupó este año de convertir a resolución 4K el film para reestrenarlo en salas y formato HD) Phantasma mantiene hoy casi toda su fuerza y merecida fama como pieza cinematográfica rompedora y genuina.
Casi diez años separaron el estreno de Phantasma con el de Phantasma II: El Regreso (Phantasm II, a secas, en su título original) y el tipo de cine que se hacía a finales de los 70 era completamente diferente al cultivado en las postrimerías de los 80 y eso se deja notar en esta primera secuela. En 1988 Don Coscarelli se asociaba con Universal Pictures para estrenar por todo lo alto la continuación de su mayor éxito hasta la fecha y para ello pusieron a su disposición tres millones de dólares y una campaña promocional a la altura para que la publicidad de la obra llegara al mayor número posible de potenciales espectadores. Pero no todo iban a ser buenas noticias para Coscarelli, como condición Universal le impuso al actor James LeGros para interpretar a un ya maduro Mike ocupando el lugar de A. Michael Baldwin el intérprete que le dio vida en la Phantasma original. La elección por parte de la productora se debió a que buscaban un intérprete “más comercial” y por aquel entonces LeGros ya se había implicado en proyectos con cierta repercusión como Los Viajeros de la Noche (Near Dark) de Kathryn Bigelow o Belleza Mortal (Fatal Beauty) de Tom Holland. Por desgracia el estreno de Phantasma II: El Regreso estuvo lejos de cumplir las expectativas depositadas en él y a partir de ese momento Don Coscarelli y su franquicia cayeron en desgracia y se vieron relegados al cine de bajo presupuesto, en ocasiones estrenando sus capítulos directamente en formato doméstico sin pasar por la pantalla grande, pero a ese volveremos más tarde.
Phantasm II comienza justo donde acababa la primera entrega y en una situación como esta Don Coscarelli se ve en la tesitura de hacer malabarismos para que no se note que el actor que interpreta a Mike no es A. Michael Baldwin sino un doble al que nunca vemos la cara. Ocho años después el muchacho abandona el hospital psiquiátrico en el que se encontraba para localizar a su amigo Reggie y junto a él buscar a una chica llamada Liz Reynolds con la que mantiene una peculiar conexión mental así como dar caza al Hombre Alto para acabar con él y de esta manera vengar la muerte de su hermano mayor, Jody. Con este contexto la secuela abandona la atmósfera cuasi onírica de la primera entrega para convertirse en una road movie que se mueve con facilidad entre y el terror y la ciencia ficción, entregándose a una comercialidad más contrastada con aroma a pulp, a film exploit y con muchos más efectos especiales que engalanan la puesta en escena de Don Coscarelli para convertirse en pura Serie B, pero con un presupuesto más holgado que el habitual en ese tipo de producciones.
Phantasma II: El Regreso es heredera del cine de terror de los años 80, de producciones como la saga Re-Animator o su hermana From Beyond y en ese sentido, como ya hemos apuntado previamente, se distancia de la primera película. Lo que en 1979 era oscuridad, misticismo y contención en 1988 es luminosidad, violencia explícita adentrándose en el gore y desenfreno, pero el producto funciona considerablemente bien a lo largo de todo el metraje. Por un lado Don Coscarelli aborda esta entrega con la firme idea de contar algo diferente pero respetando casi al 100% el microcosmos creado nueve años antes. Porque aquí están todas las señas de identidad de Phantasma como universo cinematográfico con Reggie, escopeta recortada en mano, montado en su Plymouth Barracuda y sus penosos métodos de seducción con las mujeres, un imponente Hombre Alto que con su sola presencia transmite inquietud a la platea recorriendo asépticos mausoleos, los enanos que hacen de séquito del personaje de Angus Scrimm y el mejor uso de las esferas plateadas de toda la saga con algunos momentos considerablemente brutos que se ven enriquecidos gracias al trabajo de Greg Nicotero y Robert Kurtzman con el maquillaje y que tiene su culmen en la cabeza saliendo de la espina dorsal de uno de los personajes.
A pesar de no ser un éxito y alejarse de la estética y el tono que el mismo Don Coscarelli imprimió a fuego en la Phantasma de 1979 esta segunda entrega merece la pena como proyecto y contiene los suficientes hallazgos y alicientes como para ser considerada una de las mejores muestras dentro de la franquicia. Su fracaso en taquilla sentenció de por vida a la creación del director de Buba Ho-Tep ya que Universal retiró su confianza en el producto y su autor se vio en la obligación de realizar las posteriores secuelas con presupuestos cada vez más exiguos y tomando como su hábitat natural los videoclubes. Por suerte lo que Phantasma perdió en lo monetario lo ganó en implicación y compromiso por parte de su máximo responsable para mantener viva la llamada de la cruzada de Mike y Reggie contra el Hombre Alto, pero tuvieron que pasar otros seis años para que la siguiente entrega tomara forma y con ella llegaran algunas de las carencias narrativas más notables de toda la historia de la saga que pasaremos a comentar a continuación.
Phantasman II: El Pasaje del Terror
Título OriginalPhantasm III: Lord of the Dead (1994)
DirectorDon Coscarelli
Guión Don Coscarelli
RepartoReggie Bannister, A. Michael Baldwin, Bill Thornbury, Gloria Lynne Henry, Kevin Connors
Phantasma II: El Regreso recaudó siete millones de dólares habiendo tenido un presupuesto de tres, de modo que las intenciones por parte de Don Coscarelli y Universal Pictures de relanzar la franquicia por todo lo alto con su primera secuela se vieron abortadas antes de tiempo. Seis años después, en 1994, con producción de la independiente Avco Embassy Films y distribución de Universal, llegó Phantasma III: El Pasaje del Terror (o Phantasm III: Lord of the Dead originalmente) pero por primera vez una entrega de la saga no se estrenaba en los cines debido al miedo de unos productores que no querían encontrarse con otra exigua taquilla como la que obtuvo la primera secuela. A pesar de ser una producción más humilde e independiente la tercera película del universo Phantasma contó con dos millones y medio de dólares de presupuesto, sólo medio millón menos que la segunda, y el hecho de que Universal no tuviera tan cercado a Don Coscarelli permitió a este hacer las cosas como él realmente quería. La más importante fue que recuperó a A. Michael Baldwin para dar vida a Mike, incluyendo así en Phantasma III: El Pasaje de Terror al protagonista original de la película seminal de 1979, pero también consiguió traer de nuevo a Bill Thornbury que también dio vida a Joy en aquella primera parte. De este modo Coscarelli conseguía reunir por primera vez a los cuatro protagonistas clásicos de la saga interpretados por sus actores oficiales: Reggie Bannister, Angus Scrimm, A. Michael Baldwin y Bill Thornbury, algo que se volvería la tónica habitual en el resto de secuelas.
Como dicta la tradición una entrega de Phantasma comienza donde acaba la siguiente y Phantasm III: Lord of the Dead no es una excepción a esta regla. Si en Phantasma II: El Regreso Coscarelli tuvo que cambiar a A. Michael Baldwin por James LeGros, presionado por imposiciones de Universal, para deshacer el estropicio aquí tiene que hacer lo contrario, poner al actor que dio vida al Mike original en el lugar del intérprete de Ally McBeal o el remake de Psicosis (Pyscho) y una vez más lo ejecuta de manera bastante pobre. A partir de ahí la historia narrada en esta tercera parte es la búsqueda que realiza Reggie para encontrar a Mike después de haber sido secuestrado este por el Hombre Alto, pero en el proceso se encontrará con una variopinta galería de personajes que van desde un trío de ladrones, un niño con un especial talento para causar dolor físico al prójimo y Rocky, una chica con la que aunará fuerzas tras ver como su amiga es asesinada por una de las esferas voladoras del Hombre Alto. Todos reunidos y con la presencia sobrenatural de Jody, hermano del protagonista en la primera película, se lanzarán al rescate de su amigo Mike.
Phantasma III: El Pasaje del Terror es la primera película verdaderamente irregular de la serie ya que contiene tantos aciertos como defectos, pero por desgracia estos últimos se hacen más notorios a lo largo del metraje. Es para quitarse el sombrero asistir a cómo Don Coscarelli hace todo lo posible para que no se note que cada nueva entrega de Phantasma tiene menos presupuesto ya que en esta tercera parte tenemos persecuciones bien ejecutadas, acción, gore y las secuencias de los ataques de las esferas si bien no están tan bien ejecutadas como en Phantasma II: El Regreso guardan algún momento memorable. También el guión nos descubre algunos secretos sobre el Hombre alto y la dimensión de la que procede, y que ya se vislumbraron en la cinta de 1988, como el proceso de creación del ejército de enanos o que cada vez que el Hombre Alto es asesinado otra representación física de sí mismo ocupa su lugar, excusa narrativa para volver inmortal al personaje. Otra “marca de la casa” que se usó puntualmente en Phantasma II y que aquí se explota hasta lo sonrojante es usar imágenes de las anteriores entregas a modo de flashbacks para que Coscarelli pueda rellenar minutos, recurso un tanto chusco al que dio un excelente giro en la cuarta entrega.
Pero por desgracia penosas elecciones como meter a esa insoportable mezcla entre Daniel el Travieso y el Macaulay Culkin de ¡Sólo en Casa! que es el personaje de Tim, el trío de criminales zombie que persiguen a Reggie y sus compañeros o la publicidad engañosa que supone incluir al Mike original en la cinta para que sólo salga al inicio y cierre de esta se revelan como algunos de los fallos que hacen que esta tercera entrega baje considerables puntos con respecto a las dos primeras películas. Por suerte la esencia de Phantasma sigue atesorada en Phantasma III: El Pasaje del Terror, Reggie se convierte en el protagonista, el Hombre alto sigue siendo un villano tan indescifrable como intimidante y Coscarelli hace evolucionar en cierta manera el microcosmos que creó hoy hace casi cuarenta años con la transformación de los hermanos protagonistas de la obra original en monstruosidades que poco a poco se van convirtiendo en esferas controladas por el Hombre Alto, idea que se aprovechará en la cuarta parte de la franquicia, esta última junto a la segunda la mejor de las secuelas de la ya lejana Phantasma original de 1979.
Phantasma IV: Apocalipsis
Título OriginalPhantasm IV; Oblivion (1998)
DirectorDon Coscarelli
GuiónDon Coscarelli
RepartoA. Michael Baldwin, Angus Scrimm, Reggie Bannister, Bill Thornbury
Aunque había mostrado notables señas de debilidad y desgaste Phantasma III: El Pasaje del Terror funcionó de manera excelente en formato doméstico y su humilde pero considerable éxito permitió a Don Coscarelli dejar las puertas abiertas para una cuarta entrega que esta vez no se haría esperar tanto como sus predecesoras. En esta ocasión llegado el año 1998 la ya por aquel entonces casi extinta Orion Pictures (impulsora de grandes éxitos como Amadeus, Robocop, Platoon o El Silencio de los Corderos) produjo el film y de su distribución se ocupó la Metro Goldwyn Mayer, pero el presupuesto con respecto a la tercera entrega, dos millones y medio, bajó alarmantemente hasta los 650.000 dólares que dejaban a Coscarelli y sus colaboradores en la complicada tesitura de tener que realizar esta Phamtasm IV: Oblivion con más imaginación que medios y contra todo pronóstico lo consiguieron. Con el regreso de los cuatro pilares esenciales de la franquicia como protagonistas y sus actores originales dándoles vida y esta vez con Mike cobrando el protagonismo que había perdido en la tercera entrega la penúltima secuela de Phantasma eludió todos los obstáculos que se encontró por medio del ingenio de su creador que decidió dar un considerable paso adelante en la evolución del producto y por el camino volver a las raíces del mismo para reencontrarse con sus orígenes.
Una vez más comenzamos la historia justo donde acababa la anterior, pero en esta ocasión la transformación de Mike y el influjo que el Hombre Alto tiene sobre él se convierte una de las subtramas más relevantes del producto. En el proceso Don Coscarelli toma la firme decisión de no amilanarse ante el problema que supone tener un presupuesto que a duras penas dobla el de la primera Phantasma y consigue elaborar uno de los mejores guiones de la saga jugando con la temética de los viajes temporales así como aprovechar la bochornosa inclusión de metraje de las anteriores entregas, sobre todo de la ya citada de 1979, para introducir en este contexto incluso paradojas temporales realizando una interesante relectura del génesis de la franquicia. Con no pocos paralelismo con las dos primeras entregas de Terminator el argumento de Phantasma IV: Apocalipsis narra cómo Mike consiguen viajar a finales del siglo XIX, con la guerra civil como telón de fondo, y allí conocer a Jebediah Morningiside que no es otra persona que el Hombre Alto antes de convertirse en el susodicho tras su primer viaje a la dimensión que le dio sus poderes sobrenaturales. La misión de Mike, y también la de Reggie que sigue siendo su fiel escudero, es detener a Jebediah antes de que realice la primera incursión dimensional que lo convierta en su enemigo jurado.
Pero si en el argumento Don Coscarelli quiere explorar nuevas posibilidades dentro de su creación en la puesta en escena Phantasma IV: Apocalpsis vuelve al tono mucho más contenido y onírico de la primera película, dejando de lado casi por completo la impronta más pulp de la segunda y tercera entrega. El director de Survival Quest de nuevo regresa al tempo cadencioso, a la atmósfera surrealista y deja que los grandes angulares y las tomas panorámicas dejen respirar al conjunto de la obra. Evidentemente esta decisión formal por parte del director no elude los pasajes de acción y el gore característicos del universo Phantasma (esos “peculiares pechos” de Jennifer que a un servidor le parecen fuera de lugar) así como la profusión cada vez mayor de esferas voladoras haciendo estragos entre los personajes secundarios. Pero al igual que el film 1979 esta cuarta parte se centra en los personajes y de ellos saca sus mejores momentos y situaciones como las acontecidas en el rudimentario pero efectivo clímax final. Toda una agradable sorpresa encontrar algo diferente cuando parecía que la franquicia comenzaba a dar vueltas sobre sí misma en exceso proporcionando unicamente ritmo espídico y fanservice en cantidades industriales.
Phantasma IV: Oblivion demostraba que Don Coscarelli se hacía fuerte ante la adversidad y era capaz de encarrilar su barco después de casi haber perdido el control del mismo sólo cuatro años antes. Esta cuarta entrega aunaba evolución con tradición, se revelaba como la continuación más fiel a la obra cinematográfica que lo inició todo en 1979 y suponía la muestra fehaciente de que sin hacer caso a modas o presiones externas su principal ideólogo seguía siendo fiel a sí mismo y a una saga de la que sólo él era el verdadero responsable. Por desgracia esto cambiará casi veinte años después con la quinta y última entrega, gestada durante largo tiempo y con considerables problemas que dieron al traste con lo que pudo ser y no fue, una despedida a la altura para el Hombre Alto y su trío de archienemigos. Phantasm V: Ravager llegó en 2016 y los resultados que ofreció son los peores de toda la serie de películas y afirmarlo es triste porque dentro de ella hay una excelente obra que por desgracia nunca llegó a tomar forma. De ello hablaremos a continuación en el penúltimo apartado de este especial.
Phantasma V: Desolación
Título OriginalPhantasm V; Ravager(2016)
DirectorDavid Hartman
GuiónDon Coscarelli y David Hartman
RepartoReggie Bannister, A. Michael Baldwin, Kathy Lester, Bill Thornbury, Angus Scrimm, Daniel Schweiger, Daniel Roebuck
Después de casi veinte años de espera saltaba la noticia en 2014 con un teaser trailer subido en la web oficial de la saga Phantasma. Se avecinaba una quinta entrega, de nuevo con el equipo artístico original y Don Coscarelli totalmente implicado en la creación del largometraje o eso creíamos. No fueron pocos los que recibieron con sorpresa y extrañeza la decisión del estadounidense de no ocupar la silla del director en esta quinta parte de su propia creación, de la que siempre había cuidado y sido el máximo responsable. Pero el cineasta decidió ejercer sólo de productor y co guionista cediendo la batuta de la dirección a David Hartman, realizador especializado en series de animación para la televisión que no sería sólo un mercenario al servicio del autor de Jim the World’s Greatest, ya que además de director y co guionista del film también ejerció de cámara, diseñador de los efectos especiales y montador. Hay quién dirá que el motivo por el que Coscarelli delegó tantas responsablidades en Hartman sería la amistad que los vincula, en cambio otros dirán que posiblemente lo hizo para colgarle el muerto que supone hacer una película como la que nos ocupa y ambas versiones tendrían parte de razón. Phantasma V: Desolación, que ha llegado tarde y mal a nuestras carteleras, es la pobre despedida del universo Phantasma de sus seguidores y más triste resulta decirlo si tenemos en cuenta el potencial que atesora su guión y que nunca es explotado por los motivos que mencionaremos a continuación.
Phantasma V: Ravager tiene el planteamiento argumental más rompedor y original de la franquicia. ¿Y si el Hombre Alto, las esferas voladoras, los enanos monstruo, las aventuras que vivió con Mike y Jody fueran producto de la demencia senil de Reggie que hoy en día es un hombre de setenta años ingresado en un hospital y que sólo recibe visitas de su viejo amigo para tratar de hacerlo entrar en razón?. Este punto de partida sirve a David Hartman y Don Coscarelli para continuar con la deconstrucción dimensional y temporal a la que habían dado inicio en Phantasm IV: Oblivion y que aquí se apodera de todo el metraje. El mayor acierto del guión es que detrás de otra nueva entrega de la saga en la que Reggie y Mike, a los que esta vez se unirá definitivamente Jody, habitan en futuro en el que el Hombre Alto se ha apoderado de la humanidad con unas enormes esferas que destruyen las ciudades hay un interesante juego de espejos entre raciocinio y locura sin dejarnos constatar a ciencia cierta si los hechos acontecidos en pantalla son reales o los estragos de la demencia senil en la mente de Reggie. De este modo las referencias a, una vez más, Terminator y el cine de Terry Gilliam se hacen patentes y enriquecen de manera voluntariosa el discurso de la obra.
Tenemos el guión, tenemos al protagonista (si Angus Scrimm es el icono reconocible de la serie Reggie Bannister es el alma y los autores del largometraje lo saben) y a los secundarios que nunca fueron grandes actores pero supieron entregarse a sus personajes, en resumidas cuentas, los ingredientes necesarios para que Phantasma V: Desolación sea una buena entrega dentro de la franquicia, puede que la mejor, pero contra todo pronóstico el apartado técnico es tan demencialmente malo que mata en vida a la película desde su mismo arranque. Las primeras imágenes nos lo dejan claro, nos encontramos con un producto cuya estética parece la de una tv movie de sobremesa y por mucho que David Hartman trate de disimularlo con su buen hacer con la cámara no lo consigue en casi ningún momento. Más sangrante si cabe es el caso de los efectos digitales tan brutalmente penosos que hacen que los de una película de la productora The Asylum parezcan los de Avatar en comparación, ya que una vez expuestos en pantalla sólo son un cúmulo de pixels mal compactados que sepultan toda posibilidad de que la obra pueda mostrar un acabado estilístico mínimamente decente para que la historia narrada tenga un look visual en el que sustentarse.
Aunque no se ha confirmado nada al respecto, al menos que un servidor sepa, quiero pensar que el motivo por el que el apartado técnico de Phantasma V: Desolación es tan desastroso es no sólo por los poblemas de Don Coscarelli para encontrar financiación, sino también porque es posible que tuviera constancia de los problemas de salud de Angus Scrimm, fallecido poco después del rodaje del largometraje, y se negara a esperar más para hacer una última película de su franquicia sin la indispensable presencia del actor que dio vida al Hombre Alto. Por desgracia el resultado es un guión con posibilidades y algunos momentos memorables (ese emotivo final que debería haber cerrado la película y no la concesión al fandom que es la insulsa escena post créditos) dilapidado con una realización que a duras penas puede disimular las innumerables carencias del proyecto. Una quinta entrega y última pieza para cerrar de mala manera, pero con corazón, el universo Phantasma que nos deja un sabor poco menos que agridulce por lo que pudo ser y no fue, pero que al menos nos dio un adiós a Mike, Reggie, Jody y el Hombre Alto que jamás dejarán de enfrentarse a lo largo y ancho del espacio y el tiempo en una batalla sin fin.
Valoración General
Por la originalidad que supuso su irrupción en el cine estadounidense en 1979, por regalarnos algunos personajes míticos dentro del género como el Hombre Alto o Reggie, por convertir unas esferas voladoras en parte de la cultura pop y sobre todo por la obstinación de su creador por mantenerla viva contra viento y marea y el apoyo incondicional de sus seguidores, los “Phans”, la saga Phantasma y el cineasta Don Coscarelli merecen tener su pequeña parcela dentro de la historia del cine de terror. Es posible que si las secuelas hubieran mantenido el tono del film primigenio hoy habláramos de una de las mejores franquicias dentro de su género e incluso cabe la posibilidad de que si Roger Avary hubiera podido colaborar con el mismo Coscarelli para sacar adelante su guión de aquella nunca realizada distópica cuarta entrega titulada Phantasm 1999 AD, que necesitaba once millones de dólares para salir adelante, el siglo XXI hubiese dado la bienvenida a la resurrección de este peculiar microcosmos cinematográfico. Por desgracia no fue así y la saga Phantasma se vio relegada a los videoclubs y los bajos presupuestos, pero por suerte el cariño, la dedicación y la admiración tanto de profesionales del medio que se vieron implicados en ella como de los fans que le dieron todo su apoyo a lo largo de los años la convirtieron en una pequeña pieza de culto que perdurará durante décadas.
Título OriginalLogan(2017) DirectorJames Mangold Guión Scott Frank, James Mangold, Michael Green basado en los cómics de Marvel RepartoHugh Jackman, Patrick Stewart, Dafne Keen, Boyd Holbrook, Stephen Merchant, Elizabeth Rodriguez, Richard E. Grant, Doris Morgado, Han Soto, Julia Holt, Elise Neal, Al Coronel
Después de la desastrosaX-Men Orígenes: Lobeznoy la aceptableLobezno Inmortal Hugh Jackman vuelve por tercer y última vez a dar vida al famoso mutante de las garras de adamantium creado por Len Wein, John Romita Sr y Herb Trimpe en 1974 con Logan, su despedida de un personaje al que ha dado vida durante casi dos décadas y que ya es indivisible de su vida profesional. En esta ocasión el director James Mangold (Copland, Identity) repite en la butaca tras la anterior The Wolverine para realizar el Canto de Cisne de James Howlett, un proyecto largamente acariciado por el actor australiano con el que pone punto y final al recorrido de su versión del X-Men más carismático y letal de la historia de la Casa de las Ideas. El resultado por suerte es muy superior al de sus antecesoras y sin ser una genialidad si sabe satisfacer notablemente tanto al espectador neófito como al fan de los cómics que llevaba años esperando una película del personaje que mereciera realmente la pena.
Todo aquel que vaya a ver Logan pensando que se encontrará una adaptación más o menos fiel de la primera miniserie Old Man Logan ideada por el guionista escocés Mark Millar y el dibujante norteamericano Steve McNiven en el año 2008 saldrá considerablemente decepcionado de la experiencia. No sólo ya por los problemas de licencias que trasladar un relato en el que tenemos a personajes como Ojo de Halcón, Craneo Rojo o descendientes de Spiderman o Hulk, pudieran haber producido a 20th Century Fox al no poseer sus derechos (que como todos sabemos están en manos de la misma Marvel y su división cinematográfica), sino también porque más allá de la edad de Lobezno y algún apunte narrativo o estético que pasaremos a mencionar no hay nada que emparente lo acontecido en las viñetas con lo que podemos ver en pantalla grande a la hora de enfrentarnos con la última aventura de Hugh Jackman en la piel del mutante canadiense.
Lo cierto es que ser una mixtura entre road movie y western (las referencias explícitas a Raíces Profundas no son gratuitas en este sentido) es el único parentesco que el último film de James Mangold tiene con Old Man Logan, pero en cierta manera bebe de los mismos referentes estilísticos y argumentales, como el cine de Sam Peckinpah, Sergio Leone o Clint Eastwood. Logan consigue aunar estas influencias en un tono árido y seco, aquel que la calificación PG13 no permitía en el resto de films en los que el personaje intervenía, y que aquí confluye con certera armonía con ese aire melancólico y derrotista de la franquicia X-Men en cuanto a llevar al extremo aquel lema de "temidos y odiados" que dio razón de ser a la naturaleza furtiva y marginada de los Hijos del Átomo. Todo el largometraje exhala hálito a despedida o cierre de ciclo y los implicados en el mismo han dado todo lo que tenían y más para estar a la altura de las expectativas.
La trama de Logan es sencilla y directa, James Mangold y sus guionistas ejecutan una historia de manual, una huída hacia delante escapando de mercenarios que quieren dar con el paradero de los protagonistas a lo largo de unos Estados Unidos montañosos, crepusculares, deshumanizados y fronterizos. El director de Inocencia Interrumpida sabe encontrar el equilibrio entre los pasajes centrados en las relaciones interpersonales y sentimentales de unos personajes cercanos y terrenales a pesar de su naturaleza sobrenatural y arrebatos de violencia explícita resquebrajando momentos de calma propios del celuloide del cineasta y actor japonés Takeshi Kitano. Gracias a ese balance entre intimismo y bestialidad arraiga con fuerza Logan una naturaleza bicéfala que funciona de manera muy potente durante casi todo el metraje y que sólo encuentra ciertos altibajos al inicio del último tercio, justo cuando Logan y Laura dan con los antiguos compañeros de confinamiento de esta última.
Aunque hemos resaltado la sencillez del guión sus autores se guardan en la manga algunas referencias a xenofobia, violación de los derechos humanos y el uso de fronteras para dividir territorios que no sabemos si de manera intencionada o no nos remiten al discurso que el actual presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, lleva años promulgando, aunque ciertamente el libreto no ahonda demasiado en dicha lectura apelando a que prime la caracterización de los personajes, la evolución del poso dramático del relato y el desarrollo de las poderosas y brutales escenas de acción que nos muestran por primera vez en pantalla lo que una garras de adamantium harían a un cuerpo humano si fueran utilizadas en combate. El problema es que la estructura de la narración no consigue mantenerse firme durante todo el metraje y en algunos pasajes (como el ya mencionado con los niños) parece como si los escritores no supieran bien hacia donde llevar la obra, que por suerte se encarrila de nuevo por el buen camino dando sus últimos pasos con un clímax honesto y emocionante.
Hugh Jackman puede estar tranquilo, si cumple la promesa de no volver a dar vida a Lobezno puede irse con la cabeza bien alta porque su labor en Logan es la mejor que ha hecho dentro del universo cinematográfico mutante que él ayudó a construir en el año 2000 con aquella ya lejana y seminal X-Men de Bryan Singer, El protagonista de The Fountain se entrega en cuerpo y alma a un personaje que ya es tan suyo como de sus creadores o los fans que llevamos décadas leyendo sus aventuras en papel. Este Logan enfermo, avejentado, cansado y descreído es el último homenaje del australiano a una criatura que le llegó de rebote hace 17 años cuando Dougray Scott rechazó el papel y que le cambió la vida de manera radical abriéndole las puertas de un Hollywood que hoy bebe los vientos por él. Con un trabajo que nos recuerda al mejor Clint Eastwood actor adscrito al western y dando todo en el plano físico Jackman se lo ha puesto muy difícil al próximo actor que acepte portar las garras de adamantium.
No le van a la zaga al protagonista de Prisioneros un Patrick Stewart que también ofrece su mejor personificación de Charles Xavier como un nonagenario senil, quebrado por sus pecados del pasado y cuya mente marchita ya no puede controlar sus enormes poderes psíquicos (la secuencia de Las Vegas y la odisea de Logan para llegar a la habitación del hotel es posiblemente el mejor pasaje del film) y el descubrimiento de la debutante Dafne Keen en la piel de Laura, la famosa X 23 de los cómics (aunque nacida en la serie animada X-Men: Evolution) que es extrapolada al celuloide con una amalgama de ternura y salvajismo perfectamente interpretado por una niña de once años que deja exhausta a la platea con su carisma y fisicidad en pantalla. Mencionar para bien la buena labor de Stephen Marchant como Calivan o Richard E. Grant dando vida al Doctor Rice y para mal a Boyd Holbrook en la piel de Donald Pierce, no por la labor del actor, sino por lo mal que está perfilado su villano en el guión, demostrando que esta tara a la hora de retratar a las némesis de los superhéroes en celuloide no es exclusiva de Marvel Studios o DC Etertainment.
Siendo ampliamente superior a las otras dos películas de Wolverine (tarea no muy ardua, para qué negarlo) pero tampoco "la mejor película de la saga cinematográfica mutante" como se ha llegado a comentar en no pocas webs de la red y páginas de opinión un servidor ha quedado altamente satisfecho con el visionado de esta Logan que pone broche de plata a la interpretación de James Howlett a manos de un Hugh Jackman al que siempre recordaremos cuando pensemos en el personaje de Marvel. Un relato melancólico, nihilista, salvaje y cercano que nos deja con la duda de cómo solucionarán Bryan Singer, Simon Kinberg y compañía la complicada papeleta de buscar un sustituto para el australiano que esté a la altura de su mastodóntica labor a la hora de dar vida al mutante canadiense que se despide de todos nosotros firme en sus ideas, luchando contra sus demonios internos y afianzando su determinación como máquina de matar siendo "el mejor en lo que hace, aunque lo que hace no es muy agradable".
El pasado viernes se estrenó en España Mad Max: Furia en la Carretera el regreso del cineasta australiano George Miller al microcosmos postapocalíptico y desértico que él mismo creó en 1979 con Mad Max, una cinta independiente que se convirtió en una obra de culto dando la vuelta a medio mundo. El film protagonizado por un jovencisimo Mel Gibson fue tan exitoso que dos años después dio pie a una secuela titulada Mad Max: El Guerrero de la Carretera que fue la que creó la leyenda, iconografía y verdadero legado de la franquicia. Ya en 1985 Miller volvió con una tercera entrega rodada a alimón con el director George Ogilvie titulada Mad Max: Más Allá de la Cúpula del Trueno en la que se hacía patente un cambio de tono que adentraba la saga en unos terrenos inadecuadamente comerciales y hasta cierto punto infantiles que hacían bajar varios enteros las aventuras del mítico personaje de Max Rockatansky. Han tenido que pasar 30 años para que el autor de El Aceite de la Vida o Las Brujas de Eastwick volviera con una nueva entrega de Mad Max con la que lavar la cara de su criatura pero respetando el espíritu en fondo y forma de la misma. Tras su paso por Cannes y la cartelera de medio mundo la película protagonizada por Charlize Theron y Tom Hardy ha puesto de acuerdo a crítica y público con respecto a afirmar que George Miller ha rodado una de las mejores obras cinematográficas del año y la pieza que devuelve la pureza a un cine de acción perdido entre mimetismo comercialoide, puerilidad condescendiente y efectos digitales sobreproducidos. En el siguiente artículo vamos a abordar, en la medida de lo posible, los cuatro trabajos que dan forma a la leyenda de Max Rockatansky, el antihéroe por antonomasia del cine australiano y uno de los iconos pop más recordados de la década de los 80 que ha renacido a la máxima potencia de la mano del que fue su creador hace más de treinta y cinco años.
George Miller, highway to hell
George Miller nace en Brisbane, Queensland, Australia el año 1945 dentro del seno de una familia de inmigrantes griegos. Ejerciendo como médico a principios de los años 70 rodó un cortometraje de un minuto de duración con su hermano menor Chris. En 1971 ingresó en la Universidad de Melbourne para asistir a un taller de cine en el que conoció a una de las personas más importantes de su carrera profesional, Byron Kennedy, que colaboró en todas las producciones de Miller hasta su muerte en un accidente de helicóptero en el año 1983 y con el que creó la productora Kennedy Miller Productions. El primer trabajo de ambos colaboradores fue el debut de George Miller en la dirección de largometrajes después de realizar algunos films experimentales. Mad Max vio la luz en 1979 con un Mel Gibson de veintitrés años que protagonizaba una distopía con aroma a western que puso la primera piedra de lo que pocos años después se convertiría en la franquicia cinematográfica más relevante de la historia del cine australiano. En 1981 Mad Max: El Guerrero de la Carretera confirmaría y afianzaría la estética, puesta en escena y personalidad de la creación de George Miller con una secuela que superaba en casi todos los aspectos a su predecesora marcando a fuego en la mente de millones de espectadores las aventuras de Max Rockatansky. En 1983 colaboraría junto a otros destacados autores de género como Steven Spielberg, Joe Dante o John Landis en la película coral Twilight Zone: The Movie que llevaba a la pantalla grande el mítico serial estadounidense y también intervendría en otros productos del tubo catódico tanto en Australia como en América. Dos años después Miller compartió las labores de dirección con el cineasta George Ogilvie para dar forma a una tercera entrega de la franquicia que nos ocupa titulada Mad Max: Más Allá de la Cúpula del Trueno. Con un un tono más para todos los públicos y un afán comercial, que se hacía notorio con la presencia de la cantante Tina Turner en el reparto y la banda sonora, el film hirió considerablemente a la saga, pero abrió definitivamente a Miller las puertas de Hollywood.
Su primer proyecto en Hollywood fue la tan simpática como maquiavélica Las Brujas de Eastwick de 1987, una comedia negra con un trío de damas de la interpretación como Susan Sarandon, Michelle Pfeiffer y Cher en la piel de cuatro hechiceras que mantienen una relación sentimental con el mismísimo Diablo encarnado por un Jack Nicholson haciendo casi de sí mismo. Tras ella rodaría la epidérmica y doliente El Aceite de la Vida (Lorenzo’s Oil) intenso drama protagonizado por Nick Nolte y Susan Sarandon inspirado en el caso real de la cruzada que llevó a cabo la familia Odone para salvar la vida de su hijo enfermo Lorenzo que padecía una extraña afección neourológica. Tras este breve paso por la meca del cine George Miller volvería a su Australia natal para producir, escribir y ser la cabeza pensante detrás de aquella entrañable obra maestra llamada Babe: El Cerdito Valiente que en 1995 fue nominada a siete Óscars para más tarde, en 1998, asignarse la dirección de la atípica secuela Babe: Un Cerdito en la Ciudad. Ocho años tardaría Miller en volver a rodar un largometraje y el elegido fue Happy Feet su primera incursión en el cine de animación digital con el que consiguió su único Óscar a la mejor película de animación en el año 2006. Ya en 2011 decidió continuar las aventuras de Mumble, el pingüino bailarín con menos éxito. Actualmente en 2015 el australiano ha vuelto al cine en imagen real rodando una nueva entrega de su mítica saga Mad Max que comentaremos después de hacer un breve repaso por todos los films que dan forma a tan icónica franquicia, aquella que atravesó las barreras de las antípodas para convertirse en un producto cinematográfico de culto a nivel mundial.
Mad Max: Salvajes de la Autopista, baptism of fire
El 12 de Abril de 1979 se estrenó en Asutralia una modesta cinta independiente de acción que partiendo de un presupuesto de unos exiguos 350.000 de dólares consiguió recaudar más de 100 millones a lo largo de todo el globo. El largometraje, que suponía la ópera prima en labores de dirección del médico reconvertido en cineasta George Miller y el primer proyecto bajo el amparo de la productora Kennedy Miller Productions, que el director había fundado con su amigo y colaborador Byron Kennedy, se convirtió al poco tiempo en un inesperado sleeper que cogió al país australiano totalmente desprevenido. La historia se encuentra localizada en un indeterminado futuro en Australia y sigue los pasos de Max Rockatansky, miembro de la Patrulla de Fuerza Central (MFP, Main Force Patrol) una división policial que controla a las bandas de motoristas delincuentes que campan a sus anchas en las carreteras del país. Max, armado con su coche apodado “Interceptor”, tiene la labor de dar caza a este tipo de criminales y es, según comentan en varias ocasiones sus compañeros de trabajo, el mejor en lo que hace. Estando de servicio Max elimina a un motero apodado Jinete Nocturno (Nightrider) y a su compañera después de que estos roben un coche patrulla y se den a la fuga con él no sin matar antes al agente que lo conducía. Cuando llega a oídos de la banda de Jinete Nocturno el prematuro fallecimiento de este a manos de los miembros del Bronze (apodo despectivo con el que se conoce a los miembros de la MFP) Cortadedos (Toecutter) clama venganza por su compañero y decide acabar con todos los miembros de la MFP posibles, enfrentándose él y su equipo a Max y su compañero Jim Goose que tratarán por todos los medios de dar fin a los actos delictivos del grupo de sádicos motoristas.
Mad Max es un western polvoriento, una novela pulp, una distopía nihilista con apuntes de estética punk rodada con pocos medios pero mucha inventiva e imaginación. George Miller debutaba en el mundo del largometraje con una obra con más bien pocos precedentes dentro del cine aussie y que pondría la primera piedra de una franquicia que haría historia en aquel país. El director de Las Brujas de Eastwick se deja imbuir por la mano de Sergio Leone o Sam Peckinpah en el plano estético y el espíritu de John Ford cuando aborda los pasajes de la vida privada de Max o el de Don Siegel cuando se abarca en los de acción y violencia de la obra. Con un Mel Gibson que daba totalmente el tipo en el plano físico como héroe de pocas palabras reconvertido en vengador de la carretera y un George Miller que sacaba oro de las escenas de persecuciones automovilísticas como si de un alumno (muy) aventajado de John Frankenheimer se tratara Mad Max dio nuevos aires al un cine australiano que como el de Peter Weir desarrollado en aquella misma década (Picnic en Hanging Rock, La Última Ola) tomaba vocación internacional, pero en este caso también para atravesar medios y volverse parte de la cultura popular a nivel mundial. La primera aventura de Max Rockatansky asentaba las bases de lo que posteriormente sería la estética de una franquicia que seguramente ni el mismo Miller y sus colaboradores tenían en mente, presumía de un acabado técnico voluntarioso (sólo destilaba algo de cutrez el uso de la cámara acelerada para dar más sensación de velocidad en algunos planos de las persecuciones) y un sano afán por innovar con una amalgama de géneros que daba a luz algo nuevo con aspiraciones a perdurar.
Aunque de la trilogía original Mad Max es el largometraje más cohesionado, autocontenido, el más estrictamente completo en el plano cinematográfico y su éxito más que considerable (vio la luz a nivel internacional un año después de su estreno en Australia) no sería esta primera entrega la que marcaría a fuego las andanzas de el loco Max en la retina de espectadores de todo el mundo, de eso se ocuparía la superior secuela, Mad Max: El Guerrero de la Carretera, que comentaremos a continuación. Pero es esta seminal producción de 1979 la que asienta las bases, la que nos presenta al antihéroe y el contexto en el que se moverá, la que incluye a uno de los pocos villanos con algo de personalidad y verdadero carisma de la franquicia (ese Toecutter que interpreta un magnífico Hugh Keays-Byrne al que volveremos cuando hablemos de Mad Max: Furia en la Carretera por motivos lógicos) y la que nos presenta al protagonista de esta road movie que sólo era la punta del iceberg de una saga que llegó a lo más alto tan pronto como se topó con su propia decadencia a sólo seis años de su creación como producto de ficción. Todos los hallazgos, aciertos, señas de identidad y secuencias de acción de esta primera parte se vieron considerablemente superadas en 1981 cuando George Miller, Byron Kennedy y Mel Gibson decidieron formar de nuevo equipo para llevar a Max Rockatansky al olimpo de los personajes cinematográficos contemporáneos más recordados de los últimos 35 años.
Mad Max: El Guerrero de la Carretera, and the road becomes my bride
Dos años después del éxito de Mad Max: Salvajes de la Autopista llegó Mad Max: El Guerrero de la Carretera, secuela en la que George Miller y sus colaboradores ofrecieron todo para crear una leyenda cinematográfica que había dado sólo sus primeros pasos en el film primigenio de 1979. El director australiano dejó al final de la primera Mad Max a su protagonista convertido en un vengador al que habían arrebatado su familia y que tras asesinar a los autores de tal crimen decidía mimetizarse con una carretera hacia ninguna parte. Con la única compañía de su perro, Max recorrerá infinitos parajes desérticos de una Australia postnuclear pare encontrar una refinería defendida por un grupo de civiles supervivientes acampados que tratan de evitar el ataque de la banda comandada por el salvaje Humungus, un grupo de criminales motorizados en busca del bien más escaso y preciado de la época, la gasolina. Esta nueva historia marca el punto culminante de la saga Mad Max, su consolidación como obra de culto por capítulos y la que sería más recordada con el paso del tiempo gracias a su estética, excesos, barroquismo, crepuscularidad y testosterona desatada en todos sus aspectos. Mad Max: El Guerrero de la Carretera estaba destinada a macar época y Mel Gibson a mimetizarse por fin al 100% con el personaje que le dio la fama a nivel mundial cuando no había llegado todavía a la treintena. George Miller conseguía por fin hacer historia y no sólo ofrecer con su trabajo un producto ejemplar dentro del cine de acción con influencias de distintos géneros, también consiguió, sin proponérselo, marcar época en el plano estético y dar pie a una incontable serie de homenajes, plagios, parodias dentro del cine de serie B que colea hasta nuestros días, pero en ese peculiar apartado pararemos más tarde.
Mad Max: El Guerrero de la Carretera consigue aquella ardua tarea de ser una secuela “más grande”, en todo, que su predecesora sin perder el norte por el camino. Para empezar George Miller y sus guionistas Terry Hayes y Brian Hannant desarrollan aquellas ideas o conceptos que en la primera película sólo eran apuntados brevemente y con sencillas pinceladas. Por un lado un prólogo nos contextualiza por fin este futuro en el que Max Rockatansky se mueve, una Australia escasa de recursos humanos, irradiada por la contaminación nuclear, masacrada por las guerras y por otro lado se confirma la gasolina como el líquido más preciado, el que mueve el dinero o el crimen y por el que los personajes son capaces de morir o matar. Esta segunda parte hiperboliza su acabado estilístico en todos los sentidos tanto el de Max como el de las bandas de moteros que visten una estética punk mucho más marcada mezclando lo medieval con la parafernalia sadomaso, pero también el técnico (aquí las escenas de persecuciones son a mayor escala, están mejor rodadas y en ellas George Miller se reveló como un maestro de la realización cinematográfica) el de diseño de producción (esa sociedad que en la primera película era definida con cuentagotas e muestra aquí en todo su sucio y roido esplendor) e incluso el conceptual con la visión de un futuro desasosegante y crepuscular. En Mad Max: The Road Warrior todo es más ruidoso, descomunal, vibrante, su deuda ya no es sólo con la literatura pulp y el western bastardo, también es con el trazo de ilustradores del mundo del cómic como el francés Jean Giraud “Moebius” o el norteamericano Howard Chaykin y esta amalgama de influencias dan forma a un todo lleno de adrenalina que no da un respiro a la platea.
En esta secuela Max es un personaje que trasciendo lo humano para convertirse en una leyenda que va de boca en boca, un héroe herido, callado, parco, deudor del imaginario de Jean Pierre Melville, más de actos que de palabras, como si George Miller y el mismo Mel Gibson, que se echaba sobre los hombros casi todas las escenas de acción de la saga, ya fueran conscientes del alcance de la criatura a la que habían dado forma. Con todo, aunque como obra supere en casi todos los aspectos a su predecesora, Mad Max: El Guerrero de la Carretera contenía algunas taras que le restaban un poco de solidez, como un montaje en ocasiones caótico, un villano que adolecía del carisma del Toecutter de la primera entrega o la innecesaria inclusión de ese asilvestrado niño que aún siendo soportable se mostraba como una pequeña muestra de lo que nos esperaba casi a la vuelta de la esquina con Mad Max: Más Allá de la Cúpula del Trueno. Pero esta producción de 1981 es la más destacada de la saga en el plano icónico, dio pie a una incesante fiebre de copias o plagios de serie B (y hasta Z) venidas de países tan dispares como Italia (El Exterminador de la Carretera) Filipinas (Mad Warrior) o los mismos Estados Unidos con aquella Sangre de Héroes (alabada por el mismo George Miller) que supuso el no muy exitoso debut en la dirección del reputado guionista David Web Peoples (Sin Perdón, Blade Runner, 12 Monos) que colea hasta la actualidad con productos como Doomsday, de Neil Marshall, Death Race, de Paul W. S. Anderson o los videojuegos de la saga Fallout de Interplay y Bethesda Softworks. En 1981 Max Rocatansky ya estaba en lo más alto, ya era historia del cine a nivel mundial, por desgracia lo siguiente fue que su tercera entrega se encontrara ante una serie de catastróficas desdichas que obligó a la saga a dormir el sueño de los justos durante la friolera de casi 30 años.
Mad Max: Más Allá de la Cúpula del Trueno, finding Tomorrow-morrow Land
En el año 1983 el productor Byron Kennedy fallecía en una accidente de helicóptero mientras buscaba localizaciones para lo que sería la tercera entrega de Mad Max. Este hecho en el que el amigo y colaborador de George Miller moría prematuramente fue el que dio pie a que la producción de Mad Max: Más Allá de la Cúpula del Trueno no fuera como sus equipos técnico y artístico esperaban. El cineasta se encontraba tan afectado por lo acontecido que se vio incapaz de abordar en solitario la realización del largometraje y decidió servirse de la ayuda de su colaborador, el director George Ogilvie, para llevarlo a buen puerto. Como era de esperar Mel Gibson volvería para dar vida a Max Rockatansky y la cantante estadounidense Tina Turner daría vida a Tía Ama, la villana de la función. El largometraje se estrenó en 1985 y fue un considerable éxito, pero como pasaremos a comentar a continuación no sólo es el más flojo de la saga, y una decepción para los fans del loco Max, también supuso el primero en el que George Miller se entregó a los brazos de la comercialidad más hollywoodiense convirtiendo la tercera entrega de western postacpocalíptico en una cinta para toda la familia que poco, casi nada, tenía que ver con las dos entregas anteriores de 1979 y 1981. Con una historia protagonizada por, en su mayoría, insoportables niños salvajes esta segunda secuela de Mad Max funciona como película de aventuras para todos los públicos, tiene un dinamismo meritorio, no aburre en ningún momento y es puro cine comercial de los años 80, pero como secuela es indigna de la franquicia a la que pertenece por distintos motivos que pasaremos a enumerar a continuación.
Con Mad Max: Más Allá de la Cúpula del Trueno vayamos directos al grano. Si no fuera por Mel Gibson, su personaje llamado Max, la estética de este y la de algunos de los habitantes de Truequelandia, esta producción de 1985 no tendría absolutamente nada que ver con una franquicia como la de Mad Max. No ya sólo por esa infantilización de la historia para que pueda ser accesible a todos los públicos y que remite tanto a Star Wars: El Retorno de Jedi o la mano de Steven Spielberg en productos como la entrañable E.T, sino también porque George Miller, George Ogilve y el guionista Terry Hayes (implicado también en la escritura de la anterior Mad Max: El Guerrero de la Carretera) eliminan algunas de las señas de identidad más características de las dos anteriores cintas. Una película de Mad Max sin una carretera que se pierda en el horizonte no es una película de Mad Max, es más, sólo e los 20 minutos de metraje tenemos persecuciones automovilísticas aunque las mismas merecen mucho la pena, ya que no sólo en ellas George Miller pone toda la carne en el asador, sino que también podrían considerarse las mejor ejecutadas de la saga sino fuera porque existe una cosa llamada Mad Max: Furia en la Carretera que pasaremos a comentar a continuación. La calificación PG 13 también reduce considerablemente la violencia explícita de las dos primeras cintas, otra marca de la casa que aunque no abundaba estaba presente en varios momentos puntuales en los que cumplían su cometido de impactar a la platea, de modo que sólo nos queda como concepto reconocible la estética que ya bordea el steampunk y un feismo en algunos personajes que llegará a su culmen veinte años después con la última película realizada por Miller.
Tenemos una Cúpula del Trueno que cobra en el título un protagonismo que pierde a la media hora de metraje del film, pero que nos regala algunas escenas de acción muy bien ejecutadas y la presencia intimidante del Maestro Golpeador (mucho mejor el Master Blaster de la versión original) una villana carismática como Tina Turner que aún dando la réplica con mucho oficio al Max de Mel Gibson (menos hierático de lo normal, pero aún así muy entregado a la causa) confirma con su presencia como actriz y compositora de algunos temas de la banda sonora la bajada de pantalones de Miller y sus huestes de cara al gran público y una recta final que es la única que respira Mad Max por todos sus fotogramas con acción bien rodada y la consolidación de Max como una figura legendaria. Este ir y venir de aciertos y fallos, de concesiones de cara a la galería y un mínimo afán por salvaguardar la personalidad de una saga cuyo espíritu está ausente en casi todos los 105 minutos del metraje son los que hacen de Mad Max: Más Allá de la Cupula del Trueno una meritoria y entretenida cinta de aventuras que incluso dejaría su huella en futuros proyectos, como en aquella Waterworld, rodada por Kevin Reynolds, que llevaría a la ruina a un Kevin Costner en labores de protagonista y productor, pero que no es digna como segunda secuela de las aventuras de Max Rockatansky, por alejarse demasiado de la esencia que apuntaló el mito de aquellas. Por suerte este 2015 no sólo nos ha deparado la resurrección de una leyenda del celuloide como Mad Max, también lo ha hecho con la que posiblemente sea la mejor pieza de todas las que han tenido al guerrero de la carretera como protagonista.
Mad Max: Furia en la Carretera, long hard road to Valhalla
Exactamente 30 años separan el estreno de la fallida Mad Max: Más Allá de la Cúpula del Trueno con el de la reciente Mad Max: Furia en la Carretera. En ese periodo de tiempo George Miller ha trabajado en Hollywood con films como Las Brujas de Eastwick o El Aceite de la Vida, ha coqueteado con la fábula literaria en la saga del cerdito Babe, ha ganado un Óscar con su primera incursión en el cine animado con la primera parte de su díptico Happy Feet y ha superado los 70 años de edad sin perder las ganas por seguir haciendo películas. Desde hace quince años el cineasta australiano había barajado la idea de resucitar de entre los muertos su saga Mad Max, aquella que marcó a fuego su impronta en toda una generación de espectadores y jóvenes directores regalándonos aquel héroe solitario, aquel cowboy, aquel ronin que vagaba por las carreteras de una Australia arrasada por la mano del hombre. Por distintos problemas financieros relacionados con querer rodar el largometraje en su país y con toda la libertad artística posible dieron pie a que el proyecto no se comenzara a rodar hasta el año 2012 alargándose en el tiempo hasta el presente 2015, poco antes de la puesta de largo oficial de la obra. A día de hoy Mad Max: Fury Road ha sido aplaudida en el festiva de Cannes donde fue presentada fuera de competición y ha enamorado a espectadores y críticos de todo el mundo, no sin motivo. Ya sin Mel Gibson dando vida a Max Rockatansky que esta vez tiene el rostro, físico y algo de la voz del británico Tom Hardy (Bronson, El Caballero Oscuro: La Leyenda Renace) al que acompaña la actriz sudafricana Charlize Theron (Monster, Prometheus) el también inglés Nicholas Houlth (X-Men: Días del Futuro Pasado, Memorias de Un Zombie Adoescente) y un recuperado Hugh Keays-Byrne (Mad Max: Salvajes de la Autopista) la última entrega de Mad Max viene para quedarse, no sólo para que Miller de lecciones de cómo se rueda cine de acción real al resto de realizadores del panorama cinematográfico actual con ela sino para confirmar el nunca reconocido talento de un director que debe estar entre los más grandes del género y que se encuentra en mejor forma que muchos de sus coetaneos o imitadores.
Mad Max: Fury Road es una opera de Richard Wagner, una película de vikingos, cine medieval, celuloide teológico, una oda al exceso, al “cuanto más mejor”, a la destrucción, a la anarquía, al sacrificio y la redención, una orgía de metal, guitarras eléctricas, explosiones, gasolina, arena, sangre y líquido amniótico en la que George Miller lo ha dado todo sin miedo a pecar de excesivo porque sabe al dedillo cuál es su oficio, qué debe dar a los espectadores y qué debe negarles. La última entrega de Mad Max es cine de acción en su estado más puro, delegando responsabilidades en unos especialistas de escenas de riesgo que sin la necesidad de efectos digitales (el uso de los mismos en el largometraje son mínimos y se concentran en las escenas en las que los personajes se enfrentan a tormentas de arena en el desierto) volviendo a aquellos años ochenta en los que el frío pixel todavía no había hegemonizado el cine de acción comercial. Miller no quiere dejarse nada en el tintero y se entrega a un desfile de excentricidades que parece no tener fin. Toda la estética punk, sadomasiquista, feista, pulp, barroca, crepuscular y mórbida que había sido el caldo de cultivo de las tres primeras cintas explosiona aquí lanzando metralla hacia la pantalla. El director australiano lleva hasta el paroxismo los vehículos gigantescos, los parajes desérticos, el armamento primitivo propio de un mundo devastado por las guerras y ajeno a todo tipo de progreso, una sociedad reflejada en esos personajes deformes, enfermos, pálidos, esqueléticos, repletos de tumores con los que llegan a convivir y que ofrecen la imagen alegórica de un planeta Tierra podrido, corrompido, que necesita sangre nueva para sobrevivir y poder llevar a cabo su cruzada suicida en pos de una mejorada descendencia, una nueva generación de saqueadores y caudillos totalitarios.
En los primeros quince minutos George Miller nos contextualiza su distopía salvaje y descarnada, en la que la gente sometida al brutal régimen de Inmortan Joe muere por la necesidad de agua y gasolina (los dos bienes más preciados de la saga como recordamos de la segunda y tercera entrega) y en la que la esperanza de vida es mínima, casi inexistente. Cuando llegamos a los 30 minutos de metraje el agotamiento del espectador es un hecho, siempre en el buen sentido de la palabra, para entonces Miller ya ha dado buena muestra de la bacanal de muerte y destrucción que su cámara puede capturar en tan poco tiempo, ya hemos visto al nuevo Max de Tom Hardy se perseguido por incontables pandillas de dementes motorizados, a Charlize Theron como Imperator Furiosa traicionar a su jefe para huir con las últimas portadoras de verdadera vida de es ciudad regida con puño de hierro en la que vivían a duras penas y nos han sido presentado esos kamikazes apodados Media-Vida, extremistas radicales que no rinden tributo a deidad alguna solo a la carretera, al octonaje, a la muerte violenta que los envía al Valhalla nórdico, exigiendo al espectador “ser testigo” de su hazaña suicida y que queda perfectamente reflejada en la maniática presencia de ese Nux al que da vida un superlativo Nicholas Hoult que ofreció todo en el, ya de por sí, durísimo rodaje de la película. Todo este bestiario, encadenado de escenas de acción que hacen palidecer cualquier intento por parte de otros directores de inyectar nervio y furia a proyectos ajenos a este, esa desmesura en fondo y forma es la que nos impide pararnos un momento a recapacitar y reflexionar sobre que el guión de la última cinta de George Miller, del que se ocupan Nick Lathouris, Brendan McCarthy y el miso cineasta, es un fino hilo, una mínima excusa de persecución continua sin ningún tipo añadidos argumentales que reducen la historia al mínimo exigido. Esta idea no es para echarse las manos a la cabeza, un film de esta naturaleza tan visual y avasalladora no necesita más argumento, es más, ninguno de los libretos de las tres anteriores entregas eran un dechado de progresión dramática o narrativa, pero el trabajo de su director era el que subía de nivel el acabado final del producto, alzando hasta la excelencia el que comentamos en esta última reseña.
Mucho se ha hablado de la estúpida campaña antifeminista contra Mad Max: Furia en la Carretera impulsada por el artículo “Por qué no deberías ver ‘Mad Max: Feminismo en la carretera” de Aaron Clarey apodado “Capitán Capitalismo” dentro de la web pro-machista Return of Kings y al que suscribe el hecho de que estos individuos aprieten el esfinter con cualquier producto en el que se le dé un considerable peso a una mujer siempre será recibido con fruición. En ese sentido George Miller revoluciona la saga, porque por primera vez da importancia capital a un rol femenino en una de las entregas de su franquicia, con una pletórica Charlize Theron en la piel de Imperator Furiosa, el mejor personaje de toda la película. Sí, el Max Rockatansky de Tom Hardy es muy digno y el actor de Origen o Locke ofrece todo su poderoso físico para estar a la altura de Mel Gbson, pero no neguemos lo evidente, su labor como guardaespaldas de la conductora del Camión de Guerra le deja en un segundo plano ante la determinación, fuerza, entereza y visceralidad de la mujer del brazo mecánico. Ella es el centro de la narración y en ocasiones al espectador le da por pensar que es ella la que debería haber heredado el papel que dio fama como intérprete al director de Braveheart o La Pasión de Cristo, mostrándose en más de una ocasión como el cerebro del plan de huida iniciado por ella y al mismo Max como el músculo para que este pueda llevarse a buen puerto. Siguiendo con el tema de quién es quién dentro de la galería de personajes con respecto al villano de la velada George Miller guarda un regalo para los fans cuando descubrimos que el actor que da vida al deforme y sádico Immortan Joe es Hugh Keays-Byrne, el mismo que encarnó al Toecutter de la primera entrega, impersonando así a los dos mejores rivales a los que se ha enfrentado Max en la franquicia a la que da nombre.
Mad Max Fury Road es un cañonazo, una explosión ensordecedora, un volcán activo que arroja a través de la pantalla gasolina, arena, polvo y sangre, la mejor película de acción en su esencia más pura que ha visto el cine contemporáneo en muchos años. También es el regreso de un autor que merece ser reconocodio no sólo por cómo influyó su ya tetralogía en nuevas generaciones de films y directores sino como un maestro del celoluide cortante, demente, descarnado y suicida. Este cineasta australiano septuagenario ha vuelto para dar un puñetazo en la mesa de Hollywood, uno tan fuerte como para partirla en dos y hacer que las astillas salten en los rostros de los Zack Snyder, Michael Bay, Roland Emmerich o Ridley Scott de turno que no admiten que o no son los genios que nos quieren vender o que su época ya pasó y por ello se han entregado a una autonidulgencia artística que los ha estancado cinematográficamente de manera alarmante. El creador de Mad Max vuelve a casa, conoce perfectamente el terreno y quiere ir a más a llá a base de la retumbante percusión de la banda sonora de Junk XL, de un reparto abierto en canal, de un acabado técnico mastodóntico y de la labor de unos genios de la acrobacia que jugándose la vida en pos del buen cine jamás podrán ser sustituidos por cientos de informáticos detrás de la pantalla de un ordenador. George Miller es un perro viejo, un verdadero visionario que ha vuelto en plena forma con su juguete impoluto, las pilas cargadas al máximo y nuevos complementos. A estas alturas el éxito mundial de esta obra megalómana, impúdica, consicentemente imperfecta y macarra hasta lo insultante ha servido para que su creador confirme que una nueva secuela titulada Mad Max: Wasteland comienza a gestarse en aquella lejana Australia en la que hace 35 años un guerrero sin nombre marcó época grabando sus aventuras a fuego en la memoria de millones de espectadores que hoy reciben con regocijo esté viaje a un averno sepultado en arena y olor a aceite de motor quemado. Porque si el infierno existe debe ser parecido a ese desierto que todo lo devora en Mad Max: Fury Road, una obra destinada a perdurar como sus hermanas mayores y que nadie debería perderse en pantalla grande para con ello conseguir llegar brillante y cromado a las puertas del Valhalla. Sed testigos amigos míos, sed testigos.