jueves, 29 de noviembre de 2012

Tristram Shandy: A Cock & Bull Story, the bitterness inside is growing like the new born



Título Original Tristram Shandy: A Cock & Bull Story (2005)
Director Michael Winterbottom
Guión Martin Hardy /Frank Cottrell Boyce basado en la novela de Laurence Sterne
Actores Steve Coogan, Rob Brydon, Keeley Hawes, Shirley Henderson, Dylan Moran, David Walliams, Jeremy Northam, Benedict Wong, Naomie Harris, Kelly Macdonald, Elizabeth Berrington, Mark Williams, Kieran O'Brien, Roger Allam, James Fleet, Ian Hart, Ronni Ancona, Greg Wise, Stephen Fry, Gillian Anderson





No son pocas las novelas que tienen fama de "inadaptables" a la hora de ser llevadas a la pantalla grande. Muchas de ellas han sido extrapoladas al cine a pesar de ello y no han sido escasas las que han conseguido el éxito. Crash de James G. Ballard fue llevada a imágenes con magistral impronta por David Cronenberg en 1996, Terry Gilliam consiguió transmitir la lisérgica narrativa del periodismo gonzo de Hunter S. Thompson en Miedo y Asco en Las Vegas y Peter Jackson logró dar vida física y digital a la riquísima y vasta Tierra Media creada por J.R Tolkien con la trilogía de El Señor de los Anillos.




Otra novela con fama de inadaptable era Vida y Opiniones de Tristram Shandy del escritor británico Laurence Sterne editada entre los años 1759 y 1767. El libro, que narraba cómo un noble trataba de narrar su vida pero al hacerlo se enredaba de tal manera con las anécdotas y vivencias de su familiares antes de su propio nacimiento que al acabar el escrito casi ni había hablado de sí mismo, se convirtió en un icono de la literatura posmoderna antes de la posmodernidad (como bien dicen en el largometraje) y una obra literaria de carácter universal paródica, original y de una estructura atípica e inteligente.




Michael Winterbottom, magnífico director inglés de ecléctica e interesante filmografía (aunque no siempre acierte con sus proyectos) decidió afrontar la difícil empresa de llevar a imágenes la novela de Sterne. Pero no aceptó realizar una adaptación al uso, porque el núcleo central de su largometraje es precisamente el carácter de inadaptabilidad cinematográfica que posee el libro. De modo que el director de Wonderland prefirió no hacer una película sobre un libro imposible de llevar a la gran pantalla sino una película sobre cómo se intenta hacer una película sobre un libro imposible de llevar a la gran pantalla. Entramos por ello en los terrenos de ese subgenero llamado cine dentro del cine.




Steve Coogan da vida a Tristram Shandy (y a su padre Walter) en la adaptación cinematográfica que un director (Jeremy Northam) está realizando de la célebre novela del escritor Laurence Sterne. Durante el proceso veremos las dificultades de llevar a la gran pantalla un relato tan complejo y esperpéntico como el de este libro y seremos testigos de los problemas de todos los implicados en el proyecto, de la egolatría de los actores, las obsesiones del director, la cabezonería del guionista o la racanería de los productores y de las historias mínimas que protagoniza esta pequeña familia en la que se convierte un equipo de rodaje que va a pasar un tiempo conviviendo para llevar a cabo la gestación de un largometraje tan complicado.




Divertida comedia llena de metareferencias, juegos de espejos e inteligencia por parte del director de El Demonio Bajo la Piel que reflexiona sobre el acto de crear ficción tomando como campo de batalla el rodaje de una película que adapta una novela imposible de llevar a imágenes. Winterbottom vuelve a los terrenos de 24 Hour Party People (de nuevo cuenta con el guionista de aquella cinta, Frank Cottrell Boyce, aunque usando el pseudónimo Marin Hardy) y si bien no llega a los niveles de demencial genialidad de aquella crónica del Manchester que vio nacer a la música rave, sí consigue ofrecer un producto atípico, simpático y sobre todo competente a distintos niveles.




El referente más claro para Tristram Shandy: A Cock & Bull Story (aunque argumentalmente no tengan absolutamente nada que ver) es la adaptación que David Cronenberg (una vez más recurrimos a él) realizó de la novela del escritor norteamericano, estandarte de la contracultura, William S. Burroughs, El Almuerzo Desnudo, libro cuya traslación al celuloide se antojaba imposible por su narrativa caótica y arbitraria y por estar protagonizado por máquinas de escribir con forma de cucaracha que hablaban por el ano o escarabajos gigantes que sodomizaban a jóvenes imberbes. El de Ontario al asimilar la brutal dificultad del proyecto decidió realizar un biopic de cómo el mismo Burroughs se inspiró para realizar dicho trabajo, pero añadiendo a la trama constantes tanto de ese libro como de toda su obra literaria, ya fueran parafilias sexuales, entomología lisérgica, politoxicomanía, el asesinato de su propia esposa o su célebre viaje a Tánger.




Al igual que Cronenberg, que nos narró cómo el propio Burroughs escribía El Almuerzo Desnudo, Winterbottom relata el proceso, no de la creación de la novela de Sterne, sino el complejo intento de llevar a imágenes la misma con éxito. Si bien un punto de partida como este podría dar pie a pensar que el británico se entregaría a un ejercicio de pretenciosidad cinematográfica por suerte nada más alejado de la realidad. Tristram Shandy se ofrece a un tipo de comedia de enredo tan acertada e incisiva como ligera, sí, la cinta tiene un trasfondo y subtexto más profundos de lo que parecen a simple vista, pero los personajes y sus experiencias son los que mueven la historia.




En ese sentido el extenso reparto se encuentra realmente en estado de gracia y todos saben trasladar a la pantalla ese tono de comedia absurda que demanda el proyecto. Una vez más Winterbottom cuenta con su actor fetiche, Steve Coogan y este (de nuevo) le da prácticamente la película hecha. El carisma del protagonista que hace de sí mismo y de narrador en primera persona del film rompiendo continuamente la cuarta pared llena la pantalla, ofrece una visión paródica de sí mismo y hace que salten chispas cuando comparte plano con el actor Rob Brydon (también interpretándose en la realidad) ya que ambos son el núcleo de las mejores escenas del film, como los memorables arranque y final del producto.




La presencia de Shirley Henderson y Gillian Anderson parece como una mirada ácida sobre su inclinación como actrices a hacer cine de época, los celos de Coogan hacia Brydon tienen pinta de ser un amistoso (pero cínico) golpe por parte del director y su guionista al estómago del actor protagonista, también despiertan una sonrisa las referencias a Mel Gibson en el pase previo de la terrible escena de la batalla, el asesor militar echando mierda sobre las escenas bélicas de Cold Mountain, cómo el equipo de rodaje no entiende la pasión cinéfila hacia Fassbinder y el cine clásico de la asistente personal de Coogan (encantadora Naomie Harris), la siempre candorosa  presencia (qué encantadora, qué voz) de Kelly MacDonald o un acertado Jeremy Northam como alter ego del propio Winterbottom.




El humor del film alterna la comedia de enredo con un surrealismo deudor de los Monty Python (la escena de la recreación del nacimiento de Tristram con el enorme útero o el Steve Coogan diminuto que se presenta a Gillian Anderson podía haber salido de cualquier programa del mítico Flying Circus). Pero lo mejor es que mientras Winterbottom parece que nos está vendiendo una cinta humorística elegante pero de escasa trascendencia, por el camino y sin que casi nos demos cuenta está emulando con su trabajo el mensaje y estructura narrativa de la novela de Sterne.




Ya que si aquella, por culpa de una maraña de anécdotas familiares relatadas por el mismo protagonista, daba pie a que al final de la historia casi no hablara de sí mismo, en la cinta del director de Código 46 lo que se supone un enorme making of de una película se convierte en algo parecido al manuscrito ya mencionado cuando el guión se bifurca continuamente del tema central y se dedica a picotear en la vida de todos y cada uno de los componentes del equipo de rodaje haciéndonos ver que la vida misma está regida por un caos caprichoso y arbitrario.





Tristram Shandy: A Cock & Bull Story es un producto recomendable para distinto tipo de espectador inquieto. Puede satisfacer tanto al que le fascinan los estresijos del cine como medio, como al amante de la literatura, al aficionado de los falsos documentales, al seguidor del cine de corsé y peluca (la utilización bufa de Sarabanda de Handel como referencia cómica a Barry Lyndon, la "cinta de época" por antonomasia es todo un acierto) y a aquel que disfruta con una comedia ligera y de enredo. No es la mejor película de Michael Winterbottom, pero si es una muestra clara de su talento como narrador, su personalidad como autor y de que a veces con menos pretensiones se puede llegar a lugares interesantes, intelectualmente hablando.



sábado, 24 de noviembre de 2012

Guerreros, en tierra de nadie



Título Original Guerreros (2002)
Director Daniel Calparsoro
Guión Juan Cavestany y Daniel Calparsoro
Actores  Eloy Azorín, Eduardo Noriega, Rubén Ochandiano, Carla Pérez, Jordi Vilches, Roger Casamajor, Iñaki Font, Sandra Wahlbeck, Olivier Sitruk





Ahora que se acerca el estreno de la última película de Daniel Calparsoro titulada Invasor, protagonizada por Alberto Amann, Inma Cuesta, Karra elejalde, Antonio de la Torre y Luis Zahera (parece que han buscado el reparto pensando en mí, vaya cinco actores) y contextualizada en la guerra de Iraq me veo en la obligación de recuperar y reivindicar una de las mejores cintas de género del cine español de la pasada década, Guerreros. Una producción del año 2002 dirigida por el realizador nacido en Barcelona pero afincado desde niño en Euskadi que pasó sin pena ni gloria por las carteleras y que es destacable por varios motivos y practicamente todos buenos.




Durante el año 1999 un grupo de zapadores del ejército español de las fuerzas de la KFOR se dirigen a un área formada por varios pueblos de Kosovo llamada "Zona de Exclusión". Esa localización es supuestamente neutral pero la tensión entre los albanokosovares y los servios ha dado forma a un hervidero en el que el mínimo gesto hostil podría dar pie a una masacre. Dentro del pelotón de ingenieros españoles se encuentra Vidal (Eloy Azorín) un joven que cree que está en aquel país por una causa humanitaria, pero que verá como todo su sistema de valores se viene abajo cuando se enfrente a la crueldad de la guerra en toda su crudeza.




En España no hay una verdadera tradición de cine bélico puro. Si dejamos de lado los acercamientos a la contienda civil que se centran más en los estragos de aquel conflicto y las vivencias de las personas que experimentaron aquellos tiempos convulsos, poco celuloide de guerra se ha rodado en nuestro país. Es más, la película bélica patria más ortodoxa que me viene a la memoria es la magnífica Tierra y Libertad y la rodó el británico Ken Loach en 1995. Tendríamos que echar la mirad hacia atrás y darnos de bruces con productos de propaganda del régimen franquista como Sin Novedad en el Alcázar de Augusto Genina (que por cierto era una producción de origen italiano) o Los Últimos de Filipinas de Antonio Román, pero como ya comento eran productos sesgados y maniqueos al servicio de la dictadura .




Puede que ese sea uno de los motivos por los que la gente no se tomó en serio el acto de ir a los cines a ver una película tan meritoria como Guerreros. Ese y el habitual en el que tenemos preconcebido que en nuestro país no se hace buen cine y claro, bélico mucho menos, por supuesto. Estupidez esta que por suerte el tiempo y producciones sobresalientes ibéricas están aplacando considerablemente. Porque no hay duda por mi parte, el quinto largometraje de Daniel Calparsoro es una muy buena película con muchos más aciertos que fallos y un mérito totalmente admirable en su producción conjunta.




España no es Estados Unidos y nuestro cine tampoco es el de aquel país, para bien y para mal dependiendo el caso. No hay lugar para el patriotismo, la gallardia, el honor, los desfiles, ni nada parecido en una película como Guerreros. Porque Calparsoro y su co guionista Juan Cavestany quieren hablarnos principalmente de la guerra, de cómo la misma puede cobrar entidad corporea y convertirse en un descomunal monstruo ávido de sangre y muerte que lo devora absolutamente todo, ya sean bienes materiales, ideologías, inocencia, humanidad o incontables vidas.de militares o civiles.




Curiosamente este retrato tan poco complaciente de las fuerzas militares españolas recibió respaldo por parte del ejército de nuestra tierra, algo impensable en USA, país en el que si una producción de Hollywood no retrata a los soldados del país como a ellos les interesa retiran su asesoría militar del producto. Con respecto a este tema es interesantísimo echar un vistazo el magnífico libro y también documental Operación Hollywood de David L. Robb que nos narra como el Pentagono denegó su ayuda a films como Trece Días, La Delgada Línea Roja, La Chaqueta Metálica o Apocalispsis Now por no dar la visión que ellos querían de algunos los altos mandos del ejército estadounidense en favor de ponzoñas como Pearl Harbor o Top Gun que sí recibieron dicho beneplácito.




Volviendo a Guerreros nos encontramos con la, por ahora, mejor película de su director. Daniel Calparsoro siempre ha sido un cineasta destacable en el plano técnico y a la hora de sacar lo mejor de sus actores, pero normalmente flaquea como guionista (no hay más que ver su debut en la dirección, Salto al Vació una puesta en escena acerada, cruda y un reparto magnífico al servicio de la nada argumentalmente hablando). Por eso su pulso como escritor se ve reforzado cuando colabora con un co guionista que le indique el camino a seguir. Juan Cavestany ayuda a que el autor de Asfalto no vaya dando bandazos con la escritura y sea capaz de narrar una historia coherente y que enganche al espectador.




De este modo tenemos la poderosa realización del Calparsoro de siempre con un uso brutal de la fotografía, los encuadres, la cámara al hombro, los escenarios y los efectos especiales al servicio de una historia sólida y bien hilada que muestra hechos terribles durante lo que en un principio parecía una misión humanitaria. La tensión, el in crescendo descarnado de salvajismo y crueldad que lleva a que se cumpla aquella cita de Plauto (popularizada por el filósofo Thomas Hobbes) de que el hombre es un lobo para el hombre, se hacen con el metraje y nos encarrilan a una media hora final sencillamente brillante en todos sus apartados, convirtiendo una cinta bélica casi en una película de terror.




Pero lo más interesante de todo es el retrato del personaje protagonista de Vidal (competente Eloy Azorín) y su evolución a lo largo del largometraje. Al principio lo vemos como un joven idealista entregado al altruismo, capaz de poner (involuntariamente) en peligro a su pelotón con tal de ayudar  a un civil local que va a ser torturado. Poco a poco lo que verá y experimentará en el campo de batalla dará al traste con su manera de ver el mundo y sucumbirá ante la crueldad y lo ihhumano convirtiéndose en una máquina de matar insensible y despiadada que si alguna vez tuvo eso que se llama alma la debió perder previamente en algún campo de minas antipersona kosovar tras tan traumática experiencia.




Aunque si nos referimos al reparto es donde encontramos el mayor fallo de la película, precisamente su erroneo casting. No se puede negar que los actores en su totalidad hace un buen trabajo, que se dejan la piel en pantalla con escenas físicas muy complicadas y que hasta un actor que rara vez me convence como Eduardo Noriega está muy digno en su papel del teniento Alonso. Pero la elección de algunos de los actores no me convence, porque la presencia de Clara López (magnífica su mirada perdida tras la agresión de la que es víctima y que inteligentemente no nos es mostrada) Robén Ochandiano y sobre todo Jordi Vilches (por dios ¿quién eligió a este actor de físico tan menudo y adscrito a la comedia para hacer de sargento primero del ejército español?) me chirría considerablemente y en varias ocasiones no me los creo como soldados.




Pero el resto son todo aciertos y en el camino algunas escenas se nos quedan marcadas en la retina como la del campo de minas, el tanque sumergido en el río con todo el pelotón dentro, cuando los protagonistas son capturados, el personaje de Balbuena tras el ya mencionado ataque que sufre, la escena perfectamente ejecutada en la que le practican el método de tortura "submarino" a Vidal, todo el pasaje del cobertizo, cuando caen en la fosa común y son sepultados en cal viva y al salir de allí llevan blancos los rostros como si fueran pinturas de guerra y ese diálogo final por parte de Vidal y el teniente Alonso que enfatiza la deshumanización a la que se han visto abocados los soldados.




Por culpa de los prejuicios Guerreros no ha ocupado aún el lugar que se merece. Algunos darán su negativa a verla porque pensarán que es una españolada patriotera de tres al cuarto y en el lado opuesto otros se rasgarán las vestiduras pensando que un grupo de "titiriteros" y "subvencionados" sólo serían capaces de rodar un panfleto antimilitarista para dárselas de pacifistas e izquierdosos. Ambos bandos estarían equivocados, sí, Guerreros es una cinta antibélica o contraria al intervencionismo internacional, pero su misión como producto cinematográfico es humanizar a un grupo de niños que van al culo del mundo a una tierra en la que no han perdido nada porque los de siempre han dicho que hay que hacerlo a pies juntillas y sin rechistar. 




Esta producción de 2002 es una desconocida pieza importante dentro de nuestro cine de género, la mejor película bélica rodada en España y un producto de alto nivel que no tiene nada que envidiarle al cine  norteamericano adscrito a este tipo de films. Curiosamente se estrenó a la vez que otro producto cuyo mensaje era diametralmente opuesto al de la obra que nos ocupa, Black Hawk Deribado, producción técnicamente irreprochable cuya ideología desde mi punto de vista dejaba mucho que desear y cuya historia (basada en hechos reales, pero bastante tergiversada en pantalla) no era ni la mitad de realista e interesante que la película que nos ocupa, proyecto que nos expone en pantalla que la guerra no es un juego y que es muy sencillo defenderla cuando no eres tú el que tiene que exponerse en el campo de batalla jugándote la vida y la de tus compañeros mientras en el bando contrario sucede prácticamente lo mismo. Por desgracia  esto lleva sucediendo desde tiempos inmemoriales y no cambiará en un futuro próximo.



viernes, 23 de noviembre de 2012

Route Irish, dog soldiers



Título Original Route Irish (2010)
Director Ken Loach
Guión Paul Laverty
Actores Mark Womack, Andrea Lowe, John Bishop, Trevor Williams, Talib Rasool, Stephen Lord, Craig Lundberg, Najwa Nimri, Gary Cargill







Undécima colaboración entre el guionista escocés Paul Laverty y el cineasta inglés Ken Loach. Estos dos autores han encontrado el uno en el otro un contrapunto perfecto para exponer en pantalla sus idearios comprometidos de corte socialista y siempre poniendo sus miradas en temas importantes como el desempleo (Mi Nombre es Joe), los derechos de los trabajadores (Pan y Rosas) el conflicto de Irlanda del Norte (El Viento que Agita la Cebada) los choques culturales (Sólo Un Beso) o la vertiente más desarraigada de la adolescencia (Dulces Dieciseis). Con Route Irish tocan otro tema espinoso como el de la guerra de Iraq, conflicto bélico que ha dado en ocasiones muy buen cine (Redacted, En el Valle de Elah) tan interesante como, por desgracia, poco (re)conocido.





Un soldado inglés destinado en Iraq durante la ocupación norteamericana y británica del país cae abatido por el fuego enemigo en lo que se llama la Ruta Irlandesa, la carretera que comunica el aeropuerto de Bagdad con la zona internacional de la ciudad. Su amigo íntimo, que fue el que le incitó a alistarse a filas, no está seguro de la veracidad del ínforme oficial sobre la muerte de su compañero. Con la ayuda de la ex novia del susodicho realizará por su propia cuenta una concienzuda investigación para intentar desentrañar el misterio que se esconde detrás del asesinato. Sus averiguaciones le llevarán demasiado lejos y por el camino despertará demonios internos de cuando estaba en el frente, mermándolo psicológicamente hasta niveles en los que su propia integridad física y la de los que le rodean correrá peligro.




Rout Irish es una de las mejores películas del tandem Laverty/Loach y dentro de su humildad formal y conceptual toca un tema delicado con cierta ambición bastante interesante. El producto que nos ocupa es un thriller dramático con una estructura muy parecida al de films sobre investigaciones militares con un crimen de por medio como Algunos Hombres Buenos, La Hija del General, Joint Security Area o la ya mencionada segunda cinta del canadiense Paul Haggis como director. El núcleo central del largometraje es la búsqueda de esa verdad que explicará el origen de la muerte del personaje de Frankie y que destapará un entramado más grande y complejo de lo que parecíera en un principio.




Pero los autores de Buscando a Eric quieren ir más allá y mientras vemos como el personaje de Fergus (descarnado Mark Womack) saca adelante su búsqueda para dar con el culpable de la muerte de su amigo diseccionan su propia personalidad y los estragos que la guerra ha dejado en su psique. Entramos entonces en los terrenos del Michael Cimino de El Cazador (The Deer Hunter) cuando vemos a ese verterano que no duerme por las noches, que desfoga su violencia con un saco de boxeo y que cuando encuentra al supuesto asesino de su colega llega a torturarlo de manera inhumana (Loach mira hacia atrás al mostrar en este pasaje ecos de Agenda Oculta, magnífica cinta de 1990 en la que habló de los derechos humanos, el IRA y el terrorismo de estado) no sin darse cuenta de que su deshumanización es un hecho y que no hay vuelta atrás para sí mismo.




Es interesante ver por fin el conflictó iraquí desde el punto de vista de los hijos de Gran Bretaña que fueron enviados a aquella tierra por un Tony Blair que coló a las Naciones Unidas esa historia tan bonita que el gobierno norteamericano de George W. Bush se inventó sobre las armas de destrucción masiva que supuestamente poseía el dictador Saddam Hussein (sí, esas mismas que no usó para defenderse de la invasión del ejército norteamericano porque no las tenía) y gracias a ello ver los estragos que aquella guerra dejó en los soldados británicos que allí estuvieron (la escena del amigo de Ferguson gritando en sueños como si siguiera en el frente es tremendamente esclarcedora) y como volver a sus vidas en ocasiones se antoja imposible porque ya no son las mismas personas.




En Route Irish funciona tanto el drama como el tono de thriller (hasta la escena bélica le funciona a Loach) y cuando ambos géneros se cruzan es cuando el film encuentra sus mejores momentos. La puesta en escena del director de Lloviendo Piedras es la habitual, austera, realista, seca y con un uso considerable de tomas generales y una alergía a los primeros planos marca de la casa. También es reconocible su talento para sacar oro tanto de intérpretes reconocidos como de actores no profesionales y aquí tenemos una vez la muestra de dicho talento por su parte, con un casting de creíble al 100% y convincente en todo momento con algún que otro componente del mismo que destaca sobre los demás, como el ya mencionado Mark Womack o la actriz Andrea Lowe que da vida y corazón al personaje de Rachel, la novia del soldado asesinado.




Posiblemente Route Irish sea la mejor película de Paul Laverty y Ken Loach desde la superlativa El Viento que Agita a Cebada. Un trabajo desesperanzador, lleno de angustia existencial, pero reivindicativo, necesario, comprometido y nada maniqueo (recordemos que en ocasiones a este dúo le ha perdido el didactismo) que señala con dedo acusador a aquellas personas de posición privilegiada que sacan beneficio (siempre económico, por supuesto) de conflictos internacionales en los que mueren miles de inocentes por motivos que no se sostienen por sí solos y que siempre acaban repercutiendo en el plano monetario, ese que por desgracia mueve este mundo en el que, a duras penas, nos ha tocado vivir.


Lo Imposible



Título Original The Impossible (2012)
Director Juan Antonio Bayona
Guión Sergio G. Sánchez
Actores Naomi Watts, Ewan McGregor, Tom Holland, Geraldine Chaplin, Marta Etura, Oaklee Pendergast, Samuel Joslin, Dominic Power, Sönke Möhring, Olivia Jackson, Natalie Lorence, Nicola Harrison, Bruce Blain, Johan Sundberg, Teo Quintavalle, Jan Roland Sundberg




He tardado bastante en ir a ver Lo Imposible, porque no he podido ni querido evitarlo. Antes de su estreno no eran pocas las ganas que tenía de degustarla, me llamaba mucho la atención que un director español abordara en su segunda película una temática de este tipo y el trailer aumentaba mis deseos de ir a las salas para verla. Pero con su estreno llegó el éxito y con este la sobreexposición de la película y la brutal y cansina publicidad que sobre todo Tele 5 (productora de la cinta) hacía del ella a todas horas, sobre cualquiera de sus apartados (música, efectos especiales, actores). Llegado a un punto me saturé y decidí dejar pasar el tiempo hasta que la fiebre, por la que ya es la película española más taquillera de la historia de nuestro cine, pasara. Hoy ya he podido verla y me he encontrado con una obra interesante, remarcable, intensa, pero con algunas taras que la hacen imperfecta.




Una familia (española aunque en el film no se mencione, si mal no recuerdo) formada por un matrimonio y sus tres hijos varones que vivía en Japón decidió pasar la Navidad del año 2004 en Tailandia. Por desgracia, mientras estaban en su hotel, fueron testigos de la llegada del Tsunami que arrasó la costa del Sudeste Asiático. Este fenómeno natural que erradicó cientos de miles de vidas fue el hecho que dio pie a la separación forzosa del núcleo familiar protagonista. Por un lado Henry (Ewan McGregor) y sus dos hijos menores Thomas y Simon y por otro María (Naomi Watts) acompañada del primogénito Lucas, emprendieron dos caminos distintos con un mismo fin, encontrar a sus parientes perdidos en un panorama desolador donde el caos y la destrucción lo habían arrasado todo.




Vaya por delante que Lo Imposible me ha gustado considerablemente, me parece una película interesante que confirma lo que ya pudimos ver en la estimable El Orfanato, que Juan Antonio Bayona es un director con talento y fuerza a la hora de narrar historias. Su última película es intachable en el apartado técnico y el artístico, un largometraje con todas las letras, pero con respecto a cómo es abordada la historia que cuenta se cometen algunos fallos formales que sin hundir el entramado que la sustenta sí la muestra como imperfecta y en ocasiones hasta algo manipuladora.




Parece que el hecho de que Lo Imposible esté basada en un hecho real y que los protagonistas de aquel suceso de naturaleza extrema se hayan implicado al 100% con la producción del film permite a Bayona tener carta blanca a la hora de mostrar emociones en pantalla y eso desde mi punto de vista es, en cierta manera, reprobable. Hay una innecesaria y algo sensacionalista recreación en el dolor que no tiene necesidad de ser al ser expuesta de este modo en la sala de proyección. El director no escatima escenas de personas agonizando, víctimas sufriendo lo indecible (con un abusivo y tramposo uso de niños pequeños) o regalando un considerable número de pasajes en los que se deleita con las lesiones físicas de los protagonistas, como lo de Naomi Watts subiendo al árbol, que es excesivo y prescindible desde mi punto de vista.




Supongo que todo lo que vemos en pantalla sucedió realmente, pero no veo la necesidad de que Bayona se recree de esa manera con la tragedia. Parece como si el autor quisiera meter el dedo en la llaga hasta el fondo con tal de conseguir emocionar al espectador y que este rompa en lágrimas ante el visionado de lo que se expone en pantalla. Desde mi punto de vista no hay que llegar a esto, por medio de la contención y la sutilidad se puede llegar al mismo fin sin utilizar un medio tan reprobable. Sirva como ejemplo que me llega más el lento plano cenital de todos los cadáveres metidos en bolsas y cajas que todos los travelling por parte del realizador para mostrar hileras de personas gritando de dolor por culpa de sus heridas físicas y psicológicas.




Con la sensiblería estaríamos en un caso parecido si no fuera porque aquí Bayona sabe cuando cortar por lo sano. Hay bastantes momentos en los que al cineasta se le va la mano con las emociones y recurre a golpes bajos para, de nuevo, agarrar al espectador por las solapas de mala manera y obligarle a que sienta la tragedia de sus criaturas, como podemos ver en esa demasiado idealizada y perfecta familia que se retrata en el prólogo del film para que cuando los inevitables hechos tengan lugar lo pasemos lo peor posible. Por suerte no son muchos estos pasajes y varios de ellos están bien resueltos y no acaban en desgracia. Por este tratamiento un poco sentimentaloide (Lucas ayudando a la gente del hospital a buscar a sus familiares perdidos) se ha comparado a Lo Imposible con gran parte de la obra de Steven Spielberg, recordemos, uno de los más grandes del medio pero en ocasiones también bastante dado al llanto fácil por medio de la institución familiar y sus alegrías o tristezas.





Pero no sólo de los fallos de Spielberg bebe Bayona, también de sus virtudes y ahí es donde Lo Imposible se hace fuerte, vivaz y poderosa. Para empezar la recreación de la llegada del Tsunami deja en pañales a la que rodara Clint Eastwood al inicio de aquella no del todo rescatable rara avis en su filmografía llamada Más Allá de la Vida (Hereafter) sobre todo porque el español dosifica más el uso de los efectos digitales, haciendo que su visión de aquella tragedia sea más palpable y por tanto real. Pero sobre todo por la magnífica utilización que hace del tempo narrativo (esa tensa calma antes de la llegada de la ola) y el poderosísimo control de los efectos de sonido, sobre todo los que se escuchan cuando los personajes están sumergidos y que acrecientan la sensación de desasosiego.





Técnicamente la película es irreprochable, Bayona posee un control del lenguaje cinematográfico sencillamente magnífico, sabe llegar al espectador, encuadrar con delicadeza y elegancia hasta en los momentos más terribles. Su dirección de actores es también muy profesional y meritoria, mostrándonos en pantalla a unos Ewan McGregor y Naomi Watts (sobre todo esta última) entregadísimos, reales y dolientes y unos críos que ofrecen un trabajo más que decente con sus roles. Curiosamente el reparto de intérpretes sabe esquivar por medio de la gestualidad, la emoción (casi siempre) contenida y el lenguaje corporal los momentos más lacrimógenos del film que anteriormente he comentado y permitiendo gracias a ello la empatía sincera con la platea.




Lo cierto es que lo más recuperable de Lo Imposible es su mensaje sobre la supervivencia, la perseverancia y la fuerza de los lazos sanguineos y afectivos. La historia de la familia emociona, está expuesta con sabiduría y muestra cine palpitante y vivo. Sí, en ocasiones a Bayona le pierde el amarillismo, pero esos momentos no ensombrecen los aciertos de un film que muestra un fino pero potente haz de luz esperanzadora que atraviesa la oscuridad existencial que vemos en pantalla por medio de emociones reales, latentes y finalmente triunfantes que hacen que la segunda película de este hombre que empezó dirigiendo videoclips de Camela se confirme, no como una obra perfecta o de visión obligada, sino como un largo memorable y de visionado altamente recomendable.




Porque Lo Imposible no es una gran película, pero sí contiene momentos de gran cine en su interior. Ese primer impacto en la piscina del hotel, la presencia y la ternura del personaje de Daniel (que no deja de ser una metáfora de la esperanza o la supervivencia) ese niño que instintivamente huele a su hermanos pequeños para confirmar su presencia, la breve aparición de la gran Geraldine Chaplin, ese trozo de vida en una hoja de papel o el inolvidable clímax durante la operación que pone el broche final a una obra que merece el éxito que tiene. Sólo espero que esa hostil publicidad con la que nos llevan machacando desde el día de su estreno no perjudique a una película que es digna de ser vista y experimentada, sobre todo en pantalla grande, porque desde mi humilde punto de vista, merece la pena a pesar de no ser perfecta.


lunes, 19 de noviembre de 2012

El Río y la Muerte, roots bloody roots



Título Original El Río y la Muerte (1955)
Director Luis Buñuel
Guión Luis Alcoriza y Luis Buñuel basado en la novela de Miguel Álvarez Acosta
Actores Columba Domínguez, Miguel Torruco, Joaquín Cordero, Jaime Fernández, Víctor Alcócer






No es la primera vez que elogio la figura del que para mí es el mejor director de la historia del cine, el español Luis Buñuel. También he comentado el algún momento que su etapa mexicana me parece la más interesante, lograda y meritoria de las que compusieron su filmografía. A la austeridad formal y la escasez de medios se contrapuso la inteligencia, la visceralidad y la crítica social por parte del aragonés abordando ideas complicadas y temas considerados por aquel entonces tabú ya fueran las paupérrimas condiciones de vida de las clases desheredadas (Los Olvidados), la psicología torturada de cierto ciudadano medio mexicano (Él, Ensayo de Un Crimen) o las tradiciones y raíces  del país, como en el film que nos ocupa.




Dentro del grueso de esta etapa se estrenó en el año 1955 El Río y la Muerte, largometraje rodado en el tiempo record de dos semanas y basado en la novela Muro Blanco en Roca Negra del escritor mexicano Miguel Álvarez Acosta. La cinta pasó sin pena ni gloria por las carteleras y en el festival de Venecia no se entendió su temática porque la prensa especializada no conocía en absoluto el folclore, las costumbres y la cultura del país de origen del largometraje y que se retrataba en su historia central. No podemos hablar de una de las cintas más destacadas de la producción mexicana de Buñuel, pero sí de un meritorio trabajo que hace un interesante fresco de temas universales inteligentemente abordados.




Santa Bibiana es un pequeño pueblo de México cruzado por un río. Allí dos familias, los Anguiano y los Menchaca, cuya rivalidad viene de años atrás, siguen su interminable reyerta que es heredada entre hijos y sobrinos que pierden la vida por mantener intacta la valentía y el honor de sus correspondientes clanes. Gerardo, el último varón de los Anguiano, que se fue a la capital para ejercer como médico y así alejarse del baño de sangre de su pueblo natal, se ve en la obligación de volver a su antiguo hogar a petición de su madre Mercedes, que le pide que se enfrente al último descendiente de los Menchaca, que está manchando su honor y el de su estirpe.




El Río y la Muerte es principalmente un western, aunque su temática sea la de un drama enraizado en el celuloide mexicano, la estructura, estética y hasta puesta en escena (seca, austera, sin alardes innecesarios, como siempre en Buñuel) es deudora del cine del salvaje oeste norteamericano de autores como John Ford y Howard Hawkes. Pero Buñuel y su habitual colaborador (y amigo íntimo) Luis Alcoriza en realidad nos quieren hablar de las tradiciones asentadas en los más hondo del México profundo, el alejado del progreso y las grandes urbes, aquel que aún hoy tiene un concepto demasiado conservador y anticuado del honor, la gallardía y los estrechos lazos sanguíneos entre miembros de un mismo clan.




Esa tradición en la que si uno de los miembros de una de las familias enfrentadas mata de manera "honrosa" a uno de la contraria debe recorrer el río a nado y quedarse al otro lado de la orilla en soledad hasta que en el pueblo se considera que ha saldado su deuda le sirve de núcleo central al de Calanda para hablar, de manera  no muy elaborada pero bastante sugerente, de arcaísmos ideológicos enraizados en lo más profundo de la cultura azteca (pero que podría extrapolarse a cualquier zona del globo) arrastrados por equívocos conceptos como el valor, la venganza o el qué dirán los habitantes de un pueblo aposentado en el siglo anterior.




Gracias a tratar el tema de la supuesta cobardía de la que se acusan los varones de las dos familias cuando uno de ellos decide no "enfrentarse" a un componente de la casta rival, Buñuel vuelve a una de las constantes de toda su obra, el machismo y la figura de la masculinidad. Esa obcecada y cerril idea de la competitividad entre hombres por una innecesaria ley no escrita de virilidad mal entendida que a lo único a lo que da pie es que el baño de sangre en el que está sumergido el pueblo no acabe nunca, por culpa de una herencia de odio y violencia que no parece tener fin.




Lo interesante es que el mensaje final del film (un tanto obvio y maniqueo, es innegable) en el que parece afirmarse que la única manera que hay para vencer los prejuicios y los dogmátismos de los pueblos es hacerse una persona culta y con estudios no convencía ni al mismo Buñuel (como se puede ver en sus inolvidables memorias Mi Último Suspiro) pero las presiones por parte de Álvarez Acosta para que el film fuera escrupulósamente fiel al mensaje de su libro dieron pie a que el mismo se trasladara de esta manera a imágenes. Una vez más los problemas en la producción daban más de un quebradero de cabeza al español, como también sucedió en la muy recuperable El Bruto.




Pero trabajos como El Río y la Muerte contienen al mejor Luis Buñuel. No importa que los problemas con la financiación, un casting con algunos actores bastante mediocres, la escasez de medios y los problemas con los temas que abordaba intentaran dar al traste con sus proyectos. El director de La Vía Lactea o El Ángel Exterminador sabía sacar oro de un punto de partida nimio y si en casos como el que nos ocupa tenía el valor de resaltar y criticar lo que no le gustaba del país que lo acogió como a un hijo el mérito es doble, porque con ello afianzaba un discurso autoral nada acomodaticio y que no se dejaba amilanar por la nacionalidad de la tierra en la que se gestaba el producto al que estaba dando forma.