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jueves, 16 de enero de 2014

The Trip, dos en la carretera



Tìtulo Original The Trip (2010)
Director Michael Winterbottom
Guión Ben Smithard
Actores Steve Coogan, Rob Brydon, Claire Keelan, Margo Stilley, Rebecca Johnson, Dolya Gavanski, Kerry Shale






Tras la gloriosa 24 Hour Party People y la atípica y divertida Tristam Shandy: A Cock & Bull Story  al cineasta británico Michael Winterbottom (El Demonio Bajo la Piel, Código 46) le quedó bastante claro que los actores Steve Coogan y Rob Brydon no sólo estaban especialmente dotados para la comedia, también destilaban una más que notable química humorística cuando compartían plano en pantalla. De modo que rodar una película centrada en estos dos intérpretes era tan inevitable como inminente. Así nació The Trip, producción del año 2010 de inusual origen y naturaleza híbrida con bastantes puntos de interés pero no para todo tipo de público.




The Trip es una película en formato de falso documental que sirvió como complemento para un programa del mismo nombre con seis entregas emitido por la BBC en el que Steve Coogan y Rob Brydon reocorrían restaurantes del norte de Inglaterra degustando todo tipo de platos. Algo parecido a lo que aquí en España hicieron los actores Imanol Arias y Juan Echanove para La 1 de Televisión Española con Un País Para Comérselo, pero teniendo este un tono mucho más "cañí". El resultado es una simpática producción en la que los dos protagonistas se lucen sacando a relucir su comicidad, pero que por sustentarse casi por completo en eso puede llegar a hacerse algo reiterativa.




Aunque hay un guión con una historia (aquí la excusa del viaje es hacer una crítica gastronómica par el periódico The Observer) detrás lo cierto es que The Trip, la película, es un vehículo para el lucimiento de sus dos protagonistas. Mientras viajan en coche por parajes norteños degustando platos de todo tipo Steve Coogan y Rob Brydon dan vida a unos sosias de sus propias personalidades en la realidad siendo el primero el (en principio) más serio y arisco y el segundo más desenfadado y agradable, roles que ya ejercieron en cierta manera en la ya mencionada adaptación de la famosa novela de Laurence Sterne. Tenemos secundarios como camareros, cocineros, simpáticas recepcionistas de hotel y una considerable gala de personajes, pero son los ya mencionados actores fetiche de Michael Winterbottom los que llevan el peso del proyecto sobre sus hombros.




Coogan y Brydon se pasan el metraje lanzándose puyazos, haciendo chocar sus egos (mucho más inflado el del primero) y reflexionando sobre sus vidas, la edad o sus carreras como actores una vez se han adentrado en la cuarentena. Pero es innegable que lo mejor de The Trip es ver la enconada competitividad entro los dos protagonistas por imitar las voces de actores conocidos. Sean Connery, Christopher Lee (enorme el pique con los diálogos de ambos en El Hombre de la Pistola de Oro de la saga de James Bond, casi muero cuando Brydon le die a Coogan que parece hablar como si es estuviera recuperándose de un infarto en ese pasaje) Anthony Hopkins, Liam Neeson y sobre todo el duelo de los dos Michael Caine que ambos bordan (aunque Coogan lo emula con más fidelidad) son algunos de los que mejor les quedan. Por el contrario a Brydon la voz de Ian McKellen le sale fatal y no mucho mejor la de Al Pacino y por descontado ambos son penosos emulando a Woody Allen.




El problema de la obra reside en que repite la fórmula a lo largo de los excesivos 107 minutos de metraje. El itinerario viaje en coche, llegada al hotel, interactuación con los secundarios, comida o cena con conversación entre los protagonistas y noche con ambos hablando por teléfono con sus familias es continua a lo largo del largometraje y puede que a cierto tipo de público le agote. Por suerte los actores hacen lo suficentemente bien su trabajo como para que el espectador no se aburra en ningún momento y cuando los pasajes en los que ambos disertan sobre sus vidas y milagros se alargan Winterbottom sabiamente introduce alguna excusa narrativa para que los secundarios tomen algo de relevancia como la recepcionista polaca del primero hotel o el excursionista que da la brasa a Coogan hablándole de la erosión y del que este huye disimuladamente.





El director y su guionista también quieren, con toda la buena intención, introducir en la historia cierto tono dramático y un desarrollo de personajes que en este caso concreto para el que suscribe no aporta demasiado a la historia y su discurrir. No necesito que el director de Camino a Guantánamo o Un Corazón Invencible me diga que la humilde y hogareña vida personal de Rob Brydon es más satisfactoria que la urbanita y un tanto vacua o dispersa de Steve Coogan, porque dudo que se acerque mucho a la realidad. Si realmente lo hace no me importa demasiado, vengo a ver cine, no un programa del corazón y si no lo hace esta no aporta demasiado poso a un trabajo que apela al desenfado, a la réplica mordaz y al carisma de dos actores que cuando comparten plano están, nunca mejor dicho, en su propia salsa.




The Trip es una obra (no sé si tiene doblaje español, pero el mismo sería fallido desde su concepción porque se cargaría todo lo de las imitaciones que sí se pueden disfrutar en V.O, con subtitulos si los mismos son necesarios) menor en la carrera de Michael Winterbottom. Un producto modesto que se ve en una tarde tranquila de domingo para disfrutar de su ligereza, buen humor y simpatía. Pero cierto es que desde su humildad nos aporta momentos memorables como las disertaciones que ambos protagonistas hacen sobre literatura, filosofía, cine, de cosas tan intrascendentes como la comida que se queda entre los dientes o tan hilarantes como el supuesto panegírico que Coogan recitaría en el funeral de Brydon o cuando este propone al anterior si sería capaz de aceptar que su hijo tuviera una "enfermedad menor" con tal de ganar un Oscar. Ahora sólo me queda ver la verdadera The Trip, la serie en la que está basada esta agradable propuesta 100% hija de su autor hecha, sobre todo, para sus fans y para aquellos a los que les gusta pasar hambre viendo cine.



jueves, 29 de noviembre de 2012

Tristram Shandy: A Cock & Bull Story, the bitterness inside is growing like the new born



Título Original Tristram Shandy: A Cock & Bull Story (2005)
Director Michael Winterbottom
Guión Martin Hardy /Frank Cottrell Boyce basado en la novela de Laurence Sterne
Actores Steve Coogan, Rob Brydon, Keeley Hawes, Shirley Henderson, Dylan Moran, David Walliams, Jeremy Northam, Benedict Wong, Naomie Harris, Kelly Macdonald, Elizabeth Berrington, Mark Williams, Kieran O'Brien, Roger Allam, James Fleet, Ian Hart, Ronni Ancona, Greg Wise, Stephen Fry, Gillian Anderson





No son pocas las novelas que tienen fama de "inadaptables" a la hora de ser llevadas a la pantalla grande. Muchas de ellas han sido extrapoladas al cine a pesar de ello y no han sido escasas las que han conseguido el éxito. Crash de James G. Ballard fue llevada a imágenes con magistral impronta por David Cronenberg en 1996, Terry Gilliam consiguió transmitir la lisérgica narrativa del periodismo gonzo de Hunter S. Thompson en Miedo y Asco en Las Vegas y Peter Jackson logró dar vida física y digital a la riquísima y vasta Tierra Media creada por J.R Tolkien con la trilogía de El Señor de los Anillos.




Otra novela con fama de inadaptable era Vida y Opiniones de Tristram Shandy del escritor británico Laurence Sterne editada entre los años 1759 y 1767. El libro, que narraba cómo un noble trataba de narrar su vida pero al hacerlo se enredaba de tal manera con las anécdotas y vivencias de su familiares antes de su propio nacimiento que al acabar el escrito casi ni había hablado de sí mismo, se convirtió en un icono de la literatura posmoderna antes de la posmodernidad (como bien dicen en el largometraje) y una obra literaria de carácter universal paródica, original y de una estructura atípica e inteligente.




Michael Winterbottom, magnífico director inglés de ecléctica e interesante filmografía (aunque no siempre acierte con sus proyectos) decidió afrontar la difícil empresa de llevar a imágenes la novela de Sterne. Pero no aceptó realizar una adaptación al uso, porque el núcleo central de su largometraje es precisamente el carácter de inadaptabilidad cinematográfica que posee el libro. De modo que el director de Wonderland prefirió no hacer una película sobre un libro imposible de llevar a la gran pantalla sino una película sobre cómo se intenta hacer una película sobre un libro imposible de llevar a la gran pantalla. Entramos por ello en los terrenos de ese subgenero llamado cine dentro del cine.




Steve Coogan da vida a Tristram Shandy (y a su padre Walter) en la adaptación cinematográfica que un director (Jeremy Northam) está realizando de la célebre novela del escritor Laurence Sterne. Durante el proceso veremos las dificultades de llevar a la gran pantalla un relato tan complejo y esperpéntico como el de este libro y seremos testigos de los problemas de todos los implicados en el proyecto, de la egolatría de los actores, las obsesiones del director, la cabezonería del guionista o la racanería de los productores y de las historias mínimas que protagoniza esta pequeña familia en la que se convierte un equipo de rodaje que va a pasar un tiempo conviviendo para llevar a cabo la gestación de un largometraje tan complicado.




Divertida comedia llena de metareferencias, juegos de espejos e inteligencia por parte del director de El Demonio Bajo la Piel que reflexiona sobre el acto de crear ficción tomando como campo de batalla el rodaje de una película que adapta una novela imposible de llevar a imágenes. Winterbottom vuelve a los terrenos de 24 Hour Party People (de nuevo cuenta con el guionista de aquella cinta, Frank Cottrell Boyce, aunque usando el pseudónimo Marin Hardy) y si bien no llega a los niveles de demencial genialidad de aquella crónica del Manchester que vio nacer a la música rave, sí consigue ofrecer un producto atípico, simpático y sobre todo competente a distintos niveles.




El referente más claro para Tristram Shandy: A Cock & Bull Story (aunque argumentalmente no tengan absolutamente nada que ver) es la adaptación que David Cronenberg (una vez más recurrimos a él) realizó de la novela del escritor norteamericano, estandarte de la contracultura, William S. Burroughs, El Almuerzo Desnudo, libro cuya traslación al celuloide se antojaba imposible por su narrativa caótica y arbitraria y por estar protagonizado por máquinas de escribir con forma de cucaracha que hablaban por el ano o escarabajos gigantes que sodomizaban a jóvenes imberbes. El de Ontario al asimilar la brutal dificultad del proyecto decidió realizar un biopic de cómo el mismo Burroughs se inspiró para realizar dicho trabajo, pero añadiendo a la trama constantes tanto de ese libro como de toda su obra literaria, ya fueran parafilias sexuales, entomología lisérgica, politoxicomanía, el asesinato de su propia esposa o su célebre viaje a Tánger.




Al igual que Cronenberg, que nos narró cómo el propio Burroughs escribía El Almuerzo Desnudo, Winterbottom relata el proceso, no de la creación de la novela de Sterne, sino el complejo intento de llevar a imágenes la misma con éxito. Si bien un punto de partida como este podría dar pie a pensar que el británico se entregaría a un ejercicio de pretenciosidad cinematográfica por suerte nada más alejado de la realidad. Tristram Shandy se ofrece a un tipo de comedia de enredo tan acertada e incisiva como ligera, sí, la cinta tiene un trasfondo y subtexto más profundos de lo que parecen a simple vista, pero los personajes y sus experiencias son los que mueven la historia.




En ese sentido el extenso reparto se encuentra realmente en estado de gracia y todos saben trasladar a la pantalla ese tono de comedia absurda que demanda el proyecto. Una vez más Winterbottom cuenta con su actor fetiche, Steve Coogan y este (de nuevo) le da prácticamente la película hecha. El carisma del protagonista que hace de sí mismo y de narrador en primera persona del film rompiendo continuamente la cuarta pared llena la pantalla, ofrece una visión paródica de sí mismo y hace que salten chispas cuando comparte plano con el actor Rob Brydon (también interpretándose en la realidad) ya que ambos son el núcleo de las mejores escenas del film, como los memorables arranque y final del producto.




La presencia de Shirley Henderson y Gillian Anderson parece como una mirada ácida sobre su inclinación como actrices a hacer cine de época, los celos de Coogan hacia Brydon tienen pinta de ser un amistoso (pero cínico) golpe por parte del director y su guionista al estómago del actor protagonista, también despiertan una sonrisa las referencias a Mel Gibson en el pase previo de la terrible escena de la batalla, el asesor militar echando mierda sobre las escenas bélicas de Cold Mountain, cómo el equipo de rodaje no entiende la pasión cinéfila hacia Fassbinder y el cine clásico de la asistente personal de Coogan (encantadora Naomie Harris), la siempre candorosa  presencia (qué encantadora, qué voz) de Kelly MacDonald o un acertado Jeremy Northam como alter ego del propio Winterbottom.




El humor del film alterna la comedia de enredo con un surrealismo deudor de los Monty Python (la escena de la recreación del nacimiento de Tristram con el enorme útero o el Steve Coogan diminuto que se presenta a Gillian Anderson podía haber salido de cualquier programa del mítico Flying Circus). Pero lo mejor es que mientras Winterbottom parece que nos está vendiendo una cinta humorística elegante pero de escasa trascendencia, por el camino y sin que casi nos demos cuenta está emulando con su trabajo el mensaje y estructura narrativa de la novela de Sterne.




Ya que si aquella, por culpa de una maraña de anécdotas familiares relatadas por el mismo protagonista, daba pie a que al final de la historia casi no hablara de sí mismo, en la cinta del director de Código 46 lo que se supone un enorme making of de una película se convierte en algo parecido al manuscrito ya mencionado cuando el guión se bifurca continuamente del tema central y se dedica a picotear en la vida de todos y cada uno de los componentes del equipo de rodaje haciéndonos ver que la vida misma está regida por un caos caprichoso y arbitrario.





Tristram Shandy: A Cock & Bull Story es un producto recomendable para distinto tipo de espectador inquieto. Puede satisfacer tanto al que le fascinan los estresijos del cine como medio, como al amante de la literatura, al aficionado de los falsos documentales, al seguidor del cine de corsé y peluca (la utilización bufa de Sarabanda de Handel como referencia cómica a Barry Lyndon, la "cinta de época" por antonomasia es todo un acierto) y a aquel que disfruta con una comedia ligera y de enredo. No es la mejor película de Michael Winterbottom, pero si es una muestra clara de su talento como narrador, su personalidad como autor y de que a veces con menos pretensiones se puede llegar a lugares interesantes, intelectualmente hablando.



viernes, 15 de junio de 2012

24 Hour Party People, flight of Icarus



Título Original 24 Hour Party People (2002)
Director Michael Winterbottom
Guión Frank Cottrel Boyce
Actores Steve Coogan, Shirley Henderson, Paddy Considine, Andy Serkis, Chris Coqhill, Lennie James, Danny Cunningham, Paul Popplewell, Sean Harris, Rob Brydon, Enzo Cilenti, Simon Pegg, Kieran O'Brien, Kate Magowan, Martin Hancock, Tim Horrocks, Keith Allen, Darren Tighe, Ralf Little



En el año 2002 el prolífico y ecléctico (no se le resiste ningún género) director británico Michael Winterbottom llamó la atención en varios festivales internacionales con 24 Hour Party People, su octavo largometraje detrás de las cámaras. Se estrenó en el festival de Cannes de aquel año y gustó allí donde fue proyectado. Su éxito fue notable y muchos la tildaron (y lo siguen haciendo) como la mejor obra salida de la mano del creador de The Killer Inside Me o Código 46 y a fe mía que posiblemente y casi con toda seguridad están en lo cierto.




En el año 1976 los Sex Pistols dieron un concierto en Manchester y a él sólo asistieron poco más de cuarenta personas. El acontecimiento a pesar de todo fue histórico ya que entre los espectadores se encontraban los que posteriormente serían miembros y fundadores de bandas estandarte del post punk como Joy Division, New Order o Happy Mondays. El presentador de televisión Tony Wilson (Steve Coogan) también esutvo allí y él será nuestro guía y narrador, hablándonos de cómo fue aquella época de cambio musical y social en Manchester y de la aventura en la que se embarcó y que le llevó a co crear junto a otros socios el mítico sello musical Factory Records.




24 Hour Party People es sin lugar a dudas una genialidad en fondo y forma. Una obra riquísima y poderosamente original que paradójicamente bebe de incontables fuentes referenciales cinematográficas y musicales pero formando un compacto y lúcido todo en el que el conjunto funciona a la máxima potencia de sus posibilidades. Michael Winterbottom consigue la pieza fílmica más completa de su carrera por medio de un caos controlado digno de un cineasta de los grandes en el que hay de todo y nada es deficiente o mínimamente mediocre.




El británico mezcla comedia, falso documental, crónica social, drama, biopic e incluso videoclip para parir una pequeña joya que retrata verazmente una época muy determinada.La que fue testigo de cómo el punk bajó de todo lo alto para dejar paso al rave en un Manchester que durante aquella época se convirtió en una de las capitales musicales del mundo. Todo con un montaje ágil, imágenes de archivo, actuaciones reales y otras interpretadas por los actores que dan vida a las bandas a las que se tributa en el film y poblando el metraje al máximo de sorna, ironía, buen humor y cariño para con los ídolos a los que retrata.




Pero que nadie se lleva a engaño, aunque Winterbottom siente una profunda admiración por todas y cada una de las personas a las que retrata (sobre todo a los músicos) no duda en hacer mofa y befa con ellos a lo largo de todo el film incluso mirándolos con ironía y hasta humor negro (impagable la sequedad y hasta mala baba con la que retrata el suicidio de Ian Curtis). De ahí que la cinta se aleje de otros biopics que solo rezuman baba hacia la persona/s que retrata/n. Winterbottom es de todo menos acomodaticio o un vendido y aquí da muestra palpable de tal hecho.




Uno de los puntos más fuertes de la cinta es su humor. El tono de comedia es omnipresente y ya desde ese prólogo con Tony Wilson y el ala delta en el que incluso utiliza un tono despectivo con los espectadores de la película incitando a estos a leer más si no conocen el mito griego de Ícaro pasando por las peleas entre los socios de Factory Records como las de Rob Gretton (enorme Paddy Considine, descacharrante su reacción cuando Tony le cuenta lo del precio de la mesa de la oficina de la discográfica) o el productor Martin Hannet (enormísimo, hasta literalmente, Andy Serkis) llegando a la intervención de mafiosos de medio pelo en la discoteca La Haçienda todo es una cascada continua humorísitcamente hablando.




Pero cierto es que toda esa coña, todo ese humor, toda esa mala baba está dirigida, catalizada y filtrada por un Steve Coogan carismático, canalla, vividor y siempre intentando mantener la calma en situaciones delicadas en las que hasta su integridad física corre peligro. El protagonista de The Trip ofrece momentos inolvidables, sobre todo en los que ejerce como presentador de su programa So it Goes, sirvan de ejemplo las entrevistas  al anciano o al enano del circo que lava los elefantes o el especialmente memorable e ínfimo pasaje en el que incidimos en su vida privada y a la que no volveremos porque en palabras del mismo Tony " esta película no es sobre mí, sino sobre la música".




Mencionar esa parte del film me permite hilar fino y hablar finalmente de lo que más me ha sorprendido y agradado de 24 Hour Party People, su metareferencialidad y autoconsciencia como obra cinematográfica. Desde que la película comienza el personaje de Tony Wilson sabe y exhorta que estamos en una película y debido a esto rompe la cuarta pared continuamente para hablar con el espectador de manera directa, como si de un documental o reality show se tratase. Pero rizando el rizo y llegando más allá Winterbottom se permite apuntes metatextuales sencillamente brillantes e inolvidables.




Dos ejemplos son la escena de sexo entre la novia de Tony (entrañable como siempre Shirley Henderson) y el músico Howard Devoto. Cuando el protagonista sale de los baños públicos en los que el furtivo coito se está llevando a cabo a espaldas del protagnista en la puerta tenemos al Howard Devoto real interpretando a un limpiador y asegurando que eso que acabamos de ver no ocurrió en la realidad. Pero yendo más allá incluso hay un momento del film que me puso en pie y aplaudí, Se trata del pasaje superlativo en el que Tony empieza a enumerar cuales de los actores que salen en la película a modo de cameo son músicos o personalidades auténticas de aquella época que se está retratando en el largometraje. 




En ese mismo momento al mencionarlos y ponerles cara Tony suelta esta perla de frase cuando vemos la imagen del cantante de los Durutti Collum "Y Vinnie Railly, aunque esta escena no llegó al montaje final, seguro que sale en el dvd". Es decir, la cinta ha llegado a unas cotas de metareferencialidad que se permite hablarnos de una escena eliminada que no se vio en el montaje final de 24 Hour Party People y que saldrá en la edición para el mercado doméstico, cuando lo que estamos viendo es nada más y nada menos que el montaje final de 24 Hour Party People. Sencillamente para quitarse el sombrero y rendir pleitesia al tandem Winterbottom/Cottrel Boyce y al ingenio de ambos.




24 Hour Party People ha supuesto una gratísima sorpresa de la que llevaba años oyendo hablar bien pero con la que no me animaba. La mejor obra de un director valiente que se adapta a cualquier estilo, que hace el cine que quiere y que no se vende por nada y por nadie. Desde la escena con Tony Wilson surcando los aires pensando en que va a morir hasta ese final con aparición del altísimo, marihuana mediante, la octava cinta de Michael Winterbottom se revela como una obra ejemplar que realiza una amalgama de texturas y géneros sobresaliente sin olvidar dos puntos clave. Entretener al espectador y homenajear al medio musical y a una ciudad en la que el mundo puso sus ojos durante una época inolvidable. Welcome to Madchester!



sábado, 20 de agosto de 2011

El Demonio Bajo la Piel, from hell to Texas




Título Original The Killer Inside Me (2010)
Director Michael Winterbottom
Guión John Curran basado en la novela de Jim Thompson
Actores Casey Affleck, Jessica Alba, Kate Hudson, Simon Baker, Elias Koteas, Nead Beatty, Bill Pullman




Segunda adaptación cinematográfica del libro homónimo que el novelista norteamericano Jim Thompson escribió en el año 1952. La primera data de 1976, la dirigió Burt Kennedy, la protagonizaron Stacey Keach y Susan Tyrrell y no es muy recordada en la actualidad. Esta segunda la ha co escrito (junto a John Curran) y dirigido el polifacetico cineasta británico Michael Winterbottom. The Killer Inside Me suscitó cierta polémica en el pasado festival de Berlín debido a un par de escenas de cruda violencia contra mujeres localizadas en su metraje que levantaron una innecesaria polvareda que cegó a una crítica indignada que se centró sólo en esos pasajes, pasando por alto que el film que nos ocupa es un excelente producto de cine negro, eso sí, radicalmente negro.




El inglés Michael Winterbottom es un director que no se achanta con ningún género y que a pesar de mantener unas constantes autorales hasta cierto punto reconocibles, casi nunca hace una película igual que otra. Cine de denuncia como Road to Guantanamo, o In This World, dramas urbanos como Wonderland, ciencia ficción distópica con trasfondo romántico, Código 46, experimentos eróticos con sexo explícito, 9 Songs, atípicos post-westerns como El Perdón, crónicas músicales, 24 Hour Party People o productos con ínfulas más comerciales y basados en hechos reales como Un Corazón Invencible (A Mighty Heart). Con The Killer Inside Me se introduce por primera vez en el celuloide de género policaco estadounidense localizado en el sur del país, pero dándole su toque personal y lacerante.




The Killer Inside Me narra las vivencias de Lou Ford durante el año 1957. Un joven ayudante del sheriff, en un pueblecito de Texas, de carácter afable y educado que oculta en su interior una bestia sádica y violenta, un psicópata que mata de manera brutal sin sentir remordimiento alguno. Este fresco le sirve a Winterbottom para retratar la retrógrada y árida América del sur de finales de los 50, con los ecos de la segunda gran guerra aún resonando y todo envuelto en un fino y casi transparente papel de celofán que nos muestra a una gente que saluda alegremente a sus vecinos para más tarde en sus hogares llevar a cabo actos retorcidos y en ocasiones hasta inhumanos.




Lou Ford es un lobo con piel de cordero. Un chico con cara de monaguillo que transmite simpatía y buenos modales sólo en el exterior. Ya que bajo esa piel a la que hace mención el mesfistofélico, pero innecesario, título que han puesto en España al film, se esconde un loco homicida frío y calculador que es capaz de planear un brutal crimen en el que puede llegar a dar una bestial paliza a una prostituta (una atractiva Jessica Alba que se esfuerza, pero que como actriz mediocre que es no puede hacer mucho más) con la que lleva tiempo manteniendo relaciones íntimas a espaldas de su novia (otra sensual Kate Hudson muy metida en su papel y esta sí, con bastante talento).




Esta que comento es una de las dos escenas polémicas del largometraje (posiblemente la que más). Dicho pasaje es ciertamente crudo y su visionado no es agradable, pero su naturaleza tampoco es gratuita, porque en la construcción de su montaje, las palabras de la chica y los terribles desvarios del protagonista o esas perlas de sudor que le caen por el rostro, se vislumbra de manera esclarecedora un retrato sólido y veraz sobre cuan hondo es el pozo de insana deshumanziación en el que se encuentra sumergido Lou Ford. La otra escena vuelve a ser de violencia explícita con otra mujer y curiosamente sin ser tan gráfica es incluso más dura y esa visceralidad es transmitida con un sencillo plano en el que la chica se hace aguas menores encima por el miedo y el shock.




Michael Wnterbottom se ha defendido con respecto a esta controversia comentado que comprende que ciertos espectadores se sientan incómodos o agredidos al ver estas secuencias, porque él también odia la violencia y quiere mostrarla tal y como es, en toda su crudeza. No sé si estas declaraciones son ciertas o no, pero en una cosa si tiene razón el director de Tristam Shandy (A Cock & Bull Story). Mostrar estas escenas de manera tan brutalmente naturalista nos permite ver que el acto de agresión física contra una persona indefensa no es una coreografía montada con estética de videoclip estilizado como podemos ver en obras como la sagas de Saw o Hostel, sino uno de los actos más ruines, aborrecibles y degradantes que un ser humano puede llevar a cabo. De modo que las acusaciones de misoginia contra el largometraje, desde mi punto de vista, también quedan descartadas.




Incluso hay ideas que Winterbottom lleva a buen puerto sin que caigan en el saco de los tópicos. Me sirven como ejemplo los flashbacks sobre la vida de Lou que nos muestran los pasajes más traumáticos de su infancia, que no son utilizados para justificar sus actos en el presente (que como es lógico, no tienen justificación alguna) sino para ahondar más en la psique de la criatura. Uno de los personajes más terribles y miserables que un servidor ha visto en muchos años, al que se odia casi desde el primer minuto y al que da vida un magnífico Casey Affleck que lo llena de matices, gestos casi imperceptibles que se pierden entre caras que se mueven entre lo bondadoso y altanero (el interrogatorio en la cama) y un parsimonioso acento sureño que hacen creíble que un chaval menudo y de corpulencia más bien escasa, pueda parecer un verdadero asesino sin escrúpulos.




The Killer Inside Me es cine noir bien escrito y medido. Con unos actores que cumplen sobradamente con su trabajo (sobre todo el ya mencionado Casey Affleck) y unos secundarios interesantes como Elias Koteas, Simon Baker o Bill Pullman. La antepenúltima cinta de Michael Winterbottom es mucho más que un film con dos escenas violentas o cruentas. También es una pieza de género (con una atmósfera en principio liviana y luminosa, pero ocultando en su interior una morbidez y toxicidad irrespirable) poseedora de una destacable notabilidad conceptual y expositiva a la hora de sacar a la luz esos esqueletos llenos de polvo que ciudades como Texas llevan décadas acumulando en sus armarios.


viernes, 12 de noviembre de 2010

Código 46, amor y soledad más allá de la distopía


Título Original:
Code 46 (2003)
Director: Michael Winterbottom
Guión: Frank Cottrell Boyce
Actores: Tim Robbins, Samantha Morton, Om Puri, Jeanne Balibar, Togo Igawa, Essie Davis, Nina Fogg, Bruno Lastra, Emil Marwa, Nabil Massad




Con su película número once, el inglés Michael Winterbottom no quiso hacer una obra de ciencia ficción. No hay en Código 46 una visión futurista de carácter distópico, ni se retrata a las grandes multinacionales como monstruosidades burocráticas que roban la privacidad de las personas de a pie. Pero sí las muestra como unas entidades que vigilan y en cierto modo coartan las libertades a los protagonistas de esta historia (la sombra de Orwell es alargada) aunque finalmente todo quede reducido a una obra que oculta detrás de excelentes decorados y calles futuristas nada más y nada menos que una certera y sincera historia romántica.




Los rostros aniñados de unos excelentes y entregados Tim Robbins y Samantha Morton dan forma a una pareja de enamorados en un terreno hostil que saben que jamás acabarán juntos. Pero como en toda buena historia de amor lucharán para llevar a buen puerto su relación personal que es expuesta con una belleza primorosa por el director. Como muestra la primera escena de sexo entre María y William, que es de una candidez casi extraterrenal y envuelta en una pureza casi palpable. No así la segunda, que comienza casi mejor que la anterior con ese precioso plano de pubis femenino, pero todo se va al traste por el abuso de la cámara subjetiva.




Winterbottom, ese autor arriesgado que se mueve (casi siempre) como pez en el agua en todo tipo de cintas y géneros de manera indiscriminada, realiza un perfeccionista trabajo, sobre todo en el apartado visual del proyecto. Aunando con un virtuosismo apabullante imágenes y la magnífica música de David Holmes. En el resultado final se ven fogonazos de las mejores escenas de una de sus obras más completas, Wonderland, y por suerte nada de las descarnadas pulsiones sexuales de su correcta, pero un tanto pedante, I Want You.




El guión de Frank Cottrell Boyce (habitual de Winterbottom y escritor de la novela en que se basó el guión de la fallida Millones de Danny Boyle, que es también obra suya) es acertado y de una solidez considerable. Teniendo uno de sus mayores virtudes en el uso por parte de los personajes de una especie de idioma basado lejanamente en el esperanto que enriquece los diálogos del libreto y da un toque exótico a la relación personal entre los protagonistas que parece situada en una extraña pero atrayente tierra de nadie con una interesante mezcla de etnias y estratos sociales.




Finalmente y en resumidas cuentas Code 46 es una muy interesante y bien resuelta obra. Si bien es cierto que la visión futurista de Winterbottom es algo aséptica, clínica y fría, diseccionada la misma con notable gelidez, todo se llena de calidez, humanidad y sentimientos a flor de piel gracias a la creíble historia romántica de los personajes principales,.Relación que se mueve con pericia y exquisito gusto entre el amor a primera vista, el incesto, el miedo y el terror a la soledad de dos almas perdidas en un futuro Shangai.