Título Original Nightcrawler (2014)
Director Dan Gilroy
Guión Dan Gilroy
Actores Jake Gyllenhaal, Bill Paxton, Rene Russo, Riz Ahmed, Kevin Rahm, Ann Cusack, Eric Lange, Anne McDaniels, Kathleen York, Michael Hyatt
Debut en la dirección del productor y guionista Dan Gilroy, conocido por ser hermano del también cineasta y libretista Tony Gilroy (la saga de Jason Bourne, Michael Clayton) y escribir o financiar films como Acero Puro, de Shawn Levy, Apostando al Límite, de D.J Caruso o aquella injustamente semidesconocida obra maestra llamada The Fall: El Sueño de Alexandria a manos del hindú Tarsem Singh. Después de muchos años ayudando a otros directores a sacar adelante sus proyectos y de vender sus propios guiones a ajenos el hermano menor de Tony Gilroy debuta por fin en la realización de largometrajes con Nightcrawler, su existosa carta de presentación detrás de las cámaras que ha llamado considerablemente la atención en Estados Unidos por varios motivos que trataremos de desgranar en la siguiente reseña. El guionista de Freejack: Sin Identidad escribe y dirige esta historia protagonizada por un Jake Gyllenhaal que debió confiar bastante en el proyecto desde su gestación si tenemos en cuenta que también ejerce como productor ejecutivo del mismo ateniéndonos a lo que rezan los, por otro lado, ya logrados títulos de crédito iniciales.
Un largometraje que ha recibido un considerable número de alabanzas y reconocimientos internacionales como la nominación al Óscar al Mejo Guión Original para el propio Dan Gilroy, candidatura que a algunos ha supuesto poca recompensa si tenemos en cuenta que se esperaba la presencia de un pletórico Jake Gyllenhaal en la categoría de Mejor Actor Principal. En un primer visionado Nightcrawler puede parecer, y de hecho es, un retrato brutal del periodismo criminalista estadounidense. Programas de televisión ávidos se sangre, violencia y muerte con los que disparar sus índices de audiencia impactando a los espectadores con material audiovisual lo más gráfico y explícito posible aunque para conseguir su fin tengan que pisotear los derechos más básicos de las víctimas a las que acosan con los objetivos de sus cámaras.
Pero este contexto de sensacionalismo periodístico y televisivo es sólo una excusa por parte de Dan Gilroy para retratar la figura de un parásito, uno de los ejemplares más bajos, rastreros y por el contrario inteligentes del hombre del siglo XXI. Lou Bloom es un ladrón, un timador apocado que da la impresión de padecer los síntomas del inefable Síndrome de Asperger y que es capaz de engañar, intimidar y hasta amenazar física o psicológicamente al prójimo sin levantar el tono de su voz. La delgadísima, casi la de insecto, presencia de un contenidísimo pero visceral Jake Gyllenhaal de mirada plácidamente psicótica hace el resto para dar forma al retrato de este estadounidense tipo, devorado por el deseo de éxito y reconocimiento, ese por el cual será capaz de cometer actos criminales que le ayuden a llevar a buen puerto tan difícil empresa, sin importar los medios empleados para ello. Un ratero venido a menos metido en trapicheos de medio pelo que ve el cielo abierto cuando descubre lo sencillo que es convertirse en un periodista freelance de sucesos criminales y sacar con ello sustanciosas sumas de dinero al vender el material audiovisual a las cadenas de televisión de la ciudad de Los Ángeles que saben cómo vender sus productos de cara a la audiencia. Un individuo que graba el sufrimiento ajeno para producir más del mismo de cara a las personas que ven dichos programas catódicos confirmándose como un ciudadano despreciable que disfruta con crear y capturar los peores momentos de la vida de sus semejantes.
En cuanto a la dirección, puesta en escena y tono Dan Gilroy parece querer crear un mestizaje entre Crash de David Cronenberg (soberbia cinta del cineasta canadiense nacida de la inolvidable novela homónima del escritor birtánico James G. Ballard) con esa delectación con la que rueda a las vehículos siniestrados y los cadáveres en plena carretera o las reacciones casi orgásmicas de una magnífica y sutilmente sensual Rene Russo (veterana actriz que es también la esposa del guionista y director de la obra que nos ocupa) al ver los truculentos vídeos grabados por el protagonista, y Drive de Nicholas Winding Refn, con esas nocturnas calles angelinas bañadas en luces de neón y laconismo formal o las persecuciones autmovilísticas que pueblan gran parte del metraje, imágenes todas ellas acariciadas por la inspirada partitura del compositor James Newton Howard. A Dan Gilroy se le nota el gusto por el cine de David Lynch o Michael Mann y trata de extrapolar dichas predilecciones cinematográficas a su impronta o discurso realizando un trabajo técnicamente perfecto sustentado en un guión bien ensamblado que incluso cuando decide entregase un poco a la caricatura y el exceso en su recta final no pierde veracidad aunque se vea todo el conjunto de la obra rodeado por un halo de extraño onirismo cuyo epicentro es el personaje principal que será nuestro antipático pero atrayente anfitrión.
Lo único que se le puede echar en cara al guionista de El Legado de Bourne es que la asepsia formal con la que aborda sus personajes, ese halito de nihilismo al que habría que sumar la escasa empatía con prácticamente todos los personajes (exceptuando el Rich de un muy cercano Riz Ahmed, todo un recital el de este actor al que hemos visto en Oro Negro, Camino a Guantánamo o Centurión y que se marca un soberbio tour de force con el protagonista de Donnie Darko) impide una implicación sólida entre emisor y receptor, director y espectador, aunque puede que el cineasta y escritor no buscara dicha relación de reciprocidad con la platea. Salvo esta pequeña mácula poco más se le puede achacar a un interesante y desolador proyecto como Nightcrawler, el terrible y sórdido retrato de un despojo humano que nos propone un guionista reconvertido en director al que convendrá seguir de cerca. Para no olvidar pasajes de una fuerza más que considerable como la narración por parte del personaje de Nina a los presentadores de informativos para amedrentar y quebrar la voluntad de unos espectadores que por este uso mediático del miedo apenas reparan en la violación de la privacidad a la que han sido sometidas las víctimas del asesinato en el adosado o los momentos en que este cronista del caos y la muerte comienza a implicarse demasiado en un trabajo tan execrable y podrido que sólo podría triunfar en una sociedad como la nuestra en la que realities shows e informativos sectarios son capaces de adormecer nuestra consciencias ofreciendo pan y circo, lo único que parece que necesitamos para seguir adelante en una existencia de vacío vital y e ideológico en pleno siglo XXI.