Título Original The Shape of Water (2017)
Director Guillermo del Toro
Guión Vanessa Taylor y Guillermo del Toro
Reparto Sally Hawkins, Doug Jones, Michael Shannon, Octavia Spencer, Richard Jenkins, Michael Stuhlbarg, Lauren Lee Smith, David Hewlett, Nick Searcy, Morgan Kelly, Dru Viergever, Maxine Grossman, Amanda Smith, Cyndy Day, Dave Reachill
Desde que tuviera su puesta de largo internacional en el Festival de Venecia de 2017, donde se alzó con el preciado León de Oro a la mejor película, la carrera comercial y crítica de La Forma del Agua, la última película del cineasta mexicano Guillermo del Toro, ha estado plagada de triunfos y tragedias. Por un lado el décimo largometraje del autor de Cronos ha recibido un enorme reconocimiento en forma de nominaciones y galardones internacionales que han confirmado que nos encontramos ante lo que ya ha sido considerada por muchos como su gran obra maestra. Por otro debemos hacer mención a las múltiples acusaciones por plagio de las que ha sido acusado el film, algunas de ellas a manos de compañeros de oficio como el director francés Jean-Pierre Jeunet afirmando que el azteca ha copiado una escena de su ópera prima Delicatessen, y que culminaron cuando la semana pasada el hijo del dramaturgo estadounidense Paul Zindel demandó a Del Toro confirmando que su guión para la película tiene demasiadas similitudes con la obra de teatro Let Me Hear You Whisper, escrita por su padre en 1969. Como no sabemos si estos problemas influirán en modo alguno el próximo 4 de marzo durante la ceremonia de esos Oscars en los que el film parte como favorito optando a 13 estatuillas, hoy solamente vamos a centrarnos en dar nuestra opinión sobre la que puede considerarse, sin lugar a dudas, una de las películas de la temporada.
La Forma del Agua nace como un capricho por parte de su artífice, Guillermo del Toro, cuando afirma que siempre había soñado que en la mítica cinta de la Universal de 1954 dirigida por Jack Arnold, La Mujer y el Monstruo (Creature From the Black Lagoon), el ser anfibio acababa siendo la pareja de la aterrada Julie Adams. Tomando como punto de partida esta idea y dejándose influenciar por no pocos referentes tanto cinematográficos como literarios, el director de Mimic diseña un cuento de hadas que no elude los pasajes oscuros y viscerales contextualizando su relato en un 1960 en el que la Guerra Fría sirve como terreno fértil para inyectar en el argumento un tono de thriller que se complemente con la trama central sustentada en el melodrama y el romance. De esta manera Guillermo del Toro da a luz un producto que atesora en su interior la mayor parte de sus señas de identidad como narrador y cineasta amalgamando las diferentes vertientes de su propio discurso en una pieza que se aleja un poco de sus últimas producciones y se adentra en unos terrenos más humildes y genéricos, pero con un resultado que al que esto firma no le parece tan sobresaliente como se ha afirmado desde el mismo estreno de la cinta. A continuación trataremos de defender la idea de que la última película del mexicano es una obra notable, pero alejada de esa magnificencia que tan pronto le han inculcado de manera casi generalizada.
No es nuestra intención hacer leña del árbol caído y lo cierto es que el comportamiento de algunos compañeros de oficio, como el ya citado Jean-Pierre Jeunet, con respecto a la labor de Guillermo del Toro no ha sido del todo justa, pero en honor a la verdad hay demasiadas similitudes entre La Forma del Agua y films previos adheridos al mismo género o a otros de similar naturaleza, y sí, podemos incluir algunos del director francés. Cuando el largometraje que nos ocupa da sus primeros pasos no deja de ser una versión estadounidense de Amelie con la protagonista trabando amistad con su vecino, viviendo su sexualidad sin prejuicios (aunque en esta ocasión se centre en el onanismo) y ofreciéndose para ayudar a los demás de manera desinteresada. Si a eso añadimos la dirección artística del laboratorio secreto del gobierno en el que trabaja como limpiadora Elisa (Shally Hawkins) junto a su compañera Zelda (Octavia Spencer) que parece sacada de el paisaje gótico e industrial de La Ciudad de los Niños Perdidos ya tendríamos todos los ingredientes para que el director de Alien Resurrección pusiera el grito en el cielo y con más argumentos que el motivo principal por el que ha acusado a Del Toro de plagio, la escena que supuestamente copió de su debut en la dirección junto a su por aquel entonces amigo, Marc Caró. Por suerte una vez que el mexicano ha puesto las fichas sobre el tablero ofrece su verdadera cara y ahí es cuando La Forma del Agua da todo lo que tiene dentro, aunque sólo sea desde un punto de vista técnico e interpretativo.
Con todo este material a su alcance Guillermo del Toro vuelve a los terrenos de aquella obra maestra llamada El Laberinto del Fauno, aunque desde una perspectiva más contenida en cuanto a la vertiente sobrenatural y fantástica, aunando luz y oscuridad, amor y odio, inocencia y perversión, rodeando de deshumanización una historia romántica y alegórica que no entiende de diferencias físicas, sociales o emocionales, como si unas pocas personas realmente bondadosas tuvieran que enfrentarse a todo un mundo construido sobre la avaricia, el miedo a lo desconocido, la violencia, el asesinato y la muerte. Desde el mismo arranque en el que Giles nos habla de la “Princesa Muda” con su apartamento anegado de agua el director nos sumerge, literalmente, en este relato que rinde tributo tanto al Hollywood clásico como a los musicales, el celuloide silente, las películas de los monstruos de la Universal o los thrillers de espionaje. En el proceso y ayudado por la preciosista fotografía de Dan Laustsen (La Cumbre Escarlata), la etérea banda sonora de Alexander Desplat (Argo) y el exultante diseño de producción de Paul D. Austerberry (Pompeya), que captura con gran fidelidad los Estados Unidos de los primeros años 60, Del Toro se encuentra como “pez en el agua” en este pequeño microcosmos en el que podemos vislumbrar muestras de lo mejor y lo peor que habita en el alma humana.
En cuanto al reparto encontramos a un grupo de excelentes actores, con unas respectivas carreras más que asentadas a estas alturas, ofreciendo una labor sencillamente brillante. Desde una cándida Shally Hawkins que llena de magia cada encuadre que repara en su presencia o un Doug Jones que por medio de su fisicidad insufla verdad a ese “hombre pez”, pasando por una carismática y divertida Octavia Spencer, un entrañable Richard Jenkins como mejor amigo de la protagonista y llegando a un ambivalente Michael Stuhlbarg o un aterrador Michael Shannon todos los intérpretes ejecutan composiciones excelsas apelando a su propia veteranía y a lo bien guiados que están por la mano del cineasta mexicano. Con respecto al papel interpretado por el Zod de El Hombre de Acero, que no deja de ser un émulo de su agente Nelson Van Alden de la soberbia serie Boardwalk Empire, podemos hablar del contrapunto perfecto a la bondad de Elise, su opuesto en todos los sentidos. Richard Strickland es un hombre lleno de prejuicios, un ser racista, machista y clasista que mira por encima del hombro a empleados, familiares y subordinados. En su complejo de inferioridad y afán por pisotear a los que él considera más débiles anida el mensaje sobre tolerancia, integración y fraternidad que yace bajo la piel escamada de La Forma del Agua y por medio de sus actos violentos y sádicos Del Toro acentúa cómo el ser anfibio del que se enamora Elisa llega a ser mucho más humano que este coronel del ejército estadounidense.
El problema más grave de La Forma del Agua es el que suelen padecer no pocos de los largometrajes del director de Hellboy, un guión que no está a la altura de las consecuencias y la historia que se nos quiere narrar. Guillermo del Toro y su colaboradora, Vanessa Taylor, ejecutan un libreto que carece totalmente de originalidad exponiendo un cuento que hemos visto cientos de veces en otros largometrajes y que abraza la previsibilidad desde los primeros minutos de metraje. Estas carencias en cuanto a la construcción del relato no tendrían que ser demasiado reprobables, realizar un argumento verdaderamente genuino a día de hoy es una misión imposible, pero por desgracia a ello debemos sumar la superficilidad con la que están abordadas algunas de las ideas más importantes de la obra. Aunque se antoja tierna y cercana en todo momento la historia de amor entre la criatura y Elisa está construida de manera inadecuada, sin permitir que la misma se desarrolle y consolide desde una perspectiva realista. En este sentido, y ya que ambos personajes se comunican por el lenguaje de signos y la expresividad corporal y facial, Del Toro debería haber incidido más en este aspecto e incluso en la sexualidad compartida entre los dos personajes que es asimilada con un puritanismo que entronca con la intencionalidad inicial del film que no eludía los deseos más primarios de su protagonista. Con esto no queremos afirmar que el film necesite secuencias de sexo explícitas, pero sí apelar a una carnalidad que, manteniendo el equilibrio con los pasajes más emocionales y románticos, hubiera hecho ganar enteros a una relación que en ocasiones parece más sustentada en la compasión que en el verdadero amor.
Este defecto en el guión no sólo se queda en la historia romántica que vertebra el film, el resto de subtramas también adolecen del desarrollo y la solidez que debieran por culpa de una inadecuada escritura. Toda la parte centrada en la criatura marina está acometida con trazo grueso, sin explicar en ningún momento de manera pormenorizada o realista cuáles son las intenciones con respecto a este ser más allá de hacerlo sufrir y matarlo para estudiar su cadáver, cuando experimentar con él, siempre en el contexto injusto e inhumano del relato, sería de mucha más utilidad para el ejército de Estados Unidos en ese aspecto. La subtrama de espionaje también es un añadido que, aunque interesante, se antoja totalmente prescindible conceptual y narrativamente ya que todo lo que el personaje de Michael Stuhlbarg lleva a cabo, desde una perspectiva vital, y su interacción con el de Michael Shannon podría haberse ejecutado sin tener que recurrir a los rusos y su peso en el film, aunque en su favor debemos decir que el contexto de la Guerra Fría es un buen terreno para cultivar la deshumanización del coronel Richard Strikcland. Hasta los pasajes centrados en los intentos por seducir al camarero realizados por el Giles de Richard Jenkins se adentran en los terrenos del maniqueísmo y la redundancia por mucho los mismos sirvan para dar bagaje a dicho rol, criticar la intolerancia de la época, no muy diferente a la de la actualidad, y crear la importante fricción entre Elisa y su amigo que marcará el devenir de acontecimientos posteriores en el metraje.
Preciosista, técnicamente deslumbrante, un homenaje cariñoso e íntimo al cine y la literatura fantástica, interpretativamente impecable y hasta cierto punto emocionante, pero La Forma del Agua no es ni la obra maestra que muchos proclaman, ni la mejor película de su autor. Guillermo del Toro ha depositado toda su profesionalidad en la puesta en escena y la dirección de unos actores que devoran cada plano, pero el guión que él mismo ha diseñado junto a Vanessa Taylor no despliega todas las posibilidades narrativas que planteaba con su punto de partida. En el proceso la película, que contiene algunas secuencias de una belleza epatante como la del cuarto de baño inundado o la de la proyección en el cine, no consigue llegar con la suficiente fuerza a la platea como para que el espectador se implique al 100% con la atípica historia de amor de estas dos almas solitarias. Más allá de polémicas o acusaciones y centrándonos en un plano estrictamente cinematográfico La Forma del Agua resulta una película tan bien ejecutada y merecedora de ser vista como exageradamente alabada y enaltecida. Lo que sí es cierto es que el simple hecho de que una cinta de naturaleza fantástica como esta sea la candidata con más nominaciones para la inminente edición de unos premios tan conservadores como los Oscars ya es todo un logro del que un Guillermo del Toro, al que nadie le va a quitar su merecido Oscar al mejor director, puede estar orgulloso. Ya la estatuilla a la mejor película dificilmente se la arrebatará a esa Tres Anuncios a las Afueras, más del gusto de los académicos, con la que competirá el próximo 4 de marzo, pero esa es otra historia y esta vez más apegada a la triste y cruda realidad.