Título Original El Camino de los Ingleses (2006)
Director Antonio Banderas
Guión Antonio Soler basado en su propia novela
Actores Alberto Amarilla, María Ruiz, Victoria Abril, Juan Diego, Fran Perea, Raúl Arévalo, Félix Gómez, Marta Nieto, Mario Casas, Berta de la Dehesa, Antonio Garrido, Antonio Zafra, Cuca Escribano, Lucio Romero, Ronky Rodríguez, Miguel Ángel Rodríguez
Hoy me apetece hablar de una película muy especial dentro de mi vida, ya no sólo en la cinéfila, sino también en la personal. Posiblemente la crítica de esta entrada no será estrictamente cinematográfica, ya que incluso me pasa algo parecido cuando alguien me pregunta sobre si he visto o me gusta esta cinta dirigida por el actor malagueño Antonio Banderas. Normalmente esbozo una sonrisa tonta y me cuesta expresar lo que realmente siento por ella, lo que me transmite o lo que significó para mí la primera vez que la vi hace ya casi 5 años.
El Camino de los Ingleses supone la segunda incursión de Antonio Banderas en la dirección cinematográfica tras su debut, Locos en Alabama, protagonizado por su mujer Melannie Griffith, basada en una novela de Mark Childress (el mismo novelista escribió el guión del film) y estrenada con recepción bastante dispar en el año 1999. La cinta que nos ocupa fue el primer trabajo del protagonista de La Máscara del Zorro como realizador en España, rodado en nuestro idioma y con reparto íntegramente patrio, muchos de ellos actores andaluces, como la historia lógicamente exige.
El Camino de los Ingleses está basada en la novela homónima del escritor malagueño Antonio Soler, trabajo literario por el que ganó el premio Nadal de literatura en el año 2004 y que nos narra el verano más importante en la vida de Miguelito Dávila, un joven soñador que ansía convertirse en poeta y que comparte vivencias con su grupo de amigos y amigas en la Málaga de finales de la década de los 70. Tras salir del hospital de haber sido intervenido de apendicitis Miguelito comenzará a experimentar cambios importantes en su devenir personal que le harán madurar tempranamente e introducirse en un viaje físico y mental que lo llevará a un punto de no retorno.
La película está narrada desde el punto de vista de Miguelito, esta excusa narrativa le permite a Antonio Banderas desplegar una estética, sobre todo visual, profundamente simbólica de un marcado estilo onírico y muy arriesgada para el cine español, que se fusiona con la pasión literaria del protagonista por la poesía y la obra La Divina Comedia del escritor Dante Alighieri (con la que la trama comparte desarrollo y concepto en más de un sentido). Ese lirismo unas veces ofrece momentos de una belleza desbordante y en otras pone en la boca de los actores palabras que suenan demasiado impostadas. Aunque eso tono poético para mí es lo que hace del producto una apuesta arriesgada que se aleja del demasiado simplista estilo lineal del cine de nuestro país.
La primera vez que vi El Camino de los Ingleses me fue imposible asimilarla completamente como producto cinematográfico. Al recorrer los recovecos de sus metraje y dejarme imbuir por su historia e imágenes no di crédito a cuanto de mi propia vida estaba viendo en la pantalla. Supongo que todo reside en la novela de Antonio Soler, pero como a día de hoy aún no he tenido el gusto de leerla debo centrarme en el guión del mismo escritor en el film y en la mano de Antonio Banderas como cineasta detrás del proyecto. Es tan desconcertante como fascinante ver una película y poder decir cada 5 minutos yo he vivido eso, yo he sido ese o yo he conocido a aquel.
Para bien o para mal a lo largo de mi vida y en muchas ocasiones yo he sido un Miguelito Dávila. Yo he sido mirado por encima del hombro por ser el "raro" en un grupo de amigos por el simple hecho de dedicar horas a la literatura o al cine. Yo he sido acusado de ser infantil por soñar con un mundo mejor en el que sólo yo parecía creer aunque supiera que tal idea era utópica. Yo he visto a la chica de mis sueños irse con un tipo con mejor posición económica y mayores contactos que los míos, recibiendo por ello mis primeros golpes de realidad y desengaños sentimentales.
Yo he tenido muchos amigos y allegados, a unos los recuerdo con cariño y a otros no, y entre ellos están el fanático de Bruce Lee y las artes marciales, el que tenía a su madre viviendo lejos y dedicándose a vender su cuerpo al mejor postor sin que él lo supiera o quisiera admitirlo, el que tenía unos padres con un poder adquisitivo que restregaba por la cámara a los demás, el machista que trataba a chicas que bebían los vientos por él como si fueran basura o el que volvía del servicio militar completamente cambiado y mirando por encima del hombro al resto de los mortales.
Yo he vivido esos veranos de ligues de piscina pública, de peleas callejeras, de conocidos a los que se les iba la mano con el prójimo o que asustaban a su propia familia. Esos días calurosos de Agosto en bares de terraza, esas clases particulares en las que una profesora con la que compartías gustos y aficiones te dejaba fascinado con las palabras adecuadas en el momento oportuno o con un simple y casi imperceptible contoneo de caderas. Aquellas visitas a locales cerrados en los que nos colábamos con nocturnidad y alevosía o las tardes en las que pasábamos horas y horas muertas sin hacer nada más que hablar y pasar el rato.
Los escarceos sexuales furtivos en los que dabas los primeros e inseguros pasos dentro de ese nuevo mundo en el que cuando te adentrabas tenían que llevarte casi de la mano. Llegar al punto de tu vida en el que descubres que los que considerabas amigos realmente no lo eran y que aquellas personas que conocías de pasada y con los que sólo intercambiabas palabras muy de cuando en cuando finalmente se convertían en alguien de vital importancia en tu vida, casi como unos hermanos. Experimentar una relación de amor e indiferencia por una tierra como la mía, Andalucía, ya que en ella todo lo hacemos con verdadera pasión, más que en cualquier otro lugar de España. Amar, odiar, vivir, morir, entregarnos a la cultura y la fraternidad o dejarnos vencer por la ignorancia y los prejuicios.
Posiblemente en el plano extrictamente cinematográfico pueda decir que la dirección de Antonio Banderas tiene una acabado plástico exquisito y que se entiende de maravilla con los actores, que el guión de Antonio Soler tiene fuerza y momentos brillantes pero que no tiene una sólida coherencia conceptual (aunque posiblemente tampoco la busque), que el dúo protagonista (Alberto Amarilla y María Ruiz) lleva todo el peso de la trama y hace un muy buen trabajo pero no siempre está a la altura, que actores que nunca me hicieron mucha gracia como Fran Pera, Félix Gómex o Mario Casas empezaron aquí a caerme bien, que Marta Nieto es una preciosidad con un cuerpo para el pecado, que Juan Diego y Victoria Abril aportan incuestionable profesionalidad como secundarios o que gracias a esta obra descubrimos a Raúl Arévalo, uno de los talentos interpretativos más grandes que ha dado el último cine español y que aquí devora la película entera con ese Babirusa de trabajadísimo acento malagueño cerrado.
El Camino de los Ingleses es una película imperfecta, irregular e incluso pretenciosa formalmente a pesar de que esos dos paisanos malagueños llamados Antonio se abrieran el pecho para llevarla a cabo y lo hicieran desde la más profunda de las verdades, pero es "mi película" y con eso basta. Esta producción de 2006 ocupa un lugar muy importante para mí porque de la manera más atípica y extraña posible no sólo cuando la vi por primera vez percibí reflejada en ella retazos de mi propia vida, también después de que llegara a mi mundo y formara parte del mismo he experimentado en la realidad hechos que ya estaban en el film y que aún no había vivido, convirtiéndola aquel 27 de Diciembre de 2006 en el que la visioné por primera vez, en una especie de big bang existencial que me lleva acompañando desde ese día.
El mismo día en el que vi por primera vez a esos chavales sonrientes bajo una lluvia de verano mientras Miguelito los miraba desde unos metros que en verdad simbolizaban un mundo entero, una barrera inquebrantable entre la vida y la muerte, mientras Imagine a Man de The Who sonaba de fondo y yo vertía las posiblemente más sinceras lágrimas que me ha arrancado (y no han sido pocas) este invento maravilloso e indispensable para mí llamado cine aquel Miércoles de hace 5 años y que tuvo su culmen hace hoy dos años en otro de esos veranos que cambiaron mi vida. Si algún día tengo la oportunidad de conocer en persona a Antonio Banderas lo primero que haré es darle mi más profundo y sincero agradecimiento por haber hecho El Camino de los Ingleses, la película de mi vida, en el sentido más literal de la palabra.