domingo, 28 de agosto de 2011

El Camino de los Ingleses, el verano que cambió nuestras vidas



Título Original El Camino de los Ingleses (2006)
Director Antonio Banderas
Guión Antonio Soler basado en su propia novela
Actores Alberto Amarilla, María Ruiz, Victoria Abril, Juan Diego, Fran Perea, Raúl Arévalo, Félix Gómez, Marta Nieto, Mario Casas, Berta de la Dehesa, Antonio Garrido, Antonio Zafra, Cuca Escribano, Lucio Romero, Ronky Rodríguez, Miguel Ángel Rodríguez




Hoy me apetece hablar de una película muy especial dentro de mi vida, ya no sólo en la cinéfila, sino también en la personal. Posiblemente la crítica de esta entrada no será estrictamente cinematográfica, ya que incluso me pasa algo parecido cuando alguien me pregunta sobre si he visto o me gusta esta cinta dirigida por el actor malagueño Antonio Banderas. Normalmente esbozo una sonrisa tonta y me cuesta expresar lo que realmente siento por ella, lo que me transmite o lo que significó para mí la primera vez que la vi hace ya casi 5 años.




El Camino de los Ingleses supone la segunda incursión de Antonio Banderas en la dirección cinematográfica tras su debut, Locos en Alabama, protagonizado por su mujer Melannie Griffith, basada en una novela de Mark Childress (el mismo novelista escribió el guión del film) y estrenada con recepción bastante dispar en el año 1999. La cinta que nos ocupa fue el primer trabajo del protagonista de La Máscara del Zorro como realizador en España, rodado en nuestro idioma y con reparto íntegramente patrio, muchos de ellos actores andaluces, como la historia lógicamente exige.




El Camino de los Ingleses está basada en la novela homónima del escritor malagueño Antonio Soler, trabajo literario por el que ganó el premio Nadal de literatura en el año 2004 y que nos narra el verano más importante en la vida de Miguelito Dávila, un joven soñador que ansía convertirse en poeta y que comparte vivencias con su grupo de amigos y amigas en la Málaga de finales de la década de los 70. Tras salir del hospital de haber sido intervenido de apendicitis Miguelito comenzará a experimentar cambios importantes en su devenir personal que le harán madurar tempranamente e introducirse en un viaje físico y mental que lo llevará a un punto de no retorno.




La película está narrada desde el punto de vista de Miguelito, esta excusa narrativa le permite a Antonio Banderas desplegar una estética, sobre todo visual, profundamente simbólica de un marcado estilo onírico y muy arriesgada para el cine español, que se fusiona con la pasión literaria del protagonista por la poesía y la obra La Divina Comedia del escritor Dante Alighieri (con la que la trama comparte desarrollo y concepto en más de un sentido). Ese lirismo unas veces ofrece momentos de una belleza desbordante y en otras pone en la boca de los actores palabras que suenan demasiado impostadas. Aunque eso tono poético para mí es lo que hace del producto una apuesta arriesgada que se aleja del demasiado simplista estilo lineal del cine de nuestro país.




La primera vez que vi El Camino de los Ingleses me fue imposible asimilarla completamente como producto cinematográfico. Al recorrer los recovecos de sus metraje y dejarme imbuir por su historia e imágenes no di crédito a cuanto de mi propia vida estaba viendo en la pantalla. Supongo que todo reside en la novela de Antonio Soler, pero como a día de hoy aún no he tenido el gusto de leerla debo centrarme en el guión del mismo escritor en el film y en la mano de Antonio Banderas como cineasta detrás del proyecto. Es tan desconcertante como fascinante ver una película y poder decir cada 5 minutos yo he vivido eso, yo he sido ese o yo he conocido a aquel.




Para bien o para mal a lo largo de mi vida y en muchas ocasiones yo he sido un Miguelito Dávila. Yo he sido mirado por encima del hombro por ser el "raro" en un grupo de amigos por el simple hecho de dedicar horas a la literatura o al cine. Yo he sido acusado de ser infantil por soñar con un mundo mejor en el que sólo yo parecía creer aunque supiera que tal idea era utópica. Yo he visto a la chica de mis sueños irse con un tipo con mejor posición económica y mayores contactos que los míos, recibiendo por ello mis primeros golpes de realidad y desengaños sentimentales.




Yo he tenido muchos amigos y allegados, a unos los recuerdo con cariño y a otros no, y entre ellos están el fanático de Bruce Lee y las artes marciales, el que tenía a su madre viviendo lejos y dedicándose a vender su cuerpo al mejor postor sin que él lo supiera o quisiera admitirlo, el que tenía unos padres con un poder adquisitivo que restregaba por la cámara a los demás, el machista que trataba a chicas que bebían los vientos por él como si fueran basura o el que volvía del servicio militar completamente cambiado y mirando por encima del hombro al resto de los mortales.




Yo he vivido esos veranos de ligues de piscina pública, de peleas callejeras, de conocidos a los que se les iba la mano con el prójimo o que asustaban a su propia familia. Esos días calurosos de Agosto en bares de terraza, esas clases particulares en las que una profesora con la que compartías gustos y aficiones te dejaba fascinado con las palabras adecuadas en el momento oportuno o con un simple y casi imperceptible contoneo de caderas. Aquellas visitas a locales cerrados en los que nos colábamos con nocturnidad y alevosía o las tardes en las que pasábamos horas y horas muertas sin hacer nada más que hablar y pasar el rato.




Los escarceos sexuales furtivos en los que dabas los primeros e inseguros pasos dentro de ese nuevo mundo en el que cuando te adentrabas tenían que llevarte casi de la mano. Llegar al punto de tu vida en el que descubres que los que considerabas amigos realmente no lo eran y que aquellas personas que conocías de pasada y con los que sólo intercambiabas palabras muy de cuando en cuando finalmente se convertían en alguien de vital importancia en tu vida, casi como unos hermanos. Experimentar una relación de amor e indiferencia por una tierra como la mía, Andalucía, ya que en ella todo lo hacemos con verdadera pasión, más que en cualquier otro lugar de España. Amar, odiar, vivir, morir, entregarnos a la cultura y la fraternidad o dejarnos vencer por la ignorancia y los prejuicios.




Posiblemente en el plano extrictamente cinematográfico pueda decir que la dirección de Antonio Banderas tiene una acabado plástico exquisito y que se entiende de maravilla con los actores, que el guión de Antonio Soler tiene fuerza y momentos brillantes pero que no tiene una sólida coherencia conceptual (aunque posiblemente tampoco la busque), que el dúo protagonista (Alberto Amarilla y María Ruiz) lleva todo el peso de la trama y hace un muy buen trabajo pero no siempre está a la altura, que actores que nunca me hicieron mucha gracia como Fran Pera, Félix Gómex o Mario Casas empezaron aquí a caerme bien, que Marta Nieto es una preciosidad con un cuerpo para el pecado, que Juan Diego y Victoria Abril aportan incuestionable profesionalidad como secundarios o que gracias a esta obra descubrimos a Raúl Arévalo, uno de los talentos interpretativos más grandes que ha dado el último cine español y que aquí devora la película entera con ese Babirusa de trabajadísimo acento malagueño cerrado.




El Camino de los Ingleses es una película imperfecta, irregular e incluso pretenciosa formalmente a pesar de que esos dos paisanos malagueños llamados Antonio se abrieran el pecho para llevarla a cabo y lo hicieran desde la más profunda de las verdades, pero es "mi película" y con eso basta. Esta producción de 2006 ocupa un lugar muy importante para mí porque de la manera más atípica y extraña posible no sólo cuando la vi por primera vez percibí reflejada en ella retazos de mi propia vida, también después de que llegara a mi mundo y formara parte del mismo he experimentado en la realidad hechos que ya estaban en el film y que aún no había vivido, convirtiéndola aquel 27 de Diciembre de 2006 en el que la visioné por primera vez, en una especie de big bang existencial que me lleva acompañando desde ese día.




El mismo día en el que vi por primera vez a esos chavales sonrientes bajo una lluvia de verano mientras Miguelito los miraba desde unos metros que en verdad simbolizaban un mundo entero, una barrera inquebrantable entre la vida y la muerte, mientras Imagine a Man de The Who sonaba de fondo y yo vertía las posiblemente más sinceras lágrimas que me ha arrancado (y no han sido pocas) este invento maravilloso e indispensable para mí llamado cine aquel Miércoles de hace 5 años y que tuvo su culmen hace hoy dos años en otro de esos veranos que cambiaron mi vida. Si algún día tengo la oportunidad de conocer en persona a Antonio Banderas lo primero que haré es darle mi más profundo y sincero agradecimiento por haber hecho El Camino de los Ingleses, la película de mi vida, en el sentido más literal de la palabra.


sábado, 27 de agosto de 2011

Trust, childhood's end




Título Original Trust (2010)
Director David Schwimmer
Guión Andy Bellin y Robert Festinger
Actores Clive Owen, Catherine Keener, Jason Clarke, Liana Liberato, Viola Davis, Brandon Molale, Noah Emmerich




Segunda incursión cinematográfica (tercera si contamos la simpática y bastante ácida tv movie, Desde Que Os Fuísteis) como director del actor David Schwimmer, el entrañable paleontólogo Ross Geller de Friends. Si bien para su ópera prima detrás de las cámaras nuestro hombre eligió la comedia, con Corredor de Fondo (Run, Fatboy, Run) protagonizada por el británico Simon Pegg, para su siguiente proyecto ha decidido probar suerte con el género dramático.




Trust trata de como una chica estadounidense de 14 años que vive en un hogar idílico, con la familia perfecta, empieza a mantener relación vía internet con un muchacho desconocido que finalmente resulta ser un pederasta que abusa de ella cuando ambos deciden conocerse en persona. Cuando el espectador lee este argumento o ve el trailer no puede evitar pensar que se va a enfrentar a un telefilm noerteamericano vespertino de medio pelo moralista y maniqueo de los de toda la vida. Por suerte Trust no es uno de esos casos.




La segunda cinta como realizador del actor de Verano de Corrupción (Apt Pupil) es un excelente drama, una película de personajes que trata de eludir en la medida de lo posible los tópicos sobre los films que tratan el espinoso tema de la pedofilia. Sin una crudeza como la de Todd Solondz, pero de manera bastante comprometida y sin efectismo o afán sensacionalista alguno, David Schwimmer deposita sobre su excelente reparto y los personajes a los que dan vida todo el peso del proyecto. Por suerte el guión de Andy Bellin y Robert Festinger ayuda también a que el largometraje esquive los clichés habituales en este tipo producciones.




Hay varios aciertos en la escritura y planteamientos de Trust. Para empezar la presencia del Charlie, el abusador de menores, no es amenazante de manera física, es la de un hombre aparentementa amable y educado que esconde a un embaucador experto en manipular las moldeables mentes de chicas adolescentes. Ni siquiera en la escena sexual (narrada casi en off y con aséptica elegancia) se muestra violento o cruel físicamente. Después de este pasaje el personaje desaparece del film pero su presencia torna en ubicua, posicionándose como una sombra que sobrevuela toda la historia central del film.




Otro acierto es que tras el suceso, el guión se centra más en como tal hecho desestructura ese núcleo familiar aparentemente perfecto enfocándose sobre todo en la reacción psicológica de los padres ante tal tragedia. Unos progenitores que deben enfrentarse a una situación de brutal impotencia, como el hecho de que su propia hija se encapriche de manera visceral por su agresor y que trate de defenderlo y encubrirlo por el simple hecho de que la pobre chica ha confundido perversión con amor verdadero. Tal decisión por parte de la niña crea una barrera de incomunicación entre los progenitores y ella misma, sintiendo un especial rechazo por su padre.




El reparto por suerte está a la altura. La jovencísima actriz Liana Liberato, con sólo 15 años, consigue transimtir los cambiantes y dramáticos estados por los que pasa su ambiguo personaje, sabe canalizar los sentimientos y se hace con la película sobre todo después de la agresión, cuando su personaje fluye y se desarrolla. Por otro lado, mejor aún están los padres, unos magníficos y entregados Clive Owen (posiblemente en el mejor papel de su carrera) y Catherine Keener, tan sencilla y cercana como siempre.




El tour de force que construyen los dos intérpretes es lo mejor del film y a pesar de que el papel de ella no está tan perfilado como el de él, ambos muestran una profesionalidad incuestionable en escenas poderosas como en la que leen las transcripciones de las conversaciones de Annie con su agresor, la conversación de Will con la psiquiatra o su arrebato violento durante el partido de voleibol que acentúa y clarifica el estado de obsesión al que ha llegado por culpa del trágico hecho vivido por su hija y que está derrumbando las bases que sustentan su (hasta ese momento intocable) institución familiar.




Cuando llegamos al final de Trust sus autores no nos ofrecen soluciones, respuestas o nos regalan un happy ending con esos típicos letreros de los que abusan los films basados en hechos reales en los que nos ofrecen estadísitcas sobre cuantos casos de abusos a menores se producen a a lo largo del año en Estados Unidos. Al contrario Schwimmer nos muestra una conversación sincera y contenida que con un poco de suerte puede ser el primer paso de una larga y dura recuperación, para más tarde durante los créditos finales darnos un magistral golpe de gracia en forma de vídeo casero en el que descubrimos la más cruda realidad. Los monstruos no existen, están dentro de nosotros mismos.


viernes, 26 de agosto de 2011

The Ward, in the mouth of sadness


Título Original The Ward (2010)
Director John Carpenter
Guión Michael Rassmusen y James Rassmusen
Actores Amber Heard, Danielle Panabaker, Mika Boorem, Jared Harris, Lindsy Fonseca, Mamie Gummer, Laura-Leigh, Sali Sayler, Sidney Sweeney, Dan Anderson




No es la primera vez que muestro aquí mi profunda admiración por el director John Carpenter. El cineasta norteamericano es uno de los pilares más sólidos en los que se ha sustentado el cine de género estadounidense desde que debutara a principios de los 70 como realizador con productos como Dark Star o Asalto a la Comisaría del Distrito 13. De su soberbia impronta y poderoso discurso autoral han salido genialidades como La Noche de Halloween, La Niebla, La Cosa, 1997 Rescate en New York, En La Boca del Miedo o Vampiros. Pero también films menores inolvidables como Golpe en la Pequeña China, El Príncipe de las Tinieblas, Están Vivos, Christine, El Pueblo de los Malditos o 2013 Rescate en L.A.




Posiblemente por habernos regalado tantas y tantas horas de gran cine fantástico y de terror, por haber entregado su talento como autor para engrandecer un género muchas veces denostado por la prensa especializada y por realizar algunas de las películas que marcaron mi infancia a fuego, me duela tanto tener que hablar ahora de su última cinta, The Ward, como voy a hacerlo. Porque después de 8 años de espera para que John Carpenter volviera a ponerse detrás de las cámaras para rodar la última pieza de su filmografía el resultado es tan mediocre, e incluso adentrándose en lo penoso, que no me queda más remedio que apenarme considerablemente por ello.




The Ward es una película endeble, triste y desangelada. Su mayor problema (y tiene muchos) no es ni que sea una historia tópica, ni que la tensión en ella sea casi inexistente, ni que el reparto sea penoso o la trama esté manida hasta el insulto. Su mayor traba es que el tipo que está detrás de las cámaras no se parece en absolutamente nada al John Carpenter que todos conocemos. Rodada sin brío, sin autoría o personalidad alguna, recurriendo a trucos vacuos y simplistas explotados hasta el asco en la actualidad (relámpagos continuos en sempiternas noches lluviosas, escenas de sustos gratuitos con brutales golpes de sonido) nada del talento innato para el lenguaje cinematográfico del director de Starman podemos ver aquí. Un señor que cogía un punto de partida argumental nimio (un coche poseido, un banco de niebla de corte sobrenatural) y sacaba oro en pepitas con forma de celuloide.




The Ward narra la llegada de una joven chica llamada Kristen a un manicomio durante el año 1966 después de haber sufrido un brote psicótico que la incitó a quemar una casa abandonada. Allí concerá a 5 chicas antagónicas en sus personalidades que le ocultan un secreto que tiene que ver con otra interna del sanatorio mental que supuestamente falleció tiempo atrás y que se aparece en algunas zonas del edificio. Desde el principio la puesta en escena es irreconocible por parte de Carpenter, un señor que con sólo encuadrar una casa deshabitaba conseguía crear una densa y palpable atmósfera, un genio que sólo con dos notas musicales de la banda sonora conseguía ponernos los testículos por corbata.




En este ambiente llevado a la pantalla con toda la sarta de tópicos habidos y por haber (pasillo infinitos devorados por la oscuridad, enfermeras con cara de perro guardían, celadores con rostro de pervertido violento) John Carpenter construye de manera débil e inconsitente una historia sobre fantasmas y apariciones del montón. El director de Memorias de Un Hombre Invisible siempre ha sido un autor multireferencial (desde el cine de terror de los 50 hasta su adorado western) pero en The Ward ese tono de serie B es falsario y pedestre y las únicas referencias de las que parece alimantarse son de las de films actuales de temática parecida como la horrible Madhouse.




Cuando va llegando el final y hemos sufrido un guión con muchos agujeros, unas actrices penosas (por muy atractivas que sean, sobre todo Amber Heard) que dan vida de manera pueril a roles simplistas y arquetípicos, cuando nos hemos tragado escenas y escenas de supuesto terror indignas de un señor como el que se supone que ha firmado esta mamarrachada, empezamos a olernos lo peor. El final se acerca y nos la van a dar con queso, a la mitad de metraje todo apunta a que nos la van a meter doblada y por toda la cara, con uno de esos finales tramposos, inverosímiles ilógicos (de los que no se libran ni las últimos trabajos de Martin Scorsese y Zack Snyder) con los que nos llevan ametrallando desde hace años en Hollywood, aquellos de los que se reían con ingeniosa pericia Charlie Kauffman y Spike Jonze en esa obra maestra que respondía al nombre de Adaptation.




Como el sufrido espectador a esas alturas ya es consciente de que en el clímax la vergüenza ajena va a llegar a unos niveles incalculabes, casi épicos, sólo le queda rezar a cuantas deidades conozca o respete porque la conclusión que le den a la historia central sea la menos estúpida, infantil y olvidable posible. Nada más alejado de la realidad. La Ley de Murphy se levanta poderosa y envalentonada ante nuestros incrédulos, doloridos y pobres ojos. El cierre de The Ward, su broche de oro, está en concordancia con todo su conjunto como obra cinematográfica, o lo que es lo mismo, es una putísima mierda que da ganas de llorar.




Hoy es un día triste para el mundo del séptimo arte y para mi vida como cinéfilo. Quiero pensar que esta película ha sido una primera toma de contacto por parte de John Carpenter para ir calentando motores y quitarse esas telarañas que llevaba acumulando 8 años, desde que nos entregara aquella entretenida, macarra, rashomonizada y 100% carpenteriana Fanstasmas de Marte (sus episodios para la serie Masters of Horror no los cuento ya que iban directos a la tv por cable americana). Porque si los próximos proyectos que tiene en cartera este maestro del terror (apelativo que se merece más que ningún otro director del género) titulados Riot (Scared Straight) y Darkchyld van a tener una calidad similar a The Ward, es preferible que se retire antes de empezar a ensuciar una de las filmografías más estimulantes que haya conocido el público amante del cine de género americano.


Conan, El Bárbaro (2011)




Título Original Conan the Barbarian (2011)
Director Marcus Nispel
Guión Thomas Dean Donelly y Joshuea Oppenheimer basado en el personaje de Rober E. Howard
Actores Jason Momoa, Rachel Nichols, Ron Perlman, Stephen Lang, Rose McGowan, Saïd Tagmahoui, Bob Sapp, Steve O'Donnell, Leo Howard, Raad Rawi, Nonson Anozie, Milton Welsh




Vaya por delante y sin paños calientes que esta Conan The Barbarian es una película considerablemente mediocre que ha recibido muchos palos (bastante merecidos, todo hay que decirlo) y que ha gustado a poca gente. No ha agradado ni a los conocedores de las novelas del norteamericano nacido en Texas, Robert E. Howard (novelista creador del personaje en los años 30) ni los fans de los cómics de Marvel sobre sus aventuras escritos por guionistas como Roy Thomas o Kurt Busiek y dibujados por ilustradores como Barry Windsor Smith o John Buscema, ni a los seguidores de las películas en imagen real sobre el personaje de los 80.




Contra todo pronóstico y a pesar de su escasa calidad, hay varias cosas que me han gustado de esta película dentro de su incosistencia. La primera es que no tiene absolutamente nada que ver con la cinta que dirgiera John Milius en 1982, de modo que no podemos hablar estrictamente de un remake ortodoxo, lo que se agradece. El uso de los efectos digitales es muy reducido, entregándose el largometraje a un diseño de producción bastante artesanal con una dirección artística no muy lograda pero si aceptable. Por último su brutalidad, que es considerable y que no la convierte en un film a medio gas como algunos de los que hemos visto adscritos a este tipo de cine ultimamente, pero esto tampoco lo hace mejorar en calidad como producto.





Por el lado malo tenemos un guión penoso, sin estructura o desarrollo narrativo alguno y con más agujeros que Sonny Corleone, al que se añade un mal montaje (mala combinación). Una ineficaz, impersonal, videoclipera y bastante triste dirección del ya de por sí considerablemente mal director Marcus Nispel, que eso sí, mejora considerablemente con respecto a la labor imprimida en sus dos anteriores trabajos, la flojísima Pathfinder y la penosa Viernes 13, ambos remakes también, al igual que su mejor película hasta la fecha, La Matanza de Texas 2004. En Conan, el Bárbaro no abusa tanto de la cámara lenta y lleva el ritmo con algo más de aplomo, pero sólo eso.




El reparto hace en general un trabajo anodino. Jason Momoa tiene cuerpo, presencia, bestialismo, chulería y hasta carisma, pero en ningún momento me recuerda a los distintos Conan que yo he conocido en viñetas, imagen real o animada (del original de los relatos literarios de Howard no puedo hablar, ya que lo desconozco), me parece mucho mejor su trabajo como Khal Drogo en la magnífica adaptación catódica que ha realizado la cadena por cable HBO de Juego de Tronos, el primer libro de la saga literaria Canción de Hielo y Fuego escrita por el novelista estadounidense George R.R. Martin.




Del resto de actores poco más que decir. Stephen Lang con la misma cara de mala la hostia que ya tenía en Avatar y que se le ha quedado de por vida. Rose McGowan con gesto orgasmico durante todo el metraje, vamos, en su línea habitual y la preciosa Rachel Nichols desperdiciada en más de un sentido a pesar de salir guapísima. El mejor de los secundarios es el gran Ron Perlman, que se come la pantalla entera como el padre de Conan, pero no nos hace olvidar la maravillosa voz y presencia del William Smith de la versión de Oliver Stone y John Milius y su excelente escena sobre "El Secreto del Acero" relatada a un infante Jorge Sanz de mirada inocente.




Conan, El Bárbaro es un producto que se disfruta más si no se asocia con el personaje en el que supuestamente se basa. Carente de el tono romántico y épico del film de John Milius (cinta de la que no he hablado apenas en esta entrada porque en breve la comentaré de manera independiente) pero también del innecesario humor bochornoso de Conan, El Destructor de Richard Fleischer, la última cinta del alemán Marcus Nispel se pude disfrutar como una cinta veraniega unineuronal, bruta como ella sola (la escena del dedo en la nariz de verdadera y placentera grima) y entretenida, pero que desde mi punto de vista tiene poco o nada que ver con la creación de Robert E. Howard y las posteriores visiones que de ella se han dado.




Teniendo oro en quilates tanto en los relatos literarios que dieron vida al personaje en la década de los 30 como en las viñetas que lo llevaron a lo más alto de la cultura popular en los 60 y 70 y cuya fama dura en la atualidad con cientos de miles de seguidores de sus aventuras, me parece un desfachatez por parte de Hollywood que los productores decidan dar forma una historia endeble e insulsa sin practicamente nada que ver con el hijo de Cimmeria que llegó a ser el rey de Aquilonia. Aunque a estas alturas no nos vamos a asustar por (re)descubrir que la meca del cine actualmente sólo vive por y para el vil metal. Si Crom levantara la cabeza.


martes, 23 de agosto de 2011

Los Ríos de Color Púrpura, deuda de sangre




Título Original Les Rivières Pourpres (2000)
Director Mathieu Kassovitz
Guión Mathieu Kassovitz y Jean-Christophe Grange basado en el libro de este último
Actores Jean Reno, Vincent Cassel, Nadia Farés, Dominique Sanda, Jean Pierre Cassel, Karim Bekhaldra, Didier Flamand, François Levantal, Francine Bergé




Mathieu Kassovitz es un actor francés (hijo del realizador Peter Kassovitz) que en 1993 debutó de manera discreta como director con Metisse, una comedia romántica de corte interracial. En cambio en 1995 armó un considerable revuelo con su segundo trabajo detrás de las cámaras, El Odio (La Haine). Un film urbano, reivindicativo y de una marcada ideología antisistema y contestataria que fue un éxito internacional de crítica y público, consiguiendo bastantes premios y siendo para un servidor la mejor película europea de los 90. Algún día le dedicaré una entrada en condiciones para desgranarla debidamente.




Tras su tercer film como cineasta, la no del todo conseguida pero si meritoria y reivindicable Assassin(s), Kassovitz decidió entregarse por completo al cine más comercial realizado en su país con una adaptación cinematográfica de la entretenida novela Los Ríos de Color Púrpura de su compatriota el escritor Jean-Christophe Grangé que narra dos investigaciones policiales que enlazan finalmente en una sola y que implica a la élite superdotada de una prestigiosa universidad de la región de Guernon. El mismo novelista ayudó al protagonista de Amén a sacar adelante el guión e incluso animándolo a cambiar algunas cosas que no quedarían bien en pantalla o que lastrarían su desarrollo.




A pesar de su estructura de thriller (que ya estaba en la novela) y su tipo de direccióin bastante americanizada (inevitable no pensar en Seven de David Fincher o El Silencio de los Corderos de Jonatan Demme) Les Rivères Pourpres es claramente un giallo, con una estructura muy parecida a la de este tipo de cine. Asesino de incógnito al que hay que desenmascarar (aunque esté no utilice siempre armas blancas), policías duros y una resolución de tono conspiranoico sobre hermandades, genética y criminales ocultos, muy al estilo de El Gato de las 9 Colas de Dario Agento. Todo envuelto en una pátina de cine comercial que funciona la mayoría de las veces, pero que se atranca en contadas ocasiones debido a la obsesión de Kassovitz por dar empaque visual al producto.




Los Ríos de Color Púrpura es una entretenida película policaca, ni se le puede pedir más, ni ella lo da. Kassovitz dosofica la tensión del producto, sabe manejar los resortes del género de acción y da ritmo con una dirección nerviosa pero bastante cuidada en el aspecto técnico. No escatima movimientos de cámara, largos planos secuencia (estos ya los lucía con estilo en La Haine) o en meter referencias al cine de artes marciales o a los videojuegos de lucha como en al escena de Vincent Cassel con los skinhead. Consigue atmósfera con la amenazante arquitectura de la universidad, el uso de las luces y las sombras y sabe utilizar en favor de la historia los omnipresentes paisajes nevados. También nos regala alguna escena memorable, como la apertura con el travelling por el cadáver o la escena del asesino disparando a Niemans para más tarde lanzarle el arma.




El guión es considerablemente fiel al libro. Los cambios más importantes son el del personaje de Karim Abdouf, un ex delincuente de origen magrebí que se metía a policía y que aquí tiene el rostro de Vincet Cassel, cambiando la raza del rol con respecto a la novela, e incluso el nombre, que aquí es Max Kekerian. El otro es que el personaje de la madre de Judith Herault y el de la monja de clausura, que se unen en uno sólo, el de esta última, aunque su implicación en la historia (e incluso su presencia en eil film) están bien resueltas. El último es la resolución de la historia, que aquí es más abierta para dejar paso a una secuela, que finalmente llegó y de la que luego daré un par de apuntes. Algunos pasajes se eliminan y ciertos secundarios no muy relevantes desaparecen, pero como he comentado, el libreto se ciñe considerablemente al escrito y su esencia.




Los actores hacen un buen trabajo. Jean Reno es un excelente Pierre Niemans, da humanidad y fisicidad al personaje, pero el del libro era un poco más Harry Callahan, un policía de métodos mucho más violentos, obsesivo y expeditivo. Vincent Cassel se quita de encima el peso de emular al personaje escrito por Grangé, un perro callejero que se las sabe todas, amenazante y con un odio visceral hacia las clases acomodadas. De modo que el protagonista de El Odio o Mesrine, va a su bola y da vida a un personaje carismático, chulesco y hasta cómico en ocasiones. Nadia Fares tiene presencia y fuerza, pero su belleza a veces eclipsa sus dotes interpretativas, que son adecuadas, pero nada del otro mundo.




En el año 2004 llegó la secuela, Ríos de Color Púrpura 2: Los Ángeles del Apocalípsis, ya sin Mathieu Kassovitz en la dirección o el guión, sin basarse en novela alguna de Jean-Christophe Grangé y sin casi nada que ver con el anterior film. Esta vez el producto fue impulsado por Luc Besson, que hizo las veces de guionista y productor y la dirección recayó en su amigo Olivier Dahan, que años después saborería las mieles del éxito internacional con La Môme (La Vie en Rose), el biopic de la gran cantante francesa Edith Piaf protagonizado por una Marion Cotillard que se llevó el Oscar a la mejor actriz por su labor.




De la cinta original sólo repetía nuestro entrañable Juan Moreno, gran amigo de Luc Besson desde hace muchos años y su actor fetiche en films como Le Dernier Combat, El Gran Azul, Nikita o León: El Profesional. Esta vez al actor Benôit Magimel (La Pianista, Pequeñas Mentiras Sin Importancia) hizo las veces como acompañante de Niemans y entre los secundarios destacaban Christopher Lee y el cantante Johnny Hallyday, que sabe dios qué coño hacía por esos lares. A la secuela le dedicaré en breve una entrada, más por completismo que por otro motivo, ya que ni siquera la he visto aún y no hablan demasiado bien de ella.




Los Ríos de Color Púrpura es un producto entretenido e intrascendente al que le tengo especial cariño porque su dvd fue uno de los primeros que me compré en ese formato a principios de la década pasada. Lo he visto varias veces y me sigue pareciendo un film agradable en el que Kassovitz perdía su voz de denuncia social y su , poco definida pero notoria, personalidad autoral (aunque queden por el camino señas de identidad muy suyas como el retrato poco favorable hacia las fuerzas de la ley o su recelo hacia los neonazis) en favor de una espectacularidad vacua y artificiosa que culminó en su salto Hollywood con la entretenida pero floja Gothika y con la nefasta Babylon A.D. Una pena por este antiguo enfant terrible del cine del país vecino.


domingo, 21 de agosto de 2011

Super 8




Título Original Super 8 (2011)
Director J.J. Abrams
Guión J.J. Abrams
Actores Joel Courtney, Riley Griffiths, Elle Fanning, Ryan Lee, Gabriel Basso, Zach Mils, Kyle Chandler, Ron Eldard, Noah Emmerich, David Gallagher, Glynn Turman, Amanda Michalka




A parte de ser uno de los mejores directores de la historia de cine, Steven Spielberg tiene en su haber una extensa filmografía como productor. En esta labor durante los años 80 revolucionó totalmente el celuloide comercial estadounidense financiando algunas de las mejores películas de gran presupuesto vistas en la gran pantalla, aunque algunas de ellas las tengamos en un altar más por nostalgía y cariño que por sus virtudes cinematográficas, todo sea dicho. La trilogía de Regreso al Futuro, Gremlins, Los Goonies, Poltergeist o El Secreto de la Pirámide (Young Sherlock Holmes) son ejemplos de films dirigidos a toda la familia de los que (por desgracia) ya no se hacen y que en su momento marcaron nuestras infancias.




J.J. Abrams me parece uno de los autores de ficción más sobrevalorados en la actualidad. Sin ser ni mucho menos un director, productor o guionista mediocre sí creo que se le cuelgan medallas que normalmente no se merece. Crear series como Lost, Felicity, Alias o Fringe para luego desvincularse de ellas y sólo intervenir como productor ejecutivo (cargo muy importante no lo niego) sin escribir ni dirigir episodios o llevarse el mérito y la autoría de un producto como Cloverfield escrito por Drew Goddard y dirigido por Matt Reeves hace que no me fíe mucho de él. Por otro lado como director de cine su reboot de Star Trek no me agradó mucho y sólo con Misión Imposible 3 le he visto bastante inspirado estando realmente detrás de las cámaras.




Spielberg y Abrams se han unido como productor y director respectivamente para sacar adelante este proyecto que responde al nombre de Super 8 y cuya gestación se realizó bajo el mayor de los anonimatos, o lo que es lo mismo, el que permite esta época de inmediatez informativa por medio de internet, teléfonos móviles con cámara de fotos o vídeo y Iphones de todo tipo. La misión de este tandem no era otra que realizar una cinta que homenajeara a esos largometrajes producidos por el Rey Midas de Hollywood y que marcaron la niñez de muchos hijos de los años 80, un servidor se encuentra entre ellos, como no podía ser menos. Por suerte no todo en mi infancia fueron aquellas Delta Forces, Rambos y Cobras con las que me ametrallaba (nunca mejor dicho) mi santo padre.




Super 8 narra como un grupo de chicos de un pequeño y acogedor pueblo de Estados Unidos a finales de los 70 se reunen con nocturnidad y alevosía en una estación de tren abandonada de la localidad para rodar una película de zombies en el formato que da el título al film. Durante el proceso son testigos de un extraño y brutal accidente en el que una furgoneta desconocida colisiona voluntariamente contra un tren militar al que hace descarrilar y del que escapará una extraña mercancía que parace tener origen no identificado. A partir de ese crucial momento la vida de los chicos, sus familiares y la de la ciudad en general, cambiará de manera radical.




Es curioso, J.J Abrams en cine siempre trabaja con obras ajenas, pero con Super 8 ha conseguido su mejor trabajo en pantalla grande. Su última cinta es un producto que funciona a distintos niveles. Como blockbuster veraniego entretenido, simpático bien rodado y escrito. Como homenaje al mismo Spielberg y su manera de ver la vida y el séptimo arte. Pero sobre todo es un tributo, no a un tipo de películas o sagas, sino a una manera de crear y entender el cine comercial y de evasión que se perdió con los años y no recuperaremos hasta que alguien lo suficientemente avispado no le diga al Hollywood actual que va por mal camino cuando decide manejar grandes presupuestos.




Abrams utiliza sabiamente todos los tópicos de estas producciones (incluido el cartel o la banda sonora de Michael Giacchino que se inspira claramente en las de John Williams de la época), reutilizando ideas y conceptos del Spielberg productor, pero también del director, ya que los ecos de cintas como E.T o Encuentros en la Tercera Fase son notorios. Núcleo familiar desestructurado, adultos que no comprenden a sus hijos, el ejército americano como una amenaza fría y peligrosa que acarrea esos toques de paranoia que existían en los 80 con la guerra fría. Pero sobre todo un grupo de amigos dispar, cada uno de ellos con personalides tan entrañablemente estereotipadas como marcadas (el tímido, el mandón, el fanático de los petardos, el enfermizo, la chica guapa y sensata) que llevan el peso de la película, los toques de romance, amistad y sobre todo humor, este último bastante conseguido en el film.




J.J. escribe mezclando ternura y candidez en los pasajes de los críos y con un poco más de oscuridad e intriga cuando narra las vivencias de los personajes adultos y la conspiración militar a gran escala a la que se enfrentan. Mezcla sabiamente cine familiar con el de acción y el fantástico. Su dirección tiene fuerza y vigor, se guarda en la manga planos magníficos (el primero de la película, con sólo un cartel en una fábrica ya nos cuenta una historia entera) escenas de acción muy bien ejecutadas como la del descarrilamiento del tren, la del autobús de los militares o la de los créditos finales que deja con una sonrisa en la boca por su naturaleza naïf. Por otro lado también se despoja de tics que arrastraba desde hace años como mover innecesariamente la cámara en planos estáticos que no lo necesitan o la sobresaturación de unos efectos digitales que aquí están justificados, pero que como voy a comentar a continuación, son el punto débil de la conceptualidad, estética y misión final del film.




Super 8 tiene su Talón de Aquiles en que si de verdad es una oda al material cinematográfico del que Spielberg fue responsable en los 80 como productor esos aparatosos efectos digitales que contiene y despliega le arrebatan en cierta manera ese tono de artesanía lleno de técnicas mecánicas, látex, planos superpuestos o pantallas partidas que poblaban cintas como Nuestros Maravillosos Aliados (Batteries Not Included) o El Chip Prodigioso (Innerspace) aunque sin que ello suponga un fallo que hiera de gravedad el conjunto del film de Abrams. Los CGI y cromas verdes o azules han supuesto por un lado un paso enorme, tecnicamente hablando, a la hora de realizar efectos especiales en pantalla grande desde que nacieran a finales de los 80 y principios de los 90. Pero también se han convertido en una especie de enfermedad vírica que se extiende por todo el celuloide de las majors americanas, inyectando en sus productos una vacuidad formal que por desgracia elude casi siempre lo tangible, lo real y lo palpable.




Esta producción de Steven Spielberg dirigida por J.J. Abrams hará las delicias de nostálgicos y fanáticos de los años 80, su estética y su cine familiar. El creador de Fringe realiza su mejor obra cinematográfica rindiendo tributo a un autor capital del cine de todos los tiempos al que toma como referente y maestro. Por el camino también deja algunas referencias a su propio universo con guiños a Cloverfield o Perdidos, para finalmente regalar un sincero (dentro de sus posibilidades y coyuntura) poema de amor y nostalgia hacia esa manera de ver la vida por medio de una cámara que dejó un sello indeleble en nuestras infancias y adolescencias en aquella década en la que la Fábrica de los Sueños todavía estaba más pendiente del espectador, que de su billetera. Agradecer a los autores de Super 8 la intención de resucitar durante dos horas aquellos días es lo mínimo que un servidor como espectador puede hacer al terminar de ver esta deliciosa obra.