David Paul Cronenberg nació en Ontario, Toronto, el 15 de marzo de 1943 en el seno de una familia judía procedente de Lituania. Desde pequeño e influenciado por sus padres (escritor él, pianista ella) comenzó a dejarse imbuir por el mundo de las artes. Del Harbord Collegiate Institute pasó a la Universidad de Toronto donde se graduó en la carrera de literatura. Aunque comenzó los estudios de medicina abandonó los mismos cuando empezó a picarle el gusanillo de la dirección cinematográfica. Después de llamar la atención con dos cortometrajes, Transfer y From the Drain, rodó dos mediometrajes experimentales titulados Stereo y Crimes of the Future. Con estas obras Cronenberg comienza a mostrar las que serán las señas de identidad de toda su carrera cinematográfica. Asepsia conceptual y formal en su discurso, obsesión con la vertiente mórbida de la psicosexualidad, uso simbólico o alegórico de las mutaciones físicas o psíquicas y una visión kafkiana y nihilista de la sociedad occidental y los miedos inherentes de sus ciudadanos
Tras varios trabajos en la televisión canadiense, a la que volvería de manera intermitente en años posteriores, en 1975 debutó con su ópera primera Vinieron de Dentro de… en la que consolidó las constantes de sus cortos y mediometrajes. Tras ella llegaron Rabia, la alimenticia cinta sobre carreras de coches Fast Company y después Cromosoma 3, Scanners y Videodrome, confirmándole estas últimas como uno de los directores de cine de terror más destacados de finales de su época. En 1983 rodaría La Zona Muerta, adaptación de la novela homónima del escritor norteamericano Stephen King y a partir de ahí se le abrirían las puertas de Holllywood. En 1986 le llegó su oportunidad rodando el excelente remake de La Mosca y dos años después estrenaría la que a día de hoy sigue siendo su mejor obra, Inseparables. Para aquel entonces el prestigio de Cronenberg había aumentado exponencialmente y en 1991 y 1993 verían la luz El Almuerzo Desnudo y M. Butterfly, dos adaptaciones de conocidas obras escritas que mostrarían a un David Cronenberg en constante cambio como autor pero sin traicionar su esencia. En 1995 estrenaría uno de sus mejores films y otra traslación de una controvertida novela, Crash. Ya en 1999 volvería a sus raíces con la virtual eXistenZ para en 2002 de nuevo llevar una novela a la pantalla con Spider.
En 2005 la carrera de David Cronenberg experimentó otro interesante vuelco con Una Historia de Violencia, adaptación de un cómic de culto, y Promesas del Este, largometrajes de género con un considerable éxito comercial en ambos casos que parecían encarrilar una nueva etapa de éxito para el cineasta con trabajos dirigidos a un público más amplio. En 2011 se introduciría por primera vez en el cine de época más ortodoxo con Un Método peligroso, para en sus dos posteriores trabajos, Cosmopolis y Maps the Stars, formar un díptico sobre la vacuidad del hombre del siglo XXI que muestran a un Cronenberg que, queriendo volver a algunos de sus temas recurrentes como narrador, no cumple las expectativas depositadas en él. Estas últimas insatisfactorias cintas cierran hasta el momento la filmografía del realizador canadiense. A continuación pararemos en todos y cada uno de estos largometrajes para comentarlos brevemente, ponerles nota y con ello analizar las intenciones de su creador, sus características como obras cinematográficas y qué asemeja y diferencia a unas de otras.
Filmografía Completa, de Vinieron de Dentro de… a Cosmopolis
En 1975 debutaba en el mundo del largometrahe David Cronenberg con la ayuda de su compatriota el cineasta Ivan Reitman (Los Cazafantasmas) en funciones de productor. They Came From Within… o Shivers (Parásitos) narra cómo los inquilinos de las modernas Torres Starline se ven asediados por unas enormes larvas, liberadas por un científico que realizaba una autopsia a un cuerpo infectado, con forma fálica que al entrar en contacto con su huésped se introducen en el mismo y le producen una incontrolable avidez de sexo. Vinieron de Dentro de… sintetiza y consolida las constantes de los trabajos previos de Cronenberg dentro de los cortometrajes y mediometrajes experimentales. Arquitectura deshumanizada, sexualidad enfermiza, corporaciones conspiranóicas que se mueven entre las sombras, reminiscencias freudianas y una puesta en escena moviéndose entre el aseptismo y una visceralidad fácilmente adscrita al género gore. Esta versión lasciva de La Noche de los Muertos Vivientes de George A. Romero o La Invasión de los Ladrones de Cuerpos de Don Siegel fue durante muchos años la película más taquillera de la historia del cine canadiense y decirlo de una cinta que contiene escenas tan perturbadoras como la de la mítica actriz Barbara Steele en la bañera o la de la niña que arranca todos los parásitos del cuerpo a uno de los infectados para ir introduciéndolos en su propia boca es todo un logro y una radical rareza.
Cuando una pareja tiene un peligroso accidente de motocicleta al llegar al hospital un tal Doctor Keloid utiliza una técnica experimental para intentar salvar a la joven. Poco después de la operación la chica siente unas insaciables ansias de sangre humana que sólo puede calmar extrayéndola de sus víctimas por medio de una peculiar nueva protuberancia con forma fálica que ahora sobresale de su axila y clava en los desaprensivos que caen seducidos por sus artes sexuales. Protagonizada por la star del cine pornográfico estadounidense Marilyn Chambers, Rabid supuso la confirmación del estilo de Cronenberg aunque en esta ocasión entregándose más a la brutalidad cárnica, menos a la gelidez formal de su anterior obra y dando los primeros síntomas de esa supuestas misoginia de la que algunos críticos y espectadores le han acusado desde los inicios de su carrera. También con este segundo largometraje David Cronenberg comenzó a ser conocido como el “Rey de la enfermedad venérea”. Lo que pocos sabían, puede que ni siquiera el mismo cineasta, es que con estas malformaciones inhumanas estaba dando forma a un concepto argumental que sobrevolaría toda su filmografía y que sería mencionado de manera explícita cinco años después en la futura Videodrome.
Un largometraje como Fast Company es un producto alimenticio por parte de David Cronenberg. Aunque el cineasta es fan de las carreras automovilísticas y los dragsters siempre ha admitido que se encargó de un proyecto como este por motivos puramente económicos. Dicha producción de 1979 es el trabajo menos personal del canadiense, alejándose radicalmente de su visión cinematográfica y entregándose al subgénero de competiciones de bólidos más ortodoxo. Corredores duros de buen corazón, carreras de dragsters que alcanzan velocidades bestiales, chicas de buen ver que aprovechan cualquier momento para mostrar gratuitamente sus encantos y unos malvados villanos que tratan de dar al traste con las intenciones competitivas del protagonista pueblan esta rutinaria y rudimentaria cinta que Cronenberg aborda con oficio y afán documentalista, pero que siempre se ha revelado como una rara avis dentro de su filmografía. Si no contamos esa corporación que conspira en las sombras o la delectación por la maquinaria automovilística que podría ser el germen de la futura Crash nada del sello cronenbergiano hay en esta producción protagonizada por Willam Smith y John Saxon que fue un considerable fracaso de taquilla quitando a su director las ganas de volver a hacer experimentos con el cine de consumo rápido.
Tras el paréntesis que supuso Fast Company, Cronenberg volvió a sus inquietudes como creador con uno de los films que marcaron cierto cambio en su estilo. Cromosoma 3, o The Brood en su título original, seguía los pasos de una los pacientes del instituto regido por el Doctor Raglan, magnífico Oliver Reed, un médico que ayuda a sus clientes a somatizar físicamente sus miedos interiores para liberarse de ellos. Con su cuarto largometraje David Cronenberg realiza su film más personal, una obra con reminiscencias autobiográficas, por aquella época el director estaba en tramites de divorcio de su primera mujer, que por primer vez da más peso a la psicología de los personajes que a sus mutaciones físicas, algo que se volverá una constante en el devenir del conjunto de su obra. Aunque transformaciones corporales todavía tenemos no sólo un buen puñado sino también algunas de las más impactantes de la historia del cine, como esa madre lamiendo a su bebé después del peculiar parto en el que ha nacido el mismo. Tras The Brood Cronenberg seguiría desarrollando sus constantes como autor, pero a partir de ese momento decidiría con algunos proyectos ceñirse más a géneros concretos para atraer a un público más amplio y no sólo a los que se mueven en los círculos del celuloide más underground.
Scanners es la adscripción acierto cine de género (el thriller conspiranoico, principalmente) que mencionábamos previamente. Los scanners son personas con poderes psíquicos y telepáticos capaces de someter mentalmente e incluso destruir fisicamente a seres humanos o a otros de su misma especie con menor poder. Cameron Vale y Darryl Revok son los más poderosos y un entramado de intrigas, muertes y revelaciones secretas finalizaran con el enfrentamiento a muerte entre los dos personajes. Scanners es una obra de culto de los años 80 (tanto como para haber rodado tras ella dos secuelas y una especie de spin off, Scanner Cop, con otras dos entregas) una obra en al que convergen brutalmente la lectura psicológica y física del discurso puramente cronenbergiano que sin perder un ápice de su personalidad sí es cierto que es más permisivo a la hora de ofrecer escenas de acción de corte clásico. Para el recuerdo unos Stephen Lack y Michael Ironside pletóricos, la veteranía del gran Patrick McGoohan, la batalla final entre los dos scanners y sobre todo la mítica escena de la explosión craneal a manos de las malas artes telepáticas del diabólico Darryl Revok, que ya es una de las secuencias gore más míticas de la historia del cine.
Cuando parecía que Scanners suponía el primer paso para que la obra de David Cronenberg se encarrilara hacia cierta comercialidad bien entendida para abrir su discurso al gran público en 1983 llegó su película más subversiva y brutal. Maxx Renn, un James Woods que nunca se la ha vuelto a jugar como aquí, es el directivo de una cadena de televisión cuya programación se sustenta en programas de sexo y violencia reales para saciar a todo tipo de espectadores enfermizos. Un día descubre una emisora llamada Videodrome y tras pasar horas visionándola comienza a notar ciertas transformaciones físicas en su cuerpo. Videodrome es un suicidio artístico por parte de Cronenberg, una película tan radical que ha sido mutilada, censurada y prohibida en decenas de países. Con esta crítica a la televisión sensacionalista y a la adicción que esta nos produce y una lectura que fácilmente podría estar hablándonos de una enfermedad como el cáncer la sexta película de Cronenberg menciona por primera vez (y ojo, última también) su teoría de la Nueva Carne, una especie de paso más en la escala evolutiva en la que el ser humano se fusiona con la tecnología (en este caso armas de fuego, cintas de vídeo o aparatos de televisión) para llegar a un estado de perfección metafísica superior. desembocante en fracaso Con esta obra, las incontables escenas impactantes que le pueblan, una hendidura ventral en el personaje protagonista da mucho juego, y su mensaje se da nombre a todas aquellas transformaciones físicas de naturaleza mórbida de las obras previas de su autor y a las que se avecinaban en el futuro, las imediatamente posteriores dentro de su primera adaptación de una novela.
El famoso productor italiano Dino de Laurentiis adquirió los derechos de la magnífica novela de Stephen King,
La Zona Muerta, y contrató los servicios de David Cronenberg para dirigir su adaptación. Después de cinco años en coma tras un accidente automovilístico el profesor de escuela John Smith despierta y descubre que ha adquirido un don extrasensorial que le permite ver el futuro de las personas con las que mantiene contacto físico. Este largometraje protagonizado por Christopher Walken acompañado por secundarios como Martin Sheen, Tom Skerrit, Brooke Adams o Hebert Lom, no sólo es una adaptación ejemplar del libro del autor de
El Resplandor o
Carrie, gracias en gran parte el magnífico guión de Jeffrey Boam, también es la consolidación de que la Nueva Carne, aunque en obras ulteriores del cineasta volverá al plano físico, se establece completamente en la psique de sus personajes y gracias a ello sus mutaciones pasarán a estar adscritas a la metafísica y la alegoría. Con tintes de thriller político, un ritmo sobresaliente, una narración técnica de Cronenberg que demostraba que era muy capaz de controlar los resortes de un presupuesto más abultado que los que solía manejar y una dirección de actores intachable
La Zona Muerta es una de las mejores cintas basadas en una novela de Stephen King, pero por desgracia es tan desconocida para el gran público como el mismo libro en el que se inspira, que también es de los más destacados de la cosecha del escritor de Maine.
Mel Brooks a parte de ser un director de comedias miticas como
El Jovencito Frankenstein o
Sillas de Montar Calientes también ha sido un productor que ha dado sus primeras oportunidades a cineastas tan talentosos como David Lynch (
El Hombre Elefante). El mismo Brooks, con la ayuda de su productora Brooksfilms, fue el impulsor del primer trabajo para Hollywood de David Cronenberg, el remake de
La Mosca, el film de culto dirigido por Kurt Neumman, protagonizado por David Hedison y el gran Vincent Price en 1958 y basado en el relato corto homónimo de Georges Langelaan incluido en el libro
Relatos del Antimundo. El director de
Scanners o
Videodrome vio el cielo abierto cuando constató que el libreto puesto en sus manos contenía en su interior muchas de las señas de identidad de su impronta como la mutación física o psicológica y la fusión del cuerpo humano con la tecnología (Nueva Carne en estado puro) de modo que volcó todo su talento en esta historia sobre un científico, Jeff Goldblum haciendo el papel de su vida, que crea un teletransportador de materia que al usar consigo mismo queda fusionado con una mosca introducida por accidente en el aparato. El largometraje supuso un éxito internacional, dio a Chris Wallas (posterior director de la poco conocida, estimable e inferior
secuela de 1989 con Eric Stoltz de protagonista) el Óscar al mejor maquillaje y confirmó el talento de Cronenberg de cara un gran público que por primera vez le daba la importancia que merecía como creador alejado ya del cine de terror más independiente y de serie B.
Sólo dos años después de La Mosca, David Cronenberg adaptaba a imagen real la novela Twins escrita en 1977 por Bari Wood y Jack Geasland que narraba la historia real de dos hermanos gemelos, Cyril Marcus y Stewart Marcus, expertos en ginecología. El resultado fue Inseparables, Dead Ringers en su título original, no sólo la obra de madurez de Cronenberg, también el que sigue siendo hoy su mejor trabajo y su obra maestra más destacada. Esta producción protagonizada por un desdoblado Jeremy Irons que jamás ha vuelto a lograr cotas de intensidad interpretativa tan altas es casi una revisión de Persona de Ingmar Bergman pasada por el inconfundible filtro del de Ontario. Inseparables es una soberbia y analítica disección de la mente humana, de la dependencia existencial y física en otros seres, de la soledad y la tristeza, del deseo de ser amado cuando no se sabe lo que es el amor. David Cronenberg estiliza su mirada, potencia sus señas de identidad, se entrega a un intelectualismo bien entendido en ningún momento farragoso o discursivo y por primera vez cede un poco de terreno a las verdaderas emociones humanas, a que los sentimientos (trágicos, desgarrados, viscerlaes) de sus personajes puedan florecer en la pantalla y decirnos que no sólo estamos ante un entomólogo del hombre contemporáneo, sino también ante un autor con una especial sensibilidad por descubrir y capaz de escribir y dirigir una de las mejores película de los años 80, una pieza intachable sobre qué nos hace imperfectos, débiles, al fin y al cabo humanos.
Sumergido ya en el mundo de las adaptaciones cinematográficas de novelas en 1991 Cronenberg consiguió sacar adelante, con la ayuda del británico Jeremy Thomas a la producción, el largamente acariciado proyecto de llevar a la gran pantalla uno de los libros más inadaptables de la historia de la literatura moderna,
El Almuerzo Desnudo de su admirado escritor William S. Burroughs.
Naked Lunch es una obra poblada de monstruosidades físicas en forma de extraños insectos gigantes o criaturas de bizarro origen alienígena que practican sexo con seres humanos sin poseer una narración lineal aparente. Cronenberg era consciente de que trasladar la novela de Burroughs a imágenes era una tarea ardua de modo que ante dicho reto decidió crear una amalgama que por un lado adaptaba el escrito al celuloide y por otro localizaba en la trama la vida del mismo Willam S. Burroughs que ejercía como protagonista del film.
El Almuerzo Desnudo la protagonizó un impresionante Peter Weller y supuso la obra más arriesgada y radical de Cronenberg desde
Videodrome. El canadiense fusionó su estilo con el del autor de
Yonki y el resultado es una obra brutal y llena de hallazgos que se mueve entre lo real y lo onírico llenando la pantalla de máquinas de escribir con forma de escarabajos hablando por el ano, ciempiés violando a jóvenes homosexuales hasta la muerte y otras muestras adscritas a la Nueva Carne dando forma a una de las películas más controvertidas y anticomerciales de la década de los 90.
Tres años después del salto al vació que supuso El Almuerzo Desnudo, David Cronenberg decidió realizar su primera cinta de época y con ello otra adaptación de una pieza escrita, esta vez la obra de teatro M. Butterfly de David Henry Hwang basada en la ópera Madama Butterfly de Giacomo Puccini e inspirada en unos hechos reales que narraban la relación entre un dimplomático francés y una cantante de ópera de Pekin. El cineasta volvió a unir fuerzas con el actor británico Jeremy Irons que no trabajaba con él desde Inseparables y para dar vida al partenaire de este se sirvió del actor hongkonés John Lone al que por aquel entonces se le recordaba por El Último Emperador de Bernardo Bertolucci y Manhattan Sur (Year of the Dragon) de Michael Cimino y Oliver Stone. M. Butterfly es la película más elegante y academicista de Cronenberg, con permiso de Un método Peligroso, y aunque se trata de una historia clásica de romanticismo trágico la mirada de su autor se vislumbra en el análisis de la mente de sus protagonistas, la lectura sobre la ambigüedad de la personalidad tanto física como sexual o la visión desencantada del amor cuando no es correspondido. Gracias a un competente guión del mismo David Henry Hwang, la puesta en escena clasicista de Cronenberg, un diseño de producción a la altura y dos actores protagonistas dándolo todo M. Butterfly es no sólo el origen de otros proyectos del cineasta como la ya mencionada cinta protagonizada por Sigmund Freud y Carl Gustav Jung, sino también una de sus obras más injustamente olvidadas.
Tras el respiro que supuso
M. Butterfly Cronenberg decidió embarcarse en la
adaptación de otra obra literaria con fama de dificilmente extrapolable al cine.
Crash fue una novela que el escritor británico James G. Ballard publicó en 1973 trayendo tras de sí una polémica más que considerable por su naturaleza pornográfica, ya que la misma estaba protagonizada por un grupo de personas que sentían una incontrolable atracción sexual por las colisiones automovilísticas, sobre todo en las que ellos mismos se veían implicados de manera voluntaria. David Cronenberg vio en el libro la materia prima perfecta para volver de manera directa a su teoría de la Nueva Carne con estos hombres y mujeres que en un acto de comunión casi metafísica sienten que durante el coito se fusionan con sus vehículos llegando a un nuevo nivel de éxtasis sexual. Protagonizada por James Spader, Elias Koteas, Holy Hunter, Deborah Kara Unger o Rosanna Arquette esta ejemplar adaptación del libro de Ballard, al que supera en no pocos aspectos, fue controvertida desde que Cronenberg y los productores Robert Lantos y Jeremy Thomas la presentaron en el festival de Cannes de 1995, ganando allí el premio especial del jurado y recibiendo en su estreno en Estados Unidos le temida calficiación Nc-17, la antigua X. El largometraje es considerado uno de los puntos más altos en la carrera del canadiense y su obra más nihilista con respecto a la mirada que ofrece sobre el lado más oscuro de la psicosexualidad humana. Una pieza enfermiza, lacerante, incómoda, adelantada a un tiempo que la pondrá en su sitio cuando la reconozca como uno de los mejores ejemplos del cine que despidió al siglo XX para darle bienvenida al XXI.
eXistenZ fue estrenada en 1999 y con ella David Cronenberg, por un lado, decidía sumergirse en una temática de nuestro tiempo como la realidad virtual y el mundo de los videojuegos, y por otro volver a sus orígenes, a la Nueva Carne de la fisicidad retorcida, la que se apoderaba de la epidermis de sus huéspedes. Allegra Geller es la creadora de un videojuego llamado eXistenZ que consiste en unas vainas con forma animal conectándose a la espina dorsal de los jugadores para transportarlos a una dimensión virtual donde tendrá lugar la partida, pero durante una exhibición del juego algo saldrá mal para los participantes del mismo. Haber sido estrenada poco después del brutal impacto de Matrix de Lana Wachovski y Lilly Wachowski o caer en algunos fallos como la retórica o cierto subrayado molesto son los motivos que hicieron de eXistenZ un paso atrás en la gradual evolución como autor que Cronenberg llevaba más de una década experimentando. Pero algunas ideas muy atrevidas, un magnífico reparto con rostros como Jennifer Jason Leigh, Jude Law, Willem Dafoe, Sarah Polley o Ian Holm y reminiscencias a la retorcida carnalidad autodestructiva de sus inicios en el cine de terror hacen de esta producción de 1999 una experiencia estimulante y atractiva que merece ser revalorizada adecuadamente.
En 1988 el escritor británico Patrick McGrath publicó la novela titulada Spider. El escrito estaba estructurado como si de un diario se tratase y en el mismo Dennis Cleg narraba pasajes de su traumática infancia marcada por el asesinato de su madre por parte de su progenitor y la suplantación de aquella por una prostituta. En 2002 Cronenberg adaptó el libro tomándose algunas licencias (el protagonista no narraba la acción, pero sí escribía en una libreta sus pensamientos a modo de diario) y dándole todo el peso a un inspirado Ralph Fiennes con las espaldas cubiertas por secundarios británicos como Gabriel Byrne, Miranda Richardson o Lynn Redgrave. Spider es uno de las obras fílmicas más logradas de la historia del cine a la hora de intentar transmitir por medio de una pantalla los síntomas, actos y traumas de la mente de una persona que padece esquizofrenia. Un trabajo en el que el canadiense vuelve a abrir en canal el cerebro de su personaje protagonista para exponerlo a un espectador viéndose sumergido en un relato en el que la línea que separa la ficción de la realidad, lo imaginado de lo veraz, es casi imperceptible. Con una puesta en escena austera, una atmósfera ténebre, unos actores que transmiten verdadera repulsión y un guión perfectamente hilado Spider en aquel año 2002 expuso sin concesiones de cara al espectador todo lo que Una mente Maravillosa de Ron Howard no se atrevió.
Año 2005, un guión de John Olson que adapta el cómic Una Historia Violenta, escrito por John Wagner e ilustrado por Vince Locke, cae en manos de Cronenberg. Esta traslación de una historia sobre un hombre convertido en héroe contra su voluntad y que guarda un misterioso pasado es importante en la carrera del canadiense por varios motivos. El primero, porque sería el inicio de una nueva etapa de su carrera en la que adscribiría su impronta al cine de género más ortodoxo, en el caso que nos ocupa el western contemporáneo con toques de celuloide sobre mafiosos. El segundo, es que supondría su primera colaboración con el actor norteamericano Viggo Mortensen (acompañado de secundarios como Ed Harris, William Hurt o Maria Bello, todos brillantes) que se extendería en sus dos films inmediatamente posteriores. Aunque la trama se sustenta en el thriller dramático y el suspense hitchcockiano en su interior anida el Cronenberg más puro con esa visión descarnada de la violencia, el retrato brutal que realiza de una institución, supuestamente inmaculada, como la familia estadounidense y la naturaleza ambigua y maleable de la identidad. Una obra maestra que llegó incluso a los Óscars (nominación al mejor actor secundario para William Hurt y al mejor guión adaptado para John Olson) se revela como una de las mejore películas basadas en una obra del noveno arte y la consagración de cara al gran público que necesitaba el autor.
El coqueteo con los gangsters en
Una Historia de Violencia hizo que a Cronenberg le picara la curiosidad de investigar en ese oscuro y peligroso mundo y por ello decidió llevar a imágenes un guión original (el único junto al de
eXistenZ desde los tiempos de
Videodrome) de Steven Knight (
Locke,
Negocios Sucios,
Peaky Blinders) localizado en el mundo de la mafia rusa asentada en la ciudad de Londres. De nuevo con un Viggo Mortensen impresionante, con nominación al Óscar al mejor actor principal ese año incluida, como protagonista secundado por unos brutales Vincent Cassel y Armin Mueller-Stahl y una convincente, pero eclipsada, Naomi Watts,
Promesas del Este supuso una extensión de lo expuesto en
A History of Violence, la adhesión de Cronenberg a un cine de género dirigido a un público más amplio pero en el que anidaban todas sus inquietudes artísticas y narrativas. Un producto desgarrador y desencantado, pero poseedor de verdadero corazón, una mezcla de thriller sobre el mundo del hampa y drama desgarrado con una puesta en escena milimetrica, violencia explícita, ritualismo minimalista con los cuerpos de sus personajes (la Nueva Carne siempre ahí) juegos de despiste con identidades mutantes en el plano de la personalidad como individuo y unos actores en estado de gracia que retrataba el desamparo y el desarraigo de los barrios londinenses que no enseñan las postales y rematado con un mensaje incluso esperanzador considerablemente inesperado viniendo de un misántropo como el protagonista de
Razas de Noche, de Clive Barker.
Desde los tiempos de Vinieron de Dentro de… en los que una chica narraba a otro personaje un sueño de perversión sexual que había tenido con Sigmund Freud Cronenberg ha sentido predilección por el ideólogo del psicoanálisis y no es dificil ver muchas de sus teorías aplicadas en films del director como la relación de dependencia de los hermanos Mantle en Inseparables, la sexualidad reprimida en M. Butterfly o las parafilias enfermizas y autodestructivas en Crash. Por ello en el año 2011 Cronenberg volvió a unirse al productor británico Jeremy Thomas para rodar Un Método Peligroso, un guión escrito por Christopher Hampton (Las Amistades Peligrosas, Atonement) basado en dos obras literarias (The Talking Cure y A Most Dangerous Method) que abordaban los hechos reales narrando la relación, sentimental e intelectual, a tres bandas en la que se vieron implicados Sigmund Freud, su colega Carl Gustav Jung, padre de la psicología analítica, y la paciente de este último de origen ruso Sabina Naftulowna Spielrein, considerada años después una psiquiatra de prestigio tardiamente reconocido. Viggo Mortensen, Michael Fassbender, Keira Knightley, Vincent Cassel y Sarah Gadon protagonizan A Dangerous Method, una obra conectada directamente con la ya mencionada M. Butterfly con la que comparte su elegancia, academicismo y cierta frigidez, sexual y formal, en la que el verdadero Cronenberg permanece latente pero no llega a eclosionar. Una cinta de época bien dirigida e interpretada, con cierto tono de liviana morbidez propia del cineasta, pero demasiado encorsetada en su puesta en escena y ejecución final. Con todo un producto que merece la pena el (re)visionado y que a día de hoy es la última pieza del canadiense que merece realmente la pena.
Cosmopolis nace de la novela homónima de Don DeLillo publicada en el año 2003 en la que un millonario caprichoso decide recorrer una New York atestada de personas por culpa de la visita del presidente de Estados Unidos con el único fin de ir a cortarse el pelo a su barbería favorita. El proyecto lo tiene todo para ser una obra 100% Cronenberg. Un protagonista de clase alta insensible a cualquier emoción, secundarios tan aislados del mundo como el mencionado personaje principal, una sociedad en descomposición por culpa de una brutal crisis financiera a nivel global y una gigantesca limusina (Crash y su delectación autmovilística) como epicentro del relato y todo regado con violencia explicita, sexo aséptico y una mirada cargada de descreimiento hacia el hombre del siglo XXI. Pero, contra todo pronóstico, el conjunto falla por culpa de un guión farragoso, adoctrinador, hermético, de simbología fallida en el que un grupo de personajes que no interactúan entre ellos (Cronenberg aquí quiere criticar la incomunicación por medio de la incomunicación hacia el espectador, cometiendo un error fatal) espetan monólogos insoportables sobre economía o política mientras el personaje protagonista de un, todo hay que decirlo, esforzado Robert Pattinson los ve pasar delante suyo sin darles la más mínima importancia. La dirección, el reparto de magníficos secundarios totalmente perdidos con Juliette Binoche, Samantha Morton, Kevin Durand, Sarah Gadon, Mathieu Amalric, Jay Baruchel o un Paul Giamtti que trata de salvar del naufragio el barco cuando ya está sumergido hasta la quilla, no sirven para sacar de lo dolorosamente fallido y anodino la narración de un Crononeberg encantado de conocerse, pero no de que los espectadores le reconozcan.
Valoración General
Ateo, misántropo, analítico, enfermo, pervertido, fiel a su equipo (Mark Irwin o Peter Suschitky en la fotografía, Carol Spier en el diseño de producción, su hermana Denise Cronenberg en el de vestuario, Ronald Sanders en el montaje, el gran Howard Shore en la banda sonora) y sus principios como cineasta (formato panorámico, no más de dos horas de metraje, puesta en escena sin florituras visuales o aspavientos innecesarios con la cámara), iba para médico, pero prefirió luchar contra las enfermedades desde la ficción y a través de una pantalla. La de David Cronenberg es una de las voces más personales y necesarias del cine mundial de las cuatro últimas décadas. Un autor total cuya pasión por el séptimo arte y la literatura le llevó a convertirse en un cronista de su tiempo, un testigo de las descomposición de la sociedad en la que nos ha tocado vivir. Podremos echarle en cara que lleve unos cuantos años entregado a cierto onanismo ególatra, pero jamás podremos acusarle de venderse a Hollywood o bajarse los pantalonos ante la industria (rechazó proyectos que seguro le hubieran proporcionado buenos dividendos y muchos futuros proyectos dentro de las majors como Star Wars: El Retorno del Jedi, Desafío Total o Instinto Básico 2) ya que, como hace poco recordó, ha hecho siempre las películas que ha querido sin mirar a un público que no siempre le ha sido fiel, una prensa especializada que tardó muchos años en dejar de mirarle por encima del hombro dándose cuenta de que no era sólo un director de cine de terror o ciencia ficción (etiqueta, por otro lado, muy respetable en todos los sentidos) y una academia que sólo ha reconocido su labor con cuentagotas y nunca a él de manera directa. Puede que su mejor etapa haya pasado, que ya no vuelva a ofrecernos una de esas obras maestras que hurgan en nuestro cerebro para sacar lo más pútrido y enfermizo que hay en él, pero por suerte su huella ya es indeleble en la historia del cine. La Nueva Carne vino para quedarse y demostrarnos que hay vida más allá del cine de evasión y entretenimiento, que el séptimo arte puede utilizarse como arma arrojadiza para retorcernos en la butaca viendo un reflejo tan deformado, como real, de nuestra propia personalidad y que los verdaderos autores van a contracorriente de modas y estilos con tal de hacer que su mirada prevalezca, esperemos que por muchos años, y siga haciéndonos pensar después de que las luces de una sala se apaguen y volvamos a nuestra, no menos retorcida, realidad.