sábado, 9 de octubre de 2010

Viernes 13, Parte IV, el capítulo final, el legado de la familia Voorhees



Título Original:
Friday the 13th, the Final Chapter (1984)
Director: Joseph Zito
Guión: Barney Cohen
Actores: Judie Aronson, E. Erich Anderson, Peter Barton, Kimberly Beck, Tom Everett, Corey Feldman, Lisa Freeman, Crispin Glover





En 1984 llegaba la conclusión de la saga, el punto culminante de las andanzas de Jason, el clímax de la franquicia, el capítulo final... o tal vez no. Esta cuarta entrega volvió a rendir en taquilla y tras ella vendrían innecesariamente otros cinco largometrajes más que pasaron del terror a la autoparodia condescendiente. Lo curioso de esta cuarta parte es que después de la segunda entrega es la más digna de todas las secuelas que se estrenaron tras la primera e intocable película de Sean S. Cunninghan




La película empieza unos minutos después de la tercera entrega y busca la estúpida excusa de la resurrección de Jason en el depósito de cadáveres, sin explicación alguna. Al volver de la muerte decide regresar a Crystal Lake para descubrir que un grupo de jóvenes ha alquilado una casa cercana para pasar unos días de asueto en aquella zona. Algo que el protagonista no puede permitir y a lo que pondrá remedio como sólo él sabe hacerlo, con el uso milenario del machetazo indiscriminado, que no es ni más ni menos que el aliciente que cualquier seguidor de la saga busca en todas y cada una de los films de Viernes 13.




El director de Viernes 13, Parte IV, El Capítulo Final es Joseph Zito, señor que ultrajó memorables bodrios ochenteros como Desparecido en Combate o Red Escorpión, tipo de cine con el que me crié, como ya he comentado alguna vez aquí. Curiosamente y contra todo pronóstico su trabajo es muy resuelto, su impronta es adecuada y parece conocer los resortes no sólo de la saga, sino del cine de terror de la época. Suyas son algunas de las mejores y más logradas escenas de asesinatos por parte de Jason, incluso acierta al mostrar algunas en toda su crudeza y otras en off, sugiriéndolas más que mostrándolas. Para el recuerdo las dos memorables secuencias en slow motion donde los especialistas en escenas de riesgo dan lo mejor de sí mismos.




La estructura es la básica de toda la saga. Casa aislada en un bosque, jóvenes con ganas de beber, meterse estupefacientes en el cuerpo y copular como conejos. Posteriormente la mayoría de ellos van cayendo como moscas cuando el bueno de Jason entra en escena. Entre los actores podemos ver caras hasta cierto punto conocidas, como la de Crispin Glover, con mítica secuencia de baile epiléptico, o el gran Corey Feldman cuando aún era un adolescente, interpretando a Tommy, un crío aficionado al maquillaje cinematográfico de terror, alusión nada velada a Tom Savini, diseñador del personaje de Jason y creador de los efectos de maquillaje tanto en esta entrega como en la primera.




Por varios motivos la saga debió acabar en esta cuarta entrega. No sólo porque es un film muy resuelto con momentos memorables o porque destila hemoglobina, tensión, desnudos gratuitos, personajes entrañablemente odiables y humor negro por todos sus fotogramas, sino porque su final, con una malsana perversidad, hubiera sido el mejor cierre para la franquicia y sobre todo, porque la quinta entrega, de la que hablaré dentro de poco, baja el nivel alarmantemente y traiciona todo el legado de las primeras entregas convirtiéndose más que en otra secuela, en una basura infecta que no hay por donde coger.


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