lunes, 31 de agosto de 2020

Transgresión Continua Express 2020 - Julio II

Tiempos Modernos (Charles Chaplin, 1936) - Debajo de un desfile interminable de humor físico, repleto de gags históricos, subyace una crítica intemporal al poder descontrolado de la industrialización cada vez más deshumanizada que toma a sus trabajadores por ganado.


La Posesión de Mary (Michael Goi, 2019) - Mediocre muestrario de tópicos sobre el cine de brujería y posesiones que tiene en las interpretaciones de Gary Oldman y Emily Mortimer sus únicos aliados. El resto es un desangelado producto carente de atmósfera y verdadero terror.


The Vast of Night (Andrew Patterson, 2019) - Lo que comienza como un homenaje a La Dimensión Desconocida o La Guerra de los Mundos de Orson Welles deriva en un ejercicio de estilo con predilección por la sci-fi minimalista a manos de un director demasiado encantado de conocerse.


La Vieja Guardia (Gina Prince-Bythewood, 2020) - Adaptación del cómic de Greg Rucka y Leandro Fernández que, a pesar de su impersonalidad formal, funciona gracias a las competentes secuencias de acción y al buen hacer del reparto encabezado por una Charlize Theron espectacular.


Madre Oscura (Drew T. Pierce, Brett Pierce, 2019) - Cúmulo de tópicos y lugares comunes que adentrándose en el folk horror acaba derivando en un plagio de La Tutora (William Friedkin, 1990) con pasajes de vergüenza ajena centrados en un protagonista estúpido hasta lo denunciable.


Voces (Ángel Gómez Hernández, 2020) - Aunque transita caminos conocidos dentro del cine sobre casas encantadas y ejecuta ciertos quiebros narrativos algo forzados, la meritoria puesta en escena y la labor del reparto hacen de Voces una agradable experiencia.


Por Trece Razones: Temporada 3 (Brian Yorkey, 2019) - Manteniendo la estructura de las anteriores temporadas, aunque añadiéndole cuerpo de thriller policíaco, toma decisiones arriesgadas a la hora de ofrecer tridimensionalidad a sus roles más odiosos, pero el resultado es óptimo.


Los Niños de Hollywood (Alex Winter, 2020) - Alex Winter (Jóvenes Ocultos, Bill y Ted) dirige para HBO este interesante, duro y nada sensacionalista documental sobre el precio a pagar por ser un niño actor en ese Hollywood convertido en una maquinaria destructora de infancias




Transgresión Continua Express 2020 - Julio I

Apocalipsis Now: Final Cut (Francis Ford Coppola, 2019) - Al igual que Redux otro montaje innecesario para el viaje más infernal jamás rodado al corazón de las tinieblas. Vietnam como excusa para capturar con una mefistofélica cámara la oscuridad y la demencia del alma humana.


Onward (Dan Scanlon, 2020) - Pixar vuelve al camino de la excelencia con esta road movie que bascula entre el juego de rol, la aventura adolescente con aroma ochentero y la oda al amor fraternal. Divertida, emotiva, impecablemente  facturada y con un final memorable. Pura magia.


El Ascensor (Dick Maas, 1983) - Original reformulación del subgénero slasher que hibrida la asepsía arquitectónica, tecnológica y neocárnica del David Cronenberg primigenio con el trazo grueso y zafio indivisible a la filmografía del holandés Dick Maas.



Gretel y Hansel (Oz Perkins, 2020) - El cuento clásico de los hermanos Grimm, en clave de bellísimo folk horror, como excusa para que Oz Perkins plantee una alegoría rabiosamente actual en la que convergen, y a la vez chocan, distintas visiones del feminismo.



Ofrenda a la Tormenta (Fernando González Molina, 2020) - Más cercana al drama que al thriller sobre el que se ha construido la saga, la última entrega de la "Trilogía del Baztán" es consecuente con sus predecesoras al revelarse como un policíaco entretenido y previsible.



Altered Carbon: Temporada 2 (Laeta Kalogridis 2020) - Decepcionante segunda temporada acometida con desgana y no consiguiendo el equilibrio entre existencialismo y pulp de la primera. La sustitución de Joel Kinnaman por Anthony Mackie es un grave error de casting.



Altered Carbon: Reenfundados (Takeru Nakajima, Yoshiyuki Okada, 2020) - Sus 74 minutos repletos de cyberpunk, acción, yakuzas y gore merecen mucho más la pena que la segunda temporada de la serie en imagen real, ayudando a extender y enriquecer su microcosmos audiovisual.



Moebius Redux: A Life In Pictures (Hasko Baumann, 2007) - Jean Giraud "Moebius" narra las vivencias personales y profesionales que le llevaron a convirtirse en uno de los artistas más influyentes del cómic a nivel mundial. Indispensable documento sobre un mito del arte secuencial



Jodorowsky's Dune (Frank Pavich, 2013) - Más que un documental sobre la ambiciosa adaptación que Alejandro Jodorowsky quería realizar de Dune, una declaración de amor a la libertad creativa y a una revolución cinematografía que aun sin llevarse a cabo todavía hoy pervive.



viernes, 21 de agosto de 2020

Darkman, el hombre sin rostro



Título Original Darkman (1990)
Director Sam Raimi
Guión Sam Raimi, Ivan Raimi, Daniel Goldin, Joshua Goldin, Chuck Pfarrer
Reparto Liam Neeson, Frances McDormand, Colin Friels, Larry Drake, Nelson Mashita, Jesse Lawrence Ferguson, Ted Raimi, Jenny Agutter, Dan Hicks, Nicholas Worth, Julius Harris, Toru Tanaka, Dan Bell, Bruce Campbell, Frank Noon, William Dear




Cuando decidimos publicar los viernes estas retro-críticas nuestra intención era, no sólo reseñar aquellas adaptaciones cinematográficas de cómics que nunca habían encontrado su lugar en Zona Negativa o que si lo tuvieron fue antes de existir la redacción de cine, sino cubrir el vacío de estrenos dentro de este subgénero que la pandemia y el estado de alarma a nivel mundial impusieron a Hollywood, viéndose en la obligación de reestructurar totalmente su calendario previamente establecido. Hoy, después de siete de esas retro-reseñas, vamos a hacer una excepción hablando de una de esas películas que sin estar inspiradas directamente en ningún cómic, no sólo toma señas de identidad de cientos de ellos, sino que también ha sido considerada con el paso del tiempo casi una muestra más dentro de este tipo de celuloide. Hablamos como no podía ser menos de Darkman, cuarta película del cineasta estadounidense Sam Raimi que después de dos éxitos como Posesión Infernal (Evil Dead, 1981) o Terroríficamente Muertos (Evil Dead II, 1987) y un fracaso como Ola de Crímenes, Ola de Risas (Crimewave, 1985) decidió facturar su propia película de superhéroes hecha a medida, al no poder implicarse en producciones centradas en algunos de sus personajes favoritos como Batman o The Shadow. El resultado supuso un enorme éxito para el director de El Ejército de las Tinieblas (1992) que le abrió definitivamente las puertas de Hollywood.




Darkman fue un proyecto impulsado por la productora Renaissance Pictures, fundada por el mismo Sam Raimi y sus amigos Robert Tapert y Bruce Campbell junto a por Universal Pictures que puso en manos de los cineastas un presupuesto de entre 18 y 20 millones de dólares. A partir de una idea de Sam Raimi, que en su origen no dejaba de ser un relato de 30 páginas titulado The Darkman, el director se ocupó del guión junto a su Hermano Ivan Raimi, los también emparentados Daniel Goldin y Joshua Goldin o Chuck Pfarrer. Para dar vida al protagonista se recurrió a un todavía no muy conocido actor escocés llamado Liam Neeson que sólo tres años después protagonizaría la película que le cambiaría la vida a las órdenes de Steven Spielberg. A la pareja del personaje principal le dio vida la enorme Frances McDormand, grandiosa actriz y vieja conocida por Sam Raimi debido a su estrecha amistad con los hermanos Joel y Ethan Coen. Al dúo de villanos le pusieron rostro y físico un icono de la serie B como Larry Drake y Colin Friels, actor australiano de origen escocés que no se prodigó demasiado en Hollywood tras su paso por Darkman. En roles más episódicos tenemos a viejos conocidos del director como su otro hermano, Ted Raimi, Dan Hicks, Nicholas Worth o el indispensable Bruce Campbell cuya aparición en el film se litima a un breve, pero icónico, cameo. Danny Elfman en la banda sonora, Bill Pope en la dirección de fotografía y Tony Gardner como diseñador de los importantes efectos de maquillaje ponián el broche de oro a un proyecto con todo a su favor para convertirse en un éxito.




El Doctor Peyton Westlake (Liam Neeson) y su ayudante Yakitito (Nelson Mashita) están a punto de conseguir un gran avance en la creación de una variante de piel sintética cuyo fin será ayudar a personas con graves quemaduras corporales. Cuando su novia, la abogada Julie Hastings (Frances McDormand), descubre los asuntos sucios de uno de sus clientas más importantes, el empresario Louis Strack (Colin Friels), este envía a su banda de matones a sueldo comandados por el peligroso Robert Durant (Larry Drake) en busca de los archivos que delatan sus negocios ilícitos a la casa de Julie y encontrándose allí con Peyton y Yakutito. Los criminales asesinan al ayudante del científico y a Peyton lo desfiguran bestialmente haciendo explotar su laboratorio mientras lo dan por muerto al no haber sido encontrado su cadáver, supuestamente calcinado por por el brutal ataque al inmueble. Pero Peyton Westlake no ha perdido la vida, sino que ha quedado totalmente desfigurado y una vez huye del hospital en el que se encontraba confinado decide seguir con sus experimentos y saciar su sed de venganza contra aquellos que arruinaron su vida, separándolo de la mujer a la que amaba.




Aunque ya hemos mencionado que Darkman se adscribe sin demasiados problemas al cine superheróico, aunque sería más acertado decir que pertenece al “antiheróico”, sus raíces vienen precisamente del género que más ha cultivado Sam Raimi a lo largo de su carrera detrás de las cámaras. La trágica historia de Peyton Westlake no deja de ser una reformulación y modernización de El Fantasma de la Ópera, novela y personaje creado por el autor francés Gastón Leroux, con apuntes de clásicos de la literatura de terror o los monstruos a los que la Universal Pictures dio renovada fama durante los años 30 del siglo pasado. En este sentido es inevitable que vengan a nuestra mente novelas como Frankenstein (Mary Shelley, 1818), El Extraño Caso del Doctor Jekyll y Mr. Hyde (Robert Louis Stevenson, 1886), El Hombre Invisible (H.G. Wells, 1897) o sus distintas versiones en imagen real tanto para la pantalla grande como la pequeña. Esta decisión conceptual y estilística hibrida los géneros ya citados, pero también añade apuntes de drama, acción, suspense, literatura pulp y hasta pinceladas cartoonescas propias de la puesta en escena del Sam Raimi de sus primeros años.




Con respecto a su adhesión e influencia del mundo del cómic los ecos a The Shadow o Batman son tan notorios como inevitables. A propósito del personaje creado por Bill Finger y Bob Kane el estreno un año antes de la primera película del Hombre Murciélago dirigida por Tim Burton deja una huella más que notable en la estética de Darkman y no lo decimos sólo por el score compuesto por Danny Elfman, muy similar al que puso a disposición de aquella exitosa superproducción de 1989, sino por muchos detalles estilísticos, tonales y atmósfericos. No sabemos si estas similitudes son intencionadas o pura casualidad, pero es inevitable reparar en ellas, de la misma manera que después de ver la soberbia adaptación que Alex Proyas rodó en 1994 de El Cuervo, el exitoso cómic independiente de James O’Barr, se antoja lógico rememorar no pocos pasajes de esta Darkman y su mezcla oscuro urbanismo, neogoticismo y hasta Grand Guiñol en sus pasajes más enloquecidos. Darkman bebió de muchos referentes para tomar forma, pero su sombra también fue alargada durante la década de los 90 y no sólo por las producciones derivadas de ella que mencionaremos brevemente al final de la entrada.




En comparación con los que había contado en sus anteriores propuestas cinematográficas el presupuesto de Darkman supuso un salto enorme para Sam Raimi, más si cabe teniendo en cuenta que ejercía cargos de importancia en el largometraje alejados de su labor como realizador, lo que equivalía a más responsabilidad y no ser sólo un mercenario elegido por los productores para seguir directrices a las que no podría negarse. Con suma inteligencia el cineasta nacido en Michigan sabe ceder ante lo que no deja de ser una superproducción y desde el mismo arranque del film lo plaga de espectaculares y muy bien ejecutadas secuencias de acción con las que demuestra bastante soltura. En cambio son los pasajes más ceñidos al terror o los centrados en cómo la voluntad y mente del protagonista van deteriorándose gradualmente tras su horrendo accidente los elegidos por Sam Raimi para insuflar sus señas estéticas y narrativas como el uso nervioso de la cámara, angulaciones imposibles, efectos especiales prácticos, una puesta en escena bordeante en lo cartoonesco (aunque no de manera tan explícita como en otros de sus trabajos previos o posteriores) y una utilización excelsa del maquillaje, transmitiendo este en todo momento al espectador la supuesta “falsedad” de las máscaras artificiales que utiliza Peyton para suplantar la identidad de sus rivales, convirtiéndose las mismas en un recurso narrativo más.




Liam Neeson ofrece carisma y elegancia a Peyton Westlake antes de sufrir el ataque que le deforma de por vida y tras este son la compasión y el terror los sentimientos que el protagonista de Michael Collins transmite al patio de butacas, con un trabajo notable que al sustentarse tanto en el maquillaje nos retrotrae a algunos de los papeles más recordados del mítico Lon Chaney, el “Hombre de las Mil Caras”, que como recordamos también dio vida a el Fantasma de la Ópera en el film homónimo dirigido por Rupert Julian en 1925. De la doble ganadora del Oscar, Frances McDormand, poco más podemos decir, ya que hasta con un papel esquemático y supeditado irremisiblemente al de Liam Neeson consigue salir airosa del envite gracias a su profesionalidad. En cuanto a los dos villanos el Louis Strack de Colin Friels no está a la altura como versión light del empresario desalmado prototípico de las cintas de ciencia ficción estadounidenses de Paul Verhoeven y en cuanto a crueldad es devorado impunemente por el Robert Durant de Larry Drake que sin demasiado esfuerzo se revela como el personaje más imponente de la obra gracias a su rotundidad física o detalles como su atípica costumbre de coleccionar dedos previamente amputados con la cuchilla de su mechero.




De la misma manera que El Protegido (M. Night Shyamalan, 2000), pero en las antípodas de la intencionalidad de aquella, Darkman es el homenaje al mundo del cómic por parte de un director que desde sus inicios en el medio audiovisual siempre estuvo muy influenciado por el arte secuencial en casi todas sus vertientes. En la cuarta película de Sam Raimi no faltan héroes trágicos, damiselas en apuros, villanos de opereta, secuaces de cortas entendederas y frases lapidarias. Todos ello componiendo lugares comunes que el creador de Ash vs. Evil Dead no acomete de manera condescendiente, sino con sincera reverencialidad. El éxito de Darkman dio lugar a dos secuelas directas para vídeo, con Arnold Voosloo sustituyendo a Liam Neeson como Peyton Westlake y Larry Drake volviendo en una de ellas como Robert Durant, el episodio piloto de una serie que nunca salió adelante, novelas, videojuegos, figuras coleccinables e incluso, en un ejercicio de retroalimentación no exento de ironía, varios cómics editados por Marvel y Dynamite Entertainment en los que este vigilante desfigurado, siempre inasequible al desaliento, seguía luchando contra el crimen encontrando así un pequeño, pero bien posicionado, hueco en el corazón del fandom que acogió al Hombre Oscuro como un superhéroe más.



martes, 18 de agosto de 2020

Blade, hijos de la medianoche




Título Original Blade (1998)
Director Stephen Norrington
Guión David S. Goyer, basado en el cómic de Marv Wolfman y Gene Colan
Reparto Wesley Snipes, Stephen Dorff, Kris Kristofferson, Sanaa Lathan, Donal Logue, Traci Lords, Udo Kier, N’Bushe Wright, Arly Jover, Kevin Patrick Walls, Tim Guinee, Eric Edwards, Donna Wong, Carmen Thomas, Shannon Lee, Kenny Johnson




Eric Darren Brooks, conocido popularmente como Blade, debutó en el número 10 de la mítica colección Tomb of Dracula allá por el lejano julio de 1973. Los impulsores más importantes de la inolvidable cabecera, el guionista Marv Wolfman y el dibujante Gene Colan, presentaron en aquella grapa un cazador de vampiros de raza negra que, al igual que otros personajes como Power Man o Pantera Negra, nació en clave de respuesta por parte de la Casa de las Ideas al potente auge de la cultura blaxpolitation había alcanzado a finales de los 60 y principios de los 70 en Estados Unidos. Tras su puesta de largo enfrentándose al conde transilvano volvió a vérselas con él en no pocas ocasiones dentro de dicha serie aunando fuerzas con los héroes de la misma, Frank Drake y Rachel Van Helsing, para más tarde hacer acto de presencia a lo largo de aquella misma década en Vampire Tales #8 o Marvel Preview #3 y #8. Tras diez años prácticamente desaparecido del mapa volvió a la máxima potencia durante los 90 para vérselas con el Motorista Fantasma, Blaze o Morbius, entre otros, formando parte de los Hijos de la Medianoche e incluso protagonizando su propia colección conformada por diez entregas. Fue a finales de aquella misma década, con el personaje conociendo una nueva edad dorada en el mundo de las viñetas, cuando Blade debutó en la pantalla grande durante una época en la que las adaptaciones de personajes de cómic al celuloide no se encontraban en su mejor momento, algo que cambió notablemente con su llegada.




Aunque en cierta manera se ha oficializado que el boom de las películas inspiradas en personajes de cómics nació con X-Men (Bryan Singer, 2000) o Spider-Man (Sam Raimi, 2002) lo cierto es que fue esta primera incursión de Blade en pantalla grande con la película homónima la que dio el psitoletazo de salida a manos de New Line Cinema. Los responsables de extrapolar las aventuras del cazador de vampiros creado por Marv Wolfman y Gene Colan fueron el guionista David S. Goyer, profesional por aquel entonces desconocido, pero más tarde estrechamente vinculado al mundo de los superhéroes tanto en cómics como en celuloide, y el cineasta británico Stephen Norrington que tras un debut, Maquina Letal (1994), convertido en pieza de culto, entraba con todas las de la ley en Hollywood mediante su segundo largometraje. De dar vida al protagonista se encargó un Wesley Snipes en la cumbre de su carrera, que también ejerció como productor del proyecto junto a viejos conocidos como Stan Lee y Avi Arad, viéndose acompañado por secundarios como Stephen Dorff, N’Bushe Wright, Kris Kristofferson, Donal Logue, Traci Lords, Kenneth Johnson o un clásico del cine sobre vampirismo como es el veterano actor alemán Udo Kier.




Mientras seres humanos y vampiros mantienen una tensa paz por puro interés mutuo en la ciudad de Detroit, Blade (Wesley Snpies) ejerce como un cazador de vampiros que, paradójicamente, pertenece a dicha raza aunque no alimentándose de sangre humana y pudiendo caminar a plena luz del día sin que el sol lo calcine como le sucede al resto de sus congéneres. Mientras tanto el Consejo de las Sombras, un importante clan vampírico, se debate entre permanecer en la clandestinidad manteniendo negocios con los humanos mientras se alimentan furtivamente de ellos como promulga el líder, Gaetano Dragonetti (Udo Kier), o enfrentarse a ellos y eliminarlos por ser inferiores, teoría defendida por el joven e impulsivo Deacon Frost (Stephen Dorff) único no “pura sangre” del consejo. A la guerra que está por llegar y en la que Blade, acompañado de su mentor, Abraham Whistler (Kris Kristofferson), se verá implicado de una manera u otra se suma la aparición de la Doctora Karen Jenson (N’Bushe Wright) una hematóloga que se cruza en el camino del protagonista cobrando capital importancia en el devenir de acontecimientos futuros en el que el alter ego justiciero de Eric Darren Brooks deberá librar la batalla más importante de su no vida.




Blade es, desde una perspectiva cinematográfica, un producto hijo de la década de los 90. Por este motivo a nivel estético lo planteado por David S. Goyer, Stephen Norrington y Wesley Snipes no se parece demasiado a ninguna de las encarnaciones en papel previas del personaje, ni siquiera a la que discurrió coetánea con la producción y estreno del largometraje. Secuencias de acción espectaculares, ritmo acelerado, montaje efectista y una estética entre cyberpunk y urbana asentaban las bases de un proyecto que, sin saberlo, estaba predestinado a cambiarlo todo en el cine comercial estadounidense. Planteada desde su misma concepción como una película para público adulto, con una califiación R para su estreno en Estados Unidos, fueron precisamente adolescentes los que más se dejaron embriagar por las sangrientas correrías de “el que ha visto el sol”. Esto se debe principalmente a que el cineasta encargado de extrapolar el personaje al medio cinematográfico conocía perfectamente lo que demandaban unos espectadores algo cansados de visiones pulcras e inmaculadas de los superhéroes clásicos, mientras buscaban versiones más oscuras y presuntamente adultas de los mismos, un pensamiento muy adherido a la década de los 90 e impulsado, en cierta manera, por la irrupción de la editorial independiente Image Comics.




Sería de ilusos eludir u obviar que el arranque de Blade, la primera secuencia tras el prólogo, no sólo es un pasaje espectacular, sino que consigue sintetizar con pericia la esencia misma del producto dejando a la libre elección del espectador si entra en el juego propuesto por sus máximos responsables o huye despavorido ante semejante declaración de principios. El asalto del personaje principal a la sangrienta sala rave a ritmo del ya icónico Confusion (Pump Panel Reconstruction Mix), de New Order, con la consiguiente masacre de vampiros se convirtió con los años en una de las secuencias más celebradas del cine de acción de los 90. Hoy esa espectaculiridad ha mermado, en cierta manera por culpa de uno de los mayores defectos del film, lo mal que han envejecido algunos de sus efectos digitales, pero es ineludible que realización, montaje, coreografías de lucha y banda sonora funcionan a la máxima potencia gracias a una labor conjunta en el apartado técnico que deja en muy buen lugar a Stephen Norrington, más de lo merecido vista su posterior filmografía detrás de las cámaras.




A partir de ahí la amalgama entre acción, terror y cine de artes marciales heredero de la escuela hongkonesa rinde a lo largo de casi todo el metraje, sólo notándose las numerosas carencias en un humor ineficaz en casi todo momento, recayendo casi al 100% en uno de los personajes más insoportables de la película al que volveremos más tarde al hablar del reparto. Blade no sólo marcaría, como ya dijimos previamente, el primer gran éxito de taquilla que abriría paso a futuras adaptaciones de cómics al celuloide, también dejó huella con su estética en producciones posteriores facturadas en el seno de Hollywood y no sólo en films protagonizados por personajes del arte secuencial. Ciertamente no es algo que se pueda confirmar, porque al estreno de ambas cintas las separa un corto espacio de tiempo, pero si alguien nos dijera que las hermanas Wachowski vieron en el cine Blade, el film se estrenó en plena producción de Matrix, y se llevaron unas cuantas ideas para la obra que les dio la fama sería difícil negarlo, porque desde una perspectiva estilística y visual las similitudes son tantas que se antoja casi imposible negarlas o dejarlas pasar.




En 1998 Wesley Snipes se encontraba en lo más alto de su carrera, no sólo como estrella del cine de acción, sino también ganándose cierta fama como intérprete dramático que le llevó incluso a obtener el año anterior la Copa Volpi al mejor actor en el festival de Venecia por su papel en Después de Una Noche (Mike Figgis, 1997) de manera que sus problemas personales, entre ellos los del fisco y la cárcel, quedaban lejos todavía. Snipes interpreta un Blade ejemplar, alejado del verborréico que nos presentaron Wolfman y Colan en los 70 y más moderno que cualquiera de sus versiones posteriores en las viñetas, pero respetando totalmente su esencia y en ese sentido la obra es impecable, algo que se extenderá a las siguientes entregas en las que encarnó al personaje con independencia de la mayor o menor calidad de las mismas. A un físico rotundo o unos conocimientos amplios de artes marciales y lucha cuerpo a cuerpo se suman grandes cantidades de carisma revelando a Snipes como el pilar maestro sobre el que se construye el proyecto y siendo él consciente de ello interviniendo en su producción, como anteriormente hemos afirmado.




En cuanto a los secundarios tenemos luces y sombras. Acierto mayúsculo la elección del veterano Kris Kristofferson dando vida a Abraham Whistler, el actor de Ha Nacido Una Estrella (1976) o La Puerta del Cielo (1980) da el aire cansado, lacónico y chulesco que el rol necesita. N’Bushe Wright hace lo que puede con un secundario que aun intentándolo, por mediación de David S. Goyer al guión, no consigue huir del todo del estereotipo de personaje femenino cuya principal misión es la de potenciar al masculino principal. Stephen Dorff dribla con estilo y lascivia una versión poco agradecida de Deacon Frost, muy alejada de la primigenia vista en papel, que se suma a la larga galería de villanos de adaptaciones de cómics, independientemente de si las factura Marvel o DC, pobremente caracterizados que sólo funcionan por la labor de aquellos que los encarnan, aunque en ocasiones ni eso. Donald Logue se lleva la peor parte, su interpretación de Quinn es lo peor del film, su presencia se antoja irritante y su responsabilidad como descarga cómica todo un fracaso. Udo Kier interviene en sólo un par de escenas, pero el alemán siempre se muestra señorial, hasta en ocasiones como la presente, en la que acaba hecho cenizas contemplando el astro rey en pleno amanecer.




Sería una necedad no admitir que a Blade se le nota el paso del tiempo, es una pieza coyuntural que en pleno 2020 se revela anticuada en ciertos aspectos. Pero también es ineludible que sigue siendo diabólicamente entretenida, potente, cafre y frenética. Tras ella su director siguió adaptando cómics con la inenarrable La Liga de los Hombres Extraordinarios, a la que tarde o temprano también dedicaremos una retro-crítica, y tanto Blade como Wesley Snipes continuaron su cruzada contra los no muertos en Blade II, secuela a manos del mexicano Guillermo del Toro, y Blade Trinity, cierre de la trilogía en el que era esta vez el mismo David S. Goyer quien se ponía detrás de las cámaras. Más allá de valoraciones puramente cinematográficas Blade supuso la punta de lanza de lo que ha acabado convirtiéndose en un subgénero que atrae a millones de espectadores a las salas de cine, pero también despierta el recelo de aquellos profesionales del audiovisual que ven en esta homogeneización del cine comercial estadounidense una lacra que impide a otro tipo de proyectos encontrar su hueco. De eso y la nueva versión del personaje a manos de Marvel Studios que interpretará Mahershala Ali hablaremos en otro momento.




jueves, 13 de agosto de 2020

Una Historia de Violencia



Título Original A History of Violence (2005)
Director David Cronenberg
Guión John Olson, basado en el cómic de John Wagner y Vince Locke
Reparto Viggo Mortensen, Maria Bello, William Hurt, Ed Harris, Ashton Holmes, Heidi Hayes, Stephen McHattie, Greg Bryk, Peter MacNeill, Kyle Schmid, Gerry Quigley, Aidan Devine, Sumela Kay




En el año 1997 la editorial estadounidense Paradox Press publicó un cómic de 286 páginas titulado A History of Violence. El trabajo fue ideado por el guionista británico John Wagner y el ilustrador estadounidense Vince Locke, que ya había colaborado con el co creador de Judge Dredd en las páginas de la colección dedicada al juez, jurado y verdugo. La obra fue un éxito, se ganó con los años el título de pieza de culto y su licencia de edición pasó a formar parte del catálogo de Vertigo, el icónico y ya extinto sello propiedad de DC Comics. New Liene Cinema, que venía de tocar el cielo con las manos gracias al descomunal éxito de la trilogía de El Señor de los Anillos, obra literaria de J.R.R. Tolkien llevada a la gran pantalla por el director neozelandés Peter Jackson, adquirió los derechos de Una Historia de Violencia y durante la primera mitad de la década pasada se puso en funcionamiento para producir una adaptación cinematográfica. Contra todo pronóstico el director elegido para llevar a buen puerto el proyecto fue David Cronenberg, autor que en un principio nadie vincularía con la traslación a imagen real de un cómic, por muy alejado que este se encuentre de la vertiente más comercial del medio. Para escribir el guión inspirado en la labor de Wagner y Locke se sumó al proyecto John Olson, escritor curtido en el mundo del cortometraje y la serie B.




Una Historia de Violencia está protagonizada por Viggo Mortensen, actor estadounidense también ligado a New Line Cinema y El Señor de los Anillos, por motivos que todos conocemos, comenzando aquí una fructífera serie de colaboraciones con David Cronenberg que cristalizó en tres películas, Promesas del Este (2007), Un Método Peligroso (2011) y la que nos ocupa en esta entrada. Le acompañan Maria Bello, en aquella época encadenando algunos de los mejores trabajos de su carrera o Ashton Holmes y Heidi Hayes completando a la familia Stall. En el bando opuesto encontramos a Ed Harris y Willam Hurt, dos excelentes y veteranos actores que vuelcan toda su sapiencia interpretativa para dar vida a una pareja de personajes que parecen tener vínculos muy estrechos con el principal. La película se rodó en 2004 en distintas localizaciones de la ciudad de Ontario, como casi siempre sucede con las producciones de David Cronenberg, y tuvo su puesta de largo internacional un año después en el festival de Cannes de 2005 recibiendo una larga ovación tras su proyección en la sección oficial a concurso. Su presupuesto fue de 32 millones de dólares, recaudando 61 después de su carrera comercial internacional.




Tom Stall (Viggo Mortensen) vive una apacible existencia con su mujer Edie (Maria Bello), su hijo Jack (Ashton Holmes) y su pequeña hija Sarah (Heidi Hayes) en la ciudad de Milbrook, situada en el estado de Indiana. Un día la cafetería propiedad de Tom es asaltada por Leland (Stephen McHattie) y Billy (Greg Bryke), dos asesinos y atracadores que amenazan a los clientes del local. De manera repentina Tom ataca a los asaltantes matándolos antes de cumplir sus amenazas. Tras estos hechos Tom es considerado por la opinión pública y los medios de comunicación un héroe local que en un acto espontaneo de valentía consiguió reducir a los criminales antes de que se cobraran ninguna vida. Poco después el protagonista recibe la visita del gangster Carl Fogarty (Ed Harris). Este misterioso hombre asegura que Tom es un tal Joey Cusack al que conoció años atrás, afirmación negada en redondo por el recién coronado héroe por accidente. Poco a poco la familia Stall verá su aparentemente idílica vida amenazada por el asedio continuado de Fogarty y sus hombres que insisten en la idea de que Tom no es quien dice ser, lo que llevará a a todos los personajes a sumergirse en una inesperada espiral de violencia que finalmente les vinculará con un tal Richie Cusak (William Hurt) hermano del supuesto Joey.




Una Historia de Violencia comienza con un alarde visual impropio en David Cronenberg. Un plano secuencia de cinco minutos, ejecutado con un travelling lateral, sigue a los dos delincuentes que cambiarán la vida de los Stall mientras cometen uno de sus brutales crímenes. David Cronenberg se encuentra en las antípodas de ser un esteta caprichoso y si se toma una licencia como esta en la que la puesta en escena se aleja de su habitual contención siempre será con una excusa conceptual y narrativa y sí, este arranque sirve para marcar el tono crudo de la propuesta cinematográfica y mostrar al espectador de lo que son capaces estos dos asesinos a sangre fría. Tras este prólogo la misión de David Cronenberg es mostrarnos la idílica vida de la familia Stall en Milbrook. Esta localidad del medio oeste es expuesta ante el espectador como las que hemos visto cientos de veces previas en ficción con sus vecinos amables, trabajadores voluntariosos, parroquianos amistosos y rituales comunales propios de una humilde sociedad en la que no parece haber cabida para el horror que está por llegar. Los Stall son una familia feliz, con Tom y Edie manteniendo una vida sexual sana y sus hijos creciendo en un buen entorno. Pero los problemas de bullying sufridos por Jack, el hijo mayor, en el colegio parecieran el presagio de esa violencia que explotará de un momento a otro.




Al igual que sucedía en Terciopelo Azul (David Lynch, 1986) cuando Jefrey Beaumont (Kyle McLachlan) encontraba una oreja cercenada en el suelo de un jardín este idílico cuadro de Norman Rockwell pintado por David Cronenberg y John Olson se va a ver pronto salpicado de sangre. La escena del atraco frustrado por Tom muestra una violencia cruda, muy gráfica, nada estilizada o glorificadora. El canadiense trata de causar repulsión en el espectador cuando el protagonista mata a los dos atracadores. Lo que vemos es desagradable y aunque se lleve a cabo por motivos bienintencionados lo capturado en pantalla dista de ser un acto heróico. A partir de aquí algo se quiebra en la narración, la estampa inmaculada de la familia Stall comienza a resquebrajarse y la llegada de Carl Fogarty no hace más que acentuar esa sensación al sembrar la semilla de la duda afirmando que nuestro impecable y valeroso protagonista es un farsante. A partir de este momento la continua sensación de ubicua amenaza nos retrotrae a Alfred Hitchcock, pero a un nivel estructural y de tono nos adentramos en un western que eclosiona al fin con la visita de Fogarty y sus compinches en la casa de los Stall haciendo que todo vuele por los aires y dé comienzo una película completamente distinta a la que estábamos viendo. Ese “Debí haberte matado en Philadelphia” cae como una bomba atómica en plena sala de butacas.




Desde ese mismo momento entra en escena una de las constantes autorales más adheridas al discurso cronenbergiano. La identidad del individuo, su maleabilidad o capacidad adaptativa, Tom Stall se revela como Joey Cusak, un brutal mafioso que en el pasado asesinó a decenas de personas y decidió redimirse abandonado su vida para crearse otra a medida con mujer e hijos. Una vez más la “Nueva Carne” es extrapolada a un plano psicológico, alejándose de la primera etapa de la filmografía del canadiense en la que dichas mutaciones eran materializadas desde una perspectiva física. Pero el subtexto del relato va más allá, Tom Stall muere y con él el Sueño Americano, no otra cosa que un juego de humo y espejos sustentado en la mentira, y la prístina visión de la familia media estadounidense. Porque después del primer impacto tras salir a la luz toda la verdad los miembros restantes aceptarán sin muchos ambages, e incluso se verán contaminados por ella, la “nueva” y salvaje personalidad del protagonista. El contraste entre la primera escena de sexo, mucho más naif, y la polémica segunda, en la que Edie se deja seducir violentamente por alguien que ya no es su marido, confirman como una farsa toda esa vacua ensoñación que desde los primeros compases del film Cronenberg ha ido construyendo.




Para romper el último vínculo con su pasado criminal el personaje de Viggo Mortensen viaja hasta Philadelphia para rendir cuentas con Richie, su hermano mayor, interpretado por un William Hurt pletórico que consiguió con sus pocos minutos en pantalla una merecida nominación al Oscar en la categoría de mejor actor secundario, junto a la de John Olson en la de mejor guión adaptado las únicas a las que aspiró el film en su año de estreno. Después de una conversación en la que las dos partes apuntan llegar a un acuerdo Richie manda a sus hombres asesinar a Joey, pero este los elimina y acaba matando a su hermano huyendo del lugar para volver a Milbrook. Allí le esperan Edie, Jack y Sarah cenando en la cocina que, contra todo pronóstico, le aceptan como uno más en la reunión sin poner impedimento. En estos últimos compases es muy simbólico y esclarecedor que sean, Sarah primero y Jack después, los que ofrecen “plato y comida” a Joey, dejando claro que son sus hijos, sus herederos, los que tomarán su relevo y casi con toda seguridad seguirán su misma senda. El rostro de aceptación de Edie y un primer plano de Joey con los ojos bañados en lágrimas cierran la penúltima obra maestra de uno de los mejores directores de la historia del cine.




Al igual que sucedió con La Mosca David Cronenberg encontró en Una Historia de Violencia, un proyecto ajeno y de cariz más comercial, muchos de los temas que ayudaron a cimentar su indispensable filmografía. El éxito de crítica y público convirtieron esta adaptación del cómic de John Wagner y Vince Locke en la película más taquillera de la carrera de su director, algo que ayudó, y mucho, a que sólo dos años después Focus Features, división de cine independiente de Universal Pictures, contratara sus servicios, y de nuevo los de Viggo Mortensen, para incursionar otra vez en el mundo del hampa con Promesas del Este, la última gran obra de un genio como el de Ontario que con sus trabajos posteriores no estuvo tan atinado, aunque un servidor tiene Un Método Peligroso en alta estima. Un enorme apartado artístico encabezado por un colosal Viggo Mortensen, un guión capaz de capturar la esencia del cómic que toma como inspiración y un director cuya veteranía le permite adaptarse a cualquier proyecto, sin dejar de ser él mismo o renunciar a su discurso personal en ningún momento, conforman una de las mejores adaptaciones cinematográficas de un cómic jamás rodadas. Casi cinco años llevamos sin el estreno de una nueva película de David Cronenberg, y en tiempos convulsos como los actuales es algo que no podemos, ni debemos, permitirnos.