Director Sam Raimi
Guión Sam Raimi, Ivan Raimi, Daniel Goldin, Joshua Goldin, Chuck Pfarrer
Reparto Liam Neeson, Frances McDormand, Colin Friels, Larry Drake, Nelson Mashita, Jesse Lawrence Ferguson, Ted Raimi, Jenny Agutter, Dan Hicks, Nicholas Worth, Julius Harris, Toru Tanaka, Dan Bell, Bruce Campbell, Frank Noon, William Dear
Cuando decidimos publicar los viernes estas retro-críticas nuestra intención era, no sólo reseñar aquellas adaptaciones cinematográficas de cómics que nunca habían encontrado su lugar en Zona Negativa o que si lo tuvieron fue antes de existir la redacción de cine, sino cubrir el vacío de estrenos dentro de este subgénero que la pandemia y el estado de alarma a nivel mundial impusieron a Hollywood, viéndose en la obligación de reestructurar totalmente su calendario previamente establecido. Hoy, después de siete de esas retro-reseñas, vamos a hacer una excepción hablando de una de esas películas que sin estar inspiradas directamente en ningún cómic, no sólo toma señas de identidad de cientos de ellos, sino que también ha sido considerada con el paso del tiempo casi una muestra más dentro de este tipo de celuloide. Hablamos como no podía ser menos de Darkman, cuarta película del cineasta estadounidense Sam Raimi que después de dos éxitos como Posesión Infernal (Evil Dead, 1981) o Terroríficamente Muertos (Evil Dead II, 1987) y un fracaso como Ola de Crímenes, Ola de Risas (Crimewave, 1985) decidió facturar su propia película de superhéroes hecha a medida, al no poder implicarse en producciones centradas en algunos de sus personajes favoritos como Batman o The Shadow. El resultado supuso un enorme éxito para el director de El Ejército de las Tinieblas (1992) que le abrió definitivamente las puertas de Hollywood.
Darkman fue un proyecto impulsado por la productora Renaissance Pictures, fundada por el mismo Sam Raimi y sus amigos Robert Tapert y Bruce Campbell junto a por Universal Pictures que puso en manos de los cineastas un presupuesto de entre 18 y 20 millones de dólares. A partir de una idea de Sam Raimi, que en su origen no dejaba de ser un relato de 30 páginas titulado The Darkman, el director se ocupó del guión junto a su Hermano Ivan Raimi, los también emparentados Daniel Goldin y Joshua Goldin o Chuck Pfarrer. Para dar vida al protagonista se recurrió a un todavía no muy conocido actor escocés llamado Liam Neeson que sólo tres años después protagonizaría la película que le cambiaría la vida a las órdenes de Steven Spielberg. A la pareja del personaje principal le dio vida la enorme Frances McDormand, grandiosa actriz y vieja conocida por Sam Raimi debido a su estrecha amistad con los hermanos Joel y Ethan Coen. Al dúo de villanos le pusieron rostro y físico un icono de la serie B como Larry Drake y Colin Friels, actor australiano de origen escocés que no se prodigó demasiado en Hollywood tras su paso por Darkman. En roles más episódicos tenemos a viejos conocidos del director como su otro hermano, Ted Raimi, Dan Hicks, Nicholas Worth o el indispensable Bruce Campbell cuya aparición en el film se litima a un breve, pero icónico, cameo. Danny Elfman en la banda sonora, Bill Pope en la dirección de fotografía y Tony Gardner como diseñador de los importantes efectos de maquillaje ponián el broche de oro a un proyecto con todo a su favor para convertirse en un éxito.
El Doctor Peyton Westlake (Liam Neeson) y su ayudante Yakitito (Nelson Mashita) están a punto de conseguir un gran avance en la creación de una variante de piel sintética cuyo fin será ayudar a personas con graves quemaduras corporales. Cuando su novia, la abogada Julie Hastings (Frances McDormand), descubre los asuntos sucios de uno de sus clientas más importantes, el empresario Louis Strack (Colin Friels), este envía a su banda de matones a sueldo comandados por el peligroso Robert Durant (Larry Drake) en busca de los archivos que delatan sus negocios ilícitos a la casa de Julie y encontrándose allí con Peyton y Yakutito. Los criminales asesinan al ayudante del científico y a Peyton lo desfiguran bestialmente haciendo explotar su laboratorio mientras lo dan por muerto al no haber sido encontrado su cadáver, supuestamente calcinado por por el brutal ataque al inmueble. Pero Peyton Westlake no ha perdido la vida, sino que ha quedado totalmente desfigurado y una vez huye del hospital en el que se encontraba confinado decide seguir con sus experimentos y saciar su sed de venganza contra aquellos que arruinaron su vida, separándolo de la mujer a la que amaba.
Aunque ya hemos mencionado que Darkman se adscribe sin demasiados problemas al cine superheróico, aunque sería más acertado decir que pertenece al “antiheróico”, sus raíces vienen precisamente del género que más ha cultivado Sam Raimi a lo largo de su carrera detrás de las cámaras. La trágica historia de Peyton Westlake no deja de ser una reformulación y modernización de El Fantasma de la Ópera, novela y personaje creado por el autor francés Gastón Leroux, con apuntes de clásicos de la literatura de terror o los monstruos a los que la Universal Pictures dio renovada fama durante los años 30 del siglo pasado. En este sentido es inevitable que vengan a nuestra mente novelas como Frankenstein (Mary Shelley, 1818), El Extraño Caso del Doctor Jekyll y Mr. Hyde (Robert Louis Stevenson, 1886), El Hombre Invisible (H.G. Wells, 1897) o sus distintas versiones en imagen real tanto para la pantalla grande como la pequeña. Esta decisión conceptual y estilística hibrida los géneros ya citados, pero también añade apuntes de drama, acción, suspense, literatura pulp y hasta pinceladas cartoonescas propias de la puesta en escena del Sam Raimi de sus primeros años.
Con respecto a su adhesión e influencia del mundo del cómic los ecos a The Shadow o Batman son tan notorios como inevitables. A propósito del personaje creado por Bill Finger y Bob Kane el estreno un año antes de la primera película del Hombre Murciélago dirigida por Tim Burton deja una huella más que notable en la estética de Darkman y no lo decimos sólo por el score compuesto por Danny Elfman, muy similar al que puso a disposición de aquella exitosa superproducción de 1989, sino por muchos detalles estilísticos, tonales y atmósfericos. No sabemos si estas similitudes son intencionadas o pura casualidad, pero es inevitable reparar en ellas, de la misma manera que después de ver la soberbia adaptación que Alex Proyas rodó en 1994 de El Cuervo, el exitoso cómic independiente de James O’Barr, se antoja lógico rememorar no pocos pasajes de esta Darkman y su mezcla oscuro urbanismo, neogoticismo y hasta Grand Guiñol en sus pasajes más enloquecidos. Darkman bebió de muchos referentes para tomar forma, pero su sombra también fue alargada durante la década de los 90 y no sólo por las producciones derivadas de ella que mencionaremos brevemente al final de la entrada.
En comparación con los que había contado en sus anteriores propuestas cinematográficas el presupuesto de Darkman supuso un salto enorme para Sam Raimi, más si cabe teniendo en cuenta que ejercía cargos de importancia en el largometraje alejados de su labor como realizador, lo que equivalía a más responsabilidad y no ser sólo un mercenario elegido por los productores para seguir directrices a las que no podría negarse. Con suma inteligencia el cineasta nacido en Michigan sabe ceder ante lo que no deja de ser una superproducción y desde el mismo arranque del film lo plaga de espectaculares y muy bien ejecutadas secuencias de acción con las que demuestra bastante soltura. En cambio son los pasajes más ceñidos al terror o los centrados en cómo la voluntad y mente del protagonista van deteriorándose gradualmente tras su horrendo accidente los elegidos por Sam Raimi para insuflar sus señas estéticas y narrativas como el uso nervioso de la cámara, angulaciones imposibles, efectos especiales prácticos, una puesta en escena bordeante en lo cartoonesco (aunque no de manera tan explícita como en otros de sus trabajos previos o posteriores) y una utilización excelsa del maquillaje, transmitiendo este en todo momento al espectador la supuesta “falsedad” de las máscaras artificiales que utiliza Peyton para suplantar la identidad de sus rivales, convirtiéndose las mismas en un recurso narrativo más.
Liam Neeson ofrece carisma y elegancia a Peyton Westlake antes de sufrir el ataque que le deforma de por vida y tras este son la compasión y el terror los sentimientos que el protagonista de Michael Collins transmite al patio de butacas, con un trabajo notable que al sustentarse tanto en el maquillaje nos retrotrae a algunos de los papeles más recordados del mítico Lon Chaney, el “Hombre de las Mil Caras”, que como recordamos también dio vida a el Fantasma de la Ópera en el film homónimo dirigido por Rupert Julian en 1925. De la doble ganadora del Oscar, Frances McDormand, poco más podemos decir, ya que hasta con un papel esquemático y supeditado irremisiblemente al de Liam Neeson consigue salir airosa del envite gracias a su profesionalidad. En cuanto a los dos villanos el Louis Strack de Colin Friels no está a la altura como versión light del empresario desalmado prototípico de las cintas de ciencia ficción estadounidenses de Paul Verhoeven y en cuanto a crueldad es devorado impunemente por el Robert Durant de Larry Drake que sin demasiado esfuerzo se revela como el personaje más imponente de la obra gracias a su rotundidad física o detalles como su atípica costumbre de coleccionar dedos previamente amputados con la cuchilla de su mechero.
De la misma manera que El Protegido (M. Night Shyamalan, 2000), pero en las antípodas de la intencionalidad de aquella, Darkman es el homenaje al mundo del cómic por parte de un director que desde sus inicios en el medio audiovisual siempre estuvo muy influenciado por el arte secuencial en casi todas sus vertientes. En la cuarta película de Sam Raimi no faltan héroes trágicos, damiselas en apuros, villanos de opereta, secuaces de cortas entendederas y frases lapidarias. Todos ello componiendo lugares comunes que el creador de Ash vs. Evil Dead no acomete de manera condescendiente, sino con sincera reverencialidad. El éxito de Darkman dio lugar a dos secuelas directas para vídeo, con Arnold Voosloo sustituyendo a Liam Neeson como Peyton Westlake y Larry Drake volviendo en una de ellas como Robert Durant, el episodio piloto de una serie que nunca salió adelante, novelas, videojuegos, figuras coleccinables e incluso, en un ejercicio de retroalimentación no exento de ironía, varios cómics editados por Marvel y Dynamite Entertainment en los que este vigilante desfigurado, siempre inasequible al desaliento, seguía luchando contra el crimen encontrando así un pequeño, pero bien posicionado, hueco en el corazón del fandom que acogió al Hombre Oscuro como un superhéroe más.
Reseña publicada originalmente en Zona Negativa.
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