miércoles, 31 de marzo de 2021

Happy! Temporada 2, pascua de insurrección

 



- ¡Sax, deja de matar gente!
- Venga, Mer, que son nazis




Como era de esperar y aunque por ahora no tiene muchos vínculos directos con él era inevitable que habláramos en este mes dedicado a Grant Morrison del medio audiovisual, principalmente de series, en el que empieza a abrirse camino con adaptaciones de sus obras que por ahora no son muchas, pero poco a poco van aumentando en número gracias a los avispados productores, guionistas y directores que deciden llevarlas a imagen real. La primera de esas dos entradas, de las que se encargará un servidor, estará dedicada a la segunda temporada de Happy! la serie de la plataforma Syfy, con derechos de emisión por parte de Netflix, creada por el guionista y cineasta Brian Taylor (Crank, Gamer, Ghost Rider: Espíritu de Venganza) en colaboración con Grant Morrison, que ejerce también como showrunner. Como recordamos en su momento, y para ello tenéis dos reseñas que hablan sobre ella, Happy! fue una miniserie de cuatro números publicada por Image Comics en 2012 con Grant Morrison a los guiones y Darick Robetson (The Boys, Transmetropolitan) a los lápices. En ella el ex policía reconvertido en asesino a sueldo, Nick Sax, comienza a ver a un pequeño unicornio alado de color azul después de sufrir un infarto. Dicha criatura nació como el amigo imaginario de Haley, una niña secuestrada por un brutal homicida disfrazado de Santa Claus al que Sax se verá obligado a eliminar si quiere salvar la vida de la pequeña cría.





La primera tanda de ocho episodios de Happy! adaptaba, de manera más o menos fiel, el cómic que le servía de inspiración, pero añadía mucho material de cosecha propia por parte de Brian Taylor y Grant Morrison, lo que daba como resultado una primera mitad de temporada muy potente y otra en la que estos añadidos no hacían más que apelar al subrayado y la redundancia, dispersando en demasía la narración. Con todo y siempre afirmando que un reparto en el que actores ejerciendo una labor meritoria como Lili Mirojnick, Ritchie Coster, Patrick Fischler o Bryce Lorenzo quedaban ensombrecidos por el mejor hallazgo de la serie, un Christopher Meloni superlativo inyectando una carismática vis cómicas a Nick Sax que brillaba por su ausencia en las viñetas, La Happy! de Syfy se revelaba como un producto cafre, alocado y muy macarra que funcionaba notablemente bien. El problema es que la segunda temporada sufrió lo que un servidor llama “el mal de Juego de Tronos“, afección que explicaremos a continuación.




Hace un momento mencionábamos que las subtramas ideadas por Taylor y Morrison para la primera temporada eran las menos consistentes y más dispersas, en definitiva las que hacían restar puntos al conjunto de la obra. Pues en esta segunda entrega de diez capítulos esta carencia devora gran parte de lo planteado por la historia debido a que ya no hay cómic que adaptar y todo lo que vemos en pantalla nace de la mente del particular dúo de showrunners. De esta manera en la segunda temporada de Happy! impera mayoritariamente un caos narrativo incapaz de construir un esqueleto argumental coherente, ya que el equipo de guionistas encargado de desarrollar el devenir de acontecimientos no está a la altura intentando domar el caballo desbocado que suponen los diez episodios que cierran la serie. Alguien podría pensar que entre la tendencia a la demencia visual propia del cine de Brian Taylor y la lisergia conceptual de algunas obras de Grant Morrison que la anarquía imperara en esta nueva aventura de Nick Sax sería lo lógico, pero eso es algo que sí funcionaba en la temporada 1, aquí la escritura desemboca en un proyecto irregular bordeante en lo fallido.




Pero es ineludible que también podemos encontrar en esta segunda temporada momentos de puro genio en los que Morrison y Taylor aprovechan esa predisposición a lo cafre y desprejuiciado para escribir y ejecutar visualmente pasajes memorables. El primer episodio se pone a sí mismo el listón demasiado alto con una pletórica secuencia en la que vemos a un grupo de monjas en modo kamikaze volar por los aires en las calles de New York mientras suena de fondo el tema Dominique, de Sor Sonrisa, a todo volumen. Un prólogo que sintetiza el tono de humor negro y salvajismo que destilarán el resto de episodios dentro de una serie que puede callar más de una boca a aquellos que se quejan de la actual “corrección política” como principal impedimento para que se facturen productos semejantes al que nos ocupa. La matanza en el asilo de ancianos con Nick Sax y Meredith McCarty reventando cabezas de nazis de mierda, la pelea del personaje de Christopher Meloni con los presos fugados de la cárcel con esos desopilantes congelados de imagen, Ann Margret como Bebe Debarge, la orgía en el hospital o ese Jeff Goldblum poniendo voz a Dio caen del lado de aciertos del programa.




El problema, como ya apuntábamos anteriormente, es que todo lo relacionado con el programa especial de pascua de Sonny Shine y el chantaje que precede a este con el tema de la cinta de vídeo que haría las delicias culinarias de Armie Hammer, la posesión de Francisco “Blue” Scaramucci por parte de Orcus dentro en la cárcel, la relación de Happy con el resto de amigos imaginarios desembocando en su relación emocional/sexual con Little Bo Peep o la aparición del mismo Christopher Meloni interpretando a su madre menoscaban un producto que debería centrarse más en la relación del protagonista con el personaje que da título a la serie. Por otro lado la inclusión total de la temática sobrenatural en la historia no funciona en un producto que nació como un relato noir hasta arriba de metanfetaminas con puntuales pinceladas de fantasía, principalmente relacionadas con la presencia de Happy, pero al que la inclusión de monstruosidades deformes y deidades centenarias capaces de tomar a personas como huéspedes no le hacen ningún bien. Por desgracia todo este desaguisado de arbitrariedades argumentales entroncan con los ya citados momentos remarcables del proyecto y dan como resultado una temporada que en su mayor parte peca de sobrecargada, farragosa y en ocasiones hasta aburrida, algo imperdonable a un divertimento como el expuesto por Taylor y Morrison.





Por suerte hasta las situaciones más inverosímiles y de menos calidad de la temporada son acometidas por un reparto que sabe entregarse al desenfreno exigido por un producto de esta naturaleza. Un gran Ritchie Coster como Blue/Orcus, un insoportable Christopher Fitzgerald poniendo voz y peculiar físico a Sonny Shine, una prometedora Bryce Lorenzo en la piel de Haley Hensen, Medina Senghore (de)construyendo una alucinada Amanda Hansen o el carisma destilado por la Meredith McCarthy Lili Mirojnick dan empaque a un apartado artístico al que poco reproche podemos hacer. Pero una vez más el el Nick Sax de un desatadísimo Cristopher Meloni el que se roba la velada basa de violencia explícita, diálogos espetados contra el espectador y unos excesos impropios de los personajes a los que interpretó en años ulteriores. Con respecto al actor de Ley y Orden es necesario mencionar la brutal química que comparte con el Happy con voz de un entrañable Patton Oswald y sobre todo con el Smoothie de un magnífico y grimoso Patrick Fkischer, ya que ver a protagonista y villano alegrarse tanto de verse el uno al otro para torturarse mutuamente hasta lo inhumano pareciera una visión paródica de la relación de los personajes principales de aquella obra maestra suercoreana titulada Encontré al Diablo (Kim Jee-woon, 2010).




“La segunda temporada ya está confirmada y ahora veremos que hacen Brian Taylor y Grant Morrison sin material para inspirarse con una idea que no aparenta poder dar mucho más de sí.” Con estas palabras cerraba un servidor hace poco más de tres años la reseña de la primera temporada de Happy! y desgraciadamente la profecía se ha cumplido de principio a fin. No sólo porque se confirma que al no tener como base el cómic para construir la segunda temporada el resultado ha sido mucho menos satisfactorio, sino porque los productores de Syfy después de ver el resultado decidieron no renovar la serie y dejar a Brian Taylor y Grant Morrison si ese juguete con el que, no lo dudemos, se lo estaban pasando muy bien, a veces incluso más que los espectadores. Por suerte en este breve trayecto nos queda una primera temporada muy digna y una segunda inferior y renqueante, pero con algunos momentos para el recuerdo. Afortunadamente aquí no se quedan los coqueteos de Grant Morrison con la ficción televisiva, ya que Doom Patrol adapta su etapa con los personajes de creados por Arnold Drake, Bob Haney o Bruno Premiani, también se ha embarcado en una adaptación de Un Mundo Feliz (Brave New World, Aldous Huxley, 1932), de nuevo con Brian Taylor, que ya cuenta con una temporada y tenemos hasta tres películas animadas inspiradas en sus trabajo en DC Cómics.



Doom Patrol Temporada 2, when you wish upon a star, your dreams come true.



"Las causas perdidas no lo son del todo si alguien lucha por ellas"




Aunque pasó bastante desapercibida, incluso dentro del tipo de ficción al que se adscribe, la primera temporada de Doom Patrol se convirtió en una de las mejores series del año 2019, no ya dentro de las producciones audiovisuales dedicadas a adaptar los personajes de cómics a imagen real, sino dentro de cualquier género que pudiera cultivarse dentro del medio televisivo o las plataformas digitales de pago por visión. Nacida como spin off derivado de la serie Titans, Doom Patrol llegó a DC Universe, para más tarde pasar a HBO, como una adaptación bastante fiel de la gloriosa y renovadora etapa de los personajes escrita por Grant Morrison y dibujada por Richard Case a finales de los 80. Como recordamos, por aquel entonces los personajes creados por los guionistas Bob Haney y Arnold Drake, acompañados del dibujante Bruno Preamini, en junio de 1963 dentro de las páginas de My Greatest Adventure #80 vivían las horas de popularidad más bajas de su vida editorial. Pero Morrison y Chase insuflaron nueva vida a base de imaginación desbordada, surrealismo y metalenguaje.




Esta época de la Patrulla Condenada que a día de hoy sigue siendo una de las mejores de la historia de DC Comics, y posteriormente el sello Vertigo, fue la elegida por Jeremy Carver, creador y showrunner de la serie, con el respaldo de los productores Greg Berlanti y Geoff Johns o Sarah Schechter. En el apartado artístico encontrábamos a Timothy Dalton (Niles Culder/el Jefe), Diane Guerrero (Crazy Jane y sus otras 64 personalidades) April Bowlby (Elasti-Girl/Rita Farr) Joivan Wade (Cyborg/Victor Stone) y dos casos curiosos como los de Brendan Fraser (Cliff Steele y voz de Robotman) y Matt Bomer (Larry Trainor y voz de Negative Man) que junto a Riley Shanahan y Matthew Suk, los actores que realmente los interpretan cuando llevan puestos sus atuendos, daban forma a dichos personajes. A ellos se sumaba Alan Tudyk (Mr. Nobody/Eric Morden), dando vida, no sólo al villano principal de la temporada, sino también al demiúrgico narrador de la historia planteada.




El resultado no sólo fue, como ya hemos apuntado previamente, una adaptación notablemente respetuosa con los cómics diseñados por Grant Morrison y Richard Case, sino una de las series más originales, atípicas, divertidas, alocadas y emotivas de la ficción reciente y la, con mucha diferencia, mejor producción adscrita a DC Entertainment, independientemente de si su origen es cinematográfico, televisivo o de pago por visión. El acabado visual de todos y cada uno de los episodios, la mezcla entre carisma, ternura, tragedia y humor negro de un reparto en estado de gracia interpretando a personajes tridimensionales con los que era imposible no empatizar; el divertidísimo uso del metalenguaje y la intertextualidad por parte del villano interpretado por Alan Tudyk o la aparición de míticos secundarios de las viñetas como Flex Mentallo, Danny, la Calle o el Cazador de Barbas convirtieron la primera temporada de Doom Patrol en un logro mayúsculo que mereció un mayor reconocimiento debido a su trascendente amalgama entre entretenimiento bizarro y emotividad perfectamente conjugada.




Por suerte esos primeros quince episodios funcionaron lo suficientemente bien como para que Warner Bros diera continuidad al show con una segunda temporada que debutaría paralelamente en DC Universe y una por aquel entonces recién nacida HBO Max. El 25 de julio de 2020 llegaba esta nueva entrega de Doom Patrol y lo hacía con una importante incorporación en su reparto, la de Abigail Shapiro como Dorothy Spinner, rol que sólo apareció, sin mostrar su rostro, en el último episodio de la primera temporada. Este personaje se convierte en el epicentro de la los diez episodios que configuran este nuevo gran arco de la serie creada por Jeremy Carver, ya que gran parte de la trama gira en torno a sus enormes poderes y las desastrosas consecuencias a las que puede dar lugar cada vez que “pide un deseo” y permite a sus amigos imaginarios tomar forma corpórea en nuestra realidad. Dicha situación es alumbrada por primera vez en el flashback de 1927 centrado en la pequeña niña con facciones simiescas en el que es adoptada por Niles Culder después de dar rienda suelta de manera involuntaria a una masacre en la carpa del circo en el que era brutalmente expuesta y maltratada por su dueño.




Pero afortunadamente el interesante perfil psicológico de los personajes en el que más que superhéroes son retratados como marginados con notables problemas psicológicos derivados de pasajes traumáticos pertenecientes su pasado, algo que ya estaba en la visión que de ellos dio Grant Morrison en su ya citada etapa, siguen imperando en las distintas tramas de esta temporada. Crazy Jane y la crisis relacionada con sus distintas personalidades, Robotman y Negative Man persiguiendo su pasado familiar, Elasti-Girl intentando controlar sus poderes y recuperar su vida como estrella cinematográfica, Cyborg comenzando una relación sentimental con su compañera de terapia y el Jefe intentando contener el peligroso don de su hija muestran un abanico de diferentes dilemas morales y afectivos con el que Doom Patrol se sigue confirmando como una de las series actuales con una mejor galería de protagonistas que a pesar de su naturaleza extraña y poco común consiguen empatizar con un espectador que lo tiene muy fácil para conectar con los problemas, muy humanos, de estos siete personajes a los que se suma Dorothy como nueva incorporación.




Precisamente es la incorporación al cast de Abigail Shapiro como Dorothy el mayor acierto de esta segunda temporada. La hermana de Milly Shapiro (Hereditary) captura de manera brillante la mezcla entre ternura, tragedia y terror que transmitía el personaje en los cómics de Doom Patrol en general y en la etapa de Morrison y Case en particular. Su lenguaje corporal, voz cándida y el buen hacer de los sencillos efectos de maquillaje conjuran un personaje del que es imposible no enamorarse y que la pequeña actriz acomete con una convicción y profesionalidad impropia de una niña de su edad con pocos trabajos interpretativos a sus espaldas. A Shapiro le acompaña un equipo artístico que ya en la primera temporada demostraron haber sido elegidos por la divina providencia para dar vida a sus papeles y que en esta nueva entrega consiguen desarrollar y llenar de matices haciéndolos sobresalir con respecto a cualquier otro personaje de DC Comics extrapolado al medio audiovisual. Lo único que se echa de menos es al Mr. Nobody de un inconmensurable Alan Tudyk que, esperemos, pueda volver como villano en alguna de las próximas, esperemos que muchas, temporadas de la serie, ya que la aparición puntual de villanos como Red Jack son agradables, pero saben a poco.




Aunque se pierde el factor sorpresa y el uso delirante y genuino del metalenguaje aportado por el villano interpretado por el Hoban “Wash” Washburne de Firefly y Serenity con respecto a la primera temporada, la segunda parte de Doom Patrol sigue siendo un producto que, como ya apuntamos al inicio de esta entrada, trasciende las adaptaciones de personajes de cómics a imagen real para consolidarse como una de las mejores series actuales, algo que sintetiza de manera impecable el maravilloso episodio Sex Patrol, una genuina oda a la diversidad y la inclusividad. Afortunadamente su paso a HBO Max resultó un gran éxito, convirtiéndose en una de las producciones propias más vistas de la plataforma de pago por visión, de manera que en el DC FanDome de septiembre de 2020 se confirmó su renovación por una tercera temporada que llegará a nuestras pantallas en algún momento, todavía sin especificar, del presente año. Aunque no tiene una vinculación directa con la serie es muy de agradecer que un proyecto tan remarcable como Doom Patrol haya sido construido por sus máximos responsables en base a los geniales e inteligentes planteamientos argumentales que Grant Morrison desplegó a lo largo de los tres años que permaneció en la colección con el respaldo de Richard Case a los lápices. Por suerte nos queda Grant Morrison para rato en la ficción audiovisual.


jueves, 25 de marzo de 2021

Persépolis, nous sommes le cri de ceux qui ne sont plus là



Título Original Persepolis (2007)
Director Marjane Satrapi y Vincent Paronnaud
Guión Marjane Satrapi y Vincent Paronnaud, basado en el cómic de Marjane Satrapi





De 2002 a 2003 la editorial francesa L’Association publicó en cuatro volúmenes Persépolis, el primer cómic escrito y dibujado por la autora iraní, afincada en Francia, Marjane Satrapi. Persépolis narraba la vida de Satrapi desde su infancia en Teherán durante la revolución islámica a finales de los 70 y principios de los 80 hasta su adultez ya asentada definitivamente en Europa, concretamente en Francia. La historia se centraba en la relación de la autora con su familia, padres y abuela, y los cambios sociopolíticos en los que se vio envuelta Irán tras el fin de los cincuenta años de reinado del sha de Persia, dando paso a la república islámica. Durante las cuatro entregas la pequeña Marjane de diez años va creciendo y enfrentándose a la represión de un régimen fundamentalista islámico que le impide ejercer sus derechos como ciudadana y mujer, viajando posteriormente a Austria para seguir con sus estudios y conociendo un nuevo mundo en el que encuentra la consolidación de su ideología política, el primer amor, la música, el arte y también la soledad. Cuatro años después, en 1988, vuelve a Teherán tras el fin de la guerra entre Irán e Iraq que se declaró ocho años antes, para un lustro más tarde y un matrimonio fallido, mudarse definitivamente a Francia a petición de su familia, deseosa de que la joven Marjane pudiera vivir como una mujer libre e independiente.




Al poco de ser publicada Persépolis se convirtió en una las obras más importantes, no ya de la bande desinée franco-belga, sino de la historia del cómic de principios del siglo XXI. Con una humildad repleta de desnudez y un sencillo dibujo en blanco y negro, aunque poderosamente expresivo, Marjane Satrapi configuraba una obra destinada a perdurar en la memoria colectiva tomando en cierta manera el relevo del Maus de Art Spiegelman, para hablar a las nuevas generaciones de la lucha entre progreso y fundamentalismo a la que se vio abocada durante su infancia y adolescencia. Persépolis fue un éxito a nivel mundial con enormes ventas de sus cuatro volúmenes y el respaldo de una crítica especializada que cayó rendida a los pies de la iraní. Como es lógico un cómic tan reputado y conocido como Persépolis difícilmente iba a librarse de conocer una adaptación cinematográfica que, por su peculiar acabado artístico, no podía ser extrapolado con verdadera fidelidad a imagen real, pero sí al celuloide animado. En 2007 Marjane Satrapi y el también historietista Vincent Paronnaud, tras asociarse con los productores Xavier Rigault y Marc-Antoine Robert, fueron los encargados de escribir y dirigir la película de Persépolis, que al igual que su hermana en viñetas supuso un triunfo internacional.


La implicación activa de Marjane Satrapi como guionista, directora y una de las principales impulsoras del proyecto aseguraba una notoria fidelidad a la obra a la que dio forma a lo largo de más de tres años para capturarla en una producción cinematográfica de 95 minutos de duración, algo que probablemente otro realizador no conseguiría o aspiraría a llevar a cabo. Lo que no era tan fácil de predecir, y que tras la puesta de largo de la película pudo confirmarse de manera cristalina, es que Persépolis iba a ser una pieza brillante tanto en el fondo como en la forma. Más allá de conseguir encapsular la esencia y el espíritu del cómic original es un hecho irrefutable que la cinta de Marjane Satrapi y Vincent Paronnaud ejecuta un despliegue visual impecable, experimentando con el acabado artístico para enriquecer el conjunto de la obra, pero sin caer en ningún momento en el exceso, el artificio o la innecesaria sobredosis visual de otras adaptaciones cinematográficas de productos de la bande dessinée como la de Las Aventuras de Tintín y el Secreto del Uncornio (Steven Spielberg, 2011) que desde una perspectiva tonal poco tenía que ver con la “línea clara” de Hergé.



Si abordar la adaptación cinematográfica de Persépolis como una película animada era no sólo un acierto, sino lo más lógico, que la animación elegida fuera la tradicional terminó por confirmar lo avispados que fueron sus máximos responsables y lo conocedores que eran de la obra primigenia en papel que les servía de base, en el caso de la misma Marjane Satrapi con más motivo todavía. Se antoja todavía inexplicable cómo los dos directores y su extenso equipo de animadores consiguieron alternar con tanta pericia pasajes en los que el acabado estilístico mantiene un tono contemplativo y contenido, con otros en los que este juega y experimenta con las texturas, la composición, los fondos o la profundidad de campo llegando a ejecutar secuencias que se encuentran entre lo mejor del cine animado de los últimos años. Satrapi y Paronnaud se complementan y mimetizan con maestría y juntos son capaces de, al igual que acontecía con el cómic, transmitir emociones que van desde la ternura a la tristeza, la impotencia, el terror o la comicidad mientras las imágenes crean una armónica comunión las unas con las otras emulando la secuencialidad que desplegó la autora de Pollo Con Ciruelas, pero llevando esta a límites paroxistas de elegancia y meticulosidad.



El guión, asignado también a Marjane Satrapi y Vincent Paronnaud como previamente hemos apuntado, consigue trasvasar con respeto y cariño, el esperado por la creadora del mismo estando al frente de la producción, aquello que convirtió Persépolis en uno de los cómics más importantes de la historia contemporánea del medio. Pero como es lógico de un trabajo que cuenta en total con más de 350 páginas había que sacrificar parte del contenido y no ya sólo pasajes concretos, sino capítulos en su totalidad, ya que los escasos 95 minutos que componen el largometraje no permitían ser fieles al 100% a la obra. A pesar de esto los pasajes más importantes del trayecto vital de Marjane Satrapi retratados en las viñetas tienen su lugar en la adaptación cinematográfica y el hecho de concentrarse en ellos de manera más concreta y exhaustiva ofrece un ritmo impecable a la propuesta en el que drama y comedia se alternan con meticuloso virtuosismo. El ya citado hallazgo que supone el acabado estilístico adscrito a la animación de Persépolis encuentra en el guión de los mismos autores al perfecto compañero de viaje compactando una pieza capaz de funcionar a la máxima de sus posibilidades en cualquier apartado, siempre manteniendo un perfil humilde que no la induce a cargar las tintas, nunca mejor dicho, a la hora de llegar al espectador.



Las voces de los actores Chiara Mastroianni, Danielle Darrieux, Catherine Deneuve, Simon Abkarian, Gabrielle Lopes Benites o François Jerosme, que en la versión original en francés llenan de vitalidad y verdad a sus personajes, sirven como colofón a una obra a la que no puedo calificar de otra manera que no sea obra maestra. Marjane Satrapi, con la inestimable ayuda de Vincent Paronnaud en la escritura y dirección, triunfó nuevamente cuando adaptó al medio cinematográfico el trabajo por el que pasará a la posteridad. Persépolis recibió incontables nominaciones y galardones en el año de su estreno, siendo los más importantes el premio del jurado en el festival de Cannes y la nominación al Oscar a la mejor película animado que perdió, de manera injusta, frente a Ratatouille. Desgraciadamente, mientras el cómic es asiduo a la hora de hacer rankings de los mejores trabajos del siglo XXI, la película ha caído en un injusto olvido del que merece ser rescatada. En Transgresión Continua hemos puesto nuestro grano de arena para reivindicar una joya de inabarcable valor como esta Persépolis 2007 que marcó sólo el punto de inicio de Marjane Satrapi como directora. Ya que años después volvería a asociarse con Vincent Paronnud para adaptar su segundo cómic, Pollo Con Ciruelas (2011), a dirigir a Ryan Reynolds en The Voices (2014) o a rodar un biopic de Madame Curie con Rosamund Pike. No está nada mal para una pequeña niña iraní que triunfó teniéndolo todo en contra.


jueves, 18 de marzo de 2021

La Maldición de Bly Manor, singing o willow waly till my lover returns to me

 


"Bly es como un pozo gravitatorio, es fácil que te atrape"




Todos los años Netflix estrena alguna serie de nuevo cuño que destaca notablemente sobre el resto de su catálogo. En 2018 fue el turno de La Maldición de Hill House, una nueva adaptación de la novela homónima de Shirley Jackson (San Francisco, 1916-1965) que ya fue trasladada a la pantalla grande en 1963 por Robert Wise y en 1999 por Jan De Bont. El encargado de escribir y dirigir el proyecto fue el cineasta estadounidense Mike Flanagan, viejo conocido del género de terror gracias a films como Hush, Oculus: El Espejo del Mal, Somnia: Dentro de tus Sueños o El Juego de Gerald, adaptación de la novela homónima de Stephen King y su primer trabajo al servicio de la famosa plataforma de streaming. Con una puesta en escena soberbia que llegaba a cotas de paroxismo técnico en el alabado sexto episodio, Two Storms, un guión fiel a la esencia de la novela, pero adaptado a la narrativa audiovisual contemporánea y acompañado de un reparto brillante en el que brillaban tanto adultos como menores de edad The Haunting of Hill House se convirtió en un éxito de crítica y público y en la opus magna de un cineasta al que convenía seguir de cerca.




Tras la calurosa bienvenida de esta primera temporada Mike Flanagan no tardó mucho en confirmar que Netflix había renovado para una nueva tanda de episodios que en esta ocasión seguiría la temática de casas encantadas para conformar una antología, pero trasladaría otra novela y no contaría, como es lógico, con los mismos personajes de La Maldición de Hill House, aunque sí con algunos de sus actores interpretando roles diferentes. La elección fue otro clásico de la literatura fantástica y de terror como Otra Vuelta de Tuerca, posiblemente la obra más reconocida del escritor estadounidense Henry James (New York 1843-1916) que ha conocido incontables adaptaciones audiovisuales para la gran y pequeña pantalla. De todas ellas destaca Suspense (The Innocents, Jack Clayton, 1963) una incontestable obra maestra protagonizada por Deborah Kerr que marcó a fuego su impronta dentro del género como podemos ver en cientos de sus herederas como Al Final de la Escalera (The Changeling, Peter Medak, 1980) o Los Otros (Alejandro Amenábar, 2001) o esta de Mike Flanagan que le rinde tributo de múltiples maneras, la más explícita recuperando la inquietante nana O Willow Wally que sonaba en aquella. Profesionales tan dispares como Dan Curtis, John Frankenheimer, Eloy de la Iglesia, Antoni Aloy o Floria Sigismondi dieron su visión, más o menos acertada, de aquella historia de fantasmas que supuestamente asediaban la mansión victoriana de Bly.




De esta manera nacía La Maldición de Bly Manor, abordada no sólo como una adaptación de Otra Vuelta de Tuerca, sino también de otros relatos fantasmales escritos por el autor de Retrato de Una Dama que no habían conocido hasta el momento traslación al medio cinematográfico y televisivo. Todo un reto para Mike Flanagan y sus colaboradores a los guiones que debían construir un argumento cohesionado conformada por diferentes historias que, más allá de compartir temática y autor, no tenían demasiado que ver las unas con las otras. El casting, encabezado por Victoria Pedretti, cuenta con Amelia Eve, Rahul Kohli, T’Nia Miller, Henry Thomas, Tahirah Sharif, Kate Siegel, Oliver Jackson-Cohen, Carla Gugino o los niños Benjamin Evan Ainsworth y Amelie Bea Smith entre otros. La mayor diferencia entre La Maldición de Bly Manor y su predecesora en lo referido al apartado técnico, algo de lo que hablaremos más adelante, es que en esta ocasión Mike Flanagan no es el director de todos los episodios debido a, suponemos, sus compromisos con Doctor Sueño (2019) o la futura serie Midnight Mass, de manera que después de rodar el primer episodio delega responsabilidades en realizadores como Ciarán Foi, Liam Gavin, Ben Howling, Yolanda Ramke, Axelle Carolyn o E.L. Katz.




Entre las muchas virtudes que poseía de La Maldición de Hill House destacaba notablemente la labor detrás de las cámaras de Mike Flanagan, que gracias a asumir la responsabilidad de la realización de toda la temporada no sólo daba una encomiable homogeneidad al acabado visual de la obra, también podía llevar sus capacidades como profesional del medio a límites que nunca había alcanzado en sus largometrajes previos debido a la lógica escasez de metraje de los mismos. En cambio La Maldición de Bly Manor encuentra su mayor fortaleza en su escritura y construcción narrativa. Los guiones planteados por Mike Flanagan y sus nueve colaboradores, entre ellos su hermano James Flanagan, no sólo consiguen construir un entramado sólido y complejo en el que conviven con Otra Vuelta de Turca otras obras de Henry James como La Esquina Alegre, La Bestia en la Selva o El Altar de los Muertos, algunas de ellas dando nombre a varios de los capítulos del proyecto, sino también perfilando una galería de personajes tridimensionales, con sus miedos y anhelos, que nos permiten a empatizar con las distintas historias en las que se ven implicados todos ellos y que en esta ocasión toman como epicentro el amor abordado desde distintas y poliédricas perspectivas.




Porque si hay un motivo por el que La Maldición de Bly Manor ha sido bastante más polémica de cara a los espectadores y la prensa especializada que su predecesora es que no se trata de una historia de terror, sino de un romance gótico contextualizado en un entorno sobrenatural. De esta manera la atmósfera inquietante, los sustos perfectamente medidos y nada gratuitos o las presencias fantasmales en segundo plano que ya son un clásico de la serie no copan tanto protagonismo como las relaciones interpersonales de las criaturas que pueblan o poblaron Bly Manor. La relación de Dani (Victoria Pedretti) y Jamie (Amelia Eve), la de Hannah (T’Nia Miller) y Owen (Rahul Kohli), la de Henry Wingrave (Henry Thomas) y Charlotte Wingrave (Alex Essoe) o la de Peter Quint (Oliver Jackson-Cohen) y Miss Jessel (Tahirah Sharif) se mueven a placer entre lo prohibido, el trauma, la toxicidad, la no consumación y la tragedia permitiendo a Mike Flanagan y su equipo de escritores desarrollar distinto tipo de perfiles psicológicos y como estas afrontan sus relaciones sentimentales de distinta manera. Con respecto a este tema es todo un acierto dar bagajey trasfondo a Quint y Jessel, abordados en la mayoría de adaptaciones de The Turn of The Screw como perversas presencias fantasmagóricas que aquí tienen un pasado y unas motivaciones que los humanizan con notable acierto.




En lo que si se asemejan La Maldición de Hill House y La Maldición de Bly Manor es que en ambas temporadas encontramos un par de episodios que destacan por encima del resto debido a que son acometidos por sus máximos responsables de manera diferente desde una perspectiva audiovisual o . Si en la adaptación de la novela de Shirley Jackson era, sobre todo, el ya citado Two Storms, rodado con virtuosos e interminables planos secuencia, el que suponía un punto de inflexión en la traslación de la obra de Henry James, aquí debemos mencionar el quinto, The Altar of The Dead, y el octavo, The Romance of Certain Old Clothes. El primero por utilizar el relato homónimo de James para facturar un soberbio ejercicio de deconstrucción narrativa en el que Mike Flanagan y su equipo de guionistas dan lo mejor de sí mismos con un episodio que tiene reminiscencias, intencionadas o no, al mítico episodio El Hijo del Relojero del cómic Watchmen, escrito por Alan Moore e ilustrado por Dave Gibbons. El segundo hace lo propio para diseñar un capítulo impresionante que conecta con los orígenes lo acontecido a lo largo de la temporada y que a su vez funciona como historia independiente, casi una película dentro de la misma temporada. Casi dos horas de ficción que están entre lo mejor visto este 2020.





Con un impecable reparto en el que todos los intérpretes hacen su trabajo de manera notable, aunque en el que destacan Victoria Pedretti, Henry Thomas, Oliver Jackson-Cohen, T’Nia Miller o la pequeña Amelie Bea Smith, y una puesta en escena minuciosa y elegante, pero en la que se echa en ocasiones de menos el talento de Mike Flanagan para tensar las situaciones de terror, La Maldición de Bly Manor se revela como una de las mejores series del 2020 por las virtudes aquí comentadas, no pocas ni de escasa relevancia. Ciertamente aquellos que vayan buscando algo muy similar a La Maldición de Hill House o una historia de miedo ortodoxa y al uso saldrán decepcionados de la experiencia, porque como ya hemos afirmado esta nueva entrega de la antología ideada por Mike Flangan es una historia de amor múltiple entre almas en pena, las vivas y las que, teóricamente, ya no comparten plano de existencia con nosotros. Antes de embarcarse en una supuesta tercera temporada de la antología “The Haunting”, que todavía no ha sido confirmada, Flanagan se sumergirá en la ya citada Midnight Mass, otra serie de terror para Netflix de la que sólo sabemos que contará con algunos de sus actores habituales y abordará el fanatismo religioso en una comunidad aislada de la civilización. Esperaremos con no pocas ganas estas dos producciones o cualquier otra relacionada con este interesante narrador que poco a poco va ganándose la posición que merece dentro de Hollywood.


lunes, 1 de marzo de 2021

Transgresión Continua Express 2021 - Febrero


Pieces Of A Woman (Kornél Mundruczó, 2020) - Desgarrador drama de impecable contención y virtuosismo formal que elude estereotipos y lugares comunes del género. El plano secuencia de 30 minutos que abre la obra y su trío protagonista merecen todos los elogios posibles.



News Of The World (Paul Greengras, 2021) - Western en clave de road movie con impecable factura protagonizado por unos excelentes Tom Hanks y Helena Zengel. Con todo, esta adaptación de la novela de Paulette Jiles no se encuentra entre los mejores trabajos de Paul Greengrass.



Malcolm & Marie (Sam Levinson, 2021) - Aunque sus dos primeros actos despiertan interés por el acabado estilístico o la remarcable labor de Zendaya y John David Washington la incoherencia narrativa se apodera del tercero desembocando en un clímax final demasiado insatisfactorio.



Colossal (Nacho Vigalondo, 2016) - Sólo Nacho Vigalondo podría crear un originalísimo híbrido entre kaiju-eiga y, aparentemente, comedia romántica para reflexionar sobre las relaciones de pareja y la masculinidad tóxica. Anne Hathaway y Jason Sudeikis ambos pletóricos en sus papeles.



El Pueblo: Temporada 1 (Alberto Caballero, Julián Sastre, Nando Abad, 2019) - Ni confirmamos ni desmentimos que pudiendo haber sido un estrapalucio la primera temporada de El Pueblo resulta divertida y apetecible como engolliparse a base de quesos protocolarios. ¡La órdiga!



El Pueblo: Temporada 2 (Alberto Caballero, Julián Sastre, Nando Abad, 2020) - Nos abocicamos aquí en Transgresión Continua para deciros que no seáis almas sin tino y vayáis espedregaos a ver la segunda temporada de El Pueblo, porque es tan entrañable y disfrutable como la primera ¡tunantes!




Dark Shadows (Dan Curtis, 1991) - Dan Curtis revisaba y actualizaba su soap opera homónima de los 60 y 70 con seis magníficos episodios y otros seis mucho más irregulares al intentar abordar la saga de Victoria Winters en 1790. Ben Cross compuso un imponente Barbanas Collins.




Disenchantment: Parte 3 (Matt Groening) - Tercera temporada que tras un buen arranque se enreda durante su ecuador en una maraña de caos narrativo que ni un par de últimos episodios cumplidores consiguen arreglar. Imperdonable convertir al mejor personaje de la serie, Zøg, en el más insoportable.




The Enfield Haunting (Krystoffer Nyholm, 2015) - Más allá de su excelente reparto y ajustada puesta en escena esta miniserie británica sobre el "Poltergeist de Enfield" cae en todos los tópicos del subgénero y palidece ante la posterior versión de James Wan.