Título Original: Assassin(s) (1997)
Director: Mathieu Kassovitz
Guión: Nicholas Boukhrief & Mathieu Kassovitz
Actores: Michel Serrault, Mathieu Kassovitz, Mehdi Benoufa, Danièle Lebrun, Robert Gendreu
El Odio (La Haine), la segunda cinta en labores de guionista y director del actor francés Mathieu Kassovitz, supuso un joya urbana reivindicativa, nihilista y comprometida, que mostraba la tensa calma en un barrio marginal de París, siguiendo las andanzas de tres jóvenes de clase media/baja metidos en una continua guerra con la policía. En su momento fue un soplo de aire fresco en el cine galo de mediados de los 90. Una revisión del cine de Spike Lee con algunos apuntes de neorrealismo italiano que dieron prestigio y fama a su autor, que recibió merecidos premios en Cannes, San Sebastián y los César.
Dos años después, el hijo de Peter Kassovitz realizó su tercer film (el primero, Metisse, pasó sin pena ni gloria y pocos se acuerdan del mismo a día de hoy), Assassin(s), protagonizada por él y el veterano actor Michel Serrault. Se estrenó en Cannes y fue vapuleada impunemente por practicamente toda la prensa especializada, que la acusaba de reaccionaria, ¿racista?, violenta y demás divertidos apelativos ultraconservadores, que de ser ciertos, desde mi punto de vista no lo son, entroncarían directamente y de manera un tanto extraña, con las de su anterior obra, que fue tildada de ser una apología del extremismo de izquierdas, aunque eso es lo de menos.
Assassin(s) es con certeza un proyecto fallido, pero nada complaciente y hasta cierto punto bastante inteligente, que por desgracia no cumple con la encomiable misión de transmitir debidamente su mensaje de denuncia. Kassovitz quiere por medio de los personajes de Mr Wagner y Max hablarnos de un Pygmalion contemporáneo en busca de un sucesor que siga su legado como asesino a sueldo. En el proceso el guionista y director, con la ayuda en la escritura de Nicholas Boukhrief, quiere realizar un análisis crítico de la violencia y qué la origina, pero el resultado es irregular, valiente, sí, pero también errático.
Cuando el director de Babylon A.D quiere diseccionar al personaje de Mr Wagner acierta de lleno. En él vemos a un anciano criminal que se apaga poco a poco y que posee un ambiguo sentido del honor y el deber para con el homicidio remunerado y la correcta ejecución del mismo. También es hasta cierto punto creíble la psicología más o menos torturada de Max, el personaje que el mismo Kassovitz interpreta de manera convincente. El problema es cuando se quiere introducir en la trama la influencia del medio televisivo como instigador subliminal de la violencia.
Si bien en la primera mitad del film esa omnipresencia de aparatos televisivos en funcionamiento emitiendo todo tipo de mierda en 627 líneas, en la mayoría de las localizaciones de la obra, era sutil y nada simplista (mostrándose Kassovitz como una respuesta juvenil y menos pedante al, por otro lado casi siempre interesante, director austriaco Michael Haneke), en la segunda hora lo que en principio era un apunte que sin necesidad del subrayado hablaba por sí solo, se muestra como un poco creíble y algo torpe tratado sobre la influencia catódica que tienen los actos de hostilidad física en la mente humana, más en concreto en la de un adolescente alienado.
Dicho personaje, Mehdi, supone otro de los puntos flacos de la construcción narrativa de Kassovitz y Boukhrief. Cuando entra en escena en la media hora final de la película su personalidad no está perfilada, ya que sólo lo hemos visto en una insatisfactoria y muy corta escena hablando con Max al inicio del film. Es hasta cierto punto creíble que por vivir en un barrio de mierda con una familia llena de problemas (que inteligentemente los guionistas apuntan sutilmente en la secuencia de la inyección de heroína) Mehdi no se sorprenda por el nuevo trabajo de su amigo Max, pero sí es más dificil asimilar su inmediata empatía con Wagner y que decida irse a vivir con él.
A pesar de ser en su conjunto una visceral crítica a la violencia y el asesinato, paradójicamente los 5 primeros minutos del film (Assassin(s) fue antes un corto de Kassovitz rodado en 1992, que un largo) sirven más que cualquier otra parte de la cinta para mostrar los estragos que el acto de quitar la vida a un ser humano puede producir en la persona que lo lleva a cabo, sin la necesidad de criticar de manera desacertada a la televisión. Sirva como ejemplo el segmento de la sitcom, en la que el director de Gothika fusila impunemente y con bastante descaro al Oliver Stone de Asesinos Natos.
Lo cierto es que Assassin(s), con sus virtudes y defectos, merece mucho la pena, no sólo porque en ella aún se puede ver el excelente pulso en la dirección que Kassovitz desplegó en El Odio, su oficio detrás de las cámaras y una considerable destreza con la construcción de planos secuencia y el uso de la profundidad de campo, sino también porque desgraciadamente supone el último trabajo con ambiciones e inquietudes artísticas por parte de su autor (Los Ríos de Color Púrpura era una muestra de polar puramente francés divertidísimo y bien acabado, pero sólo eso) perdido en una del todo errática carrera americana de cutre tufo comercialoide que demuestra poco a poco que ha perdido, casi totalmente, su discurso cinematográfico, o peor aún, que nunca lo ha tenido.
Dos años después, el hijo de Peter Kassovitz realizó su tercer film (el primero, Metisse, pasó sin pena ni gloria y pocos se acuerdan del mismo a día de hoy), Assassin(s), protagonizada por él y el veterano actor Michel Serrault. Se estrenó en Cannes y fue vapuleada impunemente por practicamente toda la prensa especializada, que la acusaba de reaccionaria, ¿racista?, violenta y demás divertidos apelativos ultraconservadores, que de ser ciertos, desde mi punto de vista no lo son, entroncarían directamente y de manera un tanto extraña, con las de su anterior obra, que fue tildada de ser una apología del extremismo de izquierdas, aunque eso es lo de menos.
Assassin(s) es con certeza un proyecto fallido, pero nada complaciente y hasta cierto punto bastante inteligente, que por desgracia no cumple con la encomiable misión de transmitir debidamente su mensaje de denuncia. Kassovitz quiere por medio de los personajes de Mr Wagner y Max hablarnos de un Pygmalion contemporáneo en busca de un sucesor que siga su legado como asesino a sueldo. En el proceso el guionista y director, con la ayuda en la escritura de Nicholas Boukhrief, quiere realizar un análisis crítico de la violencia y qué la origina, pero el resultado es irregular, valiente, sí, pero también errático.
Cuando el director de Babylon A.D quiere diseccionar al personaje de Mr Wagner acierta de lleno. En él vemos a un anciano criminal que se apaga poco a poco y que posee un ambiguo sentido del honor y el deber para con el homicidio remunerado y la correcta ejecución del mismo. También es hasta cierto punto creíble la psicología más o menos torturada de Max, el personaje que el mismo Kassovitz interpreta de manera convincente. El problema es cuando se quiere introducir en la trama la influencia del medio televisivo como instigador subliminal de la violencia.
Si bien en la primera mitad del film esa omnipresencia de aparatos televisivos en funcionamiento emitiendo todo tipo de mierda en 627 líneas, en la mayoría de las localizaciones de la obra, era sutil y nada simplista (mostrándose Kassovitz como una respuesta juvenil y menos pedante al, por otro lado casi siempre interesante, director austriaco Michael Haneke), en la segunda hora lo que en principio era un apunte que sin necesidad del subrayado hablaba por sí solo, se muestra como un poco creíble y algo torpe tratado sobre la influencia catódica que tienen los actos de hostilidad física en la mente humana, más en concreto en la de un adolescente alienado.
Dicho personaje, Mehdi, supone otro de los puntos flacos de la construcción narrativa de Kassovitz y Boukhrief. Cuando entra en escena en la media hora final de la película su personalidad no está perfilada, ya que sólo lo hemos visto en una insatisfactoria y muy corta escena hablando con Max al inicio del film. Es hasta cierto punto creíble que por vivir en un barrio de mierda con una familia llena de problemas (que inteligentemente los guionistas apuntan sutilmente en la secuencia de la inyección de heroína) Mehdi no se sorprenda por el nuevo trabajo de su amigo Max, pero sí es más dificil asimilar su inmediata empatía con Wagner y que decida irse a vivir con él.
A pesar de ser en su conjunto una visceral crítica a la violencia y el asesinato, paradójicamente los 5 primeros minutos del film (Assassin(s) fue antes un corto de Kassovitz rodado en 1992, que un largo) sirven más que cualquier otra parte de la cinta para mostrar los estragos que el acto de quitar la vida a un ser humano puede producir en la persona que lo lleva a cabo, sin la necesidad de criticar de manera desacertada a la televisión. Sirva como ejemplo el segmento de la sitcom, en la que el director de Gothika fusila impunemente y con bastante descaro al Oliver Stone de Asesinos Natos.
Lo cierto es que Assassin(s), con sus virtudes y defectos, merece mucho la pena, no sólo porque en ella aún se puede ver el excelente pulso en la dirección que Kassovitz desplegó en El Odio, su oficio detrás de las cámaras y una considerable destreza con la construcción de planos secuencia y el uso de la profundidad de campo, sino también porque desgraciadamente supone el último trabajo con ambiciones e inquietudes artísticas por parte de su autor (Los Ríos de Color Púrpura era una muestra de polar puramente francés divertidísimo y bien acabado, pero sólo eso) perdido en una del todo errática carrera americana de cutre tufo comercialoide que demuestra poco a poco que ha perdido, casi totalmente, su discurso cinematográfico, o peor aún, que nunca lo ha tenido.