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miércoles, 30 de junio de 2021

Transgresión Continua Express 2021 - Mayo

Los Mitchell Contra las Máquinas (Michael Rianda, Jeff Rowe, 2021) - El torrente de imaginación audiovisual de The Lego Movie colisiona con la superheróica aventura familiar de The Incredibles alumbrado un maravilloso delirio entre la épica desaforada y el retrato íntimo de personajes.


El Viaje de Chihiro (Hayao Miyazaki, 2001) - El paso a la madurez y la experiencia del primer amor como un trayecto físico e introspectivo en el que el folclore nipón convive con Lewis Carroll y Michael Ende. La obra maestra de un Hayao Miyazaki en su etapa de mayor esplendor.


Nadie (Ilya Naishuller, 2021) - Entre Una Historia de Violencia (David Cronenberg, 2005) y Un Día de Furia (Falling Down, Joel Schumacher, 1993) encuentra referentes este divertido John Wick working class con un genial Bob Odenkirk repartiendo pólvora, heridas por arma blanca y fracturas múltiples.


Aquellos Que Desean Mi Muerte (Taylor Sheridan, 2021) - Un irreconocible Taylor Sheridan (Wind River, Sicario, Hell Or High Water) acomete este vehículo para el lucimiento de Angelina Jolie, con corpus de thriller rural, que en ningún momento escapa de lo tópico, comercial y rudimentario.


La Mujer en la Ventana (Joe Wright, 2021) - Celebración de los códigos pelitardistas transfigurados en un post-giallo embriagado de Hitchcock, Polanski y De Palma. La estilizada puesta en escena de Joe Wright y una enorme Amy Adams son las mejores armas de esta competente propuesta


Este Cuerpo Me Sienta de Muerte (Christopher Landon, 2020) - Christopher Landon sigue hibridando el slasher y el humor negro al transfigurar Freaky Friday (1976) en una salvaje comedia que parodia todos los clichés del terror. No existe premio interpretativo que haga justicia a la labor de Vince Vaughn.


Spiral: Saw (Darren Lynn Bousman, 2021) - Un insoportable Chris Rock parasita Saw con este reinicio en clave de buddy movie noventera que pareciera uno de sus monólogos repleto de chistes machistas y críticas a la corrupción policial. No desentona dentro de la saga.


Oxígeno (Alexandre Aja, 2021) - Alexandre Aja regresa a la distopía de Furia (1999), su ópera prima, desde una perspectiva diametralmente opuesta. Derivación sci-fi de Buried (2010) con asfixiante desarrollo narrativo construida en torno al magnífico tour de force de Mélanie Laurent



Friends: The Reunion (Ben Winston, 2021) - Aunque esquemático y autocomplaciente este especial, que reúne por primera vez en 17 años a los seis intérpretes de la serie, es un regalo para aquellos que sintieron a Joey, Ross, Rachel, Monica, Chandler y Phoebe parte de sus propia familia


Love, Death + Robots 2 (Tim Miller, 2021) - Segunda temporada de la antología animada diseñada por Tim Miller y David Fincher. Aunque inferior a la primera, está compuesta por ocho cortometrajes de epatante nivel audiovisual y brillante variedad estilística.


El Inocente (Oriol Paulo, 2021) - Ni el resuelto reparto o el oficio de Oriol Paulo como realizador nos hacen olvidar hasta qué límites pone el rocambolesco y efectista guion de esta miniserie a prueba nuestra suspensión de la incredulidad.


martes, 9 de junio de 2015

Horns, long hard road out of hell



Título Original Horns (2013)
Director Alexandre Aja
Guión Keith Bunin, basado en la novela de Joe Hill
Actores Daniel Radcliffe, Juno Temple, Max Minghella, Kelli Garner, Joe Anderson, Sabrina Carpenter, Alex Zahara, Meredith McGeachie, Kendra Anderson, James Remar, Kathleen Quinlan, Heather Graham, David Morse, Michael Adamthwaite, Nels Lennarson



Mientras su compañero y amigo Grégory Levasseur debutaba como director de largometrajes con la prescindible La Pirámide, Alexandre Aja elegía un proyecto con el que adaptaba por primera vez un libro al celuloide. La obra elegida fue Horns, segunda novela del escritor Joe Hill, autor de obras literarias como Fantasmas (20th Century Ghosts) El Traje del Muerto (Heart-Shaped Box) o cómics como Locke & Key y The Cape. Pero al igual que su habitual co guionista, productor y director de segunda unidad el primer proyecto en solitario de Alexandre Aja comenzó a encontrarse varios obstáculos cuando al ser estrenado en el Toronto International Film Festivalparece ser que fue acogido con bastante tibieza. Desde entonces la fama sobre la supuesta poca calidad de la última cinta del realizador de Alta Tensión recorrió la red y que se estrenara en Estados Unidos un años después no ayudó a que ese pensamiento desapareciera de la mente de no pocos potenciales espectadores que imaginaban que los mismos productores no estaban seguros de su propio proyecto. Evidentemente que este mismo viernes, dos años después de su puesta de largo internacional, haya llegado a la cartelera española tampoco incita a que el público vaya en manada a los multicines a ver el film protagonizado por Daniel Radcliffe. La sexta película de Alexandre Aja no es una gran película, pero está muy lejos de ser la inmundicia a la que apuntaba su pobre y caótica carrera comercial. El cineasta francés ofrece con Horns una rara avis muy alejada del tono habitual de sus anteriores y característicos largometrajes pero paradójicamente también su cinta más personal, en la que parece haber puesto más que nunca de sí mismo sustentándose siempre en la narrativa de Joe Hill heredera tanto de la cultura de los 90 (música grunge, Generación X) como del terror literario clásico (H.P. Lovecraft, Clive Barker, su propio padre) para dar su propia versión del género romántico juvenil adscrito al celuloide de principios del siglo XXI.




Cuando Ig (Daniel Radcliffe) recupera la consciencia en el suelo de la cocina de su casa descubre que su novia de toda la vida, Merrin (Juno Temple) ha sido brutalmente violada y asesinada y que él es el principal sospechoso. Con el peculiar apoyo de su hermano Terry (Joe Anderson), sus padres Derrick (James Remar) y Lydia (Kathleen Quinlan) y la confianza inestimable de Lee (Max Minghella), su mejor amigo y abogado Ig intentará encontrar al verdadero asesino de su amada. A que esta investigación llegue a buen puerto ayudará el extraño hecho de que a Ig le hayan crecido de un día para otro unos extraños cuernos que le confieren el don de que toda persona que entable conversación con él le confiese hasta el más oscuro pensamiento que se le pasa por la cabeza, algo que le permitirá descartar sospechosos del crimen para finalmente dar con el verdadero ejecutor de Merrin. Este peculiar punto de partida al que el guión de Keith Bunin no da explicación alguna es el que hace que Horns parezca una perversión de las películas románticas basadas en novelas de Nicholas Sparks (El Diario de Noa, Mensaje en Una Botella, Un Lugar Para Refugiarse) una amalgama de géneros como el terror, la comedia negra, el thriller y el drama que para ser disfrutada adecuadamente debe contar con la complicidad de un espectador al que no le deje fuera de juego que en un marco aparentemente realista el protagonista comience a convertirse físicamente en lo que parece ser una especie de demonio.




Esa visión envenenada del realismo mágico, la inclusión de ese toque sobrenatural con fines alegóricos es la mayor virtud de Horns, pero también su más destacado defecto. El carácter luciferino de la transformación gradual que sufre Ig añade un plus de originalidad tanto a la trama romántica co protagonizada por una etérea y epatante Juno Temple como a la de thriller policíaco en el que debemos descubrir junto al protagonista quién es el asesino de la joven y que tiene más de un punto en común con la novela corta del padre de Joe Hill, Stephen King, titulada El Ciclo del Hombre Lobo que el televisivo realizador Daniel Attias adaptó al cine en 1985 con el film Silver Bullet. Ambas piezas son similares no sólo por la investigación del crimen sino también porque el papel del siempre convincente David Morse es un émulo casi identico al de Kent Broadhurst en aquella cinta. Pero si la platea no admite esa suspensión de la credibilidad que propone el cineasta de Furia, si no perdona las licencias que este se toma para desarrollar el devenir mefistofélico de su obra lo más probable es, como previamente hemos mencionado, que no acepte dejarse seducir por los no muy destacados pero sí efectivos hallazgos visuales y narrativos de una pieza tan peculiar como Horns a la que se podrá acusar de muchas cosas, pero no de acomodaticia, fácil o autocomplaciente.




Una vez establecida la naturaleza casi faúnica (ese bosque ilustrado con una paleta de colores cálidos remite tanto a Gullermo del Toro como al Neil Jordan de En compañía de Lobos) del relato situado en el entorno urbano de una localidad puramente estadounidense con ese choque de tonalidades antagónicas Alexandre Aja recurre a su habitual potente look visual a la hora de abordar el apartado técnico de cualquiera de los proyectos cinematográficos en los que se embarca. El cineasta francés alterna una puesta en escena austera y sin estridencias con pasajes en los que hace uso de una de una cámara viviente, casi de movimientos bífidos (no es gratuita la presencia de serpientes en el metraje, más allá de las reminiscencias satańicas que dichos reptiles puedan tener) y que se van recrudeciendo y acentuando conforme el clímax final del largometraje va acercándose. Gracias a su sabia dirección de actores, a cierto lirismo que sabe arrancar de los pasajes románticos de la historia y al buen uso que hace de una banda sonora llena de exitos rock de distintas épocas (David Bowie, Marilyn Manson, The Pixies) el autor de Piraña 3D solapa con sus bastantes aciertos las taras que pueda tener su obra, que sin ser alarmantemente graves sí hieren en cierta manera su conjunto global como cierta indiferencia en el plano formal que nos afirma que Aja posiblemente estuviera atado en corto por parte de sus productores y que debido a ello no podía dar rienda suelta a su vena más macabra, la que se ve en algunos momentos de la media hora del final del metraje con ciertos instantes de violencia explícita que nos remiten a sus trabajos anteriores.




Horns merece la pena como curiosidad, como obra rica en su extrañeza y como confirmación fehaciente de que Daniel Radcliffe es un muy competente actor, profesional hasta lo extremo según el mismo Alexandre Aja, que ya se ha quitado por completo de encima la sombra de cierto mago miope que le dio la fama y al que le ha costado dejar atrás debido a haberlo encarnado durante ocho casi diez en años en ocho películas. El buen trabajo de su realizador, la aparición memorable de ciertos secundarios (Heather Graham, James Remar, Kathleen Quinlan) un humor negro bastante malicioso, aunque no siempre efectivo, y cierto afán por provocar con una historia romántica que tiene tanto de naif como de malsana sirven como acicate para atreverse a ver un proyecto por parte de Alexandre Aja que deja claro que él también puede contar historias peculiarmente íntimas pero que se muestran alarmantemente alejadas del talento brutal e inmisericorde de aquel enfant terrible que rodó dos bestialidades con sobredosis de calidad como Haute Tension y The Hills have Eyes, que se autoparodio hasta lo extremo con la anárquica Piraña 3D, y que poco a poco parece ir diluyéndose dentro de los engranajes de la maquinaria hollywodywnse aunque se dentro de sus círculos más independientes.Esperemos que esa The 9th Life of Louis Drax con la que él y Max Minghella (esta vez como guionista) adaptan la novela de Liz Jensen y que cuenta con un magnífico reparto con nombres como Jamie Dornan, Sarah Gadon, Aaron Paul, Barbara Hershey o Molly Parker nos recupere a aquel gabacho que llegó a Hollywood para llenar el género de terror americano de veneno europeo.



lunes, 23 de junio de 2014

Las Colinas Tienen Ojos (2006)



Título Original The Hills Have Eyes (2006)
Director Alexandre Aja
Guión Grégory Levasseur y Alexandre Aja basado en la película de Wes Craven
Actores Aaron Stanford, Ted Levine, Kathleen Quinlan, Vinessa Shaw, Emilie de Ravin, Dan Byrd, Robert Joy, Billy Drago





Aunque en 1972 ya había marcado época dentro del cine de terror con aquella versión bastarda y cruda de El Manantial de la Doncella de Ingmar Bergman titulada La Última Casa de la Izquierda que se convirtió en una de las obras estandarte de lo que se conoció como el subgénero rape and revenge, cinco años después Wes Craven volvió a rodar una pieza clave dentro del tipo de ese cine que lleva décadas cultivando como irregular cineasta. En 1977 Las Colinas Tienen Ojos se adherió a aquel celuloide que convertía nuestros abstractos miedos en palpables y concretas pesadillas andantes. Films como el del director de Pesadilla en Elm Street o La Matanza de Texas de Tobe Hooper vinieron a decir al espectador que ningún espíritu o muerto viviente era más aterrador que el hecho de que el vecino que vive al lado de nuestra casa pudiera ser un demente asesino homicida o un salvaje antropófago.




La trama era de una sencillez alarmante y narraba cómo un familia típica americana se extraviaba en el desierto y era asaltada por un grupo de caníbales que los asediaba hasta lo inhumano. Con sus fallos (que siempre los tuvo) a día de hoy sigue considerándose de manera totalmente justificada una de las obras más acertadas de Wes Craven gracias a una atmósfera cruda muy conseguida y un salvajismo formal impropio para la época. Ocho años después y dejando de lado la realización de las secuelas sobre las andanzas oníricas de Freddy Krueger que él ayudó a iniciar rodó Las Colinas Tienen Ojos 2, una infame, tardía, ridícula y estúpida secuela de la que sólo se salvaban la labor de su actor protagonista y momentos de involuntaria comedia, como aquel en el que asistimos al flashback del perro que recuerda a los agresores que le atacaron en la anterior entrega o ver cómo la imponente presencia física de Michael Berryman en el film de 1977 se perdía en favor de convertir a su Plutón en un bufón travestido haciendo motocross en esta segunda parte.




Ya durante la pasada década y viendo que tras el éxito de la saga Scream sus últimas obras como director no llamaban suficientemente la atención de la taquilla (aunque aquella interesante Vuelo Nocturno de 2005 puede considerarse su último trabajo meritorio detrás de las cámaras) decidió entregarse a su labor como productor impulsando remakes de sus films más emblemáticos, aunque curiosamente él no tuvo nada que ver con el recuperable de Pesadilla en Elm Street rodado por Samuel Bayer y protagonizado por Jackie Earle Haley en 2010. El primero de sus éxitos de la década de los 70 que eligió para revisitar fue aquella Las Colinas Tienen Ojos que nos ocupa, pero para ponerlo en circulación Craven, así como Peter Locke y Marianne Maddalena (productor del film original el primero y de toda la filmografía del director desde Shocker la segunda) viajaron a Europa para buscar a los autores que dieran forma al proyecto. Finalmente en Francia encontraron a sus dos valedores.




En 2006 Alexandre Aja y Grégory Levasseur ya tenían un nombre más o menos importante en su Francia natal. El primero ejerce de director y guionista en sus proyectos y el segundo hace las veces de director artístico, realizador de la segunda unidad y también guionista. Ambos debutaron con Furia, una fallida adaptación del relato corto Graffiti del argentino Julio Cortázar, un largometraje distópico con buenas intenciones pero que pecaba de despersonalizado y rudimentario. Tras él en 2003 llegó el primer éxito internacional del binomio de jóvenes autores, Alta Tensión, mezcla entre slasher brutalizado y giallo italiano con un pulso narrativo y una puesta en escena magistrales, así como unos actores memorables como Cecile de France y Philip Nahon, hallazgos todos ellos por desgracia considerablemente ensombrecidos por un desenlace tramposo y estúpido que según cuenta la leyenda impuso a los autores el productor de la cinta, el famoso Luc Besson.




Ellos fueron los elegidos por Wes Craven y sus colaboradores para llevar a imágenes una nueva versión de Las Colinas Tienen Ojos y si tenemos en cuenta que los dos incluso escribieron el guión (en gran parte adaptado del que tenía el film de 1977 pero añadiéndole detalles nuevos que más tarde pasaremos a comentar) la rodaron con una libertad artísitica bastante notable para suponer su debut en la Hollywood y con un presupuesto más o menos amplio como el que Twentieth Century Fox puso en sus manos. Esta Hills Have Eyes de 2006 no sólo es un magnífico remake, también es una película muy superior a la obra original en múltiples aspectos y sobre todo una de las mejores y más sólidas cintas de terror de la pasada década, confirmando a sus creadores como dos talentos muy a tener en cuenta y a Wes Craven como un señor que en la actualidad tiene más olfato como productor que como cineasta de sus propios films.




El argumento es prácticamente el mismo que el de la versión de 1977: Una familia media americana que viaja en caravana se pierde en el desierto de Nuevo México y allí es asaltada y asediada por una familia de caníbales deformes que tratarán de eliminarlos. Hasta aquí todo es igual que en la película de Wes Craven, pero Aja y Levasseur toman un detalle nimio de aquella para desarrollarlo y crear un tercer acto completamente nuevo y con ello añadir un interesantísimo subtexto al grueso de la narración que hace que esta Las Colinas Tienen Ojos del año 2006 tengo algo interesante que decir más allá de la sangre, tripas, torturas, pólvora o cuerpos deformes. Los autores de Piraña 3D incluyen sabiamente y ya desde el arranque la importancia que tiene en la historia la presencia de esas pruebas nucleares que el ejército de Estados Unidos llevó acabo años atrás en el desierto.




En su arranque el largometraje se abre con un grupo de técnicos nucleares calculando los niveles de radiación de la zona del desierto de Nuevo México que son brutalmente asaltados y asesinados con un enorme hacha por el personaje de Plutón al que da vida ex jugador de fútbol americano Michael Bay Smith. Seguidamente los soberbios títulos de crédito alternan imágenes de naturaleza naif y vintage de la cultura estadounidense con explosiones atómicas reales y los efectos que estas producen en todo tipo de población, principalmente niños recién nacidos. Todo al ritmo del tema de los años 50 More and More interpretado por el cantante Webb Pierce dejando claro Alexandre Aja desde los primeros pasos que el humor negro, el salvajismo y los juegos perversos con el american way of life van a estar presentes durante toda la velada.




Que el ejército de Estados Unidos eliminara por medio de las pruebas nucleares a los habitantes que se resistían a abandonar sus hogares y el hecho de que los que sobrevivieran sufrieran malformaciones que los harían odiar a todo ciudadano de la gran ciudad que se acerca al desierto de Nuevo México le sirve al binomio Aja/Levasseur para realizar una sutil crítica al intervencionismo militar americano y su afán imperialista como nación. Pero también consiguen con ello realizar una lectura subtextual sobre cómo la familia de clase media/alta del país de las barras y estrellas (representada por los Carter, personas de bien, religiosas y amantes de la famosa segunda enmienda de la constitución les permite portar armas de fuego) pisotea a las de clase baja (la formada por los mutantes que han sufrido los ataques atómicos en sus propios cuerpos malformados) para que esta última decida finalmente vengarse por todas las desgracias a las que su nación les ha sometido.




Para que esta alegoría narrativa tenga sentido no hay más que mirar al personaje de Doug Boukowski interpretado por un Aaron Stanford pletórico. Con un desarrollo de personalidad (y hasta con un gran parecido físico) que emula al del David Sumner al que diera vida Dustin Hoffman de Perros de Paja de Sam Peckinpah (uno de los autores que más influyen en este largometraje) mostrándose al principio como un supuesto enclenque y votante demócrata del que su suegro se ríe por no saber usar una pistola para luego revelarse como una bestia salvaje cuando los mutantes hacen acto de presencia y empiezan a atacar a los Carter. Por culpa de la barbarie a la que asiste y porque a base de sufrimiento físico y psicológico sale a relucir su instinto de supervivencia Doug se convierte en el antihéroe de la película.




Alexandre Aja y Grégory Levasseur lo dejan claro en la escena en la que el protagonista llega a la casa de los mutantes, ya que no es un detalle baladí que Big Brain parezca cantando el himno americano para después acusar a Doug de que "los suyos" arrasaron el desierto "con sus bombas" y los convirtieran en monstruos. Por no mencionar que el protagonista culmine su escena de victoria clavando en el cuello de Plutón la banderita de Estados Unidos que este había robado previamente de la camioneta familiar. En ese momento los franceses depositan en Doug el rol de antihéroe y en un acto de perversión de roles, que recuerda al Rob Zombie de Los Renegados del Diablo del año anterior, crean una metáfora en la que esa clase media/alta americana seguirá pisoteando a las desfavorecidas y extendiendo su imperio siempre que pueda sacar beneficio económico con él, realizando un paralelismo bastante claro con la no muy lejana por aquel entonces guerra de Iraq.




Por otro lado si abordamos el tema de los personajes no es difícil darse cuenta que los autores de Alta Tensión dan la suficiente profundidad a sus criaturas para que nos preocupemos por lo que pueda sucederles a manos de Plutón, Papá Jupiter y el resto de la familia antropófaga. Los Carter son roles realistas, ninguno de sus miembros es el típico imbécil de encefalograma plano cuya muerte deseamos que se produzca lo antes posible. El personaje que peor puede caer es el de Big Bob de un memorable Ted Levine por su antipatía hacia su yerno al que mira continuamente por encima del hombro, pero su posición de cabeza de familia tiene todo el sentido del mundo cuando descubrimos posteriormente que será Doug el que lo ocupe cuando se desate la hecatombe. Personajes como el del Bobby de Dan Byrd, la Brenda a la que da vida Emile de Ravin o la Ethel a la que presta voz y presencia Kathleen Quinlan nos son cercanos, no son simple carne de cañón gracias a cómo los perfila el guión y ahí entra en escena el salvajismo propio de Alexandre Aja como cineasta. Cuando más tememos por los protagonistas empieza la carnicería. indiscriminada.




Si algo ha caracterizado a la obra de los autores de Furia es su visión brutal y sin cortapisas de la violencia, aquella deudora del cine de terror de los 70 y que también practican en la actualidad coetáneos suyos como el ya mencionado Rob Zombie, el americano Eli Roth (Cabin Fever, Hostel 1 y 2, Green Inferno) o el británico Neil Marshall (Dog Soldiers, The Descent, Doomsday). Esta descarnada impronta es el sello más personal de los franceses y si a lo largo de todo el film la marcan con fuego en el celuloide es en el pasaje del asalto a la caravana donde mejor y con más fuerza lo dejan ver a la platea. Si ya en la versión de 1977 Wes Craven supo realizar un magnífico ejercicio de tensión con dicho ataque, lo que Aja consigue en este remake de 2006 es superarlo en todos los aspectos, realizando una mezcla de violencia física (la violación, la defunción de dos de los miembros de la familia) y sobre todo psicológica (cuando Lizzard apunta con a pistola al bebé o succiona la leche materna del pecho del personaje de Lynn) en la que su pulso como narrador consigue mantener con firmeza una escena de caos controlado que recuerda a la pletórica recta final de La Matanza de Texas de Tobe Hooper.




Que Alexandre Aja supere la labor de Wes Craven en esta versión de 2006 es la tónica general a lo largo de toda la cinta y no es algo común que un remake supere a la obra original ya que casos en los que las nuevas visiones de clásicos como Posesión Infernal, La Matanza de Texas o Amanecer de los Muertos han dado como resultado piezas meritorias rara vez han superado a la pieza primigenia en la que se basan. Pero este es una de esas raras avis en las que dos jóvenes con talento saben aprovechar el material que tienen en las manos enriqueciéndolo argumental y artísticamente para ofrecer algo distinto. El hijo del cineasta Alexandre Arcady ofrece un trabajo de una solidez brutal, con una puesta en escena árida y atmosférica que hace que sintamos en la piel el calor del desierto y latente la amenaza de la familia mutante, por no mencionar la enorme labor en el plano técnico de todas y cada una de las escenas de acción, destacando por méritos propios la pelea entre Plutón y Doug en la casa familiar que es un prodigio de posicionamiento de cámara, naturalismo y montaje. tofo envuelto en la  magistral partitura del grupo Tomandandy.




Tras el éxito de Las Colinas Tienen Ojos los caminos de Alexandre Aja (siempre acompañado de su amigo Grégory Levasseur) y Wes Craven se separaron. El primero siguió probando suerte en Estados Unidos con nuevos remakes rodados por él como la tibia pero aún así interesante Reflejos o la desopilante Piraña 3D o produciéndolos y escribiéndolos para otros cineastas como el soberbio de Maniac que le ofreció a su amigo Franck Khalfoun. Por otro lado también se espera el estreno internacional de su último film detrás de las cámaras, Horns, adaptación de la novela hominima de Joe Hill protagonizada por Daniel Radcliffe y que fue recibida con tibieza en Estados Unidos El segundo siguió en labores de producción con Las Colinas Tienen Ojos 2 (estúpidamente rebautizada en España como El Retorno de los Malditos) inferior a la que nos ocupa, con diferentes equipos técnico y artístico y resultados inferiores (aunque seguía siendo una cafrada muy entretenida) y que por suerte no era un remake de la secuela de la cinta original que el mismo Craven ultrajó en 1984. Dos años después acertó de lleno al contratar al griego Dennis Illiadis para que realizara una nueva La Última Casa a la Izquierda con un resultado bastante meritorio. Su regreso a la dirección con la cuarta entrega de la manida saga Scream ya lo comentaremos en un futuro no muy lejano, en cambio del momento más bajo de su carrera como director con ya dimos constancia hace un tiempo.




Pero por suerte el buen olfato de Wes Craven, Peter Locke y Marianne Maddalena a la hora de elegir a Alexandre Aja y Grégory Levasseur para sacar adelante el remake de Las Colinas Tienen Ojos permitió a los espectadores que disfrutáramos de una de las mejores películas de género de la pasada década, el mejor producto en el que se ha implicado Wes Craven como productor a lo largo de su carrera y la cumbre como autores de los guionistas de Parking 2 detras de las cámaras. Una pelicula de terror brutal, que araña la epidermis ensangrentada del espectador, un western a lo Sam Peckinpah filtrado por las miradas de Tobe Hooper o el mismo Wes Craven y con un trasfondo social y político rabioso y actual con el que estos dos gabachos locos tuvieron el valor de debutar en Hollywood mordiendo la mano que les daba de comer dejando en evidencia a aquel país, que nos venden como la tierra de las oportunidades aunque en ocasiones llegue a asfixiar hasta la muerte a sus propios hijos.


domingo, 12 de mayo de 2013

Maniac, into the mind of a serial killer



Título Original Maniac (2012)
Director Franck Khalfoun
Guión Alexandre Aja y Gregory Levasseur basado en personajes creados por C.A. Rosenberg, Joe Spinell y William Lustig
Actores Elijah Wood, Nora Arnezeder, America Olivo, Morgane Slemp, Liane Balaban






Durante la segunda mitad de los 90 cuando el VHS empezaba a dar sus últimos coletazos un servidor empezó a obsesionarse con ver todos los films adscritos a algún tipo determinado de (sub)género. Durante una época me dio fuerte por el gore de todo tipo, desde el americano impulsado por cineastas como Sam Raimi con Posesión Infernal, Brian Yuzna con Society o Stuart Gordon con Re-Animator, el neozelandes de Peter Jackson con Mal Gusto o Braindead, pasando por el ultragore alemán de autores inefables como el divertido Olaf Ittenbach de Premutos o Burning Moon o el pretencioso Jor Buttgereit de Nekronamtik o Schramm llegando a terribles subproductos de serie Z como Darkness, que con su carátula prometían algo que durante el metraje de la película no ofrecián, decepción en toda regla la de esta última.




Entre todas aquellas cintas que me llevaba a puñados se encontraba una títulada Maniac que, una vez más, me entró bien por los ojos gracias a su portada.  La cinta dirigida por William Lustig y protagonizada por un desagradable señor llamado Joe Spinell (también coguionista del producto) con pinta de violador en serie que acojonaba lo suyo no dejaba de ser una cinta mediocre sobre un asesino de mujeres que arrancaba las cabelleras de sus víctmas para más tarde ponerlas en las cabezas de los maniquíes que tenía por toda su casa y con los que estaba obsesionado. Los mayores logros de aquella sobrevalorada obra de culto eran que su carácter de serie B era tan naturalista, su fotografía tan sucia y su puesta en escena tan mórbida que el producto transmitía literalmente "asco", era una cinta tan sucia (en el más amplio sentido de la palabra) que casi podía oler a lascivia y putrefacción. El otro gran logro (el mejor, para qué dudarlo) que poseía era la presencia de aquel monumento de actriz llamada Caroline Munro.




Alexandre Aja y Gregory Levasseur son dos amigos franceses que desde hace unos años están empeñados en hacerse un nombre dentro del cine de terror estadounidense. El primero ejerce como realizador, guionista y productor y el segundo también como guionista y productor e incluso en ocasiones de director de la segunda unidad de los films que realizan conjuntamente. Ambos debutaron en su Francia natal con la tibia Furia, adaptación poco conseguida de un relato corto de Julio Cortázar titulado Graffiti. Después dieron el bombazo con Alta Tensión, mezcla entre brutal slasher y giallo italiano radicalizado que mostró por primera vez a dos autores a seguir de cerca, aunque el tramposo final del film desvirtuaba algunos de sus considerables hallazgos.




Tras el éxito de Haute Tension la llamada de Hollywood no se hizo esperar y el director de culto Wes Craven los eligió para llevar a cabo un remake de una de sus cintas más celebradas, aquella Las Colinas Tienen Ojos que vio la luz y cambió el género en 1975. El resultado fue, no sólo un remake que dejaba totalmente en pañales a la obra original, también una de las mejores cintas de terror americanas de la década pasada. Los dos amigos acentuaron la visceralidad, incluyeron un mensaje de crítica política antimilitarista sencillamente brillante y para colmo fueron coherentemente fieles con el espíritu de la cinta primigenia de Craven. Más no se les podía pedir al producto, ni a sus autores.




Tras ella realizaron Reflejos (Mirrors) remake de un film coreano impulsado por un Kiefer Sutherland productor y protagonista en el que se notaba a unos Aja y Levasseur algo más mitigados, pero escenas como la de la bañera (¿Alguien que la haya presenciado puede mirar a Amy Smart de la misma manera desde entonces?) y la atmósfera hacían que mereciera la pena la velada y siguiéramos viendo parte de la impronta de los autores. Tras ella y ya asentados en el Estados Unidos decidieron realizar otra revisión, esta vez de Piraña la cinta de Joe Dante y escrita por John Sayles en en 1978 que se convirtió en Piraña 3D, un festín de vísceras y desnudos gratuitos con el que nuestros colegas franceses se reían de todos los clichés del cine de terror actual reivindicando el que ellos admiran, el de los años 70.




Pero hay otra faceta que Aja y Levasseur han cultivado en USA, la de productores y guionistas que ofrecen sus proyectos a nuevos realizadores para que los lleven a cabo detrás de las cámaras. En 2007 escribieron para su compatriota Franck Khalfoun Parking 2 (P2) una correcta cinta de 2007 sobre el perturbado guardia de un aparcamiento (Wes Bentley) que capturaba a una pobre chica (Rachel Nichols) y la sometía a incontables torturas. Sin llegar a ser una pieza remarcable tenía buenos momentos y una protagonista con un imposible escote que se convertía en lo mejor de la sesión. Pero esa no sería la última vez que los caminos de estos tres gabachos se cruzarían cinematográficamente hablando.




Año 2012, Alexandre Aja y Grégory Levasseur como guionistas y productores y Franck Khalfoun como director deciden realizar un nuevo remake, esta vez de la ya mencionada Maniac incluso con el beneplácito y dinero del mismo William Lustig que se implica en el proyecto. El resultado es una revisión que supera en casi todos los aspectos a la cinta previa y que se revela como un slasher ejemplar y una de las mejores películas de terror que van a estrenarse en nuestro país (en Julio verá la luz en nuestras carteleras).  El protagonista es Elijah Wood (El Señor de los Anillos, Sin City) y el resultado como ya comento es realmente de nota por llevar mucho más allá el punto de partida del largometraje en el que se basa.




Aunque por el día es el dueño de una tienda de restauración de maniquíes cuando cae la noche Frank (Elijah Wood) se convierte en un brutal asesino en serie que persigue a todo tipo de mujeres a las que primero asedia, luego asesina de manera brutal para después arrancarles su cuero cabelludo a cuchillo. Cuando vuelve a su hogar utiliza sus trofeos para ponérselos en las muñecas que llenan su apartamento y a las que considera como sus parejas o amantes. Un día Anna (Nora Arnezeder) una fotógrafa francesa que se cruza en su camino le hará debatirse entre su obsesión homicida o entregarse como persona al que puede ser el amor que cambie su terrible modo de vida.




Una serie de planos secuencia desde un punto de vista subjetivo (es decir, el espectador es el personaje principal) nos muestran como Frank observa desde su coche a una guapa muchacha. Él la sigue hasta su apartamento, cuando ella se da cuenta de la presencia de su acosador se da la vuelta y en una primerísima toma vemos como la mano del protagonista le clava en la barbilla un enorme cuchillo matándola en el acto. Tras este movimiento le acaricia el rostro y elogia la belleza de la joven. Un segundo después saca el arma blanca del nuevo orificio que ha creado en la parte inferior de la cabeza de la fémina y le corta con suma bestialidad la cabellera dejando al descubierto su cráneo ensangrentado. Cuando el cuerpo inerte de la chica cae al suelo el título del film, en marcado color rojo, ocupa toda la pantalla. Esto es Maniac y esos cinco minutos son esclarecedores, ese es el momento el que el que visiona debe posicionarse. Lo toma o lo deja, no hay medias tintas y las cartas están sobre la mesa.




Esta revisión del largometraje de William Lustig parece llevada a cabo a cuatro manos entre Gaspar Noé (la brutalidad, el uso de planos subjetivos, la inexistencia de elipsis narrativas que nos ahorren escenas impactantes) y el Nicolas Winding Refn de Drive (esa delectación a la hora de retratar la noche urbana, una música de tono ochentero que incluso recuerda a algunas de las partituras que compuso Wendy Carlos para Stanley Kubrick en La Naranja Mecánica y El Resplandor) y logra superar considerablemente a la Maniac original porque no se centra tanto en los crímenes (que también) como en la psicología del protagonista y la naturaleza perturbada de su mente, pero utilizando un acierto narrativo y estilístico magistral, que nosotros mismos como espectadores seamos el mismo Frank.




La idea de que al menos el 95% del largometraje esté rodado en plano subjetivo es el mayor acierto del film. Ya que la perversión llevada a cabo con la empatía con el protagonista es sencillamente total. Al vernos en la piel de Frank y superados los primeros minutos de metraje llegamos a no querer que lo detengan, a padecer con él sus traumas (el que supone la raíz de todo, el de su madre, no justifica nada con respecto a su comportamiento criminal, sólo le da origen) o hasta a desear que elimine a posibles "estorbos" (un servidor estaba deseando que reaccionara "a su manera" en la escena del cuarto de baño con el novio de Anna). Pero donde la cinta da el golpe de gracia al espectador es cuando vemos que Frank (es decir, nosotros) se sale con la suya y no es atrapado durante el aterrador ritual de uno de sus asesinatos Kalhoun saca la cámara de las entrañas de su protagonista la pone delante de su rostro en pleno acto de violencia y nos enseña de primera mano con qué tipo de persona nos estamos identificando.




Pero la realización de Khalfoun es tan sobresaliente que gracias a reflejos en espejos, ventanas o lunas de automóviles podemos ver el rostro del actor protagonista, que es un inspiradísimo Elijah Wood que por mucho que pase a la posteridad siendo para gran parte del público el hobbit Frodo Bolson de la trilogía de Peter Jackson basada en los libros de J.R.R. Tolkien ya dando vida al asesino caníbal Kevin en Sin City de Robert Rodriguez y Frank Miller demostró que tiene un lado oscuro que explotar tras esa mirada aniñada que en Maniac oculta a un asesino psicópata con una mente del todo podrida (grandes los momentos en los que sufre migrañas y comienza a tener visiones) que experimenta una culpabilidad atroz cuando se siente atraído por alguna mujer en el mismo momento en el que el recuerdo de traumático de su madre entra en escena y le impulsa a realizar actos aberrantes con ellas.




Lo que en la cinta de Lustig era mugre, impacto caótico y una psicología absolutamente plana en la obra de trío Khalfoun/Aja/Levasseur es simbología, parafilias (a)sexuales bien definidas y psicoanalizadas, un viaje inteligente y medido a una mente descompuesta, dañada, podrida. Una mirada acertada y llena de aristas sobre la soledad, la destrucción de la infancia y la pureza, de cómo el odio, la misoginia o los traumas casi no se pueden distinguir del verdadero amor cuando la persona que lo experimenta es poco más que una carcasa llena de bilis, rencor e impotencia sexual. Memorables los pasajes en los que Frank trata de limpiarse las manos tras los crímenes a modo de purificación (las mismas, llenas de heridas, son el reflejo de ese rostro que en más bien pocos momentos podemos ver en pantalla) o cuando culpa a esa omnipresente madre fallecida de los delitos que comete a sangre fría.




A pesar de ser una cinta de naturaleza muy epidérmica por la de actos físicos que tienen lugar en ella hay mucho sitio en la misma para la alegoría. El caótico y sucio apartamento de Frank que parece una localización impía estancada en el tiempo de atmósfera irrespirable en contraposición al de Anna, elegante, abierto, moderno e incluso la casa del protagonista también entronca con la galería de arte en la que ella expone los maniquíes que él le presta. Todo es de una marcada simbología en la que el exterior de las zonas que regente el personaje principal representan el interior de su psique torturada y desgajada. Teniendo esta elección estilística y narrativa su culmen en la escena final en la cama con todas "las mujeres de su vida" que finalmente revelan la vacua naturaleza de Frank, clímax de una coherencia brutal con todo lo que hemos ido viendo a lo largo del metraje, o lo que es lo mismo, una escena de impacto brutal con una resolución lúcida que justifica dicha utilización explícita de la visceralidad más cruda.




Porque a parte de la presencia de esos maniquíes que sí, al igual que en la cinta original de 1980 nos recuerdan a la colección que poseía Archibaldo de la Cruz en la memorable producción mexicana Ensayo de Un Crimen de Luis Buñuel, pero también a los que se utilizaban en las pruebas nucleares en el desierto de Arizona en el remake de Las  Colinas Tienen Ojos, la violencia explícita en Maniac es uno de los apuntes que más nos recuerda quienes son los autores que se encuentran detrás de la obra que nos ocupa. Las secuencias de asesinatos en la cinta de Kalhoun son bastante duras y no aptas para todo tipo de público (es comprensible que gran parte del femenino tenga reparos a la hora del ver el film) destacando pasajes como el que he comentado que abre la cinta, el de la habitación de hotel con la representante de Anna (el culmen en la cama es sencillamente una salvajada por cómo está rodado, magistralmente, aunque parezca paradójico) o el del cierre que he comentado en el párrafo anterior. El sello Aja/Levasseur, y también el del realizador del film, que en Parking 2 tampoco se cortaba con la casquería, se deja ver bastante a lo largo del proyecto.




Maniac hará las delicias de los amantes del género y de los fans del film original, porque por un lado como remake se adscribe a los que han triunfado dentro del terror como el de Posesión Infernal, Las Colinas Tienen Ojos, I Spit on Your Grave o La Última Casa a la Izquierda y por otro como obra cinematográfica lo supera con creces en prácticamente todos los aspectos. Pero es que esta versión también funciona como viaje a la mente de un psicópata, como perversión de un tipo de hacer cine y del punto del vista del espectador. Una excelente labor en la dirección, un guión inteligentemente hilado y estar muy bien interpretada por su protagonista y unos secundarios que le dan perfectamente la réplica (todo un descubrimiento Nora Arnezeder) hacen de esta producción un film indispensable para los seguidores de los slasher con mensaje. aunque como obra poco de poco sutil ejecución no será plato del gusto de todo tipo de público, aunque pensándolo bien la versión de 1980 tampoco lo era.


miércoles, 1 de septiembre de 2010

Piraña 3D, everybody's gone surfin', surfin USA



Título Original: Piranha 3D (2010)
Director: Alexandre Aja
Guión: Pete Goldfinger & Josh Stolberg
Actores: Elisabeth Shue, Adam Scott, Ving Rhames, Richard Dreyfuss, Eli Roth, Jerry O'Connell, Ricardo Chavira, Dina Meyer, Steven R. McQueen, Jessica Szohr, Christopher Lloyd


Trailer



En 1978 el director Joe Dante y el guionista de cintas de terror John Sayles (aún quedaban algunos años para que se adentrara como autor en ese tipo de cine social que le dio la fama que hoy tiene) estrenaron Piraña. Un delicioso sucedano del Tiburón de Steven Spielberg con un agradable aire a genuina serie B lleno de grandes momentos y un tono artesanal del todo arrebatardor. Su éxito fue considerable y debido a él se produjo una secuela (donde los entrañables peces carnívoros tenían alas, con un par), segunda parte que supuso el debut en la dirección de un por aquel entonces desconocido realizador canadiense llamado James Cameron.




Alexandre Aja y su inseparable colaborador Grégory Levasseur, se reparten la producción, la dirección (y probablemente la escritura en la sombra) de este remake de la ya mencionada cinta de culto de Sayles y Dante. Inteligentemente los franceses se desvinculan lo suficiente de la cinta primigenia y a lo que dan forma con Piraña 3D es a una bestial parodia, un grueso chiste, una mirada desdeñosa hacia el cine de terror teenager veraniego, exagerando todos los tópicos e hiperbolizando todos los clichés. Diálogos estúpidos, personajes estereotipados y planos, desnudos gratuitos, niños pedantes, para finalmente perpetrar una exagerada masacre que de tan brutal se antoja hasta cómica en más de un momento.





Aja renuncia a algunas (no todas) de sus señas de identidad con el único fin de crear un divertido producto de usar y tirar, con el cual poder producir en el espectador una fruiciosa sensación que lo mueva entre la risa nerviosa y la carcajada a mándíbula batiente o el asco dependiendo el caso. Pero bajo la superficie (en las profundidades que viene muy al caso) se ve claramente que Aja está haciendo mofa y befa, no sólo del cine de terror adolescente americano, sino también con el estereotipo de estadounidense fiestero sin conciencia alguna. Metiendo música machacona por un tubo, cuerpos siliconados, farras interminables y agentes de la ley que salen escaldados al intentar poner algo de orden entre los jóvenes.




Pero en lo que sí se puede reconocer la mano de Aja es en el control del tempo narrativo con un uso excelente del in crescendo deudor no sólo de la cinta original de 1981 ni de la ya mencionada Tiburón de Spielberg, sino sobre todo de Los Pájaros de Alfred Hitchcock cuya estructura emulan todas estas cintas. Pero cuando entra en escena gradualmente la sangre en pantalla (muy conseguida la primera escena del ataque por parte de pirañas) y los peces empiezan a acechar como en la escena de los buzos, con reminiscencias a Alien, el Octavo Pasajero, al final acabamos desembocando en la hecatombe de hemoglobina y casquería que tan pronto nos remite a George A. Romero, Luci Fulci, Dario Argento o el Peter Jackson de Braindead (la escena de Ving Rhames con el motor de la lancha).




Piraña 3D a pesar de mala baba y su autoparodia no deja de ser un divertimento cazurro y tontorrón, pero también es un producto irremediablemente disfrutable si el espectador es consciente con antelación de lo que se va a encontrar en la pantalla. Una cinta totalmente ausente de prejuicios sobre unos peces carnívoros que van a devorar vivos a tíos musculosos y muchachas recauchutadas. Alexandre Aja y Grégory Levasseur miran con nostalgia al cine de terror y ciencia ficción de finales de los 70 y principios de los 80 (los deliciosos cameos de Richard Dreyfuss y Christopher Lloyd no son casualidad) para con ello escupir en la cara del (en su mayoría) maniqueo y blandengue de los 90.




Desde la genial Las Colinas Tienen Ojos Alexandre Aja no es el mismo autor y posiblemente se esté comercializando, pero por suerte está introduciendo su veneno poco a poco en el cine de terror americano y eso siempre será una buena señal. Su última obra es menor y alimenticia dentro de su filmografía, pero triunfa por su incorrección, su descaro, su sorna y por no tomarse nada de lo que plantea en serio. Sirvan como ejemplo las esperpénticas escenas de las dos chicas buceando desnudas, la de las últimas palabras del personaje de Jerry O'Connell, ese plano final puramente ochentero y sobre todo el cachondísimo del pene, que es una perfecta síntesis de lo que es la esencia de la última cinta del director de Alta Tensión.