Título Original: The Iron Giant (1999)
Director: Brad Bird
Guión: Tim McCanlies & Brad Bird basado en un relato de Terry Hughes
Sí existe una cinta de animación de la década de los 90 (aunque se estrenó con el decenio casi terminado), alejada de Disney, Pixar o Dreamworks que me parezca una pieza de orfebrería digna de ser recuperada de vez en cuando para disfrute de pequeños y mayores, esa es sin lugar a dudas El Gigante de Hierro (The Iron Giant), dirigida por ese genio llamado Brad Bird. Una gran producción animada de la Warner, no todo lo conocida que debiera, al menos dentro de nuestras fronteras.
Brad Bird es un autor de animación con una larga y en ocasiones soberbia carrera a sus espaldas. A él le debemos series de televisión como Family Dog (que nació como un episodio de la serie Amazing Stories) o grandes etapas dentro de otras tales como El Rey de la Colina y Los Simpson. Por no mencionar que cuando al incursionar en Pixar dirigió dos soberbias piezas. Por un lado la excelente Ratatouille y por otro esa incotestable obra maestra familiar que responde al nombre de Los Increíbles. Pero la producción que nos ocupa en esta ocasión supone posiblemente su mejor proyecto en pantalla grande.
El Gigante de Hierro es el mejor ejemplo de cine de animación dirigido para todos los públicos. Los niños la disfrutan por su acabado técnico, su humor, su mensaje sobre la amistad y la soledad. En cambio los adultos aparte de que pueden experimentar esta misma sensación, tienen como telón de fondo en la trama central un contexto histórico de los Estados Unidos muy determinado. El de la guerra fría con la Unión Soviética, el terror a posibles ataques nucleares y el anticomunismo exacerbado que llevaba al gobierno americano a que la preservación de su seguridad nacional violase todas las leyes elementales de los ciudadanos de a pie que fueran necesarias con tal de dar con supuestos espías del socialismo dentro de sus fronteras territoriales.
El film está basado en un relato de Terry Hughes y en su interior late una perfecta convergencia entre fondo y forma. La producción, la dirección de Bird y la unión armónica entre animación tradicional y la digital forman un magnífico todo estilístico de un acabado intachable que se acentúa con ese toque retro que tanto le gusta a su director y que explotó posteriormente también en Los Increíbles. Por otro lado la escritura del guión es de una solidez parecida a la aleación de la que está hecha el protagonista, pasando de la comedia al drama en sólo un par de escenas y enfatizando la carga social de la época con una medida crítica a los métodos políticos utilizados por el gobierno americano en aquellos años.
La unión de personajes carismáticos y entrañables, situaciones cómicas y dramáticas alternadas, mensajes de interesante calado sobre la fraternidad y los lazos afectivos, los peligros de la utilización de las armas, la paranoia nuclear en los años 50 y un final maravilloso que supone el mayor homenaje que se ha hecho jamás al personaje de Superman en una película no protagonizada por el personaje (esa estatua no remite a la historia escrita por Alan Moore, ¿Que Sucedió con el Hombre del Mañana?, por pura casualidad) con lugar para la emoción, siempre contenida, pero del todo efectiva. El Gigante de Hierro contiene todos los ingredientes para ser una modesta pero reivindicable obra maestra dentro del cine de animación. A pesar de que esa feliz resolución final no me agrade del todo por ser una (inevitable) concesión al público infantil.
Brad Bird es un autor de animación con una larga y en ocasiones soberbia carrera a sus espaldas. A él le debemos series de televisión como Family Dog (que nació como un episodio de la serie Amazing Stories) o grandes etapas dentro de otras tales como El Rey de la Colina y Los Simpson. Por no mencionar que cuando al incursionar en Pixar dirigió dos soberbias piezas. Por un lado la excelente Ratatouille y por otro esa incotestable obra maestra familiar que responde al nombre de Los Increíbles. Pero la producción que nos ocupa en esta ocasión supone posiblemente su mejor proyecto en pantalla grande.
El Gigante de Hierro es el mejor ejemplo de cine de animación dirigido para todos los públicos. Los niños la disfrutan por su acabado técnico, su humor, su mensaje sobre la amistad y la soledad. En cambio los adultos aparte de que pueden experimentar esta misma sensación, tienen como telón de fondo en la trama central un contexto histórico de los Estados Unidos muy determinado. El de la guerra fría con la Unión Soviética, el terror a posibles ataques nucleares y el anticomunismo exacerbado que llevaba al gobierno americano a que la preservación de su seguridad nacional violase todas las leyes elementales de los ciudadanos de a pie que fueran necesarias con tal de dar con supuestos espías del socialismo dentro de sus fronteras territoriales.
El film está basado en un relato de Terry Hughes y en su interior late una perfecta convergencia entre fondo y forma. La producción, la dirección de Bird y la unión armónica entre animación tradicional y la digital forman un magnífico todo estilístico de un acabado intachable que se acentúa con ese toque retro que tanto le gusta a su director y que explotó posteriormente también en Los Increíbles. Por otro lado la escritura del guión es de una solidez parecida a la aleación de la que está hecha el protagonista, pasando de la comedia al drama en sólo un par de escenas y enfatizando la carga social de la época con una medida crítica a los métodos políticos utilizados por el gobierno americano en aquellos años.
La unión de personajes carismáticos y entrañables, situaciones cómicas y dramáticas alternadas, mensajes de interesante calado sobre la fraternidad y los lazos afectivos, los peligros de la utilización de las armas, la paranoia nuclear en los años 50 y un final maravilloso que supone el mayor homenaje que se ha hecho jamás al personaje de Superman en una película no protagonizada por el personaje (esa estatua no remite a la historia escrita por Alan Moore, ¿Que Sucedió con el Hombre del Mañana?, por pura casualidad) con lugar para la emoción, siempre contenida, pero del todo efectiva. El Gigante de Hierro contiene todos los ingredientes para ser una modesta pero reivindicable obra maestra dentro del cine de animación. A pesar de que esa feliz resolución final no me agrade del todo por ser una (inevitable) concesión al público infantil.