Después de ver los dos volúmenes (estos no son tales aunque pueda parecerlo, ya que dicho montaje comercial partido en dos mitades ha sido realizado contra la voluntad de su creador, que gestó el film como una sola cinta de cinco horas y media de duración) que forman
Nymphomaniac un servidor llega incluso a pensar que su eternamente pospuesto proyecto pornográfico fue utilizado como excusa para promocionar este interesante trabajo que realmente tiene poco o nada que ver, más allá de la inclusión de cierto sexo explícito, con el género que forjaron Rocco Siffredi, John Holmes, Traci Lords o Silvia Saint. La polémica previa, el supuesto escándalo de poner a actores de Hollywood a practicar sexo real delante de la cámara (¿alguien pensaba realmente que gente como Willem Dafoe, Uma Thurman o Stellan Skarsgård con matrimonios afianzados desde hace años y numerosos hijos se dedicarían a copular entre ellos porque se lo pidiera el director?) y unas oportunas y poco creíbles declaraciones de la protagonista del film, Charlotte Gainsbourg, proclamando las indecentes peticiones que el director le hizo durante el
"complicado rodaje" hicieron el resto.
En la siguiente entrada voy a hablar de los dos volúmenes de Nymphomaniac como si fueran uno, porque como he comentado previamente no hablamos de una película y su secuela, sino de un largometraje partido en dos por los jefazos de Zentropa, socios del mismo Lars Von Trier que también es una cabeza pensante demtro de dicha productora. De esta manera cuando el primer volumen termina abrúptamente el segundo comienza justo donde termina aquel, no hay secuencias de introducción argumental, ni presentación de personajes, porque sencillamente pasamos de un plano a otro. Incluso habiendo cierto cambio de tono entre una parte y otra esto no es debido a que, una vez más, estemos ante dos obras diferentes, sino a un momento determinado del metraje en el que el personaje principal experimenta algo que la hace cambiar y dar una tonalidad distinta a la historia que se nos está narrando. Pero vayamos por partes, no adelantemos acontecimientos y sobre todo empecemos por el principio, no sin algún spoiler que trataremos que no sea muy explícito.
Nymphomaniac comienza con el encuentro fortuito durante una noche nevada entre una mujer llamada Joe (Charlotte Gainsbourg) yaciendo herida en un oscuro callejón y Seligman (Stellan Skarsgård) el hombre maduro que decide rescatarla y llevarla a su casa, Una vez allí ella le contará la historia de su vida como ninfómana y mujer que ha experimentado con todas las variantes posibles del sexo con distintos hombres, y en ocasiones miembros del género femenino, a lo largo de las etapas de su intensa existencia. Mientras Joe relata los pasajes de su vida por medio de ocho capítulos, Seligman irá realizando comparativas de dichos hechos con temas como la pesca, las matemáticas o la religión, primero para interés de la mujer y después para su desconcierto o indiferencia. Cuando Joe termina su narración parece que los dos personajes han realizado un recorrido que los ha cambiado como personas o puede que no sea del todo así.
Visión nada moralista y mucho más trascendente de lo que pareciera en un principio de la libertad y autoafirmación sexual,
Nymphomaniac se revela como un interesante tapiz sobre la vida de una mujer que desde niña tenía muy claro cómo, cuándo, dónde y con quién iba a disfrutar de los placeres de la carne. Con un tono reflexivo y alejado completamente de cualquier provocación vana o superficial para dar que hablar por que sí, Von Trier ofrece una mirada calidoscópica y hasta alegórica del sexo. Realizando inteligentes comparativas entre actos como la seducción, el cortejo o las distintas variantes de la cópula o el onanismo con la pesca con mosca, la sucesión de Fibonacci, la escisión de la iglesia católica en occidental y oriental o la polifonía de Bach, el director de
Anticristo deja bastante clara su intención de abordar el tema desde un punto de vista existencial e intelectual, en ocasiones puede que demasiado, pero siempre de manera interesante.
Pero lo más interesante es que cuando el danés ha puesto las cartas sobre la mesa y ha realizado una declaración de principios con la que nos va a ofrecer un tratado sobre el lado más lúcido del libertinaje para evitar convertir las cuatro horas de metraje en un engorro intelectualoide lleno de gravedad o desidia existencial el director de
Bailar en la Oscuridad o
El Elemento del Crimen decide abordar su relato, al menos durante gran parte de la primera mitad, con un humor acertadísimo, unas veces fino e inteligente y otras más negro o grueso, pero siempre con mucho tino, bastante más que en la sobrevalorada
El Jefe de Todo Esto, y afirmando que un tema como el expuesto en la obra puede tener su lado cómico incluso en los pasajes más amargos y duros.
Ahí se encuentra pues uno de los mayores aciertos de esta Nymphomaniac, el que nos muestra a las claras que en ocasiones el mismo Von Trier sabe reírse de sí mismo y quitar hierro a lo que nos está narrando. Apuntes estilísiticos como dibujos, operaciones matemáticas o planos en pantalla a los que se suman numerosas imágenes de archivo de todo tipo para ilustrar conceptos y teorías o pasajes como el de Selligman imaginando su peculiar visión sexualizada de la enseñanza, la "pelea de penes de ébano" a la que asiste la pobre Joe, impagable la cara de Charlotte Gaingsbourg en ese momento, entre los dos hermanos negros o el enorme momento de Uma Thurman que se revela como el más descacharrante de la velada nos confirman que el creador del largometraje quiere dar todas las perspectivas y tonos posibles a su historia.
Por desgracia ese ingrediente de comicidad se va perdiendo gradualmente en la segunda mitad de la obra cuando los hechos empiezan a ponerse más dramáticos, pero este cambio de tonalidad es consecuente y lógico con la narración. En un momento dado Joe se insensibiliza con el sexo, llegando a no sentir nada durante la cópula y por ello decide experimentar con otro tipo de parafiilias como el sadomasoquismo, los tríos interraciales o la homosexialidad para recuperar el placer que antaño le producía el acto sexual. En esta parte del metraje Von Trier expone los momentos más duros del trayecto vital de Joe, cuando descubre que haber sido víctima, siempre voluntaria, de actos de violencia consentida para llegar al orgasmo le pasan factura a su cuerpo marcado por "heridas de guerra" que le servirán como punto de unión y señas de identidad empáticas con el personaje de P.
Como previamente hemos comentado el director y guionista no da una visión negativa de la adicción al sexo. Joe elige ese modo de vida por voluntad propia y lo exprime al máximo. Pero como cualquier trayecto este tiene sus luces y sombras, sus momentos buenos y malos y la protagonista proclama no sentirse avergonzada por ser como es, su monólogo en la reunión de adictos al sexo esclarecedor en ese sentido, aunque en ocasiones sea consciente de que con ello no consigue una autorealización personal que siempre busca y no consigue encontrar. Porque finalmente
Nymphomaniac, al igual que otros films como
Shame de Steve McQueen, nos habla de la soledad del hombre/mujer contemporáneo, de la vacuidad en la que estamos aposentados como sociedad, la misma, aunque desde otra perspectiva, en la que vive Seligman, la que le permite no juzgar a Joe y empatizar con muchas vertientes de su ideología o moral.
Con respecto a la "pornografía" de
Nymphomiac la misma no es nada escandalosa ni mórbida, sólo se muestra algo más cruda en los pasajes de la etapa sadomasoquista, y su explicitud no va más allá de varias felaciones con penes prostéticos, alguna erección y, si mal no recuerdo, una sola escena muy breve de penetración, ninguna eyaculación gráfica (más allá de la gota de esperma que la cae de la boca a Stacy Martin después de la felación en el tren y que ya se veía brevemente en el trailer) y una especie de catalogo de penes reales, a cual más horrendo, incitando a la sana carcajada. Por descontado que la mayoría de las secuencias sexuales no tienen nada de eróticas, pocas podrían excitar a un espectador medio, y no andaba desencaminado el crítico
Luis Mártínez cuando dijo que esta de Lars Von Trier sería la peor película pornográfica de la historia porque la intención del danés es dar una visión cotidiana del sexo, desde un punto de vista entre aséptico y algo gélido, sin eludir los placeres físicos y psicológicos que el mismo proporciona, pero tampoco centrándose formalmente en él porque no es esa su intención principal.
Pero una vez más el director de
Europa o
Manderlay fue sumamente inteligente y vendió por medio del supuesto sexo gráfico su producto. Sirvan como ejemplo aquellos
pósters promocionales con todos los actores del reparto experimentando un orgasmo cuando paradójicamente no es que ni la mitad de ellos salgan en el film practicando sexo, es que muchos de ellos (Willem Dafoe, Uma Thurman, Chstian Slater, Connie Nielsen, Udo Kier) no se quitan la ropa o se aventuran, ni por asomo, en realizar actos que tengan que ver minimamente con carnalidad alguna, sea de la índole que sea. Curiosamente son dos actores fetiche del director como Jean-Marc Barr y Jens Albinus, en breves papeles, los que tienen pasajes más comprometidos en ese sentido, pero en ambas ocasiones con prótesis ocupando el lugar de sus miembros o con dobles de cuerpo.
Por otro lado aquella noticia de que las escenas más subidas de tono de Nymphomaniac iban a estar interpretadas por actores duchos en el cine para adultos a los que se les insertarían digitalmente los rostros de los intérpretes principales ha quedado en pura agua de borrajas, porque si esas secuencias existen (sólo hay una en la que Shia LaBeouf ha sufrido tal retoque por medio de CGI, muy realistas por cierto) deberán estar en la hora y media que se quedó en el suelo de la sala de montaje y que sólo ha sido vista junto al resto del largometraje en el pasado festival de Berlín, porque en este corte de cuatro horas en dos volúmenes brillan totalmente por su ausencia. En resumidas cuentas, si Von Trier posee talento como director en su faceta de vendedor no tiene precio.
Una vez más los actores dan lo mejor de sí mismos para el director y aunque varios de ellos tienen pocos minutos en pantalla (Connie Nielsen o Willem Dafoe están como de pasada, lo de Udo Kier es un cameo y de camarero como en Melancolía) la mayoría tienen momentos bastante notables. Sería inevitable destacar a Charlotte Gainsbourg y Stacy Martin como Joe en su madurez y adolescencia respectivamente, entregadísimas ambas. La primera sumando el peso como narradora y centro de la historia y la segunda enfrentándose a las escenas más atrevidas de la película. Pero si alguien me ha sorprendido gratamente habiéndome parecido casi siempre un mindundi es Shia LaBeouf que demuestra tener talento para abordar papeles complicados y bastante descarnados. También destacan Christian Slater, sobre todo en la recta final de su intervención, una inmensa Uma Thurman, Stellan Skasgård y Jamie Bell, ya que ver a Billy Elliot hacer un papel como el de K es un apunte brillante por parte de Von Trier. Por último convendrá en un futuro seguir la pista de la joven Mia Goth, de una atípica belleza y sensualidad muy contenida que tiene pasajes destacables como P.
Lars Von Trier en su línea en la dirección, abordando su historia con menos dramatismo que sus dos anteriores films, se nota que se le va pasando la depresión, pero sin eludir esa intensidad desgarrada que es su seña de indentidad más clara. Hay pasajes de una belleza desarmante en el film (acompañados de una soberbia y ecléctica banda sonora en la caben desde Rammstein hasta Bach, pasando por Mozart o Steppenwolf) como todo el apartado en blanco y negro en el hospital, Joe subiendo a la colina para mirar de frente a ese árbol retorcido que sirve de alegoría de su propia situación en ese momento (incluso un servidor creyó ver que el mismo tenía una forma parecida a el látigo Dido que le regala K adjuntado abajo en el cartel del Volumen 2 del film) los paseos vespertinos con su padre cuando era niña o el momento de la lubricación en el lecho de muerte cuya sencilla belleza extraterrenal podría resumir el largometraje en su totalidad.
Por otro lado tenemos los momentos propios de arrogancia del director o metareferencias a obras previas salidas de su mano. De estas últimas funciona magníficamente la muy directa al maravilloso arranque de Anticristo y que me hizo pensar durante un momento que iba a unir las historias de ambas películas en una sola, más sabiendo que tanto en aquella como en Nymphomaniac aparecen en el reparto Willem Dafoe y Charlotte Gainsbourg). En lo referente a los momentos megalómanos sobran totalmente los innecesarios apuntes demagogos con los que Von trier quiere justificar su antisionismo (que no antisemitismo, según él personaje de Selligman que habla por el cineasta) sin venir a cuento ni pedirlo nadie, porque no es necesario, es parte del pasado y hay que pasar página de una vez, darle más cancha a aquellas declaraciones es una futilidad por su parte.
A Lars Von Trier le ha salido bien la jugada en todos los sentidos con
Nymphomaniac. Primero en lo referente a lo promoción, con la que armó él previamente, la que monta Shia LaBeouf cuando va a
promocionar la película o la que nos intenta colar la hija de Jane Birkin cuando la entrevistan para hablar sobre el largometraje dandos sus frutos, ya que la obra no ha ido mal en la taquilla, al menos la europea. Por otro lado el danés ha realizado un excelente trabajo, sin llegar a ser una obra maestra, pero pudiendo codearse con varios de sus films más logrados. Un servidor ha quedado lo suficientemente satisfecho con la experiencia como para interesarse por ver el montaje íntegro de la cinta y así corroborar, o no, si añade algo de interés a la trama o hace que su mensaje y declaración de principios autoral cambie en manera alguna.
Con
Nymphomaniac Lars Von Trier ha cerrado su "trilogía de la depresión" por todo lo alto con un proyecto interesante, rico, con un trasfondo poliédrico, unos personajes creíbles y cercanos, aunque en ocasiones algo fríos, dando una visión lúcida y polémica sobre temas tabú (habría que analizar con detenimiento la reflexión de Joe sobre la pedofilia, daría para un considerable debate) y se ha marcado un ambiguo final que para el que suscribe no es ninguna broma como se ha llegado a comentar, sino un medido cierre que puede ser abordado desde dos puntos de vista. El de, por un lado, una declaración feminista rotundísima que eludiría la fama de misógino de su director o por otro la confirmación de que la manipulación del acto de narrar historias puede hacernos creer algo que no es real. Que una "película pornográfica" nos haga reflexionar, aunque sea durante sólo un minuto, sobre estos temas es todo un logro que sólo el autor de la eternamente pospuesta
La Bajona No Perdona podría conseguir.