sábado, 11 de abril de 2020

La Cosa del Pantano: Temporada 1, naturaleza muerta



"Ha habido un cambio en el equilibrio de la luz y la oscuridad. Hay algo ahí afuera..."




La plataforma DC Universe no fue creada solamente para servir de contenedor de todos los productos audiovisuales previos inspirados en los personajes de la editorial estadounidense que le daba nombre. La intención de sus máximos responsables y de Warner Bros también fue diseñar producción propia para atraer el mayor número de suscriptores y fans posible. Series como Titans o su spin off, Doom Patrol, así lo atestiguan. A estos dos proyectos se sumó una ambiciosa adaptación de La Cosa del Pantano, Swamp Thing, el personaje creado en 1971 por Len Wein y Bernie Wrightson en las páginas del House of Secrets n.º 92, conociendo serie propia un años después y llegando a sus mayores cotas de calidad y fama cuando en 1984 Alan Moore se encargó de los guiones de la serie protagonizada por el  personaje regalándonos arcos superlativos como American Gothic o Lección de Anatomía y convirtiendo aquella etapa en un clásico del cómic moderno.




Antes de adentrarnos en esta serie protagonizada por el personaje de DC Comics debemos mencionar que no hablamos con ella de la primera traslación a imagen real del ser sobrenatural que una día soñó ser el científico Alec Holland. En 1982 Wes Craven acometió la primera adaptación en pantalla grande de Swamp Thing con resultados más bien pobres, aunque siendo notablemente fiel a lo narrado por Len Wein y Bernie Wrightson en la génesis del personaje. Siete años después, en 1989, se estrenó la secuela, El Regreso de la Cosa del Pantano, con dirección del desconocido Jim Wynorski, y resultados estrambóticos, pero paradójicamente superiores a los conseguidos por el autor de Pesadilla en Elm Street con la anterior entrega. Ya entre 1990 y 1993 se emitió la primera versión para la pequeña pantalla con una serie homónima de tres temporadas a la que se sumaría otra de animación de tan solo cinco episodios en 1991.




Volviendo a la actualidad y centrándonos en la serie de Swamp Thing los responsables de DC Universe contrataron a James Wan para ser el ideólogo en la sombra del producto. Exitoso director y productor de cine de terror con sagas como Saw, Insidious o The Conjuring (Expediente Warren) posiblemente fuera el descomunal éxito de Aquaman, film rodado por el cineasta australiano, el catalizador para que Warner Bros volviera a depositar su confianza en él para dar vida a otro personaje de la editorial DC. James Wan intervino creativamente en la creación de esta temporada mediante su productora Atomic Monster y delegando responsabilidades en su habitual colaborador Gary Dauberman (Annabelle, La Monja, It) y Mark Verheiden, veterano guionista de cómics, desde hace años implicado en el mundo de la ficción audiovisual. Ambos son los principales responsables y showrunners de la la serie.




Cuando ya se habían contratado los servicios de un varipinto reparto coral formado por Crystal Reed, Andy Bean, Maria Sten, Will Patton, Adrienne Barbeau, Henderson Wade, Jennifer Beals, Virginia Madsen, Derek Mears o Kevin Durand y los del director Len Wiseman (Underworld, Die Hard 4.0) para rodar los dos primeros episodios saltaba la noticia de la cancelación prematura del show por culpa de los altos impuestos que Carolina del Norte, estado donde se rodaba la serie, impuso a los productores y que estos no podían permitirse pagar. De esta manera los trece episodios de los que iba a constar esta primera temporada se vieron reducidos a diez ofreciendo un cierre del todo insatisfactorio. Una vez vista La Cosa del Pantano un servidor debe admitir, muy a su pesar, no pertenecer al grupo de aquellos que la echarán de menos.




Con las consabidas y esperadas licencias La Cosa del Pantano toma como referentes tramas y personajes, principalmente, de la primera etapa del personaje escrita por Len Wein y dibujada por Bernie Wrightson añadiendo algunos apuntes de la ya citada etapa de Alan Moore a los guiones con la inestimable ayuda de ilustradores como Stephen R. Bissette, Rick Veitch o el entintador John Totleben. El problema es que Gary Dauberman y Mark Verheiden parecieran no saber aprovechar el potente material original que tienen en sus manos y a la hora de extrapolarlo a la narrativa serializada en imagen real se centran en la vertiente más culebronesca, en el peor sentido de la palabra, para apuntalar las bases argumentales del proyecto en el que ambos se han implicado. De esta manera el producto se convierte e un claro ejemplo de lo que "pudo ser y no fue" que para colmo no podrá solucionarse en una segunda temporada.




Desde su misma concepción Swamp Thing centra su mayor interés en las relaciones interpersonales de un grupo de personajes causantes de poco o ningún interés de cara al espectador. Las intrigas personales y profesionales, las conspiraciones en la sombra, la aparición de un extraño virus que amenaza a la población están acometidas por los guionistas con un perfil bajo, como sacado de una serie procedimental con poco que ver con la esencia de los cómics en los que se inspira. Es cierto que hay un intento por definir roles potencialmente interesantes como los de Will Patton y Virginia Madsen, dando vida al matrimonio formado por Avery y Maria Sunderland, pero la escritura no pone precisamente fácil el trabajo a unos actores que en el caso de ella no puede sacar de donde no hay y en el de él pareciera tomárselo a broma con un terrible acento sureño y aspavientos variados . Esto se convierte en la tónica habitual con respecto a la fauna social de la localidad de Marais.




Otro de los fallos más notables de Swamp Thing tiene que ver con el tremebundo error de casting que supone el de sus dos intérpretes principales. Crystal Reed es una actriz muy límitada incapaz de, no sólo llevar sobre sus hombros todo el peso que recae sobre Abby Arcane, sino también inviable a la hora de transmitir los conocimientos implícitos en la personalidad de su rol o el conflicto emocional al que se enfrenta durante su cruzada. La situación no mejora con la elección de Andy Bean para caracterizar a Alec Holland, ya que el actor de It: Capítulo 2 carece de la personalidad, el carisma y la presencia necesarios para dar vida a una adecuada contrapartida en imagen real del superdotado y memorable científico. Como era de esperar la química entre Reed y Bean es inexistente y desde esa perspectiva la serie nace muerta desde el primer momento.




Pero no todo van a ser malas palabras por parte de un servidor para Swamp Thing. Gary Dauberman, Mark Verheiden, James Wan y el resto de colaboradores contratados por DC Universe para crear la serie aprovechan adecuadamente el presupuesto invertido en la misma. Todo lo relacionado con la Cosa del Pantano, su entorno y microcosmos está inteligentemente ejecutado desde un punto de vista técnico y adaptado con notable fidelidad de las viñetas del cómic. Diseño de producción, maquillaje y muy dignos efectos especiales, tanto prácticos como digitales, ofrecen la mejor cara del proyecto. A este respecto es justo mencionar que la caracterización de la Cosa del Pantano es la mejor ofrecida hasta el momento en producciones cinematográficas y televisivas siendo la trama centrada en su mímesis con la naturaleza de Marais la única interesante y digna de mención.




En la recta final de la temporada, cuando llegan los episodios nueve y diez, pareciera como si el producto remontara el vuelo y comenzara a suscitar interés, aunque, como acabamos de apuntar en el párrafo anterior, sólo sucede con la subtrama dedicada al personaje que da nombre a la serie. Swamp Thing se despide sin decir adiós y con una prometedora escena post créditos que, conociendo el futuro del programa, sabemos que queda en nada, al menos por el momento. Lamentablemente, y no es de mi agrado decirlo, no será un servidor de los que echen de menos la creación de Gary Dauberman y Mark Verheiden, ya que ha resultado ser una oportunidad desperdiciada en casi todos sus apartados. Algo muy triste si tenemos en cuenta que sus principales responsables tenían en su poder un personaje icónico del mundo del cómic que llegó a disfrutar de una larga etapa convertida con el paso del tiempo en todo un hito del cómic a nivel mundial.


martes, 7 de abril de 2020

Titans: Temporada 2, Titanes desunidos



"Ahora es el momento, sé Batman"





Un servidor debe admitir ser de aquellos que hicieron chanza con los trailers de la primera temporada de Titans, la serie de la plataforma DC Universe basada en los personajes homónimos creados en la editorial estadounidense DC Comics. Mi primera impresión era la de encontrarme con un producto con la intención de emular paupérrimamente el tono "grim and gritty" que Zack Snyder insufló en El Hombre de Acero, Batman v. Superman: El Amanecer de la Justicia o Liga de la Justicia, aquellos controvertidos largometrajes que iniciaron el Universo Extendido de DC. Aunque no andaba del todo desencaminado, la pátina de oscuridad imperaba en gran parte del proyecto, me sorprendió encontrarme con una serie competentemente ejecutada en casi todos sus aspectos, siendo capaz de perfilar interesantes personajes que convertían Titans en un producto superior a otras muestras del género diseñadas para la televisión o las plataformas de pago por visión.




Desde una perspectiva conservadora no me hubiera importado encontrarme en la segunda temporada de Titans con "más de lo mismo", pero Greg Berlanti, Geoff Johns y Akiva Goldsman han decidido dar un giro casi radical a su propuesta alejándose, no sólo de sus origines como producto audiovisual, sino tomando la arriesgada elección de desviarse del tono superheróico para adentrarse en terrenos más intimistas con las psicología de los personajes principales como epicentro del relato construido por el grupo de guionistas. Esto no quiere decir que la nueva tanda de episodios de Titans transmute en un análisis pormenorizado de la mentalidad de sus criaturas con ínfulas de solemnidad, pero sí hay una sabia alternancia entre acción, a la que volveremos un poco más tarde, y dramatismo con el que configurar un producto más que competente.




La segunda temporada de Titans se revela como una disección de la contrapartida en imagen real del famoso grupo de DC Comics, creado en su origen por el guionista Bob Haney y el dibujante Bruno Premiani en 1964, en el que sus componentes no ejercen como tal en casi ningún momento dejando que sean sus alter egos y las relaciones interpersonales que les emparentan las que basculen el núcleo argumental de los trece episodios. La reunión de unos "Nuevos Titanes" por parte de Dick Grayson con antiguos componentes y recientes incorporaciones se ve complementada con flashbacks concebidos para rememorar un par de pasajes traumáticos del grupo utilizados como catalizadores deconstructores de la figura del vigilante con reminiscencias que nos recuerdan, salvando las descomunales distancias, a los planteamientos de Alan Moore y Dave Gibbons expuestos en la capital Watchmen.




Esta idea de descomponer al grupo que da título a la serie en su segunda temporada es un salto mortal sin red que otro tipo de producto tomaría cuando el mismo estuviera más que asentado y habiendo pasado unos cuatro años desde su inicio, por temor que a que se noten las costuras de los perfiles de sus personajes protagonistas. Por suerte Berlanti, Johns, Goldsman y su equipo de guionistas acometen tan complicada empresa con profesionalidad, sabiendo cohesionar fondo y forma con resultados de nota. A mermar la psicología de los protagonistas también ayuda la inclusión de un villano a la altura de las circunstancias como el brutal, resolutivo y frío Deathstroke/Slade Wilson al que da vida con incuestionable rotundidad física el actor Esai Morales, construyendo un enemigo capaz de mermar a sus rivales tanto física como psicológicamente.




Otro de los aciertos de la temporada es la peculiar y nada ortodoxa inclusión de Bruce Wayne en la misma. Si en la primera temporada era Batman la amenazante y peligrosa presencia que ponía en entredicho la salud mental de Dick Grayson, es ahora la de su alter ego, a modo de sombra del pasado o presencia imaginaria, la que más dilemas morales hace plantearse al personaje de Brenton Thwaites. Aunque es presentado como un personaje real al inicio de la temporada y vuelve a hacer aparición en la recta final de la misma Bruce Wayne se enclava en el subconsciente de su pupilo mientras en la realidad ejerce como una especie de Demiurgo moviéndose entre las sombras que sobrevuela a los Titanes. Ian Glen ha sido un acierto de casting mayúsculo y el que suscribe está deseando verlo ejercer como Batman en la tercera temporada para poder completar adecuadamente su labor dando vida al icónico superhéroe creado por Bill Finger y Bob Kane.




Siguiendo con las virtudes de esta Titans 2 se consolidan, e incluso mejoran, unas secuencias de acción sencillamente impecables. En una época en la que las películas de John Wick son un oasis dentro de un Hollywood imbuido por una construcción de escenas dinámicas sobreproducidas y editadas hasta el paroxismo la serie de DC Universe demuestra la eficacia, no sólo de sus especialistas en escenas de riesgo, sino el instinto y el buen hacer de unos directores capaces de capturar con sus cámaras todos y cada uno de los movimientos que componen las magníficas coreografías de violencia física, con planos dejando respirar los encuadres y un posicionamiento adecuado del objetivo para dosificar con pericia la información visual y sonora de los combates cuerpo a cuerpo que, como era de esperar, tienen su mejor ejemplo en todas las escenas centradas en Deathstroke.




Como síntesis de todo lo que funciona en esta nueva temporada de la serie de DC Universe es de recibo tomar como ejemplo el episodio sexto títulado Conner, dedicado a presentar al personaje de Superboy, interpretado por Joshua Orpin, un actor con notable parecido físico a Tom Welling (Smallville). Los poco más de cuarenta minutos que dura el capítulo sirven, no sólo para definir con acierto la personalidad de la nueva incorporación a la serie, sino que, en un más difícil todavía, los guionistas lo llevan a cabo por medio de los roles secundarios relacionados profesional o emocionalmente con él. Por último, y demostrando que detener la trama central de la serie para dedicarle una entrega completa no tiene por qué perjudicar al conjunto del producto si se aborda con inteligencia, la recta final del episodio conecta con mucho acierto con lo acontecido a los Titans en el episodio inmediatamente anterior.




Poco más que decir de lo notablemente satisfecho que he quedado con la segunda temporada de Titans, un producto al que miré por encima del hombre antes de su arranque y por el que ahora siento especial predilección mientras lo consumo con fruición. Las decisiones nada complacientes tomadas por Greg Berlanti, Geoff Johns, Akiva Goldsman y compañía han resultado en un notorio acierto augurándole un todavía futuro próspero al proyecto. El mayor problema al que se enfrenta ahora mismo Titans es al indescifrable futuro de DC Universe, ya que la plataforma no está rindiendo como era de esperar en su país de origen y los propietarios de Warner Bros ya están planteándose estrenar la tercera temporada (y la segunda de su superior spin off, Doom Patrol) simultaneamente allí y en la futura HBO Max. Aunque para ser sinceros es la duración del estado de alarma a nivel mundial que sufrimos por culpa de la pandemia del Covid 19 la que, desgraciadamente, decidirá el porvenir de este y otros productos audiovisuales.



sábado, 4 de abril de 2020

Transgresión Continua Express 2020 - Marzo


Yo Soy Dolemite (Craig Brewer, 2019) - Scott Alexander y Larry Karaszewski vuelven a los terrenos de El Escándalo de Larry Flynt, Man on the Moon o Ed Wood junto a un carismático Eddie Murphy para rendir cariñoso tributo al cómico Rudy Ray Moore y al blaxploitation más casposo.




The Gentlemen: Los Señores de la Mafia (Guy Ritchie, 2020) Con The Gentlemen Guy Ritchie vuelve triunfalmente a sus raíces mafiosas para reformularlas, madurando su discurso, haciendo un inteligente uso del metalenguaje y luciendo un casting de punta en blanco carismático y elegante.



Suburbicon (George Clooney, 2017) Como si una bocanada de bilis salpicara un cuadro de Norman Rockwell, con Suburbicon George Clooney, Grant Heslov y los Coen basculan entre el drama y la sátira retratando a la familia americana media con una dosis de veneno impropia de Hollywood



Ladrón de Bicicletas (Vittorio De Sica, 1948) - Epítome del neorrealismo italiano, retrato desnudo y despojado de artificio por parte de Vittorio de Sica en el que una simple bicicleta transmuta en metáfora del futuro arrebatado en un país devastado por la guerra.



Call Me By Your Name (Luca Guadagnino, 2017) - Ecos del Bernardo Bertolucci de Soñadores y Belleza Robada resuenan en esta historia sobre primer amor y despertar sexual en la que no entro del todo por su tono lacónico y contemplativo en exceso. Magistral labor de sus dos actores.



La Guerra de Charlie Wilson (Mike Nichols, 2007) - Biopic sobre el congresista Charlie Wilson en el que Aaron Sorkin y Mike Nichols retratan con ironía la política exterior de Estados Unidos y sus consecuencias. Destacable en puesta en escena y reparto, pero blanda como sátira.



El Gabinete del Doctor Caligari (Robert Wiene, 1920) - Precursora del expresionismo alemán, adelantada a su tiempo en estructura narrativa, puesta en escena y diseño de producción, a cien años de su estreno mantiene intacta su capacidad de fascinación y naturaleza pesadillesca.



El Hoyo (Galder Gaztelu-Urrutia, 2019) Brutal parábola hobbesiana con un ojo en Cube (Vincenzo Natali, 1997) y otro en las distopías de Stephen King escritas como Richard Bachman. El visionado de El Hoyo se antoja todavía más descorazonador y escalofriante en pleno estado de alarma y cuarentena a nivel mundial.



Castle Freak (Stuart Gordon, 1995) - El equipo de Re-Animator volvía a reunirse, bajo el amparo de la Full Moon Features, con otra adaptación de H.P. Lovecraft. Cuento gótico deudor del terror italiano de los 80 con poco interés y alejado de los mejores trabajos de Stuart Gordon.




Ceremonia Sangrienta (Jorge Grau, 1973) - Revisitación de la figura de Elizabeth Báthory cuyo mayor acierto reside en su configuración del vampirismo como una supuesta afección alejada de cualquier lectura sobrenatural. Estimable, pero lejos de los mejores trabajos de Jorge Grau.