Título Original Foxcatcher (2015)
Director Bennett Miller
Guión E. Max Frye, Dan Futterman
Actores Channing Tatum, Steve Carell, Mark Ruffalo, Sienna Miller, Anthony Michael Hall, Vanessa Redgrave, Tara Subkoff, Sherry Hudak-Weinhardt, Guy Boyd, Brett Rice, Jackson Frazer, Samara Lee, Francis J. Murphy III, Jane Mowder, David Bennett, Lee Perkins, Robert Haramia
Tercera incursión en el mundo del largometraje del cineasta norteamericano Bennett Miller tras Truman Capote, el biopic sobre el afamado autor literario de A Sangre Fría o Desayuno con Diamantes protagonizado por el tristemente desaparecido (y en esta ocasión oscarizado) Philip Seymour Hofman, y Moneyball: Rompiendo las Reglas, cinta con la que abordaba los entresijos del mundo del beisbol con Brad Pitt como actor principal dando vida Billy Beane, gerente general de los Oakland Athletics . Con su última obra, Foxcatcher (al igual que sus dos films anteriores, inspirado en hechos reales) Miller no sólo consigue amalgamar la crónica negra americana de su primer trabajo y el subgénero deportivo del segundo, también logra la que es sin lugar a dudas su mejor obra cinematográfica y una de las propuestas más sobresalientes estrenadas en España a lo largo del este ya casi extinto 2015.
Mark Schultz (Channing Tatum) es un campeón olímpico de lucha grecorromana que siempre ha vivido a la sombra de su hermano y entrenador Dave (Mark Ruffalo) hecho que frena muchas de sus aspiraciones personales y profesionales. Un día Mark recibe la llamada de John Du Pont (Steve Carell), heredero de una de las familias más adineradas del país, para que se una al Foxcatcher Team, el equipo de lucha al que él entrena y que representará a Estados Unidos en las olimpiadas de Seul de 1988 y para ello se instalará en las inmediaciones del terreno de proporciones mastodónticas en el que viven los Du Pont en el estado de Pennsylvania. Al poco tiempo la relación entre John y Mark comenzará a resquebrajarse y entonces entrará en escena Dave, el ya mencionado hermano mayor de este último que tratará de intermediar entre los dos hombres y preparar al equipo para ganar las inminentes olimpiadas coreanas, desembocando todo esto en unos trágicos hechos que coparon portadas a nivel global años después.
Aunque sea parte de su núcleo central y bascule todo el desarrollo de la historia la lucha grecorromana en particular y el deporte en general no son los temas principales sobre los que habla una película como Foxcatcher, estos son más bien una excusa para diseccionar otro tema. La tercera película de Bennett Miller habla de América y sobre todo del concepto de "lo americano". De un país en el que la ambición, la avaricia, el afán obsesivo por la competitividad para destacar sobre el resto, la paranoia, las apariencias y lo pomposo son las señas de identidad de la mayor parte de su ciudadanía. Todos estos defectos amalgamados en una sola y mórbida entidad se encuentran en la personalidad de John Du Pont, el multimillonario que sirve como epicentro del relato adaptado de la realidad por los guionistas E. Max Frye, Dan Futterman y al que volveremos más tarde para hablar de la mayor virtud de Foxcatcher, nada más y nada menos que un equipo artístico que nos ofrece un verdadero e impagable recital de interpretación.
Bennett Miller aborda esta historia, esta tragedia contemporánea, con una medida puesta en escena en la que la dirección de fotografía y el montaje cobran capital importancia y apelando en todo momento a una contención que se convierte en su mayor virtud, pero puede que también en el defecto que impide una mayor implicación emocional, posiblemente no con los personajes ya que estos están perfectamente definidos e interpretados, pero sí con la historia que se nos está narrando. Eludiendo cualquier pernicioso o gratuito sensacionalismo, con un distanciamiento entomológico propio de autores como Stanley Kubrick o David Fincher Miller deconstruye el sueño americano para desnudarlo y exponerlo en pantalla como una monstruosidad que más que reafirmar a las personas que ansían tocarlo con los dedos las acaba devorando. Por ello no es extraño que el norteamericano ganara, con todo el merecimiento del mundo, el premio al mejor director en el Festival de Cannes de 2014
Foxcatcher es una película de hombres, seres melancólicos, animales heridos que buscan algo que no pueden encontrar. Poco importa si quien lo intenta es un multimillonario que lo tiene todo pero no atesora nada, un atleta tozudo pero entregado con ansias de reconocimiento individual o un mentor de buen corazón que trata de ayudar a un hermano que sin él no es nada, poco más que un gigante torpe y apocado. Ninguno de ellos consigue llegar a cumplir sus metas (puede que sólo el personaje de Mark Ruffalo alcance en cierta manera esa autorrealización personal gracias a su mujer y sus dos hijos) viéndose sepultados por las expectativas, los problemas personales o una psicología maleable y distorsionada. Bennett Miller se ocupa de que el realismo se agarre a la epidermis de sus criaturas y se transmita a la platea (las escenas de lucha están rodadas sin efectismos, de manera academicista pero con contundencia) y los hermanos Schultz son buena muestra de ello. En la primera escena en la que los vemos interactuar juntos ambos están entrenando y sólo con el lenguaje corporal, las movimientos violentos de Mark o la reacción tranquila y comprensiva de Dave, percibimos más de la personalidad de los personajes y su relación que si mantuvieran una conversación con 50 líneas de diálogo por cabeza, apelando así a que el físico de los actores y sobre todo los silencios (otro de los protagonistas de Foxcatcher, el silencio) ofrezcan al espectador toda la información necesaria para comprender a los protagonistas y sus aspiraciones emocionales o profesionales.
Evidentemente sin la ayuda de unos actores a la altura de las exigencias de la historia todo el trabajo de Miller y sus escritores quedaría reducido prácticamente a cero, pero nada más alejado de la realidad con respecto a Foxcatcher, ya que sus tres actores principales nunca han estado mejor. Channing Tatum brilla como Mark Schultz, el intérprete conoce sus limitaciones y ofrece su fisicidad a un personaje que principalmente le exige eso, pero también saber armonizar su trabajo en el plano psicológico para precisamente mostrar en pantalla todo lo contrario, un caos emocional del todo palpable. Su manera de andar, sus movimientos bruscos de mandíbula, su poca predilección por hablar y esos contados pero acertados y muy bien medidos arrebatos violentos (el de la habitación de hotel está perfectamente coreografiado) nos dan buena muestra de que el guión quiere eludir la típica historia de hombre de buen corazón vampirizado por una figura paternal perniciosa (los guionistas huyen de los estereotipos y lo consiguen en todo momento) ya que por mucho que la influencia de John Du Pont en Mark sea negativa este último sólo necesitaba una mínima excusa, un catalizador para explotar y convertirse en un ser autodestructivo, sacar el Hyde que habitaba en su Jekyll, el Heisenberg que anidaba en su Walter White.
El otro lado de la moneda es el Dave Schultz al que Mark Ruffalo entrega todo su naturalismo, carisma, sinceridad, entereza. El hermano mayor de Mark es la América humilde, la clase trabajadora que levanta el país (la que choca directamente con la de John Du Pont, aposentada desde hace más de un siglo, aburrida de tenerlo todo) el noble héroe fordiano que nunca dejaría tirado a su hermano, que sabe batallar contra viento y marea, que no ambiciona nada más que tener un sustento para sacar adelante a su mujer y sus hijos y ser la brújula moral, profesional y psicológica de un Mark inestable que se siente desnudo sin su tutela, Realmente el rol del intérprete de Los Vengadores: La Era de Ultrón o Mi Vida Sin Mí es el que representa el punto de vista del espectador, su presencia es balsámica, él rompe toda la tensión latente y la violencia a flor de piel que destila el film cuando los personajes de Mark y John comienzan a tener sus cada vez más continuos desencuentros y ni siquiera ese terrible corte de pelo para fingir una falsa alopecia, su baja estatura o escasa corpulencia nos impiden ver un personaje abordado desde las entrañas y al que en última instancia está dedicado un film realizado sobre todo para enaltecer su figura.
No puedo estar en más desacuerdo con aquellos que afirman que el John Du Pont al que da vida un pletórico e irreconocible Steve Carell es un monstruo, un ser despreciable y manipulador que hunde en la miseria económica y moral a su pupilo Mark Schultz. El personaje del Michael Scott de The Office es un clásico "pobre niño rico", un juguete roto, el eterno adolescente encerrado en el cuerpo de un anciano que todavía busca la aprobación y admiración negada de una madre (una Vanessa Redgrave que con cinco minutos en pantalla se lleva el gato al agua, como es habitual en ella) que posiblemente siga rechazando darle su tan ansiada bendición por culpa de la demencia senil propia de su edad más que por otro motivo. Sirva como ejemplo ese falso alarde de liderazgo del que hace gala su hijo cuando ella visita el gimnasio y cómo este deja su exhibición en el acto cuando su progenitora abandona indiferente la sala, secuencia que sintetiza magistralmente la esencia del personaje de Du Pont y en la que Carell está pletórico sorprendiendo a todos aquellos que nos hemos malacostumbrado a verlo hacer comedia y películas de humorísticas de medio pelo.
John se considera un verdadero patriota cuya misión es devolver el honor a un país que desde su punto de vista ha perdido los valores de sacrificio, gallardía y esa "excepcionalidad americana" que con tanto acierto criticaba Oliver Stone en su magistral serie de documentales La Historia No Contada de Estados Unidos, pero debajo de esa carcasa de falsa fastuosidad sólo queda un hombre en busca de una admiración y reconocimiento que le permita sentirse realmente vivo, Con aspecto de reptil, sonrisa de psicópata taciturno, voz ahogada y una tensa calma John Du Pont transmite al espectador sensaciones que van desde la inquietud y el temor cuando comienza a acentuar su pasión por las armas de fuego y el uso de las mismas, la compasión cuando asistimos a como el peso del legado familiar recae sobre sus hombros (esos imponentes cuadros de antepasados que parecen mirarle acusatoriamente desde las paredes de su enorme mansión) o la tristeza al ver que está solo en el mundo y que la única persona que realmente sintió algo de empatía o aprecio hacia su idealizada imagen paternal acabó dando forma con él a una relación de peligrosa toxicidad que destrozó sus vidas y la de sus allegados.
La última gran obra de Bennett Miller puede no ser plato para todo tipo de paladares por su contención formal y conceptual, por tomarse todo el tiempo del mundo para poner sus fichas sobre el tablero (a un servidor ciertamente no le pesaron ni uno sólo de los 134 minutos que dura el largometraje) y por el distanciamiento necesario con el que su director trata unos hechos que no deben ser abordados desde el morbo o la superficialidad y a los que rodea de una atmósfera de tristeza gélida que hiela la sangre y transmite una sensación de melancolía desencantada y misántropa. Pero lo que está claro es que con un director que en cada nuevo proyecto afianza un discurso propio muy a tener en cuenta, una banda sonora adecuadamente minimalista, un guión medido y perfectamente modelado y un reparto encabezado por tres actores superlativos Foxcatcher finalmente parte a América en dos para dejar a la forjada por hombres nobles y justos yaciendo inerte en la nieve y a la otra, la que con sus fauces arranca piel y hueso por medio de imperialismo, miedo a lo desconocido, ambición desmesurada y capitalismo agresivo se alza triunfante con la mándibula apretada y el gesto intimidante mientras una turba sedienta de violencia vocifera el nombre de un país que se enorgullece de ser el ganador, el número uno, el mejor, en una carrera en la que él es el único competidor.