jueves, 14 de junio de 2018

Por Trece Razones: Temporada 2, veredicto final



"No conozco una sola mujer que no haya sufrido acoso sexual, abusos o cosas peores. Ni una. Muchas sobreviven. Mi hija no lo hizo y no es su culpa"




Cuando Netflix confirmó la segunda temporada de su exitosa serie Por Trece Razones, inspirada en el best seller escrito por Jay Asher, las dudas con respecto a su argumento aparecieron inmediatamente. El grueso de la novela en la que se basaba el producto había sido trasladado a imagen real prácticamente en su totalidad a lo largo de esa tanda de episodios, de modo que el showunner, Brian Yorkey, y su equipo de guionistas se habían quedado sin material para dar continuidad a la historia de Hannah Baker, Clay Jensen y el resto de alumnos del instituto Liberty High. La solución fue la esperada cuando los ideólogos detrás de la célebre obra confirmaron que seguirían al relato iniciado en el libro homónimo con los mismos personajes, que en esta ocasión deberían enfrentarse al efecto causado por las famosas cintas de cassette en las que la protagonista dio las trece razones que la impulsaron a quitarse la vida ofreciendo a su vez los nombres de los que ella consideraba responsables de su desdicha.





De este modo la segunda temporada de Por Trece Razones, estrenada íntegramente el pasado día 18 de mayo en Netflix, cuenta con casi el mismo reparto que la primera, pero centrándose esta vez en el juicio en el que los padres de Hannah Baker acusan a los responsables del instituto Liberty High de haber hecho oídos sordos a las peticiones de auxilio de su única hija, obligando de esto modo a desfilar por su estrado a todos los alumnos que el personaje de Katherine Langford menciónó en su confesión grabada. A lo largo de trece capítulos distintos compañeros de clase,y algún profesor, darán su propia versión de la relación que mantuvieron con la fallecida, descubrirán pasajes de sus últimos meses de vida que no conocíamos y en ocasiones ofrecerán una perspectiva de aquella chica ejemplar que no coincidirá con la que tenían de ella sus amigos y allegados. Un Clay Jensen obsesionado por los remordimientos de conciencia luchará por limpiar el buen nombre de Hannah y desvelar la identidad de los verdaderos culpables de la miseria de la primogénita de los Baker.




Esta segunda temporada de Por Trece Razones contaba con un importante handicap. El factor sorpresa se perdía por completo y el uso de las cintas de cassette para construir la estructuración narrativa de la serie, a cara por episodio, desaparecía una vez las grabaciones ya no eran de el núcleo del relato, aunque siguen teniendo una relevancia notable en esta etapa de la serie. De manera que los guionistas necesitaban otra excusa argumental para ir deteniéndose uno a uno en todos los personajes de la primera temporada que aquí cobran incluso más importancia para el devenir de acontecimientos que vertebrarán la historia que Brian Yorkey y su séquito quieren narrarnos. Finalmente es un recurso tan, en principio, manido como el del juicio el tablero sobre el que los guionistas irán colocando sus piezas para ir diseccionando la personalidad de sus criaturas y en el proceso construir un relato en el que el drama y la intriga enriquecen el conjunto de una temporada que, contra todo pronóstico, supera en varios aspectos a su predecesora.




El proceso judicial en el que se sustenta la temporada se antoja todo un acierto y gracias a él iremos conociendo cada vez más a los personajes satélite relacionados con la vida y muerte de Hannah Baker. Un servidor es reticente con este subgénero en concreto, porque si bien nos ha ofrecido productos incontestables como Matar a Un Ruiseñor, 12 Hombres Sin Piedad o JFK: Caso Abierto también es un tipo de ficción muy tendente a la demagogia y el sensacionalismo barato, sirvan de ejemplo para esta afirmación films como Tiempo de Matar, Hombres de Honor o la mayoría de series americanas adscritas a esta temática. Por suerte los responsables de Por Trece Razones tratan de eludir clichés y lugares comunes, casi siempre con éxito, consiguiendo que este contexto en el que se desarrollará la segunda tanda de episodios nos permita profundizar en el perfil psicológico de los personajes que orbitan alrededor de la malograda Hannah Baker y el empecinado Clay Jensen.




Mientras vamos descubriendo facetas desconocidas de todos los amigos de Hannah Baker, ahondando en sus virtudes y miserias, intentando descifrar la relevancia que tuvieron en los últimos días de su vida y dilucidando si dicen la verdad los guionistas no sólo se detienen en el impacto que las declaraciones de cada uno de los testigos tienen en su vida personal y en el día a día del Liberty High, también van tejiendo de manera lenta pero gradual varias subtramas perfectamente ensambladas en el esqueleto argumental de la temporada y en las que la venganza y la decisión de tomar la justicia por la propia mano tienen un notable protagonismo. De esta manera Brian Yorkey y compañía amplían el abanico de temas complicados a tratar con la inclusión de la tenencia ilegal de armas de fuego que, por desgracia, tan de actualidad está en Estados Unidos. Pero si hay un tema apuntado en la anterior temporada y que en esta es abordado de manera directa y sin reservas es el de los abusos sexuales, encontrándose ahí los mejores momentos de lo que llevamos de serie.




Esta temporada aprovecha el contexto del juicio y sobre todo a los personajes de Hannah Baker y Jessica Davis para acometer un asunto tan vergonzoso como el intento de ensuciar la imagen pública de las víctimas de abusos sexuales con el fin de exculpar a sus agresores, algo a la orden del día desde hace unos meses tanto en Estados Unidos con todos los escándalos dentro de Hollywood relacionados con la plataforma #MeToo y los múltiples abusos a actrices destapados con el caso Harvey Weinsten como en España con el mediatizado juicio de "La Manada" en el que se buscó demonizar de la manera más rastrera posible a la víctima de una violación en grupo poniendo en entredicho su comportamiento hurgando en sus perfiles en redes sociales. En el episodio final el mensaje en ocasiones llega a bordear en un par de ocasiones la propaganda y el oportunismo, pero lo que se plantea desde la escritura de la serie es tan necesario, su transmisión social se antoja tan indispensable, sobre todo para los adolescentes, que un servidor sólo puede elogiar a sus responsables por la decisión.




En lo referente al reparto la idea de profundizar en la psicología de los personajes gracias a su implicación en el ya citado juicio permite a los actores dar una nueva dimensión a sus interpretaciones añadiendo aristas, detalles y claroscuros al grupo de amigos de Hannah Baker y una vez más no es mi intención destacar a unos intérpretes sobre otros, pero sería injusto no mencionar la excelente labor de Kate Walsh como Olivia Baker y la lucha por la memoria de su hija, la evolución del Zach Dempsey de un cada vez más competente Ross Butler, aunque su futuro en la serie sea actualmente dudoso, y sobre todo un Justin Prentice enorme como Bryce Walker, uno de los roles secundarios más despreciables y odiosos que ha ofrecido la la ficción audiovisual reciente y no precisamente porque veamos en él un monstruo inhumano, sino el reflejo de una generación de adolescentes varones que por su posición social o profesional se creen con el derecho de destruir la vida de los que les rodean, diferenciándose en poco de muchos de los agresores sexuales reales que hemos visto en las noticias nacionales e internacionales de los últimos meses.




Pero una vez más son los dos personajes principales los que mejor parados salen en el cast de Por Trece Razones. Dylan Minnette y Katherin Langford destilaron una remarcable química en la primera temporada y los guionistas han decidido mantener a la actriz australiana convirtiéndola en la conciencia de Clay Jensen para que ambos intérpretes puedan intercambiar así numerosas conversaciones en las que él se sincera de cara al recuerdo de la chica de su vida, ofreciendo un análisis más profundo de sus miedos y anhelos, dejando en el proceso un puñado de escenas que se encuentran entre lo mejor ofrecido por la serie desde su mismo inicio y tomando algunas señas de identidad de la inolvidable A Dos Metros Bajo Tierra (Six Feet Under) como inspiración. Con respecto Clay y Hannah la secuencia en el episodio final con ambos sentados en el banco y el sencillo, pero esclarecedor, recuerdo que comparten del baile de invierno del año anterior no sólo resume de manera cristalina la relación de la pareja, sino que sintetiza de manera magistral lo que es este juego, unas veces maravilloso y otras retorcido, al que llamamos vida.




Teniéndolo casi todo en contra y con poco a favor la segunda temporada de Por Trece Razones ha superado con nota el examen de dar continuidad con solidez a su predecesora, arriesgándose más a la hora de retratar a sus personajes y reflexionar sobre temas complicados o controvertidos que son mostrados en toda su crudeza (esa ya célebre y descarnada escena en el cuarto de baño ha levantado una considerable polvareda, aunque su violencia está totalmente justificada desde una perspectiva tanto moral como artística) y sin escatimar pasajes desagradables a los espectadores triunfando de pleno con sus planteamientos y aspiraciones como producto audiovisual. El problema ahora reside en la vuelta a la casilla de inicio, intentar dilucidar hacia donde se dirigirán los guionistas en esa tercera tanda de episodios ya confirmada por Netflix ahora que Hannah Baker ha salido totalmente de la ecuación y el cierre de esta temporada no parece dar demasiadas posibilidades argumentales para alargar en demasía el producto. Sólo el tiempo nos dará la respuesta.


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