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sábado, 6 de noviembre de 2021

Shang-Chi y la Leyenda de los Diez Anillos

 


Título Original Shang-Chi and the Legend of the Ten Rings (2021)
Director Destin Cretton
Guion Dave Callaham, Destin Cretton, Andrew Lanham, basado en el cómic de Steve Englehart y Jim Starlin
Reparto Simu Liu, Awkwafina, Tony Leung Chiu-Wai, Ben Kingsley, Meng'er Zhang, Fala Chen, Michelle Yeoh, Yuen Wah, Florian Munteanu, Andy Le, Paul W. He, Jayden Zhang, Stephanie Hsu




Es un hecho que éxitos como las dos entregas de Guardianes de la Galaxia, las de Ant-Man, Capitana Marvel o Doctor Strange confirmaron que Marvel Studios puede llevar a la pantalla grande cualquier personaje secundario o terciario dentro de la vida editorial de la Casa de las Ideas y conseguir el respaldo del público generalista. Con intención de rizar el rizo a este respecto Kevin Feige y sus colaboradores pusieron su mirada en Shang-Chi, “maestro del Kung-Fu”, el héroe creado en 1973 dentro de las páginas de Special Marvel Edition #15 por el guionista Steve Englehart y el dibujante Jim Starlin. alcanzando el cénit de su fama cuando Doug Moench y Paul Gulacy se hicieron con las riendas de sus aventuras.




Para llevar a imagen real las andanzas de Shang-Chi Disney y Marvel Studios contrataron los servicios de los guionistas Dave Callaham y Andrew Lanham que aunaron fuerzas con el director, Destin Cretton, para configurar la primera aventura en solitario del personaje. De dar vida al protagonista se encarga el actor chino-canadiense Simu Liu y de acompañarle Awkwafina (Jumanji: Siguiente Nivel), Tony Leung Chiu-Wai (Deseando Amar), Michelle Yeoh (Tigre y Dragón), Yuen Wah (Kung Fu Sión) o Florian Munteanu (Creed II). Tras su estreno el largometraje se consolidó como uno de los éxitos de taquilla más importantes del 2021, habiendo recaudado hasta el momento 365 millones de dólares, números nada desdeñables teniendo en cuenta el efecto post pandemia.




Vaya por delante lo evidente y es que Shang-Chi y la Leyenda de los Diez Anillos tiene del Shang-Chi de los cómics solo el título. Podríamos afirmar que algo hay de la esencia de la versión más contemporánea que Marvel ha dado del personaje, pero ni así estaríamos ciñéndonos fielmente a la realidad. De esta manera podemos descontar que quede en esta adaptación un sólo resquicio de aquel Shang-Chi de los 70 que nació como una mezcla entre Bruce Lee y James Bond, embarcándose en historias de espionaje de pulp que en el film de Destin Cretton brillan por su ausencia. Lo que debería haber sido una especie de variante de la clásica Operación Dragón (Enter the Dragon, Robert Clouse, 1973) para asemejarse a lo acontecido en las viñetas, toma en esta producción de 2021 una senda muy diferente a la hora de presentarnos a su protagonista.




El prólogo de la obra, a modo de declaración de principios, lo deja claro de manera prematura. Shang-Chi y la Leyenda de los Diez Anillos va a construir su base argumental y conceptual sobre una mezcla entre el subgénero wuxia, el cine de artes marciales hongkonés y la aventura épica con reminiscencias incluso a la filmografía del japonés Hayao Miyazaki. Siendo conscientes de estas cuantiosas licencias con respecto al material original al espectador sólo le queda rechazar de pleno la propuesta por no ser este el producto que buscaba, o asumir la decisión por parte de sus responsables de no sólo alejarse totalmente de los cómics, sino de llegar incluso en ocasiones a hacer mofa de ese infidelidad o de incluso burlarse de las controvertidas elecciones tomadas en la muy recuperable Iron Man 3.




En honor a la verdad muchos de los conceptos que cimentaron el microcosmos de Shang-Chi en el arte secuencial se encuentran en esta adaptación, pero son utilizados como meros recursos por Destin Cretton y sus colaboradores para enriquecer el relato sin pararse a pensar si respetan el lore indivisible a su vida editorial. Porque Shang-Chi y la Leyenda de los Diez Anillos, aunque diferente en su exterior, es un producto 100% UCM y sigue los preceptos establecidos por la maquinaria que lo compone. De manera que los 132 minutos que conforman el proyecto basculan entre la acción frenética, el humor ligero y las dinámicas entre unos personajes arquetípicos, pero lo suficientemente perfilados como para que podamos empatizar con su situación y llegar a preocuparnos por su integridad física o psicológica.




Es ineludible que la mayor virtud de una producción como Shang-Chi y la Leyenda de los Diez Anillos son sus espectaculares escenas de acción. No vamos a volver a incidir en el tema de que los verdaderos responsables de los pasajes más físicos de las películas de Marvel Studios en particular, y de los blockbusters hollywoodienses en general, son los directores de segunda unidad, pero sí conviene mencionar que el film de Destin Cretton contó con la presencia de Andy Cheng y el fallecido Brad Allan, habituales colaboradores de Jackie Chan, como coordinadores de dichas secuencias y eso se nota en pantalla. Desde el combate del prólogo, pasando por la secuencia del autobús o la batalla campal que cierra el film conforman una sesión continua de elaborada violencia inocua tan fruiciosa como bien ejecutada.




No se puede hablar de las secuencias de acción y las potentes coreografías de artes marciales sin mencionar la enorme labor delante de las cámaras de Simu Liu. Una vez más debemos asumir que nada tiene que ver su fisionomía o personalidad con el Shang-Chi clásico, pero es un hecho ineludible que sus aptitudes para protagonizar pasajes físicos son de alto nivel gracias a su pasado como especialista en escenas de riesgo. Por suerte sus capacidades van más allá de sus conocimientos de Kung-Fu, concretamente el wushu y el shaolin, ya que el carisma, la sorna y un aire canalla le sirven para conjugar un personaje principal que se gana el favor del público desde los primeros minutos de metraje.




Dentro del reparto de secundarios destacan, como era de esperar, dos iconos del cine chino como son Tony Leung Chiu-Way y Michelle Yeoh, ambos protagonistas de clásicos internacionales a manos de directores de primer nivel como Wong Kar-Wai o Ang Lee, pero curtidos en su juventud en el cine de acción hongkones. El primero da vida a una versión muy particular del Mandarín, insuflando elegancia y rotundidad a un personaje que escapa del perfil simplista de la mayoría de los villanos del UCM. Ella en cambio acomete con mucha convicción a un rol secundario muy cercano a los que interpretó en trabajos como Tigre y Dragón. Muy reseñable también una divertidísima Awkwafina como peculiar sidekick del protagonista. El resto de actores cumplen sobradamente y sirven de apoyo a los principales sin destacar en manera alguna más allá de sus capacidades físicas.




Shang-Chi y la Leyenda de los Diez Anillos es una película no apta para los fans de la rama más dura del personaje de Marvel Comics. Kevin Feige y su equipo han moldeado a su gusto la creación de Steven Englehart y Jim Starlin para adaptarla al gran público alejándose de su idiosincrasia primigenia, pero visto el resultado la operación ha resultado un éxito. Acción, humor, fantasía, pequeños apuntes de drama y un par de escenas post créditos que allanan el terreno no sólo para lo que está por venir en la Fase 4 del Universo Cinematográfico Marvel, sino para una secuela de la obra que nos ocupa casi confirmada después del buen recibimiento a lo largo y ancho de la cartelera internacional. Esta primera entrega ha sido lo suficientemente entretenida como para esperar con ganas una continuación, en cambio pedir un poco más de fidelidad a los tebeos que convirtieron al personaje en un icono de las viñetas suponemos que sería mucho pedir.


martes, 18 de agosto de 2020

Blade, hijos de la medianoche




Título Original Blade (1998)
Director Stephen Norrington
Guión David S. Goyer, basado en el cómic de Marv Wolfman y Gene Colan
Reparto Wesley Snipes, Stephen Dorff, Kris Kristofferson, Sanaa Lathan, Donal Logue, Traci Lords, Udo Kier, N’Bushe Wright, Arly Jover, Kevin Patrick Walls, Tim Guinee, Eric Edwards, Donna Wong, Carmen Thomas, Shannon Lee, Kenny Johnson




Eric Darren Brooks, conocido popularmente como Blade, debutó en el número 10 de la mítica colección Tomb of Dracula allá por el lejano julio de 1973. Los impulsores más importantes de la inolvidable cabecera, el guionista Marv Wolfman y el dibujante Gene Colan, presentaron en aquella grapa un cazador de vampiros de raza negra que, al igual que otros personajes como Power Man o Pantera Negra, nació en clave de respuesta por parte de la Casa de las Ideas al potente auge de la cultura blaxpolitation había alcanzado a finales de los 60 y principios de los 70 en Estados Unidos. Tras su puesta de largo enfrentándose al conde transilvano volvió a vérselas con él en no pocas ocasiones dentro de dicha serie aunando fuerzas con los héroes de la misma, Frank Drake y Rachel Van Helsing, para más tarde hacer acto de presencia a lo largo de aquella misma década en Vampire Tales #8 o Marvel Preview #3 y #8. Tras diez años prácticamente desaparecido del mapa volvió a la máxima potencia durante los 90 para vérselas con el Motorista Fantasma, Blaze o Morbius, entre otros, formando parte de los Hijos de la Medianoche e incluso protagonizando su propia colección conformada por diez entregas. Fue a finales de aquella misma década, con el personaje conociendo una nueva edad dorada en el mundo de las viñetas, cuando Blade debutó en la pantalla grande durante una época en la que las adaptaciones de personajes de cómic al celuloide no se encontraban en su mejor momento, algo que cambió notablemente con su llegada.




Aunque en cierta manera se ha oficializado que el boom de las películas inspiradas en personajes de cómics nació con X-Men (Bryan Singer, 2000) o Spider-Man (Sam Raimi, 2002) lo cierto es que fue esta primera incursión de Blade en pantalla grande con la película homónima la que dio el psitoletazo de salida a manos de New Line Cinema. Los responsables de extrapolar las aventuras del cazador de vampiros creado por Marv Wolfman y Gene Colan fueron el guionista David S. Goyer, profesional por aquel entonces desconocido, pero más tarde estrechamente vinculado al mundo de los superhéroes tanto en cómics como en celuloide, y el cineasta británico Stephen Norrington que tras un debut, Maquina Letal (1994), convertido en pieza de culto, entraba con todas las de la ley en Hollywood mediante su segundo largometraje. De dar vida al protagonista se encargó un Wesley Snipes en la cumbre de su carrera, que también ejerció como productor del proyecto junto a viejos conocidos como Stan Lee y Avi Arad, viéndose acompañado por secundarios como Stephen Dorff, N’Bushe Wright, Kris Kristofferson, Donal Logue, Traci Lords, Kenneth Johnson o un clásico del cine sobre vampirismo como es el veterano actor alemán Udo Kier.




Mientras seres humanos y vampiros mantienen una tensa paz por puro interés mutuo en la ciudad de Detroit, Blade (Wesley Snpies) ejerce como un cazador de vampiros que, paradójicamente, pertenece a dicha raza aunque no alimentándose de sangre humana y pudiendo caminar a plena luz del día sin que el sol lo calcine como le sucede al resto de sus congéneres. Mientras tanto el Consejo de las Sombras, un importante clan vampírico, se debate entre permanecer en la clandestinidad manteniendo negocios con los humanos mientras se alimentan furtivamente de ellos como promulga el líder, Gaetano Dragonetti (Udo Kier), o enfrentarse a ellos y eliminarlos por ser inferiores, teoría defendida por el joven e impulsivo Deacon Frost (Stephen Dorff) único no “pura sangre” del consejo. A la guerra que está por llegar y en la que Blade, acompañado de su mentor, Abraham Whistler (Kris Kristofferson), se verá implicado de una manera u otra se suma la aparición de la Doctora Karen Jenson (N’Bushe Wright) una hematóloga que se cruza en el camino del protagonista cobrando capital importancia en el devenir de acontecimientos futuros en el que el alter ego justiciero de Eric Darren Brooks deberá librar la batalla más importante de su no vida.




Blade es, desde una perspectiva cinematográfica, un producto hijo de la década de los 90. Por este motivo a nivel estético lo planteado por David S. Goyer, Stephen Norrington y Wesley Snipes no se parece demasiado a ninguna de las encarnaciones en papel previas del personaje, ni siquiera a la que discurrió coetánea con la producción y estreno del largometraje. Secuencias de acción espectaculares, ritmo acelerado, montaje efectista y una estética entre cyberpunk y urbana asentaban las bases de un proyecto que, sin saberlo, estaba predestinado a cambiarlo todo en el cine comercial estadounidense. Planteada desde su misma concepción como una película para público adulto, con una califiación R para su estreno en Estados Unidos, fueron precisamente adolescentes los que más se dejaron embriagar por las sangrientas correrías de “el que ha visto el sol”. Esto se debe principalmente a que el cineasta encargado de extrapolar el personaje al medio cinematográfico conocía perfectamente lo que demandaban unos espectadores algo cansados de visiones pulcras e inmaculadas de los superhéroes clásicos, mientras buscaban versiones más oscuras y presuntamente adultas de los mismos, un pensamiento muy adherido a la década de los 90 e impulsado, en cierta manera, por la irrupción de la editorial independiente Image Comics.




Sería de ilusos eludir u obviar que el arranque de Blade, la primera secuencia tras el prólogo, no sólo es un pasaje espectacular, sino que consigue sintetizar con pericia la esencia misma del producto dejando a la libre elección del espectador si entra en el juego propuesto por sus máximos responsables o huye despavorido ante semejante declaración de principios. El asalto del personaje principal a la sangrienta sala rave a ritmo del ya icónico Confusion (Pump Panel Reconstruction Mix), de New Order, con la consiguiente masacre de vampiros se convirtió con los años en una de las secuencias más celebradas del cine de acción de los 90. Hoy esa espectaculiridad ha mermado, en cierta manera por culpa de uno de los mayores defectos del film, lo mal que han envejecido algunos de sus efectos digitales, pero es ineludible que realización, montaje, coreografías de lucha y banda sonora funcionan a la máxima potencia gracias a una labor conjunta en el apartado técnico que deja en muy buen lugar a Stephen Norrington, más de lo merecido vista su posterior filmografía detrás de las cámaras.




A partir de ahí la amalgama entre acción, terror y cine de artes marciales heredero de la escuela hongkonesa rinde a lo largo de casi todo el metraje, sólo notándose las numerosas carencias en un humor ineficaz en casi todo momento, recayendo casi al 100% en uno de los personajes más insoportables de la película al que volveremos más tarde al hablar del reparto. Blade no sólo marcaría, como ya dijimos previamente, el primer gran éxito de taquilla que abriría paso a futuras adaptaciones de cómics al celuloide, también dejó huella con su estética en producciones posteriores facturadas en el seno de Hollywood y no sólo en films protagonizados por personajes del arte secuencial. Ciertamente no es algo que se pueda confirmar, porque al estreno de ambas cintas las separa un corto espacio de tiempo, pero si alguien nos dijera que las hermanas Wachowski vieron en el cine Blade, el film se estrenó en plena producción de Matrix, y se llevaron unas cuantas ideas para la obra que les dio la fama sería difícil negarlo, porque desde una perspectiva estilística y visual las similitudes son tantas que se antoja casi imposible negarlas o dejarlas pasar.




En 1998 Wesley Snipes se encontraba en lo más alto de su carrera, no sólo como estrella del cine de acción, sino también ganándose cierta fama como intérprete dramático que le llevó incluso a obtener el año anterior la Copa Volpi al mejor actor en el festival de Venecia por su papel en Después de Una Noche (Mike Figgis, 1997) de manera que sus problemas personales, entre ellos los del fisco y la cárcel, quedaban lejos todavía. Snipes interpreta un Blade ejemplar, alejado del verborréico que nos presentaron Wolfman y Colan en los 70 y más moderno que cualquiera de sus versiones posteriores en las viñetas, pero respetando totalmente su esencia y en ese sentido la obra es impecable, algo que se extenderá a las siguientes entregas en las que encarnó al personaje con independencia de la mayor o menor calidad de las mismas. A un físico rotundo o unos conocimientos amplios de artes marciales y lucha cuerpo a cuerpo se suman grandes cantidades de carisma revelando a Snipes como el pilar maestro sobre el que se construye el proyecto y siendo él consciente de ello interviniendo en su producción, como anteriormente hemos afirmado.




En cuanto a los secundarios tenemos luces y sombras. Acierto mayúsculo la elección del veterano Kris Kristofferson dando vida a Abraham Whistler, el actor de Ha Nacido Una Estrella (1976) o La Puerta del Cielo (1980) da el aire cansado, lacónico y chulesco que el rol necesita. N’Bushe Wright hace lo que puede con un secundario que aun intentándolo, por mediación de David S. Goyer al guión, no consigue huir del todo del estereotipo de personaje femenino cuya principal misión es la de potenciar al masculino principal. Stephen Dorff dribla con estilo y lascivia una versión poco agradecida de Deacon Frost, muy alejada de la primigenia vista en papel, que se suma a la larga galería de villanos de adaptaciones de cómics, independientemente de si las factura Marvel o DC, pobremente caracterizados que sólo funcionan por la labor de aquellos que los encarnan, aunque en ocasiones ni eso. Donald Logue se lleva la peor parte, su interpretación de Quinn es lo peor del film, su presencia se antoja irritante y su responsabilidad como descarga cómica todo un fracaso. Udo Kier interviene en sólo un par de escenas, pero el alemán siempre se muestra señorial, hasta en ocasiones como la presente, en la que acaba hecho cenizas contemplando el astro rey en pleno amanecer.




Sería una necedad no admitir que a Blade se le nota el paso del tiempo, es una pieza coyuntural que en pleno 2020 se revela anticuada en ciertos aspectos. Pero también es ineludible que sigue siendo diabólicamente entretenida, potente, cafre y frenética. Tras ella su director siguió adaptando cómics con la inenarrable La Liga de los Hombres Extraordinarios, a la que tarde o temprano también dedicaremos una retro-crítica, y tanto Blade como Wesley Snipes continuaron su cruzada contra los no muertos en Blade II, secuela a manos del mexicano Guillermo del Toro, y Blade Trinity, cierre de la trilogía en el que era esta vez el mismo David S. Goyer quien se ponía detrás de las cámaras. Más allá de valoraciones puramente cinematográficas Blade supuso la punta de lanza de lo que ha acabado convirtiéndose en un subgénero que atrae a millones de espectadores a las salas de cine, pero también despierta el recelo de aquellos profesionales del audiovisual que ven en esta homogeneización del cine comercial estadounidense una lacra que impide a otro tipo de proyectos encontrar su hueco. De eso y la nueva versión del personaje a manos de Marvel Studios que interpretará Mahershala Ali hablaremos en otro momento.




lunes, 17 de junio de 2019

John Wick: Capítulo 3 - Parabellum



Título Original John Wick: Chapter 3 - Parabellum (2019)
Director Chad Stahelski
Guión Derek Kolstad, Shay Hatten, Chris Collins, Marc Abrams
Reparto Keanu Reeves, Halle Berry, Ian McShane, Anjelica Huston, Laurence Fishburne, Lance Reddick, Asia Kate Dillon, Jason Mantzoukas, Mark Dacascos, Yayan Ruhian, Cecep Arif Rahman, Robin Taylor, Tobias Segal, Saïd Taghmaoui, Jerome Flynn, Randall Duk Kim, Margaret Daly, Susan Blommaert




Con motivo del estreno de John Wick: Pacto de Sangre ya dedicamos un pequeño repaso al origen de la franquicia y a lo que hasta ese momento había dado de sí como producto cinematográfico. De manera que no vamos a ahondar mucho más en cómo la cinta dirigida por Chad Stahelski, y un David Leitch no acreditado, supuso un sleeper, en cierta manera revolucionario, para el cine de acción de Hollywood y la resurrección definitiva de un, por aquel entonces, Keanu Reeves caído en el ostracismo. De esta manera ya podemos abordar la tercera entrega de la saga estrenada hace poco en la cartelera internacional. Esta John Wick: Capítulo 3 – Parabellum llega de nuevo con dirección de Chad Stahelski y guión de Derek Kolstad, aunque este último se ve respaldado en la escritura por Shay Hatten, Chris Collins y Marc Abrams. 




En lo referido al reparto además del inevitable Keanu Reeves repiten Ian McShane, Laurence Fishburne, Lance Reddick o Tobias Segal. A ellos se suman Halle Berry, Jerome Flynn, Asia Kate Dillon, Saïd Taghmaoui, la veterana Anjelica Huston y Mark Dacascos como el peculiar villano de la velada. Tras su exitoso estreno en Estados Unidos, durante su primer fin de semana superó los números conseguidos por Vengadores: Endgame en el mismo periodo de tiempo, la crítica fue clara a la hora de considerar esta tercera entrega de las violentas correrías de John Wick como la mejor de la, hasta ahora, trilogía. Un servidor no sabría decir si esta afirmación es cierta, pero lo que es ineludible es la evolución de la serie de películas hacia un meritorio “más difícil todavía” sin caer nunca en hipérbole visual o la distrofia argumental.





John Wick: Capítulo 3 - Parabellum comienza justo donde acababa John Wick Capítulo 2: Pacto de Sangre, con su protagonista excomulgado por haber ejecutado a una persona en el Continental y en pocas horas convertido en un botín andante por el que cualquier mercenario o asesino a sueldo podrá embolsarse catorce millones de dólares si consigue quitarle la vida. A partir de ese planteamiento inicial Chad Stahelski y sus colaboradores siguen la tónica de “ir más allá” ya establecida con la anterior entrega. Si en el segundo episodio la acción era más abundante y descarnada, la inmersión en el microcosmos establecido por el relato original más profunda y mayor la entrega por parte de los actores a la hora de dejarse la piel en las escenas físicas en este tercero sus responsables han rebasado todos los límites establecidos. Siempre con inteligencia y sin entregarse a los prostituibles brazos de la secuelitis propia de Hollywood, propensa a convertir las continuaciones de sus grandes éxitos de taquilla en descomunales barracas de feria sustentadas en el artificio y la vacuidad.





En ese sentido John Wick: Capítulo 3 - Parabellum es ejemplar por aferrarse a la idea de ofrecer “más y mejor” racionalmente, sin que la maquinaria se desboque de mala manera. Esto se debe principalmente a ser una saga financiada por una productora, Lionsgate, que opera en cierta manera a espaldas de las majors y a que esta ha puesto al mando de la misma a profesionales con años de oficio a sus espaldas y conocimientos profundos del cine de acción, ya que se formaron en las entrañas del género. De este modo nos encontramos con una tercera entrega que supera en lo visual y argumental a cualquiera de sus predecesoras, pero haciéndolo sin perder el norte, manteniéndose fiel al contexto espaciotemporal o el espíritu establecido desde la primera película. Siendo consecuente con sus decisiones, todas planteadas y ejecutadas para llevar al límite el conjunto de la obra sin dejar de ser nunca parte del lore previamente establecido. Nos encontramos así con un episodio que, al igual que la primera secuela, tensa hasta el límite de lo creíble los resortes narrativos de su propuesta cinematográfica.




Como ya hemos apuntado previamente el último trabajo de Chad Stahelski detrás de las cámaras potencia hasta el delirio sus apartados técnico y argumental. Siempre sin olvidarse en el proceso del artístico, asegurado este gracias a la permanencia e inclusión de actores de veteranía más que contrastada. Por eso de la misma manera que las potentísimas secuencias de acción de John Wick: Pacto de Sangre superaban a las de John Wick, las John Wick: Capítulo 3 - Parabellum hacen lo propio con las de sus predecesora. La violencia en este tercer episodio es más cruda, más gráfica, tiene más presencia y sigue estando realizada con el virtuosismo propio de la franquicia. Las señas de identidad estilísticas se mantienen a la hora de ejecutar estos pasajes, sustentándose en encuadres fijos depositarios de la responsabilidad en los actores y especialistas de escenas de riesgo para los combates físicos, movimientos de cámara vivaces y poderosos en las persecuciones o un uso demencial de los travellings en los tiroteos, como acontece en la impresionante secuencia en Casablanca o la que corona el film con el asalto al Continental.




Mi único problema con John Wick: Capítulo 3 - Parabellum, que realmente no reviste demasiada gravedad, es que, al igual que sucedía con John Wick: Pacto de Sangre, me cuesta introducirme en el contexto ficcional de la obra. Como es lógico Derek Kolstad y sus colaboradores a la escritura quieren seguir extendiendo el universo creado alrededor de su personaje principal. Pero si ya en la anterior cinta me resultaba difícil creerme esa red nacional de asesinos a sueldo dominando a escondidas nuestras sociedad como si de una versión macarra de los Illuminati se tratase, llevar esa idea a un nivel internacional con la “Alta Mesa”, los distintos Continentales a lo largo y ancho del globo o la manera de operar de sus responsables se antoja tan irreal que en ocasiones me sacan de la película. Esas revelaciones acerca de orígenes secretos, lazos afectivos y familiares o pactos de sangre me incitan en más de una ocasión a arquear la ceja por lo disparatado. Pero por suerte el protagonista, los secundarios y, sobre todo, las ya citadas secuencias de acción vuelven a implicarme al 100% en una obra tan disfrutable como sus predecesoras.




Después del enorme éxito de crítica y público de esta nueva entrega podemos confirmar que tenemos Baba Yaga para rato. No sólo gracias a esa cuarta parte ya confirmada por Lionsgate, sino también por esa futura serie centrada en el “Continental” que también parece estar ideándose. En lo referido a la próxima continuación cinematográfica los responsables ya han dejado el terreno bien abonado para que lo que acontezca en ella vuelva a rizar el rizo y acabemos viendo a John Wick enfrentarse con el Machete de Danny Trejo en un Continental localizado en Marte, por poner un ejemplo tan disparatado como deseable. Pero ahora mismo sólo nos queda celebrar la naturaleza volátil y caprichosa de ese Hollywod capaz de volver a encumbrar a un actor caído en desgracia, personal y profesional, ganándose el corazón de medio planeta por su humilde sencillez o esa oda a un cine de acción diferente bebiendo a mares del oriental, enorme esa pelea con los actores de The Raid, y diseñado por aquellos directores que engrandecieron el género desde las sombras mientas otros con menos talento se llevaban el mérito y los halagos.


sábado, 2 de marzo de 2019

Dragon Ball Super: Broly



Título Original Doragon Bôru Chô: Burorî (2018)
Director Tatsuya Nagamine
Guión Akira Toriyama, inspirado en sus propios personajes





Cuando en 1997 Dragon Ball GT terminó su andadura la famosa creación de Akira Toriyama durmió durante un tiempo el sueño de los justos, pero no demasiado. Numeros nuevos OVAS (Original Video Anitamed) y el estreno de Dragon Ball Z Kai en 2009, con motivo del veinte aniversario de esta etapa del famoso shonen, saciaron el apetito a los fans de las aventuras de Son Goku y sus amigos. Fue en 2013 cuando Dragon Ball Z volvió por todo lo alto con una película de larga duración para la gran pantalla titulada La Batalla de los Dioses. Con dirección de Masahiro Hosoda y guión a manos de Yûsuke Watanabe aquel film centrado en el enfrentamiento de Goku, Vegeta y compañía contra Blis, el Dios de la Destrucción, insufló nueva vida al anime de la compañía Toei Animation, convirtiéndose en todo un éxito que dio a conocer las correrías de los famosos Super Saiyans a una nueva generación de espectadores.




El excelente recibimiento por parte de los fans dio pie a una continuación sólo dos años después titulada La Resurrección de F. Nueva película centrada en el renacimiento de Freezer, uno de los mejores y más recordados villanos de la historia de la creación de Akira Toriyama. La cosa no quedó ahí y ese mismo año 2015 Toei Animation decidió echar la casa por la ventana y diseñar Dragon Ball Super, un nuevo anime de larga duración con 131 episodios en el que Akira Toriyama se implicaría de manera más activa. De esta nueva serie nace Dragon Ball Super: Broly, tercer largometraje para las multisalas, perteneciente al canon de la ya citada nueva etapa televisiva y reformulación del origen de Broly. Uno de los personajes más famosos de los OVAS inspirados en el famoso shonen y al que pudimos ver en Estalla el Duelo, El Regreso de Broly y de manera un tanto menos ortodoxa en El Combate Definitivo.




Al igual que La Batalla de los Dioses y La Resurrección de F Dragon Ball Super: Broly tiene como principal misión despertar la nostalgia, sobre todo, de aquellos que nos criamos viendo las distintas etapas de la vida de Son Goku desde su niñez hasta su madurez como, poco responsable, padre de familia. En este sentido la película funciona como un reloj suizo ya desde la primera secuencia con la aparición de Freezer y su padre, el Rey Kold, e incluso cameos de muchos de sus esbirros como los añorados Zarbon, Dodoría, o las inolvidables Fuerzas Especiales de Ginyū. Seguramente esta decisión es la que incita a Akira Toriyama, guionista de la propuesta, a volver sobre sus pasos y rebootear la historia de Broly para convertirlo en un rol capaz de formar parte del lore de Dragon Ball Super. Todo esto con una, más que probable, intención de volver a recurrir a él en un futuro cercano, pero teniendo aquí su primera toma de contacto con los espectadores como revisión actualizada. 




Porque sería de necios negar que Dragon Ball Super: Broly es un remake encubierto de Estalla el Duelo, aquel memorable OVA de 1993 en el que se presentó a tan letal secundario. En Dragon Ball Z: Moetsukiro!! Nessen - Ressen - Chōgekisen, título original de la obra audiovisual en cuestión, se narraba la llegada a la Tierra de un Saiyan llamado Paragus cuya intención parecía ser convencer a Vegeta para crear un nuevo reinado formado por los miembros vivos de su raza. Una vez aceptada la propusta Goku, Trunks, Gohan, Krilin, Oolong, el Maestro Roshi y el mismo Vegeta acompañaban a Paragus a un planeta en el que se encontraba Broly, su hijo y el conocido como Super Saiyan Legendario. Finalmente descubríamos el plan secreto de Paragus, consistente en utilizar a su vástago para vengarse de Vegeta debido a que el padre de este quiso eliminar a Broly cuando, siendo un recién nacido, apuntaba maneras para ser el Saiyan más poderoso de todos los tiempos.




Esta historia narrada en Estalla el Duelo es prácticamente la misma de Dragon Ball Super: Broly. De esta manera el largometraje dirigido por Tatsuya Nagamine vuelve al terreno de lo previsible, conservador y acomodaticio de sus dos predecesoras, pero al igual que aquellas crea una mixtura notablemente satisfactoria con dichos ingredientes. El relato expuesto es casi el mismo que el del ya referenciado OVA, pero en esta ocasión se incluyen a Freezer, Bardock o Gine como personajes secundarios de relevancia y en lo referido al padre de Son Goku se realizan cambios, una vez más, relacionados con su personalidad. Es el mismo Akira Toriyama quien se ocupa esta vez de acentuar el rol como víctima de la sed de venganza de su padre adscrito a Broly, algo acontecido ya en Estalla el Duelo de manera menos tosca, para convertir el Super Saiyan Legendario en un personaje noble, honesto y sólo dispuesto a luchar contra los protagonistas por culpa de la mala influencia de Paragus.




La obra está claramente diferenciada en dos partes. La primera abarca a modo de flashback el origen de Broly y la odisea atravesada por su padre, Paragus, para salvarle la vida y convertirlo en un letal enemigo mientras Freezer conspira para destruir el Planeta Vegeta por la amenaza que para él suponen los Saiyans. La segunda, localizada en la actualidad, se centra el reclutamiento de Broly y Paragus por parte de Freezer y su ejército así como el viaje a la Tierra para enfrentarse con Goku, Vegeta y el resto de protagonistas. Si bien la parte inicial abarca demasiado tiempo la trama discurre con interés, ofrece no pocos momentos rescatables y plantea situaciones tan sencillas como efectivas a la hora de dar cierto poso al relato. La final en cambio focaliza su interés en el enorme combate entre los dos amigos y rivales contra Broly. Secuencias de acción en las que el proyecto ofrece su mejor cara y una animación bastante destacable en varios pasajes.




Pero por desgracia ahí estriba el mayor fallo de la obra, que también lo encontrábamos en La Batalla de los Dioses y La Resurrección de F, aunque de manera no tan acentuada. Se antoja del todo insensato que una producción como esta, diseñada para ser un estreno en pantalla grande, posea una animación tan montonera y en ocasiones mediocre. Más sangrante todavía resulta si tenemos en cuenta que muchos, o la mayoría, de OVAS de los 90 tenían una estética mucho más cuidada y contundente que esta Dragon Ball Super: Broly, poseedora de algunos pasajes dificilmente distinguibles de los de un episodio cualquiera del anime para televisión de 2015 en el que se inspira. Rizando el rizo del disparate, como ya hemos apuntado, cuando empieza el combate entre Vegeta y Broly se percibe una notable mejoría en la labor de los lápices y así la homogeneidad estilística del largometraje queda totalmente descompensada y puesta en entredicho.




Más allá de estas carencias en la animación, un mal endémico en las tres películas más recientes relacionadas con el manga de Akira Toriyama, y de ser un producto sustentado en un descarado fanservice Dragon Ball Super: Broly es una propuesta altamente disfrutable contenedora de todas las señas de identidad que nos convirtieron en fanáticos del shonen por excelencia. Su notable éxito de taquilla tanto en Japón como Estados Unidos o nuestro país certifican la buena salud de un microcosmos ficcional que el pasado día 24 de febrero cumplió treinta y tres años de vida con su fama o particular mitología intactas y siendo disfrutadas por cientos de millones de nuevos acólitos recibiendo con expectación, ilusión y cariño cada nueva aventura, catódica o cinematográfica, de Son Goku acompañado de sus inseparables aliados o despiadados enemigos. Esperemos que siga siendo así por muchos años.



jueves, 18 de octubre de 2018

Iron Fist: Temporada 2, el legado del dragón



"El Iron Fist no es un arma para ser guardada, sino utilizada"




Después de la segunda temporada de Luke Cage le tocaba a Danny Rand estrenar la continuación de sus aventuras serializadas para la plataforma de streaming Netflix. La primera temporada estrenada en 2017 transmitió a un servidor la indiferencia propia de un producto mediocre incapaz de hacerse grande con unas paupérrimas secuencias de lucha eclipsadas por la subtrama culebronesca de la familia Meachum, tampoco nada del otro mundo, despertando más interés que el personaje protagonista, interpretado con esfuerzo pero nulo carisma por el británico Finn Jones. El pasado 7 de septiembre la nueva tanda de episodios protagonizada por Puño de Hierro era liberada por Netflix, diez episodios contando con el habitual reparto formado por el ya citado actor de Juego de Tronos, Jessica Henwick, Tom Pelphery y Jessica Stroup a los que en esta ocasión se suman Simone Missick recuperando su papel de Misty Knight procedente de la serie centrada en el alter ego civil de Power Man y Alice Eve (Star Trek: En la Oscuridad) dando vida a una María Tifoidea en la que nos detendremos un poco más tarde. Una vez vista la decena de episodios la impresión es bastante más favorable que con los trece anteriores en varios aspectos, pero el resultado sigue sin alcanzar unos niveles de calidad estimables capaces de convertirla en una serie destacable en alguno de sus apartados.




Después de haber sido tildada como la peor serie de la colaboración entre Marvel Television, ABC Studios y Netflix parece que los responsables de la misma (con el nuevo showrunner, M. Raven Metzner, a la cabeza) han tomado nota de los errores de la primera temporada y han intentado subsanarlos, en ocasiones bordeando lo inesperado. El primero, no exento de gravedad, al que han dado solución ha sido el del número de episodios, pasando de los excesivos trece a unos diez más sensatos. Pudiera parecer que eliminar únicamente tres episodios no influyera demasiado con respecto a la duración de la temporada, pero ese trío de horas menos se agradece notablemente, no sólo por reducir de esta manera el relleno de la serie, sino por dar un ritmo mucho más dinámico al proyecto, convirtiéndose en una tanda de capítulos propensa a consumirse con bastante más ligereza si la comparamos con, por poner un ejemplo, la última entrega de Luke Cage cuyo desarrollo en ocasiones se hacia muy cuesta arriba. Por suerte esas diez entregas saben capitalizar la atención del espectador por medio de la acción sin olvidar las tramas secundarias centradas en los hermanos Meachum, roles todavía importantes en el programa, pero en esta ocasión con menos protagonismo




Otra de las asignaturas pendientes con respecto a Iron Fist, algo demencial si tenemos en cuenta la naturaleza tanto de la serie como del cómic en el que se inspira, era la de las desangeladas coreografías de lucha en los combates cuerpo a cuerpo, a años luz de las brillantes vistas en las dos temporadas de Daredevil, impropias de un show con las artes marciales como habilidad máxima de su protagonista. En esta nueva decena de horas centradas en el alter ego superheróico de Danny Rand por fin encontramos secuencias dinámicas a la altura de las consecuencias, con peleas bien encuadradas, sus adecuadas dosis de espectacularidad, unos actores notablemente implicados en su trabajo para no tener que recurrir excesivamente a los especialistas en escenas de riesgo y todo con una puesta en escena adecuada para que cada golpe o llave se vea con claridad cristalina en pantalla. Para dar empaque a dichos pasajes la implicación física de Finn Jones, Sacha Dhawan y sobre todo Jessica Henwick es encomiable demostrando los tres las horas de entrenamiento para lucir sus aptitudes físicas delante de la pantalla siendo, una vez más, la actriz británica de origen chino la más capacitada a la hora de protagonizar acción. En lo referido a esto nos vemos en la obligación de hacer una parada en el más radical cambio llevado acabo en esta nueva temporada de Iron Fist.




Contra todo pronóstico y aún a riesgo de ser una percepción a un nivel personal no necesariamente compartida por el resto de espectadores consumidores de esta segunda temporada de las aventuras de Danny Rand me da la impresión de que los guionistas de la serie han convertido al personaje principal en un “secundario importante” dentro de su propia serie. Pareciera como si la excusa narrativa de los rituales para transmitir los poderes del Iron Fist sirviera como justificación para quitar peso al rol de Finn Jones en favor del de Jessica Henwick, algo ya confirmado en los últimos episodios. Esta decisión podría deberse a un sano intento por dar más peso a los personajes femeninos de las series Marvel/Netflix (ahí tenemos también el peso de María Tifoidea, Misty Knight y Joy Meachum) con vistas a una posible futura serie protagonizada por mujeres, pero a un servidor le da la impresión de haber sido todo orquestado para dejar sutilmente al actor británico en un segundo plano por el desacierto de casting que supuso su elección para el papel a pesar de su, previamente citada, total implicación física a la hora de ejecutar adecuadamente su labor interpretativa, pero ofreciendo unos resultados insuficientes.




En lo referido a la escritura la mayor parte del peso de la trama que vehicula el desarrollo de la temporada recae en la rivalidad entre Danny Rand y Davos sustentada en una relación de complicidad y rechazo cuyo origen se remonta a la infancia de ambos cuando entrenaban para conseguir ser el nuevo Iron Fist en K’un-Lun. El problema es que los dos intérpretes elegidos para dar vida a la pareja de amigos y contrincantes es incapaz de conectar con los espectadores, algo en lo que incidiremos en el siguiente párrafo. Las subtramas centradas en los hermanos Meachum, cada uno de ellos protagonizando la suya propia, no tienen tanta relevancia como en la primera temporada, pero añaden los suficientes alicientes para mostrar la personalidad poliédrica y contradictoria de Joy y la vulnerabilidad de Ward. Gracias al adecuado devenir de acontecimientos y el competente ensamblamiento de los distintos arcos argumentales desarrollándose en paralelo el ritmo de la serie y la alternancia entre acción y pasajes más íntimos se revelan adecuados para no aburrir en ningún momento a un espectador a estas alturas ya acostumbrado a tener que aguantar metraje de más en las series producidas por el tándem Marvel/Netflix.




En cuanto a la labor interpretativa del reparto tenemos luces y sombras siempre dentro de un nivel simplemente aceptable desde una perspectiva global. Aunque Finn Jones sigue intentándolo a estas alturas es generalizada la opinión de que la suya fue una errónea elección de casting, más si cabe cuando la frescura, fuerza y carisma de Jessica Henwick eclipsan cualquier intento por capitalizar los encuadres compartidos por ambos. Jessica Stroup intenta abordar su criatura aplicándole muchos más matices que en anterioridad, consiguiéndolo en gran medida, mientras Tom Pelphrey no ve la necesidad de un esfuerzo excesivo por su parte para confirmarse como el mejor actor de todo el casting, algo ya vislumbrado en la primera temporada. Por desgracia las notas más discordantes las ponen Sacha Dhawan y Alice Eve. El primero por corporeizar la quinta esencia inexpresividad y el anticarisma demostrando que un buen físico no es nada sin unas mínimas aptitudes dramáticas y dando al traste de esta manera a su relación con Danny Rand, tampoco muy sobrado de personalidad, para conseguir una conexión adecuada entre ambos rivales. La segunda por poder hace más bien poco con el personaje puesto en sus manos por los guionistas. Nada de la letal y desdoblada María Tifoidea ideada por Ann Nocenti y John Romita Jr en las páginas de Daredevil, o de alguna de sus destacables encarnaciones posteriores en las viñetas, puede verse en este secundario cuyo única conexión con la Mary Walker original es el nombre y padecer desorden de identidad disociativo, ya que hasta su génesis se aleja totalmente de lo visto en los cómics.




Mientras escribo estas líneas llega a mí la noticia de la cancelación de la serie por parte de Netflix después de la pobre recepción de esta segunda y última temporada. Por un lado lamento la decisión ya que, aún estando lejos de la calidad de productos como Daredevil o Punisher (algo compartido con Luke Cage y Jessica Jones) por fin el programa parecía encontrar el camino adecuado para moldear su propia personalidad aunque fuera sacrificando el protagonismo de su personaje principal. Por otro comprendo que en una época como la nuestra con un amplio abanico de series puestas a nuestra disposición por canales de televisión o plataformas de streaming una serie como esta, titubeante en su primera tanda de episodios y todavía dubitativa en la segunda, no encuentre su lugar en la era de la inmediatez audiovisual y la alta competitividad dentro del medio audiovisual. A pesar de esta decisión por parte de Netflix parece haber intención por parte de Marvel Television de no finiquitar al personaje (algo extensible también a los secundarios) y hacer uso de él en un futuro próximo en alguna de sus otras series hermanas o esa Héroes de Alquiler esperada por muchos fans de tanto de Iron Fist como de Luke Cage. Por ahora todo queda en standby y nuestra próxima parada acontecerá el próximo 18 de octubre con el estreno de la esperada tercera temporada de las aventuras de Matt Murdock de la que también daremos buena cuenta por estos lares a la mayor brevedad posible.




sábado, 25 de noviembre de 2017

The Defenders: Temporada 1, historias de New York



"El tema con la guerra es que sólo funciona si ambos bandos creen que son los buenos"





El pasado 18 de agosto llegó la culminación de la primera etapa de las series de Marvel Studios diseñadas junto a la plataforma de streaming Netflix con The Defenders. Después de dos temporadas de Daredevil y una de Jessica Jones, Luke Cage y Iron Fist la contrapartida catódica de los superhéroes creados por Roy Thomas en 1971, que han sido aquí adaptados con no pocas licencias en cuanto al tono de la propuesta como en lo referido a los miembros que dan forma al grupo, llegó por fin a la pequeña pantalla. Los showrunners elegidos para ocuparse de esta primera entrega de The Defenders fueron Douglas Petrie y Marco Ramírez, ambos implicados en la producción de Daredevil, y al reparto de la serie formado por los lógicos Charlie Cox, Krysten Ritter, Mike Colter y Finn Jones se sumaron varios de los secundarios de los shows protagonizados en solitario por estos actores y otros como Sigourney Weaver en el rol de la nueva villana de la temporada.





The Defenders supone la culminación de cinco temporadas previas que sufrieron un considerable descenso gradual de calidad sobre todo en lo concerniente a Luke Cage y Iron Fist, productos que abrazaron una serie de vicios y carencias que por suerte la serie que nos ocupa abandonó (casi) en su totalidad. Porque en esta ocasión podemos hablar de un proyecto que recupera unos niveles de calidad más que aceptables con respecto a las correrías en solitario de Power Man o Danny Rand, aprovechando al máximo el pequeño microcosmos que Marvel Studios ha creado alrededor de estos cuatro personajes, explotando todos los añadidos narrativos que se incluyeron para enriquecerlos a nivel individual y que aquí son amalgamados para dar forma a una amenaza mayor que dicho grupo de héroes sólo podrá derrotar si trabaja cojnutamente a pesar de la disparidad de caracteres que los diferencia.




Salvando las distancias en cuanto a medios, presupuesto y pretensiones lo experimentado con The Defenders no deja de ser un émulo de lo que muchos fans de Marvel Cómics vivimos la primera vez que vimos a los Vengadores interactuar como grupo en la cinta homónima de 2012 escrita y dirigida por Joss Whedon, una sensación de enorme satisfacción después de años leyendo las aventuras en papel de dichos personajes ejerciendo como equipo en imagen real y constituyendo un producto por el que merecía la pena gastar el tiempo y el dinero. Porque el mayor acierto de The Defenders es que sus showrunners se dieron cuenta de lo que estaba fallando en las últimas incursiones en la ficción audiovisual de dichos iconos del cómic y decidieron arreglarlo por medio de decisiones considerablemente acertadas que jugaron a favor del proyecto de cara a un público que en gran parte se estaba cansando de la fórmula Marvel/Netflix y su tibieza tonal y narrativa.




Dentro de los mayores aciertos de The Defenders está la decisión por parte de sus creadores de reducir los innecesarios trece episodios a ocho, concentrando de esta manera más el argumento que vertebra la temporada para eludir en todo momento el relleno del que hacían gala, sobre todo, Luke Cage y Iron Fist. Por otro lado también es una virtud el hecho de que esta tanda de episodios vaya al grano en cuanto a la acción y la concreción de ideas, ya que los personajes ya están presentados y definidos física y psicológicamente, sus enemigos (los que sobrevivieron) ya nos son conocidos y los secundarios que se relacionaron con ellos anteriormente son incluidos de manera muy orgánica y nada forzada en esta nueva serie, llegando incluso a interactuar unos con otros sin que se antoje una decisión narrativa forzada y caprichosa por parte de los guionistas, enriqueciendo así el contexto en el que se mueven los cuatro protagonistas.




Como era de esperar The Defenders se sustenta principalmente en la química entre los cuatro personajes principales y el resultado es tan bueno que consigue que roles interpretados por actores hasta cierto punto poco carismáticos como los de Mike Colter y Finn Jones funcionen mejor que en sus series en solitario gracias a compartir plano con los considerablemente más magnéticos Charlie Cox y Krysten Ritter. Los pasajes de humor que comparten Danny Rand y Luke Cage, la sorna de Jessica Jones y utilizar a Matt Murdock como eje central sobre el que sustenta el entramado de la temporada (los creadores del proyecto saben que es el mejor de los cuatro protagonistas, ya sea en compañía o de manera individual) ofrecen la mejor cara de un producto en el que todo funciona adecuadamente y sin estridencias, aunque tampoco adentrándose en ningún momento en la excelencia debido a la agradecidamente liviano de su propuesta.




Después de la decepción que supuso en Iron Fist no tener unas escenas de lucha que estuvieran a la altura de una serie de televisión dedicada a Danny Rand en The Defenders vuelven gran parte de las potentes coreografías que pudimos disfrutar en las dos temporadas de Daredevil y que aquí de nuevo están presentes a lo largo y ancho de los ocho episodios. Dos de estas secuencias en concreto destacan por encima del resto y como no podía ser menos son la primera en la que el equipo actúa como tal intentando escapar de los hombres de la Mano comandados por Alexandra Reid y la segunda que tiene lugar en el clímax final con la batalla campal y el enfrentamiento final de Daredevil con Elektra. Con una puesta en escena adecuada y unos pasajes dinámicos muy compactos The Defenders devuelve algo de la fuerza técnica que habían perdido las producciones de la Casa de las Ideas para Netflix y que no estuvieron al 100% en las dos series inmediatamente anteriores a esta.




Por otro lado tenemos otra de las molestas señas de identidad de las producciones Marvel de Netflix que se cumple una vez más y de manera bastante molesta. Ese mal endémico en el que se presenta y desarrolla un villano considerablemente bien perfilado e interpretado por un actor o actriz que hace su trabajo con una profesionalidad intachable, Sigourney Weaver devora el encuadre y eclipsa a sus compañeros de reparto cada vez que la cámara repara en su presencia, desaparece de manera abrupta para a la mitad de la temporada ser sustituido por otro. En esta ocasión por suerte el rol de enemiga del grupo de héroes que abandona Alexandra Reid lo toma la Elektra de Élodie Young que al igual que ya hiciera en la segunda temporada de Daredevil realiza una muy creíble encarnación de la asesina de origen griego creada por Frank Miller durante su mítica etapa con el Hombre Sin Miedo en los cómics.




Los guiones de los episodios al desarrollar una historia que abarca sólo ocho entregas se adscriben a un tono dinámico que elude rodeos o relleno innecesario y después de contextualizar el entorno en el que se moverán los personajes de manera individual los hace trabajar en grupo y hasta la recta final de la temporada la acción y el desarrollo potente de acontecimientos es ejecutado con considerable pericia, sólo viéndose algo ralentizado después del primer combate con la Mano cuando se ven recluidos en el restaurante chino estancando un poco la trama central, pero saliendo airosa al poco tiempo y recuperando el tiempo dedicado a que los cuatro protagonistas se conozcan los unos a los otros. De este modo The Defenders hace uso de cierta pátina de sense of wonder pero siempre al servicio del tono urbano en el que se han inscrito estos cuatro héroes normlamente tanto en las viñetas como en su versión catódica previa a esta temporada.




The Defenders supuso una necesaria inyección de adrenalina en pleno corazón de las series Marvel de Netflix gracias a una visión menos solemne del material de partida, un ritmo más adecuado en el que el tono de thriller se apoderaba de la tanda de episodios y a la química de un grupo de actores que funcionan al 100% compartiendo pantalla. Sin llegar a ser tan buena como las que hasta ese momento eran las dos mejores muestras de lo que podía ofrecer la Casa de las Ideas en colaboración con la plataforma de streaming, las dos temporadas de Daredevil, el show coordinado por Douglas Petrie y Marco Ramírez nos hizo recuperar la esperanza a aquellos que, como el que esto firma, la perdimos hacía tiempo entre series realizadas con muy buenas intenciones y poca profesionalidad redundando en los mismos fallos y que por suerte no han vuelto a sucederse en entregas posteriores, ni en esta The Defenders que nos ocupa ni en la posterior Punisher de la que vamos a hablar en breve en Transgresión Continua.