"Harlem no necesita un héroe, necesita una reina"
El pasado 24 de junio la plataforma de streaming Netflix subió a su catálogo la segunda temporada de Luke Cage, la serie producida junto a la división televisiva de Marvel Comics con la que están dando su visión de Power Man, el personaje creado por Roy Thomas, Archie Goodwin y John Romita Sr en el primer número de la colección Luke Cage: Hero For Hire allá por el lejano 1972. Lo hacen inspirándose en gran parte de su vida editorial, con Cheo Hodari Coker (Notorius) como showrunner y un reparto encabezado por Mike Colter (The Good Wife) dando vida al protagonista y secundarios como Simone Missick (Wayward Pines), Theo Rossi (Hijos de la Anarquía) o Alfre Woodard (12 Años de Esclavitud) en la piel de secundarios célebres de las viñetas como Misty Knight, Shades o Black Mariah respectivamente. El resultado fue un producto que intentó captar la iconicidad afroamericana de su contrapartida en papel y los ecos del subgénero blaxploitation que impulsaron su creación, pero de manera limpia, sin ningún afán autenticamente reivindicativo y con una impersonalidad más que notable inherente en este tipo de producciones. Durante su primera mitad le temporada funcionaba bastante bien, con un acertado perfil tanto de los héroes como de los villanos y un ritmo más o menos adecuado, pero en el momento en el que el soberbio Cornell “Cottonmouth” Stokes de Mahershala Ali desaparecía de la ecuación las decisiones erróneas de guión y las situaciones inverosímiles viniendo de la nada desmontaban la mayoría de aciertos planteados por los primeros siete episodios que, sin ser un dechado de virtudes, se veían con cierto agrado.
Esta nueva entrega de Luke Cage es desconcertante si la comparamos con la inmediatamente anterior. Es cierto que no cae en el fallo de la primera temporada, perder el rumbo una vez pasado su ecuador acumulando un disparate tras otro, y en ese sentido se revela como un producto más compacto, cohesionado, no tan dado a la irregularidad. El problema es que no consigue transmitir las buenas vibraciones de aquellos capítulos iniciales de la serie cuyo desarrollo era más dinámico y no tan repetitivo. Vaya por delante que estas deficiencias nacen porque esta tanda de episodios vuelve a caer en el mayor error de todas las series de Marvel Television y Netflix, su excesiva duración. Trece entregas de sesenta minutos de duración cada una se antojan un plato de difícil digestión, decisión equívoca que en otras producciones de este universo ficcional como Jessica Jones, Iron Fist o en la misma Luke Cage ya ofrecieron resultados poco remarcables y en la que han vuelto a caer los responsables de la división televisiva de la Casa de las Ideas para desconcierto de muchos. De esta manera el espectador, que consume este material en sesiones maratonianas al poder acceder a todo el material al mismo tiempo, acaba en muchas ocasiones agotado por una redundancia que se apodera de gran parte del metraje.
La segunda temporada de Luke Cage es continuista con respecto la primera y más allá de un par de menciones, o esas apariciones estelares en dos de sus episodios, casi no tiene referencias a The Defenders cuyos hechos serían los inmediatamente anteriores a los que aquí asistimos. De modo que tenemos de nuevo a Luke Cage, ahora convertido en el mediático héroe de Harlem, protagonizando vídeos virales sobre sus hazañas, y a Mariah Stokes, ahora Mariah Dillard, construyendo su imperio del crimen con la ayuda de Hernan “Shades” Alverez, actualmente su pareja. Mientras el protagonista reflexiona sobre su situación como justiciero local al que veneran las masas y su relación sentimental con Claire (Rosario Dawson) la aparición de Tilda Johnson (Gabrielle Dennis), hija de Mariah, y la irrupción John “Bushmaster” McIver (Mustafa Shakir), un criminal de origen jamaicano cuya misión es vencer a Luke, trastocarán el actual statu quo del famoso barrio neoyorquino. Con este argumento en el que se alternan varias subtramas que convergerán en una sola el equipo de guionistas comandado por Cheo Hodari Coker intenta mezclar distintas tonalidades y vertientes genéricas para enriquecer el microcosmos creado alrededor del protagonista añadiendo nuevos personajes y situaciones complicadas para que este deba afrontarlas desde una perspectiva en la que la psicología prevalezca sobre la fisicidad.
La trama principal se centra en la imagen y personalidad de Luke Cage como vigilante de Harlem, la dificultad de llevar esa responsabilidad sobre sus hombros y la predisposición a la corrupción a la que conlleva el poder. Mientras tanto Mariah Dillard lucha por mantener su imperio del crimen, con la ayuda de un Shades que tiene su propia agenda, y atraer a su hija Tilda para que forme parte del “negocio familiar”. Pero esta última está directamente vinculada con Bushmaster, recién llegado a Harlem para buscar venganza contra Mariah y derrocar a Luke como figura justiciera del famoso barrio. Todo esta material ofrece los suficientes alicientes para diseñar una temporada interesante y rica en matices, pero la ya citada excesiva duración, una inclinación por el subrayado y la inadecuada estructuración de la escritura a nivel global restan muchos puntos de interés al producto. Cheo Hodari Coker y su equipo de guionistas inciden demasiado en los temas que quieren tratar a lo largo del arco argumental en el que los encuadran, volviendo una y otra vez a unas situaciones repetitivas y miméticas que no transmiten una verdadera sensación de evolución o desarrollo en el devenir de acontecimientos. Todo esto da como resultado en varias ocasiones al hastío y el aburrimiento de cara a un espectador que asiste atónito a una inclinación por dar vueltas sobre unas mismas ideas que ya habían quedado claras previamente.
Con respecto al reparto tenemos luces y sombras. Algo que ya quedó claro en la primera temporada de Luke Cage es que Mike Colter está lejos de ser la mejor elección para dar vida a Power Man. El actor parece acometer su trabajo por puro compromiso, con una desgana que atraviesa la pantalla llegando a un espectador que suma esta poca profesionalidad al escaso carisma y la inexistente expresividad de la que hace gala un protagonista que, más allá de su aspecto físico, sigue sin estar a la altura de las circunstancias. Alfre Woodard es una actriz de sobrado talento y ya demostró en la anterior temporada que el papel de Black Mariah está hecho a su medida, pero en esta segunda transmite cierto desconcierto por abordar su criatura alternando una contención con la que ofrece algunos de sus mejores momentos con ciertos ramalazos de caricatura que perjudican su labor interpretativa. Su relación sentimental con Shades es una de las ideas menos creíbles y peor planteadas por los guionistas y aunque tiene su importancia en la evolución de los dos criminales el “romance tóxico” no resulta realista. Por otro lado Theo Rossi se esfuerza por dar vida a su rol, pero queda claro que lo del motero fuera de la ley en Sons Of Anarchy se le daba mucho mejor que componer a un gangster elegante de Harlem aquí. Simone Missick como una Misty Knight con cada vez más protagonismo, Gabrielle Dennis en la piel de esa Tilda Johnson a la que su madre quiere corromper y Rosario Dawson retomando a Claire para protagonizar algunos de los mejores pasajes emocionales completan el excelente reparto femenino de la serie.
Pero si en esta temporada debemos destacar un personaje ese es el Bushmaster de Mustafa Shakir. La contrapartida audiovisual de la creación de Chris Claremont y John Byrne confirma la idea ya asentada de que los villanos de las series de Marvel Television y Netflix son mejores que la mayoría de los que podemos encontrar en los largometrajes de Marvel Studios. John McIver es un hombre lleno de claroscuros, en ocasiones acercándose más a un perfil de antihéroe que al típico enemigo del encapuchado de turno. Busca venganza, pero tiene un inquebrantable código de honor, no es un criminal al uso, cuida de los suyos y se antoja todo un acierto ofrecerle un episodio a modo de flashback para conocer el origen de sus poderes y motivaciones buscando una empatía con la platea que cristaliza fácilmente. Mustafa Shakir, actor al que hemos podido ver en el remake de Shaft o la más reciente Brawl in the Cell Block 99, hace suyo a Bushmaster inyectándole carisma, personalidad y fuerza. Su físico rotundo, un acento indescifrable o la fiereza de su determinación hacen sus escenas de acción excelentes, su presencia capaz de eclipsar la de Luke Cage y yendo un poco más allá llegando a plantar la semilla de la duda con respecto a si no hubiera sido mucha mejor elección la suya para dar vida a Power Man que la de un Mike Colter barrido del mapa cada vez que comparte encuadre con él.
Después de una de las mejores muestras de lo que son capaces de hacer con Punisher y la notable mejoría de Jessica Jones los responsables de Marvel Television y Netflix nos ofrecen una poco destacable nueva entrega de Luke Cage. Como ya hemos mencionado supera algunas de las carencias de la primera temporada, ofrece tramas bien planteadas y cuenta con un reparto que, con sus más y sus menos, hace competentemente su trabajo, pero a pesar de todo ello sigue significando un paso en falso en este universo ficcional. En el proceso queda un villano bien construido, algunas secuencias de acción rescatables, personajes con cierta profundidad, buenas ideas dispersas con respecto a la fina línea que separa el bien del mal o una excelente banda sonora alternándose con un ritmo muchas veces mortecino, una notable cantidad de relleno, redundancia agotadora y una impersonalidad en la puesta en escena que podemos considerar un mal endémico en la mayoría de estas series que llevan a imagen real los personajes de corte más urbano de la Casa de las Ideas. Lo más inmediato será la segunda temporada de Iron Fist con la continuación de las correrías de Danny Rand protagonizadas por Finn Jones y más tarde la de Punisher con Jon Bernthal en la piel de Frank Castle. Mientras la primera no me transmite buenas vibraciones con respecto a salir del bache en el que ha caído Luke Cage tengo muchas más esperanzas depositadas en la segunda, pudiendo depararnos una pieza de mayor calidad
Reseña publicada originalmente en Zona Negativa.
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