lunes, 19 de noviembre de 2012

El Río y la Muerte, roots bloody roots



Título Original El Río y la Muerte (1955)
Director Luis Buñuel
Guión Luis Alcoriza y Luis Buñuel basado en la novela de Miguel Álvarez Acosta
Actores Columba Domínguez, Miguel Torruco, Joaquín Cordero, Jaime Fernández, Víctor Alcócer






No es la primera vez que elogio la figura del que para mí es el mejor director de la historia del cine, el español Luis Buñuel. También he comentado el algún momento que su etapa mexicana me parece la más interesante, lograda y meritoria de las que compusieron su filmografía. A la austeridad formal y la escasez de medios se contrapuso la inteligencia, la visceralidad y la crítica social por parte del aragonés abordando ideas complicadas y temas considerados por aquel entonces tabú ya fueran las paupérrimas condiciones de vida de las clases desheredadas (Los Olvidados), la psicología torturada de cierto ciudadano medio mexicano (Él, Ensayo de Un Crimen) o las tradiciones y raíces  del país, como en el film que nos ocupa.




Dentro del grueso de esta etapa se estrenó en el año 1955 El Río y la Muerte, largometraje rodado en el tiempo record de dos semanas y basado en la novela Muro Blanco en Roca Negra del escritor mexicano Miguel Álvarez Acosta. La cinta pasó sin pena ni gloria por las carteleras y en el festival de Venecia no se entendió su temática porque la prensa especializada no conocía en absoluto el folclore, las costumbres y la cultura del país de origen del largometraje y que se retrataba en su historia central. No podemos hablar de una de las cintas más destacadas de la producción mexicana de Buñuel, pero sí de un meritorio trabajo que hace un interesante fresco de temas universales inteligentemente abordados.




Santa Bibiana es un pequeño pueblo de México cruzado por un río. Allí dos familias, los Anguiano y los Menchaca, cuya rivalidad viene de años atrás, siguen su interminable reyerta que es heredada entre hijos y sobrinos que pierden la vida por mantener intacta la valentía y el honor de sus correspondientes clanes. Gerardo, el último varón de los Anguiano, que se fue a la capital para ejercer como médico y así alejarse del baño de sangre de su pueblo natal, se ve en la obligación de volver a su antiguo hogar a petición de su madre Mercedes, que le pide que se enfrente al último descendiente de los Menchaca, que está manchando su honor y el de su estirpe.




El Río y la Muerte es principalmente un western, aunque su temática sea la de un drama enraizado en el celuloide mexicano, la estructura, estética y hasta puesta en escena (seca, austera, sin alardes innecesarios, como siempre en Buñuel) es deudora del cine del salvaje oeste norteamericano de autores como John Ford y Howard Hawkes. Pero Buñuel y su habitual colaborador (y amigo íntimo) Luis Alcoriza en realidad nos quieren hablar de las tradiciones asentadas en los más hondo del México profundo, el alejado del progreso y las grandes urbes, aquel que aún hoy tiene un concepto demasiado conservador y anticuado del honor, la gallardía y los estrechos lazos sanguíneos entre miembros de un mismo clan.




Esa tradición en la que si uno de los miembros de una de las familias enfrentadas mata de manera "honrosa" a uno de la contraria debe recorrer el río a nado y quedarse al otro lado de la orilla en soledad hasta que en el pueblo se considera que ha saldado su deuda le sirve de núcleo central al de Calanda para hablar, de manera  no muy elaborada pero bastante sugerente, de arcaísmos ideológicos enraizados en lo más profundo de la cultura azteca (pero que podría extrapolarse a cualquier zona del globo) arrastrados por equívocos conceptos como el valor, la venganza o el qué dirán los habitantes de un pueblo aposentado en el siglo anterior.




Gracias a tratar el tema de la supuesta cobardía de la que se acusan los varones de las dos familias cuando uno de ellos decide no "enfrentarse" a un componente de la casta rival, Buñuel vuelve a una de las constantes de toda su obra, el machismo y la figura de la masculinidad. Esa obcecada y cerril idea de la competitividad entre hombres por una innecesaria ley no escrita de virilidad mal entendida que a lo único a lo que da pie es que el baño de sangre en el que está sumergido el pueblo no acabe nunca, por culpa de una herencia de odio y violencia que no parece tener fin.




Lo interesante es que el mensaje final del film (un tanto obvio y maniqueo, es innegable) en el que parece afirmarse que la única manera que hay para vencer los prejuicios y los dogmátismos de los pueblos es hacerse una persona culta y con estudios no convencía ni al mismo Buñuel (como se puede ver en sus inolvidables memorias Mi Último Suspiro) pero las presiones por parte de Álvarez Acosta para que el film fuera escrupulósamente fiel al mensaje de su libro dieron pie a que el mismo se trasladara de esta manera a imágenes. Una vez más los problemas en la producción daban más de un quebradero de cabeza al español, como también sucedió en la muy recuperable El Bruto.




Pero trabajos como El Río y la Muerte contienen al mejor Luis Buñuel. No importa que los problemas con la financiación, un casting con algunos actores bastante mediocres, la escasez de medios y los problemas con los temas que abordaba intentaran dar al traste con sus proyectos. El director de La Vía Lactea o El Ángel Exterminador sabía sacar oro de un punto de partida nimio y si en casos como el que nos ocupa tenía el valor de resaltar y criticar lo que no le gustaba del país que lo acogió como a un hijo el mérito es doble, porque con ello afianzaba un discurso autoral nada acomodaticio y que no se dejaba amilanar por la nacionalidad de la tierra en la que se gestaba el producto al que estaba dando forma.



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