miércoles, 7 de abril de 2021

La Liga de la Justicia de Zack Snyder, más grande, más largo y sin cortes



Título Original Zack Snyder's Justice League (2021)
Director Zack Snyder
Guión Zack Snyder, Chris Terrio, Will Beall, basado en los personajes de DC Comics
Reparto Ben Affleck, Gal Gadot, Ezra Miller, Jason Momoa, Ray Fisher, Henry Cavill, Amy Adams, Joe Morton, Amber Heard, Jared Leto, J.K. Simmons, Connie Nielsen, Ciarán Hinds, Robin Wright, Diane Lane, Jesse Eisenberg, Joe Manganiello, Jeremy Irons, Willem Dafoe, Ryan Zheng, Ray Porter, David Thewlis, Billy Crudup, Lisa Loven




Después de años de campaña en redes adentrándose en terrenos de la ilusión desbordada por un lado y la toxicidad más incomprensible por otro e incluso de una inusual filtración en HBO Max al reproducir Tom & Jerry (Tim Story, 2021) que, como era de esperar, volvió a servir como excusa para agitar el avispero de las conspiraciones en la sombra contra su visionario director La Liga de la Justicia de Zack Snyder llegaba a la plataforma propiedad de Warner Bros el pasado día 18 de marzo en olor de multitudes virtuales. Ha pasado más de medio mes del estreno del largometraje y todavía hoy se comenta en redes, pero lo que ahora nos ocupa no es el mucho tiempo libre que ciertas personas dedican a un director y un universo ficcional al que se ha otorgado una injustificada y desproporcionada dimensionalidad, sino reseñar la obra cinematográfica en concreto.



Como todos sabemos lo que llegó a los cines en 2017 fue una versión de Justice League de la que Zack Snyder tuvo que desvincularse debido a una tragedia familiar y Warner Bros, en su afán por seguir construyendo chapuceramente su DC Extended Universe, despidió a Snyder y contrató los servicios de un Joss Whedon que en principio iba a colaborar con algunos diálogos del guión viéndose posteriormente implicado en el proyecto para intentar parchearlo de mala manera asumiendo lo que la productora le solicitó y sin poder aportar su propia impronta, en las antípodas de la del autor de 300 o Watchmen, alumbrando un monstruo de frankenstein para salir al paso que redujo una obra de proporciones mastodónticas a una cinta entretenida, muy irregular y excesivamente liviana para salir del paso.



Lo que finalmente ha visto la luz ha sido lo más cercano a la visión que tenía Zack Snyder de lo que iba a ser su Liga de la Justicia, ya que su intención era la de construir una miniserie de cuatro o seis episodios que, ante la negativa de Warner Bros, ha quedado reducida, aunque usar esa expresión en este caso sea un eufemismo, a una película de casi cuatro horas dividida en seis partes. Recuperando el material rodado por el director de Amanecer de los Muertos (2004) que se vio en cines hace cuatro años, el desechado de su montaje inicial que nunca se oficializó, añadiendo un nuevo prólogo rodado para la ocasión y aportando una inyección presupuestaria de 70 millones de dólares lo que puede verse en Zack Snyder’s Justice League es la culminación de su particular mirada hacia personajes nacidos en DC Comics, con todo lo bueno y malo que ello conlleva, que se inició en 2013.



Algo que no se puede negar de ninguna manera es que esta nueva versión de La Liga de la Justicia es un producto 100% Zack Snyder. Desde que El Hombre de Acero llegó a los cines un servidor siempre ha defendido que la visión de los personajes de DC Comics en general y de Superman en general ofrecida por el cineasta estadounidense está muy alejada de lo que los lectores llevamos viendo en viñetas durante décadas. Snyder tiene la idea de que todos los superhéroes deben ser taciturnos, oscuros o de reminiscencias mesiánicas y si ese punto de vista puede funcionar con los personajes de 300, Watchmen e incluso el Batman de Ben Affleck, que hunde sus raíces en el ideado por Frank Miller en El Regreso del Caballero Oscuro, el alter ego extraterrestre de Clark Kent no debería ser pasado por ese tamiz, a menos que lo que quiera adaptar su ideólogo sea el videojuego Injustice o algún elseworld centrado en Hombre del Mañana.



Habiendo razonado esto y siendo consciente de que lo encapsulado en La Liga de la Justicia de Zack Snyder es “su versión” de dichos iconos a un servidor no le queda más remedio que admitir encontrarse con una producción notable en la que su máximo responsable ha depositado toda su profesionalidad y compromiso para ofrecer un espectáculo pirotécnico de primer nivel, siempre dentro de los parámetros establecidos dentro del universo del blockbuster comercial típicamente hollywoodiense. En ese sentido Snyder no hace prisioneros para hiperbolizar, y en ocasiones hasta hipertrofiar, lo que según él debería ser una película de superhéroes inspirada en el mundo del cómic. El resultado será una orgiástica homilía para sus fans más enfervorecidos, una ridiculez para sus detractores más furibundos y un simple entretenimiento, bien o mal rematado, para los que nos encontramos en un término medio.



Desde su magnífico prólogo Zack Snyder da rienda suelta a su pasión por la épica desmesurada siempre sustentada en un acabado visual que para unos es considerado de una belleza superlartiva y para otros de un mal gusto avasallador. Esta será la tónica a lo largo de las cuatro horas de metraje en las que pareciera como si el director quisiera que cada plano, cada encuadre, cada uno de sus famosos ralentís supusieran el momento culminante de la obra. Esta tendencia a epatar visualmente al espectador puede transformar el visionado del film en puro gozo para unos y una tortura para otros, pero ciertamente se adecúa a la historia sobre la que se construye la cinta. Un servidor mentiría si no admitiera que en más de una ocasión alucinó con la composición visual del realizador aprovechando al máximo ese polémico e innecesario formato 4:3 que ha hecho correr ríos de tinta real y digital.



Cada batalla, cada combate cuerpo a cuerpo, cada explosión o tiroteo tiene el sello estilístico de su director, una tendencia a la sobrexplotación que emparenta muchos de los planos más dinámicos a splash pages de dibujantes como Jim Lee, Marc Silvestri o el difunto Michael Turner. El problema es que en ocasiones Snyder se pasa de frenada y lo que comienza siendo grandilocuente y solemne acaba deviniendo en hortera y hasta involuntariamente cómico. Tomemos como ejemplo la famosa escena del rescate de Iris por parte de Barry que desemboca en la escena más sonrrojante de las dos versiones existentes de la película. Una secuencia en la que la reacción inexpresiva de la accidentada, el grimoso momento del pelo y el baile de salchichas al ritmo de Song to the Siren, versión de Rose Betts, convierten todo en un desfile de sinrazones y decisiones rocambolescas que sólo pueden dar pie a la carcajada.




Y aprovechando la escena de marras podemos meternos en lo que son las carencias de la película, que haberlas haylas y algunas menoscaban el buen resultado del conjunto de la obra. Aunque previamente he confirmado asumir y aceptar lo que Zack Snyder ofrece con su propuesta se me hace imposible no arquear la ceja con esa Wonder Woman valkiria salvaje capaz de volar por los aires a un atracador ante la mirada de un grupo de niños o decapitar a un enemigo ya vencido, además de a un Superman matón que se ceba con un Steppenwolf incapaz de defenderse mostrando una versión que poco o nada tiene que ver con el de los cómics siendo hasta la de Whedon de la anterior versión del film mucho más respetuosa a pesar de su penoso no bigote digital. Todo en concomitancia con esa innecesaria manía de asumir que lo violento y oscuro es más adulto añadiendo incluso pasajes ligeramente sangrientos a una película que no los necesita quedando tan impostados como los incluidos en Aves de Presa (Y la Fantabulosa Emancipación de Harley Quinn).




Mejor parados salen Cyborg y Flash. El primero se convierte en el alma de la película y viendo la gran cantidad de metraje y relevancia que se le quitó en la versión de 2017 en parte se comprende el enfado de Ray Fisher. De esa hora y media de metraje inédito muchos minutos están dedicados a dar un trasfondo y unas inquietudes a Victor Stone, que también ve más enriquecida la relación mantenida con su padre Silas Stone (Joe Morton) ofreciendo al espectador un personaje más interesante que el de la anterior Liga de la Justicia. Barry Allen también sale reforzado, ya que si Cyborg se revelaba como el alma del film, el rol de un entregadísimo Ezra Miller es el corazón. Si aceptamos que siga siendo la descarga cómica de la velada, algo que se achacó exclusivamente a Whedon, el héroe creado por Robert Kanigher y Carmine Infantino cobra una nueva dimensión en este montaje y protagoniza la mejor secuencia del mismo, la de su carrera final para manipular el tiempo con ecos al Superman de Richard Donner.



En el apartado técnico encontramos luces y sombras. Poco se puede achacar a la labor de Zack Snyder detrás de las cámaras ya que sigue fiel a sí mismo a su megalómana puesta en escena. Pero sí es cierto que los efectos digitales no siempre están a la altura. Mientras la batalla la alianza unificada, los combates submarinos en Atlantis, las apariciones de Darkseid o el clímax final lucen un meritorio CGI pasajes como el asalto a Temiscira, el rediseño de personajes como Steppenwolf o la armadura de Cyborg cuando la luz se ve reflejada en ella muestran unas carencias que rompen la homogeneidad de la obra. El colmo de esta debilidad asumida por el film llega con el controvertido epílogo en el que Snyder se ve en la obligación de tirar de primeros planos muy cerrados para que no se noten los cromas delatando el nulo diseño de producción y aún así cuando Cyborg se quita la capucha y muestra su cuerpo completo es inevitable sentir un escalofrío subiendo por la espalda.



A colación del epílogo un servidor no puede considerarlo más innecesario. Aunque trata de mantener cierta coherencia con la “kinghtmare” de Batman vs. Superman: El Amanecer de la Justicia el único fin de esta secuencia protagonizada por Batman, Mera, Deathstroke, el ya citado Cyborg, Superman y el insufrible Joker de Jared Leto es dejar una puerta abierta para que los fans más extremistas de Zack Snyder sigan exigiendo a Warner Bros que le dejen hacer más películas con los superhéroes de DC Comics, algo que ha quedado cristalino al convertir la campaña del ReleaseTheSnyderCut en una renovada RestoreTheSnyderverse con la que algunos usuarios de redes sociales, por suerte no todos, ya han protagonizado momentos de mal gusto y desvergüenza. Comportamientos que no benefician en absoluto a un posible regreso del director para seguir con su microcosmos ficcional.



Zack Snyder’s Justice League es un colosal divertimento, la muestra quintaesencial de lo que es el discurso de su director convertido en un elseworld compuesto por seis grapas o prestigios que ponen fin, al menos por ahora, a la trilogía con la que asentó las cuestionables y no muy sólidas bases de ese DCEU con el que Warner Bros sigue sin saber exactamente qué hacer. Sus cuatro horas de desenfreno wagneriano ofrecen los suficientes aciertos para que obviemos algunas carencias que llegan incluso a restar puntos al conjunto, pero nunca a ensombrecer en demasía la experiencia de ver a estas deidades cinematográficas repartir estopa en pantalla a ritmo de Junkie XL y la playlist del Spotify de su director. Aunque reniego de gran parte del movimiento al que ha dado forma e incluso de algunos comportamientos del mismo Snyder me alegra que su película haya salido a la luz y la haya culminado dedicándola a su hija Autumn. No es arte, no es gran cine, pero es entretenimiento puro y en ese sentido no puedo más que quitarme el sombrero.


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