Título Original: Tierra (1996)
Director: Julio Medem
Guión: Julio Medem
Actores: Carmelo Gómez, Emma Suárez, Silke, Nancho Novo, Karra Elejalde, Txema Blasco, Ane Sánchez, Juan José Suárez, Ricardo Amador, Pepe Viyuela.
La de Julio Medem es una voz única e intransferible dentro del cine español. El guipuzcoano tiene una mirada tan nítida como subyugante. En sus inicios se mostró como un creador de sueños de arrebatadora belleza, en los que el amor, el sexo, la memoria y lo autóctono formaban un todo atípico y muy arriesgado conceptualmente. Obras como Vacas o La Ardilla Roja asentaron las bases de su discurso autoral y Tierra, la obra que nos ocupa lo confirmó y es, según muchos entendidos del medio y la mayoría de sus seguidores, su obra cumbre, la que condensa toda su esencia como director.
Tierra es una obra atípica, como todas los de Medem, y transmite una sensación de extrañeza poco común dentro del cine de nuestro país. Un valiente producto a contracorriente que hace uso de unos resortes narrativos nada usuales y bastante vanguardistas que no siempre funcionan, pero que honran la labor de su autor por atrevidos. Tierra sería el resultado de que Wim Wenders y David Lynch se dieran de la mano, aunaran sus talentos y situaran sus miradas en un onírico paraje desértico situado en ninguna parte y en todos sitios a la vez.
Tierra habla, presumiblemente, de la mente de Ángel, un esquizofrénico (inmenso y desdoblado Carmelo Gómez) que dice ser mitad hombre, mitad divinidad. Nos narra la lucha de esas dos partes, la terrena y la que no es de este mundo, por encontrar sus respectivos caminos por medio del amor. Representado este por dos personajes antagónicos, Mari y Ángela. A la primera le pone cara y sobre todo físico Silke, esa promesa desinflada en el mismo instante de su primera aparición pública que a parte de un cuerpo para el pecado no tiene nada más que ofrecer como actriz. A la segunda le da vida una maravillosa Emma Suarez en su época de mayor esplendor, una actriz muy correcta de una belleza turbadora y naturalista.
El problema de Tierra con un servidor es el mismo que con la mayoría de las obras del director de La Pelota Vasca. Soy consciente de sus hallazgos, de su hondura, de su mirada metafísica y existencial sobre el ser humano, pero casi siempre me quedo fuera de juego, y no porque no me implique con el producto o no lo vea con una total ausencia de prejuicios. Es que el cine de Medem argumentalmente no me llega, con esos diálogos solemnes, muchas veces acertados pero otras cargados de cierta pedantería, y su poderío visual (grande Aguirresarobe), en ocasiones se muestra genial, pero en otras se me antoja como los ramalazos de un caprichoso esteta que en verdad no entiende en toda su globalidad la historia que está narrando y debe aderezarla con florituras.
La obra que aquí comento es cine destacado dentro nuestro celuloide. Es la cima del estilo etéreo, sexualizado y cargado de violencia a flor de piel que se inició con Vacas (su para mí mejor obra dentro de la ficción y posiblemente de manera bastante paradójica también la menos accesible), siguió con la interesante pero demasiado hermética y crispante La Ardilla Roja, cerrándose aquí entre pesticida, gitanos, paisajes de aire extraterreno, amor, sexo unas veces consumado y otras no, y los conceptos muy vascos del amor por la tierra y la identidad personal. Lo que vendría después de aquella obra de transición llamada Los Amantes del Círculo Polar, ya es otra historia y de ella se hablará, aunque en otro momento. Tierra es la quintaesencia del discurso de un creador total al que respeto profundamente, pero al que no admiro en la medida justa como para considerarme uno de sus fieles acólitos.
Tierra es una obra atípica, como todas los de Medem, y transmite una sensación de extrañeza poco común dentro del cine de nuestro país. Un valiente producto a contracorriente que hace uso de unos resortes narrativos nada usuales y bastante vanguardistas que no siempre funcionan, pero que honran la labor de su autor por atrevidos. Tierra sería el resultado de que Wim Wenders y David Lynch se dieran de la mano, aunaran sus talentos y situaran sus miradas en un onírico paraje desértico situado en ninguna parte y en todos sitios a la vez.
Tierra habla, presumiblemente, de la mente de Ángel, un esquizofrénico (inmenso y desdoblado Carmelo Gómez) que dice ser mitad hombre, mitad divinidad. Nos narra la lucha de esas dos partes, la terrena y la que no es de este mundo, por encontrar sus respectivos caminos por medio del amor. Representado este por dos personajes antagónicos, Mari y Ángela. A la primera le pone cara y sobre todo físico Silke, esa promesa desinflada en el mismo instante de su primera aparición pública que a parte de un cuerpo para el pecado no tiene nada más que ofrecer como actriz. A la segunda le da vida una maravillosa Emma Suarez en su época de mayor esplendor, una actriz muy correcta de una belleza turbadora y naturalista.
El problema de Tierra con un servidor es el mismo que con la mayoría de las obras del director de La Pelota Vasca. Soy consciente de sus hallazgos, de su hondura, de su mirada metafísica y existencial sobre el ser humano, pero casi siempre me quedo fuera de juego, y no porque no me implique con el producto o no lo vea con una total ausencia de prejuicios. Es que el cine de Medem argumentalmente no me llega, con esos diálogos solemnes, muchas veces acertados pero otras cargados de cierta pedantería, y su poderío visual (grande Aguirresarobe), en ocasiones se muestra genial, pero en otras se me antoja como los ramalazos de un caprichoso esteta que en verdad no entiende en toda su globalidad la historia que está narrando y debe aderezarla con florituras.
La obra que aquí comento es cine destacado dentro nuestro celuloide. Es la cima del estilo etéreo, sexualizado y cargado de violencia a flor de piel que se inició con Vacas (su para mí mejor obra dentro de la ficción y posiblemente de manera bastante paradójica también la menos accesible), siguió con la interesante pero demasiado hermética y crispante La Ardilla Roja, cerrándose aquí entre pesticida, gitanos, paisajes de aire extraterreno, amor, sexo unas veces consumado y otras no, y los conceptos muy vascos del amor por la tierra y la identidad personal. Lo que vendría después de aquella obra de transición llamada Los Amantes del Círculo Polar, ya es otra historia y de ella se hablará, aunque en otro momento. Tierra es la quintaesencia del discurso de un creador total al que respeto profundamente, pero al que no admiro en la medida justa como para considerarme uno de sus fieles acólitos.
Yo también creo que Vacas es su mejor película a todos lo niveles, desde el simbólico, al visual, aunque tengo debilidad por La ardilla roja y esa Emma Suárez... esa Emma Suárez.
ResponderEliminarTierra me parece formalmente abrumadora pero con una empanada conceptual importante.
Emma Suarez es una diosa y en La Ardilla Roja exhala sensualidad y sexualidad por todos y cada uno de los poros de su piel.
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