viernes, 21 de agosto de 2020

Darkman, el hombre sin rostro



Título Original Darkman (1990)
Director Sam Raimi
Guión Sam Raimi, Ivan Raimi, Daniel Goldin, Joshua Goldin, Chuck Pfarrer
Reparto Liam Neeson, Frances McDormand, Colin Friels, Larry Drake, Nelson Mashita, Jesse Lawrence Ferguson, Ted Raimi, Jenny Agutter, Dan Hicks, Nicholas Worth, Julius Harris, Toru Tanaka, Dan Bell, Bruce Campbell, Frank Noon, William Dear




Cuando decidimos publicar los viernes estas retro-críticas nuestra intención era, no sólo reseñar aquellas adaptaciones cinematográficas de cómics que nunca habían encontrado su lugar en Zona Negativa o que si lo tuvieron fue antes de existir la redacción de cine, sino cubrir el vacío de estrenos dentro de este subgénero que la pandemia y el estado de alarma a nivel mundial impusieron a Hollywood, viéndose en la obligación de reestructurar totalmente su calendario previamente establecido. Hoy, después de siete de esas retro-reseñas, vamos a hacer una excepción hablando de una de esas películas que sin estar inspiradas directamente en ningún cómic, no sólo toma señas de identidad de cientos de ellos, sino que también ha sido considerada con el paso del tiempo casi una muestra más dentro de este tipo de celuloide. Hablamos como no podía ser menos de Darkman, cuarta película del cineasta estadounidense Sam Raimi que después de dos éxitos como Posesión Infernal (Evil Dead, 1981) o Terroríficamente Muertos (Evil Dead II, 1987) y un fracaso como Ola de Crímenes, Ola de Risas (Crimewave, 1985) decidió facturar su propia película de superhéroes hecha a medida, al no poder implicarse en producciones centradas en algunos de sus personajes favoritos como Batman o The Shadow. El resultado supuso un enorme éxito para el director de El Ejército de las Tinieblas (1992) que le abrió definitivamente las puertas de Hollywood.




Darkman fue un proyecto impulsado por la productora Renaissance Pictures, fundada por el mismo Sam Raimi y sus amigos Robert Tapert y Bruce Campbell junto a por Universal Pictures que puso en manos de los cineastas un presupuesto de entre 18 y 20 millones de dólares. A partir de una idea de Sam Raimi, que en su origen no dejaba de ser un relato de 30 páginas titulado The Darkman, el director se ocupó del guión junto a su Hermano Ivan Raimi, los también emparentados Daniel Goldin y Joshua Goldin o Chuck Pfarrer. Para dar vida al protagonista se recurrió a un todavía no muy conocido actor escocés llamado Liam Neeson que sólo tres años después protagonizaría la película que le cambiaría la vida a las órdenes de Steven Spielberg. A la pareja del personaje principal le dio vida la enorme Frances McDormand, grandiosa actriz y vieja conocida por Sam Raimi debido a su estrecha amistad con los hermanos Joel y Ethan Coen. Al dúo de villanos le pusieron rostro y físico un icono de la serie B como Larry Drake y Colin Friels, actor australiano de origen escocés que no se prodigó demasiado en Hollywood tras su paso por Darkman. En roles más episódicos tenemos a viejos conocidos del director como su otro hermano, Ted Raimi, Dan Hicks, Nicholas Worth o el indispensable Bruce Campbell cuya aparición en el film se litima a un breve, pero icónico, cameo. Danny Elfman en la banda sonora, Bill Pope en la dirección de fotografía y Tony Gardner como diseñador de los importantes efectos de maquillaje ponián el broche de oro a un proyecto con todo a su favor para convertirse en un éxito.




El Doctor Peyton Westlake (Liam Neeson) y su ayudante Yakitito (Nelson Mashita) están a punto de conseguir un gran avance en la creación de una variante de piel sintética cuyo fin será ayudar a personas con graves quemaduras corporales. Cuando su novia, la abogada Julie Hastings (Frances McDormand), descubre los asuntos sucios de uno de sus clientas más importantes, el empresario Louis Strack (Colin Friels), este envía a su banda de matones a sueldo comandados por el peligroso Robert Durant (Larry Drake) en busca de los archivos que delatan sus negocios ilícitos a la casa de Julie y encontrándose allí con Peyton y Yakutito. Los criminales asesinan al ayudante del científico y a Peyton lo desfiguran bestialmente haciendo explotar su laboratorio mientras lo dan por muerto al no haber sido encontrado su cadáver, supuestamente calcinado por por el brutal ataque al inmueble. Pero Peyton Westlake no ha perdido la vida, sino que ha quedado totalmente desfigurado y una vez huye del hospital en el que se encontraba confinado decide seguir con sus experimentos y saciar su sed de venganza contra aquellos que arruinaron su vida, separándolo de la mujer a la que amaba.




Aunque ya hemos mencionado que Darkman se adscribe sin demasiados problemas al cine superheróico, aunque sería más acertado decir que pertenece al “antiheróico”, sus raíces vienen precisamente del género que más ha cultivado Sam Raimi a lo largo de su carrera detrás de las cámaras. La trágica historia de Peyton Westlake no deja de ser una reformulación y modernización de El Fantasma de la Ópera, novela y personaje creado por el autor francés Gastón Leroux, con apuntes de clásicos de la literatura de terror o los monstruos a los que la Universal Pictures dio renovada fama durante los años 30 del siglo pasado. En este sentido es inevitable que vengan a nuestra mente novelas como Frankenstein (Mary Shelley, 1818), El Extraño Caso del Doctor Jekyll y Mr. Hyde (Robert Louis Stevenson, 1886), El Hombre Invisible (H.G. Wells, 1897) o sus distintas versiones en imagen real tanto para la pantalla grande como la pequeña. Esta decisión conceptual y estilística hibrida los géneros ya citados, pero también añade apuntes de drama, acción, suspense, literatura pulp y hasta pinceladas cartoonescas propias de la puesta en escena del Sam Raimi de sus primeros años.




Con respecto a su adhesión e influencia del mundo del cómic los ecos a The Shadow o Batman son tan notorios como inevitables. A propósito del personaje creado por Bill Finger y Bob Kane el estreno un año antes de la primera película del Hombre Murciélago dirigida por Tim Burton deja una huella más que notable en la estética de Darkman y no lo decimos sólo por el score compuesto por Danny Elfman, muy similar al que puso a disposición de aquella exitosa superproducción de 1989, sino por muchos detalles estilísticos, tonales y atmósfericos. No sabemos si estas similitudes son intencionadas o pura casualidad, pero es inevitable reparar en ellas, de la misma manera que después de ver la soberbia adaptación que Alex Proyas rodó en 1994 de El Cuervo, el exitoso cómic independiente de James O’Barr, se antoja lógico rememorar no pocos pasajes de esta Darkman y su mezcla oscuro urbanismo, neogoticismo y hasta Grand Guiñol en sus pasajes más enloquecidos. Darkman bebió de muchos referentes para tomar forma, pero su sombra también fue alargada durante la década de los 90 y no sólo por las producciones derivadas de ella que mencionaremos brevemente al final de la entrada.




En comparación con los que había contado en sus anteriores propuestas cinematográficas el presupuesto de Darkman supuso un salto enorme para Sam Raimi, más si cabe teniendo en cuenta que ejercía cargos de importancia en el largometraje alejados de su labor como realizador, lo que equivalía a más responsabilidad y no ser sólo un mercenario elegido por los productores para seguir directrices a las que no podría negarse. Con suma inteligencia el cineasta nacido en Michigan sabe ceder ante lo que no deja de ser una superproducción y desde el mismo arranque del film lo plaga de espectaculares y muy bien ejecutadas secuencias de acción con las que demuestra bastante soltura. En cambio son los pasajes más ceñidos al terror o los centrados en cómo la voluntad y mente del protagonista van deteriorándose gradualmente tras su horrendo accidente los elegidos por Sam Raimi para insuflar sus señas estéticas y narrativas como el uso nervioso de la cámara, angulaciones imposibles, efectos especiales prácticos, una puesta en escena bordeante en lo cartoonesco (aunque no de manera tan explícita como en otros de sus trabajos previos o posteriores) y una utilización excelsa del maquillaje, transmitiendo este en todo momento al espectador la supuesta “falsedad” de las máscaras artificiales que utiliza Peyton para suplantar la identidad de sus rivales, convirtiéndose las mismas en un recurso narrativo más.




Liam Neeson ofrece carisma y elegancia a Peyton Westlake antes de sufrir el ataque que le deforma de por vida y tras este son la compasión y el terror los sentimientos que el protagonista de Michael Collins transmite al patio de butacas, con un trabajo notable que al sustentarse tanto en el maquillaje nos retrotrae a algunos de los papeles más recordados del mítico Lon Chaney, el “Hombre de las Mil Caras”, que como recordamos también dio vida a el Fantasma de la Ópera en el film homónimo dirigido por Rupert Julian en 1925. De la doble ganadora del Oscar, Frances McDormand, poco más podemos decir, ya que hasta con un papel esquemático y supeditado irremisiblemente al de Liam Neeson consigue salir airosa del envite gracias a su profesionalidad. En cuanto a los dos villanos el Louis Strack de Colin Friels no está a la altura como versión light del empresario desalmado prototípico de las cintas de ciencia ficción estadounidenses de Paul Verhoeven y en cuanto a crueldad es devorado impunemente por el Robert Durant de Larry Drake que sin demasiado esfuerzo se revela como el personaje más imponente de la obra gracias a su rotundidad física o detalles como su atípica costumbre de coleccionar dedos previamente amputados con la cuchilla de su mechero.




De la misma manera que El Protegido (M. Night Shyamalan, 2000), pero en las antípodas de la intencionalidad de aquella, Darkman es el homenaje al mundo del cómic por parte de un director que desde sus inicios en el medio audiovisual siempre estuvo muy influenciado por el arte secuencial en casi todas sus vertientes. En la cuarta película de Sam Raimi no faltan héroes trágicos, damiselas en apuros, villanos de opereta, secuaces de cortas entendederas y frases lapidarias. Todos ello componiendo lugares comunes que el creador de Ash vs. Evil Dead no acomete de manera condescendiente, sino con sincera reverencialidad. El éxito de Darkman dio lugar a dos secuelas directas para vídeo, con Arnold Voosloo sustituyendo a Liam Neeson como Peyton Westlake y Larry Drake volviendo en una de ellas como Robert Durant, el episodio piloto de una serie que nunca salió adelante, novelas, videojuegos, figuras coleccinables e incluso, en un ejercicio de retroalimentación no exento de ironía, varios cómics editados por Marvel y Dynamite Entertainment en los que este vigilante desfigurado, siempre inasequible al desaliento, seguía luchando contra el crimen encontrando así un pequeño, pero bien posicionado, hueco en el corazón del fandom que acogió al Hombre Oscuro como un superhéroe más.



martes, 18 de agosto de 2020

Blade, hijos de la medianoche




Título Original Blade (1998)
Director Stephen Norrington
Guión David S. Goyer, basado en el cómic de Marv Wolfman y Gene Colan
Reparto Wesley Snipes, Stephen Dorff, Kris Kristofferson, Sanaa Lathan, Donal Logue, Traci Lords, Udo Kier, N’Bushe Wright, Arly Jover, Kevin Patrick Walls, Tim Guinee, Eric Edwards, Donna Wong, Carmen Thomas, Shannon Lee, Kenny Johnson




Eric Darren Brooks, conocido popularmente como Blade, debutó en el número 10 de la mítica colección Tomb of Dracula allá por el lejano julio de 1973. Los impulsores más importantes de la inolvidable cabecera, el guionista Marv Wolfman y el dibujante Gene Colan, presentaron en aquella grapa un cazador de vampiros de raza negra que, al igual que otros personajes como Power Man o Pantera Negra, nació en clave de respuesta por parte de la Casa de las Ideas al potente auge de la cultura blaxpolitation había alcanzado a finales de los 60 y principios de los 70 en Estados Unidos. Tras su puesta de largo enfrentándose al conde transilvano volvió a vérselas con él en no pocas ocasiones dentro de dicha serie aunando fuerzas con los héroes de la misma, Frank Drake y Rachel Van Helsing, para más tarde hacer acto de presencia a lo largo de aquella misma década en Vampire Tales #8 o Marvel Preview #3 y #8. Tras diez años prácticamente desaparecido del mapa volvió a la máxima potencia durante los 90 para vérselas con el Motorista Fantasma, Blaze o Morbius, entre otros, formando parte de los Hijos de la Medianoche e incluso protagonizando su propia colección conformada por diez entregas. Fue a finales de aquella misma década, con el personaje conociendo una nueva edad dorada en el mundo de las viñetas, cuando Blade debutó en la pantalla grande durante una época en la que las adaptaciones de personajes de cómic al celuloide no se encontraban en su mejor momento, algo que cambió notablemente con su llegada.




Aunque en cierta manera se ha oficializado que el boom de las películas inspiradas en personajes de cómics nació con X-Men (Bryan Singer, 2000) o Spider-Man (Sam Raimi, 2002) lo cierto es que fue esta primera incursión de Blade en pantalla grande con la película homónima la que dio el psitoletazo de salida a manos de New Line Cinema. Los responsables de extrapolar las aventuras del cazador de vampiros creado por Marv Wolfman y Gene Colan fueron el guionista David S. Goyer, profesional por aquel entonces desconocido, pero más tarde estrechamente vinculado al mundo de los superhéroes tanto en cómics como en celuloide, y el cineasta británico Stephen Norrington que tras un debut, Maquina Letal (1994), convertido en pieza de culto, entraba con todas las de la ley en Hollywood mediante su segundo largometraje. De dar vida al protagonista se encargó un Wesley Snipes en la cumbre de su carrera, que también ejerció como productor del proyecto junto a viejos conocidos como Stan Lee y Avi Arad, viéndose acompañado por secundarios como Stephen Dorff, N’Bushe Wright, Kris Kristofferson, Donal Logue, Traci Lords, Kenneth Johnson o un clásico del cine sobre vampirismo como es el veterano actor alemán Udo Kier.




Mientras seres humanos y vampiros mantienen una tensa paz por puro interés mutuo en la ciudad de Detroit, Blade (Wesley Snpies) ejerce como un cazador de vampiros que, paradójicamente, pertenece a dicha raza aunque no alimentándose de sangre humana y pudiendo caminar a plena luz del día sin que el sol lo calcine como le sucede al resto de sus congéneres. Mientras tanto el Consejo de las Sombras, un importante clan vampírico, se debate entre permanecer en la clandestinidad manteniendo negocios con los humanos mientras se alimentan furtivamente de ellos como promulga el líder, Gaetano Dragonetti (Udo Kier), o enfrentarse a ellos y eliminarlos por ser inferiores, teoría defendida por el joven e impulsivo Deacon Frost (Stephen Dorff) único no “pura sangre” del consejo. A la guerra que está por llegar y en la que Blade, acompañado de su mentor, Abraham Whistler (Kris Kristofferson), se verá implicado de una manera u otra se suma la aparición de la Doctora Karen Jenson (N’Bushe Wright) una hematóloga que se cruza en el camino del protagonista cobrando capital importancia en el devenir de acontecimientos futuros en el que el alter ego justiciero de Eric Darren Brooks deberá librar la batalla más importante de su no vida.




Blade es, desde una perspectiva cinematográfica, un producto hijo de la década de los 90. Por este motivo a nivel estético lo planteado por David S. Goyer, Stephen Norrington y Wesley Snipes no se parece demasiado a ninguna de las encarnaciones en papel previas del personaje, ni siquiera a la que discurrió coetánea con la producción y estreno del largometraje. Secuencias de acción espectaculares, ritmo acelerado, montaje efectista y una estética entre cyberpunk y urbana asentaban las bases de un proyecto que, sin saberlo, estaba predestinado a cambiarlo todo en el cine comercial estadounidense. Planteada desde su misma concepción como una película para público adulto, con una califiación R para su estreno en Estados Unidos, fueron precisamente adolescentes los que más se dejaron embriagar por las sangrientas correrías de “el que ha visto el sol”. Esto se debe principalmente a que el cineasta encargado de extrapolar el personaje al medio cinematográfico conocía perfectamente lo que demandaban unos espectadores algo cansados de visiones pulcras e inmaculadas de los superhéroes clásicos, mientras buscaban versiones más oscuras y presuntamente adultas de los mismos, un pensamiento muy adherido a la década de los 90 e impulsado, en cierta manera, por la irrupción de la editorial independiente Image Comics.




Sería de ilusos eludir u obviar que el arranque de Blade, la primera secuencia tras el prólogo, no sólo es un pasaje espectacular, sino que consigue sintetizar con pericia la esencia misma del producto dejando a la libre elección del espectador si entra en el juego propuesto por sus máximos responsables o huye despavorido ante semejante declaración de principios. El asalto del personaje principal a la sangrienta sala rave a ritmo del ya icónico Confusion (Pump Panel Reconstruction Mix), de New Order, con la consiguiente masacre de vampiros se convirtió con los años en una de las secuencias más celebradas del cine de acción de los 90. Hoy esa espectaculiridad ha mermado, en cierta manera por culpa de uno de los mayores defectos del film, lo mal que han envejecido algunos de sus efectos digitales, pero es ineludible que realización, montaje, coreografías de lucha y banda sonora funcionan a la máxima potencia gracias a una labor conjunta en el apartado técnico que deja en muy buen lugar a Stephen Norrington, más de lo merecido vista su posterior filmografía detrás de las cámaras.




A partir de ahí la amalgama entre acción, terror y cine de artes marciales heredero de la escuela hongkonesa rinde a lo largo de casi todo el metraje, sólo notándose las numerosas carencias en un humor ineficaz en casi todo momento, recayendo casi al 100% en uno de los personajes más insoportables de la película al que volveremos más tarde al hablar del reparto. Blade no sólo marcaría, como ya dijimos previamente, el primer gran éxito de taquilla que abriría paso a futuras adaptaciones de cómics al celuloide, también dejó huella con su estética en producciones posteriores facturadas en el seno de Hollywood y no sólo en films protagonizados por personajes del arte secuencial. Ciertamente no es algo que se pueda confirmar, porque al estreno de ambas cintas las separa un corto espacio de tiempo, pero si alguien nos dijera que las hermanas Wachowski vieron en el cine Blade, el film se estrenó en plena producción de Matrix, y se llevaron unas cuantas ideas para la obra que les dio la fama sería difícil negarlo, porque desde una perspectiva estilística y visual las similitudes son tantas que se antoja casi imposible negarlas o dejarlas pasar.




En 1998 Wesley Snipes se encontraba en lo más alto de su carrera, no sólo como estrella del cine de acción, sino también ganándose cierta fama como intérprete dramático que le llevó incluso a obtener el año anterior la Copa Volpi al mejor actor en el festival de Venecia por su papel en Después de Una Noche (Mike Figgis, 1997) de manera que sus problemas personales, entre ellos los del fisco y la cárcel, quedaban lejos todavía. Snipes interpreta un Blade ejemplar, alejado del verborréico que nos presentaron Wolfman y Colan en los 70 y más moderno que cualquiera de sus versiones posteriores en las viñetas, pero respetando totalmente su esencia y en ese sentido la obra es impecable, algo que se extenderá a las siguientes entregas en las que encarnó al personaje con independencia de la mayor o menor calidad de las mismas. A un físico rotundo o unos conocimientos amplios de artes marciales y lucha cuerpo a cuerpo se suman grandes cantidades de carisma revelando a Snipes como el pilar maestro sobre el que se construye el proyecto y siendo él consciente de ello interviniendo en su producción, como anteriormente hemos afirmado.




En cuanto a los secundarios tenemos luces y sombras. Acierto mayúsculo la elección del veterano Kris Kristofferson dando vida a Abraham Whistler, el actor de Ha Nacido Una Estrella (1976) o La Puerta del Cielo (1980) da el aire cansado, lacónico y chulesco que el rol necesita. N’Bushe Wright hace lo que puede con un secundario que aun intentándolo, por mediación de David S. Goyer al guión, no consigue huir del todo del estereotipo de personaje femenino cuya principal misión es la de potenciar al masculino principal. Stephen Dorff dribla con estilo y lascivia una versión poco agradecida de Deacon Frost, muy alejada de la primigenia vista en papel, que se suma a la larga galería de villanos de adaptaciones de cómics, independientemente de si las factura Marvel o DC, pobremente caracterizados que sólo funcionan por la labor de aquellos que los encarnan, aunque en ocasiones ni eso. Donald Logue se lleva la peor parte, su interpretación de Quinn es lo peor del film, su presencia se antoja irritante y su responsabilidad como descarga cómica todo un fracaso. Udo Kier interviene en sólo un par de escenas, pero el alemán siempre se muestra señorial, hasta en ocasiones como la presente, en la que acaba hecho cenizas contemplando el astro rey en pleno amanecer.




Sería una necedad no admitir que a Blade se le nota el paso del tiempo, es una pieza coyuntural que en pleno 2020 se revela anticuada en ciertos aspectos. Pero también es ineludible que sigue siendo diabólicamente entretenida, potente, cafre y frenética. Tras ella su director siguió adaptando cómics con la inenarrable La Liga de los Hombres Extraordinarios, a la que tarde o temprano también dedicaremos una retro-crítica, y tanto Blade como Wesley Snipes continuaron su cruzada contra los no muertos en Blade II, secuela a manos del mexicano Guillermo del Toro, y Blade Trinity, cierre de la trilogía en el que era esta vez el mismo David S. Goyer quien se ponía detrás de las cámaras. Más allá de valoraciones puramente cinematográficas Blade supuso la punta de lanza de lo que ha acabado convirtiéndose en un subgénero que atrae a millones de espectadores a las salas de cine, pero también despierta el recelo de aquellos profesionales del audiovisual que ven en esta homogeneización del cine comercial estadounidense una lacra que impide a otro tipo de proyectos encontrar su hueco. De eso y la nueva versión del personaje a manos de Marvel Studios que interpretará Mahershala Ali hablaremos en otro momento.




jueves, 13 de agosto de 2020

Una Historia de Violencia



Título Original A History of Violence (2005)
Director David Cronenberg
Guión John Olson, basado en el cómic de John Wagner y Vince Locke
Reparto Viggo Mortensen, Maria Bello, William Hurt, Ed Harris, Ashton Holmes, Heidi Hayes, Stephen McHattie, Greg Bryk, Peter MacNeill, Kyle Schmid, Gerry Quigley, Aidan Devine, Sumela Kay




En el año 1997 la editorial estadounidense Paradox Press publicó un cómic de 286 páginas titulado A History of Violence. El trabajo fue ideado por el guionista británico John Wagner y el ilustrador estadounidense Vince Locke, que ya había colaborado con el co creador de Judge Dredd en las páginas de la colección dedicada al juez, jurado y verdugo. La obra fue un éxito, se ganó con los años el título de pieza de culto y su licencia de edición pasó a formar parte del catálogo de Vertigo, el icónico y ya extinto sello propiedad de DC Comics. New Liene Cinema, que venía de tocar el cielo con las manos gracias al descomunal éxito de la trilogía de El Señor de los Anillos, obra literaria de J.R.R. Tolkien llevada a la gran pantalla por el director neozelandés Peter Jackson, adquirió los derechos de Una Historia de Violencia y durante la primera mitad de la década pasada se puso en funcionamiento para producir una adaptación cinematográfica. Contra todo pronóstico el director elegido para llevar a buen puerto el proyecto fue David Cronenberg, autor que en un principio nadie vincularía con la traslación a imagen real de un cómic, por muy alejado que este se encuentre de la vertiente más comercial del medio. Para escribir el guión inspirado en la labor de Wagner y Locke se sumó al proyecto John Olson, escritor curtido en el mundo del cortometraje y la serie B.




Una Historia de Violencia está protagonizada por Viggo Mortensen, actor estadounidense también ligado a New Line Cinema y El Señor de los Anillos, por motivos que todos conocemos, comenzando aquí una fructífera serie de colaboraciones con David Cronenberg que cristalizó en tres películas, Promesas del Este (2007), Un Método Peligroso (2011) y la que nos ocupa en esta entrada. Le acompañan Maria Bello, en aquella época encadenando algunos de los mejores trabajos de su carrera o Ashton Holmes y Heidi Hayes completando a la familia Stall. En el bando opuesto encontramos a Ed Harris y Willam Hurt, dos excelentes y veteranos actores que vuelcan toda su sapiencia interpretativa para dar vida a una pareja de personajes que parecen tener vínculos muy estrechos con el principal. La película se rodó en 2004 en distintas localizaciones de la ciudad de Ontario, como casi siempre sucede con las producciones de David Cronenberg, y tuvo su puesta de largo internacional un año después en el festival de Cannes de 2005 recibiendo una larga ovación tras su proyección en la sección oficial a concurso. Su presupuesto fue de 32 millones de dólares, recaudando 61 después de su carrera comercial internacional.




Tom Stall (Viggo Mortensen) vive una apacible existencia con su mujer Edie (Maria Bello), su hijo Jack (Ashton Holmes) y su pequeña hija Sarah (Heidi Hayes) en la ciudad de Milbrook, situada en el estado de Indiana. Un día la cafetería propiedad de Tom es asaltada por Leland (Stephen McHattie) y Billy (Greg Bryke), dos asesinos y atracadores que amenazan a los clientes del local. De manera repentina Tom ataca a los asaltantes matándolos antes de cumplir sus amenazas. Tras estos hechos Tom es considerado por la opinión pública y los medios de comunicación un héroe local que en un acto espontaneo de valentía consiguió reducir a los criminales antes de que se cobraran ninguna vida. Poco después el protagonista recibe la visita del gangster Carl Fogarty (Ed Harris). Este misterioso hombre asegura que Tom es un tal Joey Cusack al que conoció años atrás, afirmación negada en redondo por el recién coronado héroe por accidente. Poco a poco la familia Stall verá su aparentemente idílica vida amenazada por el asedio continuado de Fogarty y sus hombres que insisten en la idea de que Tom no es quien dice ser, lo que llevará a a todos los personajes a sumergirse en una inesperada espiral de violencia que finalmente les vinculará con un tal Richie Cusak (William Hurt) hermano del supuesto Joey.




Una Historia de Violencia comienza con un alarde visual impropio en David Cronenberg. Un plano secuencia de cinco minutos, ejecutado con un travelling lateral, sigue a los dos delincuentes que cambiarán la vida de los Stall mientras cometen uno de sus brutales crímenes. David Cronenberg se encuentra en las antípodas de ser un esteta caprichoso y si se toma una licencia como esta en la que la puesta en escena se aleja de su habitual contención siempre será con una excusa conceptual y narrativa y sí, este arranque sirve para marcar el tono crudo de la propuesta cinematográfica y mostrar al espectador de lo que son capaces estos dos asesinos a sangre fría. Tras este prólogo la misión de David Cronenberg es mostrarnos la idílica vida de la familia Stall en Milbrook. Esta localidad del medio oeste es expuesta ante el espectador como las que hemos visto cientos de veces previas en ficción con sus vecinos amables, trabajadores voluntariosos, parroquianos amistosos y rituales comunales propios de una humilde sociedad en la que no parece haber cabida para el horror que está por llegar. Los Stall son una familia feliz, con Tom y Edie manteniendo una vida sexual sana y sus hijos creciendo en un buen entorno. Pero los problemas de bullying sufridos por Jack, el hijo mayor, en el colegio parecieran el presagio de esa violencia que explotará de un momento a otro.




Al igual que sucedía en Terciopelo Azul (David Lynch, 1986) cuando Jefrey Beaumont (Kyle McLachlan) encontraba una oreja cercenada en el suelo de un jardín este idílico cuadro de Norman Rockwell pintado por David Cronenberg y John Olson se va a ver pronto salpicado de sangre. La escena del atraco frustrado por Tom muestra una violencia cruda, muy gráfica, nada estilizada o glorificadora. El canadiense trata de causar repulsión en el espectador cuando el protagonista mata a los dos atracadores. Lo que vemos es desagradable y aunque se lleve a cabo por motivos bienintencionados lo capturado en pantalla dista de ser un acto heróico. A partir de aquí algo se quiebra en la narración, la estampa inmaculada de la familia Stall comienza a resquebrajarse y la llegada de Carl Fogarty no hace más que acentuar esa sensación al sembrar la semilla de la duda afirmando que nuestro impecable y valeroso protagonista es un farsante. A partir de este momento la continua sensación de ubicua amenaza nos retrotrae a Alfred Hitchcock, pero a un nivel estructural y de tono nos adentramos en un western que eclosiona al fin con la visita de Fogarty y sus compinches en la casa de los Stall haciendo que todo vuele por los aires y dé comienzo una película completamente distinta a la que estábamos viendo. Ese “Debí haberte matado en Philadelphia” cae como una bomba atómica en plena sala de butacas.




Desde ese mismo momento entra en escena una de las constantes autorales más adheridas al discurso cronenbergiano. La identidad del individuo, su maleabilidad o capacidad adaptativa, Tom Stall se revela como Joey Cusak, un brutal mafioso que en el pasado asesinó a decenas de personas y decidió redimirse abandonado su vida para crearse otra a medida con mujer e hijos. Una vez más la “Nueva Carne” es extrapolada a un plano psicológico, alejándose de la primera etapa de la filmografía del canadiense en la que dichas mutaciones eran materializadas desde una perspectiva física. Pero el subtexto del relato va más allá, Tom Stall muere y con él el Sueño Americano, no otra cosa que un juego de humo y espejos sustentado en la mentira, y la prístina visión de la familia media estadounidense. Porque después del primer impacto tras salir a la luz toda la verdad los miembros restantes aceptarán sin muchos ambages, e incluso se verán contaminados por ella, la “nueva” y salvaje personalidad del protagonista. El contraste entre la primera escena de sexo, mucho más naif, y la polémica segunda, en la que Edie se deja seducir violentamente por alguien que ya no es su marido, confirman como una farsa toda esa vacua ensoñación que desde los primeros compases del film Cronenberg ha ido construyendo.




Para romper el último vínculo con su pasado criminal el personaje de Viggo Mortensen viaja hasta Philadelphia para rendir cuentas con Richie, su hermano mayor, interpretado por un William Hurt pletórico que consiguió con sus pocos minutos en pantalla una merecida nominación al Oscar en la categoría de mejor actor secundario, junto a la de John Olson en la de mejor guión adaptado las únicas a las que aspiró el film en su año de estreno. Después de una conversación en la que las dos partes apuntan llegar a un acuerdo Richie manda a sus hombres asesinar a Joey, pero este los elimina y acaba matando a su hermano huyendo del lugar para volver a Milbrook. Allí le esperan Edie, Jack y Sarah cenando en la cocina que, contra todo pronóstico, le aceptan como uno más en la reunión sin poner impedimento. En estos últimos compases es muy simbólico y esclarecedor que sean, Sarah primero y Jack después, los que ofrecen “plato y comida” a Joey, dejando claro que son sus hijos, sus herederos, los que tomarán su relevo y casi con toda seguridad seguirán su misma senda. El rostro de aceptación de Edie y un primer plano de Joey con los ojos bañados en lágrimas cierran la penúltima obra maestra de uno de los mejores directores de la historia del cine.




Al igual que sucedió con La Mosca David Cronenberg encontró en Una Historia de Violencia, un proyecto ajeno y de cariz más comercial, muchos de los temas que ayudaron a cimentar su indispensable filmografía. El éxito de crítica y público convirtieron esta adaptación del cómic de John Wagner y Vince Locke en la película más taquillera de la carrera de su director, algo que ayudó, y mucho, a que sólo dos años después Focus Features, división de cine independiente de Universal Pictures, contratara sus servicios, y de nuevo los de Viggo Mortensen, para incursionar otra vez en el mundo del hampa con Promesas del Este, la última gran obra de un genio como el de Ontario que con sus trabajos posteriores no estuvo tan atinado, aunque un servidor tiene Un Método Peligroso en alta estima. Un enorme apartado artístico encabezado por un colosal Viggo Mortensen, un guión capaz de capturar la esencia del cómic que toma como inspiración y un director cuya veteranía le permite adaptarse a cualquier proyecto, sin dejar de ser él mismo o renunciar a su discurso personal en ningún momento, conforman una de las mejores adaptaciones cinematográficas de un cómic jamás rodadas. Casi cinco años llevamos sin el estreno de una nueva película de David Cronenberg, y en tiempos convulsos como los actuales es algo que no podemos, ni debemos, permitirnos.


viernes, 31 de julio de 2020

Transgresión Continua Express 2020 - Junio


El Gran Dictador (Charles Chaplin, 1940) - Chaplin habló por primera vez y el mundo entero calló. No ya un clásico intemporal con la mejor convivencia entre comedia y drama de la historia del cine, sino un grito desgarrado contra los totalitarismos tan necesario hoy como entonces



Perro Blanco (Samuel Fuller, 1982) - Un Samuel Fuller de 70 años deposita toda su sapiencia cinematografía en esta desgarradora y lírica parábola sobre racismo, violencia y maltrato animal. La última obra maestra de un genio adentrándose en el crepúsculo de su carrera.



Revolutionary Road (Sam Mendes, 2008) - Sam Mendes adapta a Richard Yates como si de un perverso melodrama de Douglas Sirk se tratara, añadiendo al conjunto desencanto y derrotismo con intención de viviseccionar un matrimonio en crisis. Leonardo DiCaprio y Kate Winslet colosales.



Upgrade (Leigh Whannell, 2018) - Atípica distopía, entre Robocop y Desafío Total, con brutales elementos de acción, notable diseño de producción y una cámara imbuida por la estética cyberpunk y biónica de la propuesta. Por desgracia no explota al 100% su interesante planteamiento



El Hombre Invisible (Leigh Whannell, 2020) - ¿Se puede utilizar la enésima adaptación de la obra literaria de H.G. Wells como un retrato desolador sobre la violencia machista hibridando pasajes de puro terror con un monumental trabajo actoral de Elisabeth Moss? Sí, se puede.



Color Out Of Space (Richard Stanley, 2019) - Richard Stanley regresa por todo lo alto al campo de la dirección adaptando a H.P. Lovecraft. Tras una gradual escalada de tensa calma todo explota en un viaje lisérgico a la locura cósmica y la descomposición de un núcleo familiar.



Otra Vuelta de Tuerca (Floria Sigismondi, 2020) - A pesar de la exquisita puesta en escena de la directora, el vistoso diseño de producción y una entregada Mackenzie Davis el guión no consigue capturar nada de la esencia que Henry James imprimió en su novela.




El Amo del Calabozo (Varios, 1984) - Nueve directores se reparten la realización de esta cutre y divertida mezcolanza entre Tron, Dungeons & Dragons y Mad Max producida por Empire Pictures. El resultado es un simpático juego de mesa viviente o su equivalente electrónico en 8 bits




Da 5 Bloods (Spike Lee, 2012) - A pesar de sus carencias, como la grandilocuencia, el exceso de metraje o la caótica mezcla de géneros, Da 5 Bloods funciona como reformulación del cine de Vietnam a manos de un Spike Lee siempre militante en su necesaria lucha por reivindicar los derechos y la historia de su raza



Capone (Josh Trank, 2020) - Desastre sin paliativos a manos de Josh Trank que intentando buscar una crepuscularidad viscontiniana riega de estupideces y fluidos corporales los últimos días del mafioso. Tom Hardy compone desde la desmesura un Capone insufrible y caricaturesco.




Los Miserables (Tom Hooper, 2012) - Ni el innecesario barroquismo visual de Tom Hooper, el exceso de diálogos cantados o el holgado metraje pueden anegar la enorme labor vocal e interpretativa del reparto o la esencia del musical inspirado en la obra de Víctor Hugo.



Selfie (Víctor García León, 2017) - Ingenioso y ácido falso documental sobre un niño pijo viendo su vida acomodada desaparecer por culpa de su padre, un ministro corrupto. Santiago Alverú brilla en todo momento, pero Macarena Sanz es una robaplanos nata.




El Culo del Mundo (Andreu Buenafuente, 2014) - Documental dirigido, co escrito y protagonizado por el humorista y presentador Andreu Buenafuente, centrado en su época de mayor crisis profesional. Tierno, sincero e ideal para conocer al catalán en la intimidad y rodeado de su gente



Betaal (Patrick Graham, 2020) - Miniserie india que confraterniza clásicos de John Carpenter como Asalto a la Comisaría del Distrito 13, La Niebla, y el Príncipe de las Tinieblas. Con potente look visual y una atmósfera sórdida se revela como una fruiciosa y estimable propuesta.

sábado, 25 de julio de 2020

Jonah Hex, por un puñado de dólares




Título Original Jonah Hex (2010)
Director Jimmy Hayward
Guion Mark Neveldine, Bryan Taylor, William Farmer, basado en el cómic de John Albano y Tony DeZuniga
Reparto Josh Brolin, John Malkovich, Megan Fox, Michael Fassbender, Will Arnett, Aidan Quinn, Wes Bentley, Tom Wopat, Julia Jones, Jeffrey Dean Morgan, Michael Shannon, John Gallagher Jr.




Jonah Hex hizo su primera aparición como personaje de DC Comics en All-Star Western Nº10 el mes de febrero del año 1972. Creado por el guionista John Albano y el dibujante Tony DeZuniga no tardó en protagonizar su propia cabecera a lo largo de 92 números. Tras una vida editorial intermitente durante los 80 con una serie titulada Hex volvió a la primera línea de fuego en la década de los 90 con una miniserie de tres entregas a manos de Joe R. Lansdale y Tim Truman dentro del sello Vertigo con ambos autores mezclando el origen adscrito al western del antihéroe con una pátina sobrenatural cercana al terror. Ya en los 2000 fue el tándem de guionistas formado por Jimmy Palmiotti y Justin Grey, acompañados por todo tipo de ilustradores, el encargado de insuflar nueva vida a Jonah Hex con un notable éxito y acercándolo a una nueva generación de lectores. Tras el huracán suscitado por los New 52 en 2011 Hex protagonizó la colección All-Star Western Vol. 3 donde pudo seguir sumergiéndose en todo tipo de aventuras todavía a manos de los autores de Power Girl o Las Colinas Tienen Ojos: El Comienzo. Contra todo pronóstico y siendo un personaje desconocido fuera del mundo de las viñetas en el año 2010 Warner Bros, DC Entertainment y Legendary Pictures se asociaron con los productores Akiva Goldsman y Andrew Lazar, que en los 90 ya habían intentado llevar a Jonah Hex a la pequeña pantalla, para sacar adelante un largometraje en imagen real del cowboy con el rostro desfigurado.




Para llevar a buen puerto el proyecto se contrataron los servicios de los directores estadounidenses Mark Neveldine y Bryan Taylor famosos por realizar divertidas y anárquicas cintas de acción como las que componían el díptico Crank o Gamer. Junto a William Farmer ambos cineastas escribieron una historia que ellos mismos convertirían en guión para más tarde encargarse de llevarlo a imagen real detrás de las cámaras. Antes de comenzar la producción del largometraje Neveldine y Taylor abandonaron abruptamente el proyecto por las consabidas diferencias creativas con los productores teniendo estos que buscar otro director, Jimmy Hayward, y ellos un nuevo proyecto relacionado con el mundo de las viñetas que dos años después cristalizó en la demencial, autoparódica y frenética Ghost Rider: Espíritu de Venganza. (2012). Una vez el autor de Horton (2008) ocupó la silla del director el rodaje dio comienzo con Josh Brolin encabezando como Jonah Hex un reparto al que se sumaron rostros conocidos como John Malkovich, Megan Fox, Michael Fassbender, Will Arnett, Wes Bentley, un fugaz Michael Shannon y un no acreditado Jeffrey Dean Morgan. De los modestos 47 millones de dólares que costó el film sólo recuperó poco más de 10 convirtiéndose en un notorio fracaso de taquilla, para colmo también masacrado por la crítica.




A un proyecto como Jonah Hex se le notan desde el minuto uno los numerosos problemas en los que se vio inmerso durante su producción. Más allá de la notable bisoñez de Jimmy Hayward con el cine en imagen real el irregular montaje que denota en no pocas ocasiones bruscos cortes y reshoots que posiblemente obedecieran a un montaje calificado R del que posteriormente Warner Bros se arrepintió menoscaban de raíz la puesta en escena y el tono de una obra que no parece ser consciente de su propia naturaleza como pieza cinematográfica. Los responsables detrás de la propuesta parecen incapaces de trasladar con pericia las aventuras del personaje al celuloide y mucho menos amalgamar con acierto la vertiente más clásica de sus primeras aventuras con la más cercana al terror y el ocultismo de su etapa contemporánea. A esto debemos sumar la incapacidad de Jimmy Hayward a la hora de capturar la esencia western del film, ya que sus referentes quedan suavizados y minimizados dejando el tono de Jonah Hex en una impersonal y algo anodina tierra de nadie a medio camino entre un inocuo spaguetti western y la estética steampunk que impera en la recta final del metraje.




Como otras cintas en las que personajes de cómics debutan por primera vez en el mundo del cine Jonah Hex es una historia de orígenes y los expuestos en esta producción de 2010 mezclan los de la génesis del personaje con sus primeros encontronazos con uno de sus villanos más recurrentes, Quentin Turnbull. El resultado es la típica historia de venganzas cruzadas y Ley del Talión en la que el antihéroe y su némesis se embarcan en una encarnizada búsqueda mutua para eliminarse mutuamente. En este sentido el guión de Mark Neveldine y Bryan Taylor es un inofensivo y nada destacable cúmulo de tópicos adscritos al western con toques sobrenaturales que no terminan de convivir armónicamente con la propuesta realista que bascula el grueso del relato, algo que las versiones en papel del personaje desarrolladas en los 90 y 2000 sí consiguieron. En este sentido no mucho queda a lo que aferrarnos más allá de algunas secuencias de acción competentemente ejecutadas, un par de situaciones relacionadas con el más allá bien resueltas por el director y poco más. La desgana, apatía e impersonalidad siempre en paralelo a un cineasta que ejerce de mero mercenario para acabar la película lo antes posible y desvincularse de ella construyen el endeble esqueleto sobre el que se sostiene una nadería como la que nos ocupa en esta entrada.




La desidia generalizada que transmiten prácticamente todos los apartados de Jonah Hex también es extensible a un reparto que, en líneas generales, deja entrever al espectador lo poco o nada que creían en el material puesto en sus manos para sacar adelante la película. Antes de dar vida a sus icónicas versiones de Thanos y Cable Josh Brolin intentó un par de veces coquetear con las adaptaciones de cómics al séptimo arte, resultando las dos en fracaso, una fue Sin City: Una Dama Por la Que Matar (2014) y la otra la que desgranamos en esta entrada. Sería injusto decir que el actor de No Es País Para Viejos (2007) o American Gangster (2007) no hace un buen trabajo, porque su versión de Jonah Hex exhala la rudeza, carisma y fisicidad necesarias para encarnarlo con acierto. Buenas palabras podemos tener también con un Michael Fassbender que debió disfrutar de lo lindo en la piel tatuada de Burke. Pero el resto de casting parecía querer terminar lo antes posible con sus roles de ahí que Megan Fox, ya una actriz muy limitada, poco pueda hacer Lilah o un John Malkovich que ni tirando de veteranía puede alejar a Quentin Turnbull de un simplista villano de opereta. De otros como Will Arnett, Aidan Quinn o Wes Bentley y sus escasos minutos en pantalla poco podemos decir y en cuanto a Michael Shannon el reto es encontrarlo en la película, ardua tarea si tenemos en cuenta que su, ya de por sí breve, papel queda reducido a un cameo por obra y gracia de la sala de montaje.




Jonah Hex fue alumbrada en una etapa confusa para Warner Bros y DC Entertainment. Con la trilogía del Batman de Christopher Nolan todavía en desarrollo, habiendo conseguido un éxito descomunal con El Caballero Oscuro, quedaban tres años para que el DCEU diera sus primeros y titubeantes pasos con El Hombre de Acero, de manara que proyectos como Watchmen, Green Lantern o Jonah Hex fueron utilizados para tantear el terreno sin conseguir ninguna de ellas el éxito esperado. Para colmo la adaptación del personaje creado por John Albano y Tony DeZuniga tuvo que vadear con múltiples problemas como el despido de sus directores (con ellos hubiéramos visto una película diametralmente diferente y mucho más divertida) y la indecisión de unos productores no sabiendo qué hacer con un proyecto al que hasta el meritorio score compuesto por Marco Beltrami y la banda de metal progresivo Mastodon parecía quedarle tan grande como inadecuado. Sólo Josh Brolin y Michael Fassbender o breves fogonazos del interesante personaje que es Jonah Hex podemos destacar de una pieza que al menos entretiene y se pasa en un suspiro gracias a sus ajustados 80 minutos de metraje. Más allá de eso un producto de consumo rápido para degustar en una tarda aburrida para olvidarlo justo cuando concluyan los títulos de crédito finales.





sábado, 18 de julio de 2020

Spawn, death and rebirth




Título Original Spawn (1997)
Dirección Mark A.Z. Dippé
Guión Alan B. McElroy y Mark A.Z. Dippé, basado en el cómic de Todd McFarlane
Reparto Michael Jai White, John Leguizamo, Martin Sheen, Theresa Randle, Roger Yuan, Nicol Williamson, D.B. Sweeney, Melinda Clarke, Miko Hughes




Es ineludible que uno de los acontecimientos más importantes dentro del mundo del cómic durante la década de los 90 fue la creación del sello independiente Image Comics. Como todos recordamos a principios de aquella década Marvel Cómics vendía millones de ejemplares dentro de varias de sus cabeceras como The Amazing Spider-Man, X-Men, X-Force o Lobezno principalmente gracias a una nueva ola de dibujantes que supieron conectar con un público joven deseoso de consumir este tipo de productos en los que primaba la espectacularidad visual por encima de los guiones. Jim Lee, Marc Silvestri, Erik Larsen, Todd McFarlane, Rob Liefeld, Jim Valentino o Whilce Portacio daban ventas descomunales a la Casa de las Ideas mientras ellos se sentían minusvalorados por los contratos leoninos que firmaron con la editorial impidiéndoles sacar beneficio, ni siquiera de los personajes que ellos mismos habían creado. De manera que este grupo de profesionales crearon su propia empresa, dividida a su vez en varios subsellos, con la que dieron un fuerte golpe en el mundo del arte secuencial creando cada uno de ellos su propias colecciones protagonizadas por uno o más personajes. De entre todas ellas destacó Spawn, serie escrita y dibujada por el canadiense Todd McFarlane que al poco tiempo se convirtió en la cabecera más representativa de Image Comics.




Desde que debutara en mayo de 1992 vendiendo la friolera de casi un millón setecientos mil ejemplares de su primer número la idea de llevar a Spawn al medio cinematográfico siempre estuvo entre los planes de distintas productoras y sobre todo en la cabeza de su creador, Todd McFarlane. Al poco tiempo de consagrarse como una de las series más vendidas de los 90 dentro del negocio del cómic, pudiendo mirar de frente a productos ideados por Marvel y DC, McFarlane comenzó a abandonar gradualmente su faceta de artista para ir ejerciendo el rol de empresario, de manera que una de sus principales intenciones fue convertir las infernales aventuras de Al Simmons en una superproducción hollywoodiense, consiguiéndolo por fin en 1997. Producida por New Line Cinema y con el mismo creador del cómic estrechamente ligado a la producción del largometraje Spawn contó con holgados medios para debutar en el medio audiovisual. De adaptar las primeras aventuras del personaje a un guión se ocupó Alan B. McElroy y de ponerse detrás de las cámaras Mark. A.Z. Dippé, experto en efectos especiales curtido en las filas de Industrial Light and Magic de George Lucas, compañía que también se ocuparía en esta ocasión de dicho apartado junto a KNB EFX Group, responsables del maquillaje y diseño de los personajes. La fotografía de Guillermo Navarro y la banda sonora de Graeme Revell culminaban un apartado técnico del todo prometedor.




Para interpretar a Al Simmons y su alter ego necroplásmico se contrataron los servicios del Michael Jai White, actor especializado en cine de acción y experto en artes marciales que dio sus primeros pasos en Troma Entertainment con las secuelas de El Vengador Tóxico. Le acompañaron Theresa Randle como Wanda Simmons, D.B. Sweeney dando vida a Terry Fitzgerald, Nicol Williamson en la piel de Cogliostro, Melinda Clarke poniendo voz y físico a Jessica Priest, Martin Sheen dando un toque de distinción a Jason Wynn y John Leguizamo vistiendo el atuendo de Clown/Violator, entre otros. La película se estrenó el 1 de agosto de 1997 y después de un muy buen primer fin de semana se vino abajo en la taquilla, aunque consiguió doblar su presupuesto de 45 millones de dólares con su recaudación global. Más allá de sus no muy destacables resultados recaudatorios Spawn se ha ganado con los años una fama de película infecta que no merece y en la siguiente entrada vamos a intentar destacar tanto sus virtudes como sus carencias con la miisión, no de reivindicarla al 100%, pero sí de valorarla en su justa medida confirmando que a pesar de sus notables fallos no es peor que muchos otras adaptaciones de cómics a la pantalla grande de reciente factura siendo estas tan o más reprobables que ella.




A nivel conceptual y estructural Spawn es una prototípica historia de orígenes. Por ello el guionista Alan B. McElroy condensa en 90 minutos la génesis del personaje en los cómics, o lo que viene siendo lo mismo, los primeros números de la colección original de los 90. Al Simmons es uno de los mercenarios más letales al servicio del gobierno de Estados Unidos. Durante una misión es traicionado, asesinado y quemado vivo por su superior Jason Wyn. Mientras es dado por muerto Simmons se traslada al Infierno y allí acepta un trato con el demonio Maleboglia para convertirse en el líder de su ejército apocalíptico a cambio de permitirle volver a la Tierra y reencontrarse con su prometida. Ya convertido en Spawn, haciendo uso de sus nuevos poderes sobrenaturales y ayudado por el demencial Clown, Simmons buscará venganza contra Jason Wynn, pero la intervención del misterioso Cogliostro trastocará sus planes. Salvando algunos cambios como que es Jessica Priest, personaje creado para la película que posteriormente dio el salto a las viñetas, el ejecutor material de Al Simmons y no Chapel (Youngblood), o que la hija de Wanda Simmons lo es también del protagonista y no de Terry Fitzgerald la fidelidad con lo narrado por Todd McFarlane en 1992 es más que notoria.




Spawn, la película, respeta no sólo la esencia del cómic de Todd McFarlane, sino también la de los primeros años de Image Comics. De la misma manera que en el trabajo del autor canadiense el sobrecargado apartado visual eclipsaba al argumento sobre el que construyó las andanzas de Al Simmons el largometraje de Mark A.Z. Dippé es un producto en el que la forma devora impunemente al fondo. Esta adaptación cinematográfica no sólo se deja imbuir por los parámetros visuales de la colección señera del personaje, también toma prestada mucha de la estética tanto de los dos Batman facturados por Tim Burton como, sobre todo, de la adaptación que Alex Proyas realizó de El Cuervo, el icónico cómic independiente escrito e ilustrado por James O’Barr. En este sentido la ambientación entre gótica y urbana sobrevuela todo el diseño de producción de una pieza que lucha por mostrar la naturaleza sórdida, grotesca y explícita del tebeo original mientras hace malabarismos por mantener una calificación moral PG13 que permitió en su momento a los menores de edad ver la obra en los cines, pero apelando a cierta visceralidad impropia en las cintas protagonizadas por personajes superhéroicos, algo de lo que presumía el mismo Todd McFarlane cuando creó al personaje a principios de los 90 para el mundo del tebeo.



Teniendo en cuenta que el aspecto visual iba a ser el pilar maestro sobre el que se construiría Spawn no es de extrañar que tanto New Line Cinema como Todd McFarlene se inclinaran por contratar para rodarla no sólo a un experto en efectos especiales, sino también a un realizador debutante y poco conocido que cedería ante las exigencias de los productores. Curiosamente el apartado técnico es en el que el film de Mark A.Z. Dippé encuentra sus mayores virtudes y más notables flaquezas. El CGI utilizado en Spawn fue polémico desde su misma puesta de largo internacional como obra cinematográfica. Siendo premiados en el Festival de Sitges de 1997 para unos el galardón estaba más que justificado y para otros era una herejía. Vista hoy, más de veinte años después de estreno, podemos afirmar que el uso del pixel en la cinta tiene luces y sombras. Por un lado es ineludible que toda la recreación del Infierno y el diseño de Maleboglia producen vergüenza ajena, no sólo por lo mal que han envejecido, sino también porque desde su misma concepción ya eran notablemente deficientes. Todo lo contrario acontece con el traje de Spawn que, si obviamos el uso puntual de su característica y descomunal capa, mantiene muy bien el tipo a la hora de cubrir el cuerpo del personaje protagonista, no pudiendo discernir el espectador en ocasiones cuando es un disfraz real o una recreación por ordenador. A medio camino quedan las apariciones de Violator, irregular en cuanto a ejecución, pero a años luz del ya mencionado caso de Maleboglia.




En lo referido al reparto la elección de Michael Jai White como Al Simmons no podemos afirmar que fuera un acierto, pero el actor va sobrado de presencia y rotundidad física, compensando así una inexpresividad que tampoco es excesiva al tener pocos minutos en pantalla como versión humana del protagonista. Theresa Randle, D.B. Sweeney, Melinda Clarke o un ya por aquel entonces repelente Miko Hughes acometen con desgana unos roles a los que, ciertamente, no dan muchos minutos de lucimiento en pantalla. Mejor lo hacen Nicol Williamson como Cogliostro y Martin Sheen componiendo muy dignamente un Jason Wynn reconocible como villano de opereta estereotipado. Pero si bien es cierto que en líneas generales el casting no destaca en manera alguna, transmitiendo cierta desidia, ya se ocupa John Leguizamo de equilibrar la balanza con su trabajo. Debajo de las capas de maquilaje creadas por Kurtzman/Nicotero/Berger y el vestuario que lo personifica como una contrapartida en imagen real idéntica a la versión en viñetas el intérprete de origen colombiano eclipsa al resto del apartado artístico mediante una labor excelsa componiendo un Clown carismático, granguiñolesco, histriónico, propenso al humor negro y muy divertido. El actor de Atrapado Por Su Pasado (Carilto’s Way, 1994) o John Wick y su labor delante de las cámaras hacen que el visionado de Spawn merezca la pena, convirtiéndose en el mayor atractivo de la película
.



Spawn es tanto una adaptación fiel del cómic publicado por una primigenia Image como un producto mediocre a distintos niveles, pero merecedor de una justa revisión, ya que un servidor no puede reprocharle mucho más que a otras producciones recientes adscritas al subgénero como Aves de Presa (Y la Fantabulosa Emancipación de Harley Quinn), Hellboy o X-Men: Fénix Oscura y a otras algo más alejadas en el tiempo como Daredevil, Ghost Rider, Elektra o Catwoman a las que deja en evidencia en no pocos aspectos. Un guión endeble y una orgía visual (que no consigue alcanzar todo el horror vacui de las viñetas de Todd McFarlane) a ritmo de rock, metal industrial y techno superventas o un John Leguizamo desaforado como Clown es lo que ofrece esta propuesta de 1997 que recoge todo el “ruido y la furia” propias de los años 90 que también se extendió al arte secuencial en la, para muchos, peor década del medio. Del eternamente pospuesto reboot escrito y dirigido por el mismo creador del personaje con Jamie Foxx interpretando al protagonista poco más sabemos y con toda la situación del estado de alarma a nivel mundial obligando a posponer proyectos y rodajes ahora mismo su futuro queda más en suspenso que nunca.