lunes, 9 de marzo de 2015

La Mujer de Negro: El Ángel de la Muerte



Título Original The Woman in Black: Angel of Death (2014)
Director Tom Harper
Guión Jon Croker basado en la novela de Susan Hill
Actores Helen McCrory, Jeremy Irvine, Phoebe Fox, Oaklee Pendergast, Adrian Rawlins, Ned Dennehy, Faith Elizabeth, Jorge Leon Martinez, Leanne Best





En el año 2012 una renovada Hammer Films estrenó The Woman in Black, segunda adaptación (la primera corrió a cargo de Herbet Wise para la televisión británica en 1989) a imágenes de la novela homónima de la escritora inglesa de literatura gótica Susan Hill. Para trasladar el libro a un guión contrataron a Jane Goldman, habitual colaboradora del cineasta Matthew Vaughn y para la dirección a James Watkins que venía de llamar la atención con su debut Eden Lake, abordando un tipo de terror que poco tenía que ver con el de la cinta que nos ocupa. El protagonista elegido fue un Daniel Radcliffe deseoso de quitarse la imagen del Harry Potter al que había dado vida durante diez años y unos actores secundarios británicos de sobrada profesionalidad como Ciaran Hinds o Janet McTeer entre otros. El resultado fue un soberbio ejemplo de cine de terror que hundía sus raíces en la Hammer, el Roger Corman que adaptaba a Edgar Allan Poe y Suspense (The Innocents) de Jack Clayton. Una atmósfera inquietante, un diseño de producción y una fotografía exquisitas y un reparto en estado de gracia hicieron de La Mujer de Negro una magnífica pieza cuyo éxito dejó abierta la puerta a una futura secuela. Con unos equipos técnico y artístico totalmente renovados llega a la cartelera española esta inevitable segunda parte titulada La Mujer de Negro: El Ángel de la Muerte, dirigida por el realizador Tom Harper curtido en la televisión británica y un reparto de actores poco conocidos fuera de las fronteras del Reino Unido. Esta segunda parte se muestra como un producto irregular que muestra lo mejor de sí mismo cuando se refleja en su predecesora y falla cuando se entrega a los brazos de los clichés propios del celuloide de terror actual.




Hay dos películas batallando en el interior de La Mujer de Negro: El Ángel de la Muerte. La primera quiere, reflejándose en los aciertos de la primera entrega, rendir tributo al clasicismo cinematográfico británico, sugiriendo más que explicitando y conteniendo el tempo, todo para que el terror en el relato fluya con naturalidad. Por otro la que prefiere ir a lo sencillo, al susto facilón y tramposo, la que decide aterrorizar por la vía auditiva a una platea que espera que la inquietud venga por las dotes como narrador del cineasta al mando, no de los efectos de sonido y los brutales golpes de banda sonora. A lo largo de los 98 minutos de metraje de la obra esta confrontación queda en tablas, ya que dicha secuela nos ofrece algunos momentos de tensión memorables que, aunque no ofrecen la superlativa ejecución de los de su predecesora, muestran el oficio de Tom Harper o sus buenas intenciones y otros en los que la poca inventiva y confianza en si mismo incita al hombre que se encuentra detrás de las cámaras a apelar a trucos burdos más propios de cintas de terror adolescentes americanas que de la productora que gestó la primera La Mujer de Negro o el sobresaliente remake de Déjame Entrar a manos del talentoso Matt Reeves.




La historia está localizada en 1941 durante la segunda guerra mundial y narra cómo dos profesoras y un grupo de alumnos huyen de los bombardeos nazis y dan a parar a la isla en la que se encuentra la casa de la familia Eel Marsh en la que tenían lugar los hechos en los que se vio implicado en abogado Arthur Kipps en la primera entrega cincuenta años antes. Allí la directora del colegio, una de las profesoras con un hecho traumático en su pasado y un piloto de la RAF (Royal Air Force) velarán por los niños que se verán desde la misma llegada a la mansión acosados por la presencia de Jennet Humfrye, que sigue morando por la zona en busca de venganza por la muerte de su hijo. El punto de partida que puede recordar a clásicos como La Residencia de Narciso Ibáñez Serrador o Suspiria de Dario Argento es sólo una excusa para llenar la casa en la que se desarrolla la acción de niños para que la mujer de negro los vaya eliminando (recordemos que la maldición rezaba que en cobro por la muerte de su hijo Nathaniel, Jennet acabaría con todos los niños que habitaran en la ciudad de Crythin Gifford) ante la mirada impotente de los personajes adultos.




Tom Harper muestra bastante oficio desde el arranque del largometraje y sabe sacar partido de la fotografía o la dirección artística y consigue sacar ideas interesantes de las irregulares escenas oníricas pero, a diferencia del James Watkins de la primera entrega, en pocas ocasiones consigue insuflar una verdadera atmósfera de morbidez o malignidad en las paredes de esa casa maldita hasta los cimientos. Con todo es triste ver que si en ocasiones puede llegar a inquietar con una imperceptible mano en el agujero de un techo o una silueta vista a través de una sábana en otras ocasiones utilice burdos recursos de naturaleza conceptualmente sensacionalista para inquietar al espectador. El reparto de actores se mueve entre el simple cumplimiento (las dos profesoras a las que dan vida Helen McCrory y Phoebe Fox o el piloto al que da voz y cuerpo Jeremy Irvine) y la mediocridad de unos niños (encabezados por un insípido Oaklee Pendergast) abordando unos y otros personajes esquemáticos y prototípicos (el niño apocado, el pretendiente que no es lo que parece, el personaje “que no cree” y se dará cuenta de “su error”) que al menos cumplen su cometido en lo que se refiere a protagonizar las escenas de tensión y angustia intercaladas en el metraje y que son lo mejor de la velada.




The Woman in Black: Angel of Death finalmente resulta ser una producción rudimentaria y de escasa originalidad que se queda en un trabajo de consumo rápido para ver durante una noche aburrida en la que no tengamos nada más interesante que degustar. Lejos de los aciertos de su predecesora la película de Tom Harper oscila entre lo aceptable y lo fallido ofreciendo una historia mil veces vista que no aprovecha del todo el potencial del nuevo icono del cine de terror que tiene en sus manos y que si va a seguir siendo abordado de manera tan insuficiente será mejor dejarlo dormir el sueño de los justos. La nueva Hammer Films tiene un considerable potencial pero tan pronto ofrece proyectos muy acertados como Déjame Entrar o La Mujer de Negro como otros irregulares y fallidos del estilo de La Victima Perfecta (The Resident) de Antti Jokinen o el largometraje que nos ocupa que por desgracia no cumple con lo que se le exigía. Por desgracia esa El Estigma del Mal (The Quite Ones) rodada por John Pogue (autor de aquel engendro llamado Quarantine 2: Terminal) y que todavía no ha visto la luz en nuestro país no augura que esta nueva etapa de la factoría que nos ofreció durante el siglo XX obras maestras como La Maldición de Frankenstein o Drácula: Príncipe de las Tinieblas, ambas pertenecientes al inolvidable cineasta Terence Fisher, haya encontrado la senda que la encamine al éxito de crítica y público que su legado le demanda.


miércoles, 4 de marzo de 2015

Green Zone, mentiras de guerra



Título Original Green Zone (2009)
Director Paul Greengrass
Guión Brian Helgeland basado en el libro de Rajiv Chandrasekaran
Actores Matt Damon, Greg Kinnear, Brendan Gleeson, Amy Ryan, Jason Isaacs, Khalid Abdalla, Yigal Naor, Said Faraj, Antoni Corone, Raad Rawi





El cine del director irlandés Paul Greengrass siempre es sinónimo de calidad y compromiso, incluso el grueso de su obra que ya forma parte de la encorsetada maquinaria de Hollywood. Después del éxito internacional de su tercer (y hasta ahora mejor) film Bloody Sunday su carrera ha sido meteórica, implicándose de lleno en la saga de Jason Bourne, rodando la segunda (El Mito de Bourne) y tercera parte (El Ultimatum de Bourne) y sacando adelante proyectos valientes de un considerable trasfondo político como la soberbia United 93 y la meritoria y recuperable Capitán Philips. Pero la obra que nos ocupa es aquella Green Zone de 2009 con la que Greengrass, recibiendo la inestimable ayuda del guionista Brian Helgeland, adaptó a imágenes (de manera bastante libre) la novela Vida Imperial en la Ciudad Esmeralda: Dentro de la Zona Verde de Irak del periodista norteamericano de origen hindú, Rajiv Chandrasekaran.




El largometraje relata los hechos acaecidos en Irak un mes después de la invasión del ejército de Estados Unidos al país. Seguiremos los pasos del equipo MET (Mobile Exploitation Team) del Capitán Roy Miller (Matt Damon basando su personaje en el oficial del ejército americano Richard "Monty" Gonzales) que se revelará contra sus superiores cuando poco a poco y sumando una misión fallida tras otra descubra que la supuesta presencia de armas de destrucción masiva en el país asiático era una excusa para que el gobierno de la admnistración Bush tomara Irak por intereses mucho más egoístas que instaurar la democracia en aquella zona. Miller y unos pocos ayudantes se enfrentarán a Clark Poundstone (Greg Kinnear) el representante del Pentágono que se ocupa de proporcionar a Inteligencia Militar información falsa con respecto a la presencia del inexistente arsenal químico en poder del régimen de Saddam Hussein.




Green Zone podría ser la contrapartida de la reciente El Francotirador (American Sniper) con la que Clint Eastwood y Jason Hall adaptaban la autobiografía del SEAL Chris Kyle. Mientras la notable cinta protagonizada por Bradley Cooper obviaba los motivos por los que se inició la invasión a Irak centrándose en idealizar la carrera militar del protagonista de la obra, el largometraje de Paul Greengrass, sin eludir su naturaleza de cine bélico, apunta directamente a los motivos políticos que dieron origen a aquel conflicto iniciado hace más de una década y que sigue coleando en la actualidad. El cineasta irlandés pone las cartas sobre la mesa y se deja de medias tintas, sabe lo que quiere transmitir y cómo hacerlo con la ayuda de su guionista y su actor principal




El autor de Resurrection vuelve a hacer uso de ese tono documental que ha ido forjando con el paso de los años y que hoy día es una de las señas de identidad de su impronta como narrador. La cámara de Green Zone está a pie de calle, se arrastra por la arena de Diwaniya y recorre sus estrechas calles repletas de pólvora, metralla y muerte, Greengrass sabe hacer uso de la inmediatez cinematográfica, la cámara al hombro y un naturalismo dinámico  y cortante, pero en esta ocasión se excede con el uso abusivo del grano y el ruido que en varias ocasiones más que transmitir verismo o cercanía llega a confundir y saturar a un espectador por culpa de una fotografía que en momentos puntuales peca de confusa y forzada.




Esta vibrante puesta en escena, indivisible a la visión cinematográfica de su realizador, como en otros de sus trabajos sirve para sustentar un mensaje crítico, esta vez contra la intervención en Irak auspiciada por la administración del anterior presidente de Estados Unidos, George W. Bush El cineasta utiliza a modo de MacGuffin las falsas pruebas presentadas a Naciones Unidas por el ministerio de defensa de Estados Unidos con las que confirmaban la presencia de armas de destrucción masiva en el país asiático, que en un acto reduccionista un tanto autocomplaciente en el guión se limita a una sola persona (cuando sabemos que aquello no se limitó a un sólo individuo) perteneciente al Pentágono (el Clark Poundstone de un convincente Greg Kinnear) y esta excusa narrativa es la que bascula todo el entramado de la película y su discurrir.




Una de las máculas, que todo hay que decirlo son pocas y de escasa importancia, es cierto subrayado con el mencionado tema del arsenal químico que en ocasiones es expuesto con una obviedad casi ingenua en pantalla, como si Greengrass y el guionista Brian Helgeland (Mystic River o L.A Confidential) creyeran estar revelando material de alto secreto cuando a pocas personas a lo largo del globo se les escapaba ya en aquel 2009 en el que el film vio la luz que los motivos por los que se invadió Irak fueron méramente económicos y estratégicos. A eso habría que sumárle cierta gelidez formal impropia de alguien como el director de Extraña Petición (The Theory of Flight) que con films como United 93, Capitán Philips y Bloody Sunday conseguía agarrar por las solapas a un espectador que quedaba tocado después del visionado de dichos trabajos.




Por suerte el número de aciertos de Green Zone solapa sus escasas carencias. El guión del autor de El Fuego de la Venganza (Man on Fire) o Deuda de Sangre (Blood Work) apunta ideas de considerable interés como abogar por dar voz individual a unos soldados que no deben dejarse llevar siempre por las órdenes de sus superiores cuando crean que las mismas son cuestionables o moralmente reprobables y reflejar mínimamente al bando contrario mostrando las motivaciones y reflexiones, equivocadas o no, de los iraquíes ya sean civiles (como el caso del Freddy al que da vida el habitual de los últimos films de Greengrass, Khalid Abdalla) o colaboradores del régimen de Sadam Hussein (el general Mohammed Al Rawi al que ofrece convicción física Igal Nagor) alejándose así de productos (Black Hawk Derribado o la ya mencionada El Francotirador) que retrataban a los enemigos del ejército americano como seres inhumanos que sobre el papel eran poco más que zombies u objetivos a los que eliminar.




La penúltima cinta de Paul Greengrass forma un interesante díptico junto a United 93, dos obras que narran hechos surgidos de los inefables atentados del 11 de septiembre de 2001 y que históricamente en varios aspectos cambiaron el panorama político y social internacional en general y el estadounidense en particular. Por desgracia como obra, a pesar de sus buenas intenciones, llegó un poco tarde para hablar de un tema como el de la guerra de Irak, puede que para intentar evitar el escaso éxito y fría acogida que recibieron trabajos más cercanos a la fecha de inicio de dicho conflicto (En el Valle de Elah, Redacted, Generation Kill) siendo críticos con el mismo. Con todo Green Zone es una notable muestra de cine bélico perfectamente ejecutado y con un trasfondo lo suficientemente comprometido como para tener algo interesante que decir y plantear a la platea.



sábado, 28 de febrero de 2015

El Profesional (León), la princesa y el guerrero



Título Original Léon (1994)
Director Luc Besson
Guión Luc Besson
Actores Jean Reno, Natalie Portman, Gary Oldman, Danny Aiello, Samy Naceri, Peter Appel, Michael Badalucco, Ellen Greene, Elizabeth Regen, Maïwenn Le Besco






El francés Jean Luc Besson se ha forjado a lo largo de los años una prolífica carrera como productor con su compañía Eruopa Corp. Obras como las sagas de acción Transporter, Venganza (Taken) o Taxi así como films del estilo de Danny the Dog, ColombianaMS1: Máxima seguridad o El Beso del Dragón han llenado las arcas de dicha productora mientras su máximo representante también invertía dinero en pequeños proyectos de algunos de sus amigos o protegidos como Gary Oldman (Los Golpes de la Vida) Tommy Lee Jones (Los Tres Entierros de Melquiades Estrada) o Alexandre Aja (Alta Tensión) alternando así productos de consumo rápido con cierto celuloide independiente con el que adherir su nombre a proyectos alabados por la crítica.




Pero Luc Besson también es conocido como uno de los cineastas franceses más exitoso de la historia de su país, ideando superproducciones que (al igual que sus films para Europa Corp, pero con más ambición) buscan enfrentarse de tú a tú con los blockbusters norteamericanos, consiguiéndolo en varias ocasiones. Lo cierto es que la carrera como director de Luc Besson es poco destacable, porque si films como la bellísima El Gran Azul o su experimental debut Kamikaze 1999 muestran a un profesional entregado al lirismo y lo poco ortodoxo, producciones hipertróficas y ruidosas como Juana de Arco, El Quinto Elemento o Nikita: Dura de Matar revelan a un artesano que se entrega a los prostituibles brazos de la comercialidad por la comercialidad.




Porque entre cintas de usar y tirar, invenciones de cinematografía poco habitual o sagas animadas como la de Arthur y los Mínimois siempre ha destacado la que es para un servidor, con mucha diferencia, la mejor obra del director de Subway: Buscando a FrankieAdèle y el Misterio de la Momia. Un film que marcó mi adolescencia con letras de fuego y he podido ver una veintena de veces, la última hace escasos días, y que no pierde un ápice de su fiereza, corazón y personalidad con el paso del tiempo aún habiendo cumplido el pasado 2014 nada más y nada menos que 20 años de edad. Hablo como no podía ser menos de El Profesional (León) estrenada en 1994 y protagonizada por el francés de origen español Jean Reno, la actriz israelí Natalie Portman y el británico Gary Oldman en el rol del villano de la obra.




El Profesional narra la historia de León (Jean Reno), un limpiador, o asesino a sueldo, de origen italiano que, trabajando bajo las órdenes de su jefe Tony (Danny Aiello), recorre New York en busca de "clientes". En el destartalado bloque del barrio chino en el que vive Léon tiene como vecino a un cabeza de familia que mantiene relaciones de narcotráfico con el equipo de Stansfield (Gary Oldman), un corrupto agente de la DEA. Un día este grupo asalta la casa del susodicho en cobro a una deuda sin pagar y elimina a toda la familia, excepto a Mathilda (Natalie Portman), una niña de 12 años de edad que consigue librarse de la matanza y convertirse en la protegida de este profesional que descubrirá todo un nuevo mundo de emociones cuando decida convertirse en el guardián de la adolescente que está siendo buscada por los verdugos de sus familiares y que no pararán hasta dar con ella.




Léon muestra una brutal y descarnada convergencia entre thriller de acción, drama desgarrador y apuntes de comedia tierna con reminiscencias incluso chaplinescas. La mirada de un film como el que nos ocupa hacia la ciudad de New York, sus gentes y constumbres es desoladora y posiblemente este enorme acierto conceptual venga porque el punto de vista del narrador es el de un extranjero, un europeo que siente tanta fascinación como repulsión por lo que representa Estados Unidos como nación. La Gran Manzana que retrata Luc Besson es sucia, está forjada por familias desestructuradas con padres maltratadores, policías corruptos que matan a sangre fría por sus negocios sucios y asesinos silenciosos que casi ejercen como ronins, samurais sin amo, con más honor e integridad que todos los individuos que les rodean, esos a los que la sociedad occidental ha inculcado falsarios roles de integridad ética y moral.




Dentro de esa corrupción económica, legal y existencial sobresale un pequeño haz de luz que representa una inocencia que trata de iluminar un camino de oscuridad que todo lo devora, un nimio hálito de esperanza que, utilizando sus propias armas, trata de no sucumbir ante lo impuro, desquiciado y salvaje. Mathilda es esa última oportunidad intentando abrirse paso entre la inmundicia y la podredumbre de la sociedad en la que le ha tocado vivir. Siguiendo la estructura de los cuentos de hadas, El Profesional no se avergüenza de considerase uno de ellos, León es, no el caballero de brillante armadura que salvará a la princesa en apuros, sino el gigantón introvertido y bruto que adulterará hasta el extremo su ordenada y milimetrica vida con tal de proteger a la que considera la única persona importante en su hermético y peculiar mundo.




El Stansfield de Gary Oldman representa todo lo pútrido y retorcido que hay en la ciudad de New York, un ogro de cuento fantástico cuya crueldad de reminiscencias psicóticas, esa pasión por Beethoven que le emparenta con el Alex de Large de La Naranja Mecánica, le lleva a cometer actos de un salvajismo tal que en ocasiones el espectador llegará a entregarse a la risa nerviosa cuando los cometa. El personaje es una de las mejores composiciones de la vertiente histriónica del actor de Sid y Nancy o Ábrete de Orejas, uno de los villanos más propensos a ser odiado de la historia del cine reciente, un demente que llega a provocar malestar en un espectador que paradójicamente se deja llevar por el carisma desatado que transmite la desbordante y disociativa personalidad que lo caracteriza.




No le van a la zaga Jean Reno y la por aquel entonces debutante Natalie Portman, El primero ejecutando el mejor de los trabajos de su extensa carrera, una muestra quintaesencial del tipo de personaje hecho a la medida del actor de Misión Imposible, Los Ríos de Color Púrpura o Ronin. Un niño grande encerrado en la milimétrica y mecánica disciplina de una máquina de matar con un código de honor inquebrantable, "ni mujeres no niños, esas son las reglas" reza en un par de ocasiones a lo largo del metraje, que descubre por medio de una niña de 12 años que hay todo un mundo de sensaciones más allá de su planta, sus vasos de leche y la limpieza de las armas que le permiten cumplir con los encargos propios de su oficio. La pequeña adolescente será en principio su redentora y finalmente su perdición y aunque él lo sabe en ningún momento le dará de lado.




Para que la química con el actor nacido en Casablanca y criado en Sanlucar de Barrameda sea total y el encuadre caiga ante el embrujo de esta pareja que en sus momentos más tiernos recuerdan a la obra de Jacques Tati o al previamente mencionado Chaplin es inestimable la ayuda de una profesional como Natalie Portman que en este, su primer papel cinematográfico, demostró a ciencia cierta que lo de interpretar era algo que la actriz nacida en Jerusalén llevaba en su ADN desde el mismo día de su nacimiento. Es brutalmente incalificable que una niña de sólo 12 años pueda transmitir tanto verismo y naturalidad, para colmo, abordando un papel tan complejo y lleno de momentos complicados relacionados con violencia y tragedia. Cada mirada, cada gesto, cada palabra salen de su menudo cuerpo con una seguridad en sí mismas que no queda más remdio que quitarse el sombrero ante tal recital de interpretación que aventuraba una carrera llena de grandes trabajos que ya se ocupó George Lucas de atenuar sólo cinco años después.




Por ello cuando Mathilda confiesa a Léon que se está enamorando de él el espectador es consciente de que la niña confunde amor con ese cariño que le había sido ajeno durante toda su corta vida por pertenecer a una familia muerta en vida en la que sólo su hermano pequeño le servía como vía de escape de una realidad que la marcó con todo tipo de heridas físicas y psicológicas. Algunos despistados o malpensados pensaron que el rol de Lolita de Portman incluía en el subtexto de su historia con León un matiz de pedofilia que sólo una persona con la mente enferma podría vislumbrar, cuando lo que en pantalla se deja ver en todo momento es que la adolescente ha encontrado en el asesino a sueldo ese padre que nunca ha tenido, complementándose ambos como dos animales heridos que darían la vida el uno por el otro.




En todo este proceso tampoco debemos olvidarnos de que estamos hablando de un thriller de acción repleto de secuencias al más puro estilo Luc Besson. El Profesional (León) es una extensión lógica del discurso formal de la anterior obra del francés, la ya mencionada Nikita: Dura de Matar en la que una joven era secuestrada y entrenada para convertirse en una máquina de matar. De modo que en la producción que nos ocupa impera un potentísimo look visual dosificado por la mirada lírica y hasta en ocasiones onirica de un sobresaliente director de fotografía como Thierry Arbogast, habitual del realizador de Lucy, que desde el plano aéreo sobre la bahía de New York que abre el largometraje hasta el que la cierra centrado en Mathilda nos deja clara constancia del cuerpo y la solidez  que insufla a la ya de por sí intachable puesta en escena del cineasta francés que nunca ha estado mejor detrás de las cámaras.




Pasajes como el que abre la cinta mostrándonos por primera vez el modus operandi de León y las herramientas que Luc Besson va a utilizar en su trabajo son una declaración de principios. Otros en cambio como el del asalto a la casa de Mathilda están llevados con un control del tempo narrativo sencillamente brillante, alternando la crueldad de lo acontecido en ese apartamento que se convierte en una orgía de caos y muerte con la táctica de huida puesta en marcha por la adolescente para que León la salve de los asesinos de su familia, destilando el conjunto tensión por todos y cada uno de sus fotogramas. Inolvidable también en ese pasaje Gary Oldman dándolo todo, lo de la pastilla o la memorable frase "Me encantan estos momentos de calma antes de la tormenta, me recuerdan a Beethoven", dejando claro a la platea que siendo aplicado el director de Angel-A sabe cuándo, cómo y dónde debe poner la cámara para captar tempos de pérfida magia cinematográfica en complicidad con sus intérpretes.




Luc Besson ejecuta los mejores planos de toda su carrera alternando la sencillez que toma la vida hogareña de los dos protagonistas (las imitaciones de famosos de Mathilda que incitan a León a interpretar las suyas, el momento pelea que acaba con la protagonista de Cisne Negro en el armario y que delata algún momento de brillante improvisación entre los dos actores) con la acción que eclosiona en ese tercio final cuando toda la policía de New York se las ve putas para cazar a un sólo hombre capaz de eliminar uno a uno a sus captores impulsado por la misión autoimpuesta de proteger hasta la muerte a esa niña que en ocasiones parece la metáfora de su propia inocencia, esa que no es difícil vislumbrar debajo de esas gafas de sol, gorro de lana y pistola con silenciador. Incluso en ocasiones Besson sabe amalgamar las dos vertientes, la íntima con la de thriller, en momentos como el del tejado con el fusil de mira telescópica donde tiene lugar el "primer trabajo" de Mathilda. Todo envuelto en la soberbia partitura de un Eric Serra influenciado por sonidos arábicos, europeos, indígenas y nipones.




En honor a la verdad esta crítica obedece a intereses meramente personales, era algo que me debía  a mí mismo desde hace muchos años. En los tiempos del VHS, de comenzar a descubrir el cine y lo que hay detrás del mismo, cintas como las que nos ocupa o Terminator 2: El Juicio Final, Philadelphia, El Hombre Sin Rostro o las producciones vinculadas a Quentin Tarantino marcaron mi adolescencia. El Profesional (León) forma parte importante de aquellos ya lejanos días en los que el consumo de cine se dosificaba lo suficiente como para dar una importancia capital a cada nueva película que veíamos por medios que poco tenían con ver con las facilidades que nos proporciona hoy internet. De modo que poco importa que después de esta pequeña joya Luc Besson volviera a descarrilar cada poco tiempo una carrera como cineasta tan fruiciosa como vacua, siempre nos quedará el recuerdo de León y Mathilda caminando como nómadas por las calles de New York buscando una paz que finalmente encontraron cuando se dieron cuenta de que sólo se tenían el uno al otro.



martes, 24 de febrero de 2015

El Francotirador, en el punto de mira



Título Original American Sniper (2014)
Director Clint Eastwood
Guión Jason Hall basado en la autobiografía de Chris Kyle
Actores Bradley Cooper, Sienna Miller, Luke Grimes, Jake McDorman, Kyle Gallner, Keir O'Donnell, Eric Close, Sam Jaeger, Owain Yeoman, Brian Hallisay, Marnette Patterson, Cory Hardrict, Joel Lambert, Eric Ladin, Madeleine McGraw





Chris Kyle, apodado el “Demonio de Ramadi” por los iraquíes y “La Leyenda” por sus compañeros soldados, fue el francotirador más letal de la historia de Estados Unidos acreditándole el Pentagono 160 muertes oficiales durante la invasión de Irak y la posterior guerra que tuvo lugar en el país del suroeste asiático. En el año 2012 y con la ayuda de los periodistas Scott McEwen y Jim DeFelicey, Kyle escribió y editó American Sniper, su autobiografía que se convirtió en un enorme best seller. El libro narraba toda si vida desde su infancia en Texas, su época de cowboy de rodeo, cómo decidió alistarse en los Navy SEALS y su paso por aquel conflicto bélico que comenzó oficialmente en 2003. Steven Spielberg mostró su intención por llevar la historia de Chris Kyle a la pantalla cuando David O Rusell (primer interesado en llevar a imágenes el libro) abandonó el proyecto, pero el repentino asesinato del militar en 2013 hizo perder interés por el proyecto al creador de Salvar al Soldado Ryan o Minority Report. Sería el veterano actor, productor y director Clint Eastwood el encargado de sacar adelante el proyecto con la ayuda del guionista Jason Hall y el intérprete Bradley Cooper, estos últimos implicados también en la producción del largometraje. El resultado ha sido un éxito sonadísimo en Estados Unidos que se ha convertido en el film más taquillero de la carrera del autor de Sin Perdón o Un Mundo Perfecto. Pero también la polémica ha acompañado a dicho triunfo debido a la controversia que la película ha despertado debido al retrato que se hace del personaje de Kyle en la obra, su carga patriótica que ha agradado a la rama más conservadora del país y disgustado a la progresista (entre ellos Michael Moore y Seth Rogen, que finalmente matizaron sus palabras en cierta manera) y el hecho de haber levantado pasiones en el sur del país donde los texanos han encontrado una producción por la que sienten pasión queriendo incluso emular los actos del protagonista, algo que, en propias palabras de los autores de American Sniper, a ellos se les escapa de las manos y no pueden controlar. Porque sí, el último trabajo de Clint Eastwood es una magnífica película bélica con protagonista tan interesante como cuestionable y un vehículo para enarbolar bien alto la bandera de las barras estrellas, pero estas afirmaciones hay que abordarlas con ciertas reservas tanto por un lado como por el otro.




Tras la tibieza con la que fue recibida Jersey Boys, su penúltimo trabajo basado en el musical homónimo que narraba la carrera del mítico grupo coral The Four Seasons, Clint Eastwood vuelve a algunos de los temas propios de su impronta autoral, aquellos que le han ayudado a sustentar una de las más prolíficas y prestigiosas carreras detrás de las cámaras del Hollywood actual con productos como Mystic River, Million Dollar Baby, Bird o Medianoche en el Jardín del Bien Mal. Con American Sniper el protagonista de Por Un Puñado de Dólares encarrila en cierta manera una carrera que llevaba dando bandazos unos años entre films que poco tienen que ver con su personalidad (Más Allá de la Vida) vehículos para el lucimiento de estrellas comerciales (El Intercambio) o valientes e infravalorados retratos de personajes tan reprobables como humanos (J.Edgar). El biopic en imágenes de Chris Kyle traslada el estilo clasicista y de solidez intachable de Eastwood a un contexto bélico y militar para ofrecer uno de sus mejores trabajos recientes, no al nivel de sus mejores obras, pero si lo suficientemente por encima de algunas de las más tibias a las que ha dado forma en los últimos años y que no estaban a su altura como cronista de lo oscuro y desarraigado que habita en el interior de Estados Unidos.




Sería de necios negar que el director de El Jinete Pálido hace un retrato elogioso de un personaje tan controvertido como el que nos ocupa y que su guionista y él mismo eluden pasajes escabrosos del libro que inspira al film para dar la mejor imagen posible de su protagonista. Por ello Clint Eastwood elude cualquier lectura política en su obra abordándola desde la mayor distancia posible, no condenando los actos de su criatura porque desde su punto de vista los ve necesarios, pero tampoco recreándose en ellos o glorificando una violencia que es expuesta con toda su desagradable crudeza en pantalla apelando a la sana intención de no estilizar o banalizar la misma. Al menos en pantalla Chris Kyle no disfruta con su trabajo, no se jacta en ningún momento de su especial don para quitar vidas por medio de un fúsil de mira telescópica, por ello mientras que sus compañeros le apodan “La Leyenda” y sus enemigos “El Demonio de Ramadi” él no parece disfrutar en ningún momento con dichos apelativos. En circunstancias como esta con El Francotirador entramos en los ya conocidos terrenos de Banderas de Nuestros Padres o Space Cowboys, el de la desmitifiación y la relectura histórica en la que supuestos héroes no se consideran como tales por mucho que sus allegados o la sociedad se empeñe en catalogarlos de esta manera, porque los actos que les han llevado a convertirse en ídolos nacionales no han sido agradables y los han hecho, desde su punto de vista, por un bien mayor.




De dar vida a este personaje que tenia una visión de su realidad en blanco y negro (como su padre le enseñó en el esclarecedor prólogo del largometraje) se ocupa el mejor Bradley Cooper de la historia. El protagonista de El Lado Bueno de las Cosas (Silver Linings Playbooks) o Cruce de Caminos (The Place Beyond the Pines) llevaba años ofreciendo papeles que hacían vislumbrar a un actor entregado y que se toma su trabajo muy en serio. Pero ha tenido que llegar un verdadero director de actores (de hecho es uno de ellos) para sacar todo lo que tenía dentro la estrella de la trilogía Resacón. Por suerte Cooper no tiene la mente puesta en los premios de interpretación (¿alguien ha dicho Leonardo DiCaprio?) y decide retratar a su personaje desde una contención demoledora merecedora de todos los elogios. El Chris Kyle (la caraterización y el gimnasio consiguen que el parecido con la persona real se más que notable) del Richie DiMaso de American Hustle es un tipo sencillo (podríamos decir que incluso simplista), cercano, puramente norteamericano y texano, con todo lo bueno y malo ello pueda conllevar, un hombre de guerra que sólo creía en “Dios, la patria y la familia” y que afirmaba realizar su trabajo con el único fin de salvar la vida de sus compañeros (“Luchar por el que tienes al lado” como declaraba uno de los soldados de la ya mencionada Banderas de Nuestros Padres) y que al volver de cada una de las misiones que le son encomendadas se ve más desvinculado de su esposa y e hijos.




Aunque esta deshumanización del guerrero nos pueda recordar a la soberbia (y muy superior) Munich de Steven Spielberg o la mítica El Cazador de Michael Cimino lo cierto es que los pasajes familiares del largometraje son los menos logrados del conjunto cinematográfico. Por muy esforzada que esté una magnífica Sienna Miller que sabe darle con aplomo la réplica a un Bradley Cooper ( esas dos últimas llamadas telefónica, la primera en plena batalla y la otra desde el bar están cargadas de verdad) en modo jefe de ceremonias, todo lo relacionado con los problemas maritales de la pareja protagonista son los más rudimentarios y adheridos a los clichés, aunque también es cierto que en esos momentos se ponen sobre la mesa las pocas situaciones en las que la obra cuestiona la finalidad de una guerra sin sentido. En esta parte del film Eastwood, Hall y Cooper quieren mostrar el lado amable de Chris Kyle, llegando en ocasiones a cierto sentimentalismo familiar que, curiosamente, nos remite al discurso de Steven Spielberg ( cineasta que como hemos mencionado unos párrafos más arriba estuvo vinculado al proyecto) pero gracias al buen hacer de los actores y el ritmo adecuado del guión no es un lastre demasiado pesado para que el conjunto del largometraje presuma de una cohesión que en casi todo momento se muestra sólida y bien anclada tonal y narrativamente.




Pero donde se crece un producto como American Sniper es en las secuencias de acción en las que se trasladan a la pantalla los cuatro viajes en los que Chris Kyle prestó sus servicios en Irak. Llama la atención que un director con 84 años de edad tenga todavía unas dotes tan destacadas para rodar secuencias bélicas de una ejecución indiscutible. Sin florituras visuales, sin movimientos de cámara imposibles. sólo entregándose a lo estilizado con esa última bala que da en su escurridizo y letal adversario, y siempre sutentándose en esa visión clásica del cine que posee, independientemente del género que aborde, Eastwood maneja con seguridad una enorme máquina como esta sin temblarle el pulso y ofreciendo a la platea secuencias de una tensión epidérmica (las dos con niños como objetivos), un continuo in crescendo narrativo (esa cena llena de tensión) o momentos de calma desgarrados por arrebatos de violencia directa (difícil no pensar en Akira Kurosawa o Takeshi Kitano) que hacen palidecer las supuestas dotes cinematográficas a de la mayoría de realizadores jóvenes que presumen de hacer thrillers de calidad en el Hollywood actual. La obra que nos ocupa muestra a Eastwood como un director en una excelente forma al que posiblemente le queden un puñado de buenas películas de acción con las que recordarnos que si está donde está en el panorama cinematográfico internacional es por méritos propios.




Podríamos pedirle a El Francotirador que como obra se implicara más en el plano moral con respecto a los hechos, pruebas y excusas que se utilizaron para dar inicio a una invasión y guerra como la de Irak (conflicto bélico que por cierto en su momento contó con la oposición del mismo Clint Eastwood) o que sus autores dieran un retrato más cercano a la realidad y menos hagiográfico de un hombre que tenía muchos más claroscuros que los que vemos en pantalla y que por último se ahorraran el desfile de banderas final que entronca con la visión mucho más contenida (que algunos equívocamente han confundido con simplismo) que había ofrecido hasta ese momento el largometraje. Pero sus intenciones son otras, las de mostrar los estragos de la guerra (eso sí, desde el punto de vista yanqui, como siempre, pero claro, esta película se llama American Sniper, esperar otra cosa sería una futilidad), la vida de un hombre hijo de su país y su tiempo y sobre todo cómo la vida puede deparar un revés tan inesperado como irónico a un hombre que con su arma fue capaz de eliminar a más de una centena de objetivos para defender a sus hermanos de armas y finalmente caer abatido por uno de los suyos (el marine Eddie Routh al que le diagnosticaron esquizofrenia al volver de Irak) un día en el que había decidido pasar el día en un campo de tiro de su Texas natal la que le vio nacer, crecer, “convertirse” y morir.


domingo, 22 de febrero de 2015

En la Boca del Miedo, la sombra sobre Hobb's End



Título Original In the Mouth of Madness (1995)
Director John Carpenter
Guión Michael De Luca
Actores Sam Neill, Julie Carmen, Jürgen Prochnow, Charlton Heston, David Warner, John Glover, Frances Bay, Wilhelm von Homburg, Kevin Rushton, Katherine Ashby, Marvin Scott, Hayden Christensen, Kevin Zegers






No comenzó con mucha suerte los años 90 el cineasta John Carpenter. Un proyecto como Memorias de Un Hombre Invisible mostraba una versión ligera, domesticada y bastante impersonal del director de La Noche de Halloween o La Niebla. La tv movie de culto Body Bags, que rodó al alimón con su amigo Tobe Hooper, tampoco serviría para encarrilar su carrera. Sería en 1995 cuando el autor de Asalto a la Comisaría del Distrito 13 estrenara una de las mejores y más inteligentes películas de terror de aquella década con En la Boca del MiedoIn the Mouth of Madness en su título original. El problema es que pocos supieron verlo, ya que hasta los fans del realizador la recibieron con escepticismo.




En la Boca del Miedo narra cómo al experto en estafas John Trent (Sam Neill) le encomiendan la misión de dar con el paradero del exitoso escritor de novelas de terror Sutter Cane (Jurgen Prochnow) que según sus editores Jackson Harglow (Charlton Heston) y Linda Styles (Julie Carmen) ha desaparecido misteriosamente mientras escribía su último libro In the Mouth of Madness, relato únicamente leído por el agente de Cane y haciéndole perder la cordura. Con la ayuda de Linda, John intentará encontrar al novelista que finalmente parece encontrarse en el pueblo Hobb's End, famoso por ser la localización de varios de sus libros. Los protagonistas se verán inmersos en una pesadilla en la que la línea que separa la realidad de la ficción es prácticamente imperceptible.




El treceavo largometraje de John Carpenter es una carta de amor, pero una con letras escritas en sangre de antigua deidad arcana e innombrable. In the Mouth of Madness es ya desde su título (muy parecido a In the Mountain of Madness, uno de sus trabajos más celebres) un homenaje a la obra del escritor norteamericano nacido en Providence (Rhode Island) Howard Phillips Lovecraft. Autor de clásicos de la literatura de terror como Los Mitos de Cthulhu, La Sombra Sobre Innsmouth o Herbert West: Reanimador. Toda esa atmósfera bífida, de seres impíos extraterrenos que arrastran sus tentáculos semperteantes por orillas envueltas en la negrura de la medianoche anida en el interior del film que nos ocupa y la misma es su núcleo central como obra cinematográfica.




Por otro lado tampoco son pocas las referencias a otros escritores, curiosamente deudores de la prosa del autor de Providence. Por un lado es inevitable pensar en Stephen King, de hecho se le menciona explícitamente en un momento concreto del largometraje, con todo lo referido a ese pueblo llamado Hobb's End (localizado supuestamente en Nueva Inglaterra, estado en el que King desarrolla la mayoría de sus relatos y en el que él mismo vive) y cómo la cotidianidad del mismo se ve resquebrajada por la irrupción de lo sobrenatural. Novelista este al que el mismo Carpenter adaptó en 1983 con la muy recuperable Christine. Tampoco se eluden referencias al británico Clive Barker (Hellraiser, Libros de Sangre) con la presencia de personajes introducidos en la demencia o hermandades religiosas de corte fanático e impío.




John Carpenter aborda el relato ideado por Michael de Luca, el mejor salido de la mano del productor y guionista, con su poderosa puesta en escena. Aquella que se mueve entre el clasicismo en lo estético y la vanguardia en lo conceptual. La manera de extrapolar la historia a la pantalla transita entre el omnipresente onirismo, incitándonos en todo momento a pensar que nos encontramos en una creciente pesadilla tomando forma poco a poco en pantalla, y la continua idea de que algo blasfemo, inhumano y herético habita en el interior de Hobb's End. Manteniéndose latente hasta que encuentre la posibilidad de salir al exterior y pervertir toda idea de humanidad. Concepto este perfectamente trasladado en el film y que no sería raro que hubiera influido en las primeras obras del cineasta español Jaume Balagueró, como Los Sin Nombre o Darkness.




Porque si bien es cierto que el director de 2013: Rescate en L.A o La Noche de Halloween consigue que impere el tenebrismo y la oscuridad en el corazón de su relato también aprovecha para introducir su socarrón sentido del humor entre negro y satírico. Como no tomándose del todo en serio la serie de catastróficas desdichas en las que se ve inmerso el pobre John Trent. Por otro lado uno de los mayores logros de En la Boca del Miedo es su intertextualidad y el uso que hace del metalenguaje conforme la trama va tomando solidez. Gracias a ello el largometraje maneja a placer las localizaciones, los juegos de espejos y sobre todo a un espectador que en varias ocasiones se sentirá perdido sin poder distinguir realidad o ficción en el contexto de la obra fílmica.




Esta era la segunda vez que el irlandés Sam Neill trabajaba con John Carpenter tras la anterior Memorias de Un Hombre Invisible, en la que encarnó al villano, y en esta ocasión aprovechó al máximo el rol protagonista que le ofreció el director de 1997: rescate en New York o el remake de El Pueblo de los Malditos. Neill volvía en In the Mouth of Madness a los terrenos de terror simbólico y criaturas multiformes de la fascinante y excesiva La Posesión, (Andrzej Zulawski, 1981), que compartió con una inolvidable Isabella Adjani, sabiendo trasladar a la pantalla en todo momento el carisma, verborrea incontrolabl, socarronería y viaje gradual a la locura de uno de los mejores personajes de su carrera,




Dentro de los secundarios, entre los que encontramos la veteranía de Charlton Heston, Frances Bay o David Warner, la mala baba de John Glover y el simplemente cumplidor trabajo de una Julie Carmen que aun esforzándose no está a la altura de sus compañeros, hay que destacar a un Jürgen Prochnow pletórico como Sutter Cane, una especie de híbrido entre Clive Barker y William Burroughs. De hecho En la Boca del Miedo podría ser la versión terrorífica de El Almuerzo Desnudo, con un aire místico y malsano que el guion de De Luca regala a Cane aportándole algunas frases de naturaleza brillante y un puñado de pasajes en los que la fusión de su propio cuerpo con las monstruosidades que inspiran sus libros llegan a momentos de comunión casi cronenbergiana, con reminiscencias apócrifas a la teoría de la Nueva Carne del cineasta canadiense.




Vapuelada y desacreditada en su estreno hoy, En la Boca del Miedo, es una de las piezas más reivindicadas y alabadas de la filmografía de John Carpenter. Un trabajo que exhala un profundo y pervertido amor por Lovecraft, sin basarse en ninguna obra del autor, y el poder vampirizador de la ficción de género, ya sea literaria o cinematográfica. Puede que haya alguna mácula que ensucie su conjunto cuando en la recta final, antes del apoteósico pasaje que cierra el film, el caos se apodera un tanto del devenir de la trama, pero la historia realmente lo demanda. Finalmente nos quedamos con la sonrisa de medio lado del maestro del terror reflejada en la cara desencajada de un hombre devorado por la locura y encerrado en un bucle infinito de demencia delante de uno de los inventos más adictivos y mágicos de la historia de la humanidad. La pantalla de una sala de cine.



viernes, 20 de febrero de 2015

Birdman



Título Original Birdman (2014)
Director Alejandro González Iñárritu
Guión Nicolás Giacobone, Alexander Dinelaris, Armando Bo, Alejandro González Iñárritu
Actores  Michael Keaton, Emma Stone, Edward Norton, Zach Galifianakis, Naomi Watts, Amy Ryan, Andrea Riseborough, Lindsay Duncan, Merritt Wever, Joel Garland, Natalie Gold, Clark Middleton, Bill Camp, Teena Byrd, Anna Hardwick, Stefano Villabona





Desde que rodara su ópera prima, Amores Perros, el mexicano Alejandro González Iñárritu puso Hollywood a sus pies. 21 Gramos o Babel fueron largometrajes que ganaron premios internacionales y tuvieron notoria presencia en las nominaciones de los Oscars en sus respectivos años. Después de que su guionista habitual, el novelista Guillermo Arriaga, se desvinculara artísticamente de él rodó en España la meritoria Biutiful, un interesante y descarnado film con un Javier Bardem sencillamente brillante. Tras esta aventura española (que también agradó a gran parte de la critica, el público o los académicos, que nominaron por tercera vez al protagonista de No Es País Para Viejos al Oscar, en esta ocasión como actor principal) saltó la noticia de que el ex disc jockey iba a debutar en un género tan ajeno a él como la comedia.




Birdman está protagonizada por un felizmente recuperado Michael Keaton y narra la historia de Riggan Thomson, una antigua estrella del celuloide comercial hollywoodiense que saboreó la fama mundial interpretando al superhéroe Birdman en tres entregas cinematográficas. Hoy es un actor olvidado y fracasado que trata de sacar adelante como protagonista, guionista y productor una versión teatral de la novela De Qué Hablamos Cuando Hablamos de Amor, del escritor Raymond Carver. Los problemas con su hija toxicomana, su ex mujer, su actual pareja, su representante, la llegada del talentoso pero problemático actor Mike Shiner al casting y una extraña voz que resuena constantemente en su cabeza convertirán en un calvario los intentos de Riggan por sacar adelante la obra que debería devolverle el reconocimiento que perdió años atrás.




Vaya por delante que la última película de Alejando González Iñárritu tiene una puesta en escena soberbia, mostrándose todo su proceso de realización como un alarde de técnica impactante, desbordante de talento e inventiva y que sus actores, comandados por un Michael Keaton arrancándose de las entrañas un papel que, no lo neguemos, habla de la decadencia en la que entró su carrera durante la década pasada, están en estado de gracia ofreciendo recitales de interpretación sin importar los minutos que permanezcan en pantalla. El problema, y es considerablemente grave, es que todos estos logros se sustentan en un guión que sin ser un despropósito, porque no lo es, sí adolece de esa originalidad que brilla por su ausencia.




Aunque en su interior atesora momentos de autocrítica y sátira bastante conseguidos que se apoyan en un humor negro que merecía más páginas de guión, una relación amor/odio con el mundo del teatro y lo que para los intérpretes significa subirse a un escenario dándolo todo y una simbología que unas veces funciona y otras no, la historia no deja de ser la típica de una gran estrella venida a menos que trata de sacar adelante la obra que le permita recibir el reconocimiento que ni siendo el protagonista de una trilogía de films sobre superhéroes consiguió. Un perdedor en los momentos más bajos de su vida que busca más la autorealización personal y ser amado que los oropeles de una fama que le convirtió en un ser insensible y distante con su familia.




Precisamente el hecho de que esta historia nos la han contado cientos de veces y con mucho mejor tino en lo que a la escritura se refiere es lo que reduce Birdman a un deleite sensorial desde el punto de vista de su apartado técnico y artístico, pero sólo eso. Alejandro González Iñárritu toma la, tan valiente como caprichosa, decisión de rodar todo su largometraje en plano secuencia (varios de ellos unidos de manera artificial para parecer uno sólo, lo que resta inmediatez y verdad al proyecto, pero no mérito) y con ello muestra ser un realizador sobresaliente, instintivo, con una cámara vivaz, cercana, íntima y a la vez grandilocuente, pero no tanto un narrador nato debido a varios baches y reiteraciones que el ya mencionado guión escrito con sus colaboradores Nicolás Giacobone, Alexander Dinelaris, Armando Bo comete a lo largo de su desarrollo.




Por otro lado el reparto actoral se muestra en todo momento brillante y lleva junto a la dirección del co director de 11-09-01 todo el peso de la historia. Muchos de ellos son clichés en el papel (aunque el libreto les regala algunos diálogos que superan holgadamente la calidad de la estructura y trasfondo del mismo), pero los actores los interpretan con una fuerza intachable. La hija toxicómana de Emma Stone (esos ojos, los más expresivos del cine reciente, con permiso de los de Carey Mulligan) la actriz depresiva de Naomi Watts, la novia morbosa de Andrea Riseborough, la ex mujer comprensiva de Amy Ryan, el representante de paciencia infnita de Zach Galifianakis y sobre todo el animal interpretativo de naturaleza problemática (¿interpretándose a sí mismo el actor de American History X?) al que da vida un inmenso Edward Norton engrandecen lo que en páginas no destaca, pero en pantalla deslumbra.




Pero es Michael Keaton el que no pierde la oportunidad de ofrecer el recital interpretativo de su vida y a fe mía y de medio planeta que no la desperdicia. El protagonista de Medidas Desesperadas interpreta a un actor cuyo punto álgido como estrella de Hollywood fue interpretar a un superhéroe en una serie de exitosas películas (pocos desconocerán que Keaton fue Batman en las dos adaptaciones que Tim Burton realizó del personaje creado por Bob Kane y Bill Finger) y que entró en decadencia años después (como al mismo intérprete le sucedió en la pasada década) de modo que al más puro estilo de Mickey Rourke en la memorable The Wrestler el mítico Bitelchús se arranca el corazón y lo muestra en pantalla sin reservas y nos regala momentos brutales como ese llanto delante de su ex mujer o todo el pasaje en medio de la calle en el que Birdman termina de quebrar su voluntad y "empieza la acción", secuencua en la que el director mexicano descarga todo su recelo hacia el cine protagonizado por superhéroes que impera en Hollywood y del que un servidor, como los que me leen saben, es un orgulloso consumidor que, por otro lado, acepta el golpe del azteca con sentido del humor.




Por desgracia ni puedo añadir más elogios a Birdman ni puedo adherirme a esa gran mayoría del público y la crítica que ve en la última cinta de Alejandro González Iñárritu uno de los mejores (sino el mejor) trabajo cinematográfico de la temporada. Porque sí, puedo admitir que su forma y los actores que impulsan a la misma están sencillamente brillantes, pero lo que nos cuentan los guionistas es un continuo déjà vu lleno de lugares comunes y caminos transitados que me confirman al 100% que lo que aquí nos encontramos es el mismo regalo de todos los años pero con envoltorio vistoso, llamativo y colorido que nos narra un drama no demasiado dramático y una comedia no demasiado graciosa que con todo se revela como el film más luminoso y positivo de un director que hizo del dolor, la tragedia y el desgarro el sello de identidad que le permitió rodar cuatro films memorables contra los que este Hombre Pájaro, para el que aquí firma, no tiene nada que hacer por muchos superporderes que posea.