jueves, 11 de febrero de 2021

Crash, agonía y éxtasis en el crepúsculo del siglo XX



"El accidente de coche es fecundador, y no destructivo. Una liberación de energía sexual que canaliza la sexualidad de los que mueren con una intensidad que sólo se da de esa manera. Experimentar eso, vivir eso, ése es mi proyecto" 
Robert Vaughan

25 años se cumplen este 2021 del estreno de Crash, la adaptación cinematográfica que David Cronenberg realizó en 1996 de la novela homónima del escritor británico J.G. Ballard. Para conmemorar tan remarcable efeméride y como ya han hecho otros países, la distribuidora y productora española A Contracorriente Films ha reestrenado la obra en una treintena de salas acompañando varias de sus proyecciones con coloquios posteriores en los que expertos en la obra y sus responsables debatían sobre qué hace tan único y reivindicable al largometraje protagonizado por James Spader, Holly Hunter, Deborah Kara Unger, Elias Koteas y Rosanna Arquette. En esta entrada vamos a hacer un repaso a todo el recorrido editorial y audiovisual relacionado con Crash desde su nacimiento mediante la pluma de Ballard hasta la traslación en imagen real de Cronenberg, pasando por otros proyectos, no tan conocidos, que se inspiraron o sirvieron de inspiración para el polémico libro editado en 1973. De manera que abróchense los cinturones, ajusten los retrovisores y arranquen su automóvil porque aquí empieza nuestro viaje.


Crash (1973)



Edición Nacional/España RBA
Autor J.G. Ballard
Formato Rústica
Páginas 220 
Precio 17,00€

James Graham Ballard (Shanghái, 15 de noviembre de 1930 - Londres, 19 de abril de 2009) fue uno de los autores clave dentro de la nueva ola de la ciencia ficción británica durante la segunda mitad del pasado siglo XX. Obras como La Exhibición de Atrocidades, La Isla de Cemento o más tarde Fuga del Paraíso confirmaron su relevancia dentro del panorama de este género literario. Aunque también saborearía las mieles del éxito en 1984 con la obra autobiográfica El Imperio del Sol que el célebre director norteamericano Steven Spielberg llevaría a imágenes en la reivindicable cinta homónima estrenada tres años después y protagonizada por un Christian Bale de 13 años de edad. En 1973 Ballard editó la que es posiblemente su novela más conocida y casi con toda seguridad la más polémica de todas las que escribió durante su carrera como escritor.

Crash, que nace a modo de extensión del episodio o relato homónimo incluido en La Exhibición de Atrocidades, narra como James Ballard, el protagonista posee el mismo nombre que el autor de la obra, tras sufrir un aparatoso accidente de tráfico y momentos después del impacto crea un extraño vínculo de atracción física con Helen Remington, la mujer del auto con el que ha colisionado y en cuyo incidente fortuito ha fallecido su marido. Esta desconocida persona introducirá a Ballard en un extraño mundo en el que un grupo de individuos, comandados por el misterioso Doctor Robert Vaughan, realizan una peligrosa amalgama entre sexo y muerte debido a una enfermiza fijación que dichos miembros sienten por la colisiones automovilísticas. Ballard y su esposa, Catherine, serán arrastrados por Vaughan a esta espiral de autodestrucción en la que carne y metal forman un mismo ente llevándolos a descubrir parafilias sexuales cuya naturaleza obscena e inhumana pondrá en peligro sus propias vidas. 

El mayor logro de la séptima novela de James G. Ballard es utilizar una narrativa elegante y una prosa elaborada para describir actos contrastadamente enfermizos que retratados de una manera más burda hubieran dado forma a una obra pornográfica de medio pelo devorando completamente el mensaje contenido en el escrito, siendo este de naturaleza altamente interesante. Ya que detrás de esa visión mórbida de una sexualidad terrorífica con la que retrata personajes sumergidos en la enfermedad mental se esconde una atemporal visión, la novela cumple este 2021 casi 50 años y no los aparenta en absoluto, nihilista y gélida sobre la incomunicación del hombre contemporáneo, mensaje que otros escritores como Breat Easton Ellis (American Psycho) o Chuck Palahniuk (El Club de la Lucha) tomaron como referente literario para crear algunas de sus obras más emblemáticas que posteriormente tendrían, al igual que Crash, sus correspondientes adaptaciones cinematográficas.

El sexo en Crash es explícito, crudo y en numerosas ocasiones aberrante a unos niveles nada desdeñables. Interesante sería analizar la obsesión del J.G. Ballard escritor con los orificios del cuerpo humano, sobre todo el anal, y cómo en los encuentros (o más bien choques, alegóricamente hablando) físicos de sus criaturas parece interesado en crear nuevos para que el acto coital evolucione físicamente en una coreografía aterradora y caótica que tiene poco de sensual y sí mucho de inhumana. Pasajes como en el que Ballard mantiene relaciones con Gabrielle o los momentos en los que el personaje principal, así como el de Vaughan, imaginan dantescos accidentes de circulación en los que los implicados sufren incontables y brutales mutilaciones, con especial predilección por las infligidas en los genitales, para sentir excitación sexual dan una imagen desoladora sobre las psicopatologías del ser humano.

En cierta manera es algo peculiar que Crash esté adscrita al género de la ciencia ficción, pero además de ser en esencia una distopía hay pasajes que  confirman su pertenencia a ese tipo de narrativa. Por un lado tenemos los que son los momentos más logrados del  libro, cuando Ballard explica con una delectación minimalista cómo los cuerpos humanos que mantienen relaciones sexuales dentro de los automóviles se fusionan con las partes que dan forma a los mismos, llegando, con una elegancia desarmante dentro de la escatología, a hablar de una fusión entre carne y metal, esperma y líquido refrigerante en la que toma consciencia una nueva criatura engendrada por la unión multiforme del coche y los conductores que en ocasiones remite a obras gráficas como la del suizo H.R. Giger. También el pasaje en el que Ballard y Vaughan experimentan con ácido culminando con su primer, y último, encuentro sexual tiene deudas estilísticas y conceptuales con el subgénero cyberpunk debido a las visiones casi epifánicas experimentadas por los dos personajes cuando circulan por la autopista.

Viendo que en sus páginas Ballard narra momentos de comunión física y existencial entre máquinas y seres humanos a pocos cogió desprevenidos que el canadiense David Cronenberg, el padre de la "Nueva Carne", decidiera llevar a imágenes Crash. Lo hizo en 1996 y de una manera tan sobresaliente que consiguió dar forma a uno de esos pocos y privilegiados largometrajes que superan a su base literaria. La cinta protagonizada por James Spader, Holly Hunter, Elias Koteas, Rosanna Arquette y Deborah Kara Unger conserva intacto el mensaje de la novela y extrapola con pericia analítica el sexo enfermizo, crudo, quirúrgico, pero sin necesidad de recrearse en la pornografía (que no en la explicitud, sí estando esta presente) o la violencia gratuita (los accidentes que hay en el metraje están medidos, justificados y tienen poco de sensacionalistas). Los personajes están perfectamente perfilados y en todo momento recuerdan a los del libro, sobre todo el demente Vaughan al que da vida un inspiradísimo Elias Koteas, y el director de Fast Company (1979) añade apuntes interesantes o elimina ideas que en las páginas funcionaban bien, pero en la pantalla hubieran desentonado.

Para empezar obvia narrar el largometraje a modo de flashback, ya que el libro comienza con la muerte de Vaughan y a partir de ahí Ballard relata su relación con él durante los últimos meses o la acción, que tiene lugar en Toronto, no en Londres. También elimina de una tacada la obsesión de Vaughan, aquella que le cuesta la vida, de tener un accidente de tráfico con la actriz Elizabeth Taylor, pero no elude la obsesión de este y sus acólitos con los siniestros mortales de las estrellas del Hollywood clásico. Es más, la inclusión de la recreación del  sufrido por James Dean y protagonizado por los personajes de Vaughan y Colin Seagrave, socio del primero y especialista en escenas de riesgo para el cine relacionadas con coches,  es, no sólo uno de los mejores momentos del film, sino  también un pasaje que muestra de manera cristalina los niveles de obsesión con la comunión entre sexo y muerte que dicha hermandad profesa de manera tan compulsiva como peligrosa.

También sería destacable mencionar que cuando la tensión sexual entre Ballard y Vaughan eclosiona el coito resultante no es impulsado por la ingesta de sustancias psicotrópicas como catalizador, de esta manera la atracción homoerótica, latente durante toda la historia, entre los dos hombres tiene una solidez y resolución más satisfactoria que en las páginas de la novela. Por último, y una vez más, un cambio en la resolución de la narración da un matiz un tanto diferente a film y novela dejando en mejor lugar al primero. Si bien en el libro al morir Vaughan, Ballard continúa su legado como si aquel fuera una figura mesiánica a la que seguir e idolatrar soñando con un mundo lleno de eyaculaciones confundidas con choques frontales de carácter mortal entre autos, en el largometraje el personaje interpretado por James Spader ocupa el lugar del que da vida Elias Koteas a modo de pérfida selección natural darwiniana.

Con Crash nos encontramos ante un relato extremo en su superficie, pero profundamente lúcido en su contenido. Un retrato inmisericorde del hombre del siglo XX (y del XXI, indudablemente) por medio de la aplicación de metáforas relacionados con sexo y muerte. No sabría decir si es el clásico de la literatura moderna del que tantos hablan, pero sí es una lectura harto interesante y profundamente original. Lo único cierto es que el fresco que realiza sobre la parte más oculta y siniestra de nuestra psicología es tan visionario como desesperanzador. Poco más de medio siglo después James G. Ballard no sólo tenía razón con lo que nos narraba en Crash, sino que posiblemente, y por desgracia, se quedó corto con su análisis sobre una sociedad insensibilizada que encuentra en la autodestrucción y la lascivia sus únicas vías de escape.


Crash! (1971)


Título Original Crash! (1971)
Director Harley Cokeliss
Guión J.G. Ballard
Reparto J.G. Ballard, Gabrielle Drake

Antes de hablar de la adaptación cinematográfica que David Cronenberg rodó de la novela de J.G. Ballard en 1996 es necesario hacer dos paradas. La primera en un caso curioso como el de Crash!, un cortometraje de 1971 para la BBC, dirigido por Harley Cokleiss, que ejercía como apéndice o reflexión sobre el capítulo homónimo de la colección de relatos condensada en el libro La Exhibición de las Atrocidades (1970) y que a su vez compila todas las inquietudes narrativas y estilísticas que el literato depositaría y desarrollaría sólo un par de años después en su novela Crash. Teniendo esto en cuenta estamos hablando de lo que muchos podrían considerar una especie de primera adaptación del escrito, cuando el caso es el contrario, mucho de lo expuesto en el presente proyecto audiovisual inspiró el trabajo literario del autor británico. 



Narrado parcialmente y protagonizado por el mismo J.G. Ballard, interpretando este a una especie de representación del personaje T presente en los relatos de La Exhibición de las Atrocidades, Crash!, reflexiona durante sus escasos 17 minutos, mediante dos voces en off, sobre la inclusión de una máquina como el automóvil en el mundo moderno desde una perspectiva erotizante y fetichista, profesando delectación por las distintas partes que conforman un invento que desde su misma concepción se ha convertido en parte indivisible de la vida del hombre del siglo XX y hasta en una alegoría de su propia virilidad potenciada por la sensación de libertad e individualismo que permite surcar en solitario carreteras a gran velocidad o atraer mediante su conducción a otras personas convertidas en el interés sexual del poseedor del objeto en concreto.



A ello se suma la inclusión del género femenino en la ecuación, sólo como un objeto más dentro del automóvil y desde una perspectiva puramente superficial y sexualizada. Digno de mención es el pasaje de la obra en el que una cámara lenta profusa en detalles muestra a una jovencita rozar sutilmente sus pechos, piernas o pubis en partes determinadas del vehículo plantando la simiente de lo que en la novela Crash, y en su adaptación cinematográfica, se convertirán en coitos enfermizos desde distintas perspectivas copiosas en perversidades de distinto pelaje. Aún más explícito es el apartado dedicado al túnel de lavado en el que Ballard incide en las similitudes entre el cuerpo humano y la carrocería de un auto con la misma mujer previamente mencionada duchándose y la cámara fundiendo los planos de sus propias curvas con las de su equivalente motorizado. 




La secuencia en el desguace ahonda en la parafilia de Ballard relacionada con los accidentes automovilísticos, siendo consciente de que aun siendo uno de los temores más grandes del ser humano, esas malformaciones que adquieren tanto vehículo como conductor tienen algo de atractivo y seductor desde una posición prácticamente freudiana. A una conclusión parecida llega cuando reflexiona sobre la grácil coreografía que le parecen tomar los coches en los vídeos que recopilan los test de seguridad de las empresas automovilísticas, aquellos que verían compulsivamente los personajes de su novela posteriormente interpretados por James Spader, Holly Hunter, Rosanna Arquette y Elias Koteas en la adaptación cinematográfica de David Cronenberg.




Crash! no deja de ser una curiosidad, pero es una cita obligada para los seguidores de la obra literaria de J.G. Ballard y para no pocos de ellos un proyecto que condensa y expone con mucho más acierto lo que más tarde sería la novela Crash que la misma adaptación de David Cronenberg, idea esta que un servidor no comparte, aunque pueda llegar a respetarla. Como pieza audiovisual sabe capturar en su escueto metraje tanto lo expuesto por el escritor en Pasaporte a la Eternidad como el ideario que dos años después desplegaría en la ya citada obra con la que llevaría sus planteamientos conceptuales y formales hasta sus últimas consecuencias, como ya hemos comentado en la parte de esta entrada dedicada a dicho trabajo.



Nightmare Angel (1987)



Título Original Nightmare Angel (1987)
Director Zoe Bellof y Susan Emerling
Guión Zoe Bellof y Susan Emerling, basado en la novela de Crash, de J.G. Ballard
Reparto Audrey Matson, Bill Moseley, James Selby, Al D'Andrea, Gary Dunn, Carol Emmerling, Phyllis Hedeman, Sanford Kwinter, Ashley Martelle, Jeanne Morrissey, Connor Smith, Rick Tolliver

Nuestra segunda parada tiene lugar casi diez años antes del estreno de la adaptación cinematográfica de Crash ideada por David Cronenberg, cuando las cineastas estadounidenses Zoe Bellof y Susan Emerling realizaron la primera traslación de la novela nacida de la mente de J.G. Ballard. Se trata de Nightmare Angel un cortometraje en blanco y negro y de bajo presupuesto que ellas mismas se ocuparon de editar, fotografiar, producir, escribir y dirigir. Protagonizado por James Selby, Audrey Matson y Bill Moseley, el único actor conocido del trío de intérpretes principales, lleva a imágenes la historia planteada en el libro en escasos 30 minutos de metraje y recupera algunas ideas de La Exhibición de Atrocidades, novela o colección de relatos interconectados que, como ya hemos afirmado previamente, está directamente conectada con Crash.



Nightmare Angel es notablemente fiel a la base literaria que toma como inspiración, pero sus autoras se ven obligadas a condensar en media hora la historia original planteada por el autor de Rascacielos reduciendo el proyecto sólo a la interacción entre los personajes de James Ballard, su esposa Catherine y Vaughan, que aquí poseen otros nombres. No sabemos si para no pagar los derechos de la novela, pero viendo que el título del cortometraje tampoco es el del libro esta teoría coge fuerza. De esta manera no hay presencia de roles secundarios importantes como los de Gabrielle o Seagrave y de la Doctora Helen Remington sólo tenemos su aparición en la secuencia del accidente con Ballard, sin llegar a relacionarse posteriormente con los protagonistas.




Es innegable que el blanco y negro crudo y descuidado extrapola con acierto el relato desarrollado en la novela, dejándonos la duda de si la versión de David Cronenberg hubiera mejorado en algún aspecto de haber tomado la misma decisión estilística. La banda sonora, con autoría del desconocido Bruce Tovsky, también se adecúa al tono de la historia mediante sonidos metalizados y secos, alejados estos de la elegancia cadenciosa de la que una década después haría gala Howard Shore en la versión de 1996, pero de una sonoridad rotunda cercana al rock industrial estadounidense que ya practicaban grupos como Ministry y que años después populizarían otros como los Nine Ich Nails de Trent Reznor.



El sexo sobrevuela todo el metraje y tiene presencia real el algunos pasajes, sobre todo en lo concerniente a la versión de Vaughan interpretada por Bill Moseley, el único acierto de un reparto desnortado y nada creíble, pero se aleja de la explicitud de la novela que más tarde si sabría capturar Cronenberg de manera bastante gráfica, aunque nunca llegando a las cotas pornográficas de la obra de J.G. Ballard. La lascivia y el deseo en Nightmare Angel permanecen más latentes que en la superficie, como si sus directoras no se atrevieran a experimentar con dichas sensaciones más allá de localizarlas en algunas imágenes fijas de genitales, y convirtiendo a su contrapartida de James Ballard siempre en un voyeur que disfruta de las perversidades de Vaughan, pero nunca toma partida activa de ellas, sólo haciéndolo con su esposa.



Donde Zoe Bellof y Susan Emerling sí profundizan con más interés, porque parece ser el tema que más les satisface del proyecto, es en el de la atracción y enfermiza delectación por los accidentes de tráfico que experimentan los tres personajes principales.  Lo logran con el uso de imágenes de archivo sobre tests de seguridad de automóviles rodados en slow motion irrumpiendo en la realidad o los pensamientos de los personajes, causando la excitación que los induce a mantener relaciones sexuales mientras sufren accidentes de coche o al menos a fantasear con ellas. Aunque los recursos visuales para que esta parafilia se personifique como un virus inoculado en la mente del matrimonio protagonista por parte del sosias de Vaughan son en ocasiones toscas, como esas proyecciones en el edificio colindante al apartamento de los supuestos Ballard, no podemos negar que las directoras hacen un uso correcto y fiel de la idea que, al fin y al cabo, daba sentido a la novela que toman subrepticiamente como base argumental



Al igual que Crash! (1971) Nightmare Angel despertará el interés de los fans de J.G. Ballard que todavía no la hayan descubierto debido a ser una pieza de culto que no ha salido de cierta marginalidad en la que lleva moviéndose desde su misma concepción hace más de un cuarto de siglo. Más allá de su intencionalidad de adaptar la novela Crash sin tener que pagar los derechos de autor de la misma capta con cierto mérito el ideario que en ella depositó el escritor británico y a pesar de su paupérrima producción y la ineficacia de dos de sus tres actores es encomiable cómo Zoe Bellof y Susan Emerling se arriesgaron a extrapolar a imagen real un trabajo literario con fama de inadaptable que debió esperar otros diez años para dar el salto definitivo de las páginas escritas al celuloide filmado.


Crash (1996)




Título Original Crash (1996)
Director David Cronenberg
Guión David Cronenberg basado en la novela de J. G. Ballard
Actores James Spader, Holly Hunter, Rosanna Arquette, Elias Koteas, Deborah kara Unger, Peter MacNeill, Yolande Julian, Cheryl Swarts, Judah Katz, Nicky Guadagni, Ronn Sarosiak, Boyd Banks, Markus Parilo, Alice Poon, John Stoneham Jr.




No es la primera vez que un servidor escribe un texto sobre Crash y seguramente tampoco será la última. Al igual que las malformaciones físicas y psicológicas adscritas a la teoría de la Nueva Carne, esa fusión entre el hombre y la tecnología sobre la que David Cronenberg ha construido casi cincuenta años de carrera, mi opinión sobre el mensaje que quería transmitir el autor de Scanners (1981) o Inseparables (Dead Ringers, 1988) con su versión cinematográfica de la novela de J.G. Ballard cambia con el tiempo. Desde vislumbrar cómo un matrimonio se ve arrastrado por un submundo regido por la sinforofilia, atracción sexual por distinto tipo de accidentes y hechos trágicos, hasta la posibilidad de que el subtexto revele que es esa pareja la que devora y parasita a Vaughan, el guía que dará a conocer a los Ballard el microcosmos en el que él mismo y sus colaboradores utilizan dicha parafilia para liberar su sexualidad reprimida.





El motivo del reestreno de la obra maestra de David Cronenberg en cines españoles con una copia en 4K supervisada por su máximo responsable, junto al director de fotografía Peter Suschitzky, que el pasado viernes 29 de enero llevó A Contracorriente Films a unos 30 multicines a lo largo y ancho del país es una excusa perfecta para volver sobre un proyecto polémico desde antes de plantearse su desarrollo. Fue en el festival de Cannes de 1995 dónde los productores Jeremy Thomas de Recorded Picture Company y Robert Lantos de Alliance Comunications Corporation anunciaron el rodaje de Crash, la última película de David Cronenberg que estaría basada en la novela homónima de J.G. Ballard y protagonizada por los estadounidenses James Spader, Holly Hunter o Rossanna Arquette, a los que se sumarían más tarde los canadienses Deborah Kara Unger y Elias Koteas.





En el apartado técnico de la obra el responsable de Una Historia de Violencia o Promesas del Este recurrió a  su equipo habitual de colaboradores para sacar adelante un proyecto en el que ejercería como productor, guionista y director. Peter Suschitzky en la dirección de fotografía, Ronald Sanders en el montaje, Deirdre Bowen en el casting, Carol Spier en el diseño de producción, Tamara Deverell en la dirección de arte o la fallecida hermana del director, Denise Cronenberg, encargándose del vestuario confirmaban que, una vez más, el autor canadiense se había salido con la suya a la hora de configurar un producto en el que él tendría la última palabra llevándolo a su terreno, literal y figurado si tenemos cuenta que el rodaje tuvo lugar en Toronto, para poder desarrollarlo sin imposición alguna de los productores. Nota aparte para Howard Shore, la primera persona a la que Cronenberg envía los guiones de sus films una vez termina de escribirlos, cuyo score repleto de sonidos metalizados mediante guitarras eléctricas, instrumentos de viento y percusiones medidas al milímetro elevan el conjunto de la obra confiriéndole una atmósfera casi irreal en a la que volveremos un poco más adelante.



Un año después la película tiene su puesta de largo en el festival francés compitiendo en la sección oficial. Durante su proyección decenas de espectadores abandonan la sala, entre ellos se encuentra el cineasta estadounidense Francis Ford Coppola, presidente del jurado. La cinta se convierte en la sensación del momento debido a la brecha que crea entre los que la consideran pura y enfermiza pornografía sin mayor interés y los que la ven como una pieza adelantada a su tiempo perfectamente identificable como hija de su hacedor. Durante la deliberación Coppola se niega a darle la palma de oro al largometraje, pero debido a las presiones de otros miembros, entre ellos el director canadiense Atom Egoyan, se crea un “premio especial del jurado” que galardona a la película “por su originalidad, osadía y audacia”. Una vez la obra llega a los cines de Estados Unidos es calificada con la temida NC17, debido a la alta cantidad de escenas de sexo explícito de las que hace gala su metraje, de manera que se ve relegada a sesiones en las que los menores de edad tienen prohibido el paso. Contra todo pronóstico ofrece beneficios recaudando 32 millones de dólares a nivel mundial, habiendo sido su presupuesto de 9 millones, y la prensa especializada se deshace en elogios con la última creación del director de Ontario. Una obra de culto acababa de nacer.




Cuando David Cronenberg se dispuso a escribir el guión de Crash  se cumplían cuatro años del estreno de El Almuerzo Desnudo, la traslación a imagen real que él mismo realizó de la novela homónima del escritor estadounidense William Burroughs con Peter Weller dando vida al famoso miembro de la Generación Beat. Aquel proyecto le sirvió para curtirse en lo referido a “adaptar un texto inadaptable” ya que dicho trabajo por parte del autor de Yonqui carece de un hilo narrativo coherente siendo un compendio de situaciones surrealistas y enfermizas en las que monstruosidades salidas de los delirios estupefacientes de su ideólogo campaban a sus anchas a lo largo de más de 250 páginas en las que la explicitud violenta y sexual era la moneda de cambio. De esta manera el canadiense afirmó que una vez se puso a adaptar el trabajo de J.G. Ballard le sorprendió lo fácil que le supuso extrapolarlo del papel al celuloide, algo nada extraño si tenemos en cuenta lo muy similares que son las inquietudes artísticas y antropológicas de ambos autores.



Visto con perspectiva ser antojaba inevitable que los caminos de J.G. Ballard y David Cronenberg se cruzaran en algún momento de sus respectivas carreras, ya que también compartían inquietudes estilísticas y narrativas, uno desde el mundo literario y el otro desde el cinematográfico, pero desembocando ambos discursos en las mismas reflexiones. Crash hacia colisionar estos dos mundos de manera orgánica y lógica ya que esos cuerpos destruidos por los choques automovilísticos y reconstruidos por medio de prótesis o las descripciones de la novela en las que Ballard hablaba de la hibridación entre el cuerpo humano y la tecnología de los vehículos que conducían comparten disertaciones con la ya citada teoría de la Nueva Carne acuñada por David Cronenberg desde los primeros compases de su carrera con proyectos como Cromosoma 3 (The Brood, 1979) o La Mosca (1986).



Pero la versión cinematográfica de Crash pertenece a la etapa de la filmografía de David Cronenberg en la que las deformidades y mutaciones físicas quedaban relegadas a un segundo plano, siendo la psique de sus criaturas las que experimentaban dichos cambios. De manera que el proyecto aunaba esas dos vertientes dando mucho más peso al perfil psicológico de los personajes principales, aunque viéndose estos potenciados por su deseo de observar y formar parte de los choques “fertilizadores y no destructivos” a los que se refiere el personaje de Vaughan en un momento concreto de la obra. Un terreno perfecto para que el director de Spider o Un Método Peligroso desplegara todo su ideario autoral para sondear desde una mirada misántropa y existencialista en qué punto se encontraba el ser humano localizado contextualmente en las postrimerías del siglo XX.



"Eso es ciencia ficción vulgar. Algo superficial que no asusta a nadie" contesta Vaughan a Ballard cuando este le pregunta si sigue queriendo sacar adelante su proyecto de "reconstruir el cuerpo humano mediante la tecnología". Este comentario espetado con desdén y sorna por el personaje de Elias Koteas no es baladí, ya que pareciera como si Cronenberg se apropiara de él para afirmar haber dejado atrás o renegar de su etapa como "rey de la enfermedad venérea" relacionada directamente con sus primeros trabajos mucho más explícitos en su fisicidad con acercamientos casi directos al terror y el gore. Como previamente hemos anotado el canadiense hizo mutar a la Nueva Carne para extrapolar el discurso que la configura a un plano mental en el que los personajes de sus proyectos sufren dicha transformación desde el psicoanálisis o la alegoría, algo que pudimos ver en films como Inseparables o M. Butterfly (1993) y posteriormente en otros como Spider, Una Historia de Violencia o Promesas del Este. Por eso Crash se adscribe a esta vertiente y aunque entristece ver a Cronenberg renegar de su pasado la madurez autoral en la que se vio inmerso a finales de los 80 y principios de los 90 era tan inevitable como necesaria.




Centrándonos ya en el largometraje en sí la acción de Crash está localizada en un Toronto casi fantasmal de colores gélidos y apagados en el que los personajes se mueven o desplazan de manera cadenciosa y se comunican mediante susurros apagados a modo de entidades despojadas de cualquier tipo de sentimiento. De hecho sólo cuando mantienen encuentros sexuales, el matrimonio Ballard mantiene una relación abierta que le permite aventurarse en escarceos esporádicos por mutuo acuerdo, parecen experimentar esas sensaciones que los sacan de un perpetuo estado de trance dentro de un universo de naturaleza cuasi onírica en el que las autopistas y los vehículos que por ellas transitan se convierten en vasos comunicantes conectando las vidas de millones de personas que, en un universo ficcional tan autocontenido como el expuesto por Cronenberg, no se diferenciarán demasiado de la pareja protagonista. 



De esta manera el canadiense asienta las bases conceptuales del tema principal sobre el que pivota su doceavo largometraje. Y es que Crash sólo utiliza las perversidades sexuales de sus personajes como excusa para diseccionar al escalpelo la vacuidad en la que se encontraba sumergido el hombre de finales del siglo XX y de la que no ha conseguido salir el que dio la bienvenida al XXI. Un ser incapaz de experimentar emoción alguna necesitado de esa comunión, casi reminiscente en la religiosidad, entre sexo y muerte para sentirse nuevamente vivo de la misma manera que los componentes del Club de la Lucha requerían golpearse salvajemente para hacer lo propio en la magistral película de David Fincher basada en la novela de Chuck Palahniuk. Este es el fin principal de David Cronenberg a la hora de construir una pieza como Crash y desde esa perspectiva se empapa de las inquietudes propias de su cine como la descomposición de la sociedad occidental, corporaciones deshumanizadas conspirando desde las sombras, la maleabilidad de la identidad individual y personajes marginales operando al margen de la legalidad.



Hay un pasaje en Crash, ausente en la novela de J.G. Ballard, que en un inesperado efecto dominó no sólo sintetiza la esencia misma de la obra cinematográfica, sino también la de la literaria sin pertenecer a la misma. Hablamos evidentemente de la recreación del accidente de tráfico que le costó la vida a James Dean y dejó malherido a su mecánico, Rolf Wütherich, montados ambos en un Porsche Spyder 550, bautizado como “Little Bastard” por su antiguo dueño, el corredor Bill Hickman. Vaughan, su colaborador, Colin Seagrave, y un especialista en escenas de riesgo representan con delectación y fidelidad máxima el trágico choque para sobrevivir al mismo y regodearse en el nacimiento de la leyenda en la que se convirtió el actor de Al Este del Edén (1955), Rebelde Sin Causa (1955) o Gigante (1956). Ante un grupo de espectadores, entre los que se encuentran James Ballard y Helen Remington, esta recreación del famoso siniestro acontecido en 1955, abordada como un espectáculo excitante y peligroso, captura todo aquello que planteó el autor de El Imperio del Sol en su novela confirmando a Cronenberg como el adaptador ideal de este material al medio cinematográfico.



Aunque no podemos eludir lo evidente. Crash es  Eros y Thanatos colisionando en un éxtasis sexual que desdibuja los límites entre el placer y la muerte. Pero de manera ineludiblemente inteligente Cronenberg plantea este trayecto con un gradual in crescendo, ya que en las primeras escenas de relaciones sexuales vemos a todos los implicados intentando palpar piezas de metal con las manos en el momento de alcanzar el orgasmo, como si buscaran el frío artificial para culminar el coito. De este modo la fusión entre carne y tecnología da sus primeros y furtivos pasos para eclosionar segundos después del accidente entre James Ballard y Helen Remington siendo reforzada más tarde cuando Vaughan entre en acción e introduzca al matrimonio protagonista en ese submundo de pasión y dolor que se ha convertido en su modo de vida. Una atípica “zona de confort” en la que los colaboradores del personaje de Elias Koteas disfrutan viendo vídeos de tests de seguridad con coches estrellándose de manera furibunda contra el hormigón mientras se tocan los unos a los otros emulando estar visionando material pornográfico.



Cada nueva escena de sexo se adentra más en esa peligrosa convivencia entre carne humana y metal cromado con los personajes desatando sus instintos más básicos, casi siempre dentro de algún vehículo que potencia sus deseos lascivos y en los casos de no practicarlos en el interior de uno se apela a ellos verbalmente, como en la escena de los Ballard en la cama de su apartamento mientras ambos hablan del Lincoln convertible de Vaughan. Pasajes como el de la prostituta, el resultado del accidente de Jayne Mansfield representado por Seagrave y rodado con una puesta en escena de reminiscencias casi oníricas, el del túnel de lavado o el encuentro sexual entre los personajes de James Spader y Elias Koteas conjugan un recorrido lógico con el que Cronenberg expone y certifica esa “psicopatología benevolente” nacida de los choques automovilísticos culminando con Ballard y Gabrielle, esta última casi una máquina viviente debido a las prótesis que rodean gran parte de su cuerpo, creando una nueva manera de entender la penetración que no está lejos del terreno de las larvas de They Came From… (1975) o la protuberancia fálica de Marilyn Chambers en Rabid (1977). Cronenberg y la Nueva Carne eclosionando en pantalla para gozo de unos y repulsión de otros.



En la recta final de la película, cuando Vaughan se ha convertido en una amenaza para el matrimonio Ballard, este muere intentando hacer chocar el deportivo de Catherine. Fallece en un accidente de tráfico en el que su Lincoln convertible cae por un puente y se estrella con un autobús del que la gente sale envuelta en llamas. Todo un sueño cumplido para el difunto que seguramente satisfaría sus perversa concepción del placer si pudiera verse a sí mismo y el caos al que ha dado forma involuntariamente en un "verdadero accidente de tráfico". A partir de ese momento Ballard ocupa el lugar de su tutor y al día siguiente, conduciendo el destrozado coche que pertenecía a este, intenta colisionar nuevamente con el auto de su esposa haciéndolo salirse abruptamente de la autopista. Con Catherine malherida y James manteniendo relaciones con ella mientras verbaliza que posiblemente la próxima vez lo consigan se cierra una obra maestra que hoy más que nunca sigue vigente, porque habiendo nacido hace más de medios siglo de la pluma de J.G. Ballard parece estar. hablando del hoy, el ahora y de una sociedad deshumanizada que no se diferencia demasiado de la nuestra, sometida por una pandemia a nivel mundial que tiene mucho de cronenbergiana y neocárnica. 



Una vez los títulos de crédito finales se apoderan de la pantalla y el cese de las notas musicales de Howard Shore me saca de la ensoñación en la que me he visto sumergido durante 100 minutos vuelvo a sentir esa sensación de haber asistido a la proyección de una obra única, genuina, perversa, fascinante. Aquellos que a lo largo de los años hayan leído mis textos sabrán que David Croneberg es, después de Luis Buñuel, mi director favorito de todos los tiempos y Crash una de sus obras más excelsas y representativas. En su enésima revisión he vuelto a descifrar detalles en los que no reparé las ocasiones anteriores, he vislumbrado nuevos gestos de su brillante reparto entregado a una causa suicida que a varios de sus componentes, sobre todo a Elias Koteas por la naturaleza repulsiva de un rol como el de Vaughan, les podía haber costado la carrera y su tan milimétrica como aséptica puesta en escena me ha llevado a terrenos todavía inexplorados. Por todo ello una vez más soy consciente de que en un futuro no muy lejano volveré a dedicar otro texto a Crash, al enfrentarme nuevamente a ella y redescrubrir en su interior nuevas sensaciones extremas que nos hagan transitar mentalmente por la autopista de lo prohibido.




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