viernes, 14 de agosto de 2009

House of the Dead, cuando el mundo conoció a Uwe Boll



Director: Uwe Boll (2003)
Guión: Mark A. Altman & Dave Parker
Actores: Jonathan Cherry, Tyron Leitso, Clint Howard, Ona Grauer, Ellie Cornell, Will Sanderson, Enuka Okuma, Kira Clavell, Sonya Salomaa, Michael Eklund





Por fin he visto una cinta de mi admirado Uwe Boll, su primer boom y la película que mostró a toda potencia sus "dotes" como director. Pero que nadie se lleve a engaño, esta era su séptima película, que no se diga que por ser un ópera prima, es tan cutre y está tan mal hecha, que el hombre ya llevaba a sus espaldas un buen número de obras, según dicen con algunas bastante dignas, cuando realizó esta adaptación del célebre, simple y divertido videojuego de Sega.



Amigos, yo creía que exageraban, que ya era por hacer mofa con el pobre hombre, pero joder, todo lo que se ha dicho sobre lo mal director que es el amigo Uwe es cierto, dios santo, que tío más inepto, madre del cordero. Los movimientos de cámara, el inexistente tempo narrativo, el montaje a trompicones que no llega a ser ni videoclipero por lo deficiente que es, los plagios continuos al bullet time, los innecesarios insertos de escenas del videojuego cada dos por tres, las transiciones de escenas con cortinillas, los planos en los que se ven las rampas para acentuar los saltos de los especialistas, el flashback en el galeón español, las muertes de los personajes, todo es apoteósicamente cutre.




Tiene mucho mérito tener un presupuesto más o menos decente y convertirlo todo en una serie B, eso sí, con tiros, sangre, acción, personajes sonrojantes, diálogos que incitan a la carcajada y tías buenas enseñando las peras gratuitamente, en ese apartado destacar a la actriz de origen mejicano Ona Grauer, un pecado carnal andante que se confirma como lo mejor de toda la cinta, con mucha diferencia.



Una de las peores películas de zombies jamás hechas y una de las más infectas adaptaciones que se han realizado de un videojuego al cine, pero también la confirmación de lo grande que es este director, consciente de lo malo que es y de que debe pasárselo de puta madre en los rodajes de estas cosas horribles subvencionadas por su gobierno. Ya estoy deseando ver esa Alone in the Dark que tiene peor pinta aún que esta joya que nos ocupa.




Larga vida al puto Uwe Boll, el único director contemporáneo que ha sabido captar el espíritu y la esencia fílmica del gran Ed Wood, encima él lo sabe, muy a pesar de sus detractores.


jueves, 13 de agosto de 2009

Rob Zombie, la perversión de un género



Robert Cumings nace el 12 de Enero de 1965 en Haverhill, Massachusetts, hijo de unos feriantes, desde su infancia se vio brutalmente influenciado por el cine de serie B y las Monsters Movies de la primera mitad del siglo XX.





Su fama le llegó cuando a mitad de los 80 creó la banda de metal industrial White Zombie (nombre que hace referencia a una mítica película protagonizada por Bela Lugosi y cuyo título en España fue La Legión de los Hombres Sin Alma). Diez años le duró el negocio al conjunto. Más tarde el mismo Robert en solitario y con el nombre Rob Zombie siguió haciendo un estilo de música parecido al que realizaba con su anterior grupo pero con un tono mucho más personal.




Justo cuando empezó su carrera en solitario fue cuando afloraron sus primeros coqueteos con las cámaras, dirigiendo él los videoclips de su canciones, que para ser sincero son bastante flojos, pero en ellos ya se dejan ver sus gustos cinematográficas como el expresionismo alemán de gente como o Murnau o Wiene, el cine de Kubrick o las películas de terror de la Universal de los años 30.




Tras varios guiones vendidos y colaboraciones en algún cortometraje de animación, el año 2001 sería el elegido para que Zombie se pusiera detrás de una cámara para rodar la que sería su involuntariamente polémica ópera prima cinematográfica. House of 1000 Corpses.




Las Casa de los 100 Cadávares no se estrenó hasta pasados tres años de su producción. La cinta fue rechazada por varias productoras por su supuestamente excesiva violencia, hasta que la LionsGate decidió distribuirla. La película fue bien recibida por el público (fu un considerable éxito de taquilla) pero no muy agradablemente tratada por cierta parte de la crítica.




House of the 1000 Corpses no es una película homogénea, es algo parecido a un cúmulo de escenas grotescas perfectamente ejecutadas, que son utlizadas como arma arrojadiza contra el espectador, neófito o no, ya que la cinta acusa un considerable desnivel. La obra es un indudable homenaje a Tobe Hooper y su imperecedara obra maestra La Matanza de Texas, pero el problema estriba en que en la cabeza de Zombie hay tantas referencias a otras películas (sobre todo de los años 70) que no duda en realizar continuos guiños y homenajes a dichas cintas olvidándose de dar consistencia narrativa a la historia que está contando.




Aún con todo esto la cinta es muy superior a la media de cine de terror americano actual, es directa, tiene unos diálogos excelentes y puso la semilla de lo que vendría a ser el estilo Rob Zombie, que no es ni más ni menos que llevar la crueldad a extremos insoportables, no estilizar ni parodiar la violencia y pervertir al máximo las señas de indentidad características del cine de terror. Huelga decir que para gente como yo que se crió viendo cine de John Carpenter, Wes Craven o George A. Romero el proyecto es un orgasmo continuo, viéndome en la obligación destacar la escena de la matanza policial en la casa de los Firefly y el plano secuencia (tan sencillo como bestial) jodidamente tenso y alargado entre Otis y el ayudante del sheriff interpretado por Walton Goggins (The Shield) en el que ya se deja ver por primera vez una leve pincelada del gran talento de Zombie como director. Talento que se desbordaría (y de qué manera) en su segunda película




Cuando allá por 2004 saltó la noticia de la segunda cinta como director de Rob Zombie sería una secuela de su ópera prima, sus fans dieron saltos de alegría, sus detractores más acérrimos se frotaron las manos y los más excépticos (incluyánme a mí en ese grupo) callamos y esperamos. El resultado fue sobresaliente y bestial no dejando a nadie indiferente.




El amigo Zombie en un giro encomiable, magistral y arriesagadísimo cambió por completo la estética que había insuflado a su primera cinta dándole a Los Renegados del Diablo entidad propia. Si La Casa de los 1000 Cadáveres era puro Tobe Hooper y Wes Craven, su secuela le debe irremediablemente la vida a los westerns de Sam Peckinpah y en menor medida a la mirada acerada y seca de Samuel Fuller.




Bien es cierto que las referencias al director de Salem's Lot aún se dejan ver en el metraje, pero no imperan ya en Los Renegados del Diablo, cinta cuyo inicio es un homenaje al tiroteo final de Grupo Salvaje, y que guarda un as en la manga soberbio. La manera que tiene el director de jugar con el espectador, en esta secuela se nos muestra a la familia Firefly como unos desalmados asesinos a sangre fría que son perseguidos por el sheriff Quincy Widell (William Forsythe en el rol de su vida). Pero hacia el final y acercándose la historia a su clímax por medio de un cambio de papeles aterrador Zombie nos hace empatizar con sus descerebrados protagonistas y odiar al agente de la ley que acaba convirtiéndose, por su sed de venganza, en un ser mucho más cruel y despreciable que los mismos criminales fugitivos a los que persigue. Ahí es cuando Zombie pervierte al máximo su visión del cine de terror, nos hace cómplices de semejantes aberraciones humanas y da un matiz demencial y profundo a lo que nos cuenta, grabando por primera vez a fuego su estilo cinematográfico en la platea y creando su discurso personal, intransferible y trangresor.




Pero en el apartado técnico la cosa no pierde fuerza. Planos bestiales que se quedan grabados en la retina, picados y magistrales utilizaciones de grúas, una banda sonora soberbia con temas de Lynyrd Skynyrd, Gregg Allman y Terry Reid perfectamente ensamblados en las imágenes, diálogos hilarantes al más puro estilo Tarantino o cinefilia clásica (lo del crítico de cine ayudando al sheriff es sencillamente impagable). Como bien dijo Zombie en el soberbio documental 30 Días en el Infierno, que narra todo el proceso de creación de Los Renegados del Diablo desde la preproducción hasta su estreno, Con la mitad del presupuesto de mi primera película tenía que hacer creer al público que estaba haciendo con mi segunda cinta una producción el doble de cara que la anterior y a fe mía que el tipo lo consigue, utilizando una descarnada violencia nunca banal o paródica y siempre caótica, realista y dura de visionar, así como una identificación emocional con las desvalidas víctimas de los protagonistas.




Esta cinta no arrasó en taquilla tanto como La Casa de los 1000 Cadáveres pero sí fue mucho mejor recibida por la crítica en muchos de los países en los que se estrenó, recibiendo el título manido pero bastante interesante de obra de culto. Tras esta atípica secuela que es a día de hoy lo mejor de su director, a Zombie le abrieron las puertas de Hollywood y decidió realizar un salto mortal sin red. Un remake de una obra maestra que no necesitaba revisión alguna.





La Noche de Halloween es un clásico del cine de terror y la mejor película del gran John carpenter, esta obra viene a ser (más o menos) el primer bodycount oficial de la historia y una revisión del giallo italiano con apuntes de la mirada de Hitchcock mezclada con un toque juvenil y macabro para adecuarse al cine de adolescentes de la época.





Un remake era innecesario (y más viendo la nefasta calidad de las numerosas secuelas sobre Michael Myers que se produjeron tras la cinta de Carpenter), pero una vez más Zombie da en la diana. Hace suya la cinta del director de La Cosa, crea una relectura de la misma, la homenajea y respeta sin plagiarla, ni faltarle al respeto y sale bien parado de tan complicada empresa. ¿Por qué?. Una vez más por pervertir la conceptualidad de la cinta de Carpenter y llevándolo todo al extremo del sadismo más inhumano pero sin desvirtuar el espíritu fílmico de la película primigenia.




Halloween: El Origen, no es una película 100% Zombie, ya que al meterse el director en un proyecto más grande, el ferreo control de los productores (nada más y nada menos que los hermanos Weinstein, el terror de las nenas) ata en corto el discurso malsano y destructivo de su director, pero aún así la cinta es identificatble como obra de su autor.




Virtudes y fallos se dan la mano en este disgnísimo remake. El mayor no es como dije, cuando hice su crítica tras verla en cine, el hecho de querer Zombie psicoanailzar la mente del protagonista con brocha gorda, lo peor es que el mismo director quiere buscar el origen de por qué Michael es un asesino a sangre fría y eso es un fallo garrafal. Porque el Myers de la cinta de Carpenter no tiene una excusa para matar, ya que él mismo es el mal en su estado más puro, no se necesitan recursos banales, Myers es una alegoría de la maldad en su máximo exponente.




Pero sin lugar a dudas lo mejor de la cinta es la visión mórbida y cruda que Zombie hace de la película original de 1979. Si Carpenter optaba por el fuera de campo y sugerir en vez de mostrar, el amigo de Massachussets elige bestializar el espíritu de la cinta acercándolo a el Jason Voorhees de la saga Viernes 13, un verdadero acierto que sirve para dar su toque personal al largometraje y para marcar distancias con la obra maestra en la que se basa esta admirable, entretenida y pérfida cinta.




Este hombre, al igual que Alexandre Aja, James Wan o Jaume Balagueró, es un salvavidas para el cine de terror más hiperrealista. Un tipo que no duda en retratar a la familia media/baja americana (tanto la del sur del país y como la que vive en un adosado) como unos descerebrados podridos por dentro. Su mirada es lasciva, nihilista, lacerante y polémica. Por suerte al buen hombre no le faltan proyectos en los que trabajar y productores que financien sus pervertidas bombas incendiarias en forma de celuloide. Como esa Tyrannosaurus Rex que tan bien pinta o esa inminente H2 secuela de Halloween: El Origen que, en principio, no parece que vaya a ser una paso adelante dentro de su carrera como realizador. Carrera que un servidor al menos, seguirá de cerca.


miércoles, 12 de agosto de 2009

Cobardes, ignorar el elefante en medio del salón


Director:
José Corbacho y Juan Cruz (2008)
Guión: José Corbacho y Juan Cruz
Actores: Lluís Homar, Elvira Mínguez, Paz Padilla, Antonio de la Torre, Javier Bódalo, Eduardo Espinilla, Eduardo Garé, Ariadna Gaya, Maria Molins






En el año 2005 a más de uno cogió por sorpresa la cinta Tapas, ópera prima del tandem José Corbacho y Juan Cruz. Una deliciosa tragicomedia urbana llena de personajes terriblemente realistas y cercanos que desbordaba talento y ternura, mostrando un grupo de personas que luchaban contra la soledad. La película ganó varios premios en el festival de Málaga, dos Goyas, dirección novel y actriz secundaria (Elvira Mínguez), así como una considerable repercusión en la taquilla.




En su segunda obra, Corbacho y Cruz tocan el espinoso y complejo tema del acoso escolar. Una de las lacras de nuestra sociedad, que quieran admitirlo o no, no es una novedad, siempre ha estado ahí desde los albores de la enseñanza, lo que no existían eran los teléfonos móviles que a día de hoy dejan constancia de los abusos físicos y psicológicos entre alumnos.




El dúo de directores confirman la profesionalidad que dejaron ver en su primera cinta. Cobardes retrata el Buillyng desde un punto de vista inteligente, equidistante, realista, nada adoctrinador o maniqueo, no aportan supuestas soluciones, ni apuntan directamente a un sólo culpable, ya que los cobardes a los que hace alusión el título no son sólo el crío que no se rebela al recibir los golpes o los niñatos que se los inflingen, son en parte los padres e incluso los profesores que hacen oídos sordos ante tales hechos, del todo reprobables.




Pero lo que más me ha sorprendido es lo bien llevada que está la inclusión de la subtrama política en el film. Corbacho y Cruz no definen el partido político al que pertenece el personaje de Lluis Homar (cosa que les honra) y no lo retratan como un estereotipo falsario o un hombre arisco. En cambio la historia del italiano está metida con calzador y aporta poco a la trama, a pesar de que el personaje tiene algunas de las mejores frases de la película.



Desde el acertado reparto infantil, al casting de actores adultos (sorprendiendo una más que correcta Paz Padilla) pasando por el astuto guión y ese ambiguo y soberbio final que es como un puñetazo directo a la cara de un espectador que se queda destrozado ante ese último plano que dice muchas cosas con un sólo gesto facial. Un cierre que nos muestra que poco o nada se ha solucionado, puede incluso que todo vaya a peor a partir de ese momento y que es cierto aquello que dicen sobre la violencia.




Un acierto en toda regla, una mirada sabia, sincera y necesaria sobre un problema que nos concierne a todos y que a veces puede llegar a tener un desenlace trágico (el caso Jokin Ceberio). Corbacho y Cruz siguen por el buen camino, es cierto que Cobardes pierde la frescura de Tapas, pero gana tanto en compromiso como en valentía y si la triste pero liberadora escena de esa terraza con Frank Sinatra llevándonos a la luna, era la más memorable de aquella reivindicable ópera prima, la secuencia de la alarma y la de una madre, a la que no le vemos el rostro, que descubre como es realmente su hijo por medio de una grabación en un teléfono móvil, se rebelan como los dos momentos álgidos de esta cinta hecha para despertar de su letargo a conciencias que viven en una aislada y falsa comodidad hogareña.



domingo, 9 de agosto de 2009

The Hurt Locker, desconexión total



Título Original: The Hurt Locker (2008)
Director: Kathryn Bigelow
Guión: Mark Boal
Actores: Jeremy Renner, Anthony Mackie, Brian Geraghty, Guy Pearce, Ralph Fiennes, David Morse, Christian Camargo





Llega a ser alarmante la cantidad de cintas que en Estados Unidos han sido alabadas y tildadas de genialidades y que luego no cumplen las expectativas que se tienen ellas (El Curioso Caso de Benjamin Button de David Fincher), que decepcionan (El Intercambio de Clint Eastwod) o que directamente son malas, como el caso que nos ocupa, The Hurt Locker, dirigida por la realizadora Kathryn Bigelow.



La amiga Bigelow es conocida por ser una artesana que no pasa de resuelta, aunque a veces nos ha regalado proyectos interesantes como K-19, the Widowmaker, Días Extraños, Le Llaman Bodhi o Acero Azul. Con The Hurt Locker se llevó hace cosa de un año varios premios internacionales y puso a la crítica a sus pies por el supuesto retrato real y humanista que se hace en ella de la actual segunda guerra del golfo que dura ya 6 años y que se ha cobrado innecesariamente la vida de más de un millón de pesonas, entre americanos e iraquíes.




La cinta sigue el día a día de un grupo de desctivadores de bombas del ejército americano en el país asiático. Se gradece que Hollywood se interese por hacer un tipo de cine sobre un conflicto bélico tan reciente sin moralina, ni partidismo alguno y por extraño que parezca, sin patriotismo de baratillo típicamente estadounidense, pero el precio a pagar es caro. The Hurt Locker carece totalmente de guión y consistencia narrativa, la implicación del espectador con los personajes es nula, nunca llegamos a sentir nada hacia los soldados que no sea indiferencia, por culpa de una total ausencia de empatía con ellos, sobre todo con el insoportable protagonista, interpretado con chula e insípida altanería por Jeremmy Renner. A los pocos minutos nos importa realmente una mierda si los militares consiguen desactivar las bombas o si vuelan por los aires todos ellos al intentar desmantelar uno de los numerosos explosivos que pueblan el film.




Kathryn Bigelow rueda de manera impersonal y con innecesario nervio, creyendo que el uso y abuso de la cámara al hombro da realismo a la cinta, cuando el resultado es el contrario, ya que lo que acentúa tal técnica visual es un artificio que llega a ser cargante. Es una pena que todos los directores de cine bélico de esta década tengan la poca originalidad de querer copiar al Steven Spielberg de Salvar al Soldado Ryan, película que revolucionó a nivel de realización el género, pero que ha tráido tras de sí una larga lista de imitadores de poca calidad.




The Hurt Locker
son dos interminables y anodinas horas con un reiterativo uso del subrayado, una dirección mimética, un guión inexistente y unos actores carentes de cualquier atisbo de carisma o sentimientos creíbles. Una cinta que queda empequeñecida al ser comparada con otras obras que han hablado del mismo conflicto bélico (de manera directa o indirecta), como Redacted de Brian de Palma o En el Valle de Elah de Paul Haggis y que hubiera sido más contundente y útil si hubiera sido gestada como un documental, que como el decididamente fallido ejercicio cinematográfica que es.



sábado, 8 de agosto de 2009

Up


Título Original: Up (2009)
Director: Pete Docter & Bob Peterson
Guión: Bob Peterson





Por enésima vez lo han vuelto a conseguir, han realizado cine clásico instantaneo, conmovedor, profundo, entrañable, con unos personajes inolvidables y una factura técnica en la que los efectos digitales están indudablemente al servicio de la historia y no al revés, un deleite pare pequeños y mayores que satisfará incluso más a estos últimos.



Los tan comentados 10 primeros minutos de Up son un ejercicio de sintaxis narrativa de altísima calidad, es increíble como Docter y Peterson son capaces en tan poco metraje de crear una historia de amor tan maravillosa, como triste, llegando a emocionar al espectador con un punto de partida tan sólido y magistral que por desgracia no mantiene el altísimo nivel durante todo el film.



La cinta es mágica e inolvidable, pero he de admitir que en el momento en el que la aventura de Carl Fredricksen empieza a tomar forma, la trama se me antoja como un caos narrativo, eso sí, lleno de amor, humor, drama, buenos sentimientos, que en verdad no cuenta una historia con verdadera solidez argumental, ese sería el único fallo de guión que no encumbra a la cinta como la mejor obra de la factoría Pixar que podría haber sido.



La aventura de los dos personajes principales en las islas Paraíso contiene algunos tópicos que producen en mi persona una ligera sensación de Déjà vu, pero los secundarios son tan carismátcos que poco importa si lo que vemos en pantalla no es algo único, nunca antes visto. El pequeño Russell, el impagable perro Dug (con lo de los gags de ¡Ardilla!, tuve que quitarme varias veces las gafas de 3D por culpa de las lágrimas que me caían por la risa) o el malvado Charles Muntz, llenan todos y cada uno de los encuadres de prodigiosas escenas repletas de fascinante vida.



Carl Fredricksen y su odisea realizada por amor, no sólo es una nueva joya de la Pixar y uno de sus mejores productos, también es un canto lleno de necesarios y universales valores en favor, no de la tercera edad o del respeto a nuestros mayores, como sí lo es, en parte, la otra gran cinta sobre la madurez de este año, la portentosa Gran Torino de Clint Eastwood, sino de la inmortalidad y la eterna juventud del alma humana, que es capaz de atravesar oceanos inmensos junto a un crío que no es ni más ni menos que el reflejo de su popria niñez en pos de encontrar la felicidad, no la propia, sino la de la persona con la que compartió los mejores y los peores momentos de su existencia, una pequeña exploradora, mellada, pelirroja y habladora que le cambió la vida para siempre.



jueves, 6 de agosto de 2009

A Dos Metros Bajo Tierra, un tratado sobre la vida, por medio de la muerte


Genial. Mi padre ha muerto, mi madre es una puta, mi hermano quiere matarme y mi hermana fuma crack
Nathaniel Fisher Jr




En el año 2000, tras ser galardonado con un Oscar por su guión de la genial ópera prima del inglés Sam Mendes, American Beauty, Alan Ball recibió una oferta por parte de la cadena HBO para hacer una serie sobre una familia metida en el negocio de las pompas fúnebres. Gracias a esta alineación de casualidades y talentos, nació la obra más emocionante, realista y cercana de la historia de la ficción filmada, A Dos Metros Bajo Tierra.





A Dos Metros Bajo Tierra, por varios motivos, es para mí (y otros muchos) algo más que una serie de televisión, es un producto que trasciende el entretenimiento para convertirse en puro arte, desde su episodio piloto deja de ser un serial catódico para convertirse en literatura, un libro sobre la vida con sus virtudes y miserias, en el que la muerte es nuestra anfitriona y el medio gracias al cual llegamos a conocer el camino para encontrar el sentido de nuestra existencia.



Para Alan Ball y su equipo de guionistas y directores, la muerte es la catalizadora de A Dos Metros Bajo Tierra. Una muerte inaugura la serie (la de Nathaniel Sr), una muerte da inicio a cada episodio y por medio de la misma conocéremos a los Fisher, monstrando con ellos lo que parece ser el reflejo de la decadencia de un nucleo familiar totalmente desestructurado compuesto por un hijo irresponsable que no quiere heredar el trabajo de su padre, el hermano de éste, un homosexual reprimido, la hija pequeña, una aleinada adolescente que sólo encuentra una vía de escape a su aburrida vida por medio del consumo de estupefacientes y comandándolos a todos, la matriarca, una inestable ama de casa, absorbida por su anodina existencia.



El ojo poco avispado proclamará a los cuatro vientos y de manera equívoca que A Dos Metros Bajo Tierra es la enésima crítica a la familia americana, con sus bajezas y doble moral, nada más alejado de la realidad. Por mucho que pese a los ultraconservadores que la critican, la serie de Alan Ball es una maravillosa y lírica oda a la unión familiar y las sólidas bases en las que se sustenta, pero dicho análisis está realizado desde la incómoda posición del ojo crítico, alejándose los creadores de la serie de la autocomplaciencia y el simplismo sentimentaloide, mostrándonos tanto lo maravilloso, como aterrador, que hay dentro de cada casa.



Homosexualidad, incesto, ninfomanía, racismo, religiosidad, adulterio, traumas familiares, inestabilidad psicológica, drogadicción, existencialismo, todos estos temas nunca habian sido tratados con tanta delicadeza, elegancia, seriedad y profundidad en televisión antes de la existencia de esta serie, gracias a guiones elaboradísimos, directores de una profesionalidad intachable y un reparto de actores de una credibilidad fuera de lo común cuyos personajes eran tan reales que podías casi tocarlos.




Six Feet Under tiene el más soberbio y trabajado desarrollo de caracteres de la historia de la televisión, todos ellos poseen una personalidad poliédrica que los hace tan palpables, humanos y cercanos que a veces incluso nos vemos reflejados en ellos, desde el atormentado David (Michael C. Hall), a la nihilista Claire (Lauren Ambrose), el impulsivo Keith (Matthew St Patrick), pasando por el carísmatico Federico (Freddie Rodriguez), el omnipresente y fallecido Nathaniel Sr (Richard Jenkins) o la inigualable Brenda Chenowitt (Rachel Griffiths), uno de los personajes más complejos e interesantes de la ficción televisiva, una mujer manipuladora, casquivana y materialista, poseedora de una abrumadora inteligencia, que mantiene una enfermiza relación con su inestable hermano Billy (Jeremy Sisto) y su insensible madre Margaret (Joanna Casiddy), amén de ser el amor de la vida de Nate Fisher.




Pero si hay que destacar a un personaje sobre todos los demás del reparto ese es el protagonista. Nathaniel Fisher Jr no es el mejor y más humano de los roles que ha dado jamás la televisión, ni el más carismático, es mucho más que eso. Nate es la alegoría, la representación, la metáfora de una vida exprimida hasta el límite, de como aprovechar todos y cada uno de los días de la existencia, sin mirar atrás, moviéndose por los impulsos que dicta el corazón, su presencia en la serie y su recorrido vital en la misma están desde ya en los anales de la mejor ficción jamás realizada. Nunca una creación ficticia ha llegado a tales cotas filosóficas y de calado emocional, por ello Peter Krause, el limitado actor que lo compone, eso sí, desde la más profunda de las verdades, debería todos los días al despertarse besar una foto de Alan Ball, por el regalo tan grandísimo que le hizo, concediéndole el honor de dar vida a este fenomenal ser humano que parece que realmente existió entre nosotros.




Mucho se ha hablado del final de A Dos Metros Bajo Tierra, esos 10 minutos que dan por finalizado el episodio Everyone's Waiting y la serie. Un servidor sigue opinando tres años después de verlo lo mismo que cuando lo degustó por primera vez, es el mejor cierre que se ha dado jamás a una serie de televisión, sin duda alguna, las cotas de emoción a las que llega Alan Ball en esa conjunción de música e imágenes no tiene parangón, pasando completamente de esos manipuladores montajes de escenas de todas las temporadas con los que finalizan cientos de series mediocres, el creador de True Blood realiza un arriesgado triple salto mortal sin red y sale victorioso, encogiéndonos el corazón con una elaboradísima y honda despedida que arranca un buen puñado de lágrimas al seguidor habitual del programa.



Al igual que con cintas como Sin Miedo a la Vida de Peter Weir o Braveheart de Mel Gibson, guardo una especial relación con esta obra maestra indiscutible del tubo catódico que está más allá del bien y del mal, porque sé de primera mano que su mensaje, su filosofía de como ser feliz y vivir una vida plena, de no sucumbir a la tristeza, a los prejuicios e incluso a la perdida, funciona. Poco después de acabarla de ver murió un familiar muy cercano a mí y rememorar las vivencias de los Fisher, de como afrontaron sus penurias y arrancaron haces de luz dentro de la oscuridad me ayudaron a encarar uno de los momentos más duros de mi vida, pero esa, es otra historia y este no es el momento, ni el lugar.