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sábado, 15 de marzo de 2014

300: El Origen de Un Imperio



Título Original 300: Rise of An Empire (2014)
Director Noam Murro
Guión Zack Snyder y Kurt Johnstad basado en el supuesto cómic de Frank Miller
Actores Sullivan Stapleton, Eva Green, Rodrigo Santoro, Lena Headey, Jack O'Connell, Andrew Tiernan, David Wenham, Callan Mulvey, Andrew Pleavin, Yigal Naor, Ashraf Barhom, Vincent Walsh, Steven Cree, Trayan Milenov-Troy, Andrei Claude, Peter Ferdinando, Mark Killeen, Peter Mensah





Entre mayo y octubre del año 1998 Frank Miller editó por medio del sello Dark Horse la que a día de hoy sigue siendo su última gran obra como guionista e ilustrador. 300 fue una serie de cinco números en formato apaisado que narraba al estilo de su autor la célebre batalla de las Termópilas entre el ejército espartano comandado por el rey Leónidas y el persa encabezado por el rey Xerxes. Con la narración como autor del creador de Sin City al 100% de sus capacidades y el magnífico coloreado de su por aquel entonces todavía esposa Lynn Varley 300 se revelaba como una obra sobresaliente que con sus virtudes narrativas y estilísticas camuflaba en cierta manera ese mensaje de tufo derechoso que con los años se ha ido recrudeciendo dentro de su discurso como autor (y personaje público) hasta llegar al puro asco en la actualidad como pudimos ver en esa estupidez titulada Holy Terror o esta basura en forma de declaración social y política.




En el año 2006 al director norteamericano Zack Snyder, que venía de triunfar con su excelente remake de El Amanecer de los Muertos (titulada Zombie en España si nos referimos al film de 1978) de George A. Romero, dirigió una exitosa y testosterónica adaptación del cómic. Con una estética que hacía un uso de los efectos especiales para recrear (sobre todo) el entorno en el que se movían los personajes 300 era un desfile de sangre digital, cuerpos musculados y batallas campales en slow motion que tenía tanto de soflama fascistoide (aunque menos que el cómic, del que también suavizó su tono xenófobo hacia los persas y "su olor") como de ¿inintencionada? apología homosexual de las bondades del físico masculino. La cinta gustó a la crítica (en líneas generales) y a pesar de su polémica fue un éxito más que considerable en taquilla. De modo que la secuela no tardaría en llegar, pero el problema nació cuando Frank Miller no se ponía a trabajar en el cómic que serviría de base para la misma.




Esa secuela titulada Xerxes que narraría el origen del "dios-rey"de Persia nunca llegó a editarse oficialmente, pero la imparable maquinaria de Hollywood se puso manos a la obra para rodar la secuela de 300 independientemente de si Frank Miller decidía o no ponerse manos a la obra con el cómic. De modo que la Warner Bros y Legendary Pictures encomendaron a Zack Snyder la producción y co escritura (el otro guionista fue Kurt Johnstad, que también colaboró en la primera película) del proyecto cuya realización recaería esta vez en el poco conocido cineasta israelí Noam Murro (Gente Inteligente). Estrenada hace una semana en España 300: El Origen de Un Imperio da lo que se espera de ella, ni más ni menos, y en ese sentido dejará satisfecho, principalmente, a los que disfrutaron con la estética de la cinta del director de El Hombre de Acero y recibirá el rechazo de aquellos a los que se les atragantó la odisea digital de Leónidas y sus compañeros de armas.




La historia narrada en 300: Rise of the Empire tiene lugar antes, durante y después de la famosa batalla de las Termópilas, que ocupó el grueso de la primera película, narrando el origen del rey-dios Xerxes (Rodrigo Santoro) la influencia que en las decisiones bélicas y personales de este tuvo la sensual, peligrosa y manipuladora Artemisia (Eva Green) que era el brazo derecho del rey Darío (Igal Naor) asesinado este a su vez en presencia de su hijo, el mismo Xerxes, por el general griego Temístocles (Sullivan Stapleton) que encabezará una batalla contra el imperio persa después de que el rey Leónidas, marido de la reina Gorgo (Lena Headey) que clama venganza por su pérdida, y sus 300 espartanos caigan derrotados a manos del ejército de Xerxes. El enfrentamiento naval entre Temístocles y Artemisia marcará el porvenir de la democracia en Grecia.




300: El Origen de Un Imperio es, al igual que su predecesora, una orgía visual regada en violencia física, sangre digital, cuerpos apolíneos y belicismo desproporcionado. Una vez sabido eso es sólo cuestión de tomarlo o dejarlo, de entregarse a la hiperbolizada épica testosterónica que proponen Zack Snyder y su protegido Noam Murro o huir despavorido para no tener que meterse entre pecho y espalda otra entrega de peplum esteticista tan disfrutable como intrascendente. Esta vez se incorporan al reparto el australiano Sullivan Stapleton (Animal Kingdom) como el general Temísctocles y la francesa Eva Green (Casino Royale, Soñadores) como Artemisia siendo la elección del primero no precisamente un acierto y la de la segunda uno de los mayores logros del largometraje.




Hiperbolizando y mejorando (gracias a lo avances dentro del mundo de los efectos digitales más que por otra cosa) el acabado estilístico de la 300 de Zack Snyder pero quedándose como producción lejos de la personalidad viril y rotunda de aquella esta secuela trata de abarcar mucho más que su hermana mayor (el metraje ocupa tres etapas temporales distintas de manera simultaneada) sin por ello destacar demasiado narrativamente ya que al querer relatar tantas tramas en épocas diferentes el sentimiento de dispersión argumental en el guión y los momentos anticlimáticos, o directamente obviados, hacen mella en la solidez del conjunto de la historia. Pero como espectadores somos conscientes de que un producto como el que nos ocupa no ha sido ideado para dar clases de escritura cinematográfica sino para ofrecer fruición visual y esteticista al seguidor de la franquicia.




Las escenas de lucha son más crudas y estilizadas (la sangre digital es más espesa y no desaparece al tocar el suelo como la de la primera 300) se recrean más en la casquería y las cámaras lentas y se realiza un efecto de retroalimentación con la serie Spartacus ya que si el programa creado por Steven S. Deknight bebía de la cinta de Zack Snyder es ahora esta secuela de Noam Murro la que toma muchos apuntes del efectismo visual de la serie que en su primera temporada estuvo protagonizada por el malogrado Andy Whitfield. En su aspecto la película es realmente fiel a la esencia de la cinta primigenia pero si algo nos deja totalmente claro es que el "sello de autor" de Zack Snyder es tan visual e impersonal que cualquiera puede plagiarlo haciéndolo pasar por suyo e incluso mejorándolo en varios momentos como en la primera batalla (la mejor del largometraje) el falso plano secuencia de Temístocles a caballo en plena batalla naval o el salto con travelling del soldado griego sobre el barco persa.




El mayor fallo de 300: El Origen de Un Imperio es, no sólo vivir a la sombra de la película  de 2006, sino también carecer de un protagonista del carisma y presencia del Leónidas al que dio vida un Gerard Butler incomensurable. Sullivan Stapleton tiene el porte fisico y las dotes para realizar creíbles coreografías de lucha, pero no tiene nada de personalidad, sus discursos palidecen al lado de los que espetaba el protagonista de la ácida Gamer y sólo cuando pone ojos de psicópata ofrece una labor algo más potable en pantalla. Pero para equilibrar la balanza tenemos a la Artemisia de una imponente Eva Green que devora el encuadre como sus malas artes, manipulaciones palaciegas, crueldad sin mesura y curvas de vértigo. El momento en el que "negocia" con Temístocles en privado es el más destacado de la velada y ahí la podemos ver en todo su esplendor empequeñeciendo al actor australiano.




Entre los secundarios volvemos a tener a un Rodrigo Santoro en su salsa como Xerxes y con él nace otro de los fallos más destacados del largometraje, porque si el cómic en el que supuestamente se basa la película toma su nombre como título es curioso que su aparición en la cinta sea más bien breve y casi anecdótica ya que después del (memorable) flashback que nos narra su nacimiento como rey-dios poco más se le ve en pantalla y la excusa de que parte de su ausencia es debido a que estaba formando parte de la batalla de las Termópilas no se sostiene demasiado porque como recordamos de la primera 300 su presencia en dicho enfrentamiento también fue bastante tangencial. Lena Heady vuelve como la reina  Gorgo y nuestra Cercei Lannister curiosamente da mejores discursos que Sullivan Stapleton y se implica mas físicamente en los enfrentamientos cuerpo a cuerpo (bueno, el que tiene, que es sólo uno) que Eva Green que es el único apartado del film en el que la actriz de Sombras Tenebrosas no está del todo a la altura. También se echa de menos a gente como Dominc West (The Wire) o Michael Fassbender (Shame, X-Men: Primera Generación) pero que murieran en la anterior entrega hacia difícil el regreso de ambos.




300: El Origen de Un Imperio es un placer culpable que da lo que se espera de ella, cine cafre de evasión, acción hipertrófica a ritmo de música machacona, algo de sexo llevado a cabo por cuerpos curtidos en gimnasios hasta lo extenuante e inexistente rigor histórico, aunque una vez más la épica rocambolesca funciona a la hora de cumplir su cometido de inflar de testosterona el conjunto del largometraje. Hay menos batallas en tierra y más navales y falta un protagonista masculino que lleve a buen puerto el barco, pero como obra es tan fiel a la pieza original que hasta mensajes pro bélicos y subtextos filogays tenemos en el guión y sus lapidarios diálogos, aunque esta vez se reduce el tufo xenófobo y se da incluso un origen comprensible a la maldad tanto de Xerxes como de Artemisia. De modo que si los fans de la versión de Zack Snyder se quedaron con ganas de más estas es su película, pero a aquellos que salieron del cine en 2006 hartos de cromas, filtros, pectorales y frases que luego fueron parodiadas hasta lo indecible en la red les digo que elijan cualquier otra propuesta cinematográfica de la cartelera, que haberlas haylas y algunas de mucha calidad.



martes, 26 de febrero de 2013

Un Asunto Real, something is rotten in the state of Denmark



Título Original A Royal Affair - En Kongelig Affære (2012)
Director Nikolaj Arcel
Guión Rasmus Hesiterberg y Nikolaj Arcel basado en la novela de Bodil Steensen-Leth
Actores Mads Mikkelsen, Alicia Vikander, Mikkel Boe Følsgaard, Trine Dyrholm, David Dencik






Esta semana se estrena en España A Royal Affair, producción de época danesa dirigida por Nikolaj Arcel e ideada por la compañía Zentropa, fundada por el cineasta Lars Von Trier y el productor Peter Aalbæk Jensen. Un servidor vio el film hará cosa de un mes, pero no dejaba de posponer la crítica en favor de otros films, pero ver que llegará a nuestras pantallas en breve me ha animado a hablar de esta estimable producción que me dejó considerablemente satisfecho cuando pude degustarla. y que tuvo el pasado año una destacable carrera internacional ganando varios premios como dos osos de plata en Berlín o siendo nominada al Oscar a la mejor película de habla no inglesa en representación de su país.




A finales del siglo XVII el inestable rey de Dinamarca, Christian VII (Mikkel Boe Følsgaard) contrae matrimonio con la joven Carolina Matilde (Alicia Vikander) que tiene que aguantar a un marido mentalmente petrurbado que convertirá su vida un poco menos que un infierno. Pero la llegada a la corte del nuevo doctor del rey, Johann Friedrich Struensee (Mads Mikkelsen), hombre intelectual de ideario progresista trastocará la vida en el reino danés cuando se convierta en poco más que una mano derecha para el monarca, que lo toma como su hombre confianza, y en el amante secreto de la reína Carolina que encontrará en él la pasión, la entrega y la inteligencia que nunca halló en su esposo.




Nikolaj Arcel utiliza como núcleo central de su largometraje el típico romance palaciego para realizar un fresco de unos hechos poco conocidos dentro de un periodo muy destacado de la historia de Dinamarca. El resultado es una cinta de época con reminiscencias clásicas pero con un inconfundible aroma europeo que se revela como un duro golpe la realeza del país danés y a cómo la misma se dejaba influenciar por una institución eclesiástica ultraconservadora que rechazaba cualquier atisbo de pensamiento progresista que pudiera perjudicar su posición dentro del reino.




El personaje del Doctor Strunsee, que existió realmente y cuya procedencia era alemana, representa en A Royal Affair el pensamiento ilustrado que trataba de abrirse camino en una Dinamarca arcaica y anclada en el oscurantismo o los prejuicios éticos y morales. Un hombre de considerable cultura que consigue llamar al atención de una reina que encuentra en el misterioso médico un hombre de un nivel intelectual impropio para el país por aquel entonces, un caballero elegante y honorable que se encuentra por su personalidad en las antípodas de su excéntrico e inestable marido, el rey Christian.




Desde que se estrenara en 1975 la que es la mejor película de época de la historia del cine, Barry Lyndon, todas las posteriores cintas que retratan tiempos de corsé, peluca y palacio dentro del séptimo arte se han visto influenciadas directa o indirectamente por aquella obra maestra de Stanley Kubrick y A Royal Affair no es una excepción. De la imperecedera obra protagonizada por Ryan O'Neill toma panorámicas de acabado pictórico (aunque sin llegar a la excelencia de la iluminación natural del largometraje del director de Eyes Wide Shut) un tono que aúna clasicismo y vanguardia o un aroma realista y elegante que no se adentra nunca en la escatología o la obscenidad, pero que tampoco se entrega al puritanismo formal de otras obras de este género, mostrando cierta carnalidad que nos confirma la mano de Lars Von Trier en la producción y parece ser que en el guión, pero sin estar acreditado en el mismo.




Las intrigas palaciegas se suceden continuamente, los enormes pasillos y las estancias tienen unos colores fríos durante el día (rememorando en ocasiones a la muy recuperable gelidez de Retrato de Una Dama de Jane Capion, que adaptaba la novela de homónima de Henry James) y unos tonos oscuros en los pasajes nocturnos con la presencia de tenues candelabros que recuerdan estilísticamente a (sobre todo el inicio) de otra obra maestra dentro del cine de época, aquella Amadeus con la que el checo Milos Forman tocó el cielo de su carrera como cineasta, y no será esta la única referencia a dicho film a lo largo de esta crítica. Estas dos maneras de abordar la puesta en escena y la fotografía del film acentúan el matiz de luminosidad con el que el personaje de Strunsee afecta a la vida de la reína de cara a la corte y los actos furtivos que ambos llevan a cabo como amantes cuando llega la noche respectivamente.




Mencionando de pasada la cinta de 1986 que llevaba a imágenes la rivalidad (o más bien envidia de uno hacia el otro) entre los compositores Antonio Salieri y Wolfgang Amadeus Mozart hilo fino y comento la labor de los actores que es otro de los puntos fuertes de Un Asunto Real. Al rey Christian le da vida Mikkel Boe Følsgaard, que debuta en el mundo del largometraje cinematográfico con este trabajo en el que toma como inspiración al Tom Hulce (Mozart) de la ya película de Milos Forman, interpretando a un monarca sátiro, esquizofrénico, con un preocupante comportamiento infantil que permite a sus allegados manipularlo con facilidad. Su labor es la mejor de todo el plantel de actores porque transmite con verismo al espectador una sensación de inestabilidad mental que puede dar al traste con todo el entramado llevado a cabo por Strunsee para cambiar de dirección a la sociedad danesa y encarrilarla a un futuro de progreso.




Mads Mikkelsen se ocupa de interpretar a Johann Friedrich Struensee y el villano de Casino Royale (que ha tenido un fantástico 2012 con su labor en Jagten de Thomas Vinterberg dando vida a un acusado de pederastia, con premio en Cannes al mejor actor) ofrece en la cinta que nos ocupa una exquisita composición dando cuerpo y alma a un hombre de la ilustración de una riqueza intelectual y un físico viril que se contrapone al liviano y hasta andrógino del monarca. La guapísima Alicia Vikander es la reina consorte, ella es el personaje central del relato y con el que más empatizamos. Nos compadecemos de ella por casarse por conveniencia con un ser inmaduro que realmente no la quiere, nos alegramos cuando encuentra el amor en un hombre que tiene sus mismas inquietudes intelectuales y que le ofrece la pasión que su marido no sabe o quiere ofrecerle. Nota aparte para una brillante Trine Dyrholm en el rol de la madre del rey, la verdadera villana de la velada y principal culpable (aunque no la única) de todas las desgracias que sufren los protagonistas.




A Royal Affair es una apuesta interesante, un tipo de cine inteligente que trata con respeto a un espectador que puede entretenerse aprendiendo que sucedió en una etapa importante de la historia del viejo continente, pero sobre todo es el mazazo más crudo que se ha dado a la realeza desde aquella genialidad llamada La Locura del Rey Jorge, aunque dicha cinta protagonizada por un indescriptible Nigel Hawthorne no tiraba la piedra y escondía la mano (sencillamente brutal el último comentario del protagonista) como sí hace A Royal Affair, que tras explicarnos detalladamente y con profundidad moral que la ilustración fue masacrada por culpa de la influencia de la iglesia en el reinado de Dinamarca al final tratan de suavizar el golpe al decirnos que los herederos del rey Christian VII fueron los que hicieron cambiar al país escandinavo y llevarlo a una nueva era de progresismo.




A pesar de esta pequeña mácula para no tocar mucho las narices a Doña Margarita II y la familia real danesa, poco más se le puede reprochar a un largometraje tan mayúsculo como las que nos ocupa, ya que su diseño de producción, dirección artística, guión, reparto y realización forman unos sólidos cimientos que hacen de Un Asunto Real una magnífica propuesta cinematográfica para pasar poco más de dos horas de calidad e interés cultural. Hace dos noches perdió el Oscar a la mejor película de habla no inglesa frente a Amour (que en breve será comentada aquí junto a otras de las cintas premiadas en la dicha gala) del austriaco Michael Haneke, pero aún así su carrera internacional está siendo todo lo destacable que se merece. Esperemos que en España también le vaya bien a partir del próximo viernes.



viernes, 25 de enero de 2013

Lincoln



Título Original Lincoln (2012)
Director Steven Spielberg
Guión Tony Kushner basado en el libro de Doris Kearns Goodwin
Actores Daniel Day Lewis, Sally Field, Tommy Lee Jones, Joseph Gordon-Levitt, David Strathairn, James Spader, Hal Holbrook, Gulliver McGrath, Michael Stuhlbarg, Jackie Earle Haley, Jared Harris, Tim Blake Nelson, John Hawkes, Lee Pace, Walton Goggins, David Oyelowo, Bruce McGill, Joseph Cross, Gloria Reuben





No fueron pocos los años durante los cuales el famoso director Steven Spielberg acarició la idea de llevar a imágenes la vida del célebre 17º presidente de Estados Unidos, Abraham Lincoln. Durante mucho tiempo se habló de que el rol del mandatario iba a ser interpretado por el escocés Liam Neeson, pero los continuos retrasos para llevar a cabo el proyecto hicieron que el protagonista de Michael Collins se cayera del casting y Spielberg dejara durante mucho tiempo la producción en el limbo. No fue hasta el pasado 2011 que el realizador de Parque Jurásico confirmaría, por fin, el rodaje de la película con la feliz elección del británico Daniel Day Lewis para dar vida a Lincoln.




La cinta se estrenó en Estados Unidos el pasado 2012, la crítica americana se deshizo en elogios con el largometraje (algo esperable) pero hasta la prensa especializada de España se rindió de manera más o menos generalizada a los pies de la última producción de Steven Spielberg (esto ya no tanto). Todos aquellos, y no son pocos, que piensan que este biopic es un largometraje realizado directamente para rascar todas las nominaciones posibles al Oscar (12 se llevó, ni más ni menos) y enaltecer la figura de su protagonista están equivocados, pero no porque erraran con sus vaticinios, sino porque se quedaron cortos con ellos.




En el año 1865, en las postrimerías de la guerra civil americana, el presidente Abraham Lincoln propondrá la instauración de la célebre decimotercera enmienda con la que se prohibirá la esclavitud en Estados Unidos. La propuesta deber ser aceptada o rechazada en un tiempo récord, antes de que el conflicto bélico que asola el país termine y con ello uno de los dos bandos se proclame vencedor. El mandatario político y sus hombres de confianza deberán luchar para conseguir los votos suficientes para conseguir que la enmienda salga adelante y con ello se proclame la libertad de todas las personas de color que viven bajo el yugo del hombre blanco.




Vaya por delante que Lincoln es una enorme producción protagonizada por un extenso reparto de caras conocidas capitaneadas por un actor que es lo más parecido en el panorama cinematográfico actual a una fuerza de la naturaleza. Sí, es cierto eso que dicen, Daniel Day Lewis no hace de Abraham Lincoln, es Abraham Lincoln. El diseño de producción del largometraje es ejemplar, su ritmo adecuado para su holgado metraje que en ningún momento se hace plomizo y su trasfondo político harto interesante por el tema que trata, que es una parte clave dentro de la historia de Estados Unidos como nación. Hasta ahí las virtudes del film, ahora paso a darle cera, porque por desgracia la cinta lo merece y mucho.




La última obra de Steven Sepielberg es una muestra cristalina de cobarde corrección política, de academicismo mal entendido, un proyecto maniqueo y panfletario que apela a la sensiblería, la obviedad y el subrayado más pueril. Estamos hablando de una cinta realizada con escuadra y cartabón para ganar Oscars a puñados apelando a un patriotismo rancio y arcaico, ofreciendo golpes bajos al espectador para que caiga rendido a los pies de un personaje que el director y su guionista, Tony Kushner (mucho mejor en Munich), nos meten por los ojos como un individuo de bondad infinita, campechano, cercano, sin un ápice de maldad o ambigüedad, todo bien masticado para que bebamos los vientos por el viejo Abe.




El Abraham Lincoln de Spielberg y Day Lewis es un entrañable Abuelo Cebolleta espigado y con andares a lo Jack Skellington que no para de contar anécdotas graciosas a unos allegados que lo miran embobados con cara de felicidad (sólo les falta la mantita y sentarse alrededor de una hoguera para escuchar las historias del presidente), un yayo que cae bien a todo el mundo (o al menos a los que piensan como él, claro está) que coge de la mano a sus amigos o les regala palmaditas en el hombro y que recibe en su despacho de la Casa Blanca a todos los ciudadanos con problemas. No hay lugar para los claroscuros, para las dudas, Abe es dios y esa falsaria iluminación blanca y de carácter divino que en ocasiones baña su figura así lo atestigua.




Hay momentos en los que el espectador cree estar viendo un vídeo de campaña electoral típicamente americano o un manual de cómo ser el perfecto político estadounidense patriota. Spielberg desata su sensiblería hasta extremos bochornosos en pasajes de vergüenza ajena en los que mientras el presidente habla de temas de vital importancia para su país con sus colaboradores una cosa repelente a la que él llama hijo y que es lo más parecido que he visto en mi vida a una versión yanki de Joselito en El Pequeño Coronel, aparece para sentarse en su rodilla, o cuando el protagonista bromea con su mujer, esposa abnegada siempre a la sombra de su marido pero con "carácter", para que el espectador vea lo "campechano" que era el presidente y lo familiar que siempre se mostraba en su vida privada.




Los malos son malísimos, todos los políticos opuestos a la enmienda son ogros vociferantes, demagogos racistas que señalan con sus dedos a sus opositores y los que están con el presidente son devotos patriotas de fuerte carácter (muy buen trabajo el de Tommy Lee Jones y David Strathairn) que darían la vida por su país y por liberar a unos negros que andan a lo largo del metraje como almas en pena de caras tristes, como si fueran zombies que poco o nada tienen que decir porque hablamos de una película por los negros, para los negros pero casi sin los negros.




Políticamente es cuando la cinta se vuelve más interesante, cuando vemos los tejemanejes que lleva a cabo el poder, así como la presencia de la corrupción que siempre ha estado ahí desde tiempos inmemoriales, tentando a todo tipo de políticos. En ese sentido lo mejor de la cinta con diferencia es el trío formado por James Spader, Tim Blake Nelson y John Hawkes, cuyos pasajes son los únicos que añaden verdadero humor y algo de esa incorrección política de la que el proyecto carece casi por completo. El argumento añade copiosa información y se abordan momentos importantes dentro de la historia americana que están bien representados formalmente en pantalla.




Pero el problema es que todo está expuesto de manera maniquea, manipuladora y pueril, sin ahondar el guión en los motivos que dieron pie a la guerra civil o los intereses políticos y económicos que existían tras la instauración de la decimotercera enmienda. Spielberg no quiere que dudemos, ni que pensemos por nosotros mismos, el va delante nuestro con una linterna diciéndonos por dónde debemos ir y en cuántos pasos podemos hacer el recorrido, para que no haya un sólo momento para titubear. Lincoln era perfecto, un ser sobrehumano que ni cuando flaqueaba o pensaba en si sus propios actos eran equivocados erraba o metía la pata en manera alguna.




Que nadie se engañe, esto no es cine clásico, es cine viejo, nacido muerto, un ejercicio de patriotismo recalcitrantemente americano con olor a naftalina ideado por un Steven Spielberg alarmantemente impersonal (¿tantos años para esto, hijo mío?) que busca el aplauso de todos su compatriotas, sin importar su clase social o ideología política. No se puede querer ser Frank Capra (que se lo digan al Frank Darabont de The Majestic) o John Ford en pleno siglo XXI, no puede venderse como magistral una sesgada lección de historia realizada apelando a la bajeza sentimental, la sensiblería barata y siempre por la vía fácil, llevando a extremos vergonzosos el término hagiografía, en el peor sentido de la palabra.




En más de una ocasión quise meterme debajo de la butaca por el sonrojo, como cuando se está aprobando la enmienda pero nuestro presi es tan hogareño que pasa esos momentos en casa leyendo un libro con su hijo pequeño (el sosías de Joselito), cuando el criado negro mira entre lágrimas a Lincoln o cuando su mujer apunta en la libreta los votos que necesita la enmienda para salir adelante. Esto en Estados Unidos será la panacea, una película que pondrán en los colegios de todo el país y que hará derramar lágrimas de emoción a la platea con ese conocido triste final mostrado en off de manera original, pero demasiado acelerada y anticlimática.




Pero en España en la humilde ciudad andaluza de Linares es una película de Domingo por la tarde, una inflada tv movie con presupuesto, director y actores de primera, un producto al que le faltaba la bandera americana ondeando detrás de su protagonista cada vez que daba un discurso con cornetas sonando de fondo. Cuando acababa la cinta y los espectadores veíamos el último monólogo final ante esos ciudadanos absortos por la verborrea patriótica de su presidente, llegaba el momento en que su protagonista callaba para nunca hablar más y a un servidor le dieron unas imperiosa sganas de levantarse y gritar "¡Aborto para unos y banderitas americanas para otros!". Hubiera sido el mejor momento de la noche, porque está demostrado que este año me he equivocado de película sobre la vida de Abraham Lincoln, no cabe duda.



sábado, 10 de noviembre de 2012

La Pasión de Cristo, carne trémula



Título Original The Passion of the Christ (2004)
Director Mel Gibson
Guión Benedict Fitzgerald y Mel Gibson
Actores James Caviezel, Monica Bellucci, Maïa Morgenstern, Francesco Cabras, Rosalinda Celentano, Claudia Gerini, Sergio Rubini, Hristo Jivkov





Tengo una importante relación de amor/odio con Mel Gibson. Choco con él por tener una ideología ultraconservadora completamente ajena a la mía y por intentar imponerla malintencionadamente desacreditando de manera pueril a los que no comulgan con ella. Pero le admiro en el plano profesional, no tanto como actor, que también y bastante, sino como cineasta. Desde que debutara como director en 1993 con aquel recuperable drama llamado El Hombre Sin Rostro, que marcó a fuego mi ifancia cinéfila, sus cuatro films detrás de las cámaras me han convencido considerablemente y en algunas ocasiones llegando a tocarme la fibra como nunca antes lo había hecho otra película, como es el caso de Braveheart.





Como cineasta Mel Gibson tiene mucho mérito por distintos y variopintos motivos. Porque hace el cine que realmente le da la gana, sin mirar la taquilla o no amilanándose por la ambición del proyecto en el que se embarca y porque lo lleva a cabo por medio de su productora Icon y a espaldas de un Holllwyood que al final siempre respalda sus largometrajes porque sabe que son sinónimo de éxito, promoción y polémica. En el año 2004 se estrenó, con una repercusión a nivel mundial impresionante, La Pasión de Cristo, la visión que el actor de Arma Letal o Conspiración quería ofrecer como artista sobre las supuestas últimas horas de vida de Jesús de Nazaret.




La cinta se rodó en las localizaciones de los míticos estudios italianos de Cinecittà con actores en su mayoría de aquel país. Gibson exigió que la película fuera dialogada en arameo, latín y hebreo, y estrenada con subtítulos en las pantallas, para que la fidelidad con respecto a las sagradas escrituras fuera total. Contra todo pronóstico el éxito de la obra cinematográfica fue descomunal, las salas se llenaron de espectadores a los que no les importaba tener que leer para entender lo que decían los intérpretes y trajo tras de sí una campaña de ultrareligiosidad de proporciones gigantescas. Incluso el por aquel entonces Papa, Juan Pablo II, pudo ver el largometraje en un pase privado quedando totalmente encandilado por el mismo y espetando a su término que todo lo que en el acontece "sucedió realmente".



También trajo tras de sí una considerable polémica a nivel global debido a cómo se había expuesto en pantalla el martirio de Jesucristo por parte de Mel Gibson llegando en ocasiones a adentrarse en el gore y recreandose en una violencia indudablemente brutal. Pero resonancia aún mayor tuvo el supuesto mensaje antisemita que según algunos críticos y espectadores destila el film y que no lo neguemos, si existe está en la misma Biblia, porque lo que el director expone en pantalla está en el mismo Nuevo Testamento. Además, no se deja peor a los judíos que a los mismos romanos, en todo momento retratados como maniáticos ávidos de violencia y adictos al sufrimiento ajeno. Otra cosa sería si el mismo Mel Gibson en antisemita, en ese sentido sería complicado negar la evidencia, pero esa es otra historia.




Pero admiro al Mel Gibson artista y creador y ayer volví a revisionar La Pasión de Cristo por segunda vez, ya la he visto en tres ocasiones, y me sigue pareciendo una muy buen película, imperfecta, pretenciosa, excesiva, pero con momentos de cine remarcable y con algunos hallazgos que la hacen interesante y en ocasiones poseedora de una narrativa poderosa. Un producto arriesgado y muy seguro de sí mismo que marcó un punto de inflexión, de naturaleza un tanto fácil en algunos aspectos, dentro del cine religioso con la figura de Jesús de Nazaret como centro del mismo, de manera parecida a la de Martin Scorsese, años antes, con la muy recuperable La Última Tentación de Cristo que también fue muy controvertida, pero desde una perspectiva totalmente opuesta.




Alguna vez lo he comentado en este blog, pero no viene mal recordarlo antes de empezar a hablar de la película que nos ocupa y más siendo conscientes de la temática que acomete. Un servidor se considera ateo, no creo en un Dios de todos los hombres y no comparto la mayoría  los preceptos de esa institución llamada iglesia católica. Si Jesús de Nazaret existió dudo mucho que portara ningún carácter divino en su persona, pero la historia de su vida me resulta interesante y rica a distintos niveles e incluso el mensaje que supuestamente promulgaba, prostituido hasta lo insidioso por muchos de aquellos que actualmente se consideran sus seguidores, llego a compartirlo y admirarlo en cierta manera.




Por eso en esta crítica pasaré por alto conceptos de la Biblia, extrapolados al largometraje, que no comprendo o no termino de creerme. Como una madre que no hace lo innombrable por salvar la vida de su único hijo al que torturan hasta la muerte porque tal hecho es "la voluntad de Dios" o que ese martirio al que es expuesto el protagonista y su resistencia al mismo bordeen en numerosas ocasiones lo sobrehumano. Me centraré en el plano artístico y técnico del largometraje, en las sensaciones que me transmite y sobre todo en el trabajo del co guionista y director que sin llegar a la excelencia sí ofrece una impronta memorable que el abajo firmante no tiene problema en alabar si la situación así lo requiere.




La Pasión de Cristo es cine descarnado, abierto en canal y profundamente doliente, pero no sólo por los momentos del calvario de Jesucristo, lo es desde sus primeros minutos con ese pasaje en los olivos, en el que se ve claramente la influencia pictórica del tenebrismo de Caravaggio (principal referente estilístico por parte de Mel Gibson para llevar a cabo el film, según sus propias palabras). En ese sentido esta producción se diferencia bastante del resto de cine teológico, porque la tercera película del protagonista de la trilogía de Mad Max es un cine epidérmico, que araña la piel y la desgarra. Poco espacio hay para el lado más divino de la figura de Jesús de Nazaret, es más, en los pocos pasajes en los que se ponen en escena sus dotes sobrenaturales el conjunto de la cinta se desdibuja en cierta manera. También huelga decir que el hecho de que su metraje no sea excesivo, poco más de dos horas, se agradece si tenemos en cuenta que el cine religioso suele tener una media de tres horas, en varias ocasiones bastante excesivas.




Su violencia es cruenta, explícita y de un grafismo más que considerable y es lógico que el espectador no acostumbrado a este tipo de escenas tan duras quede impactado psicológicamente, y hasta en el plano físico, con lo acontecido en la pantalla. Es cierto que Gibson filma una violencia cruel, primaria y vertebrada, adentrándose en bastantes momentos en la gratuidad y bordeando casi lo obsceno. Pero no es menos cierto que la misma ha sido siempre una constante en su obra como director y seña de identidad de la misma, como la que reflejaba el rostro de Justin McLeod en El Hombre Sin Rostro, la que se veía en los campos de batalla escoceses en esas escenas que reinventaron las secuencias de batallas multitudinarias en Braveheart y la que podíamos contemplar en un sacrificio maya a los dioses en Apocalypto.




Pero en contraposición a esa brutal fiereza con la que se relata el castigo físico por el que pasa el protagonista Gibson regala a la platea pasajes de un lirismo desarmante en forma de flashbacks, que de probalemente supongan los mejores y más logrados momentos del largometraje. Insertados con perfección en el film esos recuerdos por parte de los personajes están expuestos con una sensibilidad y delicadeza que no sólo evidencian el tacto de su autor, también hacen más duro asimilar el doloroso argumento principal del film, el narrado en  el presente. Momentos como María acudiendo en la ayuda de su hijo rememorando la caída que tuvo de niño, cuando esta percibe su presencia a través del suelo mientras Jesús está confinado en la celda, el recuerdo del protagonista con ella cuando está construyendo la mesa, los de la última cena o la lapidación truncada de María Magdalena tienen un considerable poder hipnótico y verdadero sentimiento en su impronta.




La labor de Gibson con la cámara es en ocasiones portentosa y en otras caprichosamente esteticista. Si bien hay momentos en los que la cámara lenta embellece pasajes de poético acabado a lo largo de la película también se hace en ocasiones un uso de ella demasiado abusivo y gratuito, como en los primeros minutos del film o en las siete caídas de Cristo en su camino hacia el Gólgota. Querer enfatizar una de ellas con el slow motion es aceptable, hacerlo con todas ellas es excesivo y reiterativo. Pero a grandes rasgos la puesta en escena y el look visual del film siempre benefician a la historia, también ayuda considerablemente el portentoso diseño de producción, la inmensa dirección de fotografía de Caleb Deschanel, la banda sonora conpuesta por John Debney y la elección milimétirca de todo un reparto sencillamente brillante en el que destacan una fragil Marïa Morgenstein como María, Francesco de Vito dando vida a un arrepentido Pedro, Histro Shopov convincente como Pilatos y una sólo aceptable Monica Bellucci como María Magdalena.




La elección de Jim Caviezel para hacer de Jesucristo fue un acierto al 100%, no sólo por el considerable parecido físico que posee con la imagen que tenemos en occidente del personaje histórico, también por ser una persona muy religiosa (en ocasiones llegando a ser incluso pesado con el tema, varias entrevistas que he leído suyas se adentraban en terrenos surrealistas cuando daba rienda suelta a su ideario teológico). Su implicación es brutal, al controlar el arameo con soltura y al entregarse sin miramientos a un director que puso todo el peso de la obra sobre sus hombros. Su labor es tan superlativa que le permite entrar en el panteón de los mejores Jesús cinematográficos junto a otros actores como Willem Dafoe, Robert Powell o Jeffrey Hunter.




Mel Gibson no hace un retrato condescendiente de las sagradas escrituras. Es interesante que muestre a un Dios vengativo o cruel, ese cuervo que ataca a uno de los ladrones tras reírse de Jesús, y carga las tintas contra una religión obcecada incapaz de aceptar que una personalidad como la de Jesús reescriba los evangelios, síntoma de la personalidad revolucionaria que el personaje siempre ha ostentado y que muchos cerrados de mente no quieren admitir, ofreciendo una negativa rotunda a todo lo que huela a progreso y evolución. Porque es terriblemente triste que un mensaje de amor, paz, perdón y hermandad haya sido intoxicado por el exceso, la intolerancia y el ultraconservadurismo de aquellos que proclaman seguir a pies juntillas la palabra del supuesto hijo de Dios. Que aquel que promulgaba la austeridad y amar a sus enemigos sea hoy representado por una institución arcaica, pomposa y antidemocrática es desolador.




Estamos hablando de un cine interesante, rico en distintos aspectos, lleno de aciertos pero también lastrado por algunos fallos, como la presencia de ese andrógino Satán y el Anticristo, aunque sugerente, se antoja tan gratuita en este contexto como prescindible en la historia, algo similar sucede con las visiones de Judas antes de quitarse la vida. Una obra profundamente personal que puede agradar o repeler en la misma medida a creyentes o agnósticos, porque más allá de estar basada en la Biblia y hablarnos de la "palabra de Dios" no deja de ser una historia universal sobre injusticia, abuso de poder y autoridad que bebe de referentes tan variopintos como Pasolini (sí, rojo y homosexual, lo siento Mel) o Migue Ángel. Véase esa recreación de la Pietá que debería cerrar el film, ya que el pasaje de la resurreción, aún siendo climático, está un poco fuera de lugar estética y conceptualmente, por no decir que el plano del agujero en la mano no está a la altura para ser el último del proyecto.




La Pasión de Cristo es como todo el cine de Mel Gibson cuando decide, muy puntualmente, poners e detrás de las cámaras. Primario, directo, lacerante, redentor, descorazonador, aterrador, pero sólido, duro y muy vívido en su interior. Siempre admiraré en el plano artístico a este hombre contradictorio y extremista que me produce tanto rechazo en el plano personal como admiración en el profesional. A ver qué tal ese proyecto llamado Vikings que se supone  estrenará en 2014 pero del que a día de hoy no se sabe nada y parece bastante parado. Lo esperaré con ganas, aunque tenga que volver a enfrentarme con la eterna dicotomía de separar al hombre del creador, para intentar disfrutar sin prejuicios del próximo proyecto de uno de los directores más singulares del panorama cinematográfico contemporáneo.