jueves, 30 de agosto de 2012

The Cabin in the Woods, another way to die


Título Original The Cabin in the Woods (2011)
Director Drew Goddard
Guión Joss Whedon y Drew Goddard
Actores Kristen Connolly, Chris Hemsworth, Fran Kranz, Richard Jenkins, Bradley Whitford, Anna Hutchinson, Jesse Williams, Amy Acker, Brian White, Tim De Zarn, Tom Lenk, Jodelle Ferland




No es la primera vez que Joss Whedon y Drew Goddard colaboran juntos. Ambos trabajaron en Buffy   (escribiendo el segundo dos de mis capítulos favoritos de la serie como son Lies My Parents Told Me y Dirty Girls) y Ángel, las dos series creadas por el director de Los Vengadores. El guionista de la recuperable Cloverfield ha colaborado en otras series como Lost o Alias siempre como escritor o productor. Pero su debut en el mundo del largometraje ha sido una colaboración al alimón con el realizador de la ya mencionada tercera película más taquillera de la historia del cine protagonizada por los célebres personajes de Marvel.




Por medio de la productora Mutant Enemy, propiedad del mismo Joss Whedon, el creador de Firefly y Drew Goddard han dado forma a una divertida, irónica, referencial y autoparódica cinta de terror con toques de humor que, tomando un punto de partida brutalmente manido dentro de este género, se sale por la tangente para homenajear con inteligencia un tipo de largometrajes sustentados en unas constantes argumentales que de trilladas ya a veces nos parecen incluso estúpidas. Director y co guionista dan forma a una de las cintas más interesantes y originales de la temporada, aún no estrenada en España. como no podía ser menos.




Cinco estudiantes americanos deciden pasar el fin de semana en una cabaña situada en un bosque a las afueras de la ciudad en la que viven. Allí encontrarán un sótano lleno de extraños objetos y entre ellos un diario con unos escritos en latín que al ser pronunciados despertarán a una familia de muertos vivientes enterrada en las inmediaciones de la casa. Lo que los muchachos no saben es que están comportándose de manera extraña (incluso estúpida) de manera involuntaria y que están siendo observados por alguien más que guarda un oscuro secreto que puede acabar con todos ellos o puede que incluso algo peor.




Cabin in the Woods es una carta de amor al cine de terror, pero una carta llena de ironía y mala baba. Whedon y Goddard abordan esta cinta, cuyo punto de partida es practicamente idéntico al de esa obra de culto llamada Posesión Infernal (Evil Dead) dirigida por Sam Raimi em 1981, con la sana intención de darle la vuelta al tipo de films al que hacen referencia. Ambos creadores muestran notables conocimientos sobre la temática cinematográfica que abordan pero deciden volarla por los aires introduciéndola en un contexto novedoso y rompedor.




No quiero desentrañar mucho el argumento porque este es el tipo de película que merece ser vista sin saber practicamente nada de su trama. Pero hay una corporación detrás de toda la historia que acontece en la cabaña en la que los protagonistas pasan el metraje y ahí es donde están no sólo los mejores momentos del films, sino también las situaciones más puramente whedonianos, con un humor negro que funciona al 100% y mucha mala idea. A ello ayudan bastante Richard Jenkins, Bradley Whitford, Amy Acker y sus divertidos papeles.




Pero en el discurrir de la trama central, la que tiene lugar en la cabaña, también nos encotramos con momentos memorables en los que se subvierten los clichés del cine de terror. El adicto a la marihuana siendo más lúcido que el resto de personajes, algunos de los protagonistas dándose cuenta de que están actuando contra su voluntad como si fueran estereotipos cuando son personas cultas y con una considerable inteligencia o roles poniendo en entredicho si "separarse el grupo para cubrir más espacio" es una buena idea por lo peligroso del planteamiento de la misma.




Hacia el final el film abre su amplitud de miras y se vuelve más ambicioso (cuando partíá desde la más sencilla de las humildades) y por ello en ocasiones más caótico y desatado, pero este giro de timón no desentona con la naturaleza del largometraje, que en su media hora final intruduce por medio de un especial "motín" incontables referencias a obras como Hellraiser de Clive Barker, Cube de Vincenzo Natali o la literatura de H.P Lovecraft. Llegando tras esto a un unhappy end poco común en el Hollywood actual, no por su tono pesimista, sino por su pasotismo formal que deja una sonrisa socarrona en el rostro del espectador.




Cabin in the Woods es un divertido juguete en el que sus creadores han puesto mucho cariño. Una oda al cine de terror, a la auto y metareferencia y sobre todo a la inteligencia y heroicidad del injustamente denostado personaje fumador de porros de esta raza de películas que tan buenos momentos nos han hecho pasar a lo largo de los años. Joss Whedon y Drew Goddard funcionan muy bien juntos, saben dosificar la brutalidad y el sano cachondeo en un mismo producto saliendo triunfantes de este experimento lleno de hemoglobina, vísceras, multireferencialedad, humor y ganas de no contar lo mismo de siempre que tiene su mejor y más valiosa arma en su propia autoconsciencia cinematográfica.



lunes, 20 de agosto de 2012

Extraterrestre, el enigma de otro mundo


Título Original Extraterrestre (2011)
Director Nacho Vigalondo
Guión Nacho Vigalondo
Actores Julián Villagrán, Michelle Jenner, Raúl Cimas, Carlos Areces, Miguel Noguera



Me cae muy bien Nacho Vigalondo. El cántabro es todo un showman ejerciendo de director, guionista y actor de cine, escritor de cómics, monologuista, y cachondo mental a tiempo completo aunque a veces se le vaya la mano con el humor en los sitios menos recomendables. Empezando desde lo más bajo (aquí más o menos) el amigo Nacho llegó a ganarse merecida fama con su sorna, su simpatía y sus memorables exposiciones en universidades sobre cine o cómic (inolvidable la conferencia que dio de la obra de su ahora amigo el guionista escocés Mark Millar) llegando a su culmen con el estreno internacional de la que fue su magnífica ópera prima en el mundo del largometraje.





Los Cronocrímenes fue un excelente producto en el que Vigalondo dio su propia visión (humilde en su forma, pero ambiciosa en su fondo) del cine sobre viajes temporales. Con unos inspirados Karra Elejalde y Bárbara Goenaga y el mismo director de secundario (haciéndolo mal, pero entrañablemente) la ópera prima del cántabro fue un éxito internacional (el film gustó a un Tom Cruise que compró los derechos para realizar un remake americano) cosechando premios y alabanzas en varios festivales a lo largo y ancho del globo. En España se estrenó tarde y mal, pero aún así la repercusión del producto fue notable y sus resultados encomiables.




Extraterrestre es su segundo trabajo detrás de las cámaras como director de largometrajes. Una cinta sencilla, bastante menos ambiciosa que Los Cronocrímenes aunque sea una interesante mezcolanza de géneros, o mejor dicho, el film utiliza un tipo de cine (ciencia ficción) para complementar e impulsar a otro (comedia romántica o de enredo) argumentalmente. El resultado es un meriotorio producto que no busca romper la taquilla o ser un éxito desmesurado, sino un retrato minimalista de una historia de amor con una invasión extraterrestre como telón de fondo.




Julio (Julián Villagrán) despierta en la casa de Julia (Michelle Jenner), la chica con la que mantuvo relaciones sexuales la noche anterior. Cuando ambos se encuentran por la mañana y el muchacho está a punto de marcharse a su hogar ambos descubren que una invasión de naves de origen extraterrestre ha llegado a la tierra, situando más de 30 ovnis sólo en España. La llegada de Carlos (Raúl Cimas), el novio de Julia, la impertinente presencia de Ángel (Carlos Areces) el vecino de la chica y un cúmulo de líos y despropósitos servirán para que Julio y Julia oculten como buenamente puedan y el tiempo necesario su escarceo sexual.




La segunda cinta de Nacho Vigalondo toma una historia de enredos de pareja en la línea del Woody Allen de comedia ligera y la enmarca en un contexto de invasión alienígena de la que los protagonistas tienen escasísima información debido que tienen miedo de salir del inmueble en el que están confinados. Este pequeño espacio le sirve al director de Los Cronocrímenes para narrar una historia de personajes cargada de su humor absurdo y situaciones surrealistas con un toque tan localista en su contexto como universal por su temática.




Lo más divertido del largometraje es que Vigalondo por medio de los personajes utiliza recursos o constantes clásicos del cine de ciencia ficción para dar poso y humor a la historia de amor central de la trama. Las partes en las que Julio intenta convencer a Carlos y Julia de que Ángel puede haber sido suplantado por uno de los alienígenas no sólo es una idea descacharrante (con mucha coherencia en la historia, qué duda cabe) pero también sirve de homenaje a los distintos films que se han realizado sobre La Invasión de los Ladrones de Cuerpos, la célebre novela del escritor norteamericano Jack Finney llevada a la pantalla por directores como Don Siegel, Philip Kaufman o Abel Ferrara.




Vigalondo juega con constantes de su impronta como la confusión de identidades, el uso del espacio o el tiempo, la inclusión de explosivos como catalizadores de acciones impulsivas por parte de los personajes (recordemos 7:35 de la Mañana su magnífico cortometraje nominado al Oscar) y una cierta quietud dentro de la historia central que nunca está exenta de humor, pero que tampoco incita compulsivamente a la carcajada, algo que también le sucedía (salvando mucho las distancias) a Billy Wilder, director que también deja su huella en la cinta que nos ocupa, indudablemente.






El reparto de actores le echa una buena mano a la historia. Julián Villagrán sabe dotar a su personaje de medidos toques de bondad, locura, picardia y extrañeza como para llevar el peso de la trama. Michelle Jenner está divertida, simpática y sexy enseñando lo justo (se pasa casi todo el metraje sólo con una camiseta que le queda genial) pero los que más se lucen son Rául Cimas como Carlos, el apaciblemente desequilibrado novio de la protagonista y Carlos Areces como Ángel, el vecino tocacojones enamorado de la chica. El breve papel de un aceptable Miguel Noguera como el presentador de tv lo hubiera hecho mucho mejor el mismo Vigalondo, que tiene una vis cómica más considerable aunque como actor sea tirando a malo.




Una divertida propuesta, una obra que seguramente se verá como menor cuando la carrera de Vigalondo sea más extensa, pero que deja buen sabor de boca y con una sonrisa complice en el rostro del espectador. Ahora veremos qué tal se las da metiéndose en un cine internacional de corte comercial cuando lleve a imágenes Supercrooks, el cómic que ha co escrito junto a Mark Millar y que cuenta con el dibujo de Leinil Yu. El futuro proyecto ya cuenta con un divertido teaser trailer que pinta bastante bien. Espero que le vaya bien al bueno de Nacho que se merece ese buen nombre que tiene dentro y fuera de nuestras fronteras.



jueves, 16 de agosto de 2012

La Chaqueta Metálica, I look inside myself and see my heart is black



Título Original Full Metal Jacket (1987)
Director Stanley Kubrick
Guión Michael Herr, Stanley Kubrick y Gustav Hasford basado en la novela del último
Actores Matthew Modine, Vincent D'Onofrio, R. Lee Ermey, Adam Baldwin, Dorian Harewood, Arliss Howard, Kavyn Major Howard, Ed O'Ross, Gary Landon Mills, Sal López, John Stafford, Kieron Jecchinis, Nqc Le, Papillon Soo Soo





Siete años tuvieron que pasar para que el director norteamericano Stanley Kubrick se pusiera de nuevo detrás de las cámaras tras el éxito, más de público que de crítica, que supuso su adaptación muy sui generis de la novela El Resplandor de Stephen King. En 1987 estrenó otra traslación a imágenes de una obra literaria, esta vez del libro semiautobiográfico The Short-Timers del escritor americano Gustav Hasford que narraba su experiencia como militar en la guerra de Vietnam. A pesar de llegar a las carteleras un año después de la impresionante y premiada Platoon, de Oliver Stone, La Chaqueta Metálica fue un éxito en su momento y aunque no es, ni mucho menos, una de las mejores obras de su creador sí se puede considerar una pieza magistral dentro del cine bélico.




En el centro de entrenamiento para marines de Parris Island, durante el año 1967, el sargento de artillería Hartman entrena a un grupo de jóvenes soldados para ser enviados al frente a combatir en Vietnam. Los métodos de Hartman son inhumanos, llegando en ocasiones a la tortura física y psicológica, todo con el fin de endurecer al cuerpo de futuros marines para ser máquinas de matar en combate. Mientras soldados como el recluta Bufón (Joker), o el recluta Cowboy aguantan la dureza del sargento por medio de la ironía o la entereza, otros como el recluta Patoso (Gomer Pyle) no paran de cometer errores y son objetivo de la brutalidad del alto mando. Posteriormente seremos testigos de cómo Joker se embarca en una misión en plena contienda vietnamita en la que volverá a coincidir con su amigo Cowboy.




Full Metal Jacket es un tratado sobre la absurdez de la guerra y sobre cómo la misma arranca de una tacada la inocencia de aquellos que la ejercen (aunque claro está, no de los que la ponen en marcha). Pero la penúltima película de Stanley Kubrick es sobre todo un interesante análisis de la deshumanización, de cómo para convertir a hombres en máquinas de matar durante su instrucción se les despoja de dignidad, libertad y en ocasiones hasta sentimientos, llevando hasta el extremo su condición física y estado psicológico con, en bastantes ocasiones, resultados inesperados en los que los soldados se convierten en personas mentalmente perturbadas.




Esa instrucción que bordea en ocasiones el sadismo o lo vejatorio, el entrenamiento que reciben los marines americanos tiene fama de ser brutal, está magistralmente representada por el actor R. Lee Ermey. Cuenta le leyenda que este intérprete, en la vida real un veterano de guerra, al que posteriormente hemos podido ver en films como Pena de Muerte (Dead Man Walking), La Matanza de Texas 2004 o Seven era el instructor que debía enseñar al actor encargado de interpretar al mando militar cómo meterse en el papel, pero Kubrick vio que Ermey lo hacía tan bien que despidió al intérprete y este ocupó su lugar, ofreciendo el mejor papel de su carrera y un trabajo para los anales del séptimo arte.




El sargento de artillería Hartman es el militar hijo de puta más memorable de la historia del cine para el que suscribe. Un hombre cuyo férreo sistema de valores y convicción castrense llega a límites de expirimir a sus subordinados hasta lo inhumano. Un individuo que de diez palabras que espeta doce son un taco, orgulloso de que asesinos como Lee Harvey Oswald o Charles Witman fueran marines bien entrenados, capaz de golpear a un soldado por decir que no cree en la virgen María o de hacer que (de manera indirecta, pero consciente de sí misma) un batallón se ponga en contra del recluta torpe que está poniendo en entredicho el buen nombre de sus muchachos con numerosos fallos infantiles.




La víctima directa de esta estricta instrucción es el recluta Gomer Pyle, Patoso en la versión en castellano, un pobre y rechoncho muchacho sin idea de dónde se ha metido y que empieza con mal pie desde el primer momento. Él es la visión cristalina de la perdida de la cordura, de cómo para crear un soldado de voluntad inquebrantable que quite o pierda la vida sin miramientos en un conflicto bélico en ocasiones se cruza la línea de lo permisivo con resultados trágicos. Sí, al final el personaje de un inmenso Vincent D'Onofrio, el que sigue siendo el mejor papel de su carrera, se convierte en una máquina de matar (su mirada en la escena nocturna en los servicios es sencillamente aterradora, una de las más perturbadoras de la historia del cine) pero pagando un terrible precio propio y ajeno por ello.




En el lado opuesto tenemos al recluta Joker, al que da vida un magnífico Matthew Modine. Un joven que por medio de la ironía, la mala baba, la sorna y un carácter muy marcado consigue salir adelante y no desfallecer, física o psicológicamente, ante el entrenamiento brutal de Hartman. No es una idea arbitraria que un personaje dual (las palabras "Born to Kill" escritas en el casco, una chapa con el símbolo de la paz en el pecho) y hasta cierto punto descerebrado consiga sobreponerse a la durísima instrucción y posteriormente al conflicto vietnamita, ya que aquella guerra fue una locura en demasiados aspectos, dentro y fuera de las trincheras, un brutal sinsentido que costó la vida a miles de estadounidenses y vietnamitas.




Todos estos pasajes que he comentado forman parte de la primera parte del largometraje, ya que como he afirmado previamente La Chaqueta Metálica está dividida en dos mitades. La primera es la que narra la instrucción de los soldados en Parris Island y la segunda es la que nos sumerge en la misión en la que Joker y su compañero Rompetechos (Rafterman), corresponsales de guerra, se reunen con el batallón de Cowboy con la ofensiva del Tet de 1968 como telón de fondo. Allí veremos como el Luthdog Squad, Batallón de los Salidos en España, se ve asediado en una ciudad abandonada por un francotirador que los va eliminando uno a uno, hasta dar con él. Finalmente descubrimos que el autor de la matanza es una niña vietnamita de pocos años cayendo abatida por los soldados norteamericanos.




Esta segunda parte del film no sirve sólo para meternos directamente en la boca del lobo, ver como los norvietnamitas se saltaron la tregua de su propia festividad para atacar con nocturnidad y alevosia a los estadounidenses o para descubrir de primera mano cómo soldados e incluso civiles (inolvidable y terrible el militar que mientras elimina aldeanos aleatoriamente desde el Huey se jacta ante Joker y Rafterman de la cantidad de víctimas que ha matado, incluyendo mujeres y niños cuya única dificultad para ejecutarlos es "apuntar un poco mejor") de uno y otro bando caían como moscas por motivos, justificaciones y razones que ni ellos mismo comprendían; también es utilizado como paralelismo con la primera parte del largometraje, la de la instrucción militar.




Ambos pasajes muestran la deshumanización de los soldados, la estupidez de un conflicto que ofreció su primera derrota a Estados Unidos (que una sola tiradora vietnamita acabe con casi todo un pelotón estadounidense que se enfrenta a un enemigo sabiendo moverse en su terreno y al que casi nunca pueden ver no es una idea elegida por Kubrick a la ligera, es una brutal y terrible metáfora de lo que fue aquella guerra para norteamérica) y que hizo perder la inocencia a un país viendo por primera vez en televisión qué es realmente un conflicto bélico y cómo los hijos de América y Vietnam morían delante de los ojos de sus padres por una causa que no alcanzaban a comprender o entendían erroneamente.




Hablar del trabajo de Kubrick en La Chaqueta Metálica es como hacerlo del que insufló a cualquier otra de sus obras. Cada plano, movimiento de cámara, palabra del guión, gesto de los actores, efecto de sonido o canción de la magnífica banda sonora sabemos que fueron milimétricamente pensados, puede que durante años, y seguramente cada toma sufrió incontables repeticiones hasta que el maestro dio su visto bueno. Los trabajos detrás de la cámara del autor de La Naranja Mecánica son la de una intachable perfección, no hay lugar a la improvisación, cada imagen debe contar una historia y lo consigue por medio de una prodigiosa concepción del lenguaje cinematográfico y una unión portentosa entre realización técnica, inmaculada en todos los sentidos, y dirección de actores de matrícula de honor. Ya que el neoyorquino era de esos cineastas capaces de expirimir a sus repartos hasta lo enfermizo para que dieran lo mejor de sí mismos, y a fe mía que lo conseguía.




El Sargento Hartman empequeñeciendo a hombres que le sacan tres cabezas de altura, ver al recluta Patoso perder la cordura poco a poco, asistir a como Bufón traiciona la confianza de su pupilo implicándose en la paliza nocturna con las pastillas de jabón, la escena de noche en los lavabos con el primer clímax del film, los soldados declarando ante las cámaras su opinión sobre la guerra de Vietnam, el asedio por parte del francotirador o la mirada de esa niña que pide entre rezos y súplicas al enemigo que termine con su sufrimiento son momentos que están desde hace tiempo dentro del mejor cine jamás rodado sobre la guerra de Vietnam en particular y del celuloide (anti)bélico en general.




Oliver Stone, Michael Cimino o Francis Ford Coppola ya habían dado su visión de la guerra de Vietnam, pero hacía falta que un misántropo como Stanley Kubrick diera la suya, mostrándola como una más de las piezas de su filmografía, llena de nihilismo, angustia existencial, desencanto y quirúrgica precisión analítica. La Chaqueta Metálica me trae buenos recuerdos (fue la primera buena película que mi padre trajo de un videoclub para que yo la viera después de haberme asediado con los Van Damme, Norris y Seagal de turno) y también malos (el que fue en su momento mi mejor amigo presumía de que en el servicio militar él y unos compañeros le dieron una paliza con pastillas de jabón envueltas en toallas, como la que se ve en el film, a un soldado por ser homosexual) pero más allá de que forme parte de mi vida es una obra 100% reivindicable merecedora de ser recuperada regularmente.




Con Full Metal Jacket Stanley Kubrick quiso dar una visión más o menos distante y objetiva de la guerra de Vietnam, pero el brutal y cínico crítico con la sociedad occidental que mostró sus garras en obras maestras como Senderos de Gloria o Dr Strangelove de nuevo enseñó sus fauces y nos explicó que los enfrentamientos bélicos son un cáncer para los países que se implican en ellos. Por descontado que al final del viaje siempre que veo a Joker caminando con sus compañeros, mientras cantan la canción del Club de Mickey Mouse y nos cuenta que se alegra de que "está vivo y no tiene miedo" yo comparto su ilusión y se me escapa la sonrisa de complicidad con él. Seguidamente aparecen los títulos de crédito y los Rolling Stones suenan diciéndome que han mirado en su interior para ver que su corazón es negro. En ese mismo momento me recorre por la espina dorsal una sensación indescriptible, esa que indica de manera inequívoca que acabo de ver gran cine, el mejor.



lunes, 13 de agosto de 2012

El Dictador, democracy go home



Título Original The Dictator (2012)
Director Larry Charles
Guión Alec Berg, David Mandel, Jeff Shchafer y Sacha Baron Cohen
Actores Sacha Baron Cohen, Anna Faris, Ben Kingsley, John C. Reilly, Jason Mantzoukas, Bobby Lee, Anthony Mangano, Jeff Grossman, Edward Norton, Megan Fox




Considerable decepción la que me he llevado con la última película ideada por el tandem Larry Charles/Sacha Baron Cohen que tan buenos momentos me proporcionara con la memorable Borat y la no tan acertada pero sí más incendiaria Brüno. Con El Dictador tanto director como guionista,/productor/actor se introducen de manera pura en el cine de ficción (logicamente intentar de nuevo el falso documental era algo arriesgado, ya que el rostro del intérprete de La Invención de Hugo es demasiado reconocible en la actualidad por muchao disfraz que lleve) y desde mi punto de vista ofrecen una cinta fallida que fracasa como comedia, pero que interesantemente triunfa como puñetazo directo a la mandíbula de la sociedad bienpensante en la que nos ha tocado vivir.




Wadiya es una estado norteafricano regido por un dictador, el General Almirante Haffaz Aladeen nombrado Líder Supremo desde los 6 años de edad. En su afán por impedir que la democracia llegue a su amado país gobernado con puño de hierro Aladeen viajará a Estados Unidos para impedir que unas elecciones democráticas lleguen a su tierra natal. Pero allí será interceptado por los servicios de inteligencia americanos que le obligarán a ser un inmigrante anónimo más en el país de las barras y estrellas. En poco tiempo y con la ayuda de Zoey, una feminista contraria el régimen de Wadiya, deberá impedir que uno de sus dobles firme un tratado, con el respaldo de las Naciones Unidas,  para instaurar un (falso) estado democrático en su reino.




El Dictador padece el mismo síntoma que las últimas temporadas (que ya son más de diez, es decir, más de la mitad de la serie hasta hoy) de Los Simpson. La mala hostia la sigue teniendo (pocos espisodios hay más ácidos que Krusty, Caballero Sin Espada) pero la gracia la han perdido casi por completo. La última cinta ideada por el cómico Sacha Baron Cohen (una vez más protagonizada por uno de sus personajes televisivos) solapa en gran parte su interesante mensaje político entre exceso de escatología y un trazo grueso (más del habitual en las cintas ideadas por el actor de Sweeney Todd) que no funciona en casi ningún momento del metraje.




El planteamiento de The Dictator es inteligente, interesante y da mucho juego a una incorrección política envenenada con la que Baron Cohen y Charles dejan en evidencia tanto al gobierno americano como a las Naciones Unidas o a los dictadores tipo Muamar el Gadafi o Saddam Hussein obsesionados con su ego y viviendo en enormes palacios (el de la plaza de España de Sevilla es el que han utilizado para que sea el hogar de Aladeen) con decoración recargada y rococó. El problema es que el humor es simplista, repetitivo e innecesariamente alargado (¿herencia de muchos de los gags de Padre de Familia de Seth McFarlane?) y pocas veces acierta en la diana de la vedadera comicidad.




Sobran bastantes gags como el de la pelea con la soldado de los pechos enormes, el del parto en el supermercado (y sus cansinos chistes con los orificios de la señora) diálogos excesivamente alargados entre Aladeen y varios de los secundarios ( Zoey, Nadal) que exponen una comicidad muy dudosa que para colmo se alarga en ocasiones hasta lo exasperante o el trazo chusco y obvio de algunos momentos de denuncia que con un poco más de sutilidad hubieran sido más convincentes al ser expuestos en pantalla y enriquecerían considerablemente el conjunto de la obra.




Pero como he afirmado la mala baba y los aguijonazos indiscriminados funcionan considerablemente y los creadores del film tienen para todo el mundo. La no intervención de las Naciones Unidas en muchos conflictos internacionales, lo burdos y ridículos que son los líderes dictatoriales de los países que tienen la desgracia de ser sometidos por ellos y un especial hincapie en dejar en evidencia la política exterior de Estados Unidos (ese agente torturador interpretado por el John C. Reilly) con un maravilloso y brutal culmen cuando en el discurso final Aladeen incita a el país norteamericano a ser una dictadura para que pueden permitirse realizar unos actos fuera de la legalidad que por desgracia ya son un hecho en la democracia más grande del mundo.




Hay cosas que le debemos agradecer a El Dictador, como ver a un actor normalmente serio como Sir Ben Kingsley involucrarse en un proyecto tan iconoclasta como este para darle besos en los sobacos al protagonista, ver a Anna Faris hacer de hippy vegana entrañable, el cameo de Edward Norton y sobre todo que sus creadores tengan la sana intención de hacer cine incómodo con el que saquen a la luz la mierda que rodea toda la política exterior de la actualidad venga de la sociedad que venga. Pero los medios son dudosos, el humor insuficiente y la comicidad de escasa calidad. A ver si para la próxima Sacha Baron Cohen y Larry Charles a parte de incomodarnos nos hacen también reir, como han hecho siempre.



viernes, 10 de agosto de 2012

Prometheus



Título Original Prometheus (2012)
Director Ridley Scott
Guión Damon Lindelof y John Spaihts
Actores Noomi Rapace, Michael Fassbender, Charlize Theron, Idirs Elba, Guy Pearce, Logan Marshall-Green, Sean Harris, Rafe Spall, Emun Elliot, Benedict Wong, Kate Dickie, Patrick Wilson, Lucy Hutchinson, Giannina Facio


Debe ser difícil debutar en el mundo del cine con tres obras magistrales como Los Duelistas, Alien: El Octavo Pasajero y Blade Runner, revelarse con esos films como una especie de nuevo Orson Welles del cine de género y ya con tu cuarta cinta (la divertida pero liviana Legend) confimar que tu talento como cineasta es limitado y que si no dispones de un buen guión que sustente tu (indudable) poderío visual y despliegue técnico eres un artesano que sabe sacar de su cámara poderosas imágenes que normalmente tratan de tapar tus propias carencias como narrador y las de unas historias que tienen poco o nada que contar.



Así es Ridley Scott, ese director británico que después de crear la película de ciencia ficción por antonomasia en 1982 jamás volvió a ser el mismo. En su carrera posterior ha tocado muchos géneros, pero normalmente cuando el guión no tiene una solidez considerable lo que el hermano de mayor de Tony nos ofrece son espectáculos visuales de alto nivel y nada más. Tanto en los 90 como en la pasada década mostró dos momentos de recuperación y relanzamiento de su carrera. Thelma y Louise y Gladiator dieron dos oportunidades más al director de Black Rain para seguir recibiendo la confianza de las productoras de Hollywood. Pero entre una y otra hay demasiada basura, estéticamente bien realizada, sí, pero basura al fin y al cabo.




Con Prometheus Scott no sólo regresa al género que le dio (merecida) fama mundial, también echa la mirada atrás y se aventura en realizar un precuela de su mítica Alien: El Octavo Pasajero. Con la ayuda en la producción y el guión del polémico Damon Lindelof (uno de los creadores de la célebre serie Lost) el director de Black Hawk Derribado nos narra el génesis de aquella mítica producción de 1979. El resultado no cumple todas las expectativas que se tenían depositadas en el proyecto, pero sí ofrece un producto entretenido y acabado con una profesionalidad y entereza que no se le veía al bueno de Ridley desde hace mucho tiempo, demasiado.




En el año 2089 un grupo de científicos y arqueólogos contratados por la multinacional Weyland forman la tripulación de la Prometheus, una nave que se dirige a un lejano planeta para encontrar respuesta al origen del ser humano cuya existencia puede tener raíces extraterrestres según una serie de frescos encontrados en distintas partes de la Tierra. En el planeta explorado encontrarán indicios de vida inteligente e investigarán los motivos de la desaparición de dichos seres de otro mundo pero una presencia inesperada en la zona dará al traste con la expedición y hará correr grave peligro a los tripulantes de la Prometheus.




Prometheus es ante todo un producto comercial dentro del género de la ciencia ficción que busca principalmente entretener al espectador sin demasiadas pretensiones. Scott no busca de manera obsesiva hacer una precuela ortodoxa de Alien y de hecho no lo consigue. Su última cinta está sustentada en un guión irregular en el que Damon Lindelof y su co guionista  John Spaihts plantean demasiadas preguntas dando pocas respuestas. Con algunas lo hacen intencionadamente para que se añadan en la versión extendida que saldrá en el mercado doméstico (como con todos los últimos films de Ridley Scott) o en las proximas secuelas que darán continuación a la obra que nos ocupa y otras por cierta incompetencia en la escritura que deja con algunos agujeros y tópicos el resultado final del libreto.




Otro fallo importante dentro del guión del largometraje es el pobre retrato de personajes que realiza. La mayoría de ellos están sustentados en estereotipos (es decir, carnaza para ser eliminados brutalmente por los alienígenas) como tipos duros pero íntegros, científicos apasionados hasta la tontuna con sus descubrimientos, evolucionistas quedando como estúpidos (of course) ante la protagonista, mujer de ciencia pero con fe cristiana, y una empresa con intenciones poco humanitarias como telón de fondo. En el enfrentamiento entre evolucionismo y creacionismo podría haber radicado el planteamiento más inteligente del film, pero este está pobremente expuesto y es demasiado maniqueo.




Sí, una vez más Ridley Scott se enfrenta como director a un guión que no está a la altura y que a pesar de tener ritmo y momentos potentes desgraciadamente no huye de los tópicos del cine comercial americano. Pero para sorpresa mía el director de Hannibal se aleja gradualmente de ese efectismo videoclipero del que llevaba haciendo gala desde hace demasiados años (si no contamos su labor en la tibia pero meritoria American Gangster, donde estaba inteligentemente contenido) y se entrega a un tipo de dirección más analítica, reposada visualmente y elude sus ya famosos primerísimos planos, el montaje que concatena tomas que duran microsegundos y el ruido (que no nervio) que inyectaba a sus últimos productos cinematográficos.




Hay momentos brillantes por parte de Scott en Prometheus. Ese evocador y apabullante prólogo, la elegante asepsia con la que está visualizado el interior de la nave cuando David se está instruyendo para interactuar con los humanos, los brutales ataques de las distintas criaturas que pueblan el film o la tensión que transmite el pasaje de la muy epidérmica operación quirúrgica que a más de un espectador en el cine le obligó a retirar la mirada de la pantalla (dos amigas mías que me acompañaron a ver el film se tapaban la cara, siempre dejando los huecos de rigor entre los dedos de las manos para dejarse llevar por el morbo y lanzar miradas furtivas), el descubrimiento planetario en forma de holograma por parte de David o ese climax final en el que el director no pierde el control de su máquina a pesar del caos imperante.




Como he comentado los personajes están pobremente esbozados en el guión (algunos casi ni hablan) pero el casting hace un trabajo muy decente en la mayoría de las casos. Noomi Rapace se entrega en cuerpo y alma y acierta al no emular a la Teniente Ripley de Sigourney Weaver y Charlize Theron borda su interpretación de villana con maneras de oficial nazi, así como Idris Elba que está convincente como piloto de la nave o Sean Harris dando vida al estúpido científico punkarra que está pidiendo a gritos que lo maten en cuanto abre por primera vez la boca. Para mal destacar a un Guy Pearce escondido bajo toneladas de maquillaje terriblemente pegado a su rostro en otro intento inútil por parte del Hollywood reciente de hacer pasar por anciano a un intérprete joven que parece haber salido de una fiesta carnavalera.




Aunque en el apartado de interpretación el actor que destaca sobremanera es el irlandés Michael Fassbender como al androide David. El protagonista de Shame o X-Men: Primera Generación llena de contención, presencía física y sigilo serpenteante a su personaje. De una ambigüedad desconcertante en principio y amenazante por su inquebrantable voluntad cibernética en la segunda mitad, David se une con la cabeza alta a los otros robots memorables que poblaron la saga de Alien como Ash (Ian Holm) o Bishop (Lance Henriksen). Su personaje es el mejor perfilado de Prometheus, el que lleva con disimulo la voz cantante y la inteligencia en el producto y por curioso que parezca el espectador empatiza con él más que con la mayoría de personajes humanos.




Por supuesto también podemos encontrar en el film referencias a la tetralogía original de Alien (obviemos el crossover Alien vs. Predator por nuestra salud mental) y sobre todo a la primera entrega. Desde la nave alienígena (con los diseños de H. R. Giger)  hasta la corporación Weyland o la apariencia de los extraterrestres deudora del imaginario lovecraftiano que aparecen en el film y que tienen su culmen en el último plano del largometraje que es una referencia directa al fan de la saga original ideada por Ridley Scott, James Cameron, David Fincher o Jean Pierre-Jeunet y con la inestimable ayuda del cineasta Walter Hill como productor entre las sombras a lo largo de toda la franquicia (incluyendo también Prometheus y las ya mencionadas y terribles dos entregas de AVP).




Plagiando en cierta manera al James Gordon de Gary Oldman puedo afirmar que Prometheus no es la precuela de Alien que merecíamos pero sí la competente cinta de ciencia ficción que necesitábamos. Con sus fallos de estructura narrativa y sus personajes unidimensionales en su mayoría, la última cinta del director de El Reino de los Cielos no deja de ser un excelente producto de entretenimiento, que sabe cruzar una jungla enmarañada en tópicos para salir de ella con acerada dignidad ofreciendo al espectador un destacable espectáculo de género que satisfará a aquellos que vayan sin prejuicios a ver la película que, ahora sí, confirma que el bueno de Ridley Scott sigue vivo y aunque nunca volverá a ser el de sus tres primeros films o un verdadero autor, si ofrece una de estas todos los años yo firmo donde haga falta para que así sea.