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martes, 15 de enero de 2013

Nixon, where's your crown, King Nothing?



Título Original Nixon (1995)
Director Oliver Stone
Guión Christopher Wilkinson, Stephen J. Rivele, Oliver Stone
Actores Anthony Hopkins, Joan Allen, James Woods, Paul Sorvino, Bob Hoskins, J.T. Walsh, E.G. Marshall, Ed Harris, Powers Boothe, David Paymer, David Hyde Pierce, Mary Steenburgen, Tom Bower, John Diehl, Kevin Dunn, Madeline Kahn, Saul Rubinek, Larry Hagman, Annabeth Gish, Tony Lo Bianco, Dan Hedaya, Joanna Going, Tony Goldwyn, Edward Herrmann, Marley Shelton, Ric Young, Bridgette Wilson, John C. McGinley, Michael Chiklis, Bai Ling





Un año después de la polvareda levantada en 1994 por su excesiva y polémica, pero también muy interesante, Asesinos Natos (Natural Born Killers) Oliver Stone volvió al tipo de cine, que junto a sus films sobre la guerra de Vietnam, mayor fama y éxitos le ha proporcionado, el de corte político. En 1995 el director de Salvador estrenó un mastodóntico y ambicioso biopic sobre el inefable 37º presidente de Estados Unidos, Richard Milhous Nixon, con el actor británico Anthony Hopkins en la piel del mandatario norteamericano. El film se dio el batacazo en la taquilla recaudando en USA sólo 12 millones de dólares de los 44 que costó su presupuesto, pero fue bien recibido en general por la crítica.




Richard Nixon para los americanos representa todo lo pútrido y rastrero que hay en la democracía de su propio país. El único presidente de la nación de las barras y estrellas que ha renunciado a su cargo, tras salir a la luz el escándaloWatergate, siempre tuvo que cargar con una considerable imagen de perdedor desde su humilde infancia en una granja de Whittier (California). Su carrera política fue bastante destacable dentro del partido republicano, ejerciendo de senador en California y vicepresidente del gobierno durante siete años a las órdenes de Dwight Eisenhower. En 1962 se presentó a las elecciones presidenciales perdiendo por la mínima con John F. Kennedy. Siete años después consiguió llegar a la presidencia en 1969 abandonando voluntariamente (es un decir) la misma 5 años después.




Nixon de Oliver Stone trata de humanizar a la bestia, mostrándonos todo lo bueno y malo que que el famoso presidente de Estados Unidos llevó a cabo. Para ello el complejo y sobresaliente guión nos narra por medio de varias líneas temporadas los estertores de muerte de su mandato presidencial, su origen humilde, sus enfrentamientos políticos con Kennedy, Hubert H. Humprey o George McGovern, el descubrimiento del caso Watergate, su implicación en el fin de la guerra de Vietnam o los problemas personales iniciados por su vida profesional. Se nos ofrece copiosa información sobre hechos que son historia destacada de América como nación, siempre dejando ver el producto que muchos de los datos que se facilitan son una dramatización de lo que sucedió, aunque Stone estuvo asesorado por personas implicadas de manera directa en muchos de los asuntos ilegales de Nixon.




Como casi siempre en su cine, Stone toma a una persona destacada de la historia de Estados Unidos, la disecciona desde todos los puntos de vista posibles y gracias a ello retrata con fiereza y afán autocrítico  aquello que desde su punto de vista no funciona en su país de origen, ya sea desde un punto de vista político o social. Nixon fue un film criticado por tanto por la derecha como por la izquierda americana. Los primeros acusaron al director de hacer un retrato demasiado negativo de su protagonista y los segundos le echaron en cara ser condescendiente y demasiado blando a la hora de llevar a imágenes su vida y milagros. Estas reacciones opuestas sólo significan una cosa, que moralmente Stone dio en el clavo.




El cineasta norteamericano como hizo previamente en Nacido el 4 de Julio y The Doors y como haría posteriormente en Alejandro Magno y W., nos expone de manera esclarecedora la ley inmutable de que la vida personal de un individuo es el barómetro que mide su faceta profesional, ya que las discusiones con su esposa o las dudas de su núcleo familiar acerca de su integridad como persona influyen sobremanera en su labor como mandatario político. Una atmósfera de crepuscular tragedia shakesperiana recorre todo el metraje (imposible no pensar en El Rey Lear o Hamlet) ya desde esos los primeros pasos en esa Casa Blanca ténebre y llena de pasillos oscuros. A la misma se contrapone la épica desatada de los momentos álgidos en la vida del personaje llevados notablemente por Stone que siente la política como pocos cineastas.




Stone quiere arrojar luz sobre los momentos complicados de la historia de su nación en los que se vio implicado Richard Nixon. Desde los acontecimientos de Bahía de Cochinos hasta su militancia anticomunista junto al execrable senador McCarthy pasando por su peligrosa relación con J.Edgar Hoover (aquí Stone confirma lo de su homosexualidad que tan elegántemente expuso más tarde Clint Eastwood en el magnífico biopic que le dedicó en 2012 al fundador del F.B.I), su implicación directa en el Watergate, su relación política con las potencias china y rusa, su intervención en el derrocamiento de Salvador Allende en Chile o su obsesión con vivir siempre a la sombra de JFK (una vez más ecos a William Shakespeare)  todo ciñéndose considerablemente a la realidad, pero nunca evitando ese tono conspiranoico que tanto le gusta y caracteriza.




Todo esto lo expone el realizador norteamericano con su tipo habitual de dirección con el uso de color en el presente y el blanco y negro en los flashback de la infancia o en los de los momentos más turbios, utilización de distinto tipo de formatos, iluminación y angulaciones de cámara, añadiendo gran cantidad de imágenes de archivo y todo aderezado con un montaje soberbio como es habitual en la filmografía del director de Platoon. Alguien podría decir que al no tener una temática de thriller como JFK: Caso Abierto, Nixon no necesitaría este tipo de puesta en escena, pero lo cierto es que esta manera de llevar a imágenes el guión por parte de Stone y sus colaboradores es lo que consigue que los 183 minutos que dura el largometraje en ningún momento se hagan aburridos o mínimamente plomizos.




Anthony Hopkins es el film y su recreación de Richard Nixon es uno de los mejores trabajos de su carrera. Curiosamente el protagonista de El Silencio de los Corderos aún llevando maquillaje encima no llega a parecerse demasiado físicamente al auténtico presidente del gobierno (le falta esa nariz tan característica), pero el inglés supera ese handycap con un trabajo superlativo en el que sabe captar la unión de inteligencia y patetismo del rol, sabiendo capturar esa sonrisa maniática, ese acento tan marcado o la oscuridad existencial que se escondía detrás de su poco agraciado físico. Joan Allen le da la réplica magistralmente como su mujer, Pat Nixon, la piedra angular del político después de su madre, con la que mantenía una relación de tintes edípicos. Entre los secundarios y al igual que en otros films de Stone como JFK: Caso Abierto o W.: hay tantos secundarios magníficos (Paul Sorvino enorme como Henry Kissinger, Dan Hedaya, Ed Harris, James Woods, Bob Hoskins, David Hyde Pierce, Powers Boothe. J.T Walsh, Eg Marshall) que   pocos pueden lucirse realmente como intérpretes, pero todos hacen su trabajo con oficio y credibilidad.




Hay grandes momentos de cine poderoso en Nixon, pasajes en los que el protagonista nos hiela la sangre con algunas de su afirmaciones, como cuando confirma que si para terminar con la guerra de Vietnam se veía en la obligación de utilizar armas nucleares ni titubearía al hacerlo o cuando le dice a uno de sus colaboradores, Jack Jones (al que da vida el recientemente fallecido Larry Hagman) "Soy el presidente del gobierno, no necesito amenazarte" confirmando como la acumulación de poder corrompe a todo tipo de hombres. Aunque un servidor se queda con la frase que resume el mensaje del largometraje, que es la que le dice el protagonista al cuadro de JFK que hay en la Casa Blanca y que reza algo así como: "Cuando te miran a ti ven lo que quieren ser, cuando me miran a mí ven lo que realmente son".




Porque en última instancia Oliver Stone nos habla en Nixon de la hipocresía de Estados Unidos como nación, aquel país que odia la figura de su 37º presidente cuando el mismo no deja de ser un reflejo de lo que realmente es América del Norte, una entidad maniática, puritana, de carácter voluble y finalmente amenazante desde su desconfianza y sentido distorsionado de la realidad. En este recuperable biopic podemos asistir a la dualidad de su protagonista, la de un hombre que cometió barbaridades como extender una interminable guerra a Camboya cobrándose incontables vidas de inocentes, manipular unas elecciones y perseguir el comunismo en su país allí donde no lo había y por otro lado mostrándose como un estadista brillante, un diplomático remarcable que supo acercar posiciones con los enemigos jurados de su país (China y la U.R.R.S) y que finalmente, como muchos afirmaron en su momento y  otros siguen haciéndolo ahora, resultó ser paradójicamente (si lo comparamos con sus sucesores en el cargo) uno de los presidentes más progresistas de Estados Unidos, ese país de doble cara que tan bien retrata el director de En el Cielo y la Tierra en estas tres horas de cine adulto, inteligente e históricamente enriquecedor.



jueves, 16 de agosto de 2012

La Chaqueta Metálica, I look inside myself and see my heart is black



Título Original Full Metal Jacket (1987)
Director Stanley Kubrick
Guión Michael Herr, Stanley Kubrick y Gustav Hasford basado en la novela del último
Actores Matthew Modine, Vincent D'Onofrio, R. Lee Ermey, Adam Baldwin, Dorian Harewood, Arliss Howard, Kavyn Major Howard, Ed O'Ross, Gary Landon Mills, Sal López, John Stafford, Kieron Jecchinis, Nqc Le, Papillon Soo Soo





Siete años tuvieron que pasar para que el director norteamericano Stanley Kubrick se pusiera de nuevo detrás de las cámaras tras el éxito, más de público que de crítica, que supuso su adaptación muy sui generis de la novela El Resplandor de Stephen King. En 1987 estrenó otra traslación a imágenes de una obra literaria, esta vez del libro semiautobiográfico The Short-Timers del escritor americano Gustav Hasford que narraba su experiencia como militar en la guerra de Vietnam. A pesar de llegar a las carteleras un año después de la impresionante y premiada Platoon, de Oliver Stone, La Chaqueta Metálica fue un éxito en su momento y aunque no es, ni mucho menos, una de las mejores obras de su creador sí se puede considerar una pieza magistral dentro del cine bélico.




En el centro de entrenamiento para marines de Parris Island, durante el año 1967, el sargento de artillería Hartman entrena a un grupo de jóvenes soldados para ser enviados al frente a combatir en Vietnam. Los métodos de Hartman son inhumanos, llegando en ocasiones a la tortura física y psicológica, todo con el fin de endurecer al cuerpo de futuros marines para ser máquinas de matar en combate. Mientras soldados como el recluta Bufón (Joker), o el recluta Cowboy aguantan la dureza del sargento por medio de la ironía o la entereza, otros como el recluta Patoso (Gomer Pyle) no paran de cometer errores y son objetivo de la brutalidad del alto mando. Posteriormente seremos testigos de cómo Joker se embarca en una misión en plena contienda vietnamita en la que volverá a coincidir con su amigo Cowboy.




Full Metal Jacket es un tratado sobre la absurdez de la guerra y sobre cómo la misma arranca de una tacada la inocencia de aquellos que la ejercen (aunque claro está, no de los que la ponen en marcha). Pero la penúltima película de Stanley Kubrick es sobre todo un interesante análisis de la deshumanización, de cómo para convertir a hombres en máquinas de matar durante su instrucción se les despoja de dignidad, libertad y en ocasiones hasta sentimientos, llevando hasta el extremo su condición física y estado psicológico con, en bastantes ocasiones, resultados inesperados en los que los soldados se convierten en personas mentalmente perturbadas.




Esa instrucción que bordea en ocasiones el sadismo o lo vejatorio, el entrenamiento que reciben los marines americanos tiene fama de ser brutal, está magistralmente representada por el actor R. Lee Ermey. Cuenta le leyenda que este intérprete, en la vida real un veterano de guerra, al que posteriormente hemos podido ver en films como Pena de Muerte (Dead Man Walking), La Matanza de Texas 2004 o Seven era el instructor que debía enseñar al actor encargado de interpretar al mando militar cómo meterse en el papel, pero Kubrick vio que Ermey lo hacía tan bien que despidió al intérprete y este ocupó su lugar, ofreciendo el mejor papel de su carrera y un trabajo para los anales del séptimo arte.




El sargento de artillería Hartman es el militar hijo de puta más memorable de la historia del cine para el que suscribe. Un hombre cuyo férreo sistema de valores y convicción castrense llega a límites de expirimir a sus subordinados hasta lo inhumano. Un individuo que de diez palabras que espeta doce son un taco, orgulloso de que asesinos como Lee Harvey Oswald o Charles Witman fueran marines bien entrenados, capaz de golpear a un soldado por decir que no cree en la virgen María o de hacer que (de manera indirecta, pero consciente de sí misma) un batallón se ponga en contra del recluta torpe que está poniendo en entredicho el buen nombre de sus muchachos con numerosos fallos infantiles.




La víctima directa de esta estricta instrucción es el recluta Gomer Pyle, Patoso en la versión en castellano, un pobre y rechoncho muchacho sin idea de dónde se ha metido y que empieza con mal pie desde el primer momento. Él es la visión cristalina de la perdida de la cordura, de cómo para crear un soldado de voluntad inquebrantable que quite o pierda la vida sin miramientos en un conflicto bélico en ocasiones se cruza la línea de lo permisivo con resultados trágicos. Sí, al final el personaje de un inmenso Vincent D'Onofrio, el que sigue siendo el mejor papel de su carrera, se convierte en una máquina de matar (su mirada en la escena nocturna en los servicios es sencillamente aterradora, una de las más perturbadoras de la historia del cine) pero pagando un terrible precio propio y ajeno por ello.




En el lado opuesto tenemos al recluta Joker, al que da vida un magnífico Matthew Modine. Un joven que por medio de la ironía, la mala baba, la sorna y un carácter muy marcado consigue salir adelante y no desfallecer, física o psicológicamente, ante el entrenamiento brutal de Hartman. No es una idea arbitraria que un personaje dual (las palabras "Born to Kill" escritas en el casco, una chapa con el símbolo de la paz en el pecho) y hasta cierto punto descerebrado consiga sobreponerse a la durísima instrucción y posteriormente al conflicto vietnamita, ya que aquella guerra fue una locura en demasiados aspectos, dentro y fuera de las trincheras, un brutal sinsentido que costó la vida a miles de estadounidenses y vietnamitas.




Todos estos pasajes que he comentado forman parte de la primera parte del largometraje, ya que como he afirmado previamente La Chaqueta Metálica está dividida en dos mitades. La primera es la que narra la instrucción de los soldados en Parris Island y la segunda es la que nos sumerge en la misión en la que Joker y su compañero Rompetechos (Rafterman), corresponsales de guerra, se reunen con el batallón de Cowboy con la ofensiva del Tet de 1968 como telón de fondo. Allí veremos como el Luthdog Squad, Batallón de los Salidos en España, se ve asediado en una ciudad abandonada por un francotirador que los va eliminando uno a uno, hasta dar con él. Finalmente descubrimos que el autor de la matanza es una niña vietnamita de pocos años cayendo abatida por los soldados norteamericanos.




Esta segunda parte del film no sirve sólo para meternos directamente en la boca del lobo, ver como los norvietnamitas se saltaron la tregua de su propia festividad para atacar con nocturnidad y alevosia a los estadounidenses o para descubrir de primera mano cómo soldados e incluso civiles (inolvidable y terrible el militar que mientras elimina aldeanos aleatoriamente desde el Huey se jacta ante Joker y Rafterman de la cantidad de víctimas que ha matado, incluyendo mujeres y niños cuya única dificultad para ejecutarlos es "apuntar un poco mejor") de uno y otro bando caían como moscas por motivos, justificaciones y razones que ni ellos mismo comprendían; también es utilizado como paralelismo con la primera parte del largometraje, la de la instrucción militar.




Ambos pasajes muestran la deshumanización de los soldados, la estupidez de un conflicto que ofreció su primera derrota a Estados Unidos (que una sola tiradora vietnamita acabe con casi todo un pelotón estadounidense que se enfrenta a un enemigo sabiendo moverse en su terreno y al que casi nunca pueden ver no es una idea elegida por Kubrick a la ligera, es una brutal y terrible metáfora de lo que fue aquella guerra para norteamérica) y que hizo perder la inocencia a un país viendo por primera vez en televisión qué es realmente un conflicto bélico y cómo los hijos de América y Vietnam morían delante de los ojos de sus padres por una causa que no alcanzaban a comprender o entendían erroneamente.




Hablar del trabajo de Kubrick en La Chaqueta Metálica es como hacerlo del que insufló a cualquier otra de sus obras. Cada plano, movimiento de cámara, palabra del guión, gesto de los actores, efecto de sonido o canción de la magnífica banda sonora sabemos que fueron milimétricamente pensados, puede que durante años, y seguramente cada toma sufrió incontables repeticiones hasta que el maestro dio su visto bueno. Los trabajos detrás de la cámara del autor de La Naranja Mecánica son la de una intachable perfección, no hay lugar a la improvisación, cada imagen debe contar una historia y lo consigue por medio de una prodigiosa concepción del lenguaje cinematográfico y una unión portentosa entre realización técnica, inmaculada en todos los sentidos, y dirección de actores de matrícula de honor. Ya que el neoyorquino era de esos cineastas capaces de expirimir a sus repartos hasta lo enfermizo para que dieran lo mejor de sí mismos, y a fe mía que lo conseguía.




El Sargento Hartman empequeñeciendo a hombres que le sacan tres cabezas de altura, ver al recluta Patoso perder la cordura poco a poco, asistir a como Bufón traiciona la confianza de su pupilo implicándose en la paliza nocturna con las pastillas de jabón, la escena de noche en los lavabos con el primer clímax del film, los soldados declarando ante las cámaras su opinión sobre la guerra de Vietnam, el asedio por parte del francotirador o la mirada de esa niña que pide entre rezos y súplicas al enemigo que termine con su sufrimiento son momentos que están desde hace tiempo dentro del mejor cine jamás rodado sobre la guerra de Vietnam en particular y del celuloide (anti)bélico en general.




Oliver Stone, Michael Cimino o Francis Ford Coppola ya habían dado su visión de la guerra de Vietnam, pero hacía falta que un misántropo como Stanley Kubrick diera la suya, mostrándola como una más de las piezas de su filmografía, llena de nihilismo, angustia existencial, desencanto y quirúrgica precisión analítica. La Chaqueta Metálica me trae buenos recuerdos (fue la primera buena película que mi padre trajo de un videoclub para que yo la viera después de haberme asediado con los Van Damme, Norris y Seagal de turno) y también malos (el que fue en su momento mi mejor amigo presumía de que en el servicio militar él y unos compañeros le dieron una paliza con pastillas de jabón envueltas en toallas, como la que se ve en el film, a un soldado por ser homosexual) pero más allá de que forme parte de mi vida es una obra 100% reivindicable merecedora de ser recuperada regularmente.




Con Full Metal Jacket Stanley Kubrick quiso dar una visión más o menos distante y objetiva de la guerra de Vietnam, pero el brutal y cínico crítico con la sociedad occidental que mostró sus garras en obras maestras como Senderos de Gloria o Dr Strangelove de nuevo enseñó sus fauces y nos explicó que los enfrentamientos bélicos son un cáncer para los países que se implican en ellos. Por descontado que al final del viaje siempre que veo a Joker caminando con sus compañeros, mientras cantan la canción del Club de Mickey Mouse y nos cuenta que se alegra de que "está vivo y no tiene miedo" yo comparto su ilusión y se me escapa la sonrisa de complicidad con él. Seguidamente aparecen los títulos de crédito y los Rolling Stones suenan diciéndome que han mirado en su interior para ver que su corazón es negro. En ese mismo momento me recorre por la espina dorsal una sensación indescriptible, esa que indica de manera inequívoca que acabo de ver gran cine, el mejor.



sábado, 25 de julio de 2009

Good Morning, Vietnam, rebelión en las ondas

Titulo Original: Good Morning, Vietnam (1987)
Director: Barry Levinson
Guión: Mitch Markowitz
Actores: Robin Williams, Forest Whitaker, Bruno Kirby, Robert Wuhl, Noble Willingham, Tung Than Tran, J.T. Walsh





Adrian Cronauer fue un célebre locutor de la radio del ejército americano durante la primera etapa de la guerra del Vietnam, con su humor mordaz, su tono subversivo y haciendo oídos sordos de sus mandos superiores se hizo con el cariño de los soldados por su virtud a la hora de hacer mofa con cualquier tema sin importar cuan peliagudo fuera. Good Morning, Vietnam narra libremente el año en el que radió como disc jockey para sus compatriotas en Saigón.



Good Morning, Vietnam es una entrañable cinta, llena de buenas intenciones que se mueve entre la comedia y el drama con soltura gracias al excelente guión de Mitch Markowitz, a pesar de ser crítica con el conflicto entre norvietnamitas y americanos, su naturaleza sigue siendo la de una producción de Buena Vista (filial de Disney) de modo que su misión es ser un espectáculo cinematográfico, pero no por ello es una obra carente de veracidad y madurez.




Pero si la cinta que nos ocupa es algo, es sin lugar a dudas un vehículo para el lucimiento de Robin Williams (aléjense de ella sus detractores). El actor destila humor, carisma y buen rollo desde que pone la cara delante de la cámara, imprime a su papel de locutor una personalidad arrolladora, sus improvisaciones al micrófono son descacharrantes (según el equipo de producción la mayoría de sus díalogos eran improvisados) y están bien dosificados para no saturar al espectador. Posiblemente este sea el mejor papel de su carrera a la altura de otros en los que estaba genial en cintas como El Indomable Will Hunting, Retratos de Una Obsesión o Insomnio




Barry Levinson, que es capaz de lo mejor (La Cortina de Humo) o lo peor (Acoso) borda su labor como resuelto artesano. Good Morning, Vietnam es junto a la ya mencionada cinta escrita por David Mamet su mejor trabajo con diferencia. Su narración visual es fluida, la escena de la bomba está excelentemente ejecutada, aunque no tanto como la de El Americano Impasible de Philip Noyce, y el montaje de escenas con What a Wonderful World de Louis Amstrong es obvio y manido, pero no desentona en absoluto y cumple su misión de emocionar.



Amor, humor, tragedia, un leve matiz político y social y un homenaje a esos críos que fueron casi obligados a ir a el culo del mundo para dar su vidas y arrebatar las de otros por una causa de mierda. Estoy seguro de que Roberto Benigni debío ver varias veces esta cinta para realizar su entrañable (pero algo tramposa) La Vida es Bella. De esta producción de Barry Levinson me quedo con la frase que el personaje del anciano vietnamita, alumno de la clase de inglés, le dice a uno de los soldados americanos, con ella se resume no sólo la esencia del film y la de todas las cintas que se han rodado sobre la guerra de Vietnam, sino también la de aquel conflicto bélico que destruyó un país y robo la inocencia a otro: Cuando tienes la apariencia de Goliat, corres el riesgo de encontrarte con David.