Título Original Nixon (1995)
Director Oliver Stone
Guión Christopher Wilkinson, Stephen J. Rivele, Oliver Stone
Actores Anthony Hopkins, Joan Allen, James Woods, Paul Sorvino, Bob Hoskins, J.T. Walsh, E.G. Marshall, Ed Harris, Powers Boothe, David Paymer, David Hyde Pierce, Mary Steenburgen, Tom Bower, John Diehl, Kevin Dunn, Madeline Kahn, Saul Rubinek, Larry Hagman, Annabeth Gish, Tony Lo Bianco, Dan Hedaya, Joanna Going, Tony Goldwyn, Edward Herrmann, Marley Shelton, Ric Young, Bridgette Wilson, John C. McGinley, Michael Chiklis, Bai Ling
Un año después de la polvareda levantada en 1994 por su excesiva y polémica, pero también muy interesante, Asesinos Natos (Natural Born Killers) Oliver Stone volvió al tipo de cine, que junto a sus films sobre la guerra de Vietnam, mayor fama y éxitos le ha proporcionado, el de corte político. En 1995 el director de Salvador estrenó un mastodóntico y ambicioso biopic sobre el inefable 37º presidente de Estados Unidos, Richard Milhous Nixon, con el actor británico Anthony Hopkins en la piel del mandatario norteamericano. El film se dio el batacazo en la taquilla recaudando en USA sólo 12 millones de dólares de los 44 que costó su presupuesto, pero fue bien recibido en general por la crítica.
Richard Nixon para los americanos representa todo lo pútrido y rastrero que hay en la democracía de su propio país. El único presidente de la nación de las barras y estrellas que ha renunciado a su cargo, tras salir a la luz el escándaloWatergate, siempre tuvo que cargar con una considerable imagen de perdedor desde su humilde infancia en una granja de Whittier (California). Su carrera política fue bastante destacable dentro del partido republicano, ejerciendo de senador en California y vicepresidente del gobierno durante siete años a las órdenes de Dwight Eisenhower. En 1962 se presentó a las elecciones presidenciales perdiendo por la mínima con John F. Kennedy. Siete años después consiguió llegar a la presidencia en 1969 abandonando voluntariamente (es un decir) la misma 5 años después.
Nixon de Oliver Stone trata de humanizar a la bestia, mostrándonos todo lo bueno y malo que que el famoso presidente de Estados Unidos llevó a cabo. Para ello el complejo y sobresaliente guión nos narra por medio de varias líneas temporadas los estertores de muerte de su mandato presidencial, su origen humilde, sus enfrentamientos políticos con Kennedy, Hubert H. Humprey o George McGovern, el descubrimiento del caso Watergate, su implicación en el fin de la guerra de Vietnam o los problemas personales iniciados por su vida profesional. Se nos ofrece copiosa información sobre hechos que son historia destacada de América como nación, siempre dejando ver el producto que muchos de los datos que se facilitan son una dramatización de lo que sucedió, aunque Stone estuvo asesorado por personas implicadas de manera directa en muchos de los asuntos ilegales de Nixon.
Como casi siempre en su cine, Stone toma a una persona destacada de la historia de Estados Unidos, la disecciona desde todos los puntos de vista posibles y gracias a ello retrata con fiereza y afán autocrítico aquello que desde su punto de vista no funciona en su país de origen, ya sea desde un punto de vista político o social. Nixon fue un film criticado por tanto por la derecha como por la izquierda americana. Los primeros acusaron al director de hacer un retrato demasiado negativo de su protagonista y los segundos le echaron en cara ser condescendiente y demasiado blando a la hora de llevar a imágenes su vida y milagros. Estas reacciones opuestas sólo significan una cosa, que moralmente Stone dio en el clavo.
El cineasta norteamericano como hizo previamente en Nacido el 4 de Julio y The Doors y como haría posteriormente en Alejandro Magno y W., nos expone de manera esclarecedora la ley inmutable de que la vida personal de un individuo es el barómetro que mide su faceta profesional, ya que las discusiones con su esposa o las dudas de su núcleo familiar acerca de su integridad como persona influyen sobremanera en su labor como mandatario político. Una atmósfera de crepuscular tragedia shakesperiana recorre todo el metraje (imposible no pensar en El Rey Lear o Hamlet) ya desde esos los primeros pasos en esa Casa Blanca ténebre y llena de pasillos oscuros. A la misma se contrapone la épica desatada de los momentos álgidos en la vida del personaje llevados notablemente por Stone que siente la política como pocos cineastas.
Stone quiere arrojar luz sobre los momentos complicados de la historia de su nación en los que se vio implicado Richard Nixon. Desde los acontecimientos de Bahía de Cochinos hasta su militancia anticomunista junto al execrable senador McCarthy pasando por su peligrosa relación con J.Edgar Hoover (aquí Stone confirma lo de su homosexualidad que tan elegántemente expuso más tarde Clint Eastwood en el magnífico biopic que le dedicó en 2012 al fundador del F.B.I), su implicación directa en el Watergate, su relación política con las potencias china y rusa, su intervención en el derrocamiento de Salvador Allende en Chile o su obsesión con vivir siempre a la sombra de JFK (una vez más ecos a William Shakespeare) todo ciñéndose considerablemente a la realidad, pero nunca evitando ese tono conspiranoico que tanto le gusta y caracteriza.
Todo esto lo expone el realizador norteamericano con su tipo habitual de dirección con el uso de color en el presente y el blanco y negro en los flashback de la infancia o en los de los momentos más turbios, utilización de distinto tipo de formatos, iluminación y angulaciones de cámara, añadiendo gran cantidad de imágenes de archivo y todo aderezado con un montaje soberbio como es habitual en la filmografía del director de Platoon. Alguien podría decir que al no tener una temática de thriller como JFK: Caso Abierto, Nixon no necesitaría este tipo de puesta en escena, pero lo cierto es que esta manera de llevar a imágenes el guión por parte de Stone y sus colaboradores es lo que consigue que los 183 minutos que dura el largometraje en ningún momento se hagan aburridos o mínimamente plomizos.
Anthony Hopkins es el film y su recreación de Richard Nixon es uno de los mejores trabajos de su carrera. Curiosamente el protagonista de El Silencio de los Corderos aún llevando maquillaje encima no llega a parecerse demasiado físicamente al auténtico presidente del gobierno (le falta esa nariz tan característica), pero el inglés supera ese handycap con un trabajo superlativo en el que sabe captar la unión de inteligencia y patetismo del rol, sabiendo capturar esa sonrisa maniática, ese acento tan marcado o la oscuridad existencial que se escondía detrás de su poco agraciado físico. Joan Allen le da la réplica magistralmente como su mujer, Pat Nixon, la piedra angular del político después de su madre, con la que mantenía una relación de tintes edípicos. Entre los secundarios y al igual que en otros films de Stone como JFK: Caso Abierto o W.: hay tantos secundarios magníficos (Paul Sorvino enorme como Henry Kissinger, Dan Hedaya, Ed Harris, James Woods, Bob Hoskins, David Hyde Pierce, Powers Boothe. J.T Walsh, Eg Marshall) que pocos pueden lucirse realmente como intérpretes, pero todos hacen su trabajo con oficio y credibilidad.
Hay grandes momentos de cine poderoso en Nixon, pasajes en los que el protagonista nos hiela la sangre con algunas de su afirmaciones, como cuando confirma que si para terminar con la guerra de Vietnam se veía en la obligación de utilizar armas nucleares ni titubearía al hacerlo o cuando le dice a uno de sus colaboradores, Jack Jones (al que da vida el recientemente fallecido Larry Hagman) "Soy el presidente del gobierno, no necesito amenazarte" confirmando como la acumulación de poder corrompe a todo tipo de hombres. Aunque un servidor se queda con la frase que resume el mensaje del largometraje, que es la que le dice el protagonista al cuadro de JFK que hay en la Casa Blanca y que reza algo así como: "Cuando te miran a ti ven lo que quieren ser, cuando me miran a mí ven lo que realmente son".
Porque en última instancia Oliver Stone nos habla en Nixon de la hipocresía de Estados Unidos como nación, aquel país que odia la figura de su 37º presidente cuando el mismo no deja de ser un reflejo de lo que realmente es América del Norte, una entidad maniática, puritana, de carácter voluble y finalmente amenazante desde su desconfianza y sentido distorsionado de la realidad. En este recuperable biopic podemos asistir a la dualidad de su protagonista, la de un hombre que cometió barbaridades como extender una interminable guerra a Camboya cobrándose incontables vidas de inocentes, manipular unas elecciones y perseguir el comunismo en su país allí donde no lo había y por otro lado mostrándose como un estadista brillante, un diplomático remarcable que supo acercar posiciones con los enemigos jurados de su país (China y la U.R.R.S) y que finalmente, como muchos afirmaron en su momento y otros siguen haciéndolo ahora, resultó ser paradójicamente (si lo comparamos con sus sucesores en el cargo) uno de los presidentes más progresistas de Estados Unidos, ese país de doble cara que tan bien retrata el director de En el Cielo y la Tierra en estas tres horas de cine adulto, inteligente e históricamente enriquecedor.
El problema de la política americana es que para llegar necesitas un dolar, y para mantenerte en el puesto, cuatro. Las campañas son tremendamente caras y la cantidad de chanchullos legalmente permitidos, infinita.
ResponderEliminarDe todas formas lo prefiero a lo que tenemos en España, allí por lo menos se renuevan constantemente, aquí es que ni eso, macho
Son dos mundos diferentes, pero con ellos compartimos un bipartidismo alarmante y muy excluyente (pobre Ralph Nader)aunque claro, allí los presidentes no llegan a tener más de dos legislaturas, aquí en cambio no hay límite y así luego pasa lo que pasa.
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