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sábado, 7 de abril de 2018

Que Dios Nos Perdone, el mal que hacen los hombres



Título Original Que Dios Nos Perdone (2016)
Director Rodrigo Sorogoyen 
Guión Isabel Peña, Rodrigo Sorogoyen
Reparto Antonio de la Torre, Roberto Álamo, Javier Pereira, Luis Zahera, Raúl Prieto, María de Nati,  María Ballesteros, José Luis García Pérez, Mónica López, Rocío Muñoz-Cobo, Teresa Lozano,  Francisco Nortes, Andrés Gertrúdix, Jesús Caba, Alfonso Bassave, Raquel Pérez, Javier Tolosa, Josean Bengoetxea





Es ineludible que desde hace unos años el thriller español está viviendo una nuevo resurgir que lo mantiene con una excelente salud. Grupo 7, La Isla Mínima, Cien años de Perdón, Invasor, Celda 211, El Niño o Tarde Para la Ira son buenas muestras de cómo este tipo de cine puede ofrecer productos de calidad dentro de la cinematografía patria que también conectan con el gran público. Después de su alabado debut en solitario detrás de las cámaras con Stockholm, drama romántico protagonizado por Aura Garrido y Javier Pereira, el cineasta madrileño Rodrigo Sorogoyen probó suerte dentro de este género con Que Dios Nos Perdone, uno de los mejores largometrajes del año 2016 que consiguió importantes reconocimientos como el premio al mejor guión en festival de San Sebastián para el mismo Sorogoyen y su colaboradora Isabel Peña y el Goya al mejor actor principal para Roberto Álamao dentro de las seis nominaciones que había recibido para dichos galardones.




Que Dios Nos Perdone tiene lugar en Madrid durante el verano de 2011 en plena visita del Papa Benedicto XVI a la capital española arrastrando una enorme horda de fieles. Los inspectores de policía Alfaro (Roberto Álamo) y Velarde (Antonio de la Torre), cada uno de ellos arrastrando sus propios problemas personales relacionados con la violencia y el aislamiento social, investigan el caso de un escurridizo y brutal asesino en serie cuyas víctimas son mujeres de la tercera edad. En este contexto de confusión y calles atestadas de turistas tendrán que intentar dar con el paradero de dicho criminal para impedir que siga quitando vidas. En el proceso ambos agentes descubrirán que sus propios instintos violentos y expeditivos no les diferencian demasiado del animal salvaje al que están dando caza y que se convertirá en una obsesión personal para ambos una vez decidan rebasar todos los límites con el único fin de atraparlo.




La segunda película de Rodrigo Sorogoyen es un thriller policíaco genérico desde una perspectiva narrativa, pero una rara avis desde la estilística. En un tiempo en el que este tipo de largometrajes son abordados con una visión arraigada en el celuoide norteamericano, en ocasiones heredado de artesanos como William Friedkin o John Frankhenheimer, con una cámara al hombro inmersiva y unas secuencias de acción brutalmente orgánicas el madrileño apela a una puesta en escena contenida, sobria, en la que apenas se da cobijo a planos nerviosos que busquen forzadamente un ritmo frenético, dejando respirar los encuadres por medio de peculiares grandes angulares, recurriendo en ocasiones hasta al estatismo y una fluidez naturalista que en cierta manera entronca con la sordidez de la historia que se nos narra, aunque cuando debe exponer en pantalla secuencias de violencia explícita afines al tono brutalista de la propuesta lo hace con notable pericia y sobrado oficio.




Si desde el punto de vista de la realización Que Dios Nos Perdone rompe no pocas normas con respecto a la estética propia aplicada al género al que se adscribe, en cuanto a la escritura el contexto opresivo y el entorno amenazante se apoderan del relato. De esta manera Isabel Peña y Rodrigo Sorgoyen construyen una historia en la que la violencia sobrevuela todo el conjunto de la obra, adentrándose en terrenos de la ambigüedad moral a la hora de retratar a criaturas en cierta manera deleznables con las que llegamos a empatizar por el simple hecho de implicarnos en el caso en el que se ven inmersos y no por otra causa de naturaleza más emocional aunque algo de ello hay. De esta manera los guionistas apelan a aquella teoría planteada por Alan Moore en la mítica La Broma Asesina en la que afirmaba que Batman estaba a sólo un mal día de convertirse en el Joker. Los inspectores Alfaro y Velarde finalmente se diferencian poco del asesino en serie al que están buscando y dicha idea se confirma en el epílogo que cierra el largometraje..




El primero, que queda perfectamente perfilado con la escena de la execrable anécdota entre el antidisturbio y el manifestante que relata entre carcajadas, es un psicópata con uniforme, uno de esos dementes que eligen entrar en las fuerzas y cuerpos del estado para poder canalizar sus instintos violentos contra "criminales que lo merecen" pero cuyo carácter volatil le incita a agredir incluso a sus propios compañeros. La paradoja llega cuando somos conscientes de que es un profesional eficiente en su trabajo, una especie de Vick Mackey patrio que se enfanga hasta el cuello para que los altos mandos de la policía no tengan que ensuciarse personalmente mientras estos le permiten sobreexplotar dicha faceta para no tener que implicarse personalmente en una vida privada, con una mujer y dos hijos, muerta en vida por culpa de su personalidad amenazante y expeditiva.




El segundo es un metódico inspector, apocado y callado, a causa de su notable tartamudez, que suscita tanta admiración como rechazo por parte de el resto de policías debido a su peculiar método para analizar las escenas del crimen. Pero al igual que su compañero es un negado en su vida social y pésimo para las relaciones sentimentales, algo que se deja percibir claramente con la controvertida subtrama de la limpiadora en la que vemos florecer en el personaje unos instintos mórbidos cuyo germen parece encontrarse en la interacción diaria que experimenta con todo tipo de homicidios perpetrados por brutales asesinos en serie y con los que, volvemos a apuntar, parece tener más similitudes de las que pudiera parecer en un principio aunque se encuentre en el lado opuesto de la ley, abordando de este modo una teoría que un año después diseccionarían también Joe Penhall y David Fincher en la brillante Mindhunter.




Para que estos dos personajes repletos de claroscuros y dilemas éticos y morales sean extrapolados del papel a la pantalla con la eficiencia necesaria Que Dios Nos Perdone recurre a dos actores sencillamente brillantes. Roberto Álamo alterna con un aplomo digno de análisis carisma y socarronería con un profundo rechazo y en ocasiones hasta asco, aprovechando su rotundo físico para convertirse en una bestia descontrolada que intimida con su propia presencia en pantalla. Comparte con él una química descomunal un Antonio de la Torre en la línea de sus últimos personajes, silencioso, casi imepertérrito, permitiéndose en muy pocas ocasiones transmitir sus emociones (la conversación sobre las prostitutas con su colaborador es una oasis en el desierto) pero que condensa en su interior, con incluso más efectividad que su compañero de reparto, el subtexto del largometraje sobre lo fina que es la línea que separa a "héroes" y "villanos".




Con un trabajo casi intachable y en cierta manera arriesgado por parte de su director a la hora de sumergirse por primera vez en este tipo de celuloide, un guión bien construido y con reflexiones interesantes enraícadas en el género policíaco desde los tiempos de Sidney Lumet, dos actores sobresalientes respaldados por secundarios de sobrada eficiencia como Luis Zahera, Mónica López, Rocío Muñoz, José Luis García Pérez o un perturbador Javier Pereira Que Dios Nos Perdone confirma, como bien apuntábamos al inicio de la entrada, la buena salud del thriller en el actual cine español, con cada vez más autores probando suerte con el género y ofreciendo, como en la ocasión que nos ocupa, un retrato del lado más siniestro y oculto de una estado de derecho que trata de erradicar una violencia en las calles que ya se encuentra impregnada en nuestro ADN extendiéndose como un virus por todos los estratos de nuestra sociedad sin que nadie pueda o quiera evitarlo.



viernes, 27 de octubre de 2017

Mindhunter: Temporada 1, el elemento del crimen



"¿Cómo te adelantas a lo que piensan los locos si no sabes cómo actúan?"




A finales de los años 70 los agentes del FBI John E. Douglas y Robert K. Ressler se entrevistaron con algunos de los asesinos en serie más peligrosos de la historia de Estados Unidos mientras estos cumplían sus respectivas condenas en prisión. Con el fin de crear perfiles de personalidad que en un futuro les permitieran prevenir nuevos homicidios Douglas y Ressler recorrieron todo el país para mantener conversaciones grabadas con criminales como Edmund Kemper, Jerry Brudos o Richard Speck con las que mantener a flote su revolucionario experimento que en un principio no fue visto con buenos ojos por el FBI. Toda este proceso fue recopilado en un libro llamado Mind Hunter: Inside FBI’s Elite Serial Crime Unit escrito por el mismo Douglas con la ayuda del novelista y cineasta Mark Olshaker que con el paso de los años se convirtió en la piedra angular de la criminología moderna. El dramaturgo y guionista Joe Penhall (La Carretera) con el respaldo en la producción de la actriz Charlize Theron y el cineasta David Fincher, que se ocupa de la dirección de cuatro episodios, propusieron a Netflix sacar adelante una serie basada en el libro de Douglas y Olshaker consiguiendo una respuesta positiva por parte de la plataforma de streaming. El resultado hasta el momento es una primera temporada de diez episodios que se ha convertido en una de las propuestas televisivas más interesantes y atípicas del 2017, sobre todo si tenemos en cuenta su inusual propuesta dentro de un subgénero como el policíaco o el de asesinos seriales.




Holden Ford (Jonathan Groff) y Bill Tench (Holt McCallany) son dos agentes del FBI pertenecientes a la Unidad de Análisis de Conducta que durante 1979 recorren Estados Unidos para entrevistar a los asesinos en serie más sanguinarios de América con el fin de crear perfiles psicológicos que les ayuden a resolver casos criminales presentes y futuros. Al poco tiempo de poner en marcha su proyecto, con considerables reticencias a manos de su superior, el Jefe de Unidad Shepard (Cotter Smith), Ford y Tench recibirán la ayuda, y supervisión, de la psicóloga Wendy Carr (Anna Torv), que se convertirá en colaboradora activa de la pareja de crimonólogos. En el proceso Ford y Tench intercambiaran impresiones con homicidas como Edmund Kemper (Cameron Britton), Jerry Brudos (Happy Anderson), Richard Speck (Jack Erdie) o Monte Rissell (Sam Strike) y descubrirán que cada uno de ellos asimila su intervención en el experimento de manera diametralmente opuesta a los demás, en ocasiones poniéndole las cosas muy complicadas a la pareja de agentes. Los problemas comenzarán cuando esta interacción con todo tipo de asesinos sin escrúpulos influya en la vida personal de Ford y Tench, originando problemas entre el primero y su novia Deborah Mitford (Hannah Gross) y repercutiendo la vida familiar del segundo con su esposa Nancy (Stacy Roca) y su hijo Brian (Zachary Scott Ross) viéndose todos arrastrados por las consecuencias del trabajo de los protagonistas.




Aunque se adscribe a un subgénero reconocible para el gran público como el de asesinos en serie Joe Penhall y sus colaboradores deciden abordar Mindhunter casi como un drama, no como un thriller, centrándose principalmente en sus personajes y dejando de lado la acción típica de esta clase de producciones. La serie de Netflix viene a ser la versión realista de Mentes Criminales, la longeva serie estadounidense creada por Jeff Davis para la cadena generalista CBS, pero mientras el programa estrenado en 2005 deposita sus intenciones en el ritmo frenético, tratamientos argumentales procedimentales (los mismos que ya estaban quemados en la segunda temporada, la mejor junto a la primera con el Jason Gideon de Mandy Patinkin como protagonista) episodios normalmente autoconclusivos, una continua sobreexplicación bastante molesta (no hay un sólo episodio en el que no se incluya un diálogo colectivo en el que los personajes principales pormenoricen, casi mirando a cámara, el perfil del criminal de turno) para dar todo masticado al espectador y un sensacionalismo innecesario a la hora de mostrar los actos de los homicidas en pantalla, Mindhunter decide ir a contracorriente de esta y otras muestras del género aún sabiendo que en el proceso puede sacrificar a un gran número de espectadores.




Joe Penhall lo tiene claro desde el principio, y después de la escena del prólogo del episodio piloto no sólo no volvemos a ver un disparo, sino que no hace acto de presencia una sola arma de fuego en toda la temporada. Porque Mindhunter se centra en el tratamiento de sus personajes, de la interacción que estos experimentan con sus superiores o familiares y sobre todo con los presos a los que van entrevistando en su recorrido por la cárceles de Estados Unidos. De hecho de manera paralela a dichos encuentros se desarrollan subtramas con distintos casos en los que los agentes Ford y Tench investigan algunos asesinatos con los que aplicar los conocimientos que van adquiriendo con las entrevistas que realizan y ni en ese sentido los creadores de la obra se entregan a lo fácil con tiroteos, persecuciones o una sordidez gratuita, apelando a un hiperrealismo que nos demuestra que la búsqueda de pistas o sospechosos de homicidios no es algo que unos agentes del FBI de perspicacia sobrehumana puedan resolver en un sólo episodio. En ese sentido, el de ofrecer la cara más burocrática y cercana de la criminología estadoundiense, Mindhunter se refleja en la mítica The Wire, aquella obra maestra ideada por David Simon y Ed Burns para HBO que ofrecía un retrato naturalista y derrotista del género policíaco, con representantes de la ley que tardaban años en resolver casos o que incluso intentaban no verse implicados en los mismos.





Para que este peculiar y arriesgado tratamiento tenga éxito Mindhunter ha contado con la inestimable ayuda de un jefe de ceremonias a la altura como David Fincher, uno de los directores más talentosos del panorama cinematográfico de los últimos 20 años al que debemos obras como El Club de la Lucha, Millenium: Los Hombres que no Amaban a las Mujeres, Perdida o The Game. Curiosamente podemos considerar a David Fincher, junto al Jonathan Demme de El Silencio de los Corderos, el precursor de la resurección de los thrillers sórdidos con criminales de contrastada imaginación a la hora de cometer sus asesinatos con Seven, aquella genialidad protagonizada por Brad Pitt y Morgan Freeman de 1995 que a día de hoy sigue siendo una de las mejores cintas de género de los 90. Pero en vez de ir a lo fácil, que sería tomar como inspiración dicho film, Fincher acomete en Mindhunter una puesta en escena contenida y clasicista que recuerda a su otro celebrado largometraje sobre asesinos en serie, Zodiac, aquel trabajo en el que lo más importante eran la atmósfera y el tratamiento de personajes, dejando la identidad del asesino y la investigación para dar con su paradero en un segundo plano. De esta manera Fincher pone su talento a disposición de cuatro episodios, los dos primeros y los dos últimos de la temporada (los mejores y los que marcan el look visual del producto) para ofrecer algunos de los pasajes más potentes de la ficción televisiva del 2017.




Los papeles de Holden Ford y Bill Tench están interpretados por Jonathan Groff y Holt McCallany dos actores antagónicos que dan vida a una pareja de agentes del FBI que no lo son menos, aunque sin llegar a adentrarse en la tónica habitual de las buddy movies. El primero es un joven e impetuoso agente decidido a revolucionar la criminología de finales de los años 70 aunque en el proceso ponga en entredicho su prestigio de cara al resto del FBI y el segundo es un profesional veterano de vuelta de todo que se debate entre apoyar las ideas progresistas de su compañero o seguir las reglas impuestas por sus superiores. El tour de force se antoja ejemplar porque mientras Gorff es contención, inteligencia y elegancia McCallany es carisma, cercanía e inesperados ramalazos de humor, y la dupla se verá potenciada cuando en el tercer episodio entre en escena la Wendy Carr de Anna Torv con un ambiguo personaje, en todos los sentidos, que poco tardará en comerle terreno a sus dos compañeros de reparto. Pero con respecto al casting donde Mindhunter triunfa es a la hora de elegir a los intérpretes que dan vida a los asesinos en serie, algunos de ellos interpretados por humoristas o profesionales vinculados a la comedia como Happy Anderson o Cameron Britton, siendo este último el que mejores momentos ofrece a la temporada en la piel de Ed Kemper, ejecutando una labor digna del Emmy o el Globo de Oro con una interpretación profundamente introspectiva protagonizando en el segundo episodio una conversación que marcará a fuego el tono y el discurso de la serie gracias a su enorme labor, el guión y el pulso de un David Fincher en estado de gracia con la cámara.




En resumidas cuentas esta primera temporada de Mindhunter es un producto televisivo de alta calidad en el que todos su apartados convergen magistralmente sin dejar aspecto alguno al azar en una decena de episodios en los que no sobra o falta nada. El resultado dejó tan satisfechos a los jefazos de Netflix que la segunda temporada ya estaba confirmada antes del estreno de la que nos ocupa, y según declaraciones del mismo David Fincher (que seguirá como productor ejecutivo y esperemos que también como director) ya están trazadas las tramas de la segunda temporada y se conoce la identidad de varios de los asesinos a los que Ford y Tench entrevistarán en esta nueva tanda de episodios. La serie de Joe Penhall no sólo es una de las mejores producciones del 2017, también puede ser pionera en cuanto a tratar subgéneros con señas de identidad preestablecidas y asentadas desde hace décadas desde puntos de vista más ricos en cuanto al retrato de personajes y los dilemas morales a los que se enfrentan sus protagonistas al encontrarse compartiendo diálogo y confidencias con individuos que están lejos de ser los monstruos que venden los medios sensacionalistas y con los que se puede llegar a empatizar hasta el límite de que un agente del FBI vea todo su sistema de valores destruido y pisoteado al sentir atracción por la mística detrás de un metódico asesino que practicó sexo oral con la cabeza decapitada de su madre muerta.


miércoles, 5 de octubre de 2016

31, welcome to the freakshow



Título Original 31 (2016)
Director Rob Zombie
Guión Rob Zombie
Reparto Richard BrakeElizabeth Daily, Malcolm McDowell, Torsten Voges, Daniel Roebuck, Sheri Moon Zombie, Meg Foster, Lawrence Hilton-Jacobs, Devin Sidell, Judy Geeson, Ginger Lynn, David Ury, Esperanza America




Después del radical giro que suspuso para su discurso autoral aquella satánica y onírica The Lords of Salem que nos mostró su cara más personal y despojada de filtros el cineasta y músico Rob Zombie vuelve a las carteleras con su nueva producción cinematográfica. Presentada con un recibimiento más bien negativo en el Festival de Sundance del pasado año, teniendo problemas con la MPAA para evitar la temida calificación NC-17 por culpa de su violencia explícita y con un reparto repleto de algunos de sus habituales actores fetiche 31 vuelve a las raíces de los primeros trabajos del creador de The Haunted World of El Superbeasto y, por desgracia, el resultado es su largometraje más deficiente, un producto que no parece haber sido ejecutado por el ex cantante de White Zombie por culpa de una autocomplacencia impostada con la que trata de ganarse de nuevo el favor de sus fans y con el que le ha salido el tiro totalmente por la culata debido distintos motivos que pasaremos a enumerar en esta entrada.




En víspera de la noche de Halloween del año 1975 un grupo de cinco trabajadores de una feria local son secuestrados por unos misteriosos personajes que los llevan a un recinto secreto llamado Murder World, regido por un grupo de extravagentes burgueses, donde participarán en un sádico juego llamado 31 que consta en sobrevivir durante doce horas en dicha localización siendo acosados por un grupo de asesinos disfrazados que tratarán de ir dándoles muerte uno a uno. Esta es la trama de 31 y la misma nos confirma que Rob Zombie no ha querido arriesgarse más después de la polémica y polarización de opiniones a las que dio lugar The Lords of Salem, de modo que decide entregarse a un back to basics de manual con el que ofrecer un producto que se adscriba al tipo de celuloide que cultivó con éxito en La Casa de los 1000 Cadáveres o Los Renegados del Diablo. El problema es que 31 se queda a medio gas en todos los sentidos y su ejecución como pieza cinematográfica se antoja en casi todo momento errática y previsible hasta el sonrojo.




31 es un slasher del montón, mundano y rudimentario, pero de un cineasta como Rob Zombie, que ha ofrecido una visión posmodernista del cine de terror de los años 70 que cultivaron por aquel entonces autores como el Tobe Hooper de La Matanza de Texas o el Wes Craven de La Última Casa a la Izquierda o Las Colinas Tienen Ojos, se espera mucho más que eso. En su última cinta el director de Halloween: El Origen trata de satisfacer a la rama dura de sus seguidores, aquellos que renegaron del tono herético y sobrenatural de The Lords of Salem, pero lo hace aplicando la ley del mínimo esfuerzo en todos sus apartados. 31 es una cinta que contiene muchas de las señas de identidad estilísticas y narrativas del estilo Rob Zombie, pero todas ellas están mezcladas con una desgana y ausencia total de originalidad o inventiva que acentúan la más que probable idea de que su responsable la  abordó con el piloto automático puesto durante todo su proceso de creación. Por culpa de estos y otros factores el resultado es una producción fallida e insatisfactoria hasta para los que seguimos su filmografía desde los inicios de la misma.





Lo más desconcertante de 31 es que su trailer apuntaba a que íbamos a encontrarnos con otra de esas piezas cinematográficas con las que Rob Zombie pervierte los resortes narrativos y conceptuales del cine de terror en general y el slasher en particular. Esas imágenes de Doom-Head golpeándose la cara para "ponerse a tono" antes de intervenir en 31 y con ello dar muerte a los concursantes de dicho juego, la estética feista y sanguinolenta o algunos planos de violencia explícita prometedores nos hacía pensar que lo último del autor de Hellbilly Deluxe iba a volver a dispararnos la adrenalina con una pieza deudora de Los Renegados del Diablo, en cambio el resultado no se diferencia en demasía de las innumerables secuelas de Saw pero con el añadido del diseño de producción propio de Zombie repleto de estética setentera, parafernalia nazi con aroma a pulp o ciercense llevada al extremo de morbidez. Pero todo es una mascarada, en su interior el largometraje es un sinsentido caótico y anticarismático con el que su autor ha intentado ir a lo seguro y ha fracasado a la hora de reconciliarse con la platea.




Como previamente hemos apuntado el proyecto prometía desde sus gestación, al menos para recuperar el tono más salvaje de su autor, pero después de ese interesante monólogo del personaje de Richard Brake a cámara que parece presagiar a un Rob Zombie a la máxima potencia lo único que nos encontramos es una trama paupérrima que podía haber sido escrita en una servilleta de papel, diálogos sonrojantes espetados por un atajo de personajes antipáticos y unidimensionales que poco tienen que ver con los de la ya citada Los Renegados del Diablo cuya empatía con el espectador se notaba desde el primer momento y una Sheri Moon Zombie peor que nunca y a la que más de un espectador va a acabar cogiendo odio por su omnipresencia en las películas de su marido luciendo palmito y poco más. Tampoco se libran de las desgana y el retrato pobre los villanos entre los que tenemos roles insoportables como todos los asesinos que persiguen a los personajes o los inanes de Malcolm McDowell, Jane Carr o Judy Geeson que hacen acto de presencia en el film por su amistad con el director y poco más.




Dentro del elenco de actores sólo merece la pena destacar en cierta manera la labor de un sádico Richard Brake como Doom-Head, actor de origen galés que ya trabajó brevemente con el cineasta norteamericano en la en principio decepcionante pero después de la revisión curiosa Halloween II y cuyo peculiar rostro pide a gritos dar vida a enfermos mentales o asesinos de distinto pelaje. El problema está en que en vez de aprovechar Zombie la naturaleza demente y perversa de su criatura para convertirla en una entidad abstracta que se revele como una corporeización de la locura o la violencia le da un aire mundano y chabacano (esa escena de sexo que le hace parecer al Capitán Spaulding de Sid Haig) que corta las alas a lo que podía haber sido uno de los criminales más carismáticos y recordados de su filmografía. De modo que si el guión falla y los personajes no nos atraen la cinta nace casi muerta y por ello sólo nos queda aferrarnos a la única, y no muy destacable, virtud que posee el proyecto, su realización técnica a manos de su director y guionista.




Sí, el único acierto más o menos resaltable en 31 es su realización. Zombie tira de oficio e instinto y demuestra su control de las escenas de tensión y truculencia, sabe transmitir esa malsana atmósfera por medio de la dirección de fotografía, los encuadres, el slow motion o las cámaras al hombro y con ello es capaz de regalar alguna escena de violencia destacable como la de la chica atada en el suelo y la motosierra, que en una versión uncut del film (que seguro hará acto de presencia dentro de un tiempo en el mercado doméstico) con casi toda seguridad será aún más gráfica. Pero ahí quedan todas las virtudes de la labor de Zombie detrás de las cámaras, ya que por mucho que estilísticamente 31 sea una cinta identificable como hija de su padre la impersonalidad técnica, la escasísima imaginación en las escenas de asesinatos (algo sorprendente, teniendo en cuenta el talento del norteamericano para las secuencias más hemoglobínicas) y en general una puesta en escena en la que la verdadera fuerza y la locura brillan por su ausencia dilapidan una vez más el posible potencial que el proyecto podía atesorar en su interior.




31 se confirma como una enorme decepción, para el que suscribe junto a la también fallida La Bruja, de Robert Eggers, era uno de los estrenos de género más esperados del 2016 pero por desgracia el proyecto no llega ni al aprobado. Si tratas de hacer un largometraje con el que reconciliarte con los que un día alabaron tu cine no puedes entregarte a los prostituibles brazos del onanismo facilón y la escasez total de imaginación para ofrecer un proyecto que en poco se diferencia de las decenas de slasher que se estrenan al año en nuestras carteleras. Este quiero y no puedo con el que Rob Zombie comienza a demostrar síntomas de desgaste sólo tiene entre sus virtudes algunos pasajes bien rodados y ser tan desangelada como para convertir en un triunfo su film inmediatamente anterior, esa ya referenciada The Lords of Salem que posiblemente debería haber servido como punto y a parte en su filmografía para realizar una transición en su discurso autoral que lo llevara a caminos todavía sin transitar por su impronta. Por desgracia ha cogido el camino más fácil y condescendiente y por ello ha fracasado irremisiblemente con un trabajo que hasta en su secuencia final deja insatisfecho al espectador. porque estos 102 minutos de sangre y supervivencia resultan prescindibles e intrascendentes en todas sus vertientes.


miércoles, 19 de noviembre de 2014

Sweeney Todd, living on a razor's edge



Título Original Sweeney Todd: The Demon Barber of the Fleet Street (2007)
Director Tim Burton
Guión John Logan basado en el musical de Stephen Sondheim, Christopher Bond y Hugh Wheeler
Actores Johnny Depp, Helena Bonham Carter, Alan Rickman, Sacha Baron Cohen, Timothy Spall, Jamie Campbell Bower, Ed Sanders, Jayne Wisener, Laura Michelle Kelly







Después de más de doscientos años de historia un personaje nacido en la Inglaterra Victoriana del siglo XXI como Sweeney Todd mantiene viva prácticamente toda su esencia icónica y mitológica. De origen supuestamente ficticio, pero inspirado en varios asesinos en serie, el barbero diabólico de la Calle Fleet fue en su época protagonista de novelas de literatura barata (las conocidas como Penny Dreadful) u obras de teatro y ya en el siglo XX de películas para la pantalla grande, como la que en 1936 dirigió George King con Tod Slaughter en el papel protagonista o para televisión a manos de David Moore y con Ray Winstone en el la piel del barbero criminal. Pero sería en los años 70 cuando el rol viviera una revitalización total en un campo tan, en principio, poco propicio para codearse con nuestro amigo amante de las cuchillas de afeitar como el del musical.




En 1979 el compositor norteamericano Stephen Sondheim estrenó en Broadway un musical inspirado en el personaje titulado originalmente Sweeney Todd: The Demon Barber of the Fleet Street con libreto de Hugh Wheeler, inspirado en la obra teatral de Christopher Bond, y dirección de Harold Prince. Mientras la versión anglosajona tenía a Len Cariou y la mítica Ángela Lansbury (así como actualmente a Michael Ball e Imelda Staunton) como protagonistas, en España serían el inolvidable Constantino Romero y la versatil Vicky Peña, comandados por la batuta del catalán Mario Gas, los que dieron vida a Sweeney Todd y la señora Lovett respectivamente. Pero a esta versión musical ideada por Stephen Sodenheim le faltaba una adaptación cinematográfica a la altura y esta tomó forma cuando Tim Burton, Johnny Depp y el productor Richard D. Zanuck se interesaron por esta eternamente aplazada traslación de las tablas al celuloide.





En el año 2007 un irregular Tim Burton que ofrecía a sus seguidores una de cal (Big, Fish, La Novia Cadáver) y otra de arena (El Planeta de los Simios, Charlie y la Fábrica de Chocolate) estrenaba su visión del musical de Stephen Sondheim con sus actores fectiche, su amigo Johnny Depp y su pareja Helena Bonham Carter, como protagonistas, secundarios de renombre tales como Alan Rickman, Sacha Baron Cohen o Timothy Spall y debutantes con las voces y cuerpos de Jamie Campbell Bower, Ed Sanders, Jayne Wisener,o Laura Michelle Kelly en el casting. El resultado es un negrísimo y tragicómico (más lo segundo que lo primero) musical firmado por un inspirado director que reverdeció laureles de mejores tiempos pretéritos con una de las obras de su última etapa en la que más se puede apreciar su implicación personal para llevar el proyecto de gestarla a buen puerto.




En una época indeterminada del Londres victoriano del siglo XIX el antaño barbero Benjamin Barker que vio como su mujer e hija eran secuestrados por el adinerado y poderoso juez Turpin regresa después de varios años a su ciudad natal con el nombre de Sweeney Todd clamando venganza contra el captor de su familia. En el proceso de su vendetta personal Todd encontrará la complicidad de la señora Lovett, el pequeño Toby o el apuesto Anthony, que le ayudaran, no sólo a llevar a cabo su solicitada retribución personal, sino también a rescatar a su primogénita, ya adulta, de las garras del juez Turpin, y su secuaz Beadle, que la mantienen retenida contra su voluntad en su lujosa mansión. El viaje iniciado por Sweeney Todd y sus ayudantes tendrá un trágico e inesperado final que marcará el porvenir de todos sus allegados.







Sweeney Todd es el sobresaliente resultado nacido de la impronta de un cineasta al que no le gustan los musicales, pero sí el cine de terror clásico. Con su treceava película Tim Burton se adentra en nuevos terrenos narrativos ajenos a su obra y discurso y sale victorioso al aunarlos con su impronta autoral llena de imaginación, esteticismo y visión personal e intransferible del lenguaje cinematográfico, aunque siendo este deudor de corrientes y géneros pretéritos. Su inclinación por el relato gótico, las horror movies de la Universal de los años 30 o la indeleble marca que dejaron en él cineastas como el Terence Fisher de la Hammer Films o el Roger Corman que adaptaba a Edgar Allan Poe encuentran su magnífica contrapartida en un musical tenebrista, melancólico y paradójico, pues este consigue su mayor logro arrancando momentos de turbadora belleza dentro de pasajes tan grotescos como violentos.







A diferencia de otros de sus últimos films como Alicia en el País de las Maravillas, Charlie y la Fábrica de Chocolate o Sombras Tenebrosas en los que parecía que el director de Sleepy Hollow dejaba que el diseño de producción y la dirección artística dieran el toque puramente "burtoniano" mientras él se entregaba a una autoindulgencia artística indigna de su talento y pasión por el cine, en Sweeney Todd volvemos a recuperar un narrador talentoso, entregado a su trabajo, amante de los retos y capaz de trasladar su personalísimo mundo al cine más comercial de Hollywood. En esta producción de 2007 percibimos la atmósfera y el ambiente oscuro, amenazador y barroco del cineasta que rodó Ed Wood, pero no hay una hiperbolización de su estilización visual a la que sí pudimos asistir hasta en obras redondas salidas de su mente como la inolvidable Big Fish en la que todo tenía que tener el sello Tim Burton per se, no porque el relato lo solicitara o exigiera.




Al igual que en recuperables obras como La Novia Cadáver o Mars Attacks! Tim Burton no sólo está presente en los decorados, el vestuario o el maquillaje de Sweeney Todd, también lo está en la personalidad de sus protagonistas o secundarios, en su fluida pero nunca forzada o estridente puesta en escena, en la sabia utilización de la infografía que apuntala unos excelentes efectos digitales, en el magnífico guión de John Logan (Hugo, Un Domingo Cualquiera, Gladiator) en la enorme labor de su reparto en estado de gracia tanto en lo interpretativo como en lo vocal (y más si tenemos en cuenta que en su mayoría no son cantantes profesionales) en la elegante realización de los distintos pasajes protagonizados por las composiciones de Stephen Sodenheim haciendo que cortes como Johanna, My Friends, Pretty Women o By the Sea suenen poderosos en las bocas de los actores que las interpretan, sólo fallando este apartado en cuanto a dejar fuera del repertorio el, posiblemente, mejor tema de toda la obra, esa obertura titulada Ballad of Sweeney Todd que se echa considerablemente de menos en el film.




Johnny Depp y Helena Bonham Carter dan vida a Sweeney Todd y la Señora Lovett respectivamente. Ambos no sólo cantan con una profesionalidad casi irreprochable, también apelan a la contención y la introsprección a la hora de abordar dos personajes con los que podrían haberse adentrado, equívocamente, en la sobreactuación más disonante. No le van a la zaga un Alan Rickman que saca partido a su personalísima y rotunda voz, un Timothy Spall ruín y carismático como nunca y un Sacha Baron Cohen pletórico con ininteligible falso acento italiano y aspecto de torero hortera que se gana el favor de la platea en su breve intervención. El resto de secundarios jóvenes cumple con convicción a la hora de dar vida a sus no muy perfilados roles, pero palidecen ante la labor del quinteto de actores principales. Apuntar que un fan incodicional de Buffy Cazavampiros como el que suscribe no puede dejar pasar el detalle del cameo del gran Anthony Stewart Head en una efímera aparición.




Sweeney Todd no es sólo un musical remarcable y una de las mejores obras del Tim Burton más actual, también es la obra más trágica y desesperanzada del autor de Pesadilla Antes de Navidad o Batman Vuelve. En el musical de Stephen Sondheim el cineasta norteamericano encontró un material perfecto para extender su visión de la vida y el séptimo arte llena de romance, terror, humor y oscuridad conceptual y formal, adentrándose en terreno fértil para sus aspiraciones artísticas y profesionales. Por desgracia tras ella su irregularidad como narrador siguió su descompensado recorrido regalándonos genialidades como Frankenweenie o naderías puramente resultonas como las ya apuntadas Alicia en el País de las Maravillas o Sombras Tenebrosas que nos llevan al presente 2014 en el que ha estrenado esa Big Eyes, que adapta la vida del matrimonio formado por Margaret y Walter Keane, dividiendo tanto al público como a la prensa especializada, y que será debidamente abordada en este blog poco después de su estreno español a finales de año.


jueves, 10 de octubre de 2013

Dexter, memories of murder



Puedo matar a un hombre, descuartizar su cuerpo y llegar a tiempo para ver el programa de David Letterman. Pero a la hora de saber qué decir cuando mi novia se siente insegura estoy perdido

Dexter Morgan





Duante el año 2006 la cadena de televisión por cable Showtime (Californication, Homeland) comenzó a promocionar una serie que adaptaba una saga de novelas criminales del escritor Jeff Lindsay. El responsable de llevar a imágenes el escrito fue James Manos Jr, que se hizo cargo del guión del episodio piloto que dirigiría Michael Cuesta (True Blood, Elementary) y que estaría protagonizado por Michael C. Hall, actor que venía de saborear las mieles del éxito con ese maravilloso tratado sobre la vida y la muerte titulado A Dos Metros Bajo Tierra (Six Feet Under) el programa de la HBO creado por el guionista y cineasta Alan Ball. La serie fue un enorme éxito desde su estreno debido principalmente al carisma de su protagonista, pero llegado el ecuador de su recorridocomenzó una decadencia que duró hasta su cierre, hace pocas semanas, con la terrible octava temporada y su indignante final.




Dexter Morgan es un forense especializado en análisis de salpicaduras de sangre que trabaja para la policía de la ciudad de Miami. Un hombre tranquilo que durante el día colabora con su hermana, que al igual que él es una agente de la ley, y cuida de su novia Rita así como de los dos hijos de esta, Astor y Cody. Pero por la noche Dexter es un asesino en serie que se dedica a eliminar a aquellos criminales a los que, según él, el sistema no ha conseguido atrapar o ajusticiar debidamente. Para que el irrefrenable instinto homicida de Dexter (adquirido cuando con sólo tres años vio como asesinaban brutalmente a su madre y al que él llama su "Pasajero Oscuro") se canalizara desde su niñez sólo contra gente "que mereciera morir" su padre, Harry (también policía) le inculcó un código estricto para elegir de manera cuidadosa a sus víctimas. Pero la doble vida de Dexter le causará graves problemas tanto a él como a los que le rodean. A continuación algunos spoilers de todo el recorrido de la serie.




Dexter es la versión oscura (en ocasiones hasta paródica) de ese agotador torrente de series sobre forenses (los distintos C.S.I, Crossing Jordan, Bones) que invadió la televisión americana a finales de la década pasada. Su protagonista es un lobo con piel de cordero, un forense que en su horario de trabajo analiza escenas de crímenes para por la noche, raptar, asesinar y más tarde descuartizar a criminales que según su código de conducta merecen ser eliminados. Ni si quiera su hermana Debra o su novia Rita saben a qué se dedica Dexter por las noches y el hecho de que trabaje para la policía de Miami siempre añade un plus de peligrosidad a sus actividades ilegales porque sus mismos compañeros muchas veces le pisan los talones, de modo que se ve en la obligación de manipular pruebas o hacer desaparecer pistas para no ser descubierto.




El ritual de muerte de Dexter, su modus operandi (aunque con algunas variantes a lo largo de la serie) consiste en investigar a su próxima víctima y asegurarse de que cometió los crímenes de los que se le acusan. Posteriormente se presenta a la misma con un nombre falso y se gana su confianza. Cuando esta ha bajado la guardia le inyecta un tranquilizante para animales por medio de una inyección en el cuello. Mientras permanece inconsciente envuelve en plástico a la susodicha (así como a la habitación donde va a cometer el asesinato) y espera a que recobre la consciencia. Cuando lo ha hecho le habla de sus delitos y le muestra fotografías de los mismos para mermarla psicológicamente en sus últimos momentos. Después le practica un pequeño corte en la mejilla para tomar una muestra de sangre que guarda como trofeo junto a las del resto de sus víctimas y finalmente la apuñala en el pecho con uno de sus cuchillos (el personaje es reacio a usar armas de fuego ya que se considera un artista) para quitarle la vida. Por último descuartiza el cuerpo y lo transporta con su barco (llamado de manera bastante irónica Slice of Life) a la bahía Harbor. Allí arroja los restos desmembrados dentro de bolsas de plástico.




El principal atractivo de una serie como Dexter es sin lugar a dudas el personaje que le da título. A Michael C. Hall le costó quitarse de encima el fantasma del inmenso David Fisher de Six Feet Under, aquel homosexual reprimido y ferviente católico que dirigía junto a su hermano Nate una funeraria familiar. Pero a los pocos episodios el rol de este peculiar asesino le sentaba como un guante y hoy día es su composición interpretativa más famosa (aunque no la mejor, un servidor se queda con David). Dexter desprende carisma y consigue empatizar fácilmente con el espectador. Por medio de la voz en off (que se desvirtuará considerablemente cuando empiece esa decadencia de la serie que más tarde ocupará un espacio notable de esta entrada) conocemos las motivaciones de este elegante, metódico, irónico y mentiroso psicópata.




Dexter es un personaje ambiguo, que nos cae bien aunque sepamos que lo que hace no es lo correcto. Dentro de este resbaladizo terreno (a)moral entra la teoría de que Dexter es una buena persona porque "sólo mata gente que merece morir"y aunque esto en el plano ético pueda dar mucho juego a la piscología del rol en verdad es el típico recurso norteamericano para dar carta blanca al protagonista para que mate a sus víctimas sin que nosotros, los espectadores, sintamos remordimientos de conciencia "porque no son inocentes". En un país en el que la pena de muerte es legal en varios estados no es sorprendente que la ley del "ojo por ojo" esté a la orden del día y el concepto de venganza sea vitoreado por sus ciudadanos. El mismo Michal C. Hall en varias entrevistas justifica los actos de Dexter porque sólo asesina a gente "que lo merece". En un plano moral este es el mayor escollo que un servidor encuentra en una serie como Dexter, ya que mi ideología es totalmente contraria a tomar la justicia por la propia mano y jamás podría apoyar el homicidio frío y calculado de una persona (aún siendo un criminal) habiendo un (imperfecto, sí, pero necesario) sistema legal y judicial que pueda ajusticiarlo y encarcelarlo.




Pero salvando este obstáculo y siempre teniendo en cuenta que hablamos de ficción televisiva no me fue difícil enamorarme, no sólo de Dexter, sino del resto de personajes que pueblan su vida. Porque al enorme trabajo de composición que realiza C. Hall con esa manera de andar, esa rotunda voz y esa cara de entrañable y condescendiente falsedad que regala a sus compañeros de trabajo se contrapone la labor de un reparto que le da maravillosamente la réplica al actor de Gamer. Uno de los roles más interesantes de Dexter y que sirve de magnífico contrapunto a este es el de su hermana Debra Morgan a la que da vida con una convicción cercana y mucha simpatía Jennifer Morrison (El Exorcismo de Emily Rose, Quarentine). Debra es una competente agente de policía que ha heredado mucho del carácter de su padre Harry y que de diez palabras que salen de su boca cinco son "fuck". Como persona admira profundamente a su hermano Dexter, del cual desconoce su doble vida, y la relación entre ambos es de lo mejor de la serie hasta que en la sexta temporada eso cambió, como comentaré más adelante.




Dentro del departamento de policía Miami Metro tenemos a Ángel Batista (David Zayas) el personaje debilidad de un servidor. Batista es un veterano policía de origen portorriqueño de vuelta de todo, amigo de sus amigos, aunque en ocasiones demasiado entregado en su cometido. A lo largo de la serie será uno de los individuos que más fiel será consigo mismo alejándose del desvirtuamiento que experimentarán muchos de sus compañeros por las malas decisiones de guión. Por otro lado tenemos a la teniente María Laguerta (Lauren Vélez), una mujer íntegra que se preocupa por sus subordinados y que trata de mantener en todo momento el orden dentro de su trabajo. Por desgracia Laguerta será uno de los personajes más perjudicados cuando la serie empiece a dar bandazos narrativos, pasando a convertirse de buenas a primeras en la sexta temporada en una arpía y sin un desarrollo adecuado o realista sobre el papel para llegar a serlo. Aunque en la séptima temporada en parte los guionistas llegan a redimir varios de sus pecados, que no son de la misma María, sino de los mismos escritores que deben darle forma adecuadamente y no lo consiguen.




También tenemos la presencia de Vince Masuka (C.S. Lee) ayudante forense de Dexter de origen japonés y principal contrapunto cómico de la serie por ser un pervertido sexual de mucho cuidado (mítica su representación de una "momificación autoerótica" en la escena de un crimen ante la estupefacta mirada de sus compañeros en la quinta temporada). Masuka es un personaje con una personalidad sencilla y escaso desarrollo y por eso el mejor uso que se le puede dar es humorístico, esto funciona perfectamente en las siete primeras temporadas, pero el rol se ve abocado al desastre cuando en la octava le regalan una estúpida subtrama que ciertamente tampoco desentona demasiado con el desfile de disparatas que sobrevuelan los últimos episodios del programa. Otro rol importante es el del sargento James Doakes (Erik King) compañero de Dexter que siempre desconfió de él afirmando que ocultaba algo oscuro, siendo la persona que más quebraderos de cabeza produjo a este por seguirle siempre la pista de cerca. El rol de Doakes será heredado por Joey Quinn (Desmond Harrington) agente que se ocupará de investigar la vida privada de Dexter cuando empiece a sospechar de él.




En el hogar de Dexter tenemos el personaje de su novia Rita (Julie Benz) una dulce madre de dos hijos llamados Astor (Christina Robinson) y Cody (Daniel Goldman) que, por supuesto, desconoce la vida secreta de su pareja y que también arrastra un pasado turbio por culpa de un ex marido que se encuentra cumpliendo condena en prisión. Por otro lado debemos destacar la presencia de Harry Morgan (James Remar) el padre de Dexter que tomando la forma de una especie de aparición (parece que Michal C. Hall está condenado a interpretar a hombres que comparten vida con las presencias de sus progenitores fallecidos) sólo es el reflejo de la conciencia del protagonista y sus dilemas morales. Recurso que, una vez más, será mal utilizado y llevado hasta lo ridículo durante la inefable sexta temporada.




Las cuatro primeras temporadas de la serie son un ejemplo de televisión de alta calidad. Una muestra impresionante de cohesión narrativa, definición de personajes, realización técnica y dirección de actores. En la primera etapa empezaremos a conocer a Dexter y su entorno, su relación con Debra y Rita, cómo debe fingir empatía con sus compañeros de trabajo cuando lo cierto es que no la puede experimentar por culpa de su naturaleza psicópata (uno de los mayores aciertos de la primera mitad de la serie es cómo las personas del entorno del personaje principal toman como cierta frialdad lo que en verdad es una total incapacidad para exteriorizar sentimientos o emociones por parte de este). También tendremos por primera vez la aparición de una de las némesis de Dexter que en cada temporada rivalizará con él. Asesinos en serie a los que llega a admirar y en ocasiones considerar artistas dentro del mundo del homicidio. En esta ocasión lo será Ruddy Cooper que finalmente de revelará como Brian Mosser, hermano natural del protagonista.




En la segunda temporada el tono de morbidez llegó a cotas impresionantes con la presencia del personaje secundario de Lila West (Jamie Murray) a la que Dexter conoce en unas sesiones de desintoxicación y que se convierte a la vez en su rival y confidente al ser una mujer que siente una considerable excitación (incluso en el plano sexual) por el trabajo que este lleva a cabo en la clandestinidad. Por otro lado la policía de Miami ha encontrado los restos de los cuerpos de las víctimas del protagonista al que llaman el Carnicero de la Bahía y una vez más están a punto de desbaratar sus planes. En la tercera temporada Dexter encontrará su reflejo en Miguel Prado (Jimmy Smits) fiscal del distrito que descubrirá el secreto de este y le pedirá que lo inicie en el mundo del asesinato. Por otro lado el caso que los agentes de Miami Metro investigan es el del Despellejador, un asesino que arranca trozos de piel a sus víctimas. Estas dos temporadas muestran un acertadísimo desarrollo de personajes y si bien la segunda analiza temas como el sadismo o la adicción a la unión de sexo y muerte, Eros y Thanatos (Lila es un personaje muy jugoso) la tercera realiza un poco halagüeño retrato del sistema judicial y político de Miami. Pero en la cuarta llegaríamos a la que es sin duda la cumbre de la serie que nos ocupa.




La cuarta temporada de Dexter es una obra maestra por muchos motivos. La presencia de un magnífico secundario como Frank Lundy (Keith Carradine) y la relación sentimental que este mantiene con Debra o que todos los personajes estén en el cénit de sus personalidades una vez han sido debidamente perfiladas a lo largo de cuatro temporadas. Pero sobre todo por la inclusión de, no sólo el mejor villano que ha dado la serie, también uno de los más interesantes y complejos que ha dado la ficción filmada. Trinity es un veterano asesino en serie que elimina a sus víctimas de tres en tres desde hace 30 años y que será el rival de Dexter en esta tanda de episodios. Tras tres intentos de buscar (con más o menos éxito) tres contrincantes que sean dignos de Dexter, con la llegada de Trinity los responsables del programa consiguen crear una criatura que no es que esté a la altura del protagonista, sino que lo devora impunemente a lo largo de la temporada.




Este americano medio, este hombre hogareño de misa de los domingos y barbacoa en el jardín de atrás de su adosado esconde una bestia inhumana en su interior que hace palidecer las técnicas homicidas de Dexter. Hay una escena sencillamente brutal en la que se resume la personalidad de Trinity y es en la que su hijo le responde de manera irrespetuosa y él le parte un dedo mostrando por segundos de manera pública el monstruo que realmente es. Este pasaje es de una violencia psicológica (más que física) sencillamente apabullante y se revela para un servidor como el mejor momento de toda la serie. Para dar vida a esta complejo animal salvaje se necesitaba un actor a la altura y el veterano John Lithgow (En Nombre de Caín, Ricochet) que es un experto en dar vida a perturbados da la talla sobradamente manteniendo un tour de force con Michael C. Hall durante esos episodios que debería pasar a los anales de la mejor televisión jamás filmada. Merecido Globo de Oro para el actor de El origen del Planeta de los Simios por su papel aquí comentado.




Tras esta intachable etapa era prácticamente imposible mantener el nivel con la siguiente. La quinta temporada es conocida de manera más o menos oficial como la que da inicio a la decadencia de la serie. Afirmación que un servidor sólo comparte en parte. Creo que la temporada número cinco de Dexter guarda muy bien el tipo hasta sus dos últimos episodios donde los disparates empiezan a sucederse (el momento cortina de plástico de Debra no se lo cree nadie) ofreciéndonos una adelanto de lo que será la sexta, pero sin llegar a herir de muerte a la serie como si haría aquella. Me gusta como se perfila la personalidad torturada de Lumen, una víctima de actos brutales que no podrá llevar a cabo su acto de venganza contra sus agresores hasta que Dexter haga de catalizador para su creciente instinto homicida. El papel lo borda Julia Stiles, una actriz que me cae rotundamente mal pero que aquí hace un trabajo de nota. No se me va de la cabeza un plano de su rostro tras ser rescatada de su cautiverio por Dexter en el que sus pupilas dilatadas miran hacia todos lados una vez ha salido el exterior mostrando así con acertado realismo los síntomas de una persona traumatizada. También hace un muy buen trabajo Johnny Lee Miller (Trainspotting, Elementary) como Jordan Chase, aunque su rol es el primero en dar síntomas de ser uno de esos villanos deficientes que desfilarán por la serie a partir de la siguiente temporada.




En el primer episodio de la sexta temporada a Dexter como serie le asestan una brutal puñalada y se va desangrando hasta el último episodio de la octava. Por arte de magia el capítulo uno arranca con la mayoría de los personajes descaracterizados, llevando a cabo actos impropios de ellos y dignos de críos sumergidos en la adolescencia. Laguerta pasa de buenas a primeras de mujer responsable a zorra arribista, Quinn se vuelve un borracho insoportable y para colmo se empieza a analizar la psicología de Debra de manera tosca y poco creíble con resultados aberrantes. Pero el que peor parte se lleva en este desastre es el mismo Dexter. Aquel asesino en serie metódico, perfeccionista, meticuloso que todos conocíamos y con el que empatizábamos se convierte en un descuidado y torpe carnicero que se pasa por el forro el código que su padre le inculcó asesinando a quien le viene en gana si investigar su culpabilidad o haciéndolo de manera estúpida y nada creíble.




Por desgracia este caos se extiende por toda la serie. Los criminales dejan de ser elegantes y unos rivales dignos y se convierten en villanos de opereta casi paródicos (por muy bien que actúen Edward James Olmos y Colin Hanks sus personajes son la pena y toda la temática religiosa está pobremente perfilada, tanto la de estos roles como la que involucra al protagonista y sus dilemas (a)teológicos) los miembros de Miami Metro deambulan en la serie sin aportar nada interesante que no sean estupidices que ralentizan la ya de por sí raquitica trama central. Se desvirtúa completamente la presencia de Harry como conciencia de Dexter (en una ocasión hasta lo vemos vitoreándole entre un grupo de personas en una grada durante un  partido de rugby, cuando se supone que sus manifestaciones oníricas sólo tienen lugar cuando el protagonista está en soledad) los minimalistas asesinatos por medio de esterilizados cuchillos dejan paso a arponazos improvisados o golpes en la cabeza de las víctimas por medio de utensilios como extintores de incendios y aquella voz en off que enriquecía la personalidad del personaje principal se vuelve reiterativa, cansina y portadora de obviedades en forma de letanía.




Pero son dos ideas argumentales imperdonables las que hacen que esta temporada sea la peor de la serie. La primera es ese giro tramposo y ruín en el que se nos revela que un personaje que llevábamos viendo toda la temporada resulta ser sólo producto de la imaginación de otro y ya la debacle es que uno de los momentos que deberían ser clave en el programa, un punto de inflexión en el devenir de los personajes, está expuesto con una deficiencia sencillamente ponzoñosa. Hablo, como no puede ser menos, de cuando Debra descubre que Dexter es un asesino en serie en el último episodio. Este pasaje que debería, a partir de ese momento, enriquecer la serie se convierte de manera paradójica en un lastre que se verá revolcado y no solucionado debidamente hasta el cierre del programa. La hemorragia de la serie no ha hecho más que empezar y por mucho que los guionistas intenten curarla no lo llegarán a conseguir nunca.




La séptima trata de encarrilar un poco la cosa y solapar los múltiples y abominables fallos que poblaron la sexta, pero el daño ya está hecho y no hay manera de enderezar el barco que se hunde irremisiblemente. Esta temporada es prácticamente un remake mediocre de la segunda, cambiando a Lila por Hannah y a Doakes por Laguerta. Aquí por fin los personajes parecen volver a ser los de siempre, pero las subtramas insulsas, las elecciones desacertadas por parte del equipo de guionistas y la herencia de la temporada anterior no permite que esta llegue a unas cotas de calidad exigibles. Poco se puede salvar en esta tanda de episodios, si acaso el personaje de Isaac Sirko al que da vida de manera sobresaliente Ray Stevenson (Roma, Punisher: War Zone). Para colmo la relación Debra/Dexter se tambalea brutalmente y cuando algún guionista adicto al LSD decide convertirla a ella en Cersei Lannnister la cagada se revela de proporciones catedralicias. Por suerte los actores siguen dando la talla y Jennifer Carpenter merece todos los premios del mundo por sacar adelante con mucho oficio a un personaje que estaba muerto en vida por culpa de los guiones.




Por fin llegamos a la octava y última temporada que es un "sálvese quien pueda" de manual por parte de los creadores de la serie. No tenemos un villano concreto, porque la investigación del mismo es tan efectista y busca tanto la sorpresa gratuita que hace que saltemos de un sospechoso a otro. Por eso cuando se desvela la personalidad del Neurocirujano (apodo que se le da al asesino) nos importa realmente una mierda quién sea y darle peso a su verdadera representación física sólo en los últimos episodios confirma una vez más la poca profesionalidad y las ganas de acabar de cualquier manera por parte de los guionistas. Por el lado bueno la presencia de una actriz magnífica como Charlotte Rampling dando vida a Evelyn Vogel un rol cuya presencia está cogida con pinzas (supuestamente ayudó a Harry a crear el código de conducta criminal que tomaría Dexter como suyo) pero que está llevado con entereza por la protagonista de El Portero de Noche. También es un acierto que los escritores traten de enderezar en la recta final un poco el rol de Debra que estaba en un momento bajísimo de caracterización, pero todo se va al carajo en el último capítulo.




Por el malo casi todo lo demás, como los guiones inconexos, el argumento central titubeante, las subtramas intragables (la de Masuka es terrible y propia de Dos Hombres y Medio), la aparición gratuita y el peso que se le da a Hannah, el momento cinta andadora que parece salido de una serie española mala de los 90 y sobre todo ese cierre final que deja infinidad de cabos sueltos (los compañeros de trabajo de Dexter nunca llegarán a saber quién era realmente y ese hubiera sido el momento más importante de la serie el mismo que por desgracia no tiene lugar en ningún momento) una resolución vergonzosa para Debra y un destino insatisfactorio para el mismo Dexter. Aparentando todo ser más un final de temporada normal y corriente que el cierre de una serie que merecía más respeto tanto para sí misma como para sus seguidores. Poco me importa si los guionistas ahora acusan de Showtime de haberles inculcado obligatoriamente ese desenlace, ya que ni uno tan glorioso como el de Six Feet Under hubiera arreglado el desaguisado que llevaba siendo la serie desde su segunda mitad.




Lo curioso es que hasta en los momentos más bajos Dexter no dejaba de ser una producción entretenida en la que un magnífico reparto y unos directores muy competentes (entre ellos realizadores con cierto nombre como John Dahl o actores reconvertidos en cineastas como Keith Gordon) conseguían salvar los muebles a un equipo de guionistas en permanente estado de embriaguez o drogadicción. Este desastre que empezó a formarse a finales de la quinta temporada posiblemente tenga que ver con el baile de showrunners que siempre sufrió la serie, ya que hasta cinco llegaron tener los mandos del desarrollo de la misma si mis cálculos no fallan. Mientras otros productos televisivos como como The Wire, The Shield, Breaking Bad o Los Soprano tenían a sus productores ejecutivos fijos (los mismos que en un principio crearon los programas y que nunca dejaron de escribir guiones, dirigir episodios y supervisar la labor del resto de escritores y profesionales técnicos) en Dexter no había una verdadera cabeza pensante, un capitán de barco, detrás del proyecto para controlarlo, mimarlo y que no perdiera su esencia.




Por el camino nos quedamos con una serie con cuatro temporadas de visión obligada y otras cuatro que se mueven entre lo aceptable, lo terrible, lo mediocre y lo desconcertante. Nunca he sido un fan a muerte de Dexter, puede que por los motivos que argumenté anteriormente, pero sí me consideraba un seguidor fiel de este forense de día y asesino de noche que se codeaba con un grupo de personajes muy realistas que le daban caza a él aunque ellos desconocieran tal dato. Un monstruo dentro del cuerpo de un ser humano que se muestra (al igual que el Walter White de Breaking Bad, el Leland Palmer de Twin Peaks o el Vic Mackey de The Shield) como un reflejo deformado y oscuro de nuestra propia personalidad. Un producto de esta calidad no merecía una caída en los abismos tan desalentadora ni un final tan insatisfactorio. Pero bueno, hay casos peores, como series que tras 10 años de gloria catódica deciden continuar otros 15 (y los que queden) siendo poco más que una máquina de hacer dinero mediocre y sin apenas calidad. Si no que se lo digan a Matt Groening y a la montaña de dólares en la que duerme por las noches.