viernes, 10 de octubre de 2014

La Isla Mínima



Título Original La Isla Mínima (2014)
Director Alberto Rodríguez
Guión Rafael Cobos y Alberto Rodríguez
Actores Raúl Arévalo, Javier Gutiérrez, Nerea Barros, Antonio de la Torre, Jesús Castro, Manolo Solo, Jesús Carroza, Cecilia Villanueva, Salvador Reina, Juan Carlos Villanueva





¿Podríamos a estás alturas hablar ya de una nueva hornada de cineastas andaluces?. ¿Estamos ante un Nuevo Cine Andaluz como durante los 90 tuvimos uno vasco a manos de gente como Juanma Bajo Ulloa, Daniel Calparsoro, Álex de la Iglesia, Julio Medem o Enrique Urbizu?. ¿Son cineastas como Miguel Ángel Vivas, Paco Cabezas, Santi Amodeo o el Alberto Rodríguez que nos ocupa la nueva esperanza del celuloide ideado por directores nacidos en el sur de España?. Posiblemente la respuesta a todas esas cuestiones sea un rotundo sí. Films como la brutal Secuestrados, la entrañable y espídica Carne de Neón o la tierna y marciana Cabeza de Perro comenzaron a dar muestras de una savia nueva de origen sureño con ganas de contar historias con genuino aroma español sin tirar de clichés autóctonos e incluso abordando de manera crítica estos últimos cuando en alguna ocasión han decidido parar en ellos. 




El nombre de Alberto Rodríguez comenzó a darse a conocer en algunos círculos de cine independiente español con una obra como El Factor Pilgrim en la que compartía labores de realización con su amigo, el ya mencionado Santi Amodeo. Dos años después rodó su primera película en solitario, la poco conocida El Traje, pero no sería hasta 2005 que diera un considerable puñetazo en la mesa con aquel inesperado éxito llamado 7 Vírgenes, protagonizado por unos inspiradísimos Juan José Ballesta y Jesús Carroza, que hacía un retrato tan duro como naturalista de los barrios más bajos de Andalucía. Tras ella llegó la no muy publicitada After Party que narraba una noche de exceso veraniego repleta de alcohol, sexo y drogas con protagonistas como Guillermo Toledo, Tristán Ulloa y Blanca Romero.




Pero fue en 2012 cuando Alberto Rodríguez nos regaló la que hasta ese momento era su mejor obra, Grupo 7. Aquella nihilista revisión del cine policíaco a lo Sidney Lumet pasado por un tamiz puramente ibérico en el que se nos relataban los hechos reales de las andanzas de un grupo de policías sevillanos que campaban a sus anchas en la capital andaluza “limpiando” las calles de “indeseables” para que unos políticos “preocupados” porque la Exposición Universal de 1992 estuviera exenta de cualquier tipo de problema o disturbio pudieran dormir tranquilos mientras un equipo de supuestos defensores de la ley ponían en práctica métodos propios de gangsters. Mario Casas, un enorme Antonio de la Torre o secundarios como Joaquín Núñez, José Manuel Poga, Inma Cuesta, Julián Villagrán o Alfonso Sánchez conformaban el reparto de una de las mejores películas patrias de aquel 2012.




La Isla Mínima es la evolución natural de Grupo 7, otro policíaco noir con un reparto de actores entregándose hasta lo indecible y un trasfondo social y político que hace un retrato tan desolador como necesario de una época turbulenta de un país como España y una comunidad autónoma como Andalucía, tierra (la del cineasta y también la de un servidor) que guarda muchos esqueletos en su armario y a la que el director sevillano ha querido volver para narrar de nuevo un trhiller magistral con algunos de los momentos más potentes del cine español reciente y un puñado de las interpretaciones más conseguidas vistas en años dentro de la producción patria. El resultado no sólo es la mejor película (con mucha diferencia) de Alberto Rodríguez sino también una de las obras cinematográficas más interesantes y completas de este 2014 al que le quedan pocos meses para abandonarnos.




Una atmósfera y dos protagonistas que remiten a True Detective, un punto de partida y algunos apuntes que nos llevan de Twin Peaks (esos pájaros que se le aparecen al personaje de Javier Gutiérrez son puro David Lynch) a Forbrydelsen/The Killing pasando hasta por la meritoria miniserie española Punta Escarlata (producto para la pequeña pantalla que comparte muchos puntos en común con la obra que nos ocupa). La trama la hemos visto cientos de veces: Dos policías de la capital viajan a un pueblo andaluz a investigar la desaparición de dos chicas de la zona que finalmente son encontradas brutalmente violadas y asesinadas. Allí se mezclaran con la fauna local para intentar desentrañar el crimen, pero entre pistas y falsos culpables encontrarán secretos a voces y actos inenarrables llevados a cabo por personas sin rostro o identidad.




La Isla Mínima es una de esas películas que desde su primera imagen ya sabemos que está rematada por un profesional que es consciente completamente lo que está haciendo y cómo debe hacerlo. Esos planos cenitales a vista de pájaro, acariciados por la excelente e intimista partitura de Julio de la Rosa, que retratan marismas que parecen lóbulos cerebrales y que el realizador irá utilizando a lo largo del metraje para acentuar la pequeñez de esta historia tan mínima como la isla que da título al film, afirmándonos que asesinatos como los de Ángela y Carmen se sucedían, suceden y sucederán en España por centenares, son un toque de aviso para avisarnos que vamos a asistir a toda una lección de cinematografía de altos vuelos, ya que el salto de calidad en el trabajo de Alberto Rodríguez con respecto a su obra inmediatamente anterior es sencillamente enorme y con Grupo 7 hablábamos de una obra soberbiamente rodada, con una puesta en escena llena de nervio y una dirección de actores brillante.




Pero la última película del cineasta sevillano juega en otra liga, aquí el centro no son los enormes personajes a los que dan vida nos Raúl Arévalo y Javier Gutiérerrez a los que no se puede hacer justicia con palabras (sobre todo al segundo, lo suyo no tienen nombre) ni siquiera la investigación del caso del doble asesinato, ya que uno de los logros más grandes de los creadores del largometraje es que en ocasiones nos implicamos tanto con la narración que saber quién está detrás del crimen es lo que menos nos interesa. Aquí lo que realmente mueve la historia gracias al intachable y complejo guión del mismo Alberto Rodríguez y su habitual colaborador, Rafael Cobos, es el contexto histórico, aquel 1980 en el que una joven y todavía débil democracia trataba de abrirse paso entre esperanzas y sueños, muchas veces, sepultados por la furia y la amenaza heredadas por 40 años de aislamiento político y social.




Porque si en Grupo 7 la crítica lectura política del largometraje se encontraba adherida tangencialmente a la historia que Alberto Rodríguez y Rafael Cobos nos narraban, en La Isla Mínima la misma es la que bascula todo el entramado central de la historia. Aquella época del posfranquismo se puede palpar en la atmósfera fantasmal del pueblo, en las moscas que revolotean alrededor de las casas, en las caras de tristeza asumida años ha de los ciudadanos, todo localizado en unos días inciertos en los que el mínimo gesto, el más pequeño movimiento, podía hacer volar por los aires los intentos porque aquellas dos Españas no volvieran a enfrentarse. Las sombras de la dictadura sobrevuelan toda la localidad donde Estrella y Carmen han perdido la vida de manera descarnada, un lugar donde el tiempo parece haberse detenido, donde los señoritos y terratenientes siguen haciendo lo que les viene en gana con los más desfavorecidos, como si aquello que nos contaran, Miguel Delíbes primero y Mario Camus más tarde, en Los Santos Inocentes fuera extrapolado a una trama detectivesca de aire asfixiante, calor húmedo y naturaleza siniestra.




Los espéctros de aquella dictadura habitan en el cuerpo menudo de un Javier Gutiérrez al que por fin le han dado el papel protagonista que llevaba años mereciendo. La oportunidad no se puede decir que la haya desperdiciado y por ello se ha llevado la concha de plata al mejor actor en el pasado festival de San Sebastián. Policía violento, de métodos expeditivos, alcohólico, al que con sutiles pinceladas el guión nos perfila como un hombre de talento desperdiciado (esa libreta llena de dibujos) que supuestamente sirvió a las órdenes del régimen y que el actor asturiano llena de gestos, matices, miradas y una verdad doliente que atraviesa la pantalla en favor de una empatía compartida con el espectador que nos causa tanto rechazo como atracción. La réplica se la da un no menos apabullante Raúl Arévalo que muestra la otra cara ideológica de las fuerzas de la ley, la que contesta a sus superiores y no acepta ordenes así como así, pero la personalidad vírica de su compañero calará tan hondo en su psique que en ocasiones le veremos como su más que posible heredero, pareciendo ambos los hijos de un mismo desarraigo.




La Isla Mínima es una muestra del mejor cine que se puede hacer en España y la más digna heredera de la soberbia adaptación Ladislao Vajda hizo de la novela El Cebo del novelista Friedrich Dürrenmatt. Adentrándonos en el thriller de género, pero sin olvidar el compromiso que siempre ha caracterizado a nuestra producción fílmica, Alberto Rodríguez consigue una pequeña obra maestra que poco tiene que envidiar a largometrajes policíacos de Estados Unidos, Francia o Italia, que aúna un equipo técnico totalmente cohesionado (la dirección de fotografía de Álex Catalán casi podríamos decir que tiene vida propia) y un dúo de actores con las espaldas bien cubiertas por unos secundarios (como un magnífico Antonio de la Torre, un competente Jesús Castro, un carismático Manolo Solo o la revelación dramática en la piel del actor cómico y monologuista Salvador Reina entre otros) que inyectan calidad a todos y cada uno de los fotogramas que pueblan el largo.




Alberto Rodríguez apela a la narración fluida, al entretenimiento de calidad, a hacer que el espectador piense y reflexione mientras se retuerce en la butaca con las pocas glorias y muchas miserias de sus dos antihéroes protagonistas. El cineasta sevillano nos vuelve a retratar la Andalucía profunda, la enraizada en la tierra moribunda, la que tenía la violencia a flor de piel, la que formaba parte de una España que no está tan alejada en el tiempo como quisiéramos pensar y que por desgracia cada vez se parece más a la de hoy. Sin adoctrinar, si brocha gorda, pero con rabia y sin temblarle el pulso el director de Grupo 7 afirma que no nos olvidemos de aquellos que, al morir el dictador, y después de haber matado y torturado en nombre de un país “grande y libre”, abrazaron la democracia como si la hubieran defendido desde siempre yéndoles la vida en ello, ni de aquellos que les necesitaban para hacer el trabajo sucio independientemente del lado del espectro político en el que se encontraran.



1 comentario:

  1. Crítica originalmente realizada para la web Zona Negativa.

    http://www.zonanegativa.com/la-isla-minima-de-alberto-rodriguez/

    ResponderEliminar