viernes, 25 de enero de 2013

Lincoln



Título Original Lincoln (2012)
Director Steven Spielberg
Guión Tony Kushner basado en el libro de Doris Kearns Goodwin
Actores Daniel Day Lewis, Sally Field, Tommy Lee Jones, Joseph Gordon-Levitt, David Strathairn, James Spader, Hal Holbrook, Gulliver McGrath, Michael Stuhlbarg, Jackie Earle Haley, Jared Harris, Tim Blake Nelson, John Hawkes, Lee Pace, Walton Goggins, David Oyelowo, Bruce McGill, Joseph Cross, Gloria Reuben





No fueron pocos los años durante los cuales el famoso director Steven Spielberg acarició la idea de llevar a imágenes la vida del célebre 17º presidente de Estados Unidos, Abraham Lincoln. Durante mucho tiempo se habló de que el rol del mandatario iba a ser interpretado por el escocés Liam Neeson, pero los continuos retrasos para llevar a cabo el proyecto hicieron que el protagonista de Michael Collins se cayera del casting y Spielberg dejara durante mucho tiempo la producción en el limbo. No fue hasta el pasado 2011 que el realizador de Parque Jurásico confirmaría, por fin, el rodaje de la película con la feliz elección del británico Daniel Day Lewis para dar vida a Lincoln.




La cinta se estrenó en Estados Unidos el pasado 2012, la crítica americana se deshizo en elogios con el largometraje (algo esperable) pero hasta la prensa especializada de España se rindió de manera más o menos generalizada a los pies de la última producción de Steven Spielberg (esto ya no tanto). Todos aquellos, y no son pocos, que piensan que este biopic es un largometraje realizado directamente para rascar todas las nominaciones posibles al Oscar (12 se llevó, ni más ni menos) y enaltecer la figura de su protagonista están equivocados, pero no porque erraran con sus vaticinios, sino porque se quedaron cortos con ellos.




En el año 1865, en las postrimerías de la guerra civil americana, el presidente Abraham Lincoln propondrá la instauración de la célebre decimotercera enmienda con la que se prohibirá la esclavitud en Estados Unidos. La propuesta deber ser aceptada o rechazada en un tiempo récord, antes de que el conflicto bélico que asola el país termine y con ello uno de los dos bandos se proclame vencedor. El mandatario político y sus hombres de confianza deberán luchar para conseguir los votos suficientes para conseguir que la enmienda salga adelante y con ello se proclame la libertad de todas las personas de color que viven bajo el yugo del hombre blanco.




Vaya por delante que Lincoln es una enorme producción protagonizada por un extenso reparto de caras conocidas capitaneadas por un actor que es lo más parecido en el panorama cinematográfico actual a una fuerza de la naturaleza. Sí, es cierto eso que dicen, Daniel Day Lewis no hace de Abraham Lincoln, es Abraham Lincoln. El diseño de producción del largometraje es ejemplar, su ritmo adecuado para su holgado metraje que en ningún momento se hace plomizo y su trasfondo político harto interesante por el tema que trata, que es una parte clave dentro de la historia de Estados Unidos como nación. Hasta ahí las virtudes del film, ahora paso a darle cera, porque por desgracia la cinta lo merece y mucho.




La última obra de Steven Sepielberg es una muestra cristalina de cobarde corrección política, de academicismo mal entendido, un proyecto maniqueo y panfletario que apela a la sensiblería, la obviedad y el subrayado más pueril. Estamos hablando de una cinta realizada con escuadra y cartabón para ganar Oscars a puñados apelando a un patriotismo rancio y arcaico, ofreciendo golpes bajos al espectador para que caiga rendido a los pies de un personaje que el director y su guionista, Tony Kushner (mucho mejor en Munich), nos meten por los ojos como un individuo de bondad infinita, campechano, cercano, sin un ápice de maldad o ambigüedad, todo bien masticado para que bebamos los vientos por el viejo Abe.




El Abraham Lincoln de Spielberg y Day Lewis es un entrañable Abuelo Cebolleta espigado y con andares a lo Jack Skellington que no para de contar anécdotas graciosas a unos allegados que lo miran embobados con cara de felicidad (sólo les falta la mantita y sentarse alrededor de una hoguera para escuchar las historias del presidente), un yayo que cae bien a todo el mundo (o al menos a los que piensan como él, claro está) que coge de la mano a sus amigos o les regala palmaditas en el hombro y que recibe en su despacho de la Casa Blanca a todos los ciudadanos con problemas. No hay lugar para los claroscuros, para las dudas, Abe es dios y esa falsaria iluminación blanca y de carácter divino que en ocasiones baña su figura así lo atestigua.




Hay momentos en los que el espectador cree estar viendo un vídeo de campaña electoral típicamente americano o un manual de cómo ser el perfecto político estadounidense patriota. Spielberg desata su sensiblería hasta extremos bochornosos en pasajes de vergüenza ajena en los que mientras el presidente habla de temas de vital importancia para su país con sus colaboradores una cosa repelente a la que él llama hijo y que es lo más parecido que he visto en mi vida a una versión yanki de Joselito en El Pequeño Coronel, aparece para sentarse en su rodilla, o cuando el protagonista bromea con su mujer, esposa abnegada siempre a la sombra de su marido pero con "carácter", para que el espectador vea lo "campechano" que era el presidente y lo familiar que siempre se mostraba en su vida privada.




Los malos son malísimos, todos los políticos opuestos a la enmienda son ogros vociferantes, demagogos racistas que señalan con sus dedos a sus opositores y los que están con el presidente son devotos patriotas de fuerte carácter (muy buen trabajo el de Tommy Lee Jones y David Strathairn) que darían la vida por su país y por liberar a unos negros que andan a lo largo del metraje como almas en pena de caras tristes, como si fueran zombies que poco o nada tienen que decir porque hablamos de una película por los negros, para los negros pero casi sin los negros.




Políticamente es cuando la cinta se vuelve más interesante, cuando vemos los tejemanejes que lleva a cabo el poder, así como la presencia de la corrupción que siempre ha estado ahí desde tiempos inmemoriales, tentando a todo tipo de políticos. En ese sentido lo mejor de la cinta con diferencia es el trío formado por James Spader, Tim Blake Nelson y John Hawkes, cuyos pasajes son los únicos que añaden verdadero humor y algo de esa incorrección política de la que el proyecto carece casi por completo. El argumento añade copiosa información y se abordan momentos importantes dentro de la historia americana que están bien representados formalmente en pantalla.




Pero el problema es que todo está expuesto de manera maniquea, manipuladora y pueril, sin ahondar el guión en los motivos que dieron pie a la guerra civil o los intereses políticos y económicos que existían tras la instauración de la decimotercera enmienda. Spielberg no quiere que dudemos, ni que pensemos por nosotros mismos, el va delante nuestro con una linterna diciéndonos por dónde debemos ir y en cuántos pasos podemos hacer el recorrido, para que no haya un sólo momento para titubear. Lincoln era perfecto, un ser sobrehumano que ni cuando flaqueaba o pensaba en si sus propios actos eran equivocados erraba o metía la pata en manera alguna.




Que nadie se engañe, esto no es cine clásico, es cine viejo, nacido muerto, un ejercicio de patriotismo recalcitrantemente americano con olor a naftalina ideado por un Steven Spielberg alarmantemente impersonal (¿tantos años para esto, hijo mío?) que busca el aplauso de todos su compatriotas, sin importar su clase social o ideología política. No se puede querer ser Frank Capra (que se lo digan al Frank Darabont de The Majestic) o John Ford en pleno siglo XXI, no puede venderse como magistral una sesgada lección de historia realizada apelando a la bajeza sentimental, la sensiblería barata y siempre por la vía fácil, llevando a extremos vergonzosos el término hagiografía, en el peor sentido de la palabra.




En más de una ocasión quise meterme debajo de la butaca por el sonrojo, como cuando se está aprobando la enmienda pero nuestro presi es tan hogareño que pasa esos momentos en casa leyendo un libro con su hijo pequeño (el sosías de Joselito), cuando el criado negro mira entre lágrimas a Lincoln o cuando su mujer apunta en la libreta los votos que necesita la enmienda para salir adelante. Esto en Estados Unidos será la panacea, una película que pondrán en los colegios de todo el país y que hará derramar lágrimas de emoción a la platea con ese conocido triste final mostrado en off de manera original, pero demasiado acelerada y anticlimática.




Pero en España en la humilde ciudad andaluza de Linares es una película de Domingo por la tarde, una inflada tv movie con presupuesto, director y actores de primera, un producto al que le faltaba la bandera americana ondeando detrás de su protagonista cada vez que daba un discurso con cornetas sonando de fondo. Cuando acababa la cinta y los espectadores veíamos el último monólogo final ante esos ciudadanos absortos por la verborrea patriótica de su presidente, llegaba el momento en que su protagonista callaba para nunca hablar más y a un servidor le dieron unas imperiosa sganas de levantarse y gritar "¡Aborto para unos y banderitas americanas para otros!". Hubiera sido el mejor momento de la noche, porque está demostrado que este año me he equivocado de película sobre la vida de Abraham Lincoln, no cabe duda.



7 comentarios:

  1. ... un entrañable abuelo cebolleta ... que no para de contar anécdotas graciosas ... un yayo que cae bien a todo el mundo ...

    coño! que le han hecho una peli a ocioso! :-)
    ahora en serio: demoledora crítica, estimado sr. daza; me temía algo así pero, tan grave es la cosa?; la tenía como opción para este finde pero, visto lo visto, creo que no va a ser.

    ResponderEliminar
  2. Es que eso es lo peor Drummer, no es una mala película y a pesar de que Spielberg la ha rodado con el piloto automático puesto tiene un gran reparto, una dirección artística destacable y no es desdeñable cinematográficamente, pero es cómo está abordada lo que la convierte en cine de cartón piedra, antiguo y carca. Adoro los biopics bien hechos y el cine político inteligente pero este no es un buen ejemplo ni de lo uno ni de lo otro.

    ResponderEliminar
  3. lo cierto es que spielberg siempre ha tenido una cierta tendencia al panfletismo, aunque casi siempre de forma bastante comedida; no obstante, ese defecto se ha visto compensado, la mayoría de las veces, por su buen hacer detrás de las cámaras; aún así, esta vez, por el iconicismo del personaje abordado, yo me temía que se le iba a ir la mano y, por lo que cuentas, así ha sido.
    day lewis imponente, no?

    ResponderEliminar
  4. Panfletario lo ha sido en ocasiones, como en Salvar al Soldado Ryan o Amistad (y eso que me fascina la primera y me gusta la segunda) aunque no siempre, pero aquí sí se ha desatado en ese sentido, pero sobre todo lo ha hecho en el de su famosa sensiblería que aquí campa a sus anchas y no está condensada como en otras ocasiones de modo que satura cosa mala.

    Day Lewis pues ya verás, enormérrimo, contenido (nada que ver con sus magníficos pero desatados Bill el Carnicero o Daniel Pleinview), con acentazo (vi la película en versión original después de verla en el cine doblada) lleno de gestos y detalles que lo vuelven un Lincoln magistral al menos en apariencia, luego ya que sea Santo Tomás de Aquino ya es otra cosa.

    ResponderEliminar
  5. Hostia puta, y yo que pensaba ir a verla este fin de semana. Mira que bien, me ahorro los cuartos.

    Lo de la esclavitud me lo explicaron una vez de forma muy sencilla: "un hombre que tenía esclavos, tenía que pagar la comida de toda una familia. Al dar un salario, el trabajador tenía que trabajar el doble y aun así su familia pasaba hambre. Así que abolieron la esclavitud porque resultaba un pésimo negocio"

    ResponderEliminar
  6. Me lo dijiste sí, pero es peor todavía, ha resultado ir mas allá de lo que tu elucubraste, no es un aparato para el lucimiento de Daniel Day Lewis (que también) es un aparato para el lucimiento de AMÉRICA, god bless you all.

    ResponderEliminar
  7. Ya sabéis que soy un servicio público, cuando se mete entre ceja y ceja ver una película en pantalla grande por muy mal que la pongan me pongo en plan vasco y no me quita la idea ni dios.

    Es curioso lo que dices, hoy he estado pensando que hasta de la experiencia de ver la peor película de la historia del cine se puede sacar algo bueno, como una crítica en la que muestras tu indignación sobre ella de manera furibunda para comicidad de los lectores.

    ResponderEliminar