lunes, 15 de julio de 2013

G.I.Joe: La Venganza, desaparecidos en combate




Título Original G.I.Joe: Retaliation (2013)
Director Jon M. Chu
Guión Rhett Reese y Paul Wernick
Actores Channing Tatum, Ray Park, Lee Byung-hun, Dwayne "The Rock" Johnson, Bruce Willis, Elodie Yung, Adrianne Palicki, Joseph Mazello, D.J. Cotrona, Ray Stevenson, Arnold Vosloo, RZA, Walton Goggins, Jonathan Pryce






Segunda entrega de la versión cinematográfica que en 2009 rodó Stephen Sommers (La Momia, Van Helsing) sobre las famosas figuras de acción (vamos, los muñecos de toda la vida) creadas en los años 60 y relanzadas por la empresa Hasbro veinte años después. Aquella G.I.Joe: Rise of Cobra era una simpática mala película llena de acción, tufo militaroide cutre, artes marciales, humor simplón y reparto de buenos actores haciendo el tonto para divertirse y llevarse un buen dinero por ello. Como es lógico la cinta fue tanto un éxito de taquilla como un fracaso crítico. Muchos fans de los juguetes pusieron el grito en el cielo, porque claro, es muy lógico que uno le pida la calidad de La Chaqueta Metálica a una obra cinematográfica basada en muñecos articulados.




Esta G.I.Joe: Retaliation rodada en 3D (o eso suponemos, yo no la he visto en ese formato) supera considerablemente en el plano cinematográfico a la anterior película, pero claro, esa tarea no era ardua precisamente. En este mediocre producto funciona todo lo que se le puede pedir a una cinta de acción de naturaleza unineuronal que son las escenas de combates, las fantasmadas, los personajes planos como una radiografía que no paran de disparar con lo que tengan a mano y las coreografías de artes marciales indispensables para hacer que los actores expertos en dichas lides puedan lucirse en condiciones para jolgorio de la platea.




El argumento no es para pararse a analizarlo porque no da para más y es más simple que la autobiografía de Paris Hilton. Tras una misión en la que los G.I.Joe son traicionados y dados por fugitivos deciden buscar venganza contra el grupo terrorista Cobra que dirigido por el comandante homónimo tiene el control de la Casa Blanca gracias a un agente infiltrido que ha suplantado al presidente de los Estados Unidos. Con la ayuda de aliados inesperados los Joes tendrán que derrocar a Cobra y evitar la tercera guerra mundial. Evidentemente la película no da para más y ciertamente no lo necesita.




Hay varios aciertos en esta G.I.Joe: La Vengenza que la hacen más disfrutable que su hermana, que para un servidor también lo era. El primero es que se deja de lado los gadgets tecnicficadamente jamesbondescos como armaduras superopoderosas, naves pesudoespaciales o batallas submarinas para que la cinta se centre en ser una sencilla película bélica de violencia casi inócua. Es decir, los creadores del film deciden quitar artificio y con ello ser más fieles a los cómics que Larry Hama escribió y dibujo con estos personajes de Hasbro a finales de los 80 y principios de los 90, algunos de ellos considerablemente buenos y memorables, no me olvido de aquel "Preludio Silencioso" episodio mudo protagonizado por los indispensables Snake Eyes y Storm Shadow.




Por el camino se toman decisiones acertadas dentro de la inanidad cinematográfica que impera en la obra. Como ese inesperado efecto "Channing Tatum" impropio del celuloide comercial americano, sacrificar tramas de personajes principales por darle más protagonismo a los secundarios, contratar a Arnold Vosloo para que salga sólo durante unos segundos, su personaje cambie de rostro y a partir de ahí lo interprete otro actor, darle al Comandante Cobra más protagonismo como el villano de opereta (esa Casa Blanca con las banderas con el logo de Cobra en las ventanas) que siempre ha sido con frases lapidarias, que Bruce Willis salga cinco minutos se lo pase bien y se lo lleve calentito, ofrecernos a un Ray Stevenson memorable como Firefly y acentuar el tono pulp del largometraje poniendo al rapero RZA como maestro de Snake Eyes y Storm Shadow. A este hombre le das una katana y pierde el norte por la excitación.




Dentro de la acción la mejor escena está lógicamente protagonizada por los dos ya mencionados expertos en artes marciales, rivales clásicos de la franquicia, interpretados por el norteamericano Ray Park (Star Wars: La Amenaza Fantasma, X-Men) dando vida a Snake Eyes y Lee Byung-hun (JSA, Encontré al Diablo) en la piel de Storm Shadow. El pasaje del secuestro en el templo y la posterior escalada ninja en el monte es la mejor escena técnica del largometraje (alternando la misma CGI con coreografías reales) y la confirmación de que el director del film, Jon M. Chu, sólo es bueno para este tipo de secuencias, más no se le pide para hacer una obra como la que nos ocupa.




Pero si hay algo que me ha gustado en G.I.Joe: Retaliation y que no me esperaba en absoluto es la incorrección política que inyecta a la trama el personaje del doble del presidente de los Estados Unidos al que da vida Jonathan Pryce. El protagonista de la mítica Brazil salía fugazmente en la primera entrega dando vida al mandatario norteamericano, pero con la excusa argumental de que el rol de Zartan suplanta al del mismo Pryce tomando su rostro los guionistas se marcan unos divertidoa comentarios hirientes sobre política (lo divertidas que son las torturas, lo puteros que son los componentes de la administración del presi, cómo le gusta tener armas nucleares a su alcance o hacer bromas con la preocupación internacional con el calentamiento gobal) que tienen su culmen con la destrucción vía explosión de la ciudad de Londres entre risas por parte del mismo actor, recordemos, un británico dando vida a un estadounidense.




Me faltan Destro y la baronesa, echo de menos a ese bombonazo llamado Rachel Nichols (aunque Adrianne Palicki también está muy bien) y por mucho The Rock que protagonice los actores son planos y faltos de carisma en su mayoría (¿de dónde coño ha salido ese tal D.J Cotrona? con ese nombre podría dedicarse a pinchar discos, seguro que se la da mejor que interpretar). Pero la cinta da lo que promete y un poco más. Acción a raudales, comentarios viriles vergonzantes, conspiraciones mundiales, militarismo castrense de andar por casa, un villano que grita "¡Lo quiero todo!" cuando le preguntan cuáles son sus planes, hombres supuestamente sensatos diciendo continuamente "¡Hu ha!" y la confirmación de que el repelente niño de Parque Jurásico se ha convertido en un repelente adulto. Pedirle más al director de aquel documental sobre el mal inherente en la raza humana llamado Justin Bieber: Never Say Never sería demasiado.



domingo, 14 de julio de 2013

El Hombre de Acero



Título Original Man of Steel (2013)
Director Zack Snyder
Guión David S. Goyer y Christopher Nolan basado en el personaje creado por Jerry Siegel y Joe Susther
Actores Henry Cavill, Amy Adams, Russell Crowe, Michael Shannon, Kevin Costner, Laurence Fishburne, Diane Lane, Ayelet Zurer, Christopher Meloni, Richard Schiff, Antje Traue, Jadin Gould, Tahmoh Penikett, Michael Kelly, Dylan Sprayberry, Harry Lennix





El paso por la pantalla grande del personaje estandarte (con el permiso de Batman) de la editorial DC ha tenido tantas luces como sombras. Si nos saltamos seriales, cortos animados y nos centramos solamente en los films en pantalla grande protagonizados por el personaje creado por Jerry Siegel y Joe Susther tendríamos que irnos a aquel 1978 en el que Richard Donner en la dirección, Mario Puzo (entre otros) al guión y Christopher Reeve, Margot Kidder o Gene Hackman como protagonistas dieron forma a la primera gran película de Superman. Dicha producción marcó un hito cinematográfico y aunque hoy se ve naif y hasta cierto punto demodé sigue siendo un clásico dentro del celuloide de superhéroes.




Sólo dos años después llegaría Superman 2, que en principio fue dirigida también por Richard Donner (al menos en su mayoría) pero este sería sustituido al frente del proyecto por Richard Lester que ocupó el lugar del director de La Profecía o Lady Halcón. La cinta era inferior a la primera, aunque contenía momentos interesantes y unos villanos memorables (hoy también un poco vintage) comandados por el General Zod interpretado por el británico Terence Stamp. Curiosamente lo que menos me atrae de esa cinta es el momento de venganza de Clark con el parroquiano del restaurante, acción egoísta y chulesca impropia del personaje.




En la tercera entrega, estrenada en 1983, la cosa ya se salía de madre. Se introdujo un personaje cómico interpretado por el entonces humorista de moda Richard Pryor, un empresario estúpido (con rubia tonta de acompañante) como villano y se desvirtúó completamente al personaje de Superman. Pero el momento más bajo de la saga vino con la cuarta parte. Los derechos del personaje cayeron en manos de la inefable productora Cannon Films (casa que perpetró muchas de las aventuras de baja estofa de nuestros amigos Chuck Norris o Dolph Lundgren entre otros) y el resultado fue un desastre con misiles, efectos especiales  Coleco y enemigos con pelo cardado y cuerpo de luchadores de wrestling (así como uñas mortales) llamado Superman 4: En Busca de la Paz, una cinta a revisionar con amigos, acompañados siempre de brebajes de la felicidad, por sus incontables dosis de caspa fílmica.




En los 90 series como Superboy o Lois y Clark saciaron (más o menos) el apetito goloso de los fans del personaje. Ya durante la década pasada se realizó una mediocre pero entrañable serie precuela llamada Smallville que narraba la adolescencia de Clark Kent y su némesis Lex Luthor en el pueblo natal de ambos (sí, el producto se tomaba sus licencias, muchas) y que con la tontería duró la friolera de diez temporadas. Pero en cine el Hombre de Acero volvió a dar la cara a manos de un Bryan Singer que se bajó del carro de la saga de los X-Men marvelita para dar su visión del superhéroe de los calzoncillos por fuera. El resultado fue la fallida Superman Returns, una obra con buenas intenciones (recuperar el tono del primer Superman de Donner en pleno siglo XXI) pero que falló en casi todos los apartados (sobre todo el casting), despertando en un servidor tanto la decepción como la vergüenza en numerosas ocasiones. Con todo el largometraje tiene sus fans que lo defienden a muerte y los mismos están en todo su derecho de hacerlo.




Este 2013 se cumplen 75 años de la creación del personaje y para celebrar tan señalada fecha (y según parece para que DC no pierda los derechos de personaje que reclaman los descendientes de Siegel y Susther) Warner Bros (dueña de la editorial casa de personajes como Batman, Green Lantern o Wonder Woman) ha estrenado un nuevo reinicio cinematográfico con el norteamericano Zack Snyder como director, el británico Christopher Nolan como productor y argumentista y el también estadounidense David S. Goyer como guionista. El resultado es El Hombre de Acero, una muy buena muestra de cine comercial que con sus más y sus menos hace justicia al personaje y ofrece dos horas y veinte minutos de celuloide disfrutable y potente, puede que demasiado esto último.




Cuando el planeta Krypton es condenado a la extinción Joer-El y su esposa Lara envían a su recién nacido hijo Kal a un planeta llamado Tierra para que pueda crecer libre con una familia que le acoja. Poco antes de la destrucción del planeta natal de Kal-El el General Zod intentará interceptar al recién nacido sin éxito, tras estos hechos él y sus secuaces serán exiliados en la Zona Fantasma. Años después Kal-El es un hombre de 33 años llamado Clark Kent que intenta llevar una existencia normal ocultando sus poderes. Pero la llegada a su vida de una periodista llamada Lois Lane y el regreso de Zod y sus hombres para eliminarlo y localizar un nuevo Krypton en la Tierra por medio del genocidio humano impulsarán a Clark/Kal a tomar la decisión más importante de su vida.




Se ha hablado mucho de Man of Steel desde su puesta de largo internacional, posiblemente demasiado. Unos para defender su magnificencia fílmica y otros para destacar su mediocridad cinematográfica. Un servidor salió el jueves satisfecho del cine, de haber visto una buena película de superhéroes, grandilocuente, entretenida e imperfecta, con momentos memorables y otros fallidos pero que en líneas generales me ha gustado considerablemente como adaptación de las aventuras de Superman, eso sí, con un par de licencias con respecto al cómic que son un poco blasfemas, aunque no desvirtúan en demasía el conjunto del producto.




La última película del estadounidense Zack Snyder se abre como una tecnificada y enorme space opera y durante el prólogo en Krypton ya se pueden ver pasajes del todo memorables (Jor-El viendo como destruyen Krypton o el bellísimo y crepuscular plano de su mujer, Lara, de espaldas mientras el planeta explota) con otros menos conseguidos (esos trucos de montaje necesarios para que ¿no nos demos demasiado cuenta? de que Russell Crowe ya no tiene cuerpo para peleas cuerpo a cuerpo). Esos primeros pasos nos sintetizan la naturaleza de un producto conseguido y muy bienintencionado pero irregular en algunos aspectos que no lo elevan a la excelencia que se esperaría de él.




El ritmo es el adecuado consiguiendo que los 143 minutos del metraje no pesen en ningún momento, el uso de los flashback es acertado ya que los mismos nos sirven como álbum fotográfico de la infancia del personaje que expone sus dilemas y motivaciones personales consiguiendo (en gran parte) llevar la filosofía del rol de las viñetas con fidelidad a la pantalla, aunque metiendo la pata el algunos momentos puntuales. Uno de los más destacables en este sentido es en el que Jonathan Kent le dice a su hijo Clark que a lo mejor debería haber dejado morir a los críos del autobús escolar, algo que jamás, pero jamás, saldría de la boca del íntegro hombre de pura cepa americana que siempre ha sido el padre adoptivo de Superman.




Estos recuerdos le sirven al director para marcar dos estilos visuales a la hora de abordar el film. El pasado en Smallville (varias referencias a la serie de tv hay a lo largo del metraje, como ese tanque de agua con el nombre del pueblo) está rodado con un lirismo malickiano (algo que ya se percibía en los trailers) en el que podemos ver algunas de las escenas más hermosas salidas de la mano del director de Watchmen. En cambio en el presente se alterna una epicidad grandiolocuente (posiblemente el primer vuelo del personaje sea el mejor momento del largometraje y uno de mis pasajes cinematográficos favoritos de lo que llevamos de año, muy bien la banda sonora de Hans Zimmer a lo largo de todo el film) y una crepuscularidad latente que se acentúa en los momentos más terrenales del personaje y en la invasión alienígena por parte del General Zod y sus huestes.




Del guión de David S. Goyer y Christopher Nolan se pueden decir tantas cosas malas como buenas. Por el lado malo las relaciones personales entre los personajes y la profundidad de las mismas son inadecuadas y escasas, si no contamos al protagonista poco llegamos a saber de manera concisa sobre las motivaciones de muchos de los roles del film que no han sido demasiado trabajados en el papel. Por el bueno el conocimiento de Goyer sobre el microcosmos de Superman, el ritmo que alterna introspección y acción y la mano de Nolan haciendo (como en sus Batman, pero de manera menos sutil) una metáfora por medio de Zod del terrorismo extremista que es adecuada y acertada pero en ocasiones demasiado obvia, recordemos a Perry White y compañía manchados de polvo entre los edificios realizándose con ello una referencia un poco tosca al fatídico 11S americano.




Dentro del casting tenemos a un Henry Cavill que da la talla como protagonista. La elección del británico es todo un acierto, ya que sabe alternar la fisicidad (puede que demasiada, muchas horas de gimnasio) que requiere Superman con el intimismo que solicita Clark Kent, aunque como en toda buena encarnación del último hijo de Krypton ambos roles se intercambian. Amy Adams es una buena Lois Lane (esta chica me pierde, tiene los ojos más bonitos del Hollywood actual) sabe interactuar en cámara con Cavill (aunque no haya demasiada química) y se hace con el personaje, pero el guión no la retrata al 100% como la pizpireta reportera que siempre ha sido en las viñetas, pero esto se debe a que el film comete el pecado de dejar de lado casi totalmente los toques de humor que deben estar en toda película del hombre de acero, pero sin llegar al ridículo de las Superman 3 y 4 o Superman Returns, que sin ser tan mala como aquellas tenía sus pasajes de bochorno incalculable.




Dentro de los secundarios nadie destaca pero todos cumplen. Diane Lane posiblemente sea la más acertada, un poco menos el apático Kevin Costner (aunque su última escena es emotiva) y lo de Russell Crowe tiene mérito, el hombre trata de no convertirse en el nuevo Nicolas Cage para no caer en la autoparodia, pero un servidor aún no sabe si lo está consiguiendo. Perry White muy bien encarnado por Laurence Fishburne (que ojo, siendo un negro que interpreta a un personaje blanco no hizo implosionar la cinta desde dentro, como parecían vaticinar algunos iluminados) y Michael Shannon dando una de cal y otra de arena como Zod. Cuando está contenido el espectador pueda incluso llegar a ver el interior de su mente, pero cuando se pone histriónico se acerca con demasiado peligro un vilano de opereta cualquiera.




Pero si hay algo que me ha agradado de Man of Steel, y jamás pensé que lo diría, es la labor de Zack Snyder detrás de las cámaras. No sé si Nolan, Goyer o los jefazos de Warner le han dicho algo al director de 300 pero ha tomado la sabia decisión de dosificar su estilo visual que en pequeñas dosis agrada y en demasiadas satura. Pocas cámaras lentas y muchas escenas bucólicas de conseguida poesía visual, nada de primerísimos planos saturados y sí una grandilocuencia contenida. Por suerte poco del desastre videojueguil de la penosa Sucker Punch se puede ver en la cinta que nos ocupa, pero claro, para llevar a cabo las escenas de acción físicas (peleas cuerpo a cuerpo) y las de combates aéreos (batallas espaciales) se ha tenido que hacer un uso recurrente de unos efectos digitales muy dignos que sólo chirrían un poco en el combate en las calles de Smallville. 




Eso sí, estoy de acuerdo con los que afirman que con la destrucción de Metropils se les ha ido la mano, esta decisión es la que hace que el clímax final aún siendo acertado peque en ocasiones de de aparatoso y michaelbayero . Por último en ese cierre encontramos el otro fallo imperdonable por parte de los creadores de la cinta con respecto a la esencia del personaje. La resolución que se le da a Zod es del todo indigna e impropia de Superman por muchos dilemas morales y psicológicos que supongan para el personaje y por mucho que sea una medida extrema requerida por una situación extrema. Si el comentario egoísta de Jonathan Kent era un desacierto lo que en este párrafo comento sobraba completamente en la película.




Noy hay más que leer este intento de crítica para afirmar que nos encontramos con una película imperfecta, con sus más y sus menos y que sin caer en la mediocridad también está lejos de la excelencia cinematográfica. Pero un servidor está del lado de esta El Hombre de Acero, porque me parece buen cine de ciencia ficción y superhéroes, una adaptación adecuada del personaje de Siegel y Sushter y porque confirma teorías que yo mismo esperaba que se cumplieran, como que Nolan puede hacer cine pijamero alejado de la realidad, que David S. Goyer lo mismo escribe Batman o Superman que Blade o Ghost Rider, que Kal-el no está pasado de moda y puede adecuarse a los tiempos modernos, que lo de Superman Returns sólo fue un mal sueño, que Zack Snyder contenido es mucho más digerible y que pagar por ver este agradable espectáculo cinematográfico mereció la pena.



sábado, 13 de julio de 2013

Star Trek: En la Oscuridad



Título Original Star Trek: Into the Darkness (2013)
Director J.J. Abrams
Guión Alex Kurtzman, Damon Lindelof y Roberto Orci basado en los personajes de Gene Roddenberry
Actores Chris Pine, Zachary Quinto, Zoe Saldana, Benedict Cumberbatch, Karl Urban, Simon Pegg, Alice Eve, Bruce Greenwood, Peter Weller, Anton Yelchin, John Cho, Noel Clarke






Un servidor no es precisamente un trekkie. Es más, ni siquiera soy demasiado fanático de la otra saga de sci-fi por excelencia, Star Wars, pero aquella sí la he visto en numerosas ocasiones y me llama mucho la atención por sus personajes y microcosmos. Pero eso no impide que en su momento viera varias de las películas protagonizadas por la tripulación de la nave U.S.S Enterprise e incluso numerosos capítulos de las distintas series a las que ha dado forma. De todas formas aclaro que no soy lo que se llama un experto en la célebre obra de Gene Roddenberry.




Hace cuatro años ese señor tan sobrevalorado (adueñarse la autoría de series o films en los que hace más bien poco o nada) como en ocasiones acertado (Super 8 me parece una jodida delicia y su Misión Imposible 3 no estaba nada mal) llamado J.J Abrams limpió la cara a la franquicia interestelar con una precuela cinematográfica llamada simplemente Star Trek. El producto, que un servidor pudo ver en pantalla grande, me pareció una considerable decepción con unos personajes endebles, mucha acción ruidosa y un uso abusivo de innecesarias cámaras al hombro y lucecitas, muchas lucecitas, estas últimas desde hace años marca de la casa con respecto al creador de Alias o Felicity.




Este 2013 ha llegado la secuela de aquella cinta titulada esta vez Star Trek: En la Oscuridad, con prácticamente los mismos equipos técnico y artístico. El resultado es una pieza de acción y ciencia ficción considerablemente superior a la anterior entrega, más deudora del espíritu Star Trek que aquella (aunque sin renunciar a la espectacularidad y el agradable fuego de artificio) y una cinta que ofrece algo más de dos horas de entretenimiento, algunos aciertos de casting y mucha diversión para disfrutar (sobre todo) en pantalla grande. La crítica contendrá algún spoiler, bastante obvio y que todo el mundo se espera, pero advertidos quedáis de todas maneras.




Tras una misión la tripulación de la nave U.S.S Enterprise, comandada por el Capitán Kirk (Chris Pine) y su primer oficial Spock (Zackary Quinto), vuelve a la tierra. Allí durante una reunión de la federación estelar sufrirán el ataque de un renegado llamada John Harrison (Benedict Cumberbatch). En ese momento la búsqueda y captura del criminal terrorista se convertirá en un asunto personal para Kirk y sus hombres, el problema radica en que Harrison ha huído para esconderse en el planeta donde gobiernan los Klingon, raza enemiga de los humanos que está esperando un mínimo gesto de desafío por parte de la federación para comenzar una guerra.




Star Trek: Into Darkness confirma que Abrams le ha cogido por fin el punto a la saga o al menos a su visión sobre la misma, que según varios de los trekkies más ortodoxos no es muy pura que digamos. Yo fui (dentro de un público más o menos neófito con respecto a la franquicia) de los espectadores que no disfrutó con la Star Trek de 2009, que me pareció una especie de High School Strek. En cambio sí he disfrutado considerablemente con esta secuela que desde mi punto de vista tiene algo más que ver con la saga a la que se adscribe. Porque sería de necios negar que co creador de Lost starwarizo su primera película sobre las correrías de Kirk, Spock y compañía, incluso en esta entrega aún hay ecos de la obra de George Lucas.




La cinta que nos ocupa ya desde su arranque remite más a la serie primigenia (esa aventura que no da respiro en un extraño planeta) pero con el plus de espectacularidad propia de la impronta de su director. Los personajes están mejor definidos y los actores se los enfundan con más convicción, ya que si Chris Pine ha perdido la cara de imbécil de la primera parte a la hora de dar vida a un creíble James T. Kirk, Zachary Quinto se confirma como un magnífico Spock. Dentro de los secundarios casi todos cumplen como unos Karl Urban (Bones) y Simpon Pegg (Scotty) que se llevan la mayoría de los golpes de humor (un poco simple a lo largo de todo el film, pero con alguna salida simpática) pero otros como Zoe Saldana (Uhura) o Anton Yelchin (Chekov, posiblemente el Jar Jar Binks de esta etapa de Star Trek) se muestran perdidos en el primer caso o insufribles (y eso que sale poco esta vez) en el segundo.




Hay más lugar para desarrollar las relaciones de los personajes y la introspección, ya que hay acción a raudales, pero también queda sitio para la filosofía y los dilemas morales propios de Star Trek y que casi no se veían en la anterior entrega. Con respecto a los roles uno de los mayores aciertos también se convierte en un considerable fallo. Se le da peso a la relación Kirk/Spock y eso enriquece a los personajes, pero dicha interacción personal llega en el clímax final demasiado lejos, dejando verse en el film, más que nunca antes, ese famoso subtexto que bordea la relación homosexualidad entre el capitán y su primer oficial. En ocasiones incluso me costó aguantarme la risa.




Pero si en algún apartado da en la diana Star Trek: En la Oscuridad es en la elección del británico Benedict Cumberbatch para dar la vida al villano, curiosamente lo que más me convenció de la anterior entrega también fue el rol de Eric Bana como Nero, el enemigo de la velada. Dejémonos de tonterías, todos (o la mayoría) lo sabíamos antes de ver el film por mucho que Abrams y sus guionistas lo oculten hasta la mitad del metraje. El protagonista de Sherlock da vida a Khan, el enemigo jurado de la tripulación del Enterprise y protagonista del film más celebrado de la historia de la saga Star Trek: La Ira de Khan. Por suerte el intérprete inglés se aleja del hoy hortera look del (después de todo) memorable Ricardo Montalbán con pelucón ochentero y pectorales supuestamente falsos.




Cumberbatch da vida  aun villano ambiguo, casi invencible, cerebral y que consigue transmitir con su mirada viperina verdadera desconfianza e intimidación física (considerable la impotencia que percibe el espectador durante la "paliza" que le da Kirk). Su Khan es una mezcla entre un malvado tipo Bond y un estratega militar de corte terrorista que haría lo que fuera necesario por llevar a cabo su misión. Por desgracia al ver el film en pantalla grande sacrifico poder ver al actor en V.O, ya que si doblado al español su trabajo se antoja excelente, escucharlo con su verdadera voz ya debe ser apoteósico.




Abrams toma nota de los fallos de su anterior Star Trek y que ya fuera suprimiendo en Super 8. Deja de lado el uso innecesario de la cámara al hombro en un proyecto que no la necesita si no es en algunas escenas de acción, inyecta nervio a lo largo de todo el film pero el mismo está mejor ejecutado, no es tan estruendoso y consigue ser más convincente y justificado, ya que si hay movimientos de cámara a lo largo del film estos tienen un fin argumental y estético, en cambio en la anterior entrega su utilización era más arbitraría. Por último mencionar que aunque mucho más dosificadas las lucecitas 100% Abrams siguen ahí, pero no saturan ni molestan.




Un buen reparto, escenas de alto voltaje como la del arranque, la del anillo en el vaso de agua, la del viaje al planeta de los Klingon o todo el clímax final (con pelea cuerpo a cuerpo y escena culmen entre Kirk y Spock) un villano que se convierte en lo mejor de la sesión y un guión tan sencillo como consistente se unen a cientos de referencias al microcosmos startrekiano, acción, humor, un poco de romance y diversión bien ejecutada. No sé si los fans más fieles de la creación Gene Rodenberry estarán satisfechos con esta Star Trek: En la Oscuridad, pero un servidor sí lo está y eso que la cinta tenía todo en su contra para no agradarme. Los caminos de la galaxia son inescrutables y si no que se lo digan a Abrams, cuyo próximo trabajo será resucitar la saga Star Wars ahora que ha caído en manos del ratón Mickey y compañía.



viernes, 12 de julio de 2013

Pusher III, pater familias



Título Original Pusher III (2005)
Director Nicolas Winding Refn
Guión Nicolas Winding Refn
Actores Zlatko Buric, Marinela Dekic, Ilyas Agac, Gitte Dan, Dan Dommer, Ramadan Huseini, Levino Jensen, Slavko Labovic, Sven Erik Eskeland Larsen, Kujtim Loki, Marek Magierecki, Kurt Nielsen, Susan Petersen, Karsten Schrøder






Tercera y última entrega de la saga Pusher ideada por el cineasta danés Nicolas Winding Refn, Este cierre de la trilogía esta vez está protagonizado por Milo, importante personaje secundario en la primera parte y con simpático cameo en la segunda. El resultado es la peor cinta de las tres, un producto que, al igual que Pusher II, aún funcionando en todos sus apartados transmite una desgana y apatía tal que al espectador no sólo no le importa lo que le suceda a los personajes, sino que desea que algo, lo que sea, tenga lugar dentro de esta historia mortalmente aburrida y desangelada.




Milo es un mafioso serbio afincado en la capital danesa de Copenhage. Hoy es un día especial, ya que su hija Milena cumple 25 años y debe cocinar para todos los invitados. Pero no sólo esta será la preocupación de Milo, también deberá asistir a sesiones de narcóticos anónimos para mantener a raya su adicción por las drogas y así permanecer sobrio durante una fecha tan señalada. Para colmo tendrá que seguir negociando con camellos, mafiosos, narcos y demás escoria que mantienen negocios con él y que parecen querer dar al traste con sus planes para que nada salga mal en la celebración del cumpleaños de Milena.




Pusher III es una cinta que comete el mayor de los pecados cinematográficos, aburrir al espectador. El hastío se hace con el metraje bien pronto cuando Winding Refn nos quiere contar la historia de este Tony Soprano (mucha deuda tiene el director de Bronson con la memorable serie de David Chase) serbio afincado en Dinamarca y con ello paradójicamente no narrarnos nada de interés. Si ya en Pusher II lo que le sucediera al personaje de Tonny nos causaba indiferencia en esta tercera parte lo que pueda pasarle a Milo lo cierto es que nos da absolutamente igual, porque lo que en la primera Pusher era un secundario con encanto aquí es un protagonista que transmite somnolencia.




Zlatko Buric se luce como Milo, lleva todo el peso de la trama en sus hombros y se marca un recital como mafioso cansado y de vuelta de todo que debe soportar a unos socios imbéciles y una hija consentida. Pero es que Winding Refn no sólo traza un guión deficiente, es que directamente parece que no tiene nada que contar y sólo da vueltas y vueltas alrededor de su protagonista a la espera de que cometa algún acto delictivo importante. Cuando el mismo llega está abordado con tal desgana que el espectador lo recibe con apatía, sin importarle lo más mínimo las consecuencias que el mismo pueda producir en Milo o los suyos. Sirva como ejemplo la escena del interrogatorio con el método "submarino" para calibrar el nivel de desinterés de los implicados en el largometraje, hasta el actor que hace de Mohammed transmite sopor sin poner nada de su parte para mostrar angustia cuando lo están torturando.




Winding Refn recupera el naturalismo de la primera entrega con su puesta en escena, deja de lado la ligera experimentación formal de Pusher II (esa que recuperaría años después al menos en Drive y Only God Forgives, con respecto a esta última al menos por lo que se dilucida en sus trailers) y vuelve totalmente a la cámara al hombro del film primigenio pero inyectándole una luminosidad inédita en aquella (más tenebrista) con la que retratar el mórbido ambiente familiar que destila el metraje, ya que Milo no deja de ser un padre de familia cuya única misión es sacar adelante a los suyos, hija y yerno camello incluido, personaje introducido con calzador en la trama criminal (luego olvidado del todo sin motivo aparente) y carente de profundidad por parte del guión.




Aunque el equipo técnico y el artístico cumplan, tengamos referencias a las anteriores entregas de la trilogía como que se confirme que Milo es un pésimo cocinero (ya lo vimos en la primera Pusher) o el regreso del gran Radovan  (el mejor momento del largometraje) con carnicería gratuita y efectista incluida (la escena más destacable del film y no es decir mucho), Pusher III fracasa en su principal cometido, contar algo de interés al espectador. La desgana e insulsez de la trama y su torpe resolución nos hace pensar en que Winding Refn hizo el film por capricho o egolatría (esa que se le atribuye desde hace años, hasta su productora tiene su nombre) o que por el contrario lo realizó por compromiso. Poco importa, si algo nos confirma la obra que nos ocupa es que lo que pudo ser una interesante película en solitario estrenada en 1996 se convirtió por obra y gracia de su creador en una trilogía tan innecesaria como prescindible.



miércoles, 10 de julio de 2013

Pusher II, northern promises



Título Original Pusher II (2004)
Director Nicolas Winding Refn
Guión Nicolas Winding Refn
Actores Mads Mikkelsen, Jesper Salomonsen, Leif Sylvester, Anne Sørensen, Øyvind Hagen-Traberg, Kurt Nielsen, Dan Dommer, Karsten Schrøder, Maria Erwolter, Zlatko Buric






Ocho años después del estreno de Pusher el cineasta danés Nicolas Winding Refn rodó la segunda entrega de su trilogía sobre el submundo del hampa en la ciudad de Copenhage. En esta ocasión el protagonista del largometraje es Tonny, el amigo y socio de Frank (protagonista del primer film) que tenía un rol secundario pero importante en la producción de 1996. El resultado por desgracia no es el esperado y queda un paso por detrás de la ya mencionada obra primigenia, aunque sigue siendo un trabajo estimable en varios aspectos.




Tonny sale de la cárcel tras pasar 13 meses entre rejas. Cuando vuelve a casa trata de ganarse la confianza de su padre, "El Duque", un mafioso local que está metido en el mundo del robo y venta de automóviles. Tonny, que para su progenitor no es mucho más que un despojo, intentará ser una persona competente dentro del negocio familiar. Pero sus problemas con una inesperada paternidad o su adicción a las drogas, su comportamiento infantil y meterse en una deuda que no podrá pagar con quien menos se espera darán al traste con las intenciones del protagonista.




Pusher II transmite una ligera sensación de decepción a pesar de ser un producto que no falla en ninguno de sus apartados importantes. Su problema radica en que en comparación con la primera entrega adolece casi por completo de interés o empatía con el espectador. Si en la cinta de 1996 la platea se implicaba con las desgraciadas correrías de un Frank (un Kim Bodnia que se echa mucho de menos en el largometraje que nos ocupa) que luchaba contra la muerte a contrarreloj, los intentos de Tonny por formar parte del crimen organizado comandado por su padre causan más bien desdén o indiferencia.




Con el personaje de Tonny (una vez más interpretado por un magnífico Mads Mikkelsen muy físico) se confirma lo que ya vimos en la primera Pusher, que es un niñato metido en el cuerpo de un adulto. Un crío chulo y engreído que sólo busca la aceptación de un padre que lo trata como a basura, posiblemente con motivo por el carácter del propio Tonny, pero con una inquina impropia de un progenitor y más de uno mafioso que supuestamente tiene un concepto diferente y muy comprometido de lo que son los lazos de sangre y la familia.




Toda esta psicología y las reminiscencias freudianas que se plantea el personaje de Tonny no tienen el suficiente interés como para sacar adelante el largo, porque todo suena a ya visto y carece de la profundidad adecuada para plantear verdaderos dilemas morales al espectador. Por otro lado Winding Refn comete el mismo pecado que el Takeshi Kitano de la sobrevaloradísima Sonatine, hablarnos del día a día del mundo del crimen pero sin trazar un argumento sólido. Pusher II sólo nos muestra a Tonny cometiendo fallos, asistiendo a fiestas y celebraciones o realizando chanchullos con socios sin contarnos nada realmente interesante o con un verdadero núcleo argumental.




Sólo en los 20 minutos finales se llama algo la atención del espectador al meterse Tonny en una deuda complicada de pagar, es decir, cuando el film toma (demasiado tarde) la estructura nerviosa y espídica de la primera Pusher. También la trama gana algo de profundidad en el momento en el que el protagonista toma conciencia de la realidad y del futuro que le espera a su hijo (aunque aquí Winding Refn tira un poco de maniqueísmo con esas mujeres, una en su día de boda, que esnifan cocaína hasta del suelo) y decide pasar a la acción encadenado la resolución shakesperiana de la trama del padre con esa huida urbana bañada en luces de neón que recuerda a la pluma literaria de ese Hubert Selby Jr (Last Exit to Brooklin, Requiem for a Dream) al que el cineasta danés dedica la obra en los créditos finales.




Lo mejor de Pusher II es ver como los ocho años que la separan de la primera entrega han hecho efecto en el discurso autoral de Winding Refn. Aquí ya sí podemos ver retazos del director líricamente visual de Drive. Pusher II aún está rodada con cámara al hombro, nervio naturalista y verismo callejero, pero en contadas secuencias ya se puede percibir la delectación cromática (ese uso de colores primarios como el rojo, el verde o el amarillo para señalar alegorías visuales sobre el peligro o la muerte) el esteticismo minimalista (cámaras lentas) y la poderosa conjunción de imagen y música (si en la primera entrega la música metal imperaba aquí la misma queda casi del todo arrinconada en favor de temas electrónicos más de los 80) que nos muestran a un realizador que empezaba a mutar su impronta.




Aunque haya guiños a la primera parte como esa presentación de los personajes en los títulos de crédito iniciales, la breve aparición de Milo, cuando este último pregunta a Tonny cuál es el paradero de Frank (recordemos una vez más, protagonista de la Pusher de 1996) o que el film no falle en el apartado técnico o artístico Pusher II decepciona con respecto su hermana mayor. Vemos ecos de Abel Ferrara, de Coppola o Scorsese, pero si bien en 1996 Winding Refn no nos contaba nada nuevo con su ópera prima aunque lo hacía con oficio, esta secuela tiene como mayor lastre no tener absolutamente nada coherente que relatar con respecto a su protagonista más allá de mostrar algunos fogonazos intensos en su recta final y un desenlace tan pesimista como esperanzador.