jueves, 17 de enero de 2013

La Mujer del Teniente Francés, melancolía oscura



Título Original The French Lieutenant's Woman (1981)
Director Karel Reisz
Guión Harold Pinter basado en la novela de John Fowles
Actores Meryl Streep, Jeremy Irons, Hilton McRae, Emily Morgan, Charlotte Mitchell, Leo McKern, Lynsey Baxter






Traslación a imágenes de la célebre novela The French Lieutenaunt's Woman del escritor británico John Fowles editada en 1969. El largometraje es una producción de 1981 a cargo de uno de los cineastas estandarte del Free Cinema inglés, el ya desaparecido Karel Reisz. Del guión se ocupo el también fallecido premio nóbel de literatura Harold Pinter y la pareja protagonista estaba formada por la norteamericana Meryl Streep y el inglés Jeremy Irons. El resultado es una atípica traducción del libro y una magnífica pieza que abarca distinto tipo de géneros y todos con un acierto mayúsculo.




Mike y Anna son dos actores que están protagonizando una adaptación cinematográfica de la novela La Mujer del Teniente Francés de John Fowles. En el proceso del rodaje seremos testigos de dos historias de amor, la de los protagonistas del libro, Charles y Sarah y de la de los mismos actores que iniciaran un romance durante la producción del largometraje. De este modo asistiremos a cómo en 1867 el científico al que da vida Mike y la extraña mujer supuestamente trastornada a la que interpreta Anna comienzan una prohibida relación amorosa que tiene su reflejo en la realidad con los dos actores que mantienen un romance a espaldas de sus cónyuges y familias.




La Mujer del Teniente Francés es una de las mejores películas de la década de los 80. Reisz y Pinter no tienen suficiente con adaptar la novela de Fowles y añaden una segunda historia en la que unos actores mantienen un tórrido romance mientras ruedan la adaptación cinematográfica del escrito dentro de la misma ficción, consiguiendo un juego de espejos y paralelismos estilísticos, tonales y de fondo que encumbran a la pieza como una joya a distintos niveles que puede llegar a saciar a diferentes tipos de espectadores, porque su ecléctica galería de influencias, tanto fílmicas como literarias, así lo permite.




Dos historias de amor imposible. Una localizada en pleno siglo XIX donde el puritanismo, los prejuicios y la intolerancia impiden que una pobre mujer que después de años sigue esperando a su amado teniente francés en el malecón desde el que lo vio partir pueda enamorarse de un burgués, de (mal visto) ideario evolucionista que mantiene una relación de compromiso marital con una mujer a la que no ama. Otra en la actualidad, entre dos actores que han encontrado la pasión y la complicidad que sus acomodadas vidas maritales no les ofrecen por muy felices que se encuentren en ellas, pero que saben que no tiene futuro por culpa de un carácter acomodaticio o por puro miedo compartido por ambos.




La alternancia de los pasajes que desarrollan la novela y los que narran el día a día del rodaje del film están exquisitamente expuestos en un montaje realizado con muy buen gusto. Al inicio del film las secuencias de la película dentro de la película son más extensas, pero a medida que se desarrolla el metraje los pasajes de los dos actores van aumentando en duración, calado y profundidad, consiguiendo director y guionista una perfecta conjunción entre las dos historias, haciendo que una potencie la otra (delicioso ver como una relación amorosa enriquece a la otra y viceversa) y formando un todo magnífico y de sobresaliente factura que nos muestra dos relatos que en última instancia toman destinos distintos en una referencia literaria a los dos finales opuestos que tiene la novela de Fowles.




La elegancia de la puesta en escena y del diseño de producción, la excelente labor de tono clasicista de Reisz en la realización, el rico subtexto del guión de Pinter y la labor soberbia de unos Meryl Streep y Jeremy Irons (el representante de este aún no se había vuelto adicto al mescal) en el apogeo de sus carreras ofrecen al espectador una obra recuperable, distinguida y llena de hondura con momentos vibrantes que se pueden adherir indistintamente al mejor celuloide romántico, al de época o al que se adscribe al subgénero de cine dentro del cine. Una obra perdurable y para atesorar que nos habla de temas universales de hoy y de siempre con una sociedad hipócrita y tendenciosa como telón de fondo que parece haber cambiado poco a lo largo de los años.


miércoles, 16 de enero de 2013

This is England, British History X



Título original This is England (2006)
Director Shane Meadows
Guión Shane Meadows
Actores Thomas Turgoose, Stephen Graham, Jo Hartley, Andrew Shim, Vicky McClure, Joseph Gilgun, Rosamund Hanson, Andrew Ellis, Perry Benson, George Newton, Frank Harper, Jack O'Connell, Kriss Dosanjh, Kieran Hardcastle, Chanel Cresswell, Danielle Watson, Sophie Ellerby





This is England de Shane Meadows no es otra película sobre skinheads, es una pieza capital dentro de este subgénero que no has ofrecido trabajos tan sobresalientes como American History X de Tony Kaye o tan endebles, aunque bienintencionados, como Romper Stomper de Geoffrey Wright, cinta australiana de la que sólo se salvaba un memorable Rusell Crowe. Esta producción británica de 2006 muestra algunos conceptos relacionados con el movimiento skin que poco conocidos por el gran público y que serían interesantes de abordar para saber a ciencia cierta cuales fueron las raíces de dicha tribu urbana.




El movimiento skin nació sin matiz político alguno, fue una tribu urbana heredera de los mods que surgió como respuesta al hippismo de los 60 y muy influenciado por el estilo musical ska y los conjuntos y solistas jamaicanos. No fue hasta años después que el ideario neo nazi y la extrema derecha intoxicaran a los skinheads convirtiéndolos en los racistas y antisemitas de corte fascista que hoy día son, pero en su momento su germen no tenía nada que ver con esta ideología execrable y reaccionaria. Shane Meadows sufrió este cambio, ya que el militó a principios de los 80 en una banda skin antes de que la politizacion radicalizada se hiciera con los mandos del movimiento.




Shaun es un niño de 12 años que vive a duras penas con su madre (viuda de un soldado fallecido en la guerra de las Malvinas) en pueblo costero en la Inglaterra de 1983. Tras un mal día en el que se mete en una pelea con un matón, Shaun, conoce a un grupo de chavales skinheads que lo acogen como a uno más en la banda. El crío encuentra un grupo de colegas y entre ellos a un amigo cercano en Woody, el lider de los muchachos, así como una manera de vestir y un estilo de vida que le gustan y en los que consigue hacerse un hueco e incluso conocer a su primer amor, Smell, Pero todo se tuerce cuando Combo, un antiguo componente fundador de la banda, sale de la cárcel y vuelve al grupo trayendo consigo pensamientos nacionalistas y de corte xenófobo. Este hecho provocará un cisma en la banda que hará que se divida entre skins racistas y skins antiracistas, y por ello Shaun se verá obligado a tomar partido y unirse a una de las dos partes.




This is England es la mejor película sobre el movimiento skinhead que un servidor ha visto desde la ya mencionada American History X. Shane Meadows crea un producto sobresaliente en todos sus apartados, bordando una pieza alejada de maniqueísmos, sensiblería o partidismos, para dar forma a una obra muy importante dentro del cine británico reciente. Pero lo más interesantes es que a pesar de que el director toma como núcleo central cómo la extrema derecha pervirtió el espíritu del movimiento skin, su mensaje es más profundo y de un calado político y social aún más trascendente si cabe, al hablarnos de la Inglaterra de principios de los 80, cuando la primera ministro del partido conservador, la inefable Margaret Tatcher, estaba en el apogeo de su poder.




Al inicio del largometraje Meadows nos muestra el día a día del grupo de skins antiracista (de hecho un componente jamaicano forma parte de sus filas, convirtiéndose dicho rol en vital para el devenir de la historia cuando aparece Combo) en el que todos los componentes se llevan bien aun compartiendo las típicas rencillas de toda cuadrilla de amigos. A veces se ve un excesivo buenrollismo en la banda, pero el director realiza una mirada tan realista, en ocasiones bordeando el documental con esa fotografía sucia, apagada y granulada, que el espectador no la ve falsaria o impostada en ningún momento. Algún despistado percibió esta parte el film como una apología del movimiento skin actual, pero esta afirmación sólo denota ignorancia y no haber vista completa la película o entenderla mal.




Hasta aquí el film es estructurado con un tono de comedia muy acertado, pero con la llegada de Combo la trama toma un matiz dramático nada forzado en el que se encuentra lo mejor del largometraje. Si bien Shaun había sido el núcleo central de la primera parte del metraje (de hecho la obra gira totalmente alrededor suyo) en la segunda se le deja un poco de lado para desarrollar el personaje del skin nazi que viene a dar forma a una crisis en el grupo de amigos. Pero lo más interesante es que Meadows no se entrega al subrayado tosco y la brocha gorda, Combo es un tipo que sabe ganarse a sus acólitos, lanzando la puñalada trapera mientras sonríe a su víctima y su ideología racista no aparece de manera repentina, sino que se va introduciendo en el conjunto gradualmente y con una medida ambigüedad.




Esta sobresaliente inteligencia a la hora de abordar el perfil de los personajes por parte del guionista y director se hace fuerte cuando intentamos diseccionar las personalidades principales de Shaun y Combo. El primero es un crío necesitado de cariño y siempre en busca de la figura paterna que ha perdido, inicialmente la encuentra en Woody, el líder de los skins no xenófobos, pero más tarde la descubre potenciada, hiperbolizada y radicalizada en Combo, individuo que apela a la empatía más cruel (la guerra de las Malvinas en la que murió el padre del niño) para ganarse su confianza y así introducirlo en sus filas como uno más de sus seguidores anclados en el dogmatismo y la fe ciega.




Pero si hay un personaje interesante y poderoso en This is England es el del mismo Combo. Porque a pesar de ser el rol una muestra palpable y cristalina de cómo el radicalismo, la intolerancia y la supremacía más extremista se hizo con el movimiento skin, detrás de ese odio, ese nacionalismo peligroso y arcaico, de ese racismo grabado a fuego en su mente se encuentra (como casi siempre en los componentes de los movimientos neo nazis) un niño asustado, lleno de temores y envidias y con un complejo de inferioridad de naturaleza peligrosa. Combo es el hijo de una clase obrera machacada y pisoteada por el tatcherismo. el reflejo de una sociedad alienada y sin rumbo que encuentra una vía de escape a su angustia existencial en la fuerza, la violencia y el dolor ajeno y ahí reside el poderoso subtexto de una obra como la de Shane Meadows.




Del reparto semidesconocido, pero magnífico en general, destacan como es lógico dos actores, los principales. El primero es Thomas Turgoose que da vida a Shaun (que no deja de ser un álter ego del mismo director del largometraje) su naturalidad, espontaneidad, el hecho de que parezca que en ningún momento está actuando son las armas que hacen que This is England en ocasiones transmita un realismo casi documental. Su simpatía y sorna dan un tono cómico al film que se contrapone a el dramatismo que impera en la segunda mitad de la obra y que se hace con el relato cuando Combo empieza a utilizar sus artimañas psicológicas para mermar a los muchachos.




Pero si hay algún actor que merece todos los premios del mundo y el reconocimiento internacional ese es Stephen Graham como Combo, curiosamente hijo de un hombre negro en la realidad. El Al Capone de la sobresaliente Boardwalk Empire realiza el mejor trabajo de su carrera al dar vida a este poliédrico personaje que puede transmitir tanto miedo como compasión de una secuencia a otra. Su presencia, su cerradísimo acento o su manea de intimidar físicamente, son añadidos que el protagonista de Snatch: Cerdos y Diamantes hace suyos para ofrecer un trabajo al que con palabras no se puede hacer toda la justicia que merece. Su clímax con la escena compartida con Milky transmite tantas sensaciones opuestas que es imposible quedarse impasible como espectador al presenciarla.




This is England es cine vital y necesario, ese tipo de película que debería verse, casi obligatoriamente, en institutos de todo el mundo para que nuestros hijos y hermanos sepan en qué sociedad nos estamos moviendo actualmente. La sensibilidad de Meadows (que no deja en ningún momento de hablarnos de su propia vida) un realismo deudor del mejor Ken Loach, una banda sonora que encoge el corazón, la ausencia de escenas brutales que caracterizan a este tipo de films, la contraposición de los dos pasajes a cámara lenta de los dos grupos de skins (transmitiendo el primero simpatía e inocencia y el segundo miedo y desconfianza) o secuencias como la de la paliza o la final de la bandera (putas banderas de mierda) hundiéndose en la orilla, que remite tanto a la perdida de la inocencia y el paso a la madurez de Shaun como a la guerra de las Malvinas, así como un mensaje nada sensacionalista o tendencioso hacen de la obra que nos ocupa una pieza clave dentro del cine europeo contemporáneo que nadie debería perderse.


martes, 15 de enero de 2013

Nixon, where's your crown, King Nothing?



Título Original Nixon (1995)
Director Oliver Stone
Guión Christopher Wilkinson, Stephen J. Rivele, Oliver Stone
Actores Anthony Hopkins, Joan Allen, James Woods, Paul Sorvino, Bob Hoskins, J.T. Walsh, E.G. Marshall, Ed Harris, Powers Boothe, David Paymer, David Hyde Pierce, Mary Steenburgen, Tom Bower, John Diehl, Kevin Dunn, Madeline Kahn, Saul Rubinek, Larry Hagman, Annabeth Gish, Tony Lo Bianco, Dan Hedaya, Joanna Going, Tony Goldwyn, Edward Herrmann, Marley Shelton, Ric Young, Bridgette Wilson, John C. McGinley, Michael Chiklis, Bai Ling





Un año después de la polvareda levantada en 1994 por su excesiva y polémica, pero también muy interesante, Asesinos Natos (Natural Born Killers) Oliver Stone volvió al tipo de cine, que junto a sus films sobre la guerra de Vietnam, mayor fama y éxitos le ha proporcionado, el de corte político. En 1995 el director de Salvador estrenó un mastodóntico y ambicioso biopic sobre el inefable 37º presidente de Estados Unidos, Richard Milhous Nixon, con el actor británico Anthony Hopkins en la piel del mandatario norteamericano. El film se dio el batacazo en la taquilla recaudando en USA sólo 12 millones de dólares de los 44 que costó su presupuesto, pero fue bien recibido en general por la crítica.




Richard Nixon para los americanos representa todo lo pútrido y rastrero que hay en la democracía de su propio país. El único presidente de la nación de las barras y estrellas que ha renunciado a su cargo, tras salir a la luz el escándaloWatergate, siempre tuvo que cargar con una considerable imagen de perdedor desde su humilde infancia en una granja de Whittier (California). Su carrera política fue bastante destacable dentro del partido republicano, ejerciendo de senador en California y vicepresidente del gobierno durante siete años a las órdenes de Dwight Eisenhower. En 1962 se presentó a las elecciones presidenciales perdiendo por la mínima con John F. Kennedy. Siete años después consiguió llegar a la presidencia en 1969 abandonando voluntariamente (es un decir) la misma 5 años después.




Nixon de Oliver Stone trata de humanizar a la bestia, mostrándonos todo lo bueno y malo que que el famoso presidente de Estados Unidos llevó a cabo. Para ello el complejo y sobresaliente guión nos narra por medio de varias líneas temporadas los estertores de muerte de su mandato presidencial, su origen humilde, sus enfrentamientos políticos con Kennedy, Hubert H. Humprey o George McGovern, el descubrimiento del caso Watergate, su implicación en el fin de la guerra de Vietnam o los problemas personales iniciados por su vida profesional. Se nos ofrece copiosa información sobre hechos que son historia destacada de América como nación, siempre dejando ver el producto que muchos de los datos que se facilitan son una dramatización de lo que sucedió, aunque Stone estuvo asesorado por personas implicadas de manera directa en muchos de los asuntos ilegales de Nixon.




Como casi siempre en su cine, Stone toma a una persona destacada de la historia de Estados Unidos, la disecciona desde todos los puntos de vista posibles y gracias a ello retrata con fiereza y afán autocrítico  aquello que desde su punto de vista no funciona en su país de origen, ya sea desde un punto de vista político o social. Nixon fue un film criticado por tanto por la derecha como por la izquierda americana. Los primeros acusaron al director de hacer un retrato demasiado negativo de su protagonista y los segundos le echaron en cara ser condescendiente y demasiado blando a la hora de llevar a imágenes su vida y milagros. Estas reacciones opuestas sólo significan una cosa, que moralmente Stone dio en el clavo.




El cineasta norteamericano como hizo previamente en Nacido el 4 de Julio y The Doors y como haría posteriormente en Alejandro Magno y W., nos expone de manera esclarecedora la ley inmutable de que la vida personal de un individuo es el barómetro que mide su faceta profesional, ya que las discusiones con su esposa o las dudas de su núcleo familiar acerca de su integridad como persona influyen sobremanera en su labor como mandatario político. Una atmósfera de crepuscular tragedia shakesperiana recorre todo el metraje (imposible no pensar en El Rey Lear o Hamlet) ya desde esos los primeros pasos en esa Casa Blanca ténebre y llena de pasillos oscuros. A la misma se contrapone la épica desatada de los momentos álgidos en la vida del personaje llevados notablemente por Stone que siente la política como pocos cineastas.




Stone quiere arrojar luz sobre los momentos complicados de la historia de su nación en los que se vio implicado Richard Nixon. Desde los acontecimientos de Bahía de Cochinos hasta su militancia anticomunista junto al execrable senador McCarthy pasando por su peligrosa relación con J.Edgar Hoover (aquí Stone confirma lo de su homosexualidad que tan elegántemente expuso más tarde Clint Eastwood en el magnífico biopic que le dedicó en 2012 al fundador del F.B.I), su implicación directa en el Watergate, su relación política con las potencias china y rusa, su intervención en el derrocamiento de Salvador Allende en Chile o su obsesión con vivir siempre a la sombra de JFK (una vez más ecos a William Shakespeare)  todo ciñéndose considerablemente a la realidad, pero nunca evitando ese tono conspiranoico que tanto le gusta y caracteriza.




Todo esto lo expone el realizador norteamericano con su tipo habitual de dirección con el uso de color en el presente y el blanco y negro en los flashback de la infancia o en los de los momentos más turbios, utilización de distinto tipo de formatos, iluminación y angulaciones de cámara, añadiendo gran cantidad de imágenes de archivo y todo aderezado con un montaje soberbio como es habitual en la filmografía del director de Platoon. Alguien podría decir que al no tener una temática de thriller como JFK: Caso Abierto, Nixon no necesitaría este tipo de puesta en escena, pero lo cierto es que esta manera de llevar a imágenes el guión por parte de Stone y sus colaboradores es lo que consigue que los 183 minutos que dura el largometraje en ningún momento se hagan aburridos o mínimamente plomizos.




Anthony Hopkins es el film y su recreación de Richard Nixon es uno de los mejores trabajos de su carrera. Curiosamente el protagonista de El Silencio de los Corderos aún llevando maquillaje encima no llega a parecerse demasiado físicamente al auténtico presidente del gobierno (le falta esa nariz tan característica), pero el inglés supera ese handycap con un trabajo superlativo en el que sabe captar la unión de inteligencia y patetismo del rol, sabiendo capturar esa sonrisa maniática, ese acento tan marcado o la oscuridad existencial que se escondía detrás de su poco agraciado físico. Joan Allen le da la réplica magistralmente como su mujer, Pat Nixon, la piedra angular del político después de su madre, con la que mantenía una relación de tintes edípicos. Entre los secundarios y al igual que en otros films de Stone como JFK: Caso Abierto o W.: hay tantos secundarios magníficos (Paul Sorvino enorme como Henry Kissinger, Dan Hedaya, Ed Harris, James Woods, Bob Hoskins, David Hyde Pierce, Powers Boothe. J.T Walsh, Eg Marshall) que   pocos pueden lucirse realmente como intérpretes, pero todos hacen su trabajo con oficio y credibilidad.




Hay grandes momentos de cine poderoso en Nixon, pasajes en los que el protagonista nos hiela la sangre con algunas de su afirmaciones, como cuando confirma que si para terminar con la guerra de Vietnam se veía en la obligación de utilizar armas nucleares ni titubearía al hacerlo o cuando le dice a uno de sus colaboradores, Jack Jones (al que da vida el recientemente fallecido Larry Hagman) "Soy el presidente del gobierno, no necesito amenazarte" confirmando como la acumulación de poder corrompe a todo tipo de hombres. Aunque un servidor se queda con la frase que resume el mensaje del largometraje, que es la que le dice el protagonista al cuadro de JFK que hay en la Casa Blanca y que reza algo así como: "Cuando te miran a ti ven lo que quieren ser, cuando me miran a mí ven lo que realmente son".




Porque en última instancia Oliver Stone nos habla en Nixon de la hipocresía de Estados Unidos como nación, aquel país que odia la figura de su 37º presidente cuando el mismo no deja de ser un reflejo de lo que realmente es América del Norte, una entidad maniática, puritana, de carácter voluble y finalmente amenazante desde su desconfianza y sentido distorsionado de la realidad. En este recuperable biopic podemos asistir a la dualidad de su protagonista, la de un hombre que cometió barbaridades como extender una interminable guerra a Camboya cobrándose incontables vidas de inocentes, manipular unas elecciones y perseguir el comunismo en su país allí donde no lo había y por otro lado mostrándose como un estadista brillante, un diplomático remarcable que supo acercar posiciones con los enemigos jurados de su país (China y la U.R.R.S) y que finalmente, como muchos afirmaron en su momento y  otros siguen haciéndolo ahora, resultó ser paradójicamente (si lo comparamos con sus sucesores en el cargo) uno de los presidentes más progresistas de Estados Unidos, ese país de doble cara que tan bien retrata el director de En el Cielo y la Tierra en estas tres horas de cine adulto, inteligente e históricamente enriquecedor.



viernes, 11 de enero de 2013

Zero Dark Thirty: La Noche Más Oscura



Título Original Zero Dark Thirty (2012)
Director Kathryn Bigelow
Guión Mark Boal inspirado en hechos reales
Actores Jessica Chastain, Joel Edgerton, Taylor Kinney, Kyle Chandler, Jennifer Ehle, Mark Strong, Chris Pratt, Mark Duplass, Harold Perrineau, Jason Clarke, Édgar Ramírez, Scott Adkins, Frank Grillo, Lee Asquith-Coe, Fredric Lehne, James Gandolfini, Reda Kateb





Tras el éxito internacional (taquilla, crítica, premios a lo largo de todo el globo incluyendo 6 Oscars) de la sobrevalorada En Tierra Hostil (The Hurt Locker) la directora norteamericana Kathryn Bigelow ha conseguido un nuevo status en el Hollywood actual. Tras las alabanzas del film protagonizado por un magnífico, pero antipático hasta lo indecible, Jeremy Renner, la ex mujer de James Cameron pasó de ser una realizadora irregular que ofrecía productos entretenidos (Acero Azul, K-19: The Widowmaker) y puntualmente alguna pieza de culto (Los Guardianes de la Noche, Días Extraños) a una cineasta reivindicada y con un nombre sólido dentro del panorama del celuloide comercial estadounidense.




Esta nueva posición le permite abordar proyectos más trascendentes en fondo y forma, así como recibir el respaldo de las productoras más importantes para realizar sus trabajos detrás de la cámara. Zero Dark Thirty es su última película y la misma aborda el proceso de búsqueda y captura del terrorista saudí Osama bin Laden, principal instigador del terrible atentado a las Torres Gemelas de New York el 11 de Septiembre de 2001. El resultado final tiene muchos aciertos en el plano cinematográfico, pero también algunos fallos que la hacen imperfecta.




Una joven agente de la CIA (Jessica Chastain) estuvo detrás de la búsqueda internacional del hombre más perseguido del mundo, Osama bin Laden, la cabeza pensante detrás del infame 11S. Su dedicación al caso fue total, con búsqueda infructuosa de pistas, sospechosos y compañeros que iban y venían sin implicarse demasiado en un seguimiento por tierra, mar y aire que parecía inútil, abarcando el mismo toda una década hasta que el 2 de Mayo de 2011 coordinó una operación de los SEAL de la CIA que supuestamente triunfó cuando eliminó al terrorista sirio en un asalto nocturno en la casa en la que estaba oculto en Pakistán.




Zero Dark Thirty es una notable recreación del proceso de búsqueda de Osama bin Laden, un largometraje de acabado acerado, rodado con mano firme y alejado de maniqueismos alarmantes o un patriotismos obvios y recalcitrantes. Kathryn Bigelow aborda el proyecto con un tono aséptico y distanciado y ahí se encuentran la mayoría de sus virtudes y alguno de sus fallos como producto cinematográfico. Por un lado al no haber una implicación moral notable, imperando un tono cuasidocumental, no podemos hablar de partidismos pueriles o mensajes tendenciosos, pero esa frialdad expositiva también permite justificar actos inhumanos llevados a cabo por la CIA.




Esto queda patente en la primera mitad del film cuando se nos expone en pantalla de manera naturalista, seca y áspera los métodos de tortura que los agentes de la CIA utilizan para sonsacar información a los sospechosos que tienen encerrados en cárceles clandestinas. Bigelow retrata estos actos de manera cruenta, sin edulcorar su ejecución y lo que vemos en pantalla se muestra terrible e inhumano, pero la directora no quiere hacer juicios de valor, al menos en guión no los hace. Ella como cineasta no glorifica estos métodos, pero tampoco los condena, los expone de manera realista, nos confirma que se llevaron a cabo y que funcionaron y ahí es cuando el espectador debe posicionarse ideológicamente. A mí me parecen del todo reprobables, pero esa ya es otra historia.




Bigelow mete su cámara en las oficinas de la CIA, en despachos políticos, en los pasillos de la Casa Blanca, no deja nada sin explicar, es más, en ocasiones sobreinforma al espectador, pero todo está llevado con profesionalidad y sin aspavientos. Como es lógico el núcleo central de la historia es el personaje de Maya, una Jessica Chastain de Oscar, que refleja en su psique maniática la sed de venganza de un país obsesionado con encontrar una cabeza de turco que expié sus propios demonios y sacie su imperiosa necesidad de aplicar la ley del Talión contra sus enemifos. Es interesante la evolución del personaje, cómo al inicio del film no puede asistir a las torturas de los sospechosos  para más tarde aceptarlas como "un mal menor" en pos de llegar a un fin determinado por el bien común de la su nación.




A pesar de lo interesante que es el personaje principal femenino, haciendo incluso que un grupo de secundarios magníficos como Jason Clarke, James Gandolfini, Mark Strong (estos dos últimos acompañados de sus terribles postizos capilares) bailen a su son saliendo airosa como mujer en un mundo de hombres, el cine de Bigelow sigue siendo, para bien o para mal, vigorosamente masculino, adrenalítico, aunque aquí esa adrenalina no se dispara hasta la magnífica media hora final, peroesto tampoco le impide dar su toque personal al personaje de Maya, que tiene interesantes matices a pesar de es contención sobre la que construye su personalidad y que pocas veces se ve resquebrajada.




Mucho se ha hablado del tramo final en el que se recrea el asalto y eliminación de Bin Laden, desde que es un prodigio de la técnica hasta que es la mejor escena cinematográfica del año. Lo cierto es que el clímax del largometraje funciona por no apelar a alardes y ni fuegos de artificio. Esa recta final está ejecutada con la misma austeridad seca del resto del metraje, además el tenebrismo con el que está realizado tiene un tono de cine de terror con un in crescendo de la tensión más que notable, aún siendo conscientes nosotros como espectadores de que conocemos el final de antemano. En la conclusión, cuando se lleva a cabo la misión no hay frases lapidarias o patrióticas por parte de los SEAL, cosa que se agradece y acerca al producto a un tono mucho más realista.




La Noche Más Oscura es un interesante trabajo y la confirmación de la madurez de Kathryn Bigelow como cineasta reputada y muy a tener en cuenta. No es la obra maestra que algunos promulgan, pero tampoco es la lgorifiación reaccionaria que otros proclaman, aunque sería de necios no reconocer su ambigüedad a la hora de abordar algunos temas relacionados con la política exterior de Estados Unidos y que su mensaje contiene una considerable apología de un individualismo de corte randiano en el que un sólo individuo con talento debe luchar para prevalecer ante una "masa" burocrática y "mediocre" que no cumple con los deberes que, previamente, les han sido asignados.




A mí me ha dejado algo frío, seguramente esa sea la intención de su directora, aunque le reconozco sus muchos méritos cinematográficos y narrativos. Al ser una pieza en cierta manera tendente a la ambivalencia se le puede agradecer a Kathryn Bigelow por un lado los momentos de buen celuloide que ofrece con pasajes sencillamente brutales y por otro reprocharle que evite hablar de aquellos actos llevados a cabo por la política exterior de Estados Unidos que fueron los que dieron lugar al fatídico día de Septiembre en el que el país más poderoso del mundo descubrió que no era invencible. Pero más allá de eso nos encontramos con un proyecto que se encuentra entre lo mejor rodado por su autora y una pieza que, con toda seguridad, ganará mucho valor con el paso de los años por el trasfondo histórico que aabrca a lo largo de su metraje.



sábado, 5 de enero de 2013

Crepúsculo: Amanecer II, adiós con el corazón, que con el alma no puedo



Título original The Twilight Saga (Breaking Dawn Part 2) (2012)
Director Bill Condon
Guión Melissa Rosenberg basado en la novela de Stephanie Meyer
Actores Kristen Stewart, Robert Pattinson, Taylor Lautner, Peter Facinelli, Dakota Fanning, Ashley Greene, Jackson Rathbone, Nikki Reed, Kellan Lutz





Damas y caballeros, el inevitable momento ha llegado. Transgresión Continua, vuestro blog amigo, se avergüenza de abrir el año 2013 con la crítica de la última película inspirada en la saga de exitosos libros de la escritora episcopaliana (si no lo es, poco le falta) Stephanie Meyer. El culmen, dividido en dos partes, de esta franquicia cinematográfica que ha batido records en las taquillas mundiales y eliminando incontables de las neuoronas de los espectadores que las han disfrutado o sufrido, dependiendo del caso. Este "broche de oro" es un mix de las dos primeras películas Crepúsculo y Luna Nueva (divertidas por lo ridículas) y de las dos siguientes Eclipse y Amanecer I (aburridas por querer ir de serias y dejar un poco de lado el baboseo romántico de todo a 1 euro), es decir, justo lo que los fans y detractores de la serie de largometrajes esperaban.


Qué fuerte colega, me acabo de dar cuenta de que tengo cinco dedos.


La cinta se divide en una primera parte llena de estupideces relacionadas con esa relectura puritana y sensiblera que la famosa escritora ha realizado sobre un mito tan rico como el del vampirismo, aderezado con una historia de amor más empalagosa que la comunión de Winnie the Pooh y menos creíble que el título de biología de Ana Obregón. La segunda parte del metraje se mueve en los terrenos de Eclipse y Amanecer I, el aburrimiento se apodera de la velada y las cabezadas o las ganas de hacer algo útil mientras se visiona el film se hacen inevitables. Finalmente la obra se cierra con uno de los cierres más cutres, falsarios e insatisfactorios de la historia del cine reciente. Como es lógico de aquí en adelante spoilers a todo trapo.


Estoy un poco hasta el coño ya de hacer flexiones.


La historia se queda donde acabó Amanecer I. Nuestro pálido caballero andante Eduardo al ver que durante el atípico parto de su esposa Isabela la muchacha sufre unos dolores que nos hacen pensar que va a dar a parir a una criatura del imaginario lovecraftiano para finalmente morir, decide morderla y convertirla en un vampiro vegetariano, emo, empalagoso y que anda en patineta. Cuando la chica ya se ha habitúa a su nuevo status físico y social descubrimos que es físicamente más fuerte que su marido (y que todo Cristo, la posterior mítica escena del pulso así lo atestigua), entonces él la invita a realizar su primera cacería para saciar la sed que no tenía hasta que este se la mencionó. Así vemos por primera vez a Isabela correr a velocidad luz (ya sabemos, poder que tienen sólo los no muertos de esta saga) y percibir cosas como aleteos de pájaros con sus hipersentidos que darían envidia a Daredevil.


Toma, aquí tienes a tu niña, pero no la intercambies por drogas, eh.


Pero en el trayecto la "neófita" (así la llamará todo el mundo a partir de su conversión, idea genial usar un término que la mayor parte del público del film se vería en la obligación de buscar en un diccionario si supieran encontrar uno) se topa con el olor de un humano haciendo escalada que para colmo en ese momento se hará una herida sangrante que pondrá a Isabela cardiaca perdida. Finalmente por mediación de Eduardo, la moza conseguirá superar su atracción por el individuo (o individua, ni me acuerdo) y acabará alimentándose de un ciervo al que atrapará haciéndole un placaje digno de un jugador profesional de la NFL.


¡Dile a tu hija que no me esconda más el tinte del pelo!



Todos felices, la chica ha conseguido superar su prueba de fuego y vuelven a la casa de los Cullen a ver cómo le va el bebé recién nacido, del que han pasado como de comer mierda después de un parto agonizante. La criatura (nunca mejor dicho) en concreto se supone que crecerá a una velocidad desproporcionada por ser una especie de inmortal engendrado entre hombre vampiro y mujer humana. Para llevar a imágenes tan feliz idea alguien toma la pizpireta decisión de que la jodida cría tenga la cara retocada digitalmente en todo momento, opción artística que convierte a la niña en una especie de muñeco de cera viviente que tiene a un servidor incómodo y casi acojonado a lo largo de todo el metraje.


Ha llegado el invierno vampirico a El Corte Inglés.


La felicidad inunda el hogar de los vampiros doctorados en medicina. Padre, madre, hija y el espíritu santo, pero ojo, no olvidemos el tercer vértice del triángulo amoroso. No sé si lo recordáis, pero entre el puro y profundo amor de Isabela y Eduardo se interponía Jacobo, el indio licántropo licenciado en pagafantismo y poseedor de unos pectorales de ensueño. Como el chaval de la sonrisa Profident ya no pintaba un carajo en la saga su creadora decidió que el personaje se "imprimiera" (siempre que leo o escribo el término sigo pensando en fotocopias) del bebé, es decir, darse cuenta de que Renesmee (nombre de Teleñeco donde los haya) será el amor de su vida que le corresponderá en un un futuro no muy lejano, porque la niña crece más rápido que la barriga de Russell Crowe.


Mamá, tío Jacob dice que me siente encima suyo.


Esta excusa, que convierte a Jacobo en un pedófilo que tendrá en un futuro como suegra a la que hasta hace tres días era el supuesto amor de su vida, sirve para que no desaparezca de esta última entrega y pueda deleitarnos con nuestra (merecida) ración de six pack. De modo que cuando los Cullen entran en casa descubren que Jacobo es muy receloso con quien se acerca al bicho. La evolución de pagafantas a canguro psicótico a lo La Mano que Mece la Cuna es un hecho, pero a Isabela esto no le hace ni puta gracia, de modo que para estrenar con alguien conocido su nueva superfuerza nos regala una escena impagable en la que coge de la nuca al pobre adolescente lupino como si fuera un muñeco de trapo y lo saca de la casa de un puñado echándole en cara que se aleje de su hija y que no le diga Nessie, como al monstruo del Lago Ness. True story.


Lo siento guapa, pero a mí me queda mejor el perfilador de labios.


Momentos después disfrutaremos de la inclusión del personaje más entrañable de la saga, el de Carlitos, el padre de Isabela, el sufrido agente de la ley que sigue sin dar crédito a las gilipolleces que lleva a cabo su  primogénita junto a esta hermandad de vegetarianos con anemia. Él es el centro de la escena cumbre de la saga con respecto a Jacobo, ya que este último para convencer al primero de que es un ser sobrenatural que se convierte en un enorme lobo que haría las envidias de la familia Stark no duda en desnudarse frente a él hasta quedarse en ropa interior, rematando una escena de connotaciones homosexuales tan brutales que hacen que Brokeback Mountain parezca una cinta rodada por John Milius.


Mira mamá, así son las tetas que quiero pedirle a Santa Claus esta Navidad.


Antes de que Carlitos aparezca en la casa de los Cullen para que su hija, su yerno y el resto de lánguidos le digan que ella se ha convertido y que tiene una nieta que ya puede hacer la comunión, los chupacoliflores le dan a Isabela un curso acelerado de "cómo no parecer un vampiro, siendo un vampiro, para que a tu padre no le de una paro cardiaco al enterarse" porque al haberse convertido en una no muerta ha perdido dotes tan increíbles y necesarias como sentarse despacio en un sofá o parpadear con regularidad humana. Poca cosa, ningún problema que nuestra ex drogadicta (con una cara más saludable de vampira que de humana) favorita no pueda solucionar en unos minutos.


No Edward, no me estoy haciendo la estrecha, es que la cría nos está mirando.


Tras convencer a su padre de que no se ha metido en una secta new age todo este entramado digno de un capítulo de La Tribu de los Brady con metanfetasmina desaparece y empieza la acción, la marchuqui. Una prima de los Cullen descubre la existencia de la niña de cera y se chiva a los Vulturi, los vampiros andróginos italianos fans de David Bowie que deciden que esto no puede ser, de modo que buscan una excusa estúpida y deciden ir a Estados Unidos a darle para el pelo a la pareja por engendrar un cirio de semana santa tan aterrador. Pero la Cullen con poderes premonitorios tiene un momento Maya Style y descubre la futura venida de los chupasangres espagueti, de modo que a los protagonistas les da tiempo a reclutar aliados.


¡Mira mamá, las Destiny's Child!


En el proceso de recolección de vampiros internacionales tenemos a un hindú que domina los elementos (¿¿??) una rubia que ejerce de "escudo" aunque sus poderes son dignos de una porra eléctrica aturdidora, un primo obeso de Draco Malfoi que va acompañado por una especie de garrulo de pueblo, dos africanas para dar el toque exótico y dos británicos de pinta a desaliñada y abrigos largos que parece que van a tener cierto carisma (más porque fusilan la imagen de los personajes de Ángel y Spike de las series vampíricas creadas por Joss Whedon que por otra cosa) pero que quedan en nada cuando el guión los vuelve enamorados o imbéciles directamente.


Ven aquí zagal, te voy a dar lo tuyo, yo ganaba siempre los pulsos cuando estaba en Proyecto Hombre.


La niña de cera sigue dando miedo, Jacobo aún está obsesionado con ella y sus inteligentes padres la llevan a la batalla con los Vulturi, que cuando aparecen entre la nieve con las capuchas puestas parece que van a protagonizar un vídeoclip de Nightwish. Los Cullen advierten a Aro (Michael Sheen, te iba a preguntar qué  coño haces aquí, pero es que también sales en la saga de Underworld, de modo que olvídalo) el vampiro jefe de los Vulturi que se puede liar un pifostio de proporciones catedralicias si entran en batalla. Hasta que esto llega el muermo invade la pantalla y todo son escenas de transición en los que Isabela trata de depurar sus poderes de táser, la niña aterradora crece a lo bruto o el empalago entre los protagonistas lo llena todo de almíbar.


Eh, eh, eh, bitch please.


Pero el momento de la verdad llega, los Vulturi deciden atacar y empieza una batalla de un cuarto de hora, esta vez con golpes reales, no con enfrentamientos de halitosis como en la primera película. Aquí encontramos algunos de los momentos más memorables del film, como decapitaciones sin una sola gota de sangre, lobos digitales mordiendo a vampiros travestidos, Eduardo cogiendo a Isabela para que dé patadas a lo Jean Claude Van Damme y como espectador vamos experimentando sensaciones que van de "bueno, seguro que a los/as fans de la saga les gusta este clímax" a "podría haber sido peor, además está muriendo mucha gente", pero lo terrible no ha llegado aún.


Sí, podría utilizar mi supervelocidad para viajar de un lado a otro, pero así no luzco el coche.


Cuando Eduardo e Isabela van a darle para el pelo a Aro incitando a un final que si bien se adecua a la mediocridad imperante en la saga al menos tiene algo de credibilidad, descubrimos que no, que todo ha sido una visión (lo que se conoce como un Antonio Resines de manual) que al ponerle las manos en la cabeza a la Cullen con ínfulas de Anne Germain  ha podido ver su futuro, que es más negro que el sobaco de Darth Vader. El vampiro italiano se hace caquita y decide que ni de coña se mete en este zanganal bélico que le costará la cabeza y la no vida. 


¡Hostia puta, qué frío hace!


El asombro es tal que hasta varios de los personajes se quedan ojipláticos y culitorcidos, como un servidor. Tras tal desastre en un momento de altruismo pienso en los fans de la saga, a los que al final les he cogido cariño, y me doy cuenta de que no merecían esta mierda de cierre y más después de haber sufrido más de 12 horas de cine que se mueve entre lo endeble y lo terrible. La pareja es feliz, la niña encerada crece aún más (en su último plano se nota que le han puesta la cabeza de la cría a una actriz adulta y yo no dejo de pensar en las pesadillas que me esperan por la noche al irme a la cama tras asistir a cosa tan terrible) para poder ventilarse a Jacobo y los protagonistas vuelven al rosal en el que tuvieron el primer calentón para decirse el uno al otro que se quieren tanto que les va a explotar la cabeza.


Si atacan ellos antes azúzales a la niña y nosotros salimos por patas.


Así termina la saga Crepúsculo, éxito de ventas primero en las librerias y luego en los cines, fenómeno fan que ha puesto en un pedestal a una actriz con pinta de politoxicómana y tan inexpresiva que hace que Steven Seagal parezca Jim Carrey, un británico con cara de tener siempre pellizcado el testículo derecho con la cremallera de los pantalones y un jovencito musculoso y bronceado que podría hacer el remake americano de El Vaquilla. Saga que ha pisoteado el mito vampírico creado por el irlandés Bram Stoker, que ha vendido como ideal un romance insulso, infantil y falso y que  hace una apología puritana y conservadora de la castidad y la abstinencia sexual que haría las delicias de Rouco Varela.


Se nos acabó el negocio nena, ahora podríamos empezar a hacer cine de verdad.


Mentiría si dijera que voy a echar de menos las películas de la franquicia Crepúsculo, pero sí añoraré escribir reseñas como esta. Inocentemente malintencionadas, tontorronas, cazurras, por las que me han llegado a acusar de insensible, desalmado y conchudo sidoso. Espero que en un futuro alguna otra saga cinematográfica sea lo suficientemente insulsa, estridente y popularmente aceptada como para incitarme a desempolvar mis críticas humorísticas, unas veces más graciosas, otras menos, para qué negarlo.


Jo, mamá, diles que se vayan, me dan grima.


Por ahora me quedo con el recuerdo imborrable de las dos primeras películas y sobre todo de la segunda, esa inenarrable Luna Nueva. Una de las mejores comedias ¿inintencionadas? de la pasada década que me pondré en los momentos de bajón psicológico para no olvidar nunca que Eduardo e Isabela se querían apasionadamente y que yo no tengo ni puta idea de romanticismo porque no me creo su historia de amor inmortal, picores genitales, convulsiones y palidez extrema.