Título original The Twilight Saga (Breaking Dawn Part 2) (2012)
Director Bill Condon
Guión Melissa Rosenberg basado en la novela de Stephanie Meyer
Actores Kristen Stewart, Robert Pattinson, Taylor Lautner, Peter Facinelli, Dakota Fanning, Ashley Greene, Jackson Rathbone, Nikki Reed, Kellan Lutz
Damas y caballeros, el inevitable momento ha llegado. Transgresión Continua, vuestro blog amigo, se avergüenza de abrir el año 2013 con la crítica de la última película inspirada en la saga de exitosos libros de la escritora episcopaliana (si no lo es, poco le falta) Stephanie Meyer. El culmen, dividido en dos partes, de esta franquicia cinematográfica que ha batido records en las taquillas mundiales y eliminando incontables de las neuoronas de los espectadores que las han disfrutado o sufrido, dependiendo del caso. Este "broche de oro" es un mix de las dos primeras películas Crepúsculo y Luna Nueva (divertidas por lo ridículas) y de las dos siguientes Eclipse y Amanecer I (aburridas por querer ir de serias y dejar un poco de lado el baboseo romántico de todo a 1 euro), es decir, justo lo que los fans y detractores de la serie de largometrajes esperaban.
Qué fuerte colega, me acabo de dar cuenta de que tengo cinco dedos.
La cinta se divide en una primera parte llena de estupideces relacionadas con esa relectura puritana y sensiblera que la famosa escritora ha realizado sobre un mito tan rico como el del vampirismo, aderezado con una historia de amor más empalagosa que la comunión de Winnie the Pooh y menos creíble que el título de biología de Ana Obregón. La segunda parte del metraje se mueve en los terrenos de Eclipse y Amanecer I, el aburrimiento se apodera de la velada y las cabezadas o las ganas de hacer algo útil mientras se visiona el film se hacen inevitables. Finalmente la obra se cierra con uno de los cierres más cutres, falsarios e insatisfactorios de la historia del cine reciente. Como es lógico de aquí en adelante spoilers a todo trapo.
Estoy un poco hasta el coño ya de hacer flexiones.
La historia se queda donde acabó Amanecer I. Nuestro pálido caballero andante Eduardo al ver que durante el atípico parto de su esposa Isabela la muchacha sufre unos dolores que nos hacen pensar que va a dar a parir a una criatura del imaginario lovecraftiano para finalmente morir, decide morderla y convertirla en un vampiro vegetariano, emo, empalagoso y que anda en patineta. Cuando la chica ya se ha habitúa a su nuevo status físico y social descubrimos que es físicamente más fuerte que su marido (y que todo Cristo, la posterior mítica escena del pulso así lo atestigua), entonces él la invita a realizar su primera cacería para saciar la sed que no tenía hasta que este se la mencionó. Así vemos por primera vez a Isabela correr a velocidad luz (ya sabemos, poder que tienen sólo los no muertos de esta saga) y percibir cosas como aleteos de pájaros con sus hipersentidos que darían envidia a Daredevil.
Toma, aquí tienes a tu niña, pero no la intercambies por drogas, eh.
Pero en el trayecto la "neófita" (así la llamará todo el mundo a partir de su conversión, idea genial usar un término que la mayor parte del público del film se vería en la obligación de buscar en un diccionario si supieran encontrar uno) se topa con el olor de un humano haciendo escalada que para colmo en ese momento se hará una herida sangrante que pondrá a Isabela cardiaca perdida. Finalmente por mediación de Eduardo, la moza conseguirá superar su atracción por el individuo (o individua, ni me acuerdo) y acabará alimentándose de un ciervo al que atrapará haciéndole un placaje digno de un jugador profesional de la NFL.
¡Dile a tu hija que no me esconda más el tinte del pelo!
Todos felices, la chica ha conseguido superar su prueba de fuego y vuelven a la casa de los Cullen a ver cómo le va el bebé recién nacido, del que han pasado como de comer mierda después de un parto agonizante. La criatura (nunca mejor dicho) en concreto se supone que crecerá a una velocidad desproporcionada por ser una especie de inmortal engendrado entre hombre vampiro y mujer humana. Para llevar a imágenes tan feliz idea alguien toma la pizpireta decisión de que la jodida cría tenga la cara retocada digitalmente en todo momento, opción artística que convierte a la niña en una especie de muñeco de cera viviente que tiene a un servidor incómodo y casi acojonado a lo largo de todo el metraje.
Ha llegado el invierno vampirico a El Corte Inglés.
La felicidad inunda el hogar de los vampiros doctorados en medicina. Padre, madre, hija y el espíritu santo, pero ojo, no olvidemos el tercer vértice del triángulo amoroso. No sé si lo recordáis, pero entre el puro y profundo amor de Isabela y Eduardo se interponía Jacobo, el indio licántropo licenciado en pagafantismo y poseedor de unos pectorales de ensueño. Como el chaval de la sonrisa Profident ya no pintaba un carajo en la saga su creadora decidió que el personaje se "imprimiera" (siempre que leo o escribo el término sigo pensando en fotocopias) del bebé, es decir, darse cuenta de que Renesmee (nombre de Teleñeco donde los haya) será el amor de su vida que le corresponderá en un un futuro no muy lejano, porque la niña crece más rápido que la barriga de Russell Crowe.
Mamá, tío Jacob dice que me siente encima suyo.
Esta excusa, que convierte a Jacobo en un pedófilo que tendrá en un futuro como suegra a la que hasta hace tres días era el supuesto amor de su vida, sirve para que no desaparezca de esta última entrega y pueda deleitarnos con nuestra (merecida) ración de six pack. De modo que cuando los Cullen entran en casa descubren que Jacobo es muy receloso con quien se acerca al bicho. La evolución de pagafantas a canguro psicótico a lo
La Mano que Mece la Cuna es un hecho, pero a Isabela esto no le hace ni puta gracia, de modo que para estrenar con alguien conocido su nueva superfuerza nos regala una escena impagable en la que coge de la nuca al pobre adolescente lupino como si fuera un muñeco de trapo y lo saca de la casa de un puñado echándole en cara que se aleje de su hija y que no le diga Nessie, como al monstruo del Lago Ness. True story.
Lo siento guapa, pero a mí me queda mejor el perfilador de labios.
Momentos después disfrutaremos de la inclusión del personaje más entrañable de la saga, el de Carlitos, el padre de Isabela, el sufrido agente de la ley que sigue sin dar crédito a las gilipolleces que lleva a cabo su primogénita junto a esta hermandad de vegetarianos con anemia. Él es el centro de la escena cumbre de la saga con respecto a Jacobo, ya que este último para convencer al primero de que es un ser sobrenatural que se convierte en un enorme lobo que haría las envidias de la familia Stark no duda en desnudarse frente a él hasta quedarse en ropa interior, rematando una escena de connotaciones homosexuales tan brutales que hacen que Brokeback Mountain parezca una cinta rodada por John Milius.
Mira mamá, así son las tetas que quiero pedirle a Santa Claus esta Navidad.
Antes de que Carlitos aparezca en la casa de los Cullen para que su hija, su yerno y el resto de lánguidos le digan que ella se ha convertido y que tiene una nieta que ya puede hacer la comunión, los chupacoliflores le dan a Isabela un curso acelerado de "cómo no parecer un vampiro, siendo un vampiro, para que a tu padre no le de una paro cardiaco al enterarse" porque al haberse convertido en una no muerta ha perdido dotes tan increíbles y necesarias como sentarse despacio en un sofá o parpadear con regularidad humana. Poca cosa, ningún problema que nuestra ex drogadicta (con una cara más saludable de vampira que de humana) favorita no pueda solucionar en unos minutos.
No Edward, no me estoy haciendo la estrecha, es que la cría nos está mirando.
Tras convencer a su padre de que no se ha metido en una secta new age todo este entramado digno de un capítulo de La Tribu de los Brady con metanfetasmina desaparece y empieza la acción, la marchuqui. Una prima de los Cullen descubre la existencia de la niña de cera y se chiva a los Vulturi, los vampiros andróginos italianos fans de David Bowie que deciden que esto no puede ser, de modo que buscan una excusa estúpida y deciden ir a Estados Unidos a darle para el pelo a la pareja por engendrar un cirio de semana santa tan aterrador. Pero la Cullen con poderes premonitorios tiene un momento Maya Style y descubre la futura venida de los chupasangres espagueti, de modo que a los protagonistas les da tiempo a reclutar aliados.
¡Mira mamá, las Destiny's Child!
En el proceso de recolección de vampiros internacionales tenemos a un hindú que domina los elementos (¿¿??) una rubia que ejerce de "escudo" aunque sus poderes son dignos de una porra eléctrica aturdidora, un primo obeso de Draco Malfoi que va acompañado por una especie de garrulo de pueblo, dos africanas para dar el toque exótico y dos británicos de pinta a desaliñada y abrigos largos que parece que van a tener cierto carisma (más porque fusilan la imagen de los personajes de Ángel y Spike de las series vampíricas creadas por Joss Whedon que por otra cosa) pero que quedan en nada cuando el guión los vuelve enamorados o imbéciles directamente.
Ven aquí zagal, te voy a dar lo tuyo, yo ganaba siempre los pulsos cuando estaba en Proyecto Hombre.
La niña de cera sigue dando miedo, Jacobo aún está obsesionado con ella y sus inteligentes padres la llevan a la batalla con los Vulturi, que cuando aparecen entre la nieve con las capuchas puestas parece que van a protagonizar un vídeoclip de Nightwish. Los Cullen advierten a Aro (Michael Sheen, te iba a preguntar qué coño haces aquí, pero es que también sales en la saga de Underworld, de modo que olvídalo) el vampiro jefe de los Vulturi que se puede liar un pifostio de proporciones catedralicias si entran en batalla. Hasta que esto llega el muermo invade la pantalla y todo son escenas de transición en los que Isabela trata de depurar sus poderes de táser, la niña aterradora crece a lo bruto o el empalago entre los protagonistas lo llena todo de almíbar.
Eh, eh, eh, bitch please.
Pero el momento de la verdad llega, los Vulturi deciden atacar y empieza una batalla de un cuarto de hora, esta vez con golpes reales, no con enfrentamientos de halitosis como en la primera película. Aquí encontramos algunos de los momentos más memorables del film, como decapitaciones sin una sola gota de sangre, lobos digitales mordiendo a vampiros travestidos, Eduardo cogiendo a Isabela para que dé patadas a lo Jean Claude Van Damme y como espectador vamos experimentando sensaciones que van de "bueno, seguro que a los/as fans de la saga les gusta este clímax" a "podría haber sido peor, además está muriendo mucha gente", pero lo terrible no ha llegado aún.
Sí, podría utilizar mi supervelocidad para viajar de un lado a otro, pero así no luzco el coche.
Cuando Eduardo e Isabela van a darle para el pelo a Aro incitando a un final que si bien se adecua a la mediocridad imperante en la saga al menos tiene algo de credibilidad, descubrimos que no, que todo ha sido una visión (lo que se conoce como un Antonio Resines de manual) que al ponerle las manos en la cabeza a la Cullen con ínfulas de Anne Germain ha podido ver su futuro, que es más negro que el sobaco de Darth Vader. El vampiro italiano se hace caquita y decide que ni de coña se mete en este zanganal bélico que le costará la cabeza y la no vida.
¡Hostia puta, qué frío hace!
El asombro es tal que hasta varios de los personajes se quedan ojipláticos y culitorcidos, como un servidor. Tras tal desastre en un momento de altruismo pienso en los fans de la saga, a los que al final les he cogido cariño, y me doy cuenta de que no merecían esta mierda de cierre y más después de haber sufrido más de 12 horas de cine que se mueve entre lo endeble y lo terrible. La pareja es feliz, la niña encerada crece aún más (en su último plano se nota que le han puesta la cabeza de la cría a una actriz adulta y yo no dejo de pensar en las pesadillas que me esperan por la noche al irme a la cama tras asistir a cosa tan terrible) para poder ventilarse a Jacobo y los protagonistas vuelven al rosal en el que tuvieron el primer calentón para decirse el uno al otro que se quieren tanto que les va a explotar la cabeza.
Si atacan ellos antes azúzales a la niña y nosotros salimos por patas.
Así termina la saga Crepúsculo, éxito de ventas primero en las librerias y luego en los cines, fenómeno fan que ha puesto en un pedestal a una actriz con pinta de politoxicómana y tan inexpresiva que hace que Steven Seagal parezca Jim Carrey, un británico con cara de tener siempre pellizcado el testículo derecho con la cremallera de los pantalones y un jovencito musculoso y bronceado que podría hacer el remake americano de El Vaquilla. Saga que ha pisoteado el mito vampírico creado por el irlandés Bram Stoker, que ha vendido como ideal un romance insulso, infantil y falso y que hace una apología puritana y conservadora de la castidad y la abstinencia sexual que haría las delicias de Rouco Varela.
Se nos acabó el negocio nena, ahora podríamos empezar a hacer cine de verdad.
Mentiría si dijera que voy a echar de menos las películas de la franquicia Crepúsculo, pero sí añoraré escribir reseñas como esta. Inocentemente malintencionadas, tontorronas, cazurras, por las que me han llegado a acusar de insensible, desalmado y conchudo sidoso. Espero que en un futuro alguna otra saga cinematográfica sea lo suficientemente insulsa, estridente y popularmente aceptada como para incitarme a desempolvar mis críticas humorísticas, unas veces más graciosas, otras menos, para qué negarlo.
Jo, mamá, diles que se vayan, me dan grima.
Por ahora me quedo con el recuerdo imborrable de las dos primeras películas y sobre todo de la segunda, esa inenarrable Luna Nueva. Una de las mejores comedias ¿inintencionadas? de la pasada década que me pondré en los momentos de bajón psicológico para no olvidar nunca que Eduardo e Isabela se querían apasionadamente y que yo no tengo ni puta idea de romanticismo porque no me creo su historia de amor inmortal, picores genitales, convulsiones y palidez extrema.