viernes, 15 de febrero de 2013

¡Bienvenido, Mister Marshall!, el orgullo de los yankis



Título Original ¡Bienvenido, Mister Marshall! (1953)
Director Luis García Berlanga
Guión Juan Antonio Bardem, Miguel Mihura y Luis García Berlanga
Actores José Isbert, Lolita Sevilla, Manolo Morán, Alberto Romea, Elvira Quintillá, Luis Pérez de León, Félix Fernández, Fernando Aguirre, Joaquín Roa, Nicolás Perchicot, José Franco, Rafael Alonso, José María Rodríguez, Manuel Alexandre, Manuel Rosellón, Elisa Méndez, Matilde López Roldán, José Castillo, José Alburquerque, Pepito Vidal, José Vivó, Fernando Rey





La primera película como director en solitario (su ópera prima, Esa Pareja Feliz la compartió con su amigo Juan Antonio Bardem, que también debutaría en el mundo del largometraje con aquella obra a cuatro manos) del cineasta más grande que ha dado el cine español, al menos de los que se quedaron aquí durante el régimen franquista, el valenciano Luis García Berlanga, estrenada en 1953, se convertiría por derecho propio en uno de los clásicos indispensables del celuloide patrio. ¡Bienvenido Mister Marshall! marcó un hito dentro de la cinematografía española por numerosos y variopintos motivos, no todos estrictamente en el plano fílmico.




El pueblo de Villar del Río se prepara para la llegada de los americanos, que traerán dinero y regalos para todos los aldeanos de la pequeña y humilde localidad gracias al Plan Marshall (proyecto económico estadounidense para la reconstrucción de Europa tras la segunda guerra mundial). Desde el alcalde (sordo como una tapia) al boticario, pasando por la profesora, el cura o el pícaro representante de "la máxima estrella de la canción andaluza", Carmen Vargas, todos están preparados para la llegada de los yankis que arreglarán los problemas de todos los habitantes que sueñan con la llegada de sus héroes.




La comedia y el humor han dado a España algunas de sus mejores obras de ficción en la literatura, el cómic y por supuesto el cine. Berlanga fue un experto en disfrazar sus sátiras cinematográficas con el traje de la comedia ligera costumbrista y gracias a ello lo censores y gran parte del público pensaban ver otra de tantas cintas humorísticas con cada uno de sus nuevos proyectos y así consiguió colarnos mensajes antibelicistas (Calabuch) críticas a la religión (Los Jueves Milagro) el fariseismo y la falsa caridad (Plácido) o a la pena de muerte (El Verdugo) cimentando con ello una filmografía que es posiblemente la más importante del cine hecho en España y que (esto es ya opinión personal) no sería tan buena después de la transición, porque aunque dichas obras ganaran mordiente no me parecen mejores que sus primeros trabajos.




Los censores debieron pensar que en ¡Bienvenido, Mister Marshall! sólo había una mirada cínica y descreída hacia los americanos  (que ojo, la hay, pero no en el sentido que ellos pensaban) localizada en una cinta humorística sobre un pueblo que se lleva una decepción cuando los prepotentes estadounidenses pasan de largo sin siquiera pararse en la zona, asumiendo los habitantes su desdicha como buenamente pueden. Pero debajo del los gags, la simpatía y la ironía late un subtexto que ataca directamente a la dictadura franquista como la culpable de que España fuera descartada a la hora del reparto de beneficios que llevó al cabo el Plan Marshall a lo largo del viejo continente.




Porque sí, nos encontramos en una comedia, pero que alterna el humor con momentos de solapada denuncia (en un segundo plano, pero notable para el ojo mínimamente avispado) como esas hileras de vecinos pidiendo a los americanos materiales de primera necesidad que no pueden pagar con sus escasos beneficios o ese sueño en el que Juan, el pobre cabeza de familia con mujer y tres hijos (uno recién nacido) sueña que los Reyes Magos desde un avión estadounidense le lanzan un tractor para que pueda ejercer el trabajo que le hace ganarse el pan y que ese año en concreto escasea por culpa de la mala temporada de cosecha. Hasta ese cierre del film, que apela de manera melancólica a la resignación de un pueblo al que no le queda más remedio que seguir viviendo en condiciones paupérrimas, tiene un aroma de considerable amargura.




Pero por medio del humor es como Berlanga, Bardem (que ya no dirigía al alimón con Luis, pero seguía siendo su colaborador en el guión) y el escritor Miguel Mihura, que se ocupó principalmente de los sencillos a la par que descacharrantes diálogos de Lolita Sevilla y de las canciones que esta interpreta en el film, lanzan sus aguijones más envenenados al régimen. No hay más que ver ese alcalde sordo (detalle importante) que se ve en la obligación de ejercer todo tipo de labores; el miedo de todas las fuerzas vivas al delegado general o los comentarios hirientes sobre que de la caja munícipal no se ha cogido dinero porque nunca ha tenido un céntimo dentro, mi diálogo favorito del guión, solapado siempre por venir inmediatemente después del mítico "Como alcalde vuestro que soy..." del gran Pepe Isbert.




Y es que hasta de inconvenientes sabían Berlanga y sus colaboradores sacar aciertos mayúsculos, porque antes de convertirse en lo que fue, ¡Bienvenido Mr Marshall! se gestó como una película para el lucimiento de la estrella musical de la época (Lolita Sevilla) impuesta por la UNINCI (Unión Industrial Cinematográfica) de modo que los autores dieron forma al proyecto alrededor del personaje de la folclórica. Pero el acierto fue no sólo crear con este punto de partida una historia satírica y cómica con una crítica semioculta hacia el régimen, también dieron un uso magistral a la tonadillera a la que regalaron sus momentos musicales para lucirse profesionalmente pero siendo su personaje abordado desde una visión paródica y socarrona, algo parecido a lo que haría años después el mismo Berlanga con los niños cantantes tipo Joselito en la inolvidable escena de la subasta de Plácido.




La mención a Lolita Sevilla y su papel me permite hilar fino y hablar de otro de los mayores aciertos del largometraje, la parodia con respecto a que en el extranjero se ve a España como un país vestido de gitana tocado con sombrero cordobés y siempre viendo corridas de toros. La idea por parte de Manolo, el representante, de que Villar del Río se convierta en un pueblo típicamente andaluz porque así es visto nuestro país en Estados Unidos sirve como crítica al costumbrismo rancio del que siempre ha hecho gala nuestra patria y que se acentuaría hasta límites alarmantes durante el régimen franquista en el que las cantantes de copla (en su mayoría) recibían los parabienes del dictador que gustaba de este género musical.




Aunque los personajes son los que sacan adelante la historia, todos ellos interpretados por un grupo de actores en estado de gracia. Como es lógico hay que destacar a uno de los humoristas más grandes que ha dado España, ese Pepe Isbert que diga lo que diga hace reír con su voz rota y físico inconfundible, enorme su sueño que le sirve a Berlanga para parodiar el género western. Su sordera y aire bonachón se comerían la película entera si no fuera porque hay que destacar considerablemente a un Manolo Morán enorme (en todos los sentidos) con su verborrea embaucadora y arte para la picaresca. El tercer vértice es la misma Lolita Sevilla que con sus "josú" y "vaya" utilizados como respuesta para todo tipo de preguntas consigue arrancar más de una carcajada a la platea.




Pero también encontramos en el largometraje otros secundarios destacables. El hidalgo de rancio abolengo y patriotismo arcaico, el médico obsesionado con las fuentes con chorritos de luz y su jerga científica encriptada que pocos entienden, el cura gruñón (personaje indispensable en toda cinta de Berlanga que se precie de serlo) la profesora encantadora extrañamente soltera o el delegado general que viene a traer las buenas nuevas a los aldeanos que finalmente quedan en agua de borrajas cuando todos se ven con tres palmos de narices al confirmarse que los yankis no se detienen a arreglar la vida de los habitantes de Villar de Río.




Todo son aciertos en ¡Bienvenido Mister Marshall!. Desde la elección del reparto o los diálogos, al uso de la voz en off (la del gran Fernando Rey, nada menos) que sirve para darnos a conocer a los habitantes de Villar del Río, sus calles y lo que allí acontence, siempre desde un punto de vista lleno de ternura para que el fondo de la historia (para nada cómico) no se adentre demasiado en el dramatismo. También son destacables los sueños de los habitantes del pueblo, que se introducen en un surrealismo onírico que podría tener su origen en el teatro del absurdo que tan bien entendía Miguel Mihura o secuencias inolvidables como la del balcón, la de la reconversión andaluza del pueblo o uno de los planos más bellos de la filmografía de Berlanga, la del tractor con el paraciadas levantándose al viento, un pasaje de una simbología desarmante.




Finalmente el narrador nos despide de las melancólicas calles de Villar del Río (las de la misma España) y de unos habitantes decepcionados por no haber podido cumplir los sueños que habían depositado en los americanos. Decimos adiós a la fuente (sin chorritos de colores) a la iglesia, a esa escuela que aún tiene un mapa en el que se puede contemplar el Imperio Astrohúngaro (qué mejor metáfora de lo anticuado que era aquel país anclado en el más crudo de los conservadurismos) al ayuntamiento y a esas buenas gentes que vieron como sus deseos más preciados se disolvían como una pequeña banderita de papel en el enorme desagüe de una tierra que vivió aislada del mundo durante casi cuarenta largos años.


martes, 12 de febrero de 2013

Hitchcock, pánico en la escena



Título Original Hitchcock (2012)
Director Sacha Gervasi
Guión John J. McLaughling y Stephen Rebollo, basado en el libro de este último
Actores Anthony Hopkins, Helen Mirren, Scarlett Johansson, James D'Arcy, Jessica Biel, Toni Collette, Danny Huston, Michael Stuhlbarg, Kurtwood Smith, Richard Portnow, Ralph Macchio, Michael Wincott, Frank Collison




Alfred Hitchcock, británico, obeso, católico, director de cine, reconocido como el mejor de la historia del medio, y autor de clásicos incontestables como Con la Muerte en los Talones (North By Northwest), Vértigo, La Ventana Indiscreta o Los Pájaros. Sacha Gervasi, también inglés y director así realizador del documental (ya de culto) Anvil!: El Sueño de una Banda de Rock sobre la decadencia del que fue el mejor grupo de heavy metal de Canadá durante los años 80. Ambos cineastas cruzan sus caminos en Hitchcock, adaptación cinematográfica de la novela Alfred Hitchcock And the Making of Psycho del escritor Stephen Rebollo (interviniendo también en el guión) que Gervasi se ocupa de llevar a imágenes.




En 1960 Alfred Hitchcock era considerado el mago del suspense y el mejor director de su época. Pero superando la sesentena decidió implicarse en llevar a cabo una obra que rompería tonalmente con todo el cine que había realizado hasta ese momento, Psicosis (Psycho), la adaptación de una no muy conocida novela del escritor norteamericano Robert Bloch inspirada en la vida del asesino Ed Gein. El proyecto era polémico desde su gestación  por tratar temas como asesinatos de manera explícita, travestismo y ciertos complejos edípicos impropios para el Hollywood de la época. Con la ayuda de su mujer Alma Reville y sus colaboradores Hitch consiguió sacar adelante el que se convertiría en uno de su mayores éxitos y la cinta que revitalizaría su carrera como cineasta.




Divertido, nada pretencioso y muy inteligente biopic sobre los pormenores del proceso artístico de la gestación de Psicosis como obra cinematográfica. El casi novato Sacha Gervasi triunfa de pleno al mezclar comedia británica con algunos trazos de humor negro, con el subgénero de cine dentro del cine y un interesante acercamiento a la mente de Hitchcock por medio de su obsesión con dar forma a su película número 53 (si no fallan mis cálculos) con la acertada inclusión de los sueños con Ed Gein que dan cierto poso muy interesante al film para contrarrestar la liviana naturaleza que impera en la trama central del largometraje.




El director de Anvil! acierta al rodear a sus magníficos y muy reales personajes de un tono que se mueve entre el humor incorrecto de Pero... ¿Quién Mató a Harry?, la intriga puramente hitchcockiana (Sospecha, 39 Escalones)  a la horda de abordar la supuesta infidelidad de Alma a Alfred y la morbidez de la misma Psicosis con esos pasajes oníricos protagonizados por el Carnicero de Plainfeld (magnífico Michael Wincott en sus breves pero intimidantes apariciones). De esta manera Gervasi da a parir un producto deudor del personaje al que está retratando, tanto en fondo como en forma, sin introducirse en terrenos farragosos o de intelectualismo impostado, apelando siempre a la cercanía con todo tipo de espectador pero sin tomarlo por tonto.




Hitchcock ahonda en las virtudes y manías propias del cineasta británico. Hombre de humor bastante políticamente incorrecto (aunque un servidor sigue pensando que en la realidad era aún más tosco que el reflejado en el film) inclinaciones vouyersitas que lo emparentaban con el personaje de Norman Bates y obsesión con sus actrices (sí, sobre todo las rubias) es mostrado en el film como un perfeccionista con su trabajo pero que no daba un paso firme sin la ayuda de su mujer Alma Reville, la que fue montadora de muchas de sus películas y que acabó contrayendo matrimonio con él, pero siendo siempre su principal apoyo, colaboradora y crítica constructiva.




Porque a pesar de que el apellido del director de Atrapa Un Ladrón está en el título del largometraje que nos ocupa, no cabe duda que la cinta de Gervasi a quien hace verdaderamente justicia es a Alma Reville, es más, si bien el rol de Hitchcock está retratado con inteligencia, cercanía y las suficientes dosis de fanservice para que los seguidores del orondo cineasta inglés nos derritamos con las referencias obvias (la final a Los Pájaros) y las que no son tanto (esa casa en la playa como la de Rebeca) a gran parte de su filmografía, es al rol al que da vida Helen Mirren al que parece hacerse justicia con una obra como la que estamos abordando en esta entrada, confirmando lo que en ella se narra aquel dicho de que detrás de un gran hombre siempre hay una gran mujer.




Sir Anthony Hopkins ofrece un recital magistral como Alfred Hitchcock, porque al igual que en Nixon el protagonista de El Silencio de los Corderos no se parece físicamente a la persona real a la que interpreta, pero eso no es un problema que un buen maquillaje (nominado al Óscar este año) no pueda remediar. El británico sabe modular la voz, los gestos, los andares patosos, el laconismo y la mala idea a la hora de lanzar palabras lapidarias al prójimo y cuando comparte plano con su esposa saltan chispas y eso que se supone que estamos delante de una pareja que llevaba por aquel entonces casi 40 años de convivencia marital.. 




Pero es que Helen Mirren está mejor incluso, dando vida a uno de los personajes femeninos más interesantes que ha visto un servidor en mucho tiempo dentro del cine reciente. Una señora que no se deja pisar por nada ni por nadie y que sabe poner en su sitio a todo individuo que intenta mirarla por encima del hombro, es más, el discurso que le suelta a su marido después de que le eche en cara su supuesta infidelidad es el momento más logrado dramáticamente hablando de la velada, donde los dos actores ponen toda la carne en el asador y el tour de force interpretativo llega a niveles de considerable calado. Tan brillantemente están ambos en sus roles que nos hacen olvidarnos de secundarios como Toni Collete (Peggy Robertson) Scarlett Johansson (Janeth Leigh), Jessica Biel (Vera Miles), James D'Arcy (Anthony Perkins) Danny Huston (Whitfield Cook)) o Michael Stuhlbarg (Lew Wasserman) que estando todos entre correctos y muy convincentes quedan eclipsados por Odín y la Reina Isabel II.




Hitchcock ha sido para el que suscribe una agradable sorpresa, una pequeña joyita que llega a tocar la fibra sensible de los hitchcófilos y sobre todo de los que tenemos a la película protagonizada por el Motel Bates como su mejor obra. Hay escenas en las que se nota que Gervasi ha puesto todo su cariño y admiración, como esa maravillosa extensión del travelling inicial que entraba por la ventana en la Psicosis original pero acabando esta vez en la cara del director, las puñaladas llevadas a cabo por el propio Hitch en un ataque de rabia o ese final deudor del de la inolvidable Ed Wood de Tim Burton. Finalmente el largometraje que nos ocupa puede verse, sobre todo, como un inteligente y agradable (puede que demasiado) making of de la Pycho original, de la misma manera que la recuperable RKO281 de Benjamin Ross lo era de la Ciudadano Kane de Orson Welles. Pero de eso se hablará en otro momento.



domingo, 10 de febrero de 2013

El Profesor, mas criaturas malignas invadieron, vestidas de tristeza, aquel dominio.




Título Original Detachment (2011)
Director Tony Kaye
Guión Carl Lund
Actores Adrien Brody, Christina Hendricks, Sami Gayle, Marcia Gay Harden, James Caan, Lucy Liu, Bryan Cranston, Blythe Danner, William Petersen, Tim Blake Nelson, Renée Felice Smith, Isiah Whitlock Jr., Doug E. Doug





American History X es una de mis películas favoritas. Cuando la vi en 1998 esa producción protagonizada por Edward Norton y Edward Furlong marcó mi adolescencia y me ofreció pasajes cinematográficos que se quedaron grabados en mi mente para siempre y que cuando vuelvo a ver me emocionan como la primera vez (sirva como ejemplo cuando ambos hermanos retiran toda la parafernalia nazi del dormitorio que comparten llegando el final del largometraje). Detrás de aquella obra se encontraba un debutante director británico llamado Tony Kaye que se había hecho un nombre en el mundo de la publicidad y los videoclips, aunque no era ningún jovencito, ya que tenía 47 años cuando rodó su ópera prima realizador.




El cineasta londinense mostraba una especial sensibilidad para transmitir un lirismo trágico lleno de profundidad y alma. El problema surgió cuando Edward Norton se hizo con el montaje de American History X a espaldas de Kaye e hizo y deshizo a su antojo en la sala de edición. Esta experiencia dio pie a que el director se desencantara de Hollywood y prefiriera dedicarse al mundo del documental realizando Lake of Fire trabajo que abordaba el polémico tema del aborto desde distintos puntos de vista. 11 años después de su debut cinemtográfico en 2009 volvió a la ficción con Black Water Transit una adaptación de la novela homónima escrita por  el norteamericano Carsten Stroud que supuestamente existe, pero que casi nadie ha visto porque nunca se estrenó oficialmente.




En 2011 llegó Detachment, la tercera película de Tony Kaye con Adrien Brody de protagonista y productor ejecutivo y un magnífico reparto de secundarios en el que podemos encontrar a actores que han triunfado en la televisión como Christin Hendricks (Mad Men), William Petersen (C.S.I: Las vegas), Bryan Cranston (Breaking Bad) intérpretes con una ya extensa carrera a sus espaldas como James Caan, Marcia Gay Harden, Lucy Liu o Tim Blake Nelson y jóvenes talentos como Sami Gayle a la que pudimos ver también en esa cosa terrible llamada Contrarreloj (Stolen) que no dejaba de ser otro de los clavos en el ataúd del poco prestigio (aunque nunca tuvo demasiado) que le queda a la carrera de Nicolas Cage.




Henry Barthes es un profesor sustituto que es bueno en su trabajo y sabe tratar a todo tipo de alumnos. Su problemas es que por culpa de que su empleo es de naturaleza temporal no se permite a sí mismo mantener una relación estrecha con alumnos o compañeros de trabajo. Un día da a parar a un instituto en el que empieza a conectar emocionalmente con algunos de sus estudiantes y hasta con profesores, implicándose más de lo que quisiera sabiendo que en sólo 30 día deberá hacer las maletas y trasladarse a cualquier otra parte del país. Pero su existencia dará un giro aún más pronunciado cuando conozca a Erica, una adolescente que se prostituye en los barrios marginales y que acabará siendo alguien muy importante en su vida durante el periodo de tiempo en el que se encuentre trabajando en ese instituto.




Amarga pieza de melancólica desesperanza, Detachment es un ejercicio cinematográfico que realiza una mirada pesimista la generación de adolescentes que se están formando académicamente en la norteamérica actual. Un grupo de jóvenes que transmiten su nihilismo, falta de valores y alienación a un profesorado que se ve superado día a día por la desgana, la apatía e incluso el miedo que algunos de sus alumnos les transmiten. Tampoco deja pasar Kaye la oportunidad de mostrar los intereses arribistas y económicos que hay detrás de la enseñanza pública, pero prefiere centrarse en lo difícil que es para estos hombres y mujeres lidiar diariamente con un grupo de chavales que los odian y que no tienen ninguna intención de aprender lo que les inculcan.




Dicho claustro afronta esta deprimente vida profesional como buenamente puede. Bajándose al nivel de decadencia y escatología de los alumnos (grande un desquiciado James Caan) evadiéndose de la realidad (magnífico Tim Blake Nelson, pero poco aprovechado) convirtiéndose en una persona ambiciosa (Marcia Gay Harden tan profesional como siempre) buscando afecto en compañeros de trabajo (Christia Hendricks dándole muy bien la réplica a Brody y guapísima delante de la cámara), rindiéndose en su batalla (esa Lucy Liu que tiene una de las mejores secuencias del film, cuando explota y le echa en  ara a una alumna cual será su futuro si sigue por el camino de desinterés que ha tomado por elección propia) o entregándose a una pacífica condescendencia con el prójimo (William Petersen desmarcándose de ese Gil Grissom que marcó a fuego su carrera).




Pero como es lógico el personaje más interesante es el de Adrien Brody. Muchos han dicho que el de Detachment es el mejor papel del actor estadounidense desde El Pianista. Un servidor va más allá y afirma que el de la cinta que nos ocupa es el trabajo de interpretación más logrado de toda su irregular carrera, esa que tras varios proyectos en los que parecía haber perdido el norte tras el famoso efecto Oscar. Se nota que que el protagonista estaba implicado con el proyecto de Kaye, que puso algo más que sus dotes interpretativas en la cinta, porque su rol está abierto en canal, alternando una contención estimulante y medida sabiamente con momentos de sincero dramatismo nada forzado, pero muy doliente. Sirva como ejemplo la escena del llanto en el autobús en el que conoce a Erica o su bronca monumental a la enfermara del hospital, pagando con la mujer las frustraciones de su vida profesional.




La aparición de Erica (a la que da vida la prometedora Sami Gayle, una actriz de considerable parecido con la británica Emma Watson) la prostituta adolescente y el estrechar vínculos afectivos con Meredith (la muy talentosa Betty Kaye, una especie de joven Kathy Bates a la que seguir de cerca a partir de ahora), una alumna con sobrepeso que al ser el blanco de los insultos de sus compañeros no puede encontrar el equilibrio emocional necesario para aprovechar su talento para la fotografía, trastocarán radicalmente la vida de Henry, que intentando ayudar a los dos chicas querrá hacer un paralelismo con arreglar una vida (la suya propia) que se desmorona y que está inteligéntemente representada por ese abuelo que se muere poco a poco en hospital y cuya demencia senil y demonios internos de un pasado lleno de malos tratos hacia su hija van devorándole poco a poco.




Todo este entramado es abordado por Kaye con una atípica puesta de escena con primerísimos planos, en ocasiones desde un punto de vista subjetivo, y montaje originalmente expuesto (gran acierto esas pizarras con dibujos en movimiento que sirven de transiciones temporales o espaciales) que dan un tono de extrañeza y onirismo que al proyecto le queda bastante bien ya que su misma naturaleza demanda este tipo de realización en bastantes momentos del metraje. Por descontado el británico ofrece una excelente dirección de actores, se rodea de gente muy preparada en el plano interpretativo, pero él sabe llevarlos de la mano y que hagan lo que exige como cineasta, y sólo comete el fallo de arrinconar al gran Bryan Cranston en un papel tan secundario que podría decirse que es un mero cameo.




Hacia la recta final se vuelve un poco previsible (todo lo relacionado con Meredith y Erica se ve venir de lejos, pero aún así está abordado con mucha inteligencia) pero en ese momento Kaye ya nos ha regalado momentos de profundo calado, notable angustia existencial y crudeza que en ocasiones puede dejar algo tocado al espectador, pero de manera inteligente deja un pequeño haz de luz al final del túnel. No uno que nos indique que todo se solucionará, pero que sí nos afirma que no todo está perdido. Así termina El Profesor, una de las propuestas más estimulantes y acertadas del pasado 2012, una cinta que con su pesimismo puede quitarle a un estudiante de cualquier tipo de enseñanza las ganas de terminar su carrera, pero que sirve de acertado y necesario barómetro para descubrir en qué clase de generación se está convirtiendo aquella que cuenta entre sus filas con nuestros hijos, hermanos y sobrinos.


viernes, 8 de febrero de 2013

El Lado Bueno de las Cosas



Título Original Silver Linings Playbook (2012)
Director David O. Russell
Guión David O. Russell basado en la novela de Matthew Quick
Actores Bradley Cooper, Jennifer Lawrence, Robert De Niro, Jacki Weaver, Chris Tucker, Julia Stiles, Anupam Kher, John Ortiz, Shea Whigham, Dash Mihok, Paul Herman, Brea Bee





Desde que lo descubriera con su tercer largometraje, Tres Reyes, siempre me ha gustado el cine del norteamericano David O. Russell. Incluso soy fan de aquella "comedia existencialista" que casi hundió su carrera, I ♥ Huckabees (terriblemente titulada Extrañas Coincidencias en España) una cinta infravaloradísima para el que suscribe y que contiene momentos y personajes inolvidables (ese bombero obesionado con el 11S al que daba vida Mark Wahlberg) pero que suscita más odios que pasiones. Con la meritoria The Fighter llegó su consagración a nivel de crítica y público, consiguiendo varios premios internacionales y dos Oscars para Christian Bale y Melissa Leo en sus roles de personajes secundarios.




Tras el éxito de la cinta pugilística que llevaba a imágenes la vida de los hermanos Dicky Eklund y Mickey Ward, O. Russell se ganó la confianza de las majors americanas y sobre todo el respaldo de los todopoderosos hermanos Weinstein que decidieron financiar su siguiente proyecto. El largometraje fue una adaptación de la exitosa novela Silver Linings Playbook del escritor estadounidense Matthew Quick con guión del mismo director y un reparto de primera línea como los pujantes Bradley Cooper y Jennifer Lawrence y los veteranos Robert De Niro y Jackie Wever entre otros. La crítica se rindió a los pies de la producción, en la taquilla funcionó muy bien e incluso consiguió rascar varias nominaciones importantes a los Oscars.




Pat (Bradley Cooper) acaba de de salir de una institución mental en la que acaba de pasar ocho meses tras agredir al amante de su mujer y se traslada a la casa de sus padres Pat Sr (Robert De Niro)  y  Dolores (Jacki Weaver) para intentar rehacer su vida y recuperar a su esposa Nikki, que es el motivo y núcleo central de su deseo de mejorar física y psicológicamente como persona para volver a compartir vida con ella. Pero toparse con la peculiar Tiffany (Jennifer Lawrence) conocida de unos amigos y chica con fama de promiscua en el barrio donde conviven trastocará en cierta manera los planes de Pat por recuperar el amor de su esposa.




Silver Linings Playbook es una atípica tragicomedia romántica que tiene su mayor y más interesante aliciente en un reparto magnífico. En el film se pueden ver muchas de las señas de identidad del David O. Russell director, como una visión bastante peculiar de sus personajes mostrando especial interés y cariño por los que son inestables mentalmente. El director de Flirteando con el Desastre se ganó una fama de realizador "marciano" desde su debut en la dirección, Spanking the Monkey (cinta que abordaba el tema del incesto entre un hijo y su madre) característica de su discurso que tras la ya mencionada I ♥ Huckabees fue perdiendo para abrirse a un público más amplio con la ya mencionada The Fighter.




Porque en El Lado Bueno de las Cosas no hay duda de que O. Russell está mostrando síntomas de adocenamiento por parte de unos productores que le están atando en corto para que no de a parir una de sus extrañezas y que con ello se ciña un poco más a un cine convencional y para todos los públicos. Pero como es lógico gran parte de su impronta está ahí y su mirada personal hacia el ser humano se deja ver en todo momento a la hora de abordar los personajes, ya sean los principales o los secundarios, dejándonos bien claro que no estamos ante una cinta romántica al uso, porque muchos de los ingredientes que la enriquecen la sacan de la mediocridad de ese tipo de cine.




La complicada condición mental de Pat no sólo le permite a O. Russell perfilar acertadamente el personaje con arranques propios de una persona con bipolaridad (su obesión con la canción de su boda que también escuchó cuando su mujer le fue infiel, My Cherie Amour de Stevie Wonder, que le hace montar un numerito en la consulta del médico al sonar en el hilo musical; su monólogo sobre Hemingway con el que castiga a sus padres de madrugada o su incapacidad a la hora de tener tacto al decir a los demás lo que piensa) y ofrecer momentos cómicos bastante conseguidos a lo largo del metraje, también le permite crear situaciones impropias del cine de romance que muestran al espectador cierto tono de originalidad que favorece el conjunto del proyecto.




Que un hombre con ciertos problemas mentales (siempre abordados con cierta ternura hasta en los momentos más crudos como en la pelea con sus progenitores) choque directamente con una chica que aún siendo diametralmente opuesta a él en lo que a carácter se refiere también posee un considerable inestabilidad psicológica hace que la química sea un hecho, aunque la cinta no se adentra al 100% en una relación física entre sus protagonistas, al menos dentro de los cánones más ortodoxos a la hora de exponerlas en un producto cinematográfico de corte más o menos comercial. Todo este tono permite al film ofrecer pasajes interesantes que se salen considerablemente de lo establecido, no de una manera tan radical como en otras cintas del mismo director, pero si de manera bastante notable.




También se trae O.Russell de The Fighter cierta mirada crítica a la supuestamente impoluta familia media americana. Si en la cinta protagonizada por Mark Wahlberg sus parientes eran el mayor lastre que encontraba para prosperar en el mundo del boxeo en Silver Linings Playbook queda bastante claro que la inestabilidad psicológica de Pat es heredada de su padre, un buen hombre pero obsesionado con el ritual de ver fútbol americano (concretamente a su adorados Philadelphia Eagles) hasta extremos que llegan al TOC, trastorno obsesivo compulsivo. Pat Sr no es una persona reprobable, pero sus fobias y filias denotan un comportamiento mental de dudosa lógica que sin lugar a dudas ha debido repercutir en el carácter y la personalidad de su hijo.




A que todos estos personajes lleven a buen puerto la historia que O. Russell nos narra ayuda un casting magnífico que está recibiendo el reconocimiento internacional (los cuatro están nominados al Oscar) que realmente se merece. La atípica pareja que forman los protagonistas merece todos los elogios posibles porque Bradley Cooper inyecta carisma, ternura y positividad a Pat y Jennifer Lawrence misterio, sensualidad y registros nunca vistos en su manera de interpretar a la hora de dar vida a Tiffany. Jackie Weaver transmite humanidad y cercanía como Dolores y hasta el normalmente insoportable Chris Tucker o la insípida y estirada Julia Stiles tienen momentos agradables con su pequeños papeles, pero el que sorprende y me alegra la velada es un recuperado Robert De Niro como Pat Sr.




Lo cierto es que me jode considerablemente ver que con esforzarse un mínimo el protagonista de Toro Salvaje sabe bordar un personaje que sobre el papel no destacaría demasiado más allá de sus extravagancias. Es una considerable putada darse cuenta de que si De Niro se ha aposentado en los últimos años de su carrera en una mediocridad artísticamente nula que sólo le ofrece como recompensa dinero contante y sonante al ponerse al servicio de productos de usar y tirar (a veces ni eso, escalofríos me dan al recordar aquella cosa terrible llamada El Escondite) es porque ha querido o no lo ha impedido. En la cinta que nos ocupa sólo con escenas en las que vemos su manías a la hora de ver fútbol (su ritual con el pañuelo o la posición de los mandos a distancia) y pasajes en los que comparte plano con Cooper o Weaver volvemos a ver al actor que daba lecciones de interpretación, aquel que forjó una carrera sobresaliente y que sigue escondido debajo de ese anciano de 70 años que sigue llevando a un genio en su interior aunque posiblemente ni él se lo crea ya.




Silver Linings Playbook es una entretenida e interesante cinta con sus dosis de originalidad y tópicos muy equilibradas. Entre sus aciertos está su reparto; una excelente banda sonora (Frank Sinatra, Led Zeppelin, Bob Dylan) la ubicua presencia de esa Nikki que casi nunca vemos pero que sobrevuela todo el metraje y escapar de las constantes trilladas dentro de las cintas románticas. Sus fallos, que diluye el estilo característico de su director al intentar adherirse a un cine más comercial y que en la recta final el conjunto se vuelve más "abizcochado" y previsible con todo lo del baile. Pero lo que sí es cierto es que la última obra de David O. Russell transmite ganas de vivir, buenas intenciones y cine bien realizado en prácticamente todos sus apartados, cosa que se agradece cuando uno ha invertido dinero a la hora de ver el producto. Aunque por desgracia estoy seguro que se irá de vació en los Oscars a pesar de sus 8 nominaciones y no porque lo merezca, pero sería raro que no se viera eclipsada por por patriotismo de cartón piedra y agentes de la CIA de distinta ralea.



martes, 5 de febrero de 2013

Grandes Discos: The Number of the Beast, de Iron Maiden




Título The Number of the Beast
Año 1982
Intérprete Iron Maiden
Productor Martin Birch

No podía dejar pasar la entrada 666 sin recuperar la sección musical de discos clásicos y con ello comentar el reconocido como mejor trabajo de la banda de heavy metal más grande de la historia (junto a los norteamericanos Metallica) Iron Maiden, aunque un servidor no comparta del todo esta afirmación ya que prefiero otros álbumes del conjunto. Pero es imposible hablar de la banda fundada por el bajista Steve Harris sin admitir la importancia capital de este redondo de 1982 que cambió el porvenir del grupo más representativo de la NWOBH (New of British Heavy Metal) Nueva Ola de Heavy Metal Birtánico.





Steve Harris fundó la banda Iron Maiden en 1975 y tras años de entradas y salidas de componentes la alineación de Paul Di'Anno como vocalista, Dave Murray y Dennis Stratton a las guitarras, Clive Burr en la batería y el mismo Harris al bajo, grabó el debut homónimo del conjunto que se puso a la venta durante el año 1980. El disco Iron Maiden se alejaba del punk imperante a finales de los 70 en Reino Unido para seguir la senda de las bandas pioneras dentro del heavy metal. De Judas Priest tomó los solos cruzados, los riffs afilados, la velocidad o la melodía y de Black Sabbath la oscuridad y el tenebrismo (en fondo y forma) construyendo un debut que ofrecía la evolución de un estilo que necesitaba renovarse. Temas rápidos y directos como Prowler o Charlotte the Harlot se alternaban con baladas o instrumentales memorables como Remember Tomorrow o Transylvania.





Un año después se editaría el segundo redondo de la banda, con los mismos componentes musicales, pero Dennis Stratton dejando paso en la guitarra a Adrian Smith, que pasaría desde ese momento a ser parte indispensable del conjunto durante distintas épocas de la carrera del mismo. Killers vio la luz en 1981 y supuso una coherente extensión de Iron Maiden. Un album más elaborado, con una producción considerablemente mejor (una vez más a manos de Martin Birch) con un Di'Anno desgarrador a la voz y unos temas en los que los músicos se escuchaban mucho más  cohesionados, destacando cortes como Wratchild, Murders in th Rue Morgue (inspirada en el relato homónimo de Edgar Allan Poe) el tema que daba nombre al trabajo o el soberbio tema instrumental The Ides of March.





Pero durante la gira de Killers surgieron los problemas con los excesos y el carácter del vocalista de la banda. Cantante venido del punk, de imponente presencia física y característicos agudos, Paul Di'Anno sería expulsado de Iron Maiden por Steve Harris tomando tras ello una irregular carrera como frontman en la que con sus altos y sus bajos, su más y sus menos (un servidor pudo verlo hace unos años en Granada y evidentemente no es ni una sombra de lo que fue, pero nos regaló a los allí presentes una noche memorable) siempre viviría a la sombra de Iron Maiden y los dos álbumes (a los que habría que sumar el mítico E.P, The Soundhouse Tapes editado antes del debut discográfico de la banda) que grabó con ellos a principios de la década de los 80.





Con sólo seis años desde su fundación como banda y dos únicos trabajos discográficos debajo del brazo Iron Maiden tuvo que pasar por la prueba de fuego que muchos conjuntos han tenido que padecer y no siempre con éxito, la pérdida de su voz. Steve Harris no tardó en buscar a un sustituto para Di'Anno con la intención de meterse en el estudio para dar forma al tercer trabajo de su criatura. El elegido fue el ex cantante de la banda Samson, Bruce Dickinson. Como sucede en estos casos los fans antes incluso de ver al vocalista trabajar con el grupo mostraron su rechazo ante la decisión tomada por Harris, ofreciendo un apoyo incondicional a Di'Anno y mirando por encima del hombro a la nueva incorporación. Finalmente el resultado fue el menos esperado, ya que Bruce Dickinson no sólo demostró estar a la altura de una banda como Iron Maiden, también se reveló como mejor cantante que su antecesor en prácticamente todos los aspectos.




El 22 de Marzo de 1982 The Number of the Beast, de nuevo con producción de Martin Birch, llegó a las tiendas y aunque como trabajo se podían ver en su impronta ecos de los anteriores trabajos de Iron Maiden, sobre todo de Killers, este disco era bastante diferente a todo lo realizado por la banda con anterioridad. Invaders abre el redondo y con ello ya somos testigos de las capacidades vocales de Bruce Dickinson. Mientras Paul Di'Anno era todo crudeza, agudos cortantes, al fin y al cabo potencia sin control, en el ex Samson es profesionalidad, adaptabilidad a los instrumentos y una doma de los tonos altos impropia de un joven de su edad (24 años cuando grabó el trabajo). Con el nuevo frontman Iron Maiden había perdido fiereza pero había ganado cohesión como todo musical y riqueza compositiva.




El segundo corte Children of the Damned, basado en la célebre película de Wolf Rilla, El Pueblo de los Malditos y su secuela Hijos de los Malditos, recuperaría el tono baladista de Strange World o Remeber Tomorrow pero con un aire más exquisito y melancólico en el apartado vocal, aunque sería de hipócritas negar la melodía de los tonos de Di'Anno en aquellas canciones, a pesar de ser un cantante curtido en el punk sabía rematar con mucha pericia temas lentos. The Prisioner aparece en tercer lugar, tema inspirado en la mítica serie de televisión británica homónima protagonizada por Patrick McGoohan y que retoma los riffs rápidos y las voces luminosas e incluso de tono alegre que recuerdan a Running Free. 22 Acacia Avenue, tema compuesto por Adrian Smith con su anterior banda, Unrich, sobre una prostituta sirve para el lucimiento de Dickinson con la voz.




The Number od the Beast, el tema que da nombre al disco es uno de los tres clásicos indispensables en cualquier descarga en directo de la banda. El tono oscuro, la intro a cargo de Barry Clayton tomada de El Libro de las Revelaciones y la letra inspirada en el poema Tam a Shanter de Robert Burns, con el que se obsesionó Harris hasta el punto de tener pesadillas con él, dan forma a un tema al  que se acusó de satanista y que contiene uno de los mejores riffs de la historia de Iron Maiden (cuando entra la segunda guitarra siempre me recorre un escalofrío por la espalda) cobrando especial protagonismo (más si cabe) las cuatro cuerdas de del bajista londinense que está sencillamente brillante en su cometido.




Run to the Hills habla en tono de denuncia sobre la conquista de los indígenas americanos por parte de los británicos. Hablamos de uno de los clásicos de la banda que tras su inconfundible intro con la percusión (enorme Clive Burr en todo el álbum Nicko McBrain es un gran baterista y tomaría el relevo con una profesionalidad enorme, pero nunca llegó a ser tan bueno como él) y los riffs cortantes de Murray y Smith dejan paso a un Dickinson enorme con los agudos, los mismos a los que Blaze Bailey (posterior cantante de Iron Maiden de 1994 a 1999) no llegaba en su etapa en la banda por mucho esfuerzo que pusiera en los directos.




Gangland es por su velocidad, duración y batería un tema casi de género punk, para el que suscribe el más flojo del disco y puede que su única mácula, un buen corte que realmente no tiene nada que hacer rodeado de canciones impresionantes que la superan considerablemente. En la reedición del disco de 1998 se añadió un tema de la Cara B, Total Eclipse que, sin tener nada malo, al igual que Gangland desentona un poco con tanto clásico en el redondo. Por último The Number of the Beast se cierra con la que es para la mayoría de los fans de Iron Maiden la mejor canción de la banda, aunque personalmente no es mi favorita. Hablamos como no podía ser menos de Hallowed Be Thy Name.




El monólogo de un reo a punto de ser ejecutado en la horca a modo de oración es sin lugar a dudas uno de los mejores himnos de la historia del heavy metal, junto a otros clásicos como One de Metallica, Breaking the Law de Judas Priest, Paranoid de Black Sabbath o Holy Wars de Megadeth. Un medio tempo en el que Bruce Dickinson muestra todos sus registros como cantante, donde el bajo de Steve Harris guía a las melancólicas guitarras de Dave Murray y Adrian Smith mientras la batería de Clive Burr cobra una entidad casi eclesiástica para desembocar todo en una portentosa segunda mitad instrumentalmente perfecta rematado con unos agudos impresionantes del vocalista.




Así acaba el posiblemente mejor disco de heavy jamás compuesto, compartiendo este estantería con obras como Master of Puppets de Metallica, British Steel de Judas Priest o Paranoid de Black Sabbath. Tras The Number of the Beast la única banda de la NWOBHM que ha sobrevivido hasta la actualidad con su fama y reconocimiento intactos prosiguió su supremacía durante los años 80 con trabajos enormes como Piece of Mind o Powerslave, directos míticos como Live After Death, infravalorados álbumes de transición como Somewhere in Time, la que es mi obra favorita de los británicos titulada Seventh Son of a Seventh Son que es puro metal progresivo con temática conceptual o LPS que por mucho que quisieran volver a las raíces del conjunto (No Prayer For The Dying y Fear of The Dark) no ocultaban que Iron Maiden no pasaba por un buen momento.




Tras esto vendría la salida de Bruce Dickinson de la banda en 1993 (Adrian Smith lo hizo tres años antes) la llegada de Blaze Bailey (buen cantante, pero mala elección para el puesto por parte de Steve Harris que puso a un vocalista que no tenía nada que ver con el estilo Iron Maiden) la edición de discos como The X Factor o Virtual XI, lejos de la brillantez pero en cierta manera recuperables, y el regreso de de Dickinson y Smith en 1999 que dio pie a una nueva vida a la banda en la que editaron trabajos como el inmenso Brave New World (inspirado en el libro de Aldus Huxley) el magnífico Dance of the Death o los un poco acomodaticios y demasiado progresivos A Matter of Life and Death y The Final Frontier. Pero esa es otra historia.




Esta entrada 666 tenía que estar dedicada a la banda que me descubrió el género musical que marcó mi adolescencia y que sigo escuchando actualmente aunque todo esté inventado y los grupos grandes estén ya cerca de la jubilación. En 1999 pude verlos en mi primer concierto en Madrid y en 2008 me reencontré con ellos en la gira Somewhere Back in Time en la que sólo tocaron sus clásicos de los años 80 (aunque nos regalaron ese Fear of the Dark que es sin lugar a dudas el mejor tema que compusieron durante los 90). Los Maiden son especiales para mí, forman parte de mi vida y son como de la familia, con un poco de suerte (y economía desahogada) iré a verlos al Sonisphere de este 2013 si no se tuerce la cosa. Y recordad que el que tenga inteligencia calcule el número de la bestia, porque es número de hombre. Su número es seiscientos sesenta y seis.