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lunes, 30 de julio de 2018

Hereditary



Título Original Hereditary (2018)
Director Ari Aster
Guión Ari Aster
Reparto Toni Collette, Gabriel Byrne, Alex Wolff, Milly Shapiro, Ann Dowd




Desde hace tiempo los aficionados al cine de terror nos encontramos una o dos veces al año con un largometraje vendido por ciertos sectores del público y la prensa especializada como la enésima “reinvención del género”. Supuestas obras maestras que por su originalidad, planteamiento y hallazgos visuales o narrativos merecen ese pintoresco y exagerado apelativo que en no pocas ocasiones es concedido con una ligereza del todo contraproducente. Por regla general los resultados no suelen ser para tanto y a veces llegan incluso a decepcionar como le sucedió a un servidor con La Bruja, el debut de Robert Eggers del que hablé por estos lares en su época de estreno. Pero también es cierto que piezas como las adscritas a las sagas Insidious, Expediente Warren (The Conjuring), muestras independientes controvertidas como The Lords of Salem o la más reciente Un Lugar Tranquilo han deparado más de una sorpresa a los amantes de esta clase de celuloide. Desde que tuviera su puesta de largo internacional en el Festival de Sundance del presente año, Hereditary, la ópera prima del cineasta estadounidense Ari Aster, pasó a engrosar las filas de estas supuestas producciones magistrales llegadas para cambiar los preceptos del tipo de films al que se adscriben gracias a la excelente acogida recibida en el certamen creado por Robert Redford y la efectiva publicidad vendiéndola como una película tan terrorífica como insoportable para cierto tipo de espectadores.




Vaya por delante que Hereditary no va a cambiar el futuro del cine de terror, no por su falta de virtudes, que sí las tiene y en grandes cantidades, sino por no descubrir nada nuevo y transitar lugares comunes reconocibles para el fandom tanto en los clásicos, como en muchas de las mejores muestras recientes, del género. De esta manera Ari Aster se alimenta de obras maestras como El Exorcista o La Semilla del Diablo (Rosemary’s Baby) así como de piezas contemporáneas del estilo de Babadook o las ya citadas The Lords of Salem y La Bruja diseñando un producto multirreferencial que a pesar de todo trata de buscar su propia voz. La trama del largometraje está protagonizada por la familia Graham, formada por un matrimonio y dos hijos, tomando como punto de partida el funeral de la abuela materna. Tras la defunción de la anciana iremos descubriendo la personalidad de estas cuatro personas entre las que encontramos a la matriarca Annie (Toni Collete) mujer con problemas psicológicos y aficionada a construir casas de muñecas, Steve (Gabriel Byrne) marido cariñoso y padre abnegado, Peter (Alex Wolff) hijo adolescente con largo historial de desencuentros con su madre y finalmente Charlie (Milly Shapiro) hija pequeña callada, taciturna y sombría, además de la única persona que echa de menos a la fallecida por haber compartido con ella estrechos lazos afectivos.




Más allá de este punto de partida y el perfil de los personajes adjuntado es conveniente no saber nada más de una obra como Hereditary poseedora de algunos giros de guión bestiales, sobre todo el que cambia radicalmente el tono de la propuesta de Ari Aster, tan efectistas como necesarios para que el guionista y director pueda fertilizar el terreno en el que trabajará después del ecuador del metraje. Con respecto a su labor detrás de las cámaras se antoja inconcebible un debutante con su soltura y control férreo de una puesta en escena brillante aprovechando todos los medios audiovisuales a su alcance para dar una factura bordeante en lo virtuoso a su ópera prima. El posicionamiento y los movimientos de la cámara, la cadencia de los encuadres, la pericia a la hora de construir escenas de verdadero terror sin necesidad de recurrir a los inefables jump scares y una utilización virtuosa de las maquetas construidas por Annie con la doble intención de ejecutar algunos planos vibrantes y dar forma a una alegoría que enfatiza los roles de “muñecos controlados por una fuerza mayor” en los que se convierten los protagonistas del largometraje son la demostración clara del talento de un muy prometedor artesano. De esta manera la labor como jefe de ceremonias de Ari Aster se revela como uno de los puntos más fuertes de Hereditary gracias a su talento para diseñar atmósferas transmisoras de genuino pavor sin la necesidad de caer en trucos de barraca de feria o efectismos reprobables.




En cuanto al guión de Hereditary, escrito íntegramente por su también director, ya hemos mencionado su escasa originalidad a la hora de buscar inspiración para construir una historia diferente sin adentrarse en caminos mil veces transitados. Todos los pecados cometidos por Ari Aster a la hora de ejecutar una amalgama de referencias con las que construir su relato sin dejar mucho espacio a la inventiva son perdonados el revelarse esa mixtura de homenajes sólo como la parte de un todo narrativo mucho más cohesionado y profundo con el que consigue equilibrar un cuento de terror mórbido, enfermizo y perverso por medio de la perfecta unión entre los resortes adscritos al género en el que se enmarca el largometraje y el drama más desgarrador encontrando a sus máximos valedores en los personajes que pueblan el mismo. Con más de una semejanza con la ya citada Babadook la ópera prima de Ari Aster utiliza su naturaleza genérica para ejecutar un retrato brillante sobre cómo la pérdida puede destruir desde dentro un núcleo familiar que sólo necesitaba un catalizador para desmoronarse como un castillo de naipes. Por medio de la alegoría y el omnipresente simbolismo el guionista y director recurre a la vertiente sobrenatural de su pieza para sustentar un tratado sobre la depresión y los trastornos mentales digno de elogio y estudio.




Aunque el trabajo de escritura y realización de Ari Aster es uno de los pilares maestros sobre el que se sustenta Hereditary es su reparto el encargado de elevar a la excelencia el conjunto de la obra gracias a su labor delante de las cámaras. Jamás hubiera imaginado un servidor después de haberla visto en decenas de películas que la australiana Toni Collette, no sólo podría dar vida a un papel tan extremo como el de Annie Graham, adentrándose con él en la tragedia más desgarrada aderezada con incómodos pasajes de humor negrísimo, sino ofrecer una mirada tan abrasiva y diabólica como para deparar a más de un espectador impresionable unas cuantas noches de insomnio. No le va a la zaga el animal herido al que da vida un superlativo Alex Wolff elaborando una criatura poliédrica, doliente, abordándola con una profesionalidad intachable y una intensidad no menos cruenta, haciendo saltar chispas en cada encuadre compartido con su progenitora en la ficción. Gabriel Byrne es nuestro ancla con la realidad, el personaje equivalente al raciocinio y la coherencia dentro de Hereditary acometido por el intérprete irlandés con una contención en las antípodas de sus dos citados compañeros de reparto. Finalmente mención especial para Milly Shapiro, actriz adolescente de físico peculiar, padece el Sídrome Treacher Collins, cuyos silencios, miradas y molesto sonido bucal se convierten en el alma de la película gracias a su entrega para ofrecer a la platea el miembro más importante de la familia Graham desde una perspectiva tanto terrenal como sobrenatural.




Hereditary está lejos de ser la “mejor película de terror de todos los tiempos” y ni siquiera alcanza a ser la obra maestra promulgada por unos cuantos, etiqueta esta que ha jugado en contra de sus humildes intenciones como pieza de género. Como producto cinematográfico no ha conectado con el público generalista que la ha recibido entre extrañado, confundido y decepcionado, pero para la prensa especializada y el aficionado al género en el que se enclava se revela brillante en muchos aspectos, suponiendo la recuperación de los mejores preceptos dentro de un celuloide de posesiones, casas encantadas y brujería viviendo actualmente una nueva edad de oro gracias a productoras como A24 o Blumhouse Productions, factorías preocupadas por ofrecer la perfecta combinación entre calidad y comercialidad para saciar el apetito goloso del fandom. El joven Ari Aster ha dado un fuerte puñetazo sobre la mesa con su debut detrás de las cámaras y ya prepara su nuevo proyecto como director, un film titulado Midsommer cuyo rodaje comenzará el ¡próximo mes de agosto centrándose en el folklore escandinavo (como sucedía en The Ritual, otra de las mejores horror movies del 2018) con una pareja de protagonistas viviendo unas peculiares y nada inofensivas vacaciones en Suecia. Esperemos que su olfato para elegir proyectos esté a la altura de su talento como narrador y no caiga en la trampa de convertirse en un engranaje más de la maquinaría hollywoodiense.



jueves, 30 de abril de 2015

Eyes Wide Shut, fear and desire



Título Original Eyes Wide Shut (1999)
Director Stanley Kubrick
Guión Frederic Raphael y Stanley Kubrick basado en la novela de Arthur Schnitzler
Actores Tom Cruise, Nicole Kidman, Sydney Pollack, Marie Richardson, Leelee Sobieski, Rade Serbedzija, Todd Field, Vinessa Shaw, Alan Cumming, Sky Dumont, Fay Masterson, Thomas Gibson, Madison Eginton, Louise J. Taylor, Stewart Thorndike






En Febrero de 1994 un servidor descubrió la figura del cineasta Stanley Kubrick. Por aquel entonces Canal + estrenaba en exclusiva y por primera vez en una cadena española, aunque fuera de pago, La Naranja Mecánica, el polémico film de 1971 con el que el director de 2001: Una Odisea del Espacio adaptaba la novela homónima de Anthony Burgess. Sería el 19 de ese mismo mes cuando se realizara la primera emisión de dicha obra en horario prime time y unos días antes el canal la publicitó con un anuncio de producción propia que dejó a un servidor brutalmente impactado cuando se lo encontró en televisión. Esas imágenes de jóvenes con bombines y máscaras dispuestos a violar a una mujer ante la impotente mirada de su marido, la paliza a un mendigo en un callejón abandonado o los gritos de Malcolm McDowell mientras era sometido al experimento Ludovico dejaron en vuestro redactor la huella cinematográfica más profunda de su vida, pasando gran parte de mi adolescencia sintiendo recelo y hasta miedo por todo material relacionado con la cinta que narraba las vivencias de Alex De Large y sus drugos,




Tendrían que pasar casi diez años para que un servidor viera por primera vez La Naranja Mecánica y cuando lo hice quedé completamente fascinado por su poderosa impronta, su maquiavélica ambigüedad y acabado magistral en todos sus apartados, convirtiéndose rápidamente en uno de mis largometrajes favoritos de todos los tiempos. Pero hasta que llegó aquel simbólico día pasé años interesándome por la obra del director de Atraco Perfecto (The Killing), viendo prácticamente toda su filmografía y viviendo con especial implicación dos importantes acontecimientos relacionados con su persona. Por un lado su prematuro fallecimiento en 1999 y por otro el estreno aquel mismo año del que supuso su testamento cinematográfico. Eyes Wide Shut. Con poco menos de 17 años de edad y formándome todavía como cinéfago pude vivir un evento que los fans de Kubrick de las posteriores generaciones no pudieron experimentar: Ser testimonio de la polémica, repercusión y pasión que acompañaba al estreno mundial de una obra del cineasta neoyorkino, por desgracia la última de ellas.




Inspirada libremente en Traumnovelle, una novela de 1929 escrita por el médico vienés Arthur Schnitzler tiulada en España, con mucho acierto, Relato Soñado, Eyes Wide Shut generó una destacable controversia incluso antes de su producción, algo común en relación con prácticamente todos los trabajos de Stanley Kubrick. Poco tiempo antes de que el film comenzara a rodarse diversos periódicos de tirada internacional lanzaron una noticia afirmando que el cineasta estaba totalmente recluido en su mansión inglesa y había perdido completamente la cabeza. Después de montar el film y haberlo presentado en pases para espectadores, productores y algunos periodistas comenzaron a oírse voces, y eso que por aquel entonces internet estaba casi en pañales de cara a los grandes consumidores, confirmando que la cinta protagonizada por Tom Cruise y Nicole Kidman era un dechado de pornografía y necrofilia y que por ello actores tan reputados como Harvey Keitel o Jennifer Jason Leigh habían abandonado su rodaje.




Cuando Eyes Wide Shut se estrenó dividió de manera instantánea tanto al público como a la crítica. Unos vieron un testamento cinematográfico a la altura de su visionario director y otros un film fallido y distante que confirmaba la supuesta inestabilidad mental de su autor. Un servidor la vio cuando salió editada en el desaparecido formato VHS y la ha revisionado en varios ocasiones, la más reciente hace unos días. La última obra del director de El Beso del Asesino es una obra fascinante, imperfecta, cerebral y en su interior, con sus virtudes y fallos, atesora todo el discurso autoral de su creador. Una obra a la altura de Kubrick que se mueve a placer entre la realidad y la fantasía diseccionado con gran pericia algunos de los temores intrínsecos en la naturaleza del ser humano de finales del siglo XX. Un trabajo que si bien no puede jugar en la misma liga que las grandes obras maestras del norteamericano sí se revela como una de las mejores películas de la década de los 90.




Tras asistir a una elegante fiesta organizada por Victor Ziegler (Sidney Pollack) en la que ambos han coqueteado con terceras personas, el Doctor Will Harford (Tom Cruise) y su mujer Alice (Nicole Kidman) hablan, porro de marihuana mediante, de amor e infidelidad. Cuando el médico afirma a su esposa que la cree incapaz de acostarse con otro hombre ella le confiesa que estuvo a punto de abandonarle a él y a su hija pequeña por escaparse con un apuesto marine al que no conocía de nada. Impactado por las declaraciones de su cónyuge Will se introducirá a lo largo de 24 horas en una espiral de obsesión por ser infiel a Alice que le llevará a ingresar en una peligrosa organización secreta en la que será acogido como intruso y amenazado de muerte tanto él como su familia. Pero a pesar de las advertencias el el Doctor Hardford no abandonará la idea de formar parte de tan misteriosa congregación entregada al hedonismo, la lujuria y demás desconocidos placeres terrenales.




Al igual que otros films como La Posesión, de Andrzej Zulawski Anticristo, de Lars Von Trier o Crash, de David Cronenberg, Eyes Wide Shut es una obra que disecciona esa institución llamada matrimonio. El testamento de Staney Kubrick toma como punto de partida una historia que podía haber abordado fácilmente el sueco Ingmar Bergman, para llevarla completamente a su terreno repleto de misantropía existencial, gelidez formal y milimétrica concepción del lenguaje cinematográfico. La carta de despedida del director de La Chaquete Metálica parece moverse dentro de una ensoñación, pero no desde su arranque, sino desde el mismo momento en el que Alice confiesa su secreto a Will. Ese es el punto de ruptura en el que Eyes Wide Shut parece entregarse a una historia que aparenta tener lugar en un onírico mundo paralelo en el que nuestro guía es el mismo protagonista interpretado por Tom Cruise.




Esta visión de la realidad entre teatral, alegórica y pesadillesca queda patente desde el mismo momento en el que el Doctor Hardford toma el primer taxi y comienza a tener visiones de su mujer siéndole infiel con el supuesto desconocido con el que tenía intención de escaparse. A partir de ahí una concatenación de situaciones forzosas y poco realistas, es curioso que todas las mujeres con las que se encuentra el protagonista le deseen sexualmente o se dejen seducir por él, la teatralidad de algunas situaciones (esas escenas de sexo en la orgía que tienen mucho de impostura y poco de verdadera sensualidad) o lugares (el enorme decorado emulando una New York que en ocasiones no parece tal) la presencia casi simbólica de roles secundarios (los presentes en la mansión donde la congregación secreta realiza sus rituales y bacanales sexuales) apoyan la teoría que confirma a Eyes Wide Shut como una alucinación por parte de una mente obsesionada con la infildelidad no consumada de su esposa, confesada esta, para colmo, en un estado de poca fiabilidad tras fumar marihuana.




Dicha idea es la que vertebra la trama central del largometraje y la que le permite tomar forma y desarrollarse. Como hemos mencionado previamente Eyes Wide Shut disecciona las dudas de carácter existencial, moral o social a las que aboca el matrimonio, pero es sobre todo su análisis sobre la debilidad e inseguridad del género masculino el que acierta de pleno a la hora de retratar e vacío vital al que se entregó el hombre que se forjó en las postrimerías del siglo XX y dio la bienvenida al XXI. Toda la seguridad, firmeza y soberbia de una persona tan metódica como el Doctor Hardford se viene abajo con un sencillo comentario por parte de su esposa confirmándole que realmente no la conoce tan bien como creía, casi haciéndole ver que vive con una total desconocida o esa al menos es la excusa a la que se aferra para, de la manera más infantil y despechada posible, devolverle el golpe a su mujer intentando por todos los medios serle infiel, dando a entender que a ojos del protagonista una fantasía es equiparable en gravedad a un acto físico de adulterio, el que finalmente él tampoco llega nunca a consumar.




Hace un par de entradas elogiaba le entrega de Tom Cruise como actor aunque sus aptitudes interpretativas fueran limitadas. En Eyes Wide Shut debemos afirmar que, aún cumpliendo sobradamente su cometido, está un poco por debajo de lo que se espera de él. Esta sentencia es curiosa si tenemos en cuenta que Stanley Kubrick era uno de esos pocos directores que exprimía hasta lo inmoral a sus casting para que desde la estrellla de relumbrón hasta el novato que nunca se había puesto delante de una cámara lo diera todo para que en pantalla pareciera haber nacido para dar vida a ese rol en concreto. En ocasiones al actor de Top Gun o Un Horizonte Muy Lejano parece perdido a la hora de abordar su personaje y aunque lo llena de miradas milimétricamente definidas, esa de terror cuando encuentra la máscara en la cama de matrimonio, y mucha presencia, le falta verdad a su criatura para que la platea se implique al 100% con sus aciertos y errores, los mismos que le pueden costar la vida a él y a los suyos.




Otro de los motivos por los que Tom Cruise no brilla lo suficiente en pantalla es por culpa de la que por aquel entonces era su mujer. Aunque el largometaje fue recibido con disparidad de opiniones en 1999 todo el mundo consensuó que lo mejor de Eyes Wide Shut era la interpretación de Nicole Kidman. Kubrick ofreció por fin a la actriz asutraliana uno de esos papeles con los que se creció (tres años antes ya dio un soberbio recital en Retrato de Una Dama, la adaptación que Jane Campion hizo de la novela homónima de Henry James, pero el poco éxito del film solapó su excelente labor interpretativa) demostrando ser una de las mejores actrices de su generación y una de las más bellas, si tenemos en cuenta que nunca ha estado más guapa que en la primera media hora de metraje de la cinta que nos ocupa, en la que por cierto luce uno de los vestidos más elegantes que un servidor ha visto en su vida. Decir que después de ver esta película Kidman se convirtió en mi actriz fetiche durante años y motivo suficiente para desembolsar dinero por films que ella protagonizaba sin interesarme lo más mínimo como obras cinematográficas es otra historia que aquí no tiene cabida, por ahora.




La protagonista de La Brújula Dorada o Moulin Rouge aborda el posiblemente mejor rol femenino de la carrera de Stanley Kubrick. Curiosamente después de confesarse delante de su marido su personaje desaparece casi por completo de la historia pero su presencia torna en ubicua y su sombra sobrevuela todo el metraje del film hasta ese final en el que vuelve a cobrar capital importancia en un plano físico. Esto es debido a que la ex mujer de Tom Cruise aprovecha cada segundo que tiene en pantalla para devorar tanto a este ultimo como al encuadre en cuanto el mismo repara en su presencia por mediación de Kubrick. Llama la atención que su personaje se haga grande cuando está bajo los efectos tanto del alcohol como de la marihuana ya que dichos momentos son en los que la Virginia Woolf de Las Horas entrega más verismo y demuestra saber manejarse ante la presencia de hombres que tratan de seducirla o minimizar su personalidar hasta el mínimo exponente sin conseguirlo. A partir de su labor en Eyes Wide Shut a Kidman se la miró de otra manera, dejó de ser la "mujer de" y los directores comenzaron a rifarsela para protagonizar sus películas. Luego llegó el botox y todo cambió, aunque desde hace unos años parece que ha abandonado, por suerte, su adicción a la cirugía.




Con respecto al trabajo de escritura Kubrick volvió a recurrir, como hacía habitualmente, a un co guionista de consumado talento, en esta ocasión Frederic Raphael (Dos en la Carretera, Lejos del Mundanal Ruido) para llevar a imágenes el libro de Arthur Schnitzler. La labor de ambos autores es magnífica, sabiendo equilibrar el tempo narrativo y dosificar la intriga, el erotismo o la cotidianeidad de unos personajes a los que nunca dejan de lado viéndose envueltos en una situación que de manera latente los lleva a enfrentarse a situaciones extremas. También saben añadir pequeñas dosis de información sobre esa organización, que bebe tanto de la masonería como de los inefables Illuminati, sobre la que gira todo el entramado del film y que ya se ocupa el realizador de poner en escena con su fuerza habitual. El mismo Raphael escribió un ensayo titulado Aquí Kubrick en el que habló de lo que supuso para él la experiencia de escribir Eyes Wide Shut junto al cineasta de Fear and Desire. Trabajo que un servidor no ha podido leer pero que en su momento no agradó a la familia del director.




En cuanto a las labores de dirección parece como si Kubrick supiera que se enfrentaba a su último film y puebla esta Eyes Wide Shut de referencias, intencionadas o no, a gran parte de su filmografía, haciendo paradas en sus obras más características y reconocidas. Esos pandilleros que se enfrentan a Will en la calle remitiendo a La Naranja Mecánica, el cartel publicitario con el apellido Bowman que pertenece al astronauta de 2001: Una Odisea del Espacio, la mansión de la organización secreta que podría haber salido fácilmente de Barry Lyndon o cuyos exteriores y algunos salones recuerdan a los del hotel Overlook de El Resplandor, los juegos de luces y sombras en la casa de los Hardford que nos retrotraen a El Beso del Asesino o Atraco Perfecto y el breve rol de Leelee Sobieski, que es una referencia clara y directa a la Lolita a la que dio vida Sue Lyon en el largometraje homónimo de 1962 adaptando la célebre novela del escritor Vladimir Nabokov.




Ya en el plano técnico los tres años de preparación requeridos para la producción de Eyes Wide Shut nos confirman que Kubrick seguía siendo el mismo maniático perfeccionista de siempre. Cada plano, cada encuadre, cada travelling, movimiento de steadycam o zoom seguramente se repitió decenas de veces y por ello la puesta en escena personalísima, fluida, minuciosa, propia del director de Espartaco siempre está en pantalla, dominando los decorados, los espacios, la profundidad de campo, la labor de los actores o el uso de la música que ayuda a crear esa atmósfera misteriosa y amenazante ragalándonos pasajes inolvidables como el del primer ritual de desnudez de la secta, el desenmascaramiento del Doctor Hardford rodeado por esas máscaras fellinianas de ojos devorados por una profunda negrura o los paseos callejeros que lleva a cabo el protagonista para intentar atenuar ese pensamiento cuya poderosa abstracción merma su sentido común y raciocinio, confirmando que el maestro se encontraba en forma y en pleno uso de sus facultades mentales y profesionales.




Eyes Wide Shut trajo tras de sí muchas aciertos, algunos hasta memorables. Por un lado supuso una despedida a la altura de su creador, por polémica, controvertida, talentosa, como todo material que tocaba en calidad de autor. Por otro supuso el canto de cisne de Tom Cruise como persona pública con raciocinio, ya que antes de saltar sobre el sofá del programa de Ophra Winfrey gritando el nombre de su, por aquel entonces, mujer o hacer declaraciones cada vez más estúpidas sobre su idolatrada cienciología demostró ser un verdadero amigo de Kubrick cuando luchó contra viento y marea para que no se cortara un sólo segundo del metraje que este había aprobado, aunque en Estados Unidos se retocó digitalmente algún plano de la orgía, pero ya sabemos como son los americanos con esa aberración llamada sexo. Por último demostró que, a pesar de su fama de ogro con los intérpretes, actores como Leelee Sobieski, Vinesha Shaw, Alan Cumming, Rade Serbedzija o los también directores Sydney Pollack y Todd Field, bebían los vientos por trabajar con Stanley, algo que finalmente consiguieron.




En cuanto a mí, Eyes Wide Shut, esta obra cuya inadecuada disección puede revelarla como un simple relato moral sobre los peligros del adulterio, la conversación final con ese "fuck" a modo de eptitafio filmográfico por parte del director quita hierro a esta teoría, cuando es mucho más que eso, supuso la confirmación de mi romance con uno de mis directores favoritos de todos los tiempos. Aquel que me descubrió todo un mundo lleno de nuevos caminos transitables en el plano cinematográfico, el mismo por el que hace poco hice un viaje para ver por primera vez en pantalla grande su obra magna, 2001: A Space Odyssey, viviendo con ello una de las experiencias cinéfilas más intensas de mi vida, y el que me enseñó que los mejores creadores son los que se reinventan en cada nuevo libro, los que componen su última nota musical como si fuera la mejor de su carrera, los que nunca pintan el mismo cuadro, pero hacen que su personalidad y visión pueda reconocerse fácilmente por el ojo que sepa ver lo que hay más allá de la órbita de júpiter.



viernes, 19 de julio de 2013

The Master, I'm pulling your strings



Título Original The Master (2012)
Director Paul Thomas Anderson
Guión Paul Thomas Anderson
Actores Joaquin Phoenix, Philip Seymour Hoffman, Amy Adams, Laura Dern, Kevin J. O'Connor, Rami Malek, Jesse Plemons, Fiona Dourif, David Warshofsky, Lena Endre, Ambyr Childers





Junto a cineastas como Christopher Nolan, Darren Aronofsky o David Fincher el norteamericano Paul Thomas Anderson es una de las voces más personales e interesantes del Hollywood actual. Si bien con su ópera prima Hard Eight pasó bastante desapercibido ya con su segunda cinta, Boogie Nights, biopic no reconocido sobre el mítico actor del cine pornográfico John Holmes cuyo germen es un falso documental llamado The Dirk Diggler Story rodado por el director en 1988, que no dejaba de ser un homenaje al celuloide para adultos en particular y al séptimo arte en general, dio mucho que hablar. Dos años después, en 1999, estrenó la que para un servidor es su obra maestra, Magnolia, poderoso relato coral de mirada poliédrica sobre el azar en el que parecían darse la mano los mejores Martin Scorsese y Robert Altman.




Tras este éxito (sobre todo de crítica) se desmarcó realizando una entrañable comedia romántica titulada Punch-Drunk Love, protagonizada por el mejor Adam Sandler de la historia (¿el único?) y una adorable Emily Watson. Ya en 2007 estrenó There Will Be Blood psicodrama sobre Daniel Plainview, un ambicioso magnate del petroleo interpretado por un Daniel Day Lewis que deovaraba la cámara y al espectador. Con todo el largometraje no cumplió todas mis expectativas porque a un arranque digno de los mejores Stanley Kubrick o Terrence Malick y un nudo consistente así como lleno de interés se contraponía un desenlace renqueante en el que el guión y el montaje hacían aguas por culpa de unas bruscas elipsis narrativas y los actos un tanto ridículos por parte de los personajes.




Poco después de la puesta de largo internacional de la cinta terriblemente rebautizada en España como Pozos de Ambición (Angela Channing sonríe desde su tumba) en Hollywood empezó a hacerse eco la noticia de que el próximo proyecto de Thomas Anderson iba a ser un biopic sobre L. Ron. Hubbard, fundador de la iglesia de la cienciología. Evidentemente el cineasta no iba a usar el nombre real del artífice de la religión que profesan John Travolta, Tom Cruise o Forest Whitaker ni de sus familiares, evitando así acabar con sus huesos en los tribunales, pero queda bastante claro en The Master que nos habla de los enemigos de Xenu. Pero lo curioso es que el tema principal del film no es ni esta secta ni sus acólitos ya que los mismos son medios para llegar a otro fin bastante más profundo e interesante por parte del director.




Freddie Quell (Joaquin Phoenix) es un veterano de la Segunda Guerra Mundial inestable y obsesivo que se gana la vida como fotógrafo en unos grandes almacenes y destilando su propio alcohol. Un día conoce a Lancaster Dodd (Philip Seymour Hoffman) persuasivo líder de una nueva religión llamada la Causa que empieza a tener un considerable eco en los Estados Unidos de la década de los 50. Con el tiempo Freddie se convertirá en la mano derecha de Lancaster y una pieza importante dentro de la secta, pero su turbia relación con el creador de la misma y la influencia que en este ejerce su esposa Peggy (Amy Adams) volverán a Freddie  más inestable psicológicamente llegando a convertirlo en una persona peligrosa y demente.




La sexta película de Paul Thomas Anderson es extraña y esa sensación es la que transmite al espectador. Es una obra imperfecta pero con momentos remarcables en su interior. El apartado técnico es notable y el reparto no puede llegar a cotas de talento más altas que las que expone en pantalla, pero al igual que en gran parte de There Will Be Blood la inconsistencia del guión juega en contra del cineasta y su criatura fílmica. En ocasiones el director no parece saber a ciencia cierta de qué nos quiere hablar o si lo sabe se anda con demasiados rodeos e interjecciones argumentales que sólo sirven para dispersar el conjunto del largometraje.




Pero aunque la estructura del libreto acentúa la inconsistencia como obra cinematográfica de The Master la profundidad del mismo se revela como uno de los mayores aciertos del proyecto. Ya que todo aquel que se acerque a la cinta que nos ocupa en busca de un retrato analítico e intenso de la cienciología o las sectas en particular se llevará una considerable decepción. Thomas Anderson usa esta amalgama de religiones (hay tanto de cienciologa como de otras, mismamente la de los Testigos de Jehová) al fundador de la misma y a sus seguidores como un acertado MacGuffin para realizar un retrato nihilista, duro e inmisericorde sobre la psicología humana.




Porque ahí es donde más fuerte se hace The Master, en el análisis de sus personajes, en cómo el director y guionista taladra en la mente del norteamericano de la posguerra y sobre todo triunfa a la hora de hacer un retrato sobre la dependencia, la manipulación y la inestabilidad mental de sus criaturas. El título del largometraje es todo un acierto porque el mismo no tiene género. ¿Es Lancaster el maestro al que se refiere el título, lo es Freddie con el que el líder de la Causa tiene una relación de toxicidad tanto intelectual como existencial en la que la simbiosis es un hecho o nos habla de Peggy, esa mujer manipuladora y en la sombra (enorme la escena de la masturbación) que dice qué debe hacer a su marido en todo momento?. 




Este es el tema que interesa a Thomas Anderson, la debilidad humana y sus miserias aunque si el director de Boogie Nights consigue llevar a buen puerto tal empresa es porque tiene un reparto en general y un protagonista en particular que le ofrecen en bandeja de plata el 80% la película con sus descomunales trabajos. Porque Philip Seymour Hoffman tiene el carisma, la presencia, la voz y la fuerza para encarnar a ese líder lavacerebros, manipulador, megalómano que mira por encima del hombro al prójimo y Amy Adams oculta detrás de su delicada figura una víbora malsana que mueve los hilos de su marioneta entre bambalinas sin que nadie lo sepa, dejando verse con este rol y el del resto de mujeres de la velada (busconas, manipuladoras, promiscuas) cierto tufo misógino en la obra que queda camuflado (intencionadamente o no) cuando vemos que independientemente del género todas las criaturas que pueblan The Master carecen de bondad.




Pero lo de Joaquin Phoenix ya es harina de otro costal. Decir a estas alturas que es posiblemente el mejor actor vivo del cine contemporáneo es innecesario, ahí tenemos cosas como I'm Still Here para confirmarlo, pero que se supera con cada creación es sencillamente incontestable. Freddie Quell es uno de los personajes más perturbadores que he visto en el cine reciente, el hermano del malogrado River Phoenix (al que hace años que superó como actor y eso que aquel tampoco andaba falto de talento) se ciñe la piel de una criatura bífida, reptante que huele a lascivia, a demencia y que transmite miedo porque nunca sabemos cuál va a ser su próxima locura. 




El actor de Gladiator se entrega tanto en su cometido que llega a dar y recibir golpes reales (enorme su ataque en la celda) dentro de su actuación (el método Stanislavski le queda pequeño a este señor) a dañarse físicamente, pero nunca a excederse o introducirse en la sobreactuación. Aunque entre tanto pensamiento enfermizo, hasta de violador en potencia, yace acurrucado en un rincón oscuro un pobre niño inocente, destrozado por una vida terrible y su paso por la guerra, un crío que no para de reírse (cuando el espectador es consciente de que cada una de esas carcajadas equivale a una lágrima que no puede derramar) y de vivir con lo puesto recordando un amor de adolescencia que nunca podrá recuperar. 




Este infante asustado que es Freddie sólo da la cara cuando se enfrenta a Lancaster, porque sin duda las sesiones que ambos comparten son lo mejor de The Master, un desfile de clases de interpretación de altos vuelos en las que la química explota en pantalla entre dos actores prodigiosos teniendo su culmen con esa canción y esa lágrima que por fin puede recorrer un rostro arrugado y lleno de surcos que son como el mapa de una vida miserable. Sólo por el tour de force interpretativo entre Seymour Hoffman y Phoenix y por el descarnado trabajo de este último tanto en el plano físico como el psicológico la última cinta de Paul Thomas Anderson merece no ser ignorada.




Menos consistente como largometraje que como dirección de actores o análisis de personajes The Master no consigue llegar a la excelencia a la que nos tiene acostumbrados su director, ni siquiera su poderosa inventiva con la cámara se deja ver más allá de un par de planos secuencia (el de la pelea con el cliente en el centro comercial es brillante) y como con There Will Be Blood (puede que un poco más) no me quedo del todo satisfecho con el film. Pero su visionado se antoja casi obligatorio sólo por ver a dos fuerzas de la naturaleza enfrentadas delante del entomólogo objetivo del director de Magnolia, el mismo que nos ofrece con la obra que nos ocupa uno de los retratos más acertados, incómodos e incisivos sobre la amoralidad humana.