Título Original Eyes Wide Shut (1999)
Director Stanley Kubrick
Guión Frederic Raphael y Stanley Kubrick basado en la novela de Arthur Schnitzler
Actores Tom Cruise, Nicole Kidman, Sydney Pollack, Marie Richardson, Leelee Sobieski, Rade Serbedzija, Todd Field, Vinessa Shaw, Alan Cumming, Sky Dumont, Fay Masterson, Thomas Gibson, Madison Eginton, Louise J. Taylor, Stewart Thorndike
En Febrero de 1994 un servidor descubrió la figura del cineasta Stanley Kubrick. Por aquel entonces Canal + estrenaba en exclusiva y por primera vez en una cadena española, aunque fuera de pago, La Naranja Mecánica, el polémico film de 1971 con el que el director de 2001: Una Odisea del Espacio adaptaba la novela homónima de Anthony Burgess. Sería el 19 de ese mismo mes cuando se realizara la primera emisión de dicha obra en horario prime time y unos días antes el canal la publicitó con un anuncio de producción propia que dejó a un servidor brutalmente impactado cuando se lo encontró en televisión. Esas imágenes de jóvenes con bombines y máscaras dispuestos a violar a una mujer ante la impotente mirada de su marido, la paliza a un mendigo en un callejón abandonado o los gritos de Malcolm McDowell mientras era sometido al experimento Ludovico dejaron en vuestro redactor la huella cinematográfica más profunda de su vida, pasando gran parte de mi adolescencia sintiendo recelo y hasta miedo por todo material relacionado con la cinta que narraba las vivencias de Alex De Large y sus drugos,
Tendrían que pasar casi diez años para que un servidor viera por primera vez La Naranja Mecánica y cuando lo hice quedé completamente fascinado por su poderosa impronta, su maquiavélica ambigüedad y acabado magistral en todos sus apartados, convirtiéndose rápidamente en uno de mis largometrajes favoritos de todos los tiempos. Pero hasta que llegó aquel simbólico día pasé años interesándome por la obra del director de Atraco Perfecto (The Killing), viendo prácticamente toda su filmografía y viviendo con especial implicación dos importantes acontecimientos relacionados con su persona. Por un lado su prematuro fallecimiento en 1999 y por otro el estreno aquel mismo año del que supuso su testamento cinematográfico. Eyes Wide Shut. Con poco menos de 17 años de edad y formándome todavía como cinéfago pude vivir un evento que los fans de Kubrick de las posteriores generaciones no pudieron experimentar: Ser testimonio de la polémica, repercusión y pasión que acompañaba al estreno mundial de una obra del cineasta neoyorkino, por desgracia la última de ellas.
Inspirada libremente en Traumnovelle, una novela de 1929 escrita por el médico vienés Arthur Schnitzler tiulada en España, con mucho acierto, Relato Soñado, Eyes Wide Shut generó una destacable controversia incluso antes de su producción, algo común en relación con prácticamente todos los trabajos de Stanley Kubrick. Poco tiempo antes de que el film comenzara a rodarse diversos periódicos de tirada internacional lanzaron una noticia afirmando que el cineasta estaba totalmente recluido en su mansión inglesa y había perdido completamente la cabeza. Después de montar el film y haberlo presentado en pases para espectadores, productores y algunos periodistas comenzaron a oírse voces, y eso que por aquel entonces internet estaba casi en pañales de cara a los grandes consumidores, confirmando que la cinta protagonizada por Tom Cruise y Nicole Kidman era un dechado de pornografía y necrofilia y que por ello actores tan reputados como Harvey Keitel o Jennifer Jason Leigh habían abandonado su rodaje.
Cuando Eyes Wide Shut se estrenó dividió de manera instantánea tanto al público como a la crítica. Unos vieron un testamento cinematográfico a la altura de su visionario director y otros un film fallido y distante que confirmaba la supuesta inestabilidad mental de su autor. Un servidor la vio cuando salió editada en el desaparecido formato VHS y la ha revisionado en varios ocasiones, la más reciente hace unos días. La última obra del director de El Beso del Asesino es una obra fascinante, imperfecta, cerebral y en su interior, con sus virtudes y fallos, atesora todo el discurso autoral de su creador. Una obra a la altura de Kubrick que se mueve a placer entre la realidad y la fantasía diseccionado con gran pericia algunos de los temores intrínsecos en la naturaleza del ser humano de finales del siglo XX. Un trabajo que si bien no puede jugar en la misma liga que las grandes obras maestras del norteamericano sí se revela como una de las mejores películas de la década de los 90.
Tras asistir a una elegante fiesta organizada por Victor Ziegler (Sidney Pollack) en la que ambos han coqueteado con terceras personas, el Doctor Will Harford (Tom Cruise) y su mujer Alice (Nicole Kidman) hablan, porro de marihuana mediante, de amor e infidelidad. Cuando el médico afirma a su esposa que la cree incapaz de acostarse con otro hombre ella le confiesa que estuvo a punto de abandonarle a él y a su hija pequeña por escaparse con un apuesto marine al que no conocía de nada. Impactado por las declaraciones de su cónyuge Will se introducirá a lo largo de 24 horas en una espiral de obsesión por ser infiel a Alice que le llevará a ingresar en una peligrosa organización secreta en la que será acogido como intruso y amenazado de muerte tanto él como su familia. Pero a pesar de las advertencias el el Doctor Hardford no abandonará la idea de formar parte de tan misteriosa congregación entregada al hedonismo, la lujuria y demás desconocidos placeres terrenales.
Al igual que otros films como La Posesión, de Andrzej Zulawski Anticristo, de Lars Von Trier o Crash, de David Cronenberg, Eyes Wide Shut es una obra que disecciona esa institución llamada matrimonio. El testamento de Staney Kubrick toma como punto de partida una historia que podía haber abordado fácilmente el sueco Ingmar Bergman, para llevarla completamente a su terreno repleto de misantropía existencial, gelidez formal y milimétrica concepción del lenguaje cinematográfico. La carta de despedida del director de La Chaquete Metálica parece moverse dentro de una ensoñación, pero no desde su arranque, sino desde el mismo momento en el que Alice confiesa su secreto a Will. Ese es el punto de ruptura en el que Eyes Wide Shut parece entregarse a una historia que aparenta tener lugar en un onírico mundo paralelo en el que nuestro guía es el mismo protagonista interpretado por Tom Cruise.
Esta visión de la realidad entre teatral, alegórica y pesadillesca queda patente desde el mismo momento en el que el Doctor Hardford toma el primer taxi y comienza a tener visiones de su mujer siéndole infiel con el supuesto desconocido con el que tenía intención de escaparse. A partir de ahí una concatenación de situaciones forzosas y poco realistas, es curioso que todas las mujeres con las que se encuentra el protagonista le deseen sexualmente o se dejen seducir por él, la teatralidad de algunas situaciones (esas escenas de sexo en la orgía que tienen mucho de impostura y poco de verdadera sensualidad) o lugares (el enorme decorado emulando una New York que en ocasiones no parece tal) la presencia casi simbólica de roles secundarios (los presentes en la mansión donde la congregación secreta realiza sus rituales y bacanales sexuales) apoyan la teoría que confirma a Eyes Wide Shut como una alucinación por parte de una mente obsesionada con la infildelidad no consumada de su esposa, confesada esta, para colmo, en un estado de poca fiabilidad tras fumar marihuana.
Dicha idea es la que vertebra la trama central del largometraje y la que le permite tomar forma y desarrollarse. Como hemos mencionado previamente Eyes Wide Shut disecciona las dudas de carácter existencial, moral o social a las que aboca el matrimonio, pero es sobre todo su análisis sobre la debilidad e inseguridad del género masculino el que acierta de pleno a la hora de retratar e vacío vital al que se entregó el hombre que se forjó en las postrimerías del siglo XX y dio la bienvenida al XXI. Toda la seguridad, firmeza y soberbia de una persona tan metódica como el Doctor Hardford se viene abajo con un sencillo comentario por parte de su esposa confirmándole que realmente no la conoce tan bien como creía, casi haciéndole ver que vive con una total desconocida o esa al menos es la excusa a la que se aferra para, de la manera más infantil y despechada posible, devolverle el golpe a su mujer intentando por todos los medios serle infiel, dando a entender que a ojos del protagonista una fantasía es equiparable en gravedad a un acto físico de adulterio, el que finalmente él tampoco llega nunca a consumar.
Hace un par de entradas elogiaba le entrega de Tom Cruise como actor aunque sus aptitudes interpretativas fueran limitadas. En Eyes Wide Shut debemos afirmar que, aún cumpliendo sobradamente su cometido, está un poco por debajo de lo que se espera de él. Esta sentencia es curiosa si tenemos en cuenta que Stanley Kubrick era uno de esos pocos directores que exprimía hasta lo inmoral a sus casting para que desde la estrellla de relumbrón hasta el novato que nunca se había puesto delante de una cámara lo diera todo para que en pantalla pareciera haber nacido para dar vida a ese rol en concreto. En ocasiones al actor de Top Gun o Un Horizonte Muy Lejano parece perdido a la hora de abordar su personaje y aunque lo llena de miradas milimétricamente definidas, esa de terror cuando encuentra la máscara en la cama de matrimonio, y mucha presencia, le falta verdad a su criatura para que la platea se implique al 100% con sus aciertos y errores, los mismos que le pueden costar la vida a él y a los suyos.
Otro de los motivos por los que Tom Cruise no brilla lo suficiente en pantalla es por culpa de la que por aquel entonces era su mujer. Aunque el largometaje fue recibido con disparidad de opiniones en 1999 todo el mundo consensuó que lo mejor de Eyes Wide Shut era la interpretación de Nicole Kidman. Kubrick ofreció por fin a la actriz asutraliana uno de esos papeles con los que se creció (tres años antes ya dio un soberbio recital en Retrato de Una Dama, la adaptación que Jane Campion hizo de la novela homónima de Henry James, pero el poco éxito del film solapó su excelente labor interpretativa) demostrando ser una de las mejores actrices de su generación y una de las más bellas, si tenemos en cuenta que nunca ha estado más guapa que en la primera media hora de metraje de la cinta que nos ocupa, en la que por cierto luce uno de los vestidos más elegantes que un servidor ha visto en su vida. Decir que después de ver esta película Kidman se convirtió en mi actriz fetiche durante años y motivo suficiente para desembolsar dinero por films que ella protagonizaba sin interesarme lo más mínimo como obras cinematográficas es otra historia que aquí no tiene cabida, por ahora.
La protagonista de La Brújula Dorada o Moulin Rouge aborda el posiblemente mejor rol femenino de la carrera de Stanley Kubrick. Curiosamente después de confesarse delante de su marido su personaje desaparece casi por completo de la historia pero su presencia torna en ubicua y su sombra sobrevuela todo el metraje del film hasta ese final en el que vuelve a cobrar capital importancia en un plano físico. Esto es debido a que la ex mujer de Tom Cruise aprovecha cada segundo que tiene en pantalla para devorar tanto a este ultimo como al encuadre en cuanto el mismo repara en su presencia por mediación de Kubrick. Llama la atención que su personaje se haga grande cuando está bajo los efectos tanto del alcohol como de la marihuana ya que dichos momentos son en los que la Virginia Woolf de Las Horas entrega más verismo y demuestra saber manejarse ante la presencia de hombres que tratan de seducirla o minimizar su personalidar hasta el mínimo exponente sin conseguirlo. A partir de su labor en Eyes Wide Shut a Kidman se la miró de otra manera, dejó de ser la "mujer de" y los directores comenzaron a rifarsela para protagonizar sus películas. Luego llegó el botox y todo cambió, aunque desde hace unos años parece que ha abandonado, por suerte, su adicción a la cirugía.
Con respecto al trabajo de escritura Kubrick volvió a recurrir, como hacía habitualmente, a un co guionista de consumado talento, en esta ocasión Frederic Raphael (Dos en la Carretera, Lejos del Mundanal Ruido) para llevar a imágenes el libro de Arthur Schnitzler. La labor de ambos autores es magnífica, sabiendo equilibrar el tempo narrativo y dosificar la intriga, el erotismo o la cotidianeidad de unos personajes a los que nunca dejan de lado viéndose envueltos en una situación que de manera latente los lleva a enfrentarse a situaciones extremas. También saben añadir pequeñas dosis de información sobre esa organización, que bebe tanto de la masonería como de los inefables Illuminati, sobre la que gira todo el entramado del film y que ya se ocupa el realizador de poner en escena con su fuerza habitual. El mismo Raphael escribió un ensayo titulado Aquí Kubrick en el que habló de lo que supuso para él la experiencia de escribir Eyes Wide Shut junto al cineasta de Fear and Desire. Trabajo que un servidor no ha podido leer pero que en su momento no agradó a la familia del director.
En cuanto a las labores de dirección parece como si Kubrick supiera que se enfrentaba a su último film y puebla esta Eyes Wide Shut de referencias, intencionadas o no, a gran parte de su filmografía, haciendo paradas en sus obras más características y reconocidas. Esos pandilleros que se enfrentan a Will en la calle remitiendo a La Naranja Mecánica, el cartel publicitario con el apellido Bowman que pertenece al astronauta de 2001: Una Odisea del Espacio, la mansión de la organización secreta que podría haber salido fácilmente de Barry Lyndon o cuyos exteriores y algunos salones recuerdan a los del hotel Overlook de El Resplandor, los juegos de luces y sombras en la casa de los Hardford que nos retrotraen a El Beso del Asesino o Atraco Perfecto y el breve rol de Leelee Sobieski, que es una referencia clara y directa a la Lolita a la que dio vida Sue Lyon en el largometraje homónimo de 1962 adaptando la célebre novela del escritor Vladimir Nabokov.
Ya en el plano técnico los tres años de preparación requeridos para la producción de Eyes Wide Shut nos confirman que Kubrick seguía siendo el mismo maniático perfeccionista de siempre. Cada plano, cada encuadre, cada travelling, movimiento de steadycam o zoom seguramente se repitió decenas de veces y por ello la puesta en escena personalísima, fluida, minuciosa, propia del director de Espartaco siempre está en pantalla, dominando los decorados, los espacios, la profundidad de campo, la labor de los actores o el uso de la música que ayuda a crear esa atmósfera misteriosa y amenazante ragalándonos pasajes inolvidables como el del primer ritual de desnudez de la secta, el desenmascaramiento del Doctor Hardford rodeado por esas máscaras fellinianas de ojos devorados por una profunda negrura o los paseos callejeros que lleva a cabo el protagonista para intentar atenuar ese pensamiento cuya poderosa abstracción merma su sentido común y raciocinio, confirmando que el maestro se encontraba en forma y en pleno uso de sus facultades mentales y profesionales.
Eyes Wide Shut trajo tras de sí muchas aciertos, algunos hasta memorables. Por un lado supuso una despedida a la altura de su creador, por polémica, controvertida, talentosa, como todo material que tocaba en calidad de autor. Por otro supuso el canto de cisne de Tom Cruise como persona pública con raciocinio, ya que antes de saltar sobre el sofá del programa de Ophra Winfrey gritando el nombre de su, por aquel entonces, mujer o hacer declaraciones cada vez más estúpidas sobre su idolatrada cienciología demostró ser un verdadero amigo de Kubrick cuando luchó contra viento y marea para que no se cortara un sólo segundo del metraje que este había aprobado, aunque en Estados Unidos se retocó digitalmente algún plano de la orgía, pero ya sabemos como son los americanos con esa aberración llamada sexo. Por último demostró que, a pesar de su fama de ogro con los intérpretes, actores como Leelee Sobieski, Vinesha Shaw, Alan Cumming, Rade Serbedzija o los también directores Sydney Pollack y Todd Field, bebían los vientos por trabajar con Stanley, algo que finalmente consiguieron.
En cuanto a mí, Eyes Wide Shut, esta obra cuya inadecuada disección puede revelarla como un simple relato moral sobre los peligros del adulterio, la conversación final con ese "fuck" a modo de eptitafio filmográfico por parte del director quita hierro a esta teoría, cuando es mucho más que eso, supuso la confirmación de mi romance con uno de mis directores favoritos de todos los tiempos. Aquel que me descubrió todo un mundo lleno de nuevos caminos transitables en el plano cinematográfico, el mismo por el que hace poco hice un viaje para ver por primera vez en pantalla grande su obra magna, 2001: A Space Odyssey, viviendo con ello una de las experiencias cinéfilas más intensas de mi vida, y el que me enseñó que los mejores creadores son los que se reinventan en cada nuevo libro, los que componen su última nota musical como si fuera la mejor de su carrera, los que nunca pintan el mismo cuadro, pero hacen que su personalidad y visión pueda reconocerse fácilmente por el ojo que sepa ver lo que hay más allá de la órbita de júpiter.
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