Título Original Dallas Buyers Club (2013)
Director Jean-Marc Vallée
Guión Craig Borten, Melisa Wallack
Actores Matthew McConaughey, Jennifer Garner, Jared Leto, Steve Zahn, Dallas Roberts, Denis O'Hare, Griffin Dunne, Kevin Rankin, Lawrence Turner, Jonathan Vane
Dallas Buyers Club ha supuesto la confirmación y punto culminante del resurgir de la carrera del actor tejano Matthew McConaughey que hace dos semanas le llevó a ganar el Oscar con el papel protagonista que interpreta en la película que nos ocupa en esta entrada. Cuando a mediados de los 90 empezó a sonar como joven promesa con films como la menor pero recuperable Amistad de Steven Spielberg, la interesante adaptación que Robert Zemeckis realizó de la novela Contact de Carl Sagan o aquel dechado de demagogia llamado Tiempo de Matar con el que Joel Schumacher adaptaba la novela homónima de John Grisham no fueron pocos los que tildaron al, por aquel entonces, joven intérprete de “el nuevo Paul Newman“. Tras ese primer éxito vino la gradual debacle en la que se vería sumergido, no sólo como actor, sino también como personaje público con varios escándalos como cuando en 1999 fue detenido puesto hasta el culo de marihuana mientras tocaba los bongos a horas intespetivas en su casa. Tras intervenir en proyectos interesantes como la curiosa pero moralmente cuestionable Escalofrío de Bill Paxton o aquella deliciosa pasada rosca apocalíptica llena de fuego, dragones y bomberos musculados llamada El Imperio del Fuego de Rob Bowman tomó la errónea decisión de meterse en todo tipo de comedias románticas compartidas con actrices como Jennifer Lopez, Kate Hudson, Sarah Jessica Parker o una Jennifer Garner con la que repite ahora en Dallas Buyers Club.
Pero algo sucedió en 2011 que le hizo reconducir sabiamente su carrera cuando ya parecía encasillado en roles de guapo encantador pero con poco cerebro. Realmente no sabemos si lo que tuvo fue una epifanía a lo Rust Cohle o si cambió de camello representante pero desde que realizó Bernie con Richard Linklater ha ido encadenando una papel memorable tras otro. Él era lo mejor de la fallida Killer Joe de William Friedkin y Tracy Letts, intervino en la alabada tercera película de Jeff Nichols, Mud, puso rostro uno de los strippers de Magic Mike de Steven Soderbergh, ha sido solicitado por Martin Scorsese y Christopher Nolan para intervenir los últimos films de ambos y ha acertado de pleno en el mundo de la televisión al protagonizar junto a su amigo Woody Harrelson esa magnífica True Detective de la HBO de la que todo el mundo habla. Pero ha sido con esta Dallas Buyers Club dirigida por el canadiense Jean-Marc Vallée (C.R.A.Z.Y, Café de Flore) con la que ha recibido el reconocimiento unánime tanto del público como de la prensa especializada ganando un incontable número de premios internacionales culminando, como ya hemos comentado, con el Oscar al Mejor Actor Principal en la pasada gala del 2 de marzo.
Dallas Buyers Club está basada en hechos reales y su argumento narra la odisea que vivió el cowboy de rodeo tejano Ron Woodroof (Matthew McConaughey) cuando en 1986 al descubrir que tenía el virus del VIH decidió asociarse con un transexual (también seropositivo) llamado Rayon (Jared Leto) para crear un club clandestino que proporcionaba a todo tipo de enfermos medicamentos experimentales prohibidos en Estados Unidos pero legales en el extranjero. El problema es que el largometraje es un vehículo para el lucimiento de las dotes interpretativas de la imagen masculina de la marca Dolce y Gabanna y el cantante del grupo de rock 30 Seconds to Mars, pero poco más. La quinta obra detrás de las cámaras de quebequés Jean-Marc Vallée es una película con buenas intenciones, construida desde la sinceridad y la humildad tratando de contar una historia cercana, tan positiva como crítica en ciertos aspectos y se le agradece al director tanto la intención como la labor desempeñada para realizarla. El problema es que la historia en concreto ya nos lo han contado muchas veces y nos la conocemos al dedillo y el hecho de que esté basada en hechos reales por desgracia no es precisamente una virtud o algo que se posicione a favor del conjunto de la cinta o la confirmación de su verismo como retrato de los hechos que traslada a imágenes y de los que los autores han eludido bastantes aspectos importantes, como la bisexualidad del mismo protagonista o añadido otros como su supuesta homofobia que no era tal.
Porque precisamente con la obra que nos ocupa ni siquiera podemos hablar de “película de personajes” sino de “película de actores”. Por desgracia el guión con el que Graig Borten y Melisa Wallack han adaptado la vida de Ron Woodroof al cine es demasiado plano y recurre en demasía a lugares comunes relacionados con el cine de personas que padecen el Síndrome de Inmunodeficiencia Adquirida. Por un lado los roles de Ron y Rayon están demasiado estereotipados sobre el papel. El primero es un homófobo de manual que al descubrir su condición de seropostivo al principio se lo niega a si mismo para más tarde aceptarlo a regañadientes y empezar una relación de amistad con Rayon, con el que en primera instancia chocará por culpa de sus prejuicios encontrando después en él tanto un socio o aliado como un amigo. El segundo es un transexual simpático y extrovertido en la superficie que guarda en su interior a un persona castigada por años de rechazo (incluido el de su propio padre) e intolerancia al que su carácter autodestructivo le emparentará con Ron que se convertirá en una persona de vital importancia para él. Incluso la subtrama en la que se hace un retrato nada complaciente de los intereses de las empresas farmacéuticas es bastante simple y se sustenta en clichés que no la enriquecen como debieran dejándola en un apunte de guión importante para la narración pero indebidamente abordado. Hasta aquí al espectador le queda claro que ni Jean- Marc Vallée ni sus dos colaboradores a la escritura nos están contando nada que no nos explicaran previamente Jonathan Demme con Philadelphia, John Greyson con Paciente Cero o Randal Kleiser en Fiesta de Despedida aunque Dallas Buyers Club tenga un tono de cine independiente más marcado que la mayoría de esos films (algo más pacatos por culpa de su comercialiad a la hora de abordar el tema de la homosexualidad o la misma enfermedad que sirve de núcleo central al desarrollo del relato) y lo del “Club de Deshauciados”se revele como un detalle más o menos original.
De modo que como el guión no elude caminos varias veces transitados (aunque correctamente expuestos en la escritura), ni perfila personajes de una notable tridimensionalidad que los vuelva totalmente humanos para el ojo que visiona (de eso ya se ocupan los actores) ni la correcta dirección de Jean-Marc Vallée hace otra cosa que cumplir debidamente su cometido tanto en el (escueto) plano técnico como en el artístico a la hora de domar a su reparto es, como hemos comentado previamente, la labor actoral de sus dos protagonistas lo más interesante, acertado y sobresaliente de un proyecto como Dallas Buyers Club. Matthew McConaughey adelgazó más de 20 kilos para interpretar a Ron Woodroof y este tipo de transformaciones físicas sabemos que hacen salivar profusamente a los académicos, pero aunque la escualidez del tejano (más acentuada si cabe teniendo en cuenta que lo hemos visto como un hombre musculado en cientos de películas previas, sirva como ejemplo la ya mencionada El Imperio de Fuego en la que compartía plano con Christian Bale, otro aficionado a eso de darle dolores de cabeza a su endocrino cada vez que dice de prepararse a conciencia un papel) es más que notable es su labor de composición la que transmite la fragilidad, desesperación (la escena del llanto el coche es de los más sinceros y desgarrados que se han visto en mucho tiempo y sin regodearse la cámara en él en ningún momento) y deterioro físico (y moral) del personaje, pero nunca perdiendo su chulería, encanto y carisma. Algo parecido, pero desde otra perspectiva, sucede con el Rayon al que da vida Jared Leto. Obras como El Club de la Lucha, Requiem Por Un Sueño, El Señor de la Guerra, Alejandro Magno y sobre todo Las Vidas Posibles de Mr Nobody nos dieron muestras de lo que en Dallas Buyers Club es una verdad irrefutable, que nos encontramos ante una actor de una versatilidad mas que notable, con una cantidad de recursos interpretativos que todavía no han sido explotados y que toda la odisea vital que transmite con su personaje entre la autoaceptación y el rechazo, los golpes de humor y las lágrimas contenidas o la delicadeza y la fuerza de carácter merece el reconocimiento que ha recibido desde la puesta de largo del film hace más de un año. Secundarios como Jennifer Garner (Alias, Elektra) Dennis O’Hare (American Horror Story, True Blood) o Griffin Dunne (Un Hombre Lobo Americano en Londres, ¡Jo Que Noche!) cumplen su cometido y dan muestras buenas de profesionalidad, pero son impunemente devorados por los huracanes Matthew McConaughey y Jared Leto que son el verdadero corazón y alma de la película.
Dallas Buyers Club es lo que se conoce como un “one man show” o en este caso concreto un “two men show”, el de Matthew McConaughey y Jared Leto, una obra construida alrededor de las redescubiertas dotes interpretativas (sobre todo las del primero que pocos se imaginaban que las tenía) de ambos actores. Lo cierto es que tampoco podemos hablar de un telefilm inflado con estrellas en su casting, porque como proyecto incide en temas polémicos y bastante incómodos, su dirección respira aire indie por todos sus fotogramas y en ningún momento el guión se entrega a la sensiblería barata o chabacana construyendo sabiamente una agradecida contención emocional llena de sutilidad que muestra a los personajes con los sentimientos siempre a flor de piel pero nunca dejándolos desbordarse indadecuadamente. Pero por desgracia la cinta de Jean-Marc Vallée no aspira a más que ser una obra cinematográfica para hacerse con todos los premios de interpretación posibles para su pareja protagonista, descuidando otros aspectos del proyecto a los que se les debiera de haber prestado más atención. Con la última cinta del director de La Reina Victoria o la próxima Wild no hablamos de un caso tan flagrante como el de la tendenciosa Lincoln de Steven Spielberg que no sólo era una película para que Daniel Day Lewis confirmara que es uno de los mejores actores vivos sino también una soflama vergonzante para vendernos un Abraham Lincoln tan sumamente perfecto y venerable (cuando como toda persona tenía sus más que notable claroscuros) que hasta el que cazaba vampiros en la versión de Timur Bekmambetov parecía moderado a su lado, pero sí a una cinta demasiado autoconsciente de su limitada naturaleza y por lo tanto no podríamos hablar con ella de una gran película, aunque sí de una adecuada, interesante e interpretada desde las entrañas, que no es poco precisamente.
Crítica publicada originalmente en la web Zona Negativa:
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