Título Original La Grande Bellezza (2013)
Director Paolo Sorrentino
Guión Umberto Contarello y Paolo Sorrentino
Actores Toni Servillo, Carlo Verdone, Sabrina Ferilli, Serena Grandi, Isabella Ferrari, Giulia Di Quilio, Luca Marinelli, Giorgio Pasotti, Massimo Popolizio, Fanny Ardant
El pasado domingo el film La Gran Belleza del cineasta italiano Paolo Sorrentino culminó una exitosa carrera internacional llena de premios, nominaciones, alabanzas y halagos tanto por parte de la prensa especializada como del público ganando el Oscar a la mejor película de habla no inglesa frente a duras competidoras como la danesa La Caza de Thomas Vinterberg o la belga Alabama Monroe de Felix Van Groeningen. Con su última película el napolitano volvió a su país de origen tras su no demasiado exitosa experiencia en Estados Unidos con Un Lugar Donde Quedarse, pieza protagonizada por Sean Penn y Frances McDormand entre otros actores, y con ello ha encontrado el mayor y más sonoro triunfo de su carrera como director.
La Grande Bellezza narra la historia del escritor de un sólo éxito (la novela El Aparato Humano publicada 40 años atrás) reconvertido en periodista Jep Gambardella (Toni Servillo) que el día en el que cumple 65 años decide replantearse su bohemio y superficial estilo de vida obligándose a no hacer nada que realmente no le apetezca llevar a cabo. El largometraje es de manera bastante evidente una revisión contemporánea de La Dolce Vita, el clásico del mítico cineasta Federico Fellini protagonizado por Marcello Mastroiani y lo es tanto en el fondo como en la estructura de su argumento. Por descontado que a pocos se le escapa que el director de Las Noches de Cabiria o Amarcord es una de las influencias más importantes de Sorrentino, junto a Diego Armando Maradona y Martin Scorsese como él mismo se ocupo de proclamar cuando subió al escenario del Dolby Theatre a recoger su estatuilla el pasado día 2 de marzo, y que previamente se podía ver en varios de sus proyectos detrás de las cámaras.
Desde el primer momento y con una capacidad de síntesis tan efectiva como de una sencillez desarmante Sorrentino nos resume con los dos pasajes iniciales del metraje cuál va a ser el camino que va a transitar con su última obra cinematográfica. En la secuencia que da inicio al largometraje asistimos a cómo un grupo de turistas orientales visitan La Fuente dell' Acqua Paola de la ciudad de Roma. Mientras un coro de mujeres entona un cántico lacónico y etéreo uno de los turistas sufre un repentino desmayo que por medio de una medida ambigüedad por parte del director y su co guionista habitual Umberto Contarello nunca llegamos a saber si es producido por un golpe de calor o por el célebre síndrome de Stendhal, aquel que nos hace perder el conocimiento cuando no podemos asimilar la enormidad de la belleza con la que nos enfrentamos en ese mismo instante y que en esta ocasión y contexto sería la de la misma ciudad italiana. Repentinamente esta lírica secuencia de apertura se ve abrúptamente interrumpida por la fiesta de cumpleaños del protagonista (la presentación de este es sencillamente brillante) en la que se codea toda la clase burguesa de la capital italiana entre música cutre (la de la ínclita Rafaella Carrá, ni mas ni menos) alcohol, jóvenes de cuerpos apolíneos y viejas glorias, hoy decadentes, de la vida nocturna de esa otra Roma que poco tiene que ver con la que hemos visto con el prólogo de la película.
Esta es la esclarecedora declaración de principios de Paolo Sorrentino con La Gran Belleza. El director de la muy recuperable Il Divo realiza un viaje físico y existencial por medio de su protagonista con el único fin de encontrar retazos de efímera belleza dentro de la mugre, del artificio, de las falsas apariencias y la superficialidad que anida por medio de sus habitantes en la ciudad romana. Al igual que todos sus amigos y allegados Jep es un artista en decadencia, un escritor que vive de las rentas y del trabajo de periodista que le proporciona su editora jefe Dadina (Giovanna Vignola) y que vive una existencia vacía regida por egos hinchados (tanto ajenos como propios) falsario arte moderno carente de compromiso (a celebrar los pasajes de la obra de teatro al aire libre o el de la demostración pictórica de la niña pequeña) o bacanales llenas de drogas, alcohol, libertinaje o cirugía plástica (uno de los mejores momentos del film es el de la sesión colectiva de inyecciones de botox, acertadísimo cómo cada uno de los pacientes que pasan por las manos del doctor tienen rostros cada vez más deformes por culpa de las continuas operaciones a las que se ven sometidos de manera voluntaria) que le incitan a verse arrastrado por una ola de intrascendencia vital disfrazada de falso intelectualismo.
Para Sorrentino Roma es por el día una belleza portadora de luz y lugares de ensueño que parecen detenidos en el espacio y el tiempo y por la noche una prostituta que se vende al mejor postor y que saca a escena los más bajos instintos de aquellos que en ella moran. En sus caminatas vespertinas el Jep interpretado con su habitual brillantez por un Toni Servillo de mirada cansada y taciturna pero también condescendiente (inmisericorde el análisis que hace de la hipocresía moral de una de sus amigas escritoras) y presuntuosa (enorme su explicación sobre el protocolo a seguir en un funeral para después realizar un atípico ejemplo práctico del mismo) trata de encontrar esa hermosura inherente en la ciudad que lo acogió, aquella oculta y que sólo se muestra tímidamente entre monumentos, conventos, jardines o fuentes, la misma que se ve eclipsada al llegar esa noche lasciva, apuntalada en el exceso y el culto al cuerpo, localizada en un crepúsculo en el que las criaturas que en ella deambulan con rostros muertos y miradas perdidas parecen haber encontrado una falsa felicidad potenciada por litros de alcohol, horas de quirófano y gramos de cocaína. Finalmente el director de Las Consecuencias del Amor confirma por medio de su decadente criatura que la gran belleza del título, esa que le devolvería a Jep la inspiración para volver a escribir, la misma que puede deleitar los sentidos sólo se puede encontrar en pequeñas dosis habitando más en momentos que en lugares. Una inesperada jirafa en medio de un coliseo, una anciano miembro de la nobleza rememorando sus gloriosas raíces con una cuna expuesta en un antiguo museo ya clausurado, el encuentro casual en la noche con una celebridad (delicioso y muy bien llevado el cameo de la francesa Fanny Ardant), una inmensa colección de fotografías que abarcan desde la infancia a la adultez de la vida de una sola persona o el recuerdo de esa primera experiencia sexual a la luz de un faro en la playa que a un servidor le hizo rememorar pasajes de su vida de índole parecida.
Pero hay un problema con La Gran Belleza, esos instantes de lirismo que sobresalen entre la mezquindad, lo mundano y lo trivial están expuestos en pantalla con demasiada predilección por lo visual. La habitual puesta en escena del italiano se asienta en un esteticismo bien entendido, siempre juguetón y en ocasiones caprichoso, pero nunca excesivo o innecesario, el mismo que parece ser el que por medio de imágenes de poética abstracción quiere convencer al espectador de que sólo con la mirada podrá encontrar esa belleza de la que nos habla el autor. Esta idea estilística en cierta manera contradice el discurso al que se aferra el relato viéndose en ocasiones el director devorado por esa superficialidad formal que tanto critica (sobre todo la relacionada con el arte mal entendido o carente de verdadera personalidad) y si bien su cámara nos ofrece momentos de pericia técnica arrebatadora (la fiesta del cumpleaños de Jep está rodada con una fuerza y sentido del ritmo intachables, casi se percibe el olor a ruindad, lascivia y podredumbre moral que exhalan los asistentes a tan patética coreografía circense) o abrumadora poética (Sor María arrastrándose por las escaleras llevando hasta las últimas consecuencias la vida de entrega al altísimo que eligió por voluntad propia, nada baladí sería analizar la mirada entre reverencial y condescendiente con la que Sorrentino retrata a la iglesia) en no pocos momentos el espectador percibe que el realizador se entrega a los brazos de esa vacuidad formal y moral que mira por encima del hombro aunque nunca con afán condenatorio o demonizador.
Sin parecerme la obra maestra que muchos proclaman, antojándoseme inferior a otros trabajos del mismo director como la ya mencionada Il Divio que retrataba con una mirada que se movía entre Martin Scorsese y Francis Ford Coppola la vida del inefable político italiano Gulio Andreotti (con un Toni Servillo tan o más brillante que aquí y siempre con su inseparable mirada de mapache depresivo) y estando a años luz del contenido naturalismo nórdico de la muy superior La Caza de Thomas Vinterberg, aquella producción que merecía el Oscar a la mejor película de habla no inglesa más que la cinta que nos ocupa, La Gran Belleza es una interesante propuesta que con sus muchos aciertos y pocos fallos no sólo realiza un retrato crepuscular de una hermosa ciudad corrompida por unos ciudadanos que casi se diría que no la merecen como hogar, sino que también sirve como una inyección de vitalidad en pleno corazón de ese cine italiano que llevaba en decadencia desde principios de la década pasada. Como pieza fílmica no es perfecta, aunque tampoco busca serlo, pero sí es la sólida primera piedra para que Italia reconstruya de nuevo ese celuloide que en su momento fue uno de los más grandes e interesantes del continente europeo.
Esta crítica se publicó originalmente en la web Zona Negativa:
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