miércoles, 18 de julio de 2012

Hesher, harvester of sorrow, language of the mad



Título Original Hesher (2010)
Director Spencer Susser
Guión David Michôd, Brian Charles Frank y Spencer Susser
Actores Joseph Gordon-Levit, Rainn Wilson, Devin Brochu, Piper Laurie, Natalie Portman, John Carroll Lynch, Audrey Wasilewuski, Frank Collison, Lyle Canouse, Paul Bates



Interesante y atípica cinta indie americana impulsada por la actriz Natalie Portman que aquí ejerce tanto de actriz secundaria como de productora en los créditos del film. El largometraje estrenado en USA en 2010 no ha visto la luz en España (y a saber cuándo lo hará) pero tiene suficientes alicientes, aciertos y consigue transmitir tantas sensaciones extrañas que un servidor lo considera, una vez habíendolo degustado, un proyecto cuyo visionado no se debería dejar pasar.




T.J vive con su padre y su abuela. Los tres están intentando superar la muerte de su madre en un accidente automovilístico, pero desde aquel trágico día acontecido dos meses atrás el clan familiar no levanta cabeza. Un día T.J se encuentra con Hesher, un heavy melenudo de carácter antisocial y alocado que no sólo no dejará en paz al protagonista siguiéndolo por todas partes, también llegará a instalarse en su propia casa (con escasa o nula oposición de los parientes del niño) para ser uno más de los componentes de esta hundida familia.




Inusual y en algunos aspectos hasta original drama con toques de humor negro, surrealista e incluso cafre que por medio de un personaje inestable psicológicamente (al menos eso es lo que aparenta) hace un retrato harto interesante sobre la pérdida que supone la muerte de un pariente cercano y vital dentro de de un núcleo familiar por medio de una especie de terapia de shock de lo más bruta que también deja sitio a la simbología y las dobles lecturas o el subtexto por medio del rol del propio Hesher.




Hesher no deja de ser una cinta de cine independiente americano pero su peculiaridad radica en la aparición (que yo recuerde nunca explicada) de este heavy vago y tocacojones que no hace más que putear al pobre crío protagonista, no sabemos sí para con ello joderle la existencia o para hacerlo espabilar y así sacarlo de la apatía y la tristeza a la que la muerte de su madre le ha abocado a él y a su padre (enorme Rainn Wilson en regístro dramático a años luz de su mítico Dwight Schrute de The Office) que incluso asisten a inútiles terapias de grupo para superar tal perdida.




Curiosamente cuando Hesher se muda a la casa de TJ no toma una actitud activa, allí lo único que hace es vaguear, molestar y ser poco más que un mueble, pero crea un vínculo de amistad y empatía con la abuela (memorable  Piper Laurie) que en ese momento (aunque sus parientes no lo sepan o quieran ver) es el núcleo y piedra angular de la familia. Pero su relación más directa es con TJ al que hace la vida imposible y eso que el pobre chaval ya de por sí lo pasa bastante mal por culpa de un acosador en el colegio y por estar enamorado de una cajera de supermercado (correcta Natalie Portman) bastante mayor que él.




A estas alturas es innecesario decir que Joseph Gordon Levitt es además de un gran actor uno de los mejores intérpretes de su generación, sus roles en Brick, Mysterious Skin u Origen así lo atestiguan. En Hesher se come la pantalla interpretando al personaje homónimo. A pesar de parecer un demente revientapelotas, destila carisma, se gana la simpatía del espectador y su complicidad, aunque muchas de las perrerías que le hace a TJ son reprobables despiertan una sonrisa y cuando él recibe lo suyo también (mítica patada en sus partes por parte del crío que ya no puede más) es inevitable carcajearse.




Pero lo mejor es que el papel de Hesher es el MacGuffin del film, el catalizador de que la herida de la familia se vaya cerrando poco a poco pero pagando un caro peaje por el camino. Ese melenudo, sucio y pelotudo es una metáfora de que cuando la vida se pone cuesta arriba y te quita algo importante debes mirar al frente y valorar lo que aún posees o lo acabarás perdiendo también. Teniendo como culmen de esa teoría ese final con el monólogo sobre el testículo perdido y el peculiar "paseo" (escena bastante emocionante) en el que por fin los protagonistas pueden pasar página de una vez.




Recomendable rareza en la que poco falla (puede que el personaje de Natalie Portman no dé a la historia todo lo que podría haberle ofrecido, que no es poco, pero podía haber sido más) y que deja unas extrañas, pero auténticas, sensaciones en el espectador al final del metraje. Al igual que gran parte de A Dos Metros Bajo Tierra de Alan Ball una película como Hesher nos habla de exprimir nuestra existencia al máximo sin dejarnos derrotar por las adversidades porque vivir para uno mismo soluciona muy pocos problemas, ya sean personales o ajenos, y si para convencernos de ello tiene que venir un melenudo monórquido y psicológicamente inestable a darnos de hostias a ritmo de Metallica que así sea.



jueves, 12 de julio de 2012

Punto Límite, war games



Título Original Fail-Safe (1964)
Director Sidney Lumet
Guión Walter Berstein basado en la novela de Eugene Burdick y Harvey Wheeler
Actores Henry Fonda, Walter Matthau, Dan O'Herlihy, Fritz Weaver, Larry Hagman, Frank Overton, Ed Binnis, Frieda Altman




Magnífico thriller político con tintes de cine bélico del cineasta norteamericano Sidney Lumet que por varios motivos, casualidades y circunstancias no recibió en su momento el reconocimiento que merecía, pero que el tiempo ha ido poniendo en su lugar como el interesante producto cinematográfico que sin duda es. Rodado en 1964 con un excelente reparto y unas escuetas pero acertadísimas localizaciones Punto Límite supuso la séptima película del director de La Noche Cae Sobre Manhattan, Distrito 34: Corrupción Total o El Príncipe de la Ciudad.



En plena Guerra Fría el ejército americano manda por error y como maniobra supuestamente defensiva un escuadrón de bombarderos para atacar Moscú. Cuando los altos mandos mlitares norteamericanos descubren que la amenaza moscovita no es tal intentan abortar la operación de ataque contra la capital rusa. El problema es que los avanzados sistemas informáticos de comunicación impiden que los pilotos estadounidenses reciban la información necesaria para parar el bombardeo. Mientras, el presidente de los Estados Unidos intentará mediar con los gobernantes de la Unión Soviética para que tales hechos no den pie a la tercera guerra mundial.




El mayor inconveniente que tiene una excelente película como Fail-Safe ejecutada con aplomo y maestría en todos y cada uno de sus apartados es ajena a ella y no es nada más y nada menos que una obra maestra estrenada meses antes llamada Teléfono Rojo: Volamos a Moscú (Dr Strangelove) a manos de un inspiradísimo Stanley Kubrick que encontró en la sátira el mejor medio para hablar de un tema tan controvertido como aterrador por aquel entonces como era la guerra fría y que guarda demasiados puntos en común con la cinta de Sidney Lumet que nos ocupa.




El director de Asesinato en el Orient Express deja de lado la ironía magistral de Stanley Kubrick y decide dar una visión solemnemente acertada de la novela homónima de Eugene Burdick y Harvey Wheeler ofreciendo una mirada equidistante y muy acertada de la tensión a nivel internacional que sufrían Estados Unidos y la Unión Soviética (y por efecto dominó el resto del planeta) durante la guerra fría y de cómo ninguna de las dos potencias daba el brazo a torcer en lo que a política internacional se refería por orgullo o miedo al posible primer ataque del "enemigo". Sirva la crisis de misiles de Cuba como ejemplo esclarecedor de hasta donde pudo haber llegado este conflico.




Con sólo cuatro localizaciones (una para el presidente del gobierno y su traductor del ruso, otra para los controladores de la aviación militar, una más para el interior del bombardero estadounidense y la última para los altos mandos del ejército americano) le sirven a Sidney Lumet para dar forma a un crudo y exasperante in crescendo narrativo que se hace grande cuando trata (y consigue) de transmitir claustrofobia o desasosiego por medio del suspense. Nada nuevo por aquel entonces en su impronta si tenemos en cuenta que con una sola habitación llena de miembros de un jurado consiguió un debut en el mundo del cine sencillamente inolvidable y para el que suscribe su mejor película, 12 Hombres Sin Piedad.




Magnífico reparto encabezado por el británico Dan O'Herlihy (Twin Peaks, Robocop) como el concienciado general Black, una persona que no quiere actuar deliveradamente y dar pie a una guerra nuclear cuya psicología se define entre tosca (lo del torero es un poco simple) pero bienintencionada desde el inicio del film. Como presidente de los Estados Unidos un Henry Fonda (no podía ser otro por aquel entonces) de una integridad casi intachable pero que debe tomar decisiones inapropiadas (los mejores momentos del film son los que comparte con su traductor cuando hablan con el mandatario ruso) que perjudican a sus compatriotas.





Pero el más destacable personaje del largometraje para el que suscribe es un Walther Matthau inmenso (alejadísimo de sus papeles cómicos que son los que le dieron más fama) como el villano, con matices, de la velada siendo el rol más interesado por una posible respuesta armada contra "el enemigo" en aras de una "guerra preventiva" palabras que dicen muy poco (o mucho según se mire) pero que por desgracia siguen en vigencia actualmente. Él representa el belicismo y los extremismos políticos y militares envueltos en falsa diplomacia con una sobriedad a la altura del conjunto del proyecto.





Cinta injustamente olvidada, tour de force interpretativo de alto nivel, puesta en escena sobria y austera pero eficaz y hasta terrorífica, todo un conjunto que muestra a Fail-Safe no sólo como la interesante (y necesaria) cara opuesta de la ya mencionada obra maestra de Stanley Kubrick sino un esclarecedor ejemplo de a lo que puede llevarnos el indebido uso de los avances armamentísticos militares y una utilización sesgada y egocentrista de la política internacional entre países en general y superpotencias en particular. Aunque por desgracia los problemas actuales de nuestra sociedad, que son más mundanos, paradójicamente también dejan estragos dignos casi de un conflicto bélico a nivel mundial.


domingo, 8 de julio de 2012

The Amazing Spider-man



Título Original The Amazing Spider-man (2012)
Director Marc Webb
Guión Steve Kloves, James Vanderbilt y Alvin Sargent basado en los personajes de Stan Lee y Steve Ditko
Actores Andrew Garfield, Emma Stone, Rhys Ifans, Sally Field, Martin Sheen, Denis Leary, Campbell Scott, Embeth Davidtz, Irrfan Khan, C. Thomas Howell, Stan Lee


Fallido intento de relanzar la franquicia de las películas basadas en Spider-man, el personaje por antonomasia del sello Marvel (que este 2012 cumple 50 años) por el binomio Stan Lee y Steve Ditko. Muchos pensaban que no era necesario un reinicio de esta franquicia a pesar de que la tercera parte de la trilogía de Sam Raimi fue una cinta mediocre, pero Sony no dudó en deshacerse del equipo técnico y artístico de la anterior saga y empezar desde cero con la génesis de cómo el estudiante y fotógrafo Peter Parker se convertía mediante la picadura de una araña radiactiva (mutada genéticamente en las adaptaciones filmicas, los tiempos cambian) en un ser con las habilidades de un arácnido. El resultado por desgracia deja mucho que desear.




La cinta hace aguas desde su inicio por la incosistencia de su guión. El comienzo del film no deja de estar lleno de los clichés del cine de instituto con alumno abusón que maltrata al empollón de turno añadiéndole una presentación de Gwen Stacy que está bastante alejada de la que tuvo en los cómics. De manera llamativa esta entrega ha querido en algunos aspectos ser más fiel a los cómics de Spider-man en los que se basa pero la escritura no da consistencia a lo que se narra ni ve en pantalla, que sufre una debilidad estructural alarmante durante casi todo el metraje.




Curiosamente la primera cinta de Spider-man dirigida por Sam Raimi tenía sus mayores aciertos en cómo el joven Peter Parker iba descubriendo de manera gradual sus poderes arácnidos. En cambio aquí el director de (500) Días Juntos y sus guionistas sobreexplotan esa idea buscando un humor cómplice (bastante torpe y simple) con el espectador que de tan exagerado incita más que a la risa sana al cachondeo por no creer lo que está viendo en pantalla (lo del cuarto de baño mientras trata de lavarse los dientes es de traca). Esta hiperbolización y espídica resolución de una parte clave en la historia hace que los mismos cimientos del film ya tengan poca consistencia.




Andrew Garfield da el tipo como Peter Parker, su físico es más adecuado que el de Tobey Maguire (aunque a mí me gustaba como la hacía el protagonista de La Tormenta de Hielo) para dar vida al héroe arácnido y en las escenas de acción su cuerpo más fibrado permite que en pantalla se refleje una agilidad que realmente nos recuerda a la que tiene el rol en los cómics. Pero esa mezcla de chico callado con toques de skater emo que se tapa continuamente con su capucha y genio de la ciencia no funciona ni en el papel ni en imágenes, porque el actor, a pesar de esforzarse, no conisgue transmitir la esencia del verdadero Peter Parker debido a esta mecolanza, posiblemente por exigencias de los productores que querían dar una versión más "actual" del personaje.




Se debate mucho sobre que la Gwen Stacy que interpreta una pizpireta y acertada Emma Stone no es la de los cómics, casi con todo seguridad están en lo cierto o yo al menos pienso así también. Pero el problema no es ese y el mismo radica en que la historia de amor con Peter no funciona, se antoja liviana y demasiado infantil, rozando lo cutremente pueril (lo de que hablen con monosílabos porque no saben qué decir es un recurso demasiado manido) y hasta un puritanismo que irremediablemente me recordó en ciertos momentos a la saga Crepúsculo. Que tal idea sea intencionada o no por parte de los creadores del film a mí se me escapa, pero no me ha dicho nada emocionalmente esta relación sentimental.




Otro gran fallo es que el ritmo atropellado de la trama impide empatía e idetificación con momentos importantes de la historia. Ni lo del tío Ben transmite las sensaciones que debiera, ni el momento del brazo del doctor Connors llega con fuerza a un espectador que contempla esos pasajes (poderosos en la historia, yo diría que hasta claves) como algo intrascendente que no consigue tocar la fibra sensible ni siquiera de un fan del personaje como yo. Por descontado entonces que si un servidor que ha leído cientos de cómics de Spider-man no experimenta nada al ver esos momentos no quiero ni pensar en lo que se le pasará por la cabeza al tipo de persona que no ha visto al Hombre Araña más allá de una pantalla de cine o televisor o a lo mejor me equivoco y al estar este libre de prejuicios en forma de viñetas las disfruta más, todo puede ser.




Cuando Spider-man entra en escena la cosa mejora, la acción se hace con la película y tenemos momentos que están bien ejecutados técnicamente, pero Marc Webb no sabe aprovechar el material que tiene entre manos (aunque el guión como ya he comentado es más bien pobre), desperdicia a un villano como Curt Connors que a pesar de tener algún momento remarcable se queda en una sombra de lo que pudo ser (su dilema ético y moral daba para mucho más) y cuya transformación en ningún momento me deja de recordar  a Killer Croc el enemigo con piel de cocodrilo de Batman más que al mismo Lagarto que ha poblado cientos de historias del trepamuros y al que se supone que da vida.




Por desgracia la materia bruta está ahí, en cierta manera los responsables del producto quieren acercarse con fidelidad al cómic sin tener que repetir lo que ya narró Sam Raimi (desde mi punto de vista con mucha más pericia) en su primera entrega, pero esa concesiones de cara a la galería para atraer a un público joven, lo desdibujada de toda la trama, los paupérrimos planes del villano y que ni siquiera la relación paternofilial entre científicos de Peter y Connors (que sí se conseguía con el Doctor Octopus en Spider-man 2 de Raimi, la que sigue siendo la mejor cinta del arácnido con diferencia) se desarrolla en condiciones porque la desconfianza entre ambos llega demasiado pronto y destruye la posible evolución que allanaría el terreno para una relación de amistad o camaradería que fuera más sólida y consistente.




Son demasiadas sensaciones y casi ninguna buena. He ido sin prejuicios ni expectativas altas a ver The Amazing Spider-man pero la decepción ha sido considerable y me duele que sea la segunda vez (Spider-man 3 fue la primera) que me pasa viendo una película de este personaje con cuyas historias me he criado desde niño. No me transmitía buenas palpitaciones lo que veía en las imágenes promocionales y los trailers, por eso no quise darle demasiada importancia al producto, visto el resultado hice bien porque así el golpe no ha sido tan duro. Demasiados tópicos, demasiado simplismo, poco desarrollo conceptual y formal, diálogos que me recordaban los de un mal episodio de Smallville y una sensación general de tristeza por ver como no se hace justicia a un icono de la cultura popular que merece eso y mucho más.




Podría salvar la buena labor de todos los actores, desde los dos protagonistas, hasta un Rhys Ifans alejado de sus papeles cómicos, unos Martin Sheen y Sally Field muy creíbles como Ben y May Parker y hasta un Denis Leary que consigue transmitir un mínimo de la dignidad del Capitán Stacy de los cómics originales. También la dirección de Marc Webb en algunos pasajes y que en las escenas de lucha sí vemos retazos del verdadero Spider-man que todos conocemos de los tebeos cuando hace mofa con los delincuentes a los que deja fuera de juego o el simpático cameo de Stan Lee (que no me esperaba sabiendo que la cinta no está producida por Marvel Studios). Pero por desgracia estos aciertos aislados no salvan el largometraje del inevitable naufragio.




Si se rueda una secuela (que seguramente así será) espero que mejore en muchos aspectos, tengo la esperanza que esto haya sido una introducción para algo más grande y mejor porque mi cara al encenderse las luces de la sala de cine era todo un poema por la decepción. Tan desganado estaba que casi ni me quedo a ver la escena post créditos (que tampoco aclara mucho con respecto al futuro de la posible saga). Sin ser perfecta por ahora me quedo con la visión de Sam Raimi del personaje y con esa sensación de ver una interesante y bastante acertada traslación de Spider-man al menos en sus dos primeras entregas durante la primera mitad de la década pasada.




Sirva como ejemplo esclarecedor mi emoción en aquel año 2002 con la primera cinta de Sam Raimi por ver a nuestro amistoso y vecino Spider-man balancearse con su tela de araña por los edificios de New York por fin en pantalla grande después de décadas en contraposición a la apatía que hoy he experimentado viendo supuestamente lo mismo (con desaprovechado y engañoso 3D mediante y más medios técnicos gracias a los avances en los efectos especiales por el paso de los años) entre bostezos y ganas de que acabara una película desaprovechada y sobre todo innecesaria. Espero que ver El Caballero Oscuro la Leyenda Renace y revisionar Los Vengadores en alta definición me quite este agrio sabor de boca que no me esperaba viniendo de la mano de nuestro amigo el lanzarredes.


viernes, 6 de julio de 2012

Candyman, imaginations through the looking glass



Título Original Candyman (1992)
Director Bernard Rose
Guión Bernard Rose basado en el relato corto de Clive Barker
Actores Virginia Madsen, Tony Todd, Kassi Lemmons, Xander Berkeley, Vanessa Williams, Michael Culkin



En el año 1992 el director británico Bernard Rose (Paperhouse, Immortal Beloved) decidió adaptar a imágenes el relato corto The Forbidden incluido en el Volumen Cinco de Books of Blood, titulado In The Flesh, de su compatriota, el célebre escritor de género de terror Clive Barker. El resultado fue Candyman, un remarcable largometraje que cobró cierta fama como cinta de culto dentro de algunos círculos de cine de género durante los 90 arrastrando tras de sí una no muy numerosa, pero si considerable, horda de fans que disfrutaba con las andanzas del hombre del garfio dedicado, supuestamente, a sembrar el pánico en los suburbios de la ciudad estadounidense de Chicago.




Helen Lyle (Virginia Madsen) es una estudiante que se encuentra inmersa en un importante trabajo sobre leyendas urbanas, floclore y supersticiones locales. De estas historias le llama especialmente la atención la de Candyman (Tony Todd), un hombre con un garfio en lo que anteriormente fue su mano derecha tomando forma corpórea y asesinando a sus víctimas al pronunciarse su nombre cinco veces delante de un espejo. Helen comienza a investigar sobre el origen y la posible existencia de Candyman en los barrios bajos de la Cabrini Green, la zona donde se supone habita y actúa. Llegado el momento la joven se obsesionará tanto con el mito que comenzará a confundir ficción con realidad. Pero la pregunta es ¿existe realmente Candyman o es sólo producto de la imaginación de Helen?.




Después de verla varias veces en VHS durante mi adolescencia, por el impacto que causó en mí cuando empezaba a experimentar con el celuloide de género, revisioné hace unos días, diez años después de la última vez, Candyman, y mis sensaciones han sido en general bastante buenas a pesar de que mi percepción del lenguaje cinematográfico ha cambiado mucho en este largo periodo de tiempo. Por aquel entonces mi nivel de exigencia con este tipo de largometrajes era mucho menor y con entretenerme vivamente o disfrutar de un buen puñado de secuencias truculentas tenía suficiente y me sentía notablemente satisfecho.




Desde esos títulos de crédito rodados en plano cenital mostrando las calles de la ciudad de Chicago, mientras suena el tema principal de la banda sonora (que merecerá más adelante una nota aparte, como es lógico viniendo de quien viene) el espectador puede percibir cierto cariño e implicación personal en la construcción de un producto como Candyman, con esos edificios grises que cobrarán importancia más adelante, no sólo en la trama, sino también en la mitología de la historia narrada queriendo, y consiguiendo, ir un poco más allá del simple género de terror y ahondar levemente en la vida en los suburbios de las grandes urbes norteamericanas.




La adaptación del relato de Clive Barker, ejerciendo este labores de producción ejecutiva en el film, se revela como un producto brillantemente construido y con notables hallazgos capaces de solapar ciertos fallos como agujeros de guion, incongruencias narrativas más allá del argumento o situaciones un tanto improbables por parte de varios personajes. En lo referido a esto último debemos mencionar a la protagonista, interpretada por una epatante Virginia Madsen, cuyos ilógicos actos pueden llegar a irritar al espectador, pero cuya ejecución se antoja coherente y hasta necesaria desde un punto de vista narrativo, ya que la ausencia de los mismos impediría el adecuado desarrollo de la historia.




Pero Candyman se edifica sobre una serie de considerables y nada desdeñables aciertos. El primero es la puesta en escena de Bernard Rose, que a pesar de regar todo el film en sangre y truculencia, ejecuta una interesante amalgama en la que tienen cabida pictoralismo, poética y sobre todo un tono documental que toma como epicentro los suburbios de Chicago, con omnipresencia en sus localizaciones de graffitis revelando hechos pasados y futuros relacionados con el largometraje. Otro hallazgo es la composición de algunas secuencias genuinamente aterradoras de cara al espectador, muchas de ellas relacionados con espejos, objetos convertidos en el leit motiv narrativo y visual de la obra ya que la presencia de Candyman tiene a los mismos como principal catalizador.




Pero la mayor virtud del film, a parte del duelo interpretativo entre la protagonista y un imponente e intimidante Tony Todd como Candyman, es la conseguida atmósfera que envuelve el producto en un halo de cuento de hadas envenenado y pútrido. Esto, una vez más, lo consigue Rose con su remarcable trabajo detrás de las cámaras, con la ayuda de la fotografía de Anthony B. Richmond y la dirección artística, limpia y estilizada cuando nos movemos en el mundo de la protagonista, sucia y decadente cuando lo hacemos en el de Candyman, a modo de sutil diferenciación entre clases altas y bajas. Todo eso quedaría en poco si las imágenes no fueran acompañadas por la señorial banda sonora del maestro Philip Glass, que hace una labor superlativa con cortes convertidos ya en himnos dentro del cine de terror de los 90.




Hay algo más en Candyman, pero anida en su interior y no siempre es fácil vislumbrarlo. Hay en ella una mirada casi entomóloga sobre las clases marginadas, el miedo y la superstición se hacen fuertes en los guetos por culpa de la pobreza y el paupérrimo estilo de vida en el que se encuentran sus habitantes impidiéndoles huir de leyendas transmitidas de generación en generación por medio de susurros casi apagados. Por eso el choque de Helen con ese submundo es tanto físico como psicológico y gracias a ello la trama se ve enriquecida cuando ella cambia "comienza a creer" y a ser una más de esas personas devoradas por la carestía social o económica y posiblemente la fantasía. Una pena que no ahonde el director y guionista más en esta interesante idea en beneficio de mantener la tensión y el terror de la narración.




Candyman es una muy reivindicable cinta de terror, un proyecto que el tiempo ha tratado inusualmente bien atesorando dosis suficientes de sustos, gore y muertes para saciar a los amantes de la rama más dura de este género; interesantes, aunque algo superficiales, apuntes sociales para los que quieran mirar un poco más allá del horror al que se adscribe el largometraje, así como un tono onírico y pesadillesco poseedor de una peculiar belleza evocadora dentro de la mugre y lo insano haciéndola interesante a distintos niveles a pesar de su modestia formal como producto de género y visionado supuestamente intrascendente. Desgraciadamente no podemos decir lo mismos de sus dos secuelas, de las que algún día hablaremos también por estos lares.


jueves, 5 de julio de 2012

Pink Flamingos, the filth and the fury



Título Original Pink Flamingos (1972)
Director John Waters
Guonista John Waters
Actores Divine, Danny Mills, David Lochary, Mary Vivian Pearce, Mink Stole, Edith Massey




Es curioso como después de 40 años una cinta como Pink Flamingos que cinemaotgráficamente no sólo podría tildarse de una nadería sino también una mala película siga conservando intacta su carga de irreverencia, mal gusto, escatología, provocación, locura, anarquía en fondo y forma y esa mala baba que lanzaba estiercol hacia todos los frentes sin discriminación alguna y con una falta de prejuicios inusual (hasta ese momento) para su época, la del post hippismo y los estragos de la guerra de Vietnam en la que el director John Waters se dio a conocer al mundo.




Babs Johnson, cuyo nombre artístico es Divine, vive en una caravana con su madre, una señora obsesionada con los huevos y su hijo, un joven aficionado a tener parafilias sexuales con animales. Divine es nombrada la persona más guarra del mundo por un periódico local de la ciudad de Baltimore y ella lleva dicho galardón con orgullo. Pero el matrimonio formado por Raymond y Connie Marble, vendedores de droga a niños y secuestradores de mujeres embarazadas para luego vender a sus bebés a lesbianas, harán lo posible por robar ese puesto a nuestra protagonista utilizando todos los medios que tengan a su alcance.




Coprofagía, canibalismo, sexo con intervención de animales (sin llegar a la zoofilia), incesto, anos abriéndose y cerrándose en primer plano, sexo explícito, violaciones, inseminaciones no consentidas por medio de jeringuillas, todo tipo de burradas escatológicas y políticamente incorrectas para incomodar a un espectador americano que por aquel entonces no estaba acostumbrado a ver ese tipo de actos en pantalla al menos de manera tan gráfica y subversiva, sobrepasando ampliamente la línea del escándalo y el buen gusto a lo largo de todo el metraje.




El argumento es una gilipollez, una inane excusa para poner en imágenes todas las guarradas que se le pasaran por la mente a un por aquel entonces primerizo John Waters. Lo curioso, al menos en mi caso, es que la cinta se me hizo jodidamente divertida, pero no porque me pareciera graciosa en sí, sino porque las asquerosidades llevadas a cabo por los actores (que no son para tanto o a mí al menos no me lo parecieron) son tan estúpidas y exageradas que incitan a la carcajada por lo nada creíble de sus planteamientos.




La dirección es penosa (por momentos me recordó a la de la mítica Manos: The Hands of Fate), el guión como ya he dicho inexistente, los actores no pueden hacerlo peor (aunque es cierto que son divertidos) y todos son devorados (a veces hasta literalemente) por una Divine que a decir verdad desprende carisma y estilo dentro de lo hortera y grosero de su personaje. Por el camino quedan escenas icónicas como la madre de Divine en la cuna hablando de huevos y hueveros, la escena de cama entre los Marble chupandose los dedos de los pies, la ejecución final con su juicio previo y ante los medios de comunicación, la orgía caníbal con los policías, la del ano que hay que tener estómago para verla, la de Divine y Crackers lamiendo y babeando toda la casa de sus enemigos (mi favorita) y claro está, la famosa de la coprofagía canina que Waters mete al final con calzador pero que es la más célebre del film y con motivo.




Clásico del trash más cutre y hortera, apología de lo feo, lo chabacano, lo barriobajero y un puñetazo en la cara de la América bienpensante que empezaba a perder la inocencia en los crepusculares años 70. Pink Flamingos cinematográficamente no aporta nada al espectador, pero se comprendo su título de obra de culto porque se atrevió a cruzar límites éticos y morales que en años previos no se hubieran ni pensado en tocar. Su estética bebe mucho de Federico Fellini y su estela dejó sello indeleble en las primeras obras del manchego Pedró Almodóvar, sirva como ejemplo su debut en la dirección Pepi, Luci, Bom y Otras Chicas del Montón.




Más tarde John Waters se volvió más mainstream y adocenado, aunque guardando bastante mala baba. Cry Baby, Pecker, Hairspray (ojo la de 1988, no la de 2007 con John Travolta que es un remake), Los Asesinatos de Mamá o Cecil B. Demente eran films más ortodoxos cinematográficamente hablando, pero aún guardaban en su interior la impronta de un señor que no se cortó un pelo en los 70 a la hora de poner en escena su mundo lleno de transexuales, viciosos, asesinos y locos que llegaron al mundo del cine noerteamericano para llenarlo de mugre y furia.



viernes, 22 de junio de 2012

La Chispa de la Vida, barras y estrellas


Título Original La Chispa de la Vida (2012)
Director Álex de la Iglesia
Guión Randy Feldman
Actores José Mota, Salma Hayek, Blanca Portillo, Juan Luis Galiardo, Fernando Tejero, Antonio Garrido, Manuel Tallafé, Santiago Segura, Carolina Bang, Juanjo Puigcorbé, Antonio de la Torre, Joaquín Climent, José Manuel Cervino, Eduardo Casanova, Nerea Camacho, Nacho Vigalondo



Tras la anarquía en fondo y forma que transmitía esa patada en la boca del estómago de España llamada Balada Triste de Trompeta, obra que recuperaba a un Álex de la Iglesia siendo él mismo al 100%, la llegada de su siguiente largometraje, La Chispa de la Vida, ha supuesto una considerable decepción para el que suscribe. Me considero fan de la mirada sardónica y esperpéntica del director de Acción Mutante, pero no admitir que su último trabajo transmite sensaciones como desgana o academicismo mal entendido sería una mentira por mi parte.




Los años dorados en la carrera de Roberto (José Mota) en los que llegó a lo más alto en el mundo de la publicidad gracias a inventar el eslogan "La Chispa de la Vida" para la marca Coca - Cola hace tiempo que pasaron. Hoy es un parado buscando trabajo que tras una entrevista decide en un arrebato de nostalgia ir a visitar el hotel en el que pasó la luna de miel con su mujer Luisa (Salma Hayek) pero el edificio fue demolido cuando se descubrieron unas importantes ruinas bajo su construcción y actualmente un museo ocupa su lugar. Allí Roberto sufrirá un accidente que le dejará inmovilizado por culpa de que su cráneo quedará incrustado en una barra de acero. Poco a poco los medios de comunicación se harán eco de su situación y lo convertirán en una especie de fenómeno televisivo.




Partiendo de un guión escrito por Randy Feldman, autor de Tango y Cash o El Negociador (Metro), algo poco habitual en De la Iglesia y que anteriormente sólo tuvo lugar en Perdita Durango, contando con un libreto de David Trueba que adaptaba la novela original de Barry Gifford, el director de Muertos de Risa traslada, en cierta manera, a su estilo la historia planteada en el proyecto. Pero fallando en demasiados apartados como para que el resultado se salde con éxito. La Chispa de la Vida se muestra finalmente como un largometraje desangelado y que parece hecho por puro compromiso, lo más triste es que es posible que así sea.




Lo que llama más la atención de La Chispa de la Vida no es que nos encontremos en un caso como el de Los Crímenes de Oxford, que suponía un thriller en el que no se veía por ningún lado la mano de su director ya que su sello o señas de identidad como cineasta quedaban alarmantemente diluidas. La última cinta de Álex de la Iglesia sí parece uno de sus films, pero su mayor fallo radica en que lo parece sólo a medio gas, como si en vez del mismo bilbaíno el film lo hubiera dirigido un admirador de su estilo cinematográfico o un becario bien pagado que adolece de su mordiente.




Otro bache es que el mensaje de denuncia que el film quiere transmitir llega al espectador de mala manera, con un maniqueismo molesto y poco elaborado. Las críticas a los políticos, los medios de comunicación y a los avariciosos productores televisivos que son capaces de pagar millones por una muerte en directo remiten tanto a El Gran Carnaval (Ace in the Hole) de Billy Wilder, cinta que es el principal referente de la obra que nos ocupa, o Network de Sidney Lumet, pero el guión las perfila de manera pueril, con un tono de subrayado innecesario y con menos sutilidad de la habitual en el director, que con su anterior obra si supo utilizar el simbolismo para hablarnos de cómo los mismos españoles llegaban a querer poseer su propio país con tanta obsesión que finalmente el trágico desenlace en la historia era inevitable.




Lo mejor de la cinta son los actores, tanto los dos principales que resuelven con mucha profesionalidad un ajustado José Mota y una magnífica Salma Hayek hasta secundarios como Juan Luis Galiardo, Blanca Portillo, Manuel Tallafé, Antonio de la Torre, Fernando Tejero, Antonio Garrido o Juanjo Puigcorbé. Todos muy bien dirigidos por De la Iglesia y salvando en conjunto de la quema el apartado artístico del film a pesar de que la mayoría de ellos no dejan de interpretar a estereotipos más bien planos y de poca o ninguna dimensionalidad. Como muestra los dos roles de Eduardo Casanova y Nerea Camacho como los hijos de los protagonistas que son clichés andantes.




Esta vez De la Iglesia no ha conseguido salvar el barco y su última cinta falla por notarse demasiado que era de un producto de encargo en el que no había depositado las ganas que si se notaban en la mayoría de sus obras previas. Su crítica hacia la mediatización mercenaria de la desgracia de un pobre hombre, que no deja de ser una víctima de la crisis económica actual, carece de su mala baba habitual (ese final con Salma Hayek y Juanjo Puigcorbé es muy poco del estilo del cineasta, ya que su mirada suele ser mucho más cínica que lo que se ve en pantalla). Esa visión descreída y bruta que se mueve con facilidad entre lo granguiñolesco y lo cafre y que dio identidad a productos como El Día de la Bestia o La Comunidad, aquí, por desgracia, brilla por su ausenciaCon La Chispa de la Vida lo que nos queda es una cinta para pasar el rato cuyo mayor mérito es no aburrir al espectador aún teniendo a su protagonista inmovlizado el 80% del metraje. Por lo demás, hasta la próxima que esperemos sea mejor, amigo Álex.