
Título Original: Van Helsing (2004)
Director: Stephen Sommers
Guión: Stephen Sommers
Actores: Hugh Jackman, Kate Beckinsale, Richard Roxburgh, David Wenham, Will Kemp, Kevin J. O'Connor, Elena Anaya, Silvia Colloca, Josie Maran
Trailer

Soy un gran seguidor del cine de terror de la Universal surgido en Hollywood durante la primera mitad de del siglo XX. Por eso que una cinta de este género comience con el Conde Drácula y el Doctor Frankenstein discutiendo a gritos en el torreón de un castillo sólo se lo consiento al bueno de Jesús Franco, porque es quién es y se merece toda mi admiración. En cambio Stephen Sommers es un papanatas de campeonato, que no tiene el suficiente carisma o bagaje para que se le consienta tal blasfemia.

El director de La Momia mete dos referencias al Frankenstein de James Whale en los primeros 5 minutos de metraje, como para pagar una especie de peaje con el público más exigente, y a partir de ahí se permite (y los productores de la misma Universal con él) carta blanca para mezclar en una descerebrada macedonia monstruosa todos los personajes cinematográficos y literarios clásicos que le salen de la punta de salva sea la parte. No vamos a pedir rigor a una superproducción como Van Helsing, seamos sensatos, pero sí un mínimo de coherencia o respeto para con el aficionado al cine de terror clásico.

El problema es que Van Helsing es una disparatada barraca de feria con patas para el lucimiento de un carismático Hugh Jackman interpretando no al ínclito enemigo literario del célebre conde transilvano (interpretado en cine por actores con porte y la profesionalidad de los británicos Peter Cushing, Lawrence Olivier o Anthony Hopkins) sino a una especie de James Bond victoriano, pasado por una pátina de retro cyberpunk o vaya usted a a saber qué hostias. No hay en la cinta verdadero cariño o respeto por los personajes a los que supuestamentre está rindiendo tributo.

Pero dejando de lado las puñaladas en mi corazón de seguidor del fantaterror de todo pelaje, la cinta tiene unas resoluciones formales que incitan a la carcajada, y no precisamente en los pasajes cómicos, cargados de un dudoso humor que no suele funcionar en casi ningún momento sino en las de acción, las que se supone que Sommers más en serio se ha tomado y a las que le ha dedicado un dineral en efectos digitales que cantan más que Steven Seagal en una de James Ivory.

Las novias de Drácula con la boca más grande que el cañón de Colorado y bailando sevillanas a velocidad de tornado al morir (pobre Elena Anaya, menudo debut de mierda en Hollywood, eso sí, sale más que ninguna de las otras dos y luce escotazo, porque ella lo vale) esos cachondísimos acentos que ni los mismos actores saben de donde proceden, los saltos de Kate Beckinshale y sobre todo el peor, más ridículo, hostiable, hortera y aberrante Drácula que haya salido jamás de la pantalla grande. Ese Richard Roxburgh con recogepelo, coleta que le llega por el culo voz chirriante y gestos amanerados. Y lo de el fusilamiento de la escena de la inmensa El Baile de los Vampiros, mejor ni lo menciono.

Van Helsing, Drácula, Frankenstein, el Hombre Lobo, el Doctor Jekyll y Mr Hide, incluso Igor, todos ellos deben estar revolviéndose en sus ficiticas tumbas. Porque lo que sí es cierto es que Van Helsing es una vergüenza como homenaje al cine y la literatura de terror, un producto minimamente pasable como cinta de aventuras aparatosas rotundamente vacuas, pero en cambio como comedia involuntaria no tiene precio. Menos mal que Stephen Sommers más tarde la cogió sólo con juguetes y encima la cosa la salió divertida y mucho más agradable. Los caminos del cine son inescrutables.

El director de La Momia mete dos referencias al Frankenstein de James Whale en los primeros 5 minutos de metraje, como para pagar una especie de peaje con el público más exigente, y a partir de ahí se permite (y los productores de la misma Universal con él) carta blanca para mezclar en una descerebrada macedonia monstruosa todos los personajes cinematográficos y literarios clásicos que le salen de la punta de salva sea la parte. No vamos a pedir rigor a una superproducción como Van Helsing, seamos sensatos, pero sí un mínimo de coherencia o respeto para con el aficionado al cine de terror clásico.

El problema es que Van Helsing es una disparatada barraca de feria con patas para el lucimiento de un carismático Hugh Jackman interpretando no al ínclito enemigo literario del célebre conde transilvano (interpretado en cine por actores con porte y la profesionalidad de los británicos Peter Cushing, Lawrence Olivier o Anthony Hopkins) sino a una especie de James Bond victoriano, pasado por una pátina de retro cyberpunk o vaya usted a a saber qué hostias. No hay en la cinta verdadero cariño o respeto por los personajes a los que supuestamentre está rindiendo tributo.

Pero dejando de lado las puñaladas en mi corazón de seguidor del fantaterror de todo pelaje, la cinta tiene unas resoluciones formales que incitan a la carcajada, y no precisamente en los pasajes cómicos, cargados de un dudoso humor que no suele funcionar en casi ningún momento sino en las de acción, las que se supone que Sommers más en serio se ha tomado y a las que le ha dedicado un dineral en efectos digitales que cantan más que Steven Seagal en una de James Ivory.

Las novias de Drácula con la boca más grande que el cañón de Colorado y bailando sevillanas a velocidad de tornado al morir (pobre Elena Anaya, menudo debut de mierda en Hollywood, eso sí, sale más que ninguna de las otras dos y luce escotazo, porque ella lo vale) esos cachondísimos acentos que ni los mismos actores saben de donde proceden, los saltos de Kate Beckinshale y sobre todo el peor, más ridículo, hostiable, hortera y aberrante Drácula que haya salido jamás de la pantalla grande. Ese Richard Roxburgh con recogepelo, coleta que le llega por el culo voz chirriante y gestos amanerados. Y lo de el fusilamiento de la escena de la inmensa El Baile de los Vampiros, mejor ni lo menciono.

Van Helsing, Drácula, Frankenstein, el Hombre Lobo, el Doctor Jekyll y Mr Hide, incluso Igor, todos ellos deben estar revolviéndose en sus ficiticas tumbas. Porque lo que sí es cierto es que Van Helsing es una vergüenza como homenaje al cine y la literatura de terror, un producto minimamente pasable como cinta de aventuras aparatosas rotundamente vacuas, pero en cambio como comedia involuntaria no tiene precio. Menos mal que Stephen Sommers más tarde la cogió sólo con juguetes y encima la cosa la salió divertida y mucho más agradable. Los caminos del cine son inescrutables.
