Titulo Original Basic Instinct (1992)
Director Paul Verhoeven
Guión Joe Eszterhas
Actores Michael Douglas, Sharon Stone, George Dzundza, Jeanne Tripplehorn, Denis Arndt, Leilani Sarelle, Stephen Tobolowsky, Jack McGee, Daniel von Bargen, Mitch Pileggi, Wayne Knight
La entrada del holandés Paul Verhoeven en Hollywood fue por donde nadie lo esperaba. Después de levantar ampollas en su país natal con films como Delicias Turcas, Spetters o El Cuarto Hombre tuvo su primera toma de contacto con el cine internacional con la descarnada y sucia cinta medieval Los Señores del Acero (Flesh+Blood) pero a la meca del cine llegó por medio de un género tan ajeno a su impronta como la ciencia ficción. Viendo los resultados de una obra maestra como Robocop y una delicia cafre como Desafío Total (Total Recall) podemos afirmar que su elección para llevar a imágenes la satírica conversión de Alex Murphy en el ¿perfecto? policía robot fue todo un acierto. Pero tras estas dos experiencias en 1992 el director de El Hombre Sin Sombra (Hollow Man) pudo volver a varias de las constantes que cimentaron sus primeros trabajos, aunque ya asentado completamente en el cine estadounidense de gran presupuesto.
En 1991 el productor Mario Kassar adquirió por más de tres millones de dólares el guión de Instinto Básico escrito por Joe Eszterhas (La Caja de Música, Flashdance) a él se unió el actor Michael Douglas para sacar adelante el proyecto de llevarlo a imágenes. Kassar ya había trabajado con Paul Verhoeven en Desafío Total y conocía su obra previa a Hollywood de modo que lo vio como la elección perfecta para ocupar la silla del director. Más complicada fue la tarea de buscar a una actriz para interpretar el personaje principal que haría de partenaire del protagonista de Wall Street o Traffic. Después de tantear a cientos de actrices (algunas tan conocidas como Kim Basinger, Michelle Pfeiffer, Geena Davis o Julia Roberts) la elegida fue una por aquel entonces pujante Sharon Stone de treinta y cuatro años de edad que había tenido un pequeño papel como esposa de Arnold Schwarzenegger en la ya mencionada Total Recall lo que la convertía en una conocida para productor y realizador.
Con los equipos técnico y artístico ya confirmados y el foco de la opinión pública puesto encima de la producción (incluyendo un gran número de asociaciones pro gay de San Francisco, ciudad donde se rodaba el film, que tras leer el guión afirmaron que el mismo apelaba a una demonización de la homosexualidad) comenzó el rodaje del largometraje y tras el mismo, al que habría que sumar el proceso de post producción, llegó el estreno en 1992. El éxito fue rotundo, no sólo por las expectativas y el morbo depositados en el proyecto, sino porque como siempre sucedía en Estados Unidos cuando Paul Verhoeven estrenaba película las acusaciones de excesivo, grosero, efectista y sádico no se hicieron esperar. El resultado fue uno de los thrillers policíacos más famosos de los 90 con sus buenas dosis de sexo y violencia y una trama intrincada que jugaba al gato y el ratón con un espectador que no despegaba la mirada de la pantalla un segundo. Un triunfo descomunal que marcó, entre otras cosas, el principio del fin de la carrera del cineasta holandés en Hollywood, pero de eso hablaremos más adelante.
El rockero Johnny Boz ha sido asesinado en pleno acto sexual, el arma homicida ha sido un punzón de hielo con el que lo han apuñalado repetidas veces. El detective Nick Curran (Michael Douglas) y varios de sus socios de la policía de San Francisco se ocuparán del siniestro caso. La principal sospechosa es la novia de Boz, Catherinne Trammel (Sharon Stone) una joven, atractiva y adinerada escritora que escribió una novela llamada Love Hurts, con el pseudónimo de Catherine Woolf, en la que narraba un crimen idéntico al que se ha cobrado la vida de su pareja. Poco a poco Nick, que guarda un pasado tumultuoso como agente de la ley, si irá obsesionando con Catherinne para desconcierto de su compañero Gus (George Dzunda) y su psiquiatra Beth (Jeanne Tripplehorn) que también mantiene relaciones íntimas con él. Cuanto más se cierra el cerco sobre la sospechosa más atraído se siente Curran por ella viéndose envuelto en un juego de sexo, muerte y autodestrucción en el que nadie es lo que parece.
En líneas generales la trama no se aleja demasiado de las de esos telefilmes americanos que se emitían a principios de los 90 de madrugada normalmente protagonizados por las playmates de turno. Pero es el guión de Joe Eszterhas el que coge dicho punto de partida para retorcerlo con inteligencia y mucha villanía hasta lo agradecidamente inverosímil. La tensión con la que se desarrolla el caso policial, la cantidad de giros por minuto que da el mismo gracias a la aparición de pistas, revelaciones o vueltas de tuerca y lo bien perfiladas que están las personalidades de los personajes protagonistas, a los que darán vida un dúo da actores que nacieron para interpretarlos, son los pilares sobre los que se sustenta un producto como Instinto Básico. Pero todo esto en manos de un director despersonalizado y gris hubiera quedado en poco o nada, por suerte un animal de la dirección como el autor de Starship Troopers o Katty Tippel tomó las riendas del proyecto y lo hizo totalmente suyo.
Algo que salta a la vista al conocedor de la obra de Paul Verhoeven (y que él mismo se ocupó de afirmar en su momento) es que Instinto Básico parece una revisión o reformulación americana de El Cuarto Hombre, posiblemente el mejor largometraje de la etapa holandesa del cineasta. La presencia de una femme fatale rubia que embauca a todo tipo de hombres, un personaje masculino con tendencias autodestructivas, una atmósfera opresiva y un misterio que resolver con respecto a si el rol femenino es una asesina en serie son constantes que poseía el film protagonizado por Jeroen Krabbé y Renée Soutendijk y que comparte con esta producción de 1992 que nos ocupa. Evidentemente este terreno se antojaba mucho más fértil y reconocible para que el realizador se moviera a sus anchas, pero incluso yendo un poco más allá no decidió quedarse sólo ahí, ya que aprovechó el rodaje en San Francisco y la estructura de la trama para realizar uno de los mejores homenajes jamás vistos al maestro del suspense.
Instinto Básico es una cinta 100% Hitchcock y por lógico efecto dominó también posee mucho de la impronta de su más aventajado discípulo, Brian de Palma. Por la puesta en escena de Verhoeven con grandes angulares, travellings, planos a vista de pájaro o por los personajes abordados como si hubieran salido de una novela negra. Lo es desde los títulos de crédito a lo Saul Bass hasta la prodigiosa banda sonora del gran Jerry Goldsmith que desde sus primeros compases nos evoca a los score que Bernard Hermann componía para el orondo cineasta británico. Vértigo es una sus película favoritas de Verhoeven y según sus propias palabras la tenía en mente durante el rodaje de su décimo largometraje. La presencia de un detective con problemas personales, la intervención de dos mujeres, una rubia y otra morena, que ofrecen dos reflejos de una misma imagen o la manera idílica con la que retrata los paisajes de la ciudad californiana hacen de Instinto Básico no sólo un claro homenaje al film protagonizado por James Stewart y Kim Novak, sino también una muestra del tipo de cine que habría realizado el autor de Psicosis si hubiera seguido con vida en los 90, además, la violencia explícita con la que estaba abordando algunos de sus últimos trabajos como la visceral Frenesí apoyarían esta teoría.
Sharon Stone y su personaje de Catherinne Trammel son Instinto Básico, la cinta no se entendería sin su presencia. Posiblemente la elección de la norteamericana sea uno de los aciertos de casting más notables de la historia del cine reciente. El personaje femenino del film de Paul Verhoeven, que hereda el carácter individualista y dominante de las mujeres a las que retrató en los films en los que colaboró con su amigo el guionista Gerard Soeteman, es más un concepto que un personaje cercano a la realidad, una idealización de la mujer perfecta desde un punto de vista masculino. Liberada sexualmente, inteligente, astuta, y con un control total sobre unos hombres que se creen superiores a ella. Sirva como ejemplo la ya mítica (y parodiada hasta la nausea) escena del interrogatorio que se revela para el ojo mínimamente avezado no como una secuencia gratuita para que Verhoeven muestre los genitales de su actriz principal, sino como una demostración de poder ante unos agentes de la ley que se ven completamente superados por su sospechosa, una mujer tan segura de sí misma como para incluso engañar al polígrafo.
Sharon Stone representa claramente esa imagen idealizada de la mujer perfecta reflejada en los ojos de un hombre. La actriz de Casino transmite sexualidad por todos los poros de su piel, ya sea caminando, sonriendo maliciosamente, con su voz, fumando un cigarrillo, cambiándose de ropa o como no, follando. La cámara de Paul Verhoeven es ese ojo masculinizado que se deja embaucar por su epatante belleza, por su lascivia, por su rol de "reina blanca" que controla al resto de piezas que pueblan el tablero. La actriz, que venía de explotar su físico en otros films como nuestra vergonzosa Sangre y Arena o la poco conocida Confesión Criminal (Where Sleeping Dogs Lie), dio rienda suelta a todos sus encantos para convertirse en el sueño húmedo de hombres y mujeres de todo el mundo y el resultado no se hizo esperar lo más mínimo. De la noche a la mañana la estadounidense se convirtió en todo un icono sexual de los 90 y en una de las mujeres más deseadas del momento, estigma que jamás pudo quitarse de encima y que, por otro lado, ella supo amortizar en otros thrillers (eróticos o no) como Acosada (Sliver), El Especialista, Entre Dos Mujeres (Intersection) o de manera más o menos reciente con la secuela del film que nos ocupa y de la que hablaremos en el blog a no mucho tardar.
La víctima de todas las artimañas sexuales e intelectuales de la Catherinne Trammel de Sharon Stone es el magnífico Nick Curran de Michael Douglas. La elección del protagonista de Un Día de Furia (Falling Down) no fue menos acertada que la de su compañera de reparto. Después de protagonizar Atracción Fatal y con la sombra de su adicción al sexo sobrevolando tanto su vida privada como la profesional acometió este, nada agradable de cara al público, detective obsesivo, con pasado homicida, oscuras parafilias sexuales y tras conocer a la principal sospechosa del caso que investiga de nuevo fumador, alcohólico y con tendencias violentas. Aunque en todo momento Nick cree tener el control de la situación y que los encantos de Catherinne sólo son un juego peligroso que no le afecta más allá del plano sexual el policía no se da cuenta de que está siendo un títere en manos de la novelista y posible asesina para enfado de sus compañeros, superiores y actual pareja, la psiquiatra Beth Garner interpretada por Jeanne Tripplehorn.
Aunque gran parte de la fama de Instinto Básico viene de sus escenas sexuales ni estas son tantas ni se incluyen de manera gratuita en la trama, todas ellas tienen un fin narrativo y de desarrollo en cuanto al devenir de los acontecimientos y personajes. Como sucede en todos los largometrajes de Paul Verhoeven antes del rodaje el holandés diseña unos storyboards que servirán como base para la puesta en escena y su tercer film en Hollywood no fue una excepción. Evidentemente las secuencias de sexo también fueron minuciosamente diseñadas por medio de ilustraciones, dando sentido en fondo y forma a toda la explicitud carnal que veríamos en pantalla. En la película sólo hay cuatro escenas de consumación sexual y, como comentamos, todas aportan algo a la historia. La primera es la que desemboca en el asesinato de Johnny Boz que da inicio al caso criminal que será investigado, la segunda, entre Nick y Beth, da muestras de la relación que ambos mantienen y de los brotes violentos del detective (magistral la referencia a La Ventana Indiscreta en este pasaje con las alumnas de aerobic haciendo ejercicio en la ventana de enfrente) la tercera y más importante es una coreografía de placer y poder en el que los dos protagonistas luchan por prevalecer el uno sobre el otro y la última sirve para jugar con el estatus como pareja que Trammel y Curran y tras ello cerrar el film con el famoso y ambiguo plano final.
Es tan justificable la presencia de escenas de sexo en el devenir de la trama o las relaciones interpersonales de los personajes principales de Instinto Básico que una vez Catherinne Trammel y Nick Curran consuman su primer coito Verhoeven decide que ya no es necesario regodearse más en el morbo sexual, de modo que el resto de momentos íntimos entre los protagonistas son eludidos con elipsis narrativas hasta llegar a la última, ya citada, en la que el relato se sirve de ella para dar forma a su clímax final. Las secuencias están perfectamente abordadas por unos actores entregadísimos (ojo, no sólo por los protagonistas, una bellísima y debutante Jeanne Tripplehorn no le va a la zaga a la actriz de Diabólicas) que no eluden mostrar (casi) todas las partes de su cuerpo transmitiendo una sensualidiad que atraviesa la pantalla para conectar directamente con la excitación de todo tipo de espectadores. Estos pasajes levantaron una considerable polvareda entre la América más puritana, pero si se comparan con los aún más explícitos de los films de la etapa holandesa de Verhoeven se antojan incluso conservadores o cohibidos.
No vamos a intentar con esta entrada afirmar que Instino Básico es una obra maestra, ni tan siquiera es una de las mejores películas de Paul Verhoeven, pero como thriller efectista, malicioso, de sexualidad poderosa, trama tan absorbente como embaucadora y personajes lúbricos marcó un hito en los años 90. Paul Verhoeven la abordó con una profesionalidad intachable, con su mirada nihilista y escatológica que en ocasiones bordea la autoparodia genérica y el resultado fue de nota, una cinta de culto de los videoclubs y las sesiones golfas. Años después intentó repetir la fórmula aunando de nuevo fuerzas con Joe Eszterhas en la reivindicable Showgirls, pero el fracaso en pantalla grande fue de órdago (no así en su carrera en el mercado doméstico, donde las ventas fueron descomunales) seguidamente la ácida e incomprendida Starship Troopers y más tarde la impersonal El Hombre Sin Sombra (Hollow Man) terminarían de dilapidar la carrera en Hollywood del holandés. Por suerte de vuelta en Europa, y con el reconocimiento como autor personal y arriesgado que siempre se le había negado, rodó el que posiblemente sea su mejor film y una clara vuelta a sus raíces, El Libro Negro (Zwartboek) la experimental y aparatosamente colectiva Steekspel (Tricked) y la que hasta hora es su última cinta y su primera incursión en el celuloide francés, Elle, con Isabel Huppert como protagonista y no pocas alabanzas tras su paso por el último festival de Cannes con la prensa especializada afirmando que, el que sigue siendo uno de mis directores favoritos, continúa en plena forma y dando guerra como en sus mejores tiempos.
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