“Aquellos sucesos se pagaron con sangre, así que honrelos, no se si servirán de algo, pero deberían, porque merecemos un mundo mejor”
El 12 de Enero de 2014 HBO estrenó la que aquel año se convirtió en la serie revelación de la cadena por cable norteamericana. True Detective nacía de la pluma del guionista y novelista Nic Pizzolatto (The Killing) formando este tándem con el director Cary Joji Fukunaga (Jane Eyre) para ofrecer ambos a unos Matthew McConaughey y Woody Harrelson tanto los papeles protagonistas como labores en calidad de productores ejecutivos del proyecto. La primera temporada de este programa, que al igual que otros como American Horror Story de Ryan Murphy y Brad Falchuck recurría al formato antología (cada temporada sería independiente de la siguiente y tendría distintos personajes), estaba protagonizada por dos detectives llamados Rust Cohle y Marty Hart a los que en el año 2012 se les interrogaba por un caso de asesinato ritual y posterior captura del homicida que tuvo lugar en el año 1995 en el estado de Louisiana y en el que ambos estuvieron implicados. Aunque en sus primeros episodios el proyecto no hizo demasiado ruido tras la emisión del cuarto, el del famoso plano secuencia, el trabajo de Pizzolatto y Fukunaga fue ganando poco a poco el seguimiento de una enorme horda de fans que perdían la cabeza por resolver el intrincado caso en el que ambos personajes estaban embarcados.
Antes de acabar los ocho episodios que daban forma a la temporada True Detective ya era una serie de culto que con su mezcla de relato de literatura/cine negro con ribetes del David Lynch de Twin Peaks, un latente submundo de corte sobrenatural deudor del imaginario del escritor norteamericano Howard Philip Lovecraft y no pocos homenajes a obras dentro mundo del arte secuencial como las salidas del sello Vertigo o las ideadas por el británico Alan Moore (autor al que Pizzolatto no ha dudado en mencionar a la hora de hablar de referentes para True Detective), escritura sólida llena de simbología y cripticismo, dirección de acero que recayó en todos los capítulos en un sólo realizador y reparto sobresaliente en el que sobresalía un Matthew McConaughey nihilista y autodestructivo que confirmaba el nuevo y glorioso encarrilamiento de su carrera como intérprete consiguió enamorar a millones fans de todo el globo que encumbraron a la producción convirtiéndola en un éxito enorme para la cadena donde se hospedan series como Juego de Tronos, Girls o The Leftlovers.
Como era lógico tras el éxito de la primera temporada la producción de una segunda no se hizo esperar y HBO encargó a Nic Pizzolatto la labor de sacarla adelante en calidad de guionista y showrunner lo antes posible, esta vez sin la ayuda de Cary Joji Fukunaga que abandonaba labores de director para ejercer únicamente de productor ejecutivo, según las malas lenguas por problemas con su antaño compañero en la serie. Las noticias sobre la gestación de esta “True Detective II” fueron llegando con cuentagotas mientras las expectativas eran cada vez más altas debido a que la primera tanda de episodios había dejado el nivel de calidad por las nubes. Poco a poco se fue confirmando que Pizzolatto no sería el único escritor de la temporada y que la dirección, ahora sí, se repartiría entre varios realizadores, como suele ser habitual en la ficción televisiva norteamericana. Entre los meses de Octubre y Noviembre de 2014 se fueron confirmando los nombres del reparto que estaría formado por Colin Farrell (Daredevil, Alejandro Magno), Rachel McAdams (El Diario de Noa, To the Wonder) Vince Vaughn (Psicósis, El Mundo Perdido), Taylor Kitsch (Salvajes, X-Men Orígenes: Lobezno) y Kelly Reilly (Eden Lake, Sherlock Holmes) certificando que los dos personajes de la primera temporada pasarían a ser cinco en esta.
El pasado 21 de Junio del presente 2016 se cumplía un año del estreno por parte de HBO del primer episodio de la temporada, con guión del mismo Nic Pizzolatto en solitario y dirección del cineasta de origen taiwanés Justin Lin, conocido por ser artífice de la realización de varias entregas de la exitosa saga Fast & Furious y sustituto de J.J. Abrams en la franquicia Star Trek. El resultado no fue el esperado y la sensación de decepción por parte de los fans de la serie no sólo no se hizo esperar sino que se extendió a lo largo de prácticamente toda la emisión de la temporada por parte de la cadena de pago norteamericana. Gran parte de aquellos espectadores que esperaban una continuación ortodoxa del microcosmos filosófico y misántropo rodeado por una especie de submundo extraterrenal que tenía mucho de ensoñación se encontraron un producto que eludía dichas constantes para centrarse en otras menos simbólicas o alegóricas, más cercano a lo que sería nuestra realidad. Durante la emisión de los capítulos (y después de la misma) las redes sociales y webs de opinión ardieron hablando de la bajada de calidad e interés que había sufrido esta nueva entrega True Detective con respecto a la primera que le dio la fama al producto, después los humos se atenuaron pero quedó claro que esta nueva entrega de la serie de HBO había decepcionado a no pocos espectadores.
Sin intención de afirmar que esta segunda temporada es mejor o tan buena como la anterior (con respecto a eso pocos estaremos en desacuerdo) y con la perspectiva que nos da el paso del tiempo en esta entrada vamos a intentar ir a contracorriente de la mayoría argumentando por qué un trabajo como el que nos ocupa merece mucho la pena por la considerables virtudes que atesora y la valentía con la que ha sido abordado como el producto catódico de un autor que sabiendo que tenía la fórmula del éxito en la palma de su mano y que sólo teniendo que explotarla un poco más hubiera dejado satisfecho a prácticamente todo el mundo eligió el camino más complicado, dar un triple salto mortal sin red, ofreciendo algo que en apariencia puede parecernos diferente a aquellas ocho entregas que degustamos con fruición el pasado, pero que es muy parecido en su esencia a las aventuras y desventuras (más de estas últimas) de Rust Cohle, Marty Hurt y compañía en los lacónicos pantanos de la sureña Louisiana, para confirmar que la odisea crepuscular protagonizada por los agentes Ray Velcoro y Ani Bezzerides o el mafioso Frank Semyon entre otros es un proyecto de una calidad más que contrastada, unos hallazgos del todo encomiables y poseedor de algunos momentos remarcables que no merece, ni de lejos, el desdeñoso trato que recibió desde el mismo estreno de su primer capítulo.
La segunda temporada tiene lugar en Los Ángeles y sigue los pasos de cinco personajes. Por un lado está Ray Velcoro (Colin Farrell) detective del Departamento de Policía de la Ciudad de Vinci, un individuo tan eficiente como autodestructivo con graves problemas personales (un divorcio y la custodia por su único hijo) y vinculado por medio de la corrupción con la mafia local. Ani Bezzerides (Rachel McAdams) es una detective de la Oficina del Sheriff del Condado de Ventura con tendencia a los excesos y un pasado tumultuoso ligado a su padre Eliot Bezzerides (David Morse) el líder de una secta y a su hermana Athena (Leven Rambin) que se dedica a hacer performances eróticas para páginas de internet. Paul Woodrugh (Taylor Kitsch) es un veterano de la guerra de Afganistan que ejerce como policía de tráfico viviendo en el eterno dilema de no aceptar su homosexualidad y con la sombra de una multa por exceso de tráfico que supuetamente no puso a cambio de recibir los servicios sexuales de una actriz que ha ensuciado su nombre de cara a sus compañeros y colaboradores.
Por último tenemos al mafioso Frank Semyon (Vince Vaughn) implicado en no pocos casos de corrupción, entre ellos solicitar los servicios extraoficiales de Velcoro, y que siempre recibe el consejo de su esposa Jordan (Kelly Reilly) con la que lleva tiempo intentando concebir hijos sin éxito. Las vidas de estas cinco personas se cruzarán cuando Woodrugh encuentre, estando fuera de servicio, el cuerpo sin vida del gerente de la ciudad y socio de Semyon en el proyecto de un futuro tren de alta velocidad, Ben Caspere, y por ello el caso se le asigne, por problemas de jurisdicción, al ya mencionado policía de tráfico junto a Velcoro y Bezzerides que recibirán de sus respectivos superiores órdenes para investigarse los unos a los otros y en el caso del personaje de Colin Farrell la misión de hacer lo posible para que el caso no se solucione ya que ello sacaría a la luz los trapos sucios de la ciudad de Vinci y que apuntarían directamente al alcalde Austin Chessani (Ritchie Coster).
La segunda temporada de True Detective abandonaba los húmedos pantanos de Lousiana y se adentraba en el urbanismo crudo y ballardiano de Los Ángeles, dejaba de lado el ambiente rural del sur del país y abrazaba el de las ciudades con rascacielos e industrialmente desarrolladas, omitía ese tono de latente amenaza sobrenatural que parecía habitar el subsuelo ara entregarse a temas más mundanos y actuales, propios de los seres humanos. Aunque la trama seguía siendo un policíaco con protagonistas nihilistas, autodestructivos y cuyas vidas personales se asentaban en la mentira o la hipocresía, el tono mucho más cercano, las distintas subtramas abiertas desde el primer episodio, la visión crítica sobre temas como la corrupción policial o política y los estragos de la crisis económica acercaban esta segunda tanda de episodios más a otros productos catódicos como The Wire de David Simon y Ed Burns o The Shield de Shawn Ryan (no en la puesta en escena, que en la serie protagonizada por Vic Mackey era espídica y con cámara al hombro, pero sí por la conexión entre corrupción policial y política local) que a la primera temporada de la serie ideada por Nic Pizzolatto y Cary Joji Fukunaga, influencias de calidad a las que poco o nada se les puede reprochar (hablamos de dos de las mejores series americanas de la pasada década) pero que chocan frontalmente con lo que habíamos visto en las correrías de los agentes Rust Cohle y Marty Hart.
Casi un año después de la finalización de la emisión de la temporada y habiéndola revisado en bluray a lo largo de estos últimos días un servidor confirma que fueron las expectativas y el deseo por ver algo muy similar a lo que Nic Pizzolatto y Cary Joji Fukunaga mostraron en la primera temporada los motivos, y no otros, que dieron pie a que esta segunda temporada de True Detective se convirtiera en una decepción para gran parte de aquellos que se enamoraron de los primeros ocho episodios de la serie. Porque para ser francos poco más se le puede achacar a esta segunda tanda de capítulos, ya que como producto televisivo cumple casi al 100% con su cometido de mostrarse de cara a la audiencia como una muestra de ficción de calidad, perfectamente ejecutada en todos sus apartados y con no pocos aciertos formales y conceptuales. “True Detective II”, es como ya hemos mencionado, un policíaco que hunde sus raíces en el cine o la literatura negra y el western, un relato fatalista en el que el bien se sacrifica en aras de un mundo mejor mientras el mal sigue extendiendo indefinidamente sus tentáculos, es Sidney Lumet, Michael Mann, William Friedkin o Dennis Lehane.
El guión, su construcción y desarrollo, vuelve a ser brillante pero las presiones y prisas de la HBO (que mencionaremos más adelante) obligaron a Nic Pizzolatto, por primera vez en esta serie, a recurrir a co guionistas puntuales como Scott Lasser o Amanda Overton para que le ayudaran con la escritura de algunos de episodios, aunque prácticamente todo el trabajo recayó en el autor de la novela La Profundidad del Mar Amarillo. Cambios más significativos hubo en cuanto a la dirección de episodios ya que si en la primera temporada uno sólo, Cary Joji Fukunaga, se ocupó de rodarlos todos en esta segunda temporada, y como suele ser común en el mundo de la televisión americana, varios de ellos se repartieron la realización de los mismos recurriendo tanto a algunos cineastas asiduos a la pantalla grande como Justin Lin (Fast & Furious, Stark Trek: Más Allá) o John Crowley (Brooklyn, Intermission) como a artesanos consagrados en la pequeña como Jeremy Podeswa (Juego de Tronos, A Dos Metros Bajo Tierra) o Daniel Attias (The Killing, The Wire) entre otros.
La mayoría de estos cambios, unos más sustanciales que otros, no impiden en ningún momento que la segunda temporada de True Detective, al igual que la primera, se muestre como un producto televisivo cohesionado y con la calidad exigida como programa nacido en el seno de la HBO. Por un lado el guión de Nic Pizzolatto consigue desarrollar varias tramas para que las mismas converjan con eficacia, permitiendo la retroalimentación entre ellas, ofreciendo un entramado perfectamente hilado en el que tienen cabida corrupción policial y política, extorsión, trata de blancas, pederastia, asesinatos y los problemas personales de cada uno de los personajes principales. A Pizzolatto se le notan las dotes como novelista y un especial predilección para dar forma a diálogos potentes pero en ocasiones recargados (algo que ya le pasaba en la primera temporada a la hora de abordar al personaje de Rust Cohle, aunque en esa ocasión casaba perfectamente con la filosofía del mismo) permitiendo que la narración fluya poco a poco y vaya tomando forma sin mayores estridencias.
Por otro lado la labor de los directores no tiene mucho que envidiar a la del director de Beats of No Nation o Jane Eyre, ya que después de que Justin Lin asiente las bases visuales (que, por otro lado, son muy parecidas a las de, una vez más, la primera tanda de capítulos) en los dos primeros episodios el resto de realizadores sólo tienen que mantener el mismo tono. Las transiciones con panorámicas de Los Ángeles, el magnífico uso de las localizaciones, dejar respirar los encuadres en las escenas de acción y ofrecer espacio a los actores para que puedan lucirse hacen de la puesta en escena de esta segunda temporada un trabajo intachable. Mencionar también que si en el cuarto episodio de la primera temporada teníamos el soberbio plano secuencia con la redada a los moteros en el de esta tenemos la “Masacre de Vinci” en la que los personajes de Farrell, MacAdams y Kitsch protagonizan el frustrado asalto a un laboratorio de metanfetamina rodado con verdadera maestría por un perro viejo en estas lides como Jeremy Podeswa.
Otro de los puntos fuertes de True Detective y que esta segunda temporada también contiene es la excelente labor de su reparto de actores. Si en la primera temporada el trabajo de Matthew McConaughey fue superlativo y el de Woody Harrelson sobresaliente los actores que protagonizan la segunda no pierden la oportunidad de ofrecer, varios de ellos, los mejores trabajos de sus respectivas carreras. Colin Farrell se enfunda el desaliñado aspecto de Ray Velcoro, un policía corrupto de vuelta de todo, con una situación personal que lo consume poco a poco, y con apariencia de haber salido de una novela de Cormac McCarthy, ofreciendo una composición magnífica. Al irlandés no le va a la zaga la Ani Bezzerides de Rachel McAdams, acostumbrados a ver a la canadiense en cintas románticas o comedias como El Diario de Noa (The Notebook) o Morning Glory aquí de desmarca con un rol de mujer dura y muy entregada en el plano físico con algunos puntos en común con el Rust Cohle del ganador del Oscar por Dallas Buyers Club. Taylor Kistch como Paul Woodrugh aborda con acierto su taciturno personaje, el que posiblemente tenga una psicolgía más quebrada por sus propios demonios y cuya delgadez (en films como John Carter o Salvajes lo hemos visto mucho más corpulento) transmite al espectador una efectiva sensación de debilidad física que no desentona con la que también padece en el plano mental.
Pero si hay alguien que sorprende en el reparto es el normalmente penoso Vince Vaughn, uno de los actores que más basura ha rodado en Hollywood (pocas películas podrían salvarse dentro de su flmografía) se encuentra aquí a la altura como Frank Semyon, un elegante mafioso con un estricto código de honor, un Rey Lear que busca dejar los negocios sucios y formar una familia con su mujer y mayor consejera, Jordan, a la que ofrece su serena belleza la británica Kelly Reilly, un rol más secundario pero de capital importancia en la historia que vertebra la temporada y el final que da cierre a la misma. Todos estos actores dan lo mejor de sí mismos, no sólo por el bagaje que tienen a sus espaldas después de haber rodado decenas de películas, también por el considerable talento que tiene Nic Pizzolatto para ofrecerles en los guiones momentos con los que lucirse y su especial cuidado a la hora de relacionarse con ellos. Este quinteto de intérpretes apelan a una sabia contención y se hacen grandes gracias a la prosa del escritor de la novela Galveston. El monólogo de Vince Vaughan en el inicio del segundo episodio, todas las escenas que Colin Farrell comparte con su hijo, Rachel MacAdams y su incursión como falsa escort en la mansión, Taylor Kitsch y la escena en la estación de metro del penúltimo episodio o la última escena que comparte Kelly Reilly con el Norman Bates del remake de Psicosis de Gus Van Sant son muestras de que Pizzolatto es capaz de ofrecer muy buen material para que su reparto realice un trabajo notable.
¿Entonces qué falla en esta segunda temporada de True Detective?, ¿Por qué decepcionó a tanta gente en el momento de su emisión?, ¿Por qué palidece al lado de su hermana mayor protagonizada por Rust Cohle y Marty Hart?. Intentando dar respuesta a estas preguntas diremos que es indudable que el ritmo es bastante más lento que el de la primera temporada, aunque esta también se tomaba su tiempo para mantener un contacto inicial con el espectador, pero el juego del gato y el ratón al que se prestaba era más agradecido de cara a la audiencia. Por otro lado la narración más convencional también hizo mella en la recepción del producto, ya que como televidentes nos habíamos acostumbrado al caviar con esos primeros ocho episodios narrados con flashbacks hasta en tres líneas temporales, y Nic Pizzolatto aquí nos ofreció algo que, sin ser deficiente, sí era más procedimental, yendo a contracorriente de lo que ya había planteando y molestando a no pocos fans de la serie con su controvertida decisión.
Por mucho que los actores estén excelentes en sus papeles el recuerdo de los roles de Woody Harrelson y sobre todo el inmenso de Matthew McConaughey (muchos vieron en Rust Cohle el perfecto John Constatine que disfrutamos en la colección Hellblazer del sello Vertigo) estaban muy por encima y las comparaciones en ese sentido tampoco se hicieron esperar. Aunque un servidor considera el mayor fallo de esta temporada la ausencia de aquella pátina de atmósfera sobrenatural que sobrevolaba Louisiana, con un malsano hálito lovecraftiano que nunca se mostraba de manera explícita, pero que estaba siempre presente. Esta Los Ángeles de fría piedra y carreteras infinitas más cercana a la realidad de la segunda temporada, poco tiene que ver con ese retorcido misticismo sureño que tenía su hermana mayor y que se convirtió en una de sus señas de identidad más reconocibles, algo que seguramente el mismo Pizzolatto no comparta conmigo, ni con otros muchos seguidores de su obra, viendo como lo eliminó (casi) de raíz en esta nueva etapa.
Pero ahí reside la mayor virtud de esta segunda temporada de True Detective para el que esto suscribe, en el valor y la personalidad de Nic Pizzolatto que, como comentaba al inicio de la entrada, sabía que resortes debía utilizar para asegurarse un autocomplaciente éxito haciendo “más de lo mismo” y decidió tomar el camino contrario, más largo, espinoso y arriesgado. Mucho más efectiva vista en conjunto (como la novela que es gracias a la mano de su autor) y con no pocas virtudes en cualquiera de sus apartados la segunda temporada de True Detective merece ser revalorizada como el excelente producto de ficción que es. Poco importa a un servidor que hasta Michael Lombardo admita que no estuvo a la altura por culpa de la presión a la que sometió al showrunner y guionista o que el futuro de la tercera temporada siga pendiendo de un fino hilo, esta reciente revisión que he hecho a los ocho episodios me confirman que esta “True Detective II” hubiera sido recibida con mucho más énfasis si no hubiera estado vinculada al producto que le precedía y que posiblemente el paso del tiempo la pondrá en el lugar que merece, a sólo unos peldaños debajo de ese inimitable e irrepetible viaje a Caracosa en busca del Rey Amarillo.
Reseña original publicada en Zona Negativa
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