Título Original The BFG (2016)
Director Steven Spielberg
Guión Melissa Mathison, basado en el relato de Roald Dahl
Actores Mark Rylance, Ruby Barnhill, Penelope Wilton, Jemaine Clement, Rebecca Hall, Bill Hader, Rafe Spall, Adam Godley, Matt Frewer, Ólafur Darri Ólafsson, Haig Sutherland, Michael Adamthwaite
Desde los inicios de su carrera el cineasta norteamericano Steven Spielberg ha demostrado una más que contrastada versatilidad como autor para elaborar todo tipo de celuloide. Su talento y conocimiento del lenguaje cinematográfico siempre le han permitido alternar obras para adultos como El Diablo Sobre Ruedas (Duel), Tiburón (Jaws) o 1941 con otras más dirigidas a todos los públicos como Encuentros en la Tercera Fase, E.T o la saga Indiana Jones. Esta costumbre no la ha perdido en la actualidad si tenemos en cuenta que tan pronto coquetea con el thriller de espionaje o político en Munich o El Puente de los Espías, por poner un par de ejemplos, como se entrega a los brazos de las aventuras de proporciones épicas con Las Aventuras de Tintín: El Secreto del Unicornio, la adaptación que él y Peter Jackson hicieron de los cómics creados por Hergé. En cierta manera a esta último tipo de films pertenece Mi Amigo el Gigante, la última cinta del realizador de Parque Jurásico con la que traslada a la pantalla grande el cuento El Gran Gigante Bonachón (The BFG en su título original, tanto para el relato como para la película) escrito por Roald Dahl, famoso autor de libros infantiles como Charlie y la Fábrica de Chocolate, James y el Melocotón Gigante o Matilda. Con su habitual equipo detrás de las cámaras, la ayuda en producción y guión de su amiga Melissa Mathison (E.T, Kundun) que falleció antes de ver el film estrenado, unos soberbios efectos digitales, un excelente reparto y sus no pocas tablas como uno de los directores más reconocidos de la historia de Hollywood Steven Spielberg construye con su proyecto más reciente una película infantil (de hecho los niños pequeños serán los que más la disfruten) con mucho potencial y algunos pasajes memorables, pero una construcción irregular por culpa de un guión inadecuadamente expuesto y desarrollado.
Mi Amigo el Gigante narra la historia de Sophie (Ruby Barnhill) una niña solitaria y fantasiosa que vive en un orfanato en el centro de la ciudad de Londres. Una noche de insomnio descubre la presencia en el exterior del edificio en el que vive de un gigante (Mark Rylance) que al sentirse delatado la secuestra para llevarla a la Tierra de los Gigantes. Allí, y siempre de la mano de su enorme amigo, Sophie descubrirá el trabajo de este como recolector de sueños, su enemistad con otros gigantes cuya única afición es comer niños humanos y se verá implicada en una aventura en la que copara capital protagonismo la mismísima Reina de Inglaterra (Penelope Wilton). La trama inspirada en el relato de Roald Dahl deja clara la naturaleza de cuento de hadas típicamente Disney especialmente dirigida a los más pequeños de la casa, Spielberg es consciente de ello y vuelca toda su inventiva visual y talento como narrador para que su último trabajo detrás de las cámaras deje satisfecho principalmente a ese amplio sector del público. El director de Minority Report o Salvar al Soldado Ryan se deja imbuir por un humor blanco (con algunos apuntes de escatología que, no lo neguemos, suele encantar los niños) que rodeará todo el argumento y sustentará la entrañable historia en la que se ven implicados los dos protagonistas. El norteamericano aprovecha los amplios medios que tiene a sus disposición para crear un mundo fantástico deudor tanto del mismo Roald Dahl como de Michael Ende o Terry Gilliam, con ecos que van desde La Historia Interminable hasta Los Héroes del Tiempo (Time Bandits) tejiendo un microcosmos repleto de detallismo, magia y pericia estética que, eso sí, de vez en cuando se ve devorado por el exceso de CGI.
Desde la decoración de las aposentos del Gigante en la cueva con el barco pirata como cama, los diminutos libros humanos que debe leer con lupa, esos asquerosos “Pepinachos” con los que se alimenta hasta su “taller de trabajo” en el que envasa los sueños que más tarde “soplará a los humanos” pasando por los parajes de la Tierra de los Gigantes incluyendo ese lago invertido en el que encuentra el material que después usará el protagonista para dar forma a las ensoñaciones de los ciudadanos de Londres Steven Spielberg y su equipo consiguen hacer pasar por real un reino de fantasía lírico, rico en contenido, y poseedor de un encanto fuera de toda duda. Gracias a unos efectos digitales tan excesivos (la búsqueda de Sophie por parte de los gigantes) como efectivos (el motion capture traslada fielmente toda la gestualidad facial de Mark Rylance y eso se deja notar en pantalla) Mi Amigo el Gigante extrapola con pericia la palabra de Roald Dahl a la pantalla grande transmitiendo a la platea un universo tan evocador como epidérmico gracias a la profesionalidad de unos técnicos que convierten el frío pixel en verdadera fábula para toda la familia. Steven Spielberg consigue arrancar genuina poseía en no pocos pasajes del largometraje como ese bellísimo plano de la gigantesca mano entrando por la ventana del orfanato bañada por el azul de la noche, las descacharrantes “técnicas de camuflaje” del Gigante para no ser descubierto por los humanos cuando deambula por las calles de la capital inglesa o el modus operandi que utiliza para transmitir los sueños a las personas y que desemboca en la divertida escena del niño que en su propio mundo onírico cree ser el asesor del presidente de los Estados Unidos ante al asombro y diversión de una atónita Sophie.
Como era de esperar la unión de Disney con la productora Amblin del mismo Steven Spielberg iba a permitir al director de Always o Loca Evasión (The Sugarland Express) tener un reparto a la altura de las circunstancias y el de Mi Amigo el Gigante no es una excepción. Aunque el papel protagonista iba a estar interpretado por el tristemente desaparecido Robin Williams, la labor de Mark Rylance (que ganó este año el Oscar al mejor actor secundario por su papel en El Puente de los Espías, una vez más a bajo la batuta del cineasta norteamericano) es sencillamente brillante, implicándose al 100% con un personaje que aunque realizado totalmente de manera digital captura (nunca mejor dicho) toda su gestualidad, lenguaje corporal y simpatía. Le da la réplica la unas veces encantadora y otras repelente Ruby Banhill que consigue que empaticemos con su soledad (una vez más el autor de Inteligencia Artificial recurriendo a la desestructuración familiar y la ausencia de figuras paternas como señas de identidad de su discurso) y disfrutemos con las aventuras en las que se embarca desde que conoce a su amigo gigantón. Dentro de los secundarios tenemos a Bill Hader (Superbad) o al compositor Jemaine Clement, entre otros, dando vida a los gigantes antropófagos y ya en la corte de la reina a Penelope Wilton (Orgullo y Prejuicio) dando vida a la misma, a Rafe Spall (Black Mirror) como Mr Tibbs y a una siempre elegante Rebecca Hall (Iron Man 3) como Mary, todos entregados al tono de humor liviano y fantasía desprejuiciada del proyecto, pero siempre en un segundo plano con respecto a los dos protagonistas que son el núcleo central sobre el que vertebra todo el argumento de la obra.
Por desgracia no todo son aciertos en Mi Amigo el Gigante ya que su mayor punto débil, y tristemente no pasa desapercibido, reside en el guión con el que la fallecida Melissa Mathison adaptaba el cuento de Roald Dahl. La guionista de E.T. afronta cada uno de los actos que dan forma al conjunto del largometraje con mucho eficacia, explotando sobre todo la relación entre los dos personajes principales para que la interacción entre ambos se convierta en la mayor virtud del proyecto. pero rebasado el arranque los pasajes del film se alargan innecesariamente, entregándose a la reiteración, la redudancia y transmitiendo con ello cierta sensación de apatía al espectador, que si bien nunca llega a aburrirse, en más de una ocasión mirará furtivamente el reloj por el exceso de descompresión narrativa con el que está escrito el libreto. No hay más que ver la potencia con la que arrancan momentos como la llegada a la casa del protagonista, los “juegos” con los otros gigantes a plena luz del día, o la llegada al palacio real para todas estas situaciones extenderse inadecuadamente en el tiempo sin que haya una necesidad de peso para llevarlo a cabo. Por suerte la pericia de un perro viejo como Steven Spielberg y su séquito tienen las suficientes tablas para solapar adecuadamente la mayoría de estas taras en la escritura con un dinamismo que no da respiro al espectador, pero no siempre lo consiguen y al film como conjunto se le ven las costuras.
Mi Amigo el Gigante entra en el panteón de las obras menores de Spielberg, ya que aunque se muestra en todo momento como una pieza estimable y bien ejecutada la endeblez de su guión la hiere considerablemente, tanto como para bajarla de la excelencia en la que podía haberse aposentado fácilmente. Por suerte, y como ya hemos apuntado un par de veces en la entrada, la maestría de un mago como el cineasta norteameriacno consigue que el barco no se hunda y podamos deleitarnos con una imaginería visual que, agradará a la mayoría de los adultos y hará soñar a los más pequeños con otros mundos poblados de gigantes, niñas solitarias, pepinachos malolientes, vehículos utilizados como juguetes y sueños deslizándose por una trompeta al interior de la mente de niños durmientes. Agradecidamente el director de la Lista de Schindler o Warhorse no se amilana con ningún proyecto y si bien es cierto que hace años que no ofrece una de sus obras maestras (la última fue la brutal Munich de 2005) no deja de trabajar, experimentar con técnicas y estilos, alternando realismo inmediato con fantasía universal, y hasta en una pieza irregular como la que nos ocupa siempre consigue que el que suscribe en algún momento puntual reconozca al gran narrador de historias que se esconde tras su impronta, el mismo que con un Gigante leyendo un cuento con una lupa en una mecedora al calor de una chimenea mientras una niña se duerme en lo alto del mástil de un barco escuchándole me hace, aunque sea por unos minutos, volver a ser el niño que se enamoró con sus arqueólogos aventureros, sus dinosaurios, sus extraterrestres o su patético, entrañable e incomprendido Capitán Garfio. Gracias por todo Mr Spielberg, que tenga dulces sueños.
Reseña originalmente editada en Zona Negativa
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