Título Original Curse of Chucky (2013)
Director Don Mancini
Guión Don Mancini
Actores Brad Dourif, Danielle Bisutti, Fiona Dourif, Brennan Elliott, A Martinez, Chantal Quesnelle, Maitland McConnell, Kally Berard, Kyle Nobess, Will Woytowich, Kevin Anderson, Adam Hurtig, Alex Vincent
En el año 1988 el director norteamericano Tom Holland que venía de saborear las mieles del éxito con la muy ochentera Noche de Miedo (Fright Night) protagonizada por Chris Sarandon, William Rasgade, Amanda Bearse y el gran Roddy McDowall, se alió con los guionistas Don Mancini y John Lafia para rodar una pequeña obra de culto dentro del cine de terror titulada Child’s Play o como la recordamos en España, Muñeco Diabólico. Largometraje cuyo éxito dio pie a, nada más y nada menos, que cinco secuelas en las que se narraron (con distinto tono e intencionalidad) las correrías del diabólico muñeco viviente Chucky.
La primera Muñeco Diabólico narraba cómo el asesino Charles Lee Ray (Brad Dourif) tras ser perseguido y herido por un grupo de policías durante una huida se ve en la obligación de utilizar sus poderes chamánicos (adquiridos previamente gracias a un brujo que fue su mentor) para introducir su alma en uno de los muñecos de la famosa marca Good Guy que llenaban la juguetería en la que se vio acorralado por los agentes de la ley. Child’s Play todavía hoy se ve como una cinta excelentemente ejecutada por un artesano de la dirección en plena forma y con una historia interesante magníficamente desarrollada, así como unos efectos animatrónicos tan eficaces como aterradores.
Dos años después uno de los guionistas de la primera entrega, John Lafia, tomó la silla de director abandonada por Tom Holland mientras Don Mancini (verdadero creador del personaje y cabeza pensante detrás de toda la saga) se ocupaba en solitario de la gestación del libreto de lo que fue Muñeco Diabólico 2. Una digna secuela en la que se conservaba gran parte de la malsana atmósfera de la primera y que guardaba bastante bien la compostura años después de su estreno. En 1993, Muñeco Diabólico 3, mantuvo a Mancini en la escritura, pero vio como Jack Bender (futuro realizador de exitosas series de televisión americanas como Lost, Carnivàle, Los Soprano) era asignado como cineasta para narrar cómo un (nuevamente) resucitado Chucky sembraba el caos en una escuela militar. Brutal (a la par que entrañable) entrega a la que un servidor no sabe cómo habrá tratado el tiempo, pero por la cual guardo un especial cariño.
En 1998 llegó el exitoso lavado de cara. Don Mancini se alió con el director Ronny Yu (Freddy vs. Jason, Una Historia China de Fantasmas) para convertir la cuarta entrega de los crímenes de nuestro muñeco favorito en una comedia de humor negro con breves apuntes de terror que caía bien en un primer visionado, pero que degradaba en cierta manera la franquicia. El producto, como hemos comentado previamente, fue un más que considerable triunfo que atrajo a una nueva generación de fans del personaje a las multiasalas para ver La Novia de Chucky, obra en la que el protagonista se enamoraba de una muñeca poseída por el alma de una neumática Jennifer Tilly que desde ese mismo momento se convirtió en una de las señas de identidad actorales de la saga, siempre después del Brad Dourif que dio vida a Charles Lee Ray en el primer film y que después ha puesto voz al juguete asesino en todas y cada una de sus películas.
En 2004 el mismo Don Mancini tomó los mandos de la dirección (mientras se guardaba una vez más la pluma del guionista) para rodad La Semilla de Chucky, que esta vez unía al susodicho y su novia Tifanny el pequeño vástago de la pareja, Glen (o Glenda según su madre). A pesar de las buenas intenciones de Mancini detrás de las cámaras (ese arranque en homenaje al prólogo de La Noche de Halloween de John Carpenter promete lo que más tarde el producto no ofrece) las referencias al cine de Ed Wood o John Waters (con divertido cameo de este último en el film) el resultado es un desastre que ya arrastra toda la mitología creada alrededor de Chucky por el fango entre chistes chuscos sobre homosexualidad (el aspecto andrógino del hijo de los protagonistas es explotado hasta lo extenuante) que, aunque nos hace esbozar más de una sonrisa a lo largo de su metraje, no hace que merezca la pena su visionado por culpa de su naturaleza desganada y sacacuartos.
El pasado 2013 se estrenó directamente en el mercado doméstico una secta (e innecesaria, como es lógico) entrega titulada La Maldición de Chucky, una vez más, rodada, escrita y producida por un Don Mancini que quiere exprimir su gallina de los huevos de oro hasta que la deje seca. El resultado es contradictorio, porque por un lado podemos hablar de una vuelta a las raíces que convierte al largometraje en la mejor secuela de la franquicia desde la tercera parte, entregándose de nuevo al terror puro, pero sin olvidar por el camino apuntes de humor negro que en las tres primeras partes siempre estaba allí, aunque que en las dos siguientes se explotó de mala manera. El problema radica en que la intención de Mancini de agradar a todos los fans de Chucky da pie que el último tramo del film cree un desequilibrio bastante dañino que impide que nos encontremos con un verdadero éxito, cuando durante la primera hora de metraje no eran pocos los aciertos para llegar a serlo.
El punto de partida de esta quinta parte es bien simple. Chucky llega a la casa de una chica inválida llamada Mican Piers (Fiona Dourif) que se encuentra recluida en su casa con su sobreprotectora madre, Sarah. Esa misma noche la matriarca muere misteriosamente y al poco tiempo varios de los familiares de la fallecida, con la intención de acompañar a la chica paraplégica, pasan la noche en la mansión en la que comenzarán a sucederse los actos homicidas. Es curioso ver el considerable salto de calidad, en lo que a puesta en escena y dirección se refiere, que Don Mancini ha experimentado como cineasta de La Semilla de Chucky a esta continuación que nos ocupa. Llama mucho la atención que un producto cinematográfico considerablemente modesto esté tan bien elaborado y sepa sacar provecho de sus pocos recursos formales y presupuestarios.
El largometraje recupera el tono oscuro y siniestro de la primera trilogía (sobre todo el de los dos primeros films) dejando del lado el encuerado gotocismo de baratillo de La Novia de Chucky y su continuación. Don Mancini vuelve al género de terror, haciendo que su obra se refleje en las horror movies comerciales de los 80, realizando una oda a los efectos especiales artesanales (los distintos muñecos animatrónicos que dan vida a Chucky exhalan realismo y cercanía) y al gore desenfadado, sin olvidarse del humor políticamente incorrecto del protagonista pero sin que este se convierta en el dueño de la velada. El guión, tan efectivo como rudimentario, está lleno de clichés y personajes estereotipados (aunque más de uno guarda alguna que otra sorpresa interesante) pero su discurrir es tan gradual y placentero que no se hace reiterativo ni molesto.
Todo va a las mil maravillas durante la primera hora. Don Mancini sabe ir aumentando el in crescendo de tensión para retrasar cuanto le sea posible el momento en que Chucky deje de parecer un inocente muñeco y descubra su verdadera cara homicida. El director hace un uso magnífico de travellings (el circular en plano cenital de la mesa con la cena puesta es muy destacable) escenas que incrementan el suspense, hechos narrados en fuera de campo, los juegos de luces y sombras y sobre todo una enfermiza delectación para enfocar de todas las maneras posibles y desde todos los ángulos permisibles a Chucky para que la simple presencia del muñeco en un rincón con su sonriente cara transmita malestar.
Esos primeros 60 minutos son ejemplares y un rendido homenaje a las tres primeras películas ya mencionadas, terror, morbidez, comedia negra y mala baba. Pero durante la media hora final Don Mancini, con la intención de atraer también a los fans de las dos secuelas humorísticas de la saga, decide dar un giro demasiado brusco a la historia deudor de aquellos dos films y la trama se vuelve confusa, el terror algo más diluido y los actos de los personajes (la Mica de una esforzada Fiona Dourif deja de actuar con cordura y empieza a entregarse a actos de estupidez supina) poco creíbles. De modo que lo que pudo ser una muy buena película protagonizada por Chucky se queda, por culpa de este decepcionante giro de timón, en una aceptable cinta con un final que no le hace justicia.
La Maldición de Chucky es un producto que devuelve gran parte de la dignidad a aquel muñeco diabólico de finales de los 80 y principios de los 90 que quitó el sueño a toda una generación de niños. Don Mancini no inventa nada y de manera tan cobarde como sabia va a lo seguro, a donde todo empezó, para narrarnos otra historia del más famoso miembro de la marca de juguetes Good Guy. Lo hace con oficio, demostrando que tiene talento para narrar historias y para aprovechar una localización más bien escasa para realizar su perversa versión de Diez Negritos de Agatha Christie con un muñeco pelirrojo homicida como asesino. Como producto podía haber sido incluso mejor, pero sus buenas intenciones y los dos primeros tercios del metraje hacen que merezca la pena volver a vernos las caras con uno de los iconos más reconocibles del cine de terror contemporáneo.
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