Título Original: Il Casanova di Federico Fellini (1976)
Director: Federico Fellini
Guión: Bernardo Zapponi basado en las memorias de Giacomo Casanova
Actores: Donald Sutherland, Tina Aumont, Cicely Brown, Carme Scarpita
En 1976 cuando ya era reconocido como uno de los directores más grandes de la historia del cine, Federico Fellini dio su particular visión sobre las memorias del mítico Giacomo Casanova, conocido historicamente como el mejor amante de todos los tiempos. Para llevar acabo tal trabajo contó con la producción del célebre Alberto Grimaldi y la inestimable participación como protagonista del canadiense Donald Sutherland.
Fellini utiliza su puesta en escena teatral y excesiva, casi onírica, con toques que remiten incluso al expresionismo alemán, para narrarnos las vivencias de Casanova. Un hombre cuyo afán por ser reconocido gracias a otros talentos que no fueran sus artes amatorias se veía sepultado por la lascivia y su predisposición hacia la turgencia de la carne femenina. Un intelectual frustrado que sólo encontró la paz interior cuando perdió la líbido en el ocaso de su vida, añorando su Venecia natal.
Fellini es bestialmente inmisericorde con su criatura. Las aventuras de alcoba de Giacomo son ridículas, plumbeas, las escenas de sexo son pretendidamente falsarias y de una comicidad sonrojante, mostrándolas como una especie de coreografías estúpidas que tienen mucho de circenses. El director de 8 1/2 da una visión crítica del libertinaje, mostrándolo degradante para el ser humano y con ello, al igual que en La Dolce Vita, hace un retrato cruel sobre la decadencia de la burguesía europea, que se acentúa y recrudece a medida que avanza el metraje.
Otra curiosidad es ver como influiría en el plano más plástico esta obra en producciones de gente tan dispar como el Terry Gilliam de Los Héroes del Tiempo, el Milos Forman de esa obra maestra de incalculable valor llamada Amadeus o los Jean Pierre Jeunet y Marc Caró de Delicatessen o La Ciudad de los Niños Perdidos. Incluso el mismo Fellini practica una cierta intertextualidad con su obra previa mostrando pinceladas que recuerdan a Satyricon (la dirección artística barroca y sobrecargada) o Amarcord, con la utilización de planos con enormes senos y rotundos culos.
Federico Fellini hacía el cine que le daba la gana y ese era uno de los motivos por los que marcó historia. Su Casanova es atípico, moralista y hasta cierto punto sexualmente conservador, su holgado metraje no desespera ni aburre y esa ensoñación final con su simbolismo y ténebre acabado redime a Giacomo, le devuelve a su juventud, a un nuevo comienzo y tal vez, sólo tal vez, a tomar una senda distinta a la que le llevó a ese camino del exceso que lo consumió en vida, en cuerpo y alma.
Fellini utiliza su puesta en escena teatral y excesiva, casi onírica, con toques que remiten incluso al expresionismo alemán, para narrarnos las vivencias de Casanova. Un hombre cuyo afán por ser reconocido gracias a otros talentos que no fueran sus artes amatorias se veía sepultado por la lascivia y su predisposición hacia la turgencia de la carne femenina. Un intelectual frustrado que sólo encontró la paz interior cuando perdió la líbido en el ocaso de su vida, añorando su Venecia natal.
Fellini es bestialmente inmisericorde con su criatura. Las aventuras de alcoba de Giacomo son ridículas, plumbeas, las escenas de sexo son pretendidamente falsarias y de una comicidad sonrojante, mostrándolas como una especie de coreografías estúpidas que tienen mucho de circenses. El director de 8 1/2 da una visión crítica del libertinaje, mostrándolo degradante para el ser humano y con ello, al igual que en La Dolce Vita, hace un retrato cruel sobre la decadencia de la burguesía europea, que se acentúa y recrudece a medida que avanza el metraje.
Otra curiosidad es ver como influiría en el plano más plástico esta obra en producciones de gente tan dispar como el Terry Gilliam de Los Héroes del Tiempo, el Milos Forman de esa obra maestra de incalculable valor llamada Amadeus o los Jean Pierre Jeunet y Marc Caró de Delicatessen o La Ciudad de los Niños Perdidos. Incluso el mismo Fellini practica una cierta intertextualidad con su obra previa mostrando pinceladas que recuerdan a Satyricon (la dirección artística barroca y sobrecargada) o Amarcord, con la utilización de planos con enormes senos y rotundos culos.
Federico Fellini hacía el cine que le daba la gana y ese era uno de los motivos por los que marcó historia. Su Casanova es atípico, moralista y hasta cierto punto sexualmente conservador, su holgado metraje no desespera ni aburre y esa ensoñación final con su simbolismo y ténebre acabado redime a Giacomo, le devuelve a su juventud, a un nuevo comienzo y tal vez, sólo tal vez, a tomar una senda distinta a la que le llevó a ese camino del exceso que lo consumió en vida, en cuerpo y alma.
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